martes, 19 de mayo de 2015

Iván Fernández-Dávila


“Lo que me importa es resaltar estados emocionales”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Un futuro referente del arte peruano. Eso es Iván Fernández-Dávila Ocampo (Lima, 1983), sin ninguna duda. No cualquier pintor tiene once exposiciones individuales en su haber a los 31 años. Cuando de aquí a unas décadas ya no estén Revilla, Szyszlo, Shinki, Chávez, Letts, Negib, Quintanilla o Tokeshi, Fernández-Dávila será uno de los nombres claves del arte nacional. Al respecto, el legendario Enrique Polanco escribió la presentación de Iván para su primera exposición, lo cual fue el augurio de una trayectoria importante que se va cimentando año tras año con pasos muy sólidos.

Iván ha expuesto en muestras individuales en Estados Unidos, Argentina y el Perú. Y el próximo año expondrá en México. Asimismo, ha formado parte de exposiciones colectivas en los cuatro países mencionados, además de Alemania, Italia y Francia. También estudió Letras y Humanidades en la Pontificia Universidad Católica del Perú, ha publicado el poemario Séptima epístola a Martín Adán (2008) y tiene un blog epónimo donde comparte su trabajo.

Dialogamos en el señorial y barranquino Museo Pedro de Osma, donde se exhibe Expresionismos, su última muestra y una de las mejores del año, ciertamente. Nos detalló sobre sus referentes pictóricos y habló, orgulloso, acerca de su talentosa pareja, la artista Elizabeth López Avilés, a quien respeta enormemente por su calidad profesional. Además, nos confió parte de su historia familiar: los últimos meses que disfrutó de su culto -voraz lector- y recientemente fallecido progenitor.

El pintor ruso Wassily Kandinsky señalaba que “el artista es la mano que, mediante una tecla determinada, hace vibrar el alma humana”. Fernández-Dávila ha comprendido perfectamente este concepto en su obra pictórica. Y gracias a su cultura e inteligencia, madura su estilo en cada exposición. Cuando uno aprecia sus enormes cuadros en directo -no en revistas, libros, periódicos o Internet-, percibe la gran fuerza expresiva que contienen, los intensísimos colores que viven en ellos, y la perturbadora carga emocional que traen. Porque Iván, junto con sus cuadros, tiene muchas cosas interesantes que decirnos sobre el arte de hoy y del ayer.


Muchas gracias por esta oportunidad, Iván. Yo quería empezar la entrevista citando que el pintor argentino Carlos Alonso había dicho: “La poesía es, de alguna manera, la meta final de cada cuadro”. ¿Tú estás de acuerdo con ese concepto?

Sí. Además de que Carlos Alonso es, probablemente, el pintor vivo que yo más admiro. Me da mucha alegría que lo hayas citado. Además, él a su vez, lo que acabas de decir, es una paráfrasis de lo que dijo Rembrandt: “El artista persigue la línea y el color, pero su fin es la poesía”. Y tienen toda la razón. Tanto Rembrandt como Carlos Alonso. Porque un artista de verdad, a mi manera de considerar, no busca solamente la representación de la apariencia. O no busca solamente ordenar una serie de elementos en una composición sino que tiene que transmitir algo más. Y, probablemente, lo que transmite es su propio espíritu. Lo que tú hagas como artista no es una casualidad. El hecho de que seas abstracto, figurativo, surrealista, que pintes desnudos, que pintes a tu familia o lo que sea, está hablando de ti, también. Está diciendo quién eres tú. Y quién eres tú está constituido de tus experiencias, tanto físicas como espirituales. Entonces, todo conjunto de obras lo que proyecta es eso: quién está detrás. Y esa es una poética, también. Tiene que ver un poco con el estilo. Es una poética lo que el artista serio termina planteando y transmitiendo en su obra.

El mismo Alonso, también, agregaba que los cuadros provenían “de cierta locura, de cierta capacidad de riesgo, de cierta valentía”. ¿Hay que ser muy valiente para ser uno mismo autorreferencial?
Es que el arte no miente. No puedes mentir el arte. Siempre recalcando el sentido de la autenticidad. Alonso es un titán del arte, es un artista que se ha preocupado de todos los aspectos humanos. Ha pintado el amor, la miseria, la enfermedad. Es algo que me interesaría hacer, también, en algún momento. O como (David) Herskovitz, que ha pintado tantas cosas.

(Carlos Alonso) y su retrato de Vincent van Gogh: es alucinante.
Sí, claro. Él tiene una serie de cuadros en homenaje a Van Gogh, en los que lo hace enfrentándose a la pintura. Tiene una de Van Gogh boxeando y el saco de box es un chisguete de óleo. Tiene una serie, también, en homenaje a su maestro (Lino Enea) Spilimbergo, a (Gustave) Courbet, a muchos pintores. Porque Alonso comprende que la pintura es un diálogo interminable. Él está dialogando con los maestros y rindiéndoles un homenaje, de alguna manera. Que es algo que todos los artistas tratamos de hacer.

Has hecho cuadros dedicados a Herskovitz.
Sí, claro. Uno trata de representar a quienes ha admirado, a quienes admira, a quienes (nos) han influenciado y que de, alguna manera, son nuestros padres artísticos. Recuerda que yo soy autodidacta. Entonces, yo no he tenido ningún maestro, en el sentido práctico. Sin embargo, yo considero mis maestros a un montón de pintores de los que he aprendido, de una u otra manera.

Enrique Polanco, el año 2006, justo para tu primera exposición individual Algunos seres, había dicho: “Creo que este joven pintor, con el correr del tiempo nos ofrecerá cuadros muy interesantes, ya que tiene algo muy importante que decirnos, un mundo rico en vivencias espirituales”. Nueve años después, ¿crees que estás cumpliendo la profecía de Polanco?
Espero. Polanco es un gran amigo y un maestro que admiro mucho. Para mí, fue un honor que pudiera escribir las palabras de mi primera exposición. Y en cada exposición que tengo en Lima él viene y me aconseja algunas cosas. Yo le pregunto, también.

Tienes una comunicación fluida con él.
Sí, somos amigos. Hace poco hemos estado en contacto y espero que venga en estos días a ver la exposición. Y en cuanto a lo que él dijo en esa ocasión, yo creo que sí, porque mi interés es representar una serie de vivencias que tienen que ver con el mundo interior. Es (algo) evidente cuando empiezas a observar mi obra con más detenimiento. Se ven ciertos temas recurrentes, como la pasión, la soledad, el amor, el deseo. Probablemente, mirando más profundamente, puedas observar un poco la cuestión del paso del tiempo, la familia. Yo tengo una serie de cuadros de ancianos, también. He pintado a mis abuelos, a otras personas. Todo eso no es casual. Responde a una personalidad, a un tipo de espíritu, a un tipo de conciencia particular. Porque si a mí me interesara hacer cuadros solamente para que se cuelguen en una pared o cuyo fin sea nada más venderse o decorar, pintaría cosas completamente distintas, que estén más de moda, más amables.

De las cosas que más llaman la atención de tus obras -ahora que estamos en esta época de la imagen y del culto al cuerpo- son tus desnudos femeninos.
Sí.

Que son muy buenos. Tienes toda una variedad de temas, pero esto es lo que quizá uno recibe como primera impresión: “Ah, Iván Fernández-Dávila, el pintor expresionista de desnudos”.
Ya me han comentado algunas personas, sí. He pintado a algunas mujeres muy bellas, en verdad.

Tu pareja, entre ellas.
Sí, por supuesto. Probablemente, es la persona que más he pintado hasta ahora. A ella, por ejemplo, nunca la he pintado como es. Nunca lo he logrado y quizás, en el fondo, no he tenido esa intención. Recuerdo una frase de Botero -que no es un pintor que me guste mucho-: decía que una mujer hermosa no sirve de mucho para la pintura. Para mí, tiene razón. ¿Por qué? Porque una belleza más o menos planteada desde un punto de vista superficial, hace que el espectador se quede en esa superficialidad. En cambio, si tú esa belleza la ajas un poco, la torturas, el observador va a poder penetrar más profundamente. Y más que resaltar parecidos físicos -pero no tal cual la realidad, que nunca me ha interesado-, lo que me importa es resaltar estados emocionales. Me importa resaltar los sentimientos por los que pasen las personas, cuando he hecho desnudos o retratos. Y nunca he podido pintar a una mujer sin ninguna importancia.

¿Todas han sido tus parejas?
No necesariamente. Yo necesito que haya un vínculo. No puede ser que conozca bien y de la nada. Siempre tiene que haber un vínculo, tiene que haber vivencias importantes. Y aun así, eso no garantiza que vaya a pintar a una persona.

Haces como Lucian Freud, que no pintaba desconocidos.
Es que él decía, por ejemplo, que no contrataba modelos profesionales porque estaban tan acostumbradas a su desnudez que su cuerpo desnudo era como una segunda ropa para ellas. En cambio, cuando una persona no es una modelo profesional, no está acostumbrada a desnudarse porque sí y se siente el estado en el que está, se refleja. La desnudez no es un estado típico para ella, no es normal.

Siento que tienes esa misma idea de Lucian Freud cuando decía que “mi idea sobre el retrato proviene de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente”.
Sí, me parece que no tiene sentido. Menos en esta época en que si quiero conseguir un parecido real, simplemente tomo una foto. Entonces, ¿para qué voy a hacer algo así? Yo creo que la pintura, en estos tiempos, tiene que ser más pintura que nunca. En cuanto al realismo, al hiperrealismo, me parece un absurdo.

La crítica de arte mexicana Avelina Lésper escribió para tu exposición del año 2012, Los Días y la Pintura, que “la pintura de Iván está en ese camino de la creación existencial, imperiosa. Cada obra es un inicio, cada decisión es nueva, la evolución de la pintura es consecuente con el momento que se vive y en que se trabaja. Iván Fernández-Dávila tiene en su pintura una misión y un reto”. ¿Tú asumes tu pintura como una misión o como una tortura?
Es una tortura, porque cuando yo subo al taller, subo dispuesto a que me den una paliza, a que la pintura me destruya, pero yo estoy en esa lucha. Y cada vez estoy tratando de enfrentarme en un nivel más parejo, de tratar de dominarla. Cosa que es muy difícil, todavía, para mí. Es una cosa muy difícil la pintura. Implica muchas cosas.

¿Y no te da temor, como a algunos pintores, que han sentido que no han podido contra la pintura y han acabado trágicamente sus días? ¿Esa idea nunca corre por tu mente?
Sí, corre todo el tiempo. Yo tengo muy presente lo efímero de todo. Por eso trabajo tanto, también. Si te das cuenta, tengo 31 años y he hecho once individuales. He expuesto en muchos países, he publicado varios libros. Entonces, tengo esta cuestión consciente de que el tiempo es muy breve. No sé si sea una persona que va a durar mucho tiempo, tampoco. Tengo una forma de vida bastante salvaje en ciertos momentos.

No se lo digas a Elizabeth.
Sí, ja, ja… Lamentablemente, ella lo sabe, también. A veces, ahí hay conflictos y todo eso. Pero ella sabe cómo soy.

Pero ella, también, en estos últimos años está produciendo (más), está asemejando su ritmo al tuyo.
Sí. Ella expone cada dos años en Lima. Me parece un buen ritmo, porque yo no soy amigo de exponer en la misma ciudad todos los años. Hay que dejar un periodo de dos, tres años, para que haya una nueva expectativa de parte de los espectadores. Y, además, para que haya cambios en la obra, también. Si no seríamos como estos artistas que en cada exposición uno ya sabe lo que va a ver: exponen los mismos cuadros hace diez años. Uno debe cambiar, siendo el mismo. Que se vean avances, cambios en la obra, pero que se reconozca la mano inmediatamente. Eso es lo que me interesa. Y volviendo a Elizabeth: es una artista con mucho talento, una persona con una sensibilidad muy fina y una paciencia técnica que, probablemente, le da su formación de restauradora. Tiene esta capacidad de hacer el dibujo tan delicado, tan paciente. Y, además, hacer algo como el dibujo, que es tan difícil de hacer. Porque en la pintura tú te equivocas, esperas que seque y lo tapas. En el dibujo te equivocas y arruinaste el trabajo.

Cuando entrevisté tanto a Eduardo Tokeshi como a Luz Letts, por separado, y les pregunté acerca de si era difícil o no mantener una relación entre artistas, ambos me dijeron que no era fácil.
Sí.

En tu caso, ¿es difícil?
Sí, es muy difícil.

¿Comparten el taller?
No. Cada uno vive en su casa. Ella vive en Barranco, yo vivo por la (Universidad) Católica. Pero nos apoyamos y nos aconsejamos mucho y ella, probablemente, es la primera persona que ve mis cuadros y yo soy la primera persona que ve sus trabajos. Tenemos ritmos de trabajo muy distintos, también. Yo pinto todo el tiempo, Elizabeth trabaja cuando va a exponer. Y lo hace en poco tiempo. Ella necesita esa presión, esa urgencia para hacer su obra. Por eso es tan tensa, tan fuerte. Aparte que ella es una mujer que tiene mucho carácter. Aunque suene, de repente, a cliché, es una mujer muy mujer. Y eso es algo que yo admiro de ella bastante.

Y tiene una sonrisa muy suave, muy cálida. No imaginaría que ella es tan fuerte de carácter.
Claro, es que ella tiene esa forma de ser: sensible, leal, alegre. Es una persona muy alegre, muy amistosa. Pero cuando está metida en su trabajo, cuando se molesta por algo o cuando se indigna sí es una furia, de verdad.

Ja, ja, ja…
Es una furia bíblica.

Cambiando de tema, Edvard Munch decía que “queremos crear, o al menos sentar, las bases de un arte que le dé algo a la humanidad. Un arte que los atraiga y enganche. Un arte creado de su corazón más íntimo”.
Sí, concuerdo totalmente con Munch y es uno de los pintores que más admiro, también. Yo trato de rodearme de esos maestros. Tengo muchos libros de Munch, de Alonso. Tengo un autorretrato de Alonso en mi taller, colgado. Así como de Humareda y de otros maestros.

¿Eres un coleccionista, también?
No me considero un coleccionista porque tengo muy pocas obras. Lo que yo quiero tener es autorretratos de los artistas que admiro, que son muy pocos, y colgarlos en mi taller, como los tengo colgados algunos. ¿Para qué? Para que cuando yo esté trabajando y sienta que flaqueo, sentir la mirada de esos maestros y que me griten: “Eres un mediocre”, ja, ja, ja… “No eres nadie, así que deja de sollozar y sigue trabajando. No has logrado nada, todavía”.

Deben ser pocos los pintores que a los 31 años tienen once individuales.
Sí.

En el Perú.
Estoy esperando un autorretrato de (José Luis) Cuevas, que lo he mandado a pedir de una galería de Estados Unidos, y lo estoy esperando con ansias, para colgarlo ahí, en el taller, y tener más ojos de maestros fastidiándome, presionándome.

¿Das tu obra a cambio o los compras?
No, los compro cuando puedo. Tengo periodos buenos, tengo periodos no tan buenos, pero cuando puedo prefiero invertirlo en arte. Y volviendo al comentario de Munch, yo estoy completamente de acuerdo con él. Esa raza de pintores es la que me interesa: Alonso, Munch, Rembrandt, los expresionistas alemanes. Ellos querían pintar lo importante. Ellos no hacían intrascendencias, ellos pintaban lo que consideraban valioso.

¿Kokoschka, también, te interesa?
Sí, por supuesto. Justamente Elizabeth me regaló los diarios de Kokoschka, que se llaman Mi vida. Y me interesa mucho. Él es un gran pintor y, además, tenía una sensibilidad muy especial. Él predecía cosas a través de su pintura. Cosas que, salvando las distancias, me han pasado. Él retrataba algunas personas, parecía que esas personas tuvieran ciertas enfermedades en los cuadros y luego terminaban, en realidad, enfermas de estas cuestiones.

Como que las sentenciaba.
Sí. Y eso me ha pasado varias veces. Y es un poco peligroso. Parece que el artista tiene una sensibilidad ahí que percibe, tiene una cierta intuición…

Como un profeta.
Sí. Y, lamentablemente, me pasó con mi papá, por ejemplo. Yo hice un cuadro el 2013, de mi familia, y el cuadro era totalmente negro, oscuro, y a mi papá lo pinté con una cosa en la cabeza. Una manta, una cosa así. La verdad que cuando vi la imagen, yo pensé que mi papá estaba enfermo. Incluso, sabía en ese momento de qué estaba enfermo. Al poco tiempo le diagnosticaron un cáncer y falleció. Eso me ha pasado un par de veces.

¿Fue rápido?
Sí. Felizmente, por un lado, fue rápido. No tuvo que pasar esta cuestión de tratamientos tan largos.

De años.
Sí. Lo operaron y al mes murió. Fue cáncer al páncreas, fulminante. Pero, al menos, tuvo la dignidad de estar entero, de valerse por sí mismo. Porque tú sabes que cuando la enfermedad avanza la gente es casi un guiñapo, no puede hacer nada. Pero él, incluso, iba a trabajar. Estaba normal, en apariencia física.

Hay un cuadro acá, en tu exposición, Descendimientos (2014)…
Sí.

…en el que justamente tú estás sosteniendo a un hombre y delante de los pies de este hombre hay otro Iván Fernández-Dávila.
De algún modo, sí.

¿Estás sosteniendo a tu padre en esa (obra)?
Sí, exactamente. De eso trata ese cuadro. Porque lo tuvimos que bajar cuando ya se puso mal. Bajar cargado. Fue una cosa bien fuerte.

Pero es un cuadro con bastante luz.
Sí.

A pesar de lo triste del hecho.
Sí. Pero es intenso. Los rojos, los naranjas y la carga. Y si reconoces las figuras, está Darwin, Schopenhauer. Por ahí hay otros encaletados. Entonces, es una reflexión del ser humano, de lo efímero, de a qué vamos, en qué terminamos. Y es, también, un homenaje.

Sí. ¿Tu padre…
Un cuadro fuerte.

…también era pintor?
No. Trabajaba en el mundo de las finanzas. No tenía nada que ver con el arte. Pero era una persona muy sensible. Como yo, también, escribo, él empezó a leer los libros que yo compraba, de mi biblioteca. Se volvió un gran lector.

Como Trópico de Cáncer (1934).
Trópico de cáncer, claro. Antes de morir él leyó el Quijote, por ejemplo. Y cuando él ya no podía leer mucho por su cuenta, mi mamá le leía. Y lo llegó a terminar. Leyó a Lawrence Durrell, leyó casi toda la obra completa de Henry Miller. ¡Muchos libros! A Vargas Llosa, Faulkner, Hemingway, Paul Auster.

Era un hombre de finanzas, pero culto.
Muy culto y muy sensible. Yo compro muchos libros y no los leía todos. Y él, a veces, leía libros que yo todavía no había podido leer. Y me recomendaba cosas y hablábamos de libros.

La mayoría de hombres de finanzas no tiene intereses intelectuales.
A veces, no. También por un tema de tiempo. Pero mi papá se daba el tiempo para poder siempre estar leyendo algo. Leía mucho a Gao Xingjian, también, el Premio Nobel chino. Se reía mucho leyendo a García Márquez, por ejemplo. El amor en los tiempos del cólera (1985) le divertía muchísimo. Y Henry Miller lo hacía reír bastante. Sí, le encantaba Henry Miller.

Él decía que te habías hecho artista justamente por la primera página de Trópico de Cáncer.
Sí, él me decía eso, él creía eso: que me había influenciado tanto, que yo había vuelto mi vida un poco a lo Miller. De repente él, como no podía tener esa vida, como ya era un hombre de familia y trabajaba en empresas de finanzas y tenía un horario, él vivía esas aventuras a través de las novelas de Miller. Y yo sí podía vivir ese tipo de vida, como hasta ahora la vivo, ja, ja…

¿Y es cierto o no lo que creía tu padre?
Puede ser que me haya influenciado, de algún modo, pero no fue por eso. Yo me volví pintor por una necesidad de expresión. Yo escribía poesía, básicamente, hace muchos años. Pero en un viaje que hice justamente por el trabajo de mi papá, que lo mandaron a trabajar a Arequipa, fui a visitarlo un verano. Yo estudiaba en la Católica. En el verano del 2003 fui a visitarlo y sentí que no me bastaba con la palabra. Entonces, empecé a garabatear unos sobres. Es lo que decía Rembrandt y lo que decía Carlos Alonso: el artista lo que persigue es la poesía. Se basa en distintos métodos: de la imagen, del sonido, de la palabra. Y empecé a garabatear, a hacer muchas formas y desde ahí no paré.

Tú que has hecho poesía, ¿qué pensaba tu papá de tu poemario Séptima epístola a Martín Adán?
Le parecía muy fuerte. Un poco triste algunas cosas, pero es que yo soy medio solitario, aunque no creas. Nunca me he comunicado mucho.

A pesar de todas las mujeres desnudas en tu pintura.
Eso no tiene mucho que ver, porque la soledad es una cosa más profunda. Lamentablemente, nunca me he comunicado mucho con mi familia. Hemos hablado y creo que hemos tenido una relación cordial siempre, pero como que nunca nos hemos sentado a profundizar ciertas cosas. Entonces, en el caso de mi padre, pues, me ha conocido a través de mi obra, más que nada. De mi obra escrita, que es más directa, totalmente, y de la obra pictórica que llegó a ver mucho, también. El arte no puede mentir, pues. En la poesía uno se confiesa, prácticamente. Y en la pintura, también. Es lo que le pasaba a Picasso, por ejemplo, con sus amantes.

Tú dijiste en un momento que “la pintura puede ser sádica”. ¿Hasta ese nivel?
Sí, por supuesto. Por eso te decía, cuando subo al taller, como que me preparo a recibir una golpiza, a pelearme ahí y luchar. Por ahí va el asunto del sadismo.

Estabas mencionando algo de Picasso.
Sí. Cuando decía que la pintura no puede mentir. Picasso, por ejemplo, tenía muchas amantes. Y él, cuando estaba enamorado de alguna mujer, los rasgos aparecían en los cuadros. Entonces, no lo podía ocultar. Cuando él ya tenía otro amor, este nuevo amor aparecía en los cuadros. Otros rasgos. Entonces, sus parejas anteriores se daban cuenta, que había estado por otros lados. Él no tenía que decirlo y, seguramente, trataba de ocultarlo, ¡pero la pintura lo delataba, pues! No se puede mentir. Un artista no puede frenarse, tiene que ser auténtico.

Claro. Y en Expresionismos, tu última exposición, ¿qué de distinto hay respecto a tus exposiciones anteriores?
La apuesta por el color, más decidida. Y la carga matérica, también. Y el título, de por sí, refleja eso. Es como decir “esto es”. Es un expresionismo clásico, de algún modo. Sin embargo, la novedad, también, es que he incluido personajes históricos, pensadores, filósofos.

A Sartre lo he visto.
Sartre, sí. Que, de alguna manera, me han influenciado. Porque mi pintura siempre es biográfica. Hasta este momento, hasta esta exposición, no había aparecido gente que, también, forma parte de mi biografía intelectual. Porque yo soy una persona que le interesa mucho el estudiar. Me gusta estudiar filosofía, ciencias, antropología. Entonces, ese tipo de personajes, en algún momento, iban a tener que aparecer. Porque ellos, también, han influenciado lo que soy yo. Por ahí está Sartre, Heidegger, Kierkegaard. En este cuadro que se llama La imposibilidad del ser, por ejemplo, he puesto a los existencialistas. Por eso, justamente decía La imposibilidad del ser. Por más que Heidegger escribe a Sartre diciéndole: “Yo no soy un existencialista” y todo lo demás, pero, en el fondo, lo es. Porque ¿quién se dedicó más al estudio del ser que Heidegger en el famoso libro El ser y el tiempo (1927)? Tiene que ver con eso. Aparece por ahí Schopenhauer, también. Aparece Diógenes sin ojos. Que es este gran filósofo cínico, que la historia oficial de la filosofía siempre ha tratado de reducirlo a meras anécdotas. Porque nosotros lo que hemos seguido es a la tradición platónica, aristotélica. ¿Pero qué hubiera pasado si hubiéramos seguido la tradición cínica, probablemente? No se cómo sería este mundo. Diógenes se paseaba de día con su lámpara y le preguntaban por qué y él decía: “Porque busco un hombre libre”. Yo lo retraté con su lámpara, pero sin ojos. Le quité los ojos. ¿Para qué?

Para que nunca lo encuentre.
Exactamente. Como diciendo que nunca lo va a encontrar. Porque en esta época no creo que pueda encontrarlo. Y atrás está la iglesia incendiándose. Que habla un poco del fanatismo. El gran lastre del ser humano, para mí, siempre ha sido ese: el fanatismo.

¿Y de qué tiene que liberarse un pintor en esta época para ser libre? Si es que puede llegar a serlo.
Tiene que liberarse de las exigencias externas. Tiene que olvidarse del mercado, tiene que olvidarse de sus padres, tiene que olvidarse de su pareja, tiene que olvidarse de todo. No quiero decir con esto que renuncie a todo eso sino a que produzca arte sin importarle lo que piensen ellos, sin importarle si va a tener recepción en términos de mercado o no. El artista, en general, debe ser auténtico, tenga la manifestación que tenga.

¿Tú eres un artista auténtico?
No sé si me corresponde a mí decir eso, pero trato en lo posible de actuar y de pintar de la manera más honesta que pueda.

¿Hay cuadros que han quedado fuera de esta exposición?
Siempre hay algunos que quedan fuera y es una cuestión de selección, más que nada.

Muchísimas gracias por la entrevista. Que tengas mucho éxito, muchos visitantes, y espero que podamos conversar en otra oportunidad. Eres un hombre inteligente y te felicito por tu arte.
No, Gianmarco, gracias a ti por el interés.


martes, 5 de mayo de 2015

Beatrice Velarde


“La muerte es algo que está muy presente, siempre”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


La vida de la fotógrafa peruana Beatrice Velarde es fascinante. Ha conocido 43 países gracias a su trabajo y en algunos de ellos ha vivido durante años. En la India, por ejemplo. Según la destacada fotógrafa, no hay otro país igual de diverso e inaccesible. Por eso, actualmente, está realizando en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega la exposición Sadhus, Divina Santidad, sobre estos llamativos personajes que son considerados santos en aquella ultrapoblada nación: los sadhus.

Aparte, gracias a su foto Monje budista sirviendo sopa de arroz, Velarde ganó el concurso internacional de fotografía e-Dreams (España, 2008), por lo cual recorrió durante dos años el mundo árabe, la India y el sudeste asiático. Además, ha sido corresponsal de prensa extranjera, fotógrafa forense, ha colaborado con Getty Images y ha expuesto su reconocido trabajo en Tailandia, Corea, México, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay. Asimismo, suele dictar talleres de fotografía en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en el Centro de la Imagen.

Mientras dialogamos con la fotógrafa en la sala de su acogedor departamento miraflorino, su esposo, el talentoso artista chileno Eduardo Echeverría, escucha atentamente todas las historias de su mujer -quien parece haber vivido muchas vidas en una sola-.


Muchas gracias por la oportunidad. Es un gusto estar acá. Quería empezar citando a Diane Arbus, para ir (luego) hacia la exposición. Arbus dijo alguna vez que “una fotografía es un secreto sobre un secreto. Cuanto más te cuenta, menos sabes”. Entonces, lo que yo quería preguntarle era, de sus fotos de la exposición Sadhus, Divina Santidad, qué es lo que le…
¿Quién da esa cita?

Diane Arbus.
Una capa. En ese aspecto, más allá de la exposición, yo te puedo decir que tengo la misma sensación que ella: que cuando más te metes, menos entiendes.

Sus fotos, ¿qué nos muestran de la India? ¿Qué secretos y cosas no podríamos ver de la India?
Tú me hablas de la exposición en sí.

(Asiento con la cabeza).
Es un mundo bien poco accesible. Los sadhus, para los hindús, son como santos o santones. Yo siempre los he visto como mendigos. Ahí (en el catálogo de la exposición) lo pongo: mendigos profesionales.

Vagabundos profesionales.
Sí. Me decían que el Kumbh Mela que se da cada doce años es el mega Kumbh Mela. Cada cuatro años se da uno chico y cada doce es uno grande. Y para esos bajan todos estos sadhus que viven ya más alejados. Estos mendigos cotidianos están afuera de los templos, pero los que viven en cuevas, bosques, que están superalejados, bajan de todos estos lugares para encontrarse con sus iguales en la Kumbh Mela.

Deben ser miles.
Miles, pues. Centenares de miles. Bajan todos y se congregan ahí. Yo no sabía esto hasta que he estado en la India y cuando me enteré, no podía perder la oportunidad. ¿Has visto ese texto (del catálogo donde dice) que tuve que enfrentar todos mis prejuicios? Y era una cuestión estética que me interesaba. Son unos personajes bien vistosos. Entonces, fui hacia allá, pero al principio no tenías dónde quedarte, como turista. Los pocos turistas que resistían se iban a veinticinco kilómetros, a una ciudad que se llama Rishikesh. Me daba claustrofobia, porque cien mil personas diarias circulaban por ahí. Los sadhus habían puesto sus carpas y se habían instalado los tres meses. Y no hay muchos hoteles. Los que había te cobraban… Porque era la temporada alta. Cada doce años tienes esa temporada, ¡imagínate cómo son los precios! Entonces, había dharamsalas donde la gente se podía quedar. Pero solamente hindús.

¿Un dharamsala es un hotel?
Refugios para peregrinos hindús. Son unos lugares con patios, rodeados de habitaciones, donde en cada habitación hay varias familias. En el patio es como una estación de tren de India, así de gente. Pero solamente se pueden quedar tres días. Yo tenía un amigo yogui que su familia estaba ahí y consiguió que, por favor, por una excepción me dejaran (quedarme). A los tres días me echaron. Pasé de todo. En el interín, yo estaba con la costilla rota. Me había roto una costilla y me voy a Delhi a chequear, porque decía: “No puede ser que me esté doliendo tanto”. Llego a Delhi un viernes y me dicen: “Se tiene que internar y el sábado le hacemos la radiografía”. “¿Pero cómo me van a internar para hacerme una radiografía?”. Pero yo dije, al final, es para sacarle plata al seguro. “Ya, me quedo”. ¡Y me durmieron hasta el lunes! Me metieron no sé qué cosa y desperté el lunes. Los doctores se fueron de fin de semana y amanecí el lunes totalmente drogada. No podía ni caminar. Tomaron la radiografía y me llevaron hasta la puerta. No podía ni siquiera tomar el tren. (Fui) a la embajada de Perú. No podía hacer nada. Felizmente, en la embajada me acogieron. El cónsul me armó una cama en su oficina y me quedé.

Lo que no entiendo es en qué momento se fractura la costilla.
Eso es mucho antes. Te estoy contando de la Kumbh Mela. La cuestión es que regreso y…

Cuando va a tomar las fotos a los sadhus, ya estaba…
Ya estaba con la costilla rota. Pero cuando regreso de ahí, en Delhi, me ataca un mono un brazo. ¡Imagínate! Me pasó de todo. Y me vuelvo a ir con la familia del yogui.

¿Le muerde el brazo?
Sí, me lo mordió un mono. Me atacó. Lo tocabas (el brazo) y era como tecnopor. Y me voy donde la familia del yogui. En el mismo cuarto, en dos camas, dormíamos todos. Era el hermano de mi amigo, más los dos primos, la mamá, la tía. Todos en el mismo cuarto. ¡Era terrible la situación! Igual, yo todos los días iba chequeando a los sadhus, los iba viendo, a la distancia, buscando a los más pintorescos. Son inofensivos. Pero como no podía cargar la cámara en ese momento, era como que ayudaba para que se vayan habituando a verme. Hasta que encontré un grupo al lado de un árbol, cerca al Ganges. Un día me pasaron la voz y yo dije: “No”. Yo iba con mi bitácora, escribía. Hasta que en una de esas sí comenzamos a conversar y, al final, me integré ahí. Me paseaba por todos lados, pero mi base de operaciones terminó siendo con ellos. Y me quedé los tres meses con ellos, durmiendo bajo un árbol. Una cosa impresionante. Y te das cuenta que, en verdad, son unos personajes… No los entiendo mucho. Definitivamente, nunca los voy a ver como santos, pero sí era gente muy bien intencionada. Estos, en particular. Había de todo. De ahí a santidad, no. Igual aprendes mucho. Es un mundo inaccesible. Todos son hombres. Calatos, la mayoría. No hay mujeres. Las mujeres ni se acercan.

¿No han tenido ningún reparo de estar frente a una mujer desnudos?
No tienen ningún reparo de estar desnudos. Ninguno. Es su idea de desprendimiento. Mi propuesta (de la exposición fotográfica) a lo que va es que estos patas andan desnudos por símbolo de desprendimiento, pero si tú los ves están llenos de collares y relojes. Ellos, supuestamente, no pueden tener ni familia ni negocios ni nada, pero dicen que sí pueden tener dos celulares. Y están llenos de cosas. Entonces, al final, son superfashion. Por eso es que a la exposición le puse Divina Santidad: porque son santos que son unos divinos. Otras veces, están que se intercambian el collarcito, la pulserita, el relojito.

¿Tanto los jóvenes como los mayores?
Sí, los mayores más.

¿Más, todavía?
Tanto jóvenes como mayores. De los dos. Hay de todo.

Parecen personajes dignos de una película.
Claro. Ellos se la pasan fumando hachís.

Maquillados. No todos.
No están maquillados.

Acá (le enseño a Beatrice una de las fotos del catálogo de su exposición, donde aparece de pie -acompañado por un hombre y un niño sentados- un adolescente alto con turbante rojo, numerosos collares, y con la cara, las orejas y el cuello blancos, como si se hubiera echado talco). ¿Esto no es maquillado?
No está maquillado.

¿Acá, tampoco (le señalo otra foto donde un hombre desnudo, de pie, con el cabello largo y amarrado, bigote, barba, y que tiene la cara muy blanca)?
No. Lo blanco es ceniza de sufones. Esta cuestión de los fuegos se la ponen encima. Es como nosotros, que nos ponemos bloqueador. Ellos se cuidan con esto. Los ojos no están maquillados, lo que pasa es que como le queda ese pedazo, parece. Son seguidores de Shiva. En la India hay un dios, un hijo que es Brahma, pero está representado entre 330 millones, entre dioses y demonios. Y cada uno tiene su diseño. Entonces, cada mañana los hindús van y hacen su ofrenda a los dioses y se ponen el símbolo de su dios. Todos diferentes. El de Shiva son unas rayas con tres puntos, pero Vishnú es un trinche.

Todo eso lo ha ido aprendiendo desde el año 2000, que llegó por primera vez a la India.
Sí. Pero te digo una cosa, para serte honesta: la religión hindú es lo que menos me interesa. Me interesaba mucho esta parte estética de ellos, pero como religión… En la India lo interesante es que si tú cambias de región -como irte de Ica a Lima o a Arequipa-, cambias de idioma, de religión. Te tomas un bus: al siguiente punto son musulmanes. Y de ahí te vas: son budistas, son sikh, son jainistas. Diferentes religiones. El hinduismo me parece muy empalagoso, lleno de rituales. Aparte, tiene esta cuestión del sistema de castas, que es terrible. Si te toca ser barrendero, tu hijo va a ser barrendero, tu nieto va a hacer de barrendero y toda tu descendencia va a ser barrendero.

Eso es según el hinduismo.
Ese es el hinduismo. Yo tengo mucha más afinidad, me parecen bien locos, los budistas. Me parece que están en otro vuelo. Las enseñanzas de Buda no las puedes comparar con Krishna, Shiva y todas esas cuestiones. Pero los musulmanes también me atraen, su cultura. Antes de llegar a India, el último viaje era de dos años. El primero estuve seis meses en los países árabes. Los musulmanes, no sé por qué, a pesar de las cosas con la mujer, todo, me encantan. Los sikh es otra religión, la de los turbantes, que yo me imagino que es una buena religión, porque realmente son supersolidarios. Son gente súper, no sectaria, siempre defendiendo al más débil. En los lugares donde ellos están la gente no pasa hambre en la India. Dan de comer gratis a multitudes. Es una buena religión. Entonces, sin querer queriendo, este último viaje de dos años era como un viaje a través de las religiones. Porque marcan la idiosincrasia de cada lugar y todo.

Claro. La religión en esos países pesa muchísimo más que acá.
En la India los católicos están en Goa, que es un antiguo enclave portugués de este tamaño (hace un círculo muy pequeño con sus manos). Es el Estado más chico de la India y es supertolerante. Ahí está la gente en heroína, en ácidos. Ese es el Estado donde van todos los turistas del desmadre. Es el único.

En la India surgieron el hiduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Cuatro religiones.
Los jainistas, por ejemplo, son como esos que andan calatos. Ya son una cosa extrema. Caminan calatos con un pañuelo de plumas de pavo real que va limpiando la vereda, por si pisan accidentalmente un insecto. Y andan con esas cosas antisépticas, esas máscaras, por si se comen una bacteria.

Creen que van a encontrar ántrax.
(Creen) que van a poder hacer daño ellos. Es su forma de cuidar. No porque les pueda pasar a ellos sino por ellos cuidar. No pisar un insecto: ya son un poco extremos.

La India, siendo el segundo país más poblado del mundo, el sétimo más extenso, que tiene más de 1 240 millones de habitantes, y es tan religioso, tiene mucho analfabetismo y mucha pobreza.
Está a nivel de extrema pobreza y de superhambruna. Pero, también, es una potencia nuclear.

Hay dos Indias, en verdad.
Hay millones de Indias. A India no la puedes ver como una, si cada Estado es diferente. Lo primero que yo aprendí en India es no emitir juicios, porque hay muchas Indias, muchas facetas. Es un país impenetrable. Es imposible entrar. Puedes un poquito, por la parte más superficial. Yo he viajado por la india y cada vez que he ido entiendo menos y cada vez te das cuenta que es imposible penetrar. Es diferente a cualquier país. La otra vez saqué la cuenta y conozco cuarenta y tres países.

Me interesaba mucho este personaje de su portada del catálogo. ¿Tiene alguna historia en especial?
Sí, este es el Cheli. Cheli significa “aprendiz”. Antes de ser sadhus, los rapan el pelo. Su primera iniciación es así (señala la portada), con el pelo rapado.

Es un aprendiz de sadhu.
Claro. Entonces, después que recibe las enseñanzas, supuestamente, de su maestro sadhu, ya nunca más se corta el pelo. Deja que le crezca, pero al principio se lo rapa como una iniciación.

¿Y su maestro tiene que ser de su familia o puede ser un extraño?
No son de la misma familia. Ellos renuncian, salen de la familia y, entre ellos, hacen su propia familia. Este, por ejemplo, era el más joven, tenía catorce años. Puri Ghidi se llamaba.

Bien delgado.
Y estos son sus dos protegidos, que eran mayores que él.

¿Cómo? Él los protegía a ellos dos.
Sí, él era el maestro de estos dos.

¿Y cómo llegan a ese estado?
¡Incomprensible! Este (señala a otro personaje del catálogo) era el único que hablaba inglés y que me traducía todo. Él me enseñó muchísimo. Cuando nos conocimos, siempre me decía: “Sister and brother”. Y me enseñaba hindi. Todos los días tenía que aprender hindi, con lo poco que me importaba. Porque el hindi para coloquiar, para comunicarte…

¿Hindi?
Hindi, el idioma de la India. Sé algunas cosas, pero él me enseñaba el “Shiva language power”, el hindi. Todos los días tenía que aprender y no me interesaba en lo más mínimo. El hinduismo es la única religión, de todas esas, que no me produce ninguna inquietud.

Pero igual tenía que escucharlo.
Lo repetía como un loro. Me enseñaba como si estuviera aprendiendo el Padre Nuestro. Aparte, si quería ser mi gurú, estaba todo bien. Si lo hacía feliz… Con él yo compartía el árbol. Era mi roommate de árbol, ja… Este de acá (Beatrice señala otro personaje de su catálogo) tenía una amante. Se llamaba Kanga Akiri. Se pasaba todo el día con nosotros, pero en la noche lo echaban del sitio, porque no podía dormir con su amante.

¿Él iba a buscar a la mujer?
La mujer estaba con él todo el día. ¡Todo el día! Le soportaban a la mujer durante el día, pero en la noche, chao. ¿No ves que en medio del desprendimiento tenían tele? Se mudaban. Este era un grupo -con los que yo me quedé- que venía del centro de la India. Tenían como un ashram. No es que vivían aislados en una cueva sino que era casi una comunidad. Y venían en camión, con todo: su tele, sus alfombras para instalarse bien, sus telas.

Toda esta experiencia la está plasmando, ahora, en un libro.
He cancelado la presentación. Iba a ser el 5 (de mayo), pero la verdad es que quiero revisarlo mejor. Los últimos meses he escrito bajo tanta presión que la exposición mía la tenía abandonada. He ido el sábado desde la inauguración. Entonces, la he postergado hasta después. Está escrito ya todo, pero quiero revisarlo, dejarle la carnecita.

Editarlo.
Claro, editarlo. Pero el tema con los sadhus es un capítulo. Uno de los tantos. El libro no es sobre esta experiencia. Está dividido en dos partes. La primera, cuando fui la primera vez, había cumplido recién treinta años. Y me quedé un año. Y después regresé. Diez años después, justo cuando había cumplido cuarenta, y me quedé ocho meses. Pero era (parte de) este viaje que hice, de dos años. Porque venía de los países árabes, antes de Grecia, conozco el sudeste asiático. Entonces, son diez años de diferencia en que yo cambio, el país cambia, la fotografía cambia. Al principio, fui con una cosita (cámara fotográfica) así, hace quince años, y la segunda vez fui con una más moderna, ya digital. Pero, al principio, estaba con que rebobino el rollo, y después estoy cargada de tecnología. Hay una diferencia entre los dos (viajes) y está bien divertida.

¿Y ya pudo aceptar la era digital con naturalidad? Porque escuché que usted se había deprimido cuando recién apareció la fotografía digital.
¿Cómo sabes eso?

Porque usted estaba más con lo analógico y por eso es que, un poco, entró a la fotografía forense.
¡Has estado averiguando bien! Sí. Más que estaba con lo analógico, es que yo tengo una técnica con la fotografía, de luces y sombras. La tenía mucho más marcada con lo analógico. Con el sistema de zonas, de exposición. Tenía mi técnica. Las cámaras digitales, por más que las calibraba y las seteaba como me gustaba hacer, te corregían. Todo el tiempo me corregían. Nunca podía hacer lo que yo quería, porque la cámara metía su cuchara. Y todo el mundo se volvió fotógrafo de pronto. Pasé una época en que no quería saber nada del tema. Yo siempre tenía una fantasía… Sophie Calle, una artista francesa que tiene proyectos bien locos: ella dice que no es fotógrafa, que ella es artista nomás, pero hace mucha fotografía. Ella mandaba que un detective la siguiera, que ella no supiera, y después, que le mandaran las fotos. Su madre había contratado un detective. A mí siempre me pareció genial, pero por más que tanteaba, comentaba, a ver si alguien lo hacía, nadie nunca me puso un detective. Cuando empezó esta cuestión de lo digital, dije: “Es buen momento de hacerme yo detective”. Yo viví en Chile dos años y había ido a una escuela de detectives allá, porque hay bastantes. Pero pensarían, pues, que yo soy una espía, porque me miraban así como: “No se puede. Ahora no se puede”. Me metí (a una escuela de detectives en Lima), pero recontrachicha. ¡Divertidísimo! Ha sido el año más divertido. Tipo Sherlock Holmes recontrachicha. Lo más chicha que te puedas (imaginar), en la escuela que era en jirón Camaná, con policías que te enseñaban, primer curso: los derechos que uno va a violar. El siguiente curso era cómo violarlos y el tercer curso era cómo salir bien parado si te pillan. Te estoy hablando de gente de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú). De PIP y de Inteligencia. Había un curso que se llamaba “Armapol” y era como artes marciales para policías. Artes marciales, pero con pistola. No había sitio en la escuela, entonces, nos llevaban a un parque. Yo era la única mujer. Y salíamos corriendo: “¡No se puede! ¡Sí se puede! ¡No se puede!”. Y yo, en el medio. Decía: “Que no salga nadie de El Comercio porque me conocen todos. Que no me encuentren”. Atravesábamos así, la plaza San Martín. ¡Era una cosa increíble! ¡Divertidísimo! Y allí todos querían ser detectives privados, porque ahí estaba el billete: para ver ampays, ver si te sacan la vuelta. Ni cagando en esas huevadas. ¡Qué mal karma! ¡No me voy a meter! Tipo La Urraca (Magaly Medina). Y ahí fue que me metí a la parte forense. Fue muy interesante. No sabes lo que era. Cómo nos tenían en la morgue. No sé si se ha cambiado, porque justo gané un premio, que fue el de este viaje.

E-Dreams.
Sí. Pero no sabes lo que era. Allí tomaban con negativo. Esperaban cubrir 36 muertos -olvídate, ya estaban apestando- para mandar a revelar el negativo. Cuando tenían el revelado con las copias, esas copias las escaneaban hasta la OEA.

¿Con rollo Fuji?
No sé qué rollo era. Cualquiera de los rollos, pero la cuestión es que las escaneaban supermal. Ni siquiera estaban en red. Las mandaban al patólogo. Y cuando él terminaba, las mandaban al médico forense. Pero yo decía: “Tómenlo en digital y de frente mandan a todos por la red”. Eran tan malas las fotos, que había gente que no reconocía a sus muertos, pues. Era terrible el tema.

En una (entrevista) usted dijo que siempre ha estado rodeada de la muerte.
Sí. Para mí, la muerte es algo que está muy presente, siempre. Aunque últimamente la tengo medio olvidada. Debería tenerla más presente. Porque ser consciente de ella es lo que te permite vivir más. Día por día.