sábado, 17 de julio de 2010

Giannina Segnini



“El dinero mueve cosas espeluznantes”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


A sus jóvenes 36 años, Giannina Segnini, periodista del diario La Nación de Costa Rica, y coordinadora de la Unidad de Investigación de dicho medio impreso, es ya una de las mejores periodistas de Latinoamérica. Gracias al gran trabajo de investigación que realizó junto a Ernesto Rivera en la entrega periodística El proyecto Finlandia, obtuvo el Gran Premio SIP a la Libertad de Prensa 2005, otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Este reportaje reveló la corrupción en el manejo de licitaciones de equipo médico por 39,5 millones de dólares por parte de la estatal Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) a un consorcio médico finlandés, a cambio de retribuciones ilegales de millones de dólares. Este caso condujo al encarcelamiento de dos expresidentes de Costa Rica: Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez -este último tuvo que renunciar al cargo de Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) por tal motivo-. Y a un tercer expresidente, José Maria Figueres, le fue abierta una investigación judicial. Además, por la misma investigación Segnini obtuvo el Premio de Periodismo Ortega y Gasset 2005 al mejor trabajo de investigación o reportaje -que otorga el diario El País de España-, junto a Ernesto Rivera y Mauricio Herrera. También obtuvo el segundo lugar -con Rivera y Herrera, nuevamente- en el IV Premio a la mejor investigación periodística sobre un caso de corrupción el año 2005, auspiciado por el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) y Transparency International Latinoamérica y el Caribe (TILAC), al demostrar el pago de comisiones al alcalde de San José por parte de la empresa canadiense EBI con el fin de obtener la operación del relleno sanitario de la ciudad. Con esta valiente y reconocida mujer de prensa costarricense conversamos acerca de su importante labor profesional, que es modelo de periodismo de investigación para Latinoamérica entera.


Básicamente, ¿cómo empezó tu investigación que resultó en la renuncia de Miguel Ángel Rodríguez? ¿Cuál fue el punto inicial?
El punto inicial fue una confidencia de una persona involucrada en un negocio que había salido afectada de ese negocio. Ni la misma fuente original ni nosotros imaginábamos que el asunto iba a desembocar en la renuncia, en la vinculación directa de expresidentes y personas de ese nivel. Era totalmente inesperado en el momento en que se inició. Entonces, la investigación consistió en seguir jalando hilos que no sabías donde te llevaban pero que, al final, desembocaron en eso.

¿Esa es la investigación más grande en la que has trabajado?
Ciertamente, sí. Hay otras más grandes y complejas que ésta, pero en cuanto a impacto es ésta.

¿Y ahora estás trabajando en alguna nueva?
Sí, ahora estoy trabajando en una menos impactante y glamorosa.

¿Otra donde estén tratándose expresidentes?
No creo. Ya no quedan, además, ja, ja…

Ja, ja…
No quedan vivos. No creo que tenga que ver con eso, pero es de mayor aporte social. Es de cómo se gastan los recursos públicos para la vivienda.

¿Y está, todavía, en proceso inicial?
Inicial, sí. Apenas estoy empezando. Hay que ver cómo manejas ese tema, también.

¿Cómo es el gremio de periodistas de investigación en Costa Rica: unido o cada uno actúa por su cuenta?
Realmente no es un gremio muy unido, que tenga causas ni intereses comunes. Cuesta mucho organizar el gremio de los periodistas, creo que en cualquier parte, pero allá es bien complicado.

¿Tu familia te apoya siempre en este tipo de investigaciones? Por ejemplo, cuando sabía ya que iba a tener repercusiones políticas grandes (lo del expresidente Miguel Ángel Rodríguez), ¿tu familia qué te decía en ese momento?
Obviamente, siempre se preocupan cuando ven que la repercusión es de ese nivel, pero hay un apoyo importante. Sin ese apoyo no podría trabajar.

¿Quién o quiénes son tus modelos para el periodismo de investigación?
Hay muchos y dependiendo de cuáles virtudes estamos valorando. Por ejemplo, en este momento, los periodistas en México que están investigando el narcotráfico: para mí, son dignos de admirar. Independientemente de los recursos y técnicas que utilicen. El solo hecho de tomar la decisión de investigar o meterse en esos temas -aunque no sea a nivel investigativo-, solo eso refleja una valentía impresionante. Luego, en la parte técnica, hay algunos grandes ejemplos: Gerardo Reyes y muchos periodistas que están haciendo -en Estados Unidos, concretamente- investigaciones muy agudas a partir de mecanismos muy sofisticados de análisis de información. Más que de recopilación, de análisis.

¿Sabías algo del periodismo peruano de investigación antes de venir a nuestro país?
Sí. De hecho, tuve la oportunidad de tener contacto con varios periodistas peruanos durante la crisis de (Vladimiro) Montesinos, que fue a dar a Costa Rica en uno de sus intentos de escape. Tuvimos alguna relación y vi que son muy sagaces. Es un periodismo impresionantemente agudo, insistente. Estoy altamente impresionada del interés que hay de los periodistas por conocer y seguir vías alternas. Ustedes no se rinden fácilmente -de lo que he podido ver y de los resultados que todos conocemos, además-. Definitivamente, solo con esos ingredientes puedes cocinar una cosa como la que han hecho ustedes: mucho se debe a la prensa la transición hacia la democracia.

Es que la corrupción está muy…
Entronizada, sí.

…institucionalizada en el Perú. ¿Es igual en Costa Rica?
Sí, claro. Lo que pasa es que eso no se sabía, vivíamos en un cuento de hadas y pensábamos que Costa Rica era el país más transparente -y, todavía, la gente sigue pensando eso-. No es que no lo sea, sí tenemos la ventaja de un poder judicial independiente.

Es una idiosincracia pacífica la del costarricense.
Sí, eso sí, no hay ejército. Eso ayuda mucho a que las cosas no se resuelvan con las armas ni la violencia, ¡pero corrupción sobra! Es decir, sobra trabajo (periodístico de investigación). No creo que haya un país que tenga más o menos (corrupción). Discrepo mucho aquí: me parece que el poder y el dinero son los principales motivadores de ese tipo de cosas. Claro que hay amiguismo, pero, al final, el dinero mueve cosas espeluznantes.

Muchas gracias por la entrevista, Giannina, y por estar aquí.
Con todo gusto. Gracias a ti, más bien.


Nota: esta entrevista fue publicada en la revista digital Sociedad Latina en diciembre de 2007.

domingo, 11 de julio de 2010

Catalina Montesinos



“Me he dado cuenta que sigo viendo”

Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

Un hermoso e imponente violonchelo sobre un reluciente piano negro. Ambos son parte del paisaje de la amplia sala familiar de la escultora Catalina Montesinos (Arequipa, 1943). Muchos CDs y libros de historia reposan sobre una mesa junto al sofá, donde converso con la artista. Aún es temprano, ha llovido esta mañana y el cielo limeño muestra imperturbable su acostumbrado gris. La señora Montesinos es amable, menudita y aparentemente frágil. Engañosa fragilidad. En el origen fue el barro, su exposición de sorprendentes esculturas en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú –que va hasta el 31 de julio- demuestra que ella posee una enorme fuerza interior que ya quisiéramos muchos tener. Parece que el hecho de no ver –físicamente, por culpa de una retinopatía diabética- ha incrementado la profundidad creativa de su alma y de sus manos de escultora. Por eso, ella ve más allá de lo real. Sus trabajos artísticos parecen salidos de algún sueño inquietante. Montesinos ha realizado varias exposiciones en Londres y ha recibido premios. Asimismo, ha sido entrevistada por BBC Radio 4 y BBC Servicio Mundial gracias a sus esculturas. Amante de la música y dueña de una gran memoria, la artista nos cuenta los orígenes familiares y personales de su apasionada labor con la arcilla.


Después de ver toda la exposición recién caí en la cuenta de que la había realizado una persona invidente y eso me pareció mucho más meritorio, porque se nota que había conocimiento del arte de la escultura. ¿Cómo así llega usted a realizar esta exposición en el Centro Cultural de la Católica?
Amigos me sugirieron la posibilidad de traer mi trabajo acá y exhibirlo en la Católica. Me pusieron en contacto con Alicia Morales, que inmediatamente se interesó. Hemos estado en conversación más o menos un año. Y ha tomado un buen esfuerzo traer todo, porque es difícil. Me he traído algo de 35 piezas, de las cuales poco más de la mitad son las más grandes, las otras son más pequeñas. Acá (en Lima) había una grande y muchísimas pequeñas. Uno de mis hermanos tenía una de las grandes. Ha sido un trabajo bárbaro. Enviudé hace muchos años, en el 83, y tengo amigas y amigos que me ayudan cuando hay algo como esto. Sin ellos hubiera sido prácticamente imposible.

Sus obras, ¿la gran mayoría las trajo de Londres?
Sí. Yo vivo en Londres desde finales del 68. Antes de eso viví en Alemania durante dos años. Me fui de aquí a Alemania. Y recién en Alemania…

¿Por qué motivo se fue a Alemania?
Estuve en Europa de muy niña, a los seis, siete años. Fui con mi madre a ver un médico que decía tenía cura para la diabetes. Ya había desarrollado diabetes a los seis años. Teníamos parientes por parte de mi padre en Alemania. Así es que fuimos un par de veces a Alemania y siempre me quedó el deseo de regresar. En general, a Europa. Desde un inicio me interesó el arte, la pintura.

¿Desde los cuántos años?
Siempre he dibujado, he pintado. Pero como tú, como cualquier niño. Recuerdo la primera vez que me llevaron al Rijksmuseum de Ámsterdam, vi un cuadro ahí que era la pintura de una señora: vestido de seda gris y tenía un chal de color negro con espalda al público, y el resto de la habitación muy en oscuro. Era tal la realidad, estaba tan bien pintada esa seda gris que corrí a tocarla. Y se armó un laberinto, como se puede imaginar. Siempre he tenido esa memoria y siempre quise pintar. Y lo hacía todo el tiempo. Por ejemplo, a mi padre, mientras estuvimos en Holanda, yo le mandaba dibujos y pinturitas, cuadritos, con lápices, como cualquier niño.

Se los mandaba desde Europa hasta Perú a su papá.
Sí. Eran unas hojitas de papel, simplemente. Entonces, siempre tuve el deseo de regresar a eso porque en casa habíamos crecido con cultura europea, libros, mucha música…

¿Usted pinta, dibuja o hace esculturas con música, siempre?
Sí. Con música. Siempre escucho música. La música me interesa muchísimo y es un elemento esencial en mi vida. Es lo que ha dictado donde yo vivo.

¿Alguna música en especial?
Difícil de decir. Me gusta mucho la música de cámara, coral, cuartetos orquestales también, pero creo que es la que menos escucho.

¿Ópera?
Ópera también. Mucho. Y tengo una linda colección. Pero lo que ha dictado que viva en Londres es precisamente eso. Estaba yo en Alemania y mi hermano mayor estaba en Francia. Él es médico pero también era violonchelista. Él fue becado a Francia para estudiar con un chelista muy famoso. Estando yo en Alemania empecé con problemas al riñón por mi diabetes. Inmediatamente me dijo: “Vamos a Inglaterra donde hay un magnífico especialista”, y me di con la sorpresa de que la vida musical de Londres es inmejorable, una maravilla. Y eso que cuando yo vivía en Alemania también había muchísima. Yo vivía en Munich. Eso decidió que me fuera a vivir a Londres a finales del 68.

¿Usted también toca algún instrumento?
No, yo era muy perezosa (sonríe). Me sentaron al piano a los seis años, pero no. Estudié creo que seis meses y después lo dejé, pero toda mi familia tocaba.

Es una familia con espíritu artístico.
Sí, mucho. Mi padre tocaba el chelo, mi madre tocaba el piano y mis hermanos –los dos- tocan el chelo. Ahora los sobrinos también tocan, pero no el chelo sino el bajo eléctrico y la guitarra eléctrica.

Y usted empezó haciendo pintura y ahora hace escultura.
Sí. Y eso fue a raíz de la pérdida de mi vista. Yo estudié en Londres en una escuela de arte, pero al segundo año empecé a perder la vista de un ojo debido a la retinopatía…

Era algo irreversible.
Se trata, pero con rayos láser. Las arterias y las venitas de los ojos son uno de los problemas. Se vuelven muy frágiles. Hacen hemorragias y van dañando más y más el ojo. Hay algo de edema, y eso se trata con rayo láser. En esa época, cuando me empezó, todavía no estaba el rayo láser, pero se trataba con algo parecido que era un tratamiento de luz, para el cual tenían que anestesiar. Yo, cada dos, cuatro semanas estaba en el hospital con anestesia total para obliterar esas venitas. Al cabo de unos años se empezó a usar el láser, que es muy rápido, muy efectivo. Desgraciadamente, yo tenía una forma de retinopatía muy violenta. Y perdí la vista en mi ojo derecho al cabo de un mes. Si el ojo se llena de sangre y esa sangre se va reabsorbiendo, es en ese momento cuando se ha reabsorbido lo suficiente en que usan el rayo láser para prevenir otra hemorragia. Pero se empezó a absorber y me venía otra grande y más grande, o sea que al final ya no se pudo hacer nada.

¿Hay algún pariente suyo que haya tenido…?
No. Soy la única diabética en la familia. De adultos, tíos de parte de mi madre han desarrollado diabetes, que es muy diferente. Mientras que yo lo he tenido desde muy niña, desde los seis años.


Extrañas formas del arte

De lo que he visto en la exposición hay partes de sus obras que son muy dolorosas, en la forma cómo las presenta usted. Otras parece que fueran del mundo submarino, como que uno estuviera nadando por el fondo del mar y comienza a ver formas extrañas. ¿Así las ve usted?
Sí. Y ese fondo del mar en realidad es mi subconsciente. Yo no empiezo una pieza con una idea preconcebida de qué es lo que voy a hacer. Empiezo con una idea muy vaga. Dejo que la arcilla me dicte y, con mucha suerte, logro conectarme con el subconsciente. Así es que nunca estoy segura de qué es lo que va a pasar, qué es lo que estoy haciendo, hasta el final. Y en algunas ocasiones, después de haber terminado una pieza y haberla tenido por ahí durante dos o tres años, de pronto algo ha sucedido que me he dado cuenta que eso lo he visto antes en algún sitio. Por ejemplo, me pasó con una pieza que no está acá -está allá (en Londres), vendida a una artista americana-, que hice y tenía para una exposición en Londres. La meto a la ducha -porque se llena de polvo-, la estaba lavando y de pronto he visto una imagen muy clara de una toma de una película que vi en el año 66, en París, de (Andrei) Tarkovski. La película era (Andrei) Rublev, pintor de íconos. Era una toma muy de cerca de unas raíces en un árbol, donde habían gusanos, plantitas, hojitas y cosas. Y me di cuenta que eso venía directamente de ahí. Es algo de lo cual yo no estaba consciente ni conectada en ningún momento, pero eso es lo que me produce la arcilla. Permite que esas imágenes salgan a flote. Hay algo en esos recuerdos que me hacen producir la pieza. Y es lo mismo con las otras, esas cosas marinas. Algunas han tenido su origen en un cuento de Ítalo Calvino, un cuento de Cosmicomics (1965). Es un escritor muy lindo.

Italiano.
Italiano, sí. Ese cuento (La distancia de la Luna) es la historia de la época en que la Luna estaba mucho más cercana a la Tierra. Entonces, en algún lugar en el mundo apenas veían que la Luna se estaba acercando salían en un barquito, un botecito, al mar, y cuando la Luna estaba directamente encima de ellos, ponían una escalera muy larga y trepaban. Y en la Luna recogían leche que extraían de la superficie de alguna manera, presionando, y eso me despertó una serie de imágenes que hasta ahora me estimulan tremendamente.

Sus motivaciones son bastante literarias, entonces.
Muchas veces sí. Poesía también. Líneas de poemas y palabras sueltas.

¿Siente que sus influencias son más europeas que peruanas?
Sí. Pero recién esta vez he visto muy claramente la conexión entre la cerámica peruana y lo que yo hago. Hay ahí algo muy fuerte. Es algo que debo haber absorbido en mi niñez, he crecido con eso. No se le da mucha importancia a la cerámica precolombina…

¿Usted vivió en la ciudad o en el campo de Arequipa?
No, en la ciudad de Arequipa. Mi padre tenía algunos huacos, ese tipo de cosas. Debo haber visto de niña, sé que he visto, pero nunca les di mayor importancia.

¿Hay ruinas por donde usted vivía en Arequipa?
En Arequipa no. Nunca he visto ruinas en Arequipa. Que yo sepa no hay.

Usted comentaba que sintió una ligazón con la cerámica peruana en lo que hace.
Sí.

¿Sobre todo con algún tipo de cultura precolombina como la Mochica o…?
No sé, eso sí no sé. Soy sumamente ignorante con respecto a la cerámica, en general. Inclusive en la cerámica de hoy, más moderna. Y eso en parte es lo que me permite ser totalmente libre. No tengo ninguna idea preconcebida, a lo que con la pintura –que es lo que hice y quería hacer. Quería ser pintora- ese fue siempre el problema que tuve. Porque estaba tan influenciada por la pintura europea y no tuve tiempo de desarrollar mi propia voz. En cambio, con la cerámica, apenas la toqué me ha dado una libertad absoluta. Absoluta. También lo que es sumamente importante es que no hay un intermediario entre mi mano y el material que he usado para trabajar -con la pintura siempre está el pincel o el lápiz, mientras que con la arcilla es directamente mi mano-. Y la arcilla responde mucho al toque, es una masita, y eso para mí es muy importante. Yo veo que, en realidad, talladora no soy. Aunque me gusta mucho la piedra, me gusta mucho la madera –no lo he intentado-, no me daría resultados tan positivos como me da la arcilla.

Resulta bastante onírico (su trabajo).
Sí. Mucho.

Y por ratos casi diría surrealista.
Sí. Absolutamente sí.

Me llamaron la atención estas hendiduras que había en muchas de sus esculturas. Hendiduras que parecían pequeños ojos y por ratos eran ojos de gato gigantes. Imaginaba que si en algún momento saliera una luz de adentro, serían esculturas alucinantes. ¿Qué significan estas hendiduras tan marcadas y grandes?
No sé. Hasta ahora no sé. Son cosas que suceden mientras las estoy haciendo y se tienen que quedar ahí. No siempre. A veces hay cosas accidentales, como hay en todas las artes.

Claro.
Y hay que saber reconocerlas. Porque a veces son accidentes muy fortuitos, muy positivos. He pensado a veces que son orificios por donde se absorbe algo o por donde también sale algo. Porque una de las cosas que me era muy importante -al principio sobre todo- es que mis piezas fueran abiertas y recipientes. Eso era sumamente importante. Y por dentro tenían que estar muy suaves al tacto, por eso las primeras piezas están vidriadas por dentro y no tanto por fuera. Por fuera son rugosas y de texturas muy, a veces, desagradables.

A veces parece que salieran gusanitos de sus piezas, también.
Sí.

Todo muy de conexión con la tierra, mucha naturaleza.
Creo que sí. Y eso también debe venir de mi niñez. Porque recuerdo que teníamos un jardín bastante grande y jugaba mucho con el barro y sacar gusanitos de la tierra. Teníamos un jardinero: hice que me preparara mi propio jardincito, donde empecé a sembrar. Sembraba frijoles. Pero no frijoles de comer sino que había unos frijoles manchados con marrón y blanquito, y eso tiene que haber tenido influencia. Sin ninguna duda. Y la otra cosa es que ahora, por ejemplo, con la ceguera (que tengo) en Inglaterra hay la BBC -y yo nunca he sido de televisión, aún cuando tenía mi visión perfecta, (sino) de radio-. Y la radio produce unas imágenes formidables, extraordinarias. Y (la BBC) tiene muchos programas sobre la naturaleza. Tienen gente que sale todos los sábados a las seis de la mañana y van a diferentes sitios. A veces es al estuario de un río, al mar o al bosque, y examinan las criaturas que hay ahí.

Como una expedición radiofónica.
Sí. Y tienen unas descripciones formidables.

Está escuchando a la BBC: estaba haciendo sus esculturas.
No tanto. Las escucho más bien a las seis de la mañana.

Lo que escuchaba: para todo el día le quedaba en la mente.
Sí. Y como no tengo estímulos visuales muchas veces algo que he escuchado en la mañana o en la noche se me queda en la mente. O los sueños: son muy importantes porque me he dado cuenta que influyen mucho en mi estado emocional, también. Y si son sueños desagradables, a veces es difícil salir de eso porque están ahí, permanentemente. Porque no tengo otro estímulo visual que me cambie eso. Puede ser un poco difícil, pero me he dado cuenta que sigo viendo. Tengo una buena memoria visual y sigo pensando como persona vidente. Toda esta habitación (la sala de su casa) la tengo a la vista. Me han dicho que hay un desorden espantoso, por los discos y…

Yo lo veo bien ordenado.
(Ríe) Pero sé cómo es el piano y los discos de mi hermano, el tocadiscos, la ventana, la puerta que hay al patiecito, al jardincito, la hornacina que hay ahí y al otro lado, etcétera. Son cosas que tengo muy grabadas y las veo. Las veo y así veo todo lo que hago, inclusive. Mis esculturas, mis cerámicas: me toma unas seis semanas hacer las grandes. Pero al final sé exactamente cómo se ven. Tengo una visión muy detallada de cómo es.

¿Sigue esculpiendo, haciendo más cerámicas?
Sí, ya lo creo.

¿Se ve hasta el fin de sus días haciendo cerámicas?
Sí. Totalmente. No hay motivo para parar.

Muchas gracias por la entrevista y espero conversar con usted en alguna otra oportunidad.
Ha sido un gusto.

Espero que mucha gente vaya a ver la exposición.
Ojalá. Es un buen sitio.

lunes, 5 de julio de 2010

Manuel Jesús Orbegozo






La guerra es atroz, en todos los sentidos”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Con gran amabilidad, el importante periodista peruano Manuel Jesús Orbegozo Hernández (La Libertad, 1923) -también conocido como MJO- me recibe en su casa de Surco. Un lugar donde se puede hallar recuerdos de todas partes del mundo, de sus incontables viajes como corresponsal, los cuales hacen que uno siempre esté pendiente de qué cosa nueva va a encontrar cuando pose la vista en un rincón u otro de su hogar. Conversando momentos antes de encender la grabadora, me muestra algunos textos literarios suyos en su laptop. Piensa publicarlos en un poemario. Me parecen buenos, y se lo digo. Orbegozo ha vivido tantas experiencias positivas y terribles gracias a su profesión, que uno siente estar conversando con varias personas a la vez. Lo más interesante de dialogar con él es que no busca mostrarse como un dechado de virtudes -defecto de muchos periodistas- sino como un ser humano verdadero, con momentos de luz y sombra. Reconocido por muchos, criticado por algunos, su labor en el periodismo nacional ha dejado huella durante décadas. En la siguiente entrevista, Orbegozo se explaya sobre muchos temas: su rápido ascenso en el mundo del periodismo, sus intensos -y, a veces, increíbles- viajes, las guerras, la educación en las universidades peruanas, política nacional e internacional; y en cada uno de ellos siempre mantiene una posición firme y clara, sin ambages. Puede uno estar de acuerdo o no con lo que dice o piensa, pero sin duda es alguien que tiene mucho que contar y a quien se debe escuchar con atención. MJO ha sido ganador de múltiples premios a lo largo de sus más de cincuenta años como periodista, catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, director de periódicos, autor de libros, Medalla Cívica de las ciudades de Lima y Trujillo, y sigue siendo amante de la fotografía -como se puede apreciar en la foto superior, donde MJO muestra muchas de las magníficas fotos que ha tomado en diversos países del orbe- y la literatura. Desde el año 2004 Orbegozo escribe su interesante blog El mundo, un día, el cual actualiza constantemente, a despecho de sus años. Él es así. Nunca dejará de sorprendernos.


¿Qué es lo más importante que le ha dado el periodismo en estos más de cincuenta años que tiene usted como periodista?
Te podría hacer un resumen, porque cincuenta años de una vida es sumamente largo. Mis comienzos fueron muy dramáticos porque, en primer lugar, yo nunca iba a ser periodista. Lo que pensaba en mi vida, antes de ser periodista, fue ser profesor. Justamente, yo trabajaba en un colegio como profesor de inglés y castellano, pero una situación muy especial hizo que pensara que el periodismo era una profesión hermosa, apta para mis sueños de muchacho. Tenía veinticinco años. Entonces, me decidí a ser periodista y el 31 de diciembre de 1950 amanecí aquí, en Lima, a buscar la forma de ser periodista. Yo no era nada. Jamás había escrito una noticia en Trujillo. No escribía noticias porque no tenía conocimiento, pero acá vine a aprender: quería ser periodista. Vine muy pobremente, con muy poco dinero. Me alojé en un hostal de tercera categoría, al frente de Palacio de Gobierno. Había un señor español que en Trujillo me ofreció ayudarme -a ver si me conseguía trabajo- y, efectivamente, me ayudó mucho para mantenerme porque él tenía un programa por radio: yo le volteaba las noticias, él las leía, y me daba el almuerzo o unas propinas. En 1951 pasé un año muy triste, muy dramático. Yo, el año anterior había ganado el Botón de Oro en poesía, en Trujillo, en un concurso regional. En las casas de alquiler alquilé ese Botón de Oro. Y lo más triste es que nunca lo pude sacar. Perdí el Botón de Oro.

Su primer premio.
El primer premio que tuve en mi vida. Así seguí hasta que ya tuve unos contactos, escribía por allá, por acá, una notita, otra notita. Me decían que escribía bien. Mi escritura desde un comienzo era medio literaria porque yo había leído muchísimo en mi niñez y pre juventud. Había leído muchos libros, novelas clásicas, y tenía una especie de ejercicio literario. Se hacía, acá, ese periodismo que ahora se llama periodismo interpretativo de creación -que interpreta algo y que, aunque no sea cierto, uno lo convierte en verdad-.

¿Cuál era su libro de cabecera, su libro preferido?
En esos tiempos leía mucho la literatura cotidiana porque -en la década del cincuenta- había excelentes periodistas en el Perú: Alfonso Tealdo, Pedro Ruiz Álvarez de Alvear, Pedro del Pino Fajardo, Del Águila. Había excelentes periodistas que eran como maestros de uno. Me quedaba leyendo esas cosas y eran suficientes para mí como aprendizaje. Eran lecciones de periodismo. No es como ahora que no encuentras una sola lección de periodismo. En esos días había lecciones de periodismo. Dije: “Voy a entrevistar a Ramón Castilla. Sí, me voy a entrevistar a Ramón Castilla”. Y me fui al monumento a Ramón Castilla -que es de (la Plazuela de) La Merced-, hice el ademán de que lo invitaba y me fui con él a la Plaza de Armas (de Lima). Nos sentamos ahí con Ramón Castilla, comencé a hacerle preguntas y él me contestó. Hice la entrevista, la escribí a mi manera utópica, la puse en un sobre y la envié a la revista Cultura Peruana. Era la mejor revista que se editaba en el Perú en esos días. Al mes -porque era mensual- fui a un puesto de revistas, encuentro mi entrevista publicada, y al pie: “Manuel Jesús Orbegozo”. Y no me conocían. Entonces, me acerqué al director de la revista y le dije: “Señor, yo soy Orbegozo”. “¿Qué deseas?” "Yo soy el que…". “¡No te creo!”, me dijo. "Sí -le dije-, yo soy". “Bueno, te felicito. Mañana llega Yma Sumac a Lima. Hazle una entrevista a Yma Sumac”. (Sonríe) Yo, sin saber ni escribir, ya era periodista. Entrevisté a Yma Sumac, quedó bien la entrevista y comencé a trabajar, a partir de ese momento, en esa revista. Era la mejor revista del Perú. Al cuarto mes el diario La Crónica me llamó para escribir una página, una entrevista a la semana. Ya no era la otra que era al mes, que recibía diez o veinte soles por mes, ahora iba a ser diez soles por semana. Entonces, comencé a escribir una entrevista por semana.

¿Se retiró de Cultura Peruana?
No, siempre escribía. Pero no era necesario ir, presentarse, hacer los trabajos de redacción. Si me decían: “Entrevista a fulano”, yo iba y hacía la entrevista. Pero en el periódico sí había una especie de semiasistencia. Me dijeron: “Vas a trabajar acá, todos los días”. Eso fue el 53. Fue como sacarme la suerte. Comencé a trabajar en la redacción muy bien, se me escuchaba muchísimo. Era un trabajador incansable, no dormía. Vivía solamente en la calle, buscando la noticia. En esos tiempos había lo que ahora ha desaparecido: la primicia, la noticia que otros no tenían. Yo andaba atrás de la primicia, como todos los periodistas de ese tiempo -que no éramos tampoco tantos, porque no había sino tres periódicos. Ahora hay cincuenta-. Me fue muy bien, me sentía muy bien, progresé. Tanto progresé, tanto trabajé, que a los tres años, el 55, gané el Premio Nacional de Periodismo, que en esos tiempos era un galardón. No era cualquier cosa. Ahora se saca cualquier premio. En esos tiempos había un concurso.

Ahora no hay.
¡No hay ni concurso! Era un concurso del Ministerio de Educación Pública y me lo saqué yo, insólitamente. Seguí mi trabajo hasta un momento en que, 1957, 58, un grupo de políticos peruanos jóvenes -de los Salazar Bondy, (Alberto) Ruiz Eldredge, Efraín Ruiz Caro- se unen y forman un grupo político que se llama Movimiento Social Progresista

Era de izquierda el movimiento.
Claro, el movimiento era de izquierda. No era marxista-leninista, pero era de izquierda socialista. Yo me afilié y firmé la primera acta. Estaba muy bien pero -por detalles que ya sería muy largo declarar- un buen día me llama el director del periódico (La Crónica) -me estimaba mucho, era el vicepresidente de la República, Manuel Cisneros Sánchez-, me dice: “Orbegozo, he sabido que tú estás afiliado al Movimiento Social Progresista, y tú sabes que es enemigo del diario, porque el diario es de los Cisneros Prado. Entonces, tú vendrías a ser nuestro enemigo interno del periódico”.

Lo declararon enemigo.
Yo les dije que no. Le digo al doctor Cisneros: “Estimo mucho a La Crónica, no me he ido a La Prensa solamente por la estimación que le tengo, porque aquí comenzó mi vida periodística. Amo a La Crónica, no la voy a traicionar jamás”. Me dijo: “Tú ve, pero esto no es factible”. En menos de una semana me botaron de La Crónica. Me despidieron y me quedé sin trabajo. Eso fue el 59. Me pasé todo el 59 casi sin hacer nada, hasta el 60 que me llamaron para hacer Expreso. Me dijeron: “Vamos a hacer un periódico, no sabemos cómo se llamará, pero queremos que tú lo armes”. Y, efectivamente, yo armé Expreso. Pero, al final del año, cuando ya iba a salir Expreso -que no se llamaba todavía Expreso-: otra ruindad. Aparecieron copias de unos documentos, aparentemente legítimos, de la embajada cubana. Eran planillas de pago. Decía: “Manuel Jesús Orbegozo, cinco mil dólares, fulano de tal, cinco mil dólares, Barrantes Lingán, cinco mil dólares”. Un escándalo tremendo, internacional, me volvieron a llamar. En este caso, Manuel Mujica Gallo -que era el dueño- me dice: “Orbegozo, nosotros no dudamos de usted, nosotros no creemos que reciba dinero de Cuba, pero comprenderá que ya hay un escándalo y sería muy mal visto que usted tome la dirección del periódico. Usted va a tener un puesto de segunda categoría, pero no queremos que se vaya de acá, de nosotros. Le ofrecemos un viaje a Brasil para que aprenda las últimas novedades que hay sobre la prensa”. Yo nunca he sido ambicioso…

¿Y quién les dio esos documentos que los…?
¡Ah! Eso lo había hecho uno de esos que les llaman “gusanos”. Un “gusano” había entrado a la embajada, sacó un documento, y con el sello de eso hizo lo que él quiso.

¿Por qué?
Por enemistad, pues. Nosotros éramos pro cubanos. El Movimiento Social Progresista era pro cubano. Estaba Cuba apareciendo recién como país libre. No era marxista-leninista ni cosa por el estilo. Pero está en los días del Ché Guevara y todo eso.

¿Salió del Expreso?
No, todavía no salía. Pero ya estaba por salir. Me mandaron a Brasil para poder, al regreso, salir del periódico. Me fui a Brasil. Estuve un mes. Llego a Brasil y llevo mi…

¿En qué año fue?
Sesenta. El sesenta fui y estuve ahí dos meses, en vez de un mes. Cuando yo llego entrego mi librito de Premio Nacional de Periodismo a todas las redacciones para que sepan quién soy. Ahí, en chiquitito: “Manuel Jesús Orbegozo”. Eso entrego a la revista O’ Cruceiro, la mejor que había en Brasil. Cuando regreso, tres o cuatro días después: “Te está buscando el director. ¿A mí? Sí. Anda, anda. Entra”. Entro y me dice: “Caray, tú eres Orbegozo. Sí. ¿Tú eres el autor de ese libro? Muy bien. Te necesitamos. Mañana llega a Sao Paulo la mamá del Ché Guevara. Vas a ir con un redactor a entrevistarla (Orbegozo pone rostro de absoluta sorpresa)”. Al otro día viajé a Sao Paulo, entrevisté a la mujer, publicaron la entrevista y me dijeron: “Tú te vas a quedar aquí en el Brasil como redactor de la revista. Pero tú no vas a trabajar en Río sino vas a trabajar viajando por toda América. Llenando la revista con tus reportajes que hagas en toda América”. La vida para mí estaba sonriendo. Pero tenía que regresar al Perú porque tenía el compromiso con el periódico. Cuando llego de allá ya encuentro que ha salido Expreso. Días tenía de haber salido. Yo seguí trabajando ahí un mes, dos meses, con la idea de irme a Brasil. Porque en Brasil ganaba cuatro veces más de lo que ganaba acá. Cuando estoy en esos pensamientos y dudas, recibo una carta de El Comercio donde me dicen: “Señor Orbegozo, sabemos que usted está desocupado ahora, nos agradaría que usted dirigiera El Comercio de la tarde. Pero vamos a hacer unos cambios, junto con el jefe de redacción. Le ofrecemos ocho mil soles de sueldo”. Y yo ganaba en Expreso cinco mil. Entonces, conversando con mi mujer, le digo: “Ocho, pero allá iba a ganar veinte”. Le digo: “¿Qué hacemos?”. Ella dice: “Ponle cualquier cosa porque la idea es irnos a Brasil”. Y le pongo esto: “Les agradezco mucho. Para mí es un honor el que se hayan fijado en mí, pero no podría trabajar en su diario si no es por doce mil soles”. Mandé la carta. Pasó un día, dos, ocho, no contestan nada. Nos vamos a Brasil. En eso, una carta: “Hemos leído su carta, le ofrecemos por este mes de diciembre diez mil soles, y a partir del primero de enero doce mil soles”. Era el más alto sueldo que había en el Perú. Me quedé a dirigir un periódico que se llamó El Comercio Gráfico. Un periódico de la tarde que hicimos excelentemente bien, con un equipo de los mejores periodistas que había en esa época. Excelente. Por más que digan que no los enemigos. Dirán que no porque cerró. Finalmente, en diez años, cerró. Pero cerró por otras razones, no por razones de excelencia, de edición. Sino porque, por ejemplo, el papel era malo, la impresión era mala. Se desacreditó formalmente y así terminó. Pasé a El Dominical de El Comercio.

¿De qué año a qué año fue director de El Comercio Gráfico?
Fue en el 61 que entré, hasta el final de toda la década. ¿Qué pasó el 68? Importante para la historia de mi vida. El 68 las Naciones Unidas arman un concurso: “Turismo para la paz en el mundo”. Cada país hace su concurso y a los ganadores los mandan a Ginebra a recoger el premio. Yo decía: “¡Cómo no me gano este premio! Voy a hacer dos artículos, por si acaso”. Uno lo mandé a El Comercio y el otro lo mandé a El Comercio Gráfico, donde yo trabajaba. Hacen el concurso y los dos salen ganadores: primer y tercer puesto, ja, ja…



Experiencias extremas en Nigeria

Ja, ja, ja…
Los dos salen ganadores, y mi primer puesto consistía en ir a Ginebra a recoger el premio. Pero yo en esos días tuve un pálpito: ¿por qué no me voy a la Guerra de Biafra? En esos días estaba de moda. La Guerra de Biafra era una guerra de secesión de Nigeria, en el África. (Biafra era una zona) pequeña, pero muy rica porque estaba el petróleo de todo el país. Desgraciadamente, los poderosos del resto del país cerraron Biafra, no le dejaban entrar un solo pan. Y los niños comenzaban a enflaquecer y morir de hambre. Se convirtió en una noticia mundial. Dije: “¿Por qué no voy a ver esta guerra, este hecho?”. Le rogué muchísimo a los del concurso hasta que me dijeron: “Muy bien, te vas a ir a Ginebra, vas a ir a Biafra, de ahí te vas a El Cairo, de El Cairo te vas a no sé donde, y de ahí a Jordania. De ahí a Ginebra”. Era un premio para mí, una especie de sueño. Fui a la Guerra de Biafra. Fue mi primera experiencia internacional y también mi primera experiencia de lo que es una guerra. No es una guerra de tremendos obuses, ametralladoras y bombardeos, pero es una guerra donde se destruye todo y no se piensa en nada. Tengo para contar sobre eso una hora. Sencillamente, haciendo un recuento, yo llego al país sin visa. ¡Sin visa! Me dicen: “Pero usted no tiene visa, usted no puede entrar acá”. "Pero me han dicho que me dé visa porque yo soy periodista". “No, señor. Mañana se va usted, retenemos su carné, aquí tiene usted treinta dólares y se va con treinta dólares. Búsquese un hotel y mañana a las tres de la tarde está acá para irse”. Todo un desencanto para mí. Solo, en un país de negros -todos negros- que no hablan tu idioma. Nunca pasé horas más dramáticas que esas. De todas maneras, al siguiente día -cuento estos detalles porque indican todos los trabajos que pasa un periodista y la vocación que hay de servicio a la sociedad como periodista- pregunto dónde queda Biafra y me dicen: “A sesenta, ochenta kilómetros ya está usted en Biafra”. "¿Cuánto cuesta?" “Cien dólares”. "Ya, yo pago cincuenta ahorita y cincuenta al regreso y nos vamos cerca de Biafra, a las fronteras, aunque sea a conocer". Para que cuando regrese diga: “Estuve en las fronteras con Biafra” porque no había otra cosa. Cuando estoy yendo, veo en la calle a un negro que tocaba una flauta y habían tres o cuatro cobras que se movían, bailaban. Yo nunca había visto cobras bailando. Dije al chofer que parara, que iba a tomar unas fotos, y baja el chofer. Yo con la máquina -de esas máquinas viejas que se tomaban así, mirando así (hace gestos como si sujetara una cámara fotográfica con las manos)-. Me estoy demorando y la gente se da cuenta que estoy tomando fotos, ¡y era absolutamente prohibido tomar fotos a las culebras! Vienen, me agarran preso y me llevan a la comisaría. Me llevan a la comisaría, sin más. Y con veinte negros ahí, yo qué iba a hacer. No iba a hablar de derechos humanos.

Claro. Ellos tenían el poder.
¡Adentro! A la comisaría. Pero en la comisaría el oficial me dijo: “Señor, usted no tiene por qué estar sufriendo acá. Usted es un periodista de un país honorable, vaya a hablar con el ministro”. Entonces, cuando llego a la ciudad de Lagos me dicen: “Efectivamente, usted a la una de la tarde va a ser recibido por el ministro”. No sé qué pasaría entre las doce y la una. No sé si lloré, no lloré, me desesperé. Me quedé dormido. A la una me despiertan: “Señor, le está esperando el ministro”. Entra el ministro, era un negrazo, parecía boxeador peso pesado. Lo saludé, