sábado, 5 de mayo de 2012

Enrique Polanco



“La pintura peruana actual está en crisis”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Frontal, crítico, sumamente talentoso y no busca quedar bien con todo el mundo solamente por cortesía. Así es Enrique Polanco (Lima, 1953), uno de los mejores pintores peruanos vivos. Sus cuadros expresionistas son intensos, emocionantes, reinos creativos del color. Muchos de ellos se quedan, felizmente, para siempre en nuestras retinas: Pájaro blanco (2007), Libre (2007), Martín Adán (2006), Marinero en tierra (2001), Homenaje a Van Gogh (1998), Los reinos de este mundo (1992), Telón (1992), Río rojo (1987), El rey mono (1986) y Parque infantil (1980). En sus numerosas pinturas dedicadas a Lima -que no es su único tema, pero sí el preferido-, la hace parecer otra ciudad, mucho más vital y habitable, aunque siempre nostálgica.

Polanco es egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes y ha expuesto colectiva e individualmente en nuestro país, así como en Italia, Estados Unidos, China, España, Bélgica, México, Argentina, Brasil, Canadá, Cuba, Chile, Ecuador, Venezuela y Uruguay. En la siguiente entrevista, realizada en su casa barranquina, rodeados de cuadros, buena música y libros por doquier, Polanco deja en claro sus conceptos fundamentales sobre el arte, recuerda su renovadora experiencia artística de tres años en China (ganó una beca para estudiar en 1984 un postgrado en el Instituto Central de Artes de Pekín), y rememora su célebre amistad con el genial, pero sufrido, Víctor Humareda.

Es un gusto enorme el poder estar acá, con usted. Alguna vez dijo que “pintar no es lanzar colores”. En sí, ¿qué es la pintura para Enrique Polanco?
La pintura es color. Pero, evidentemente, no es tirar colores así por así. El color es una ciencia muy exacta: el problema de las cantidades de color. El poner color no es gratuito, es un aprendizaje de toda la vida. Lógicamente que, al comienzo, la gente no domina mucho el color. De repente, a eso me refería, a “lanzar color”. Pero, ahora, también hay que comprender una cosa: que no todos los artistas son coloristas. Hay artistas que pueden trabajar en dos colores y lo hacen bien. Tú me preguntaste: ¿qué es la pintura? La pintura es color.

Además, usted es un colorista nato.
Sí. Lo mío, como que pareciera que todo es pretexto para hacer color, de repente.

Y conforme han pasado los años, el color ha ido adquiriendo mayor fuerza.
Ha ido madurando, claro.

En sus cuadros de los ochentas…
Los cuadros de los ochentas son colores más papagayo.

Sus cuadros, inclusive, tenían una referencia a Humareda mucho más directa de la que tienen ahora…
Sí, puede ser. En esa época, claro.

…que es una referencia totalmente Polanco.
Sí, claro.

Julio Ramón Ribeyro había dicho, alguna vez (en 1994), sobre sus cuadros: “Lo que son sus cuadros, algo que existe en la realidad pero que no es la realidad. Podemos reconocer esta realidad en cada uno de sus elementos pero convertidos en paisajes de ensueño gracias a una perspectiva y una coloración inventada”.
Eso fue una presentación que me hizo Ribeyro una vez, sobre una muestra. Toda la muestra era de paisaje urbano. Entonces, él escribió eso, que se llama “Ojo de pájaro, ojo de poeta”. Es muy lindo, un texto muy bonito. Lo que él quiere decir, es que la realidad pictórica es diferente a la realidad real. La pintura es eso: el dominio que tiene el artista sobre su realidad, no lo que pasa afuera. Es cómo ves tú la realidad. A eso se refiere un poco Ribeyro.

¿Qué realidad prefiere Enrique Polanco: la pictórica o la cotidiana?
Yo veo así. Habría que preguntarle a la gente de la calle qué realidad prefiere. Siempre he pensado: ¿qué pasaría si, por unos segundos, la realidad se transformara en un cuadro mío? De repente, nos volveríamos locos.

De repente, sería más emocionante.
Claro. Hay una película bonita de Kurosawa (Sueños, de 1990): la parte que habla de Van Gogh. No sé si has visto esa de los girasoles…

Se mete en el cuadro (de Van Gogh) el protagonista.
Sí. Yo, evidentemente, prefiero mi realidad pictórica.

Por otra parte, hay una gran variedad de temas a lo largo de su pintura. Ha pintado tanto los migrantes como la Lima urbana, la barranquina, la del centro de Lima, el sexo.
Sí.

¿Qué temas le interesan a futuro o en el presente?
Yo sigo trabajando a Lima, pero desde otra perspectiva, otras ópticas, otros sentimientos, otras necesidades. Yo, hace veinte años atrás, trabajaba mucho las texturas, por ejemplo. Ahora, mi pintura se ha licuado, es más concreta, más sintética. Pero los temas siempre giran en rededor a Lima. A la Lima mágica, a esta Lima casi surrealista.

Al color rojo, al color naranja, los inserta dentro del paisaje limeño, en general. Nosotros tenemos muy poco de esos colores.
Claro. Lo que pasa es que si eliges el camino del color en la pintura tienes que olvidarte de la realidad. Y más si eres limeño. Lima es una ciudad gris. Ahora la gente se está atreviendo un poco más a usar color en las fachadas. Treinta años atrás eso era impensable, todo era gris. Creo que eso tiene sus ventajas. Porque el esfuerzo es mayor y los resultados, evidentemente, cuestan más, pero son más ricos, ya que vivimos en una ciudad con tan poco color. Ser colorista significa mayor esfuerzo.


China y el silencio

Cuando se fue a China a estudiar su postgrado, ¿buscaba dominar el color o disminuir la fuerza que tenía el color suyo?
Para mí, China fue muy importante. Porque cuando me fui el año 84 -es lo que hablábamos enantes- yo era un pintor expresionista rabioso. Sobre soltar colores, China me dio una cosa que yo no conocía. El silencio, en el arte oriental, por ejemplo, es importantísimo. Eso me dio China: un poco de poder seguir gritando, pero ya no de una manera desentonada. Mi color se entonó mucho en China. Aprendí mucho de la línea en la pintura china, que es importantísima. Y a pesar que las grandes obras de la pintura clásica china son hechas o en un color o en dos tonos, máximo, sí capté mucho esto en la teoría del silencio. Porque mi color no se aplacó. Mi color maduró, pero no se aplacó. Las cosas que vi de pintura, monocromáticas la gran mayoría, no le quitaron fuerza a mi trabajo. Más bien, enriqueció mi color. Reafirmé mi vocación de colorista ahí. Y la pintura clásica china no es colorista, es todo lo contrario. Entonces, a pesar de eso, mi color siguió siendo más luminoso. Mejoró.

Y allá, sobre todo, hay bastante uso de la acuarela.
Así es. Ahora, China es un país con mucho color. Desde los supermercados. Tú entras a un mercado chino y ves miles de miles de productos, licores, cajetillas de cigarros. China es lo más cercano al kitsch que podríamos imaginarnos.


La entrañable amistad con Humareda

Cambiando de tema: su relación con Víctor Humareda, que siempre se la preguntan…
Sí. Yo conocí a Víctor cuando estaba en el segundo año de la Escuela de Bellas Artes. El año setenta y siete lo conocí a Víctor. Él iba todos los días a la escuela porque salía de su hotel muy temprano para no angustiarse, salía a las calles. Iba siempre a la Escuela de Bellas Artes, donde no era muy bien recibido por los profesores. No lo querían mucho porque él siempre había hablado mal de los profesores. “Mis amigos son los muertos” (decía Humareda). Víctor era muy jodido, pues. Recuerdo que un día estábamos en un taller de pintura, ya fuera de hora, con unos amigos, y Víctor ¡bum! entró al taller. Abrió la puerta y apareció. Una amiga, me acuerdo que estaba pintando un bodegón, y Humareda agarró un violeta y el chisguete lo puso, la berenjena. Ahí lo conocí yo a Víctor.

Le mostró el lado oscuro del centro de Lima, también.
Claro. Religiosamente, un grupo de muchachos íbamos todos los jueves en taxis al hotel Lima. Víctor venía, tomábamos dos taxis y nos íbamos a su hotel a ver los cuadros. Nos sentábamos en el hall y él sacaba los cuadros. La gente fue abandonando eso, pero yo sí me hice amigo de él. Y sí, Víctor me enseñó un poco el lado oscuro de La Parada. Me acuerdo que caminábamos como a las cinco, seis de la tarde, por La Parada: en esa época recaían todos los tricicleros de Lima por ahí. Eran unas cosas rarísimas. Recuerdo haber subido con él, también, a prostíbulos que había por La Parada, de quinta categoría, terribles. Conocí con él, caminando mucho, esa parte de La Parada.

¿Usted quería conocer eso o era…?
Lógico. Nosotros salíamos a caminar porque él compraba trapos de colores. Entonces, me decía: “Vamos donde los tricicleros”. Había muchos que solamente tenían trapos de colores. Encontraban no sé de dónde. Él compraba eso y los tenía en su caballete, a la vista.

¿Y los tricicleros también sabían quién era Víctor Humareda?
No. Ni sabían. Él era un personaje anónimo.

¿De qué vivía Víctor Humareda?
Víctor Humareda vivía de su pintura, vivía del día a día. Y era una tragedia su vida porque lo estafaban o la gente se llevaba un cuadro y se lo pagaba en veinte partes. Entonces, él en su libretita tenía que ir a cada casa a tocar (la puerta). Muchas veces no le abrían. Era bien trágica la vida de Víctor, en ese sentido. Porque, aparte de eso, el cuartelero del hotel Lima nunca lo quiso a Humareda. Lo detestaba. Le cobraba a diario. Víctor tenía que pagar a diario su cuarto. Un tipo que vivía treinta años ahí, ¡imagínate! ¡Pagas al mes, pagas semanal! Pero no: día a día le cobraba, como si fuera un turista.

¿A sus discípulos o alumnos, alguna vez, les pedía préstamos?
No. Víctor nunca pedía dinero.

Todo era de su trabajo, directamente.
Todo era de su trabajo.

Y le habrán invitado de restaurantes o locales donde ya era conocido.
Sí. Me acuerdo que cuando era yo estudiante, no tenía nada de plata y Víctor me invitaba manzanilla. Para que te invitara Víctor una manzanilla era porque verdaderamente te estimaba. No te estoy diciendo que sea tacaño si no que él no tenía, tampoco. He pensado mucho en ese gesto después de tiempo.

Él no podía dar lo que no tenía.
Claro. Pero él siempre me hablaba: “No, que tú eres estudiante, que no tienen plata”, que esto, que el otro. Entonces, terminaba siendo yo como un protegido de él. ¡Imagínate!

¿Y Humareda vio los cuadros de usted?
Sí, claro. Mis cuadros de la época de antes, que seguramente eran malos o regulares. Pero tú te das cuenta: así la pintura de un muchacho sea mala, tú te das cuenta si tiene…

Futuro.
Si tiene futuro, claro. Y Humareda habrá visto eso, pues.

Y lo alentaba a usted a seguir.
Lógico. Humareda me inyectó la pintura en la sangre. El amor a la pintura me la inculcó él.

Si no lo hubiera conocido, ¿hubiera llegado a ser el pintor que es?
(Piensa unos momentos). Bien difícil (de responder) eso. Pero yo creo que sí, también. Humareda nunca me dio una clase de pintura, por ejemplo. Yo conversaba con él, pero él no tenía discípulos, él no enseñaba pintura. Pudiendo haberlo hecho. Claro, pero no era su nota. Yo aprendí al Víctor humano, al ser humano. De él aprendí.


Críticas a la Iglesia Católica

Usted con el tema religioso es muy crítico en sus cuadros. ¿Dónde comienza esta visión tan agria de la religión católica?
El clero no tiene muchas cosas que alabar. La imagen de Cristo es interesante, revolucionaria, pero el clero es otra cosa, pues. El clero es la negación de Cristo. Entonces, cuando puedo burlarme de estos señores, lo hago.

Inclusive tiene un cuadro bien duro: de unos obispos con un cardenal, un fondo negro, y atrás de ellos, las llamas.
Las llamas, así es. Ese es (Juan Luis) Cipriani en llamas (el cuadro se titula Curas y es del año 2005).

¿Cipriani nunca le ha hecho un comentario o se ha enterado de algo que haya opinado?
No. Lo que pasa es que acá los medios no chocan mucho con los curas. Es un cuadro que no ha salido muchas veces publicado.

Tiene mucho poder la Iglesia Católica en el Perú.
Lógico. Bastante.


La gente que habita Lima

Estos personajes como, por ejemplo, los de Matrimonio (1992), son cotidianos…
Claro.

…de pueblo. Igual que Los migrantes (1981) -usted ha hecho toda una serie-. ¿Dónde comienza el interés por la clase popular, por el migrante de la sierra?
Pero es que Lima es el Perú en chiquito. Entonces, hablar de limeños… ¡Ya no existen los limeños! Lima es todas las sangres. Y dentro de todas las sangres entran los migrantes. Entra esta serie que hice sobre las empleadas domésticas sentadas en los parques. Esa es la gente que habita esta ciudad.

Claro. Llama mucho la atención, viniendo de alguien de Miraflores y que ha vivido en Barranco.
Exacto. Lo que pasa es que he nacido en Miraflores, pero la visión que intento dar a través de mi pintura es de mi país, no de Miraflores. Entonces, conozco un poco esa “todas las sangres” que es Lima.

¿Podría decirse que el Perú es un país caótico?
El Perú es un país multicultural, un crisol de muchas razas. Eso es una ventaja, pero puede ser una desventaja. De repente, ese caos del que tú me hablas se origina en esa cosa tan no pareja. Todo lo contrario: es todo junto. Es una gran riqueza, pero puede ser un caldo de cultivo para el caos.


Influencias pictóricas y la crisis del arte peruano actual

¿A qué pintores peruanos siente usted que le debe más o a heredado más?
Yo, de los pintores contemporáneos, le debo mucho a Víctor Humareda, a David Herskovitz. Me gusta mucho (José) Gil de Castro, (Jorge) Vinatea Reynoso, muchas cosas de (Ricardo) Grau. En realidad, le debo mucho a muchos.

¿Y Sérvulo Gutiérrez?
Claro, Sérvulo Gutiérrez. Lo que pasa es que siempre estas comparaciones son odiosas. Siempre hay alguien que se te queda. Por ejemplo, Sérvulo, se me pasó. Y así como Sérvulo, de repente, hay muchos otros. Me gusta mucho también la escuela cuzqueña, (Diego) Quispe Tito. Y Gil de Castro me gusta muchísimo.

¿Está conforme con la pintura peruana actual o siente que se ha estancado?
Yo creo que la pintura peruana actual está en crisis. Porque los pintores ya no quieren pintar, trabajan sobre banners, sacan una muestra en dos meses, están buscando la fama anticipada, todo es concursos, todo es premios. No me interesa casi nada de la pintura actual peruana joven.

¿A usted la fama le ha llegado poco a poco?
La fama me ha llegado poco a poco, claro. Pero la fama está, también, respaldada con mucho sacrificio. Ha habido mucho trabajo detrás.

Muchísimas gracias por la entrevista.
Encantado. Muchas gracias.

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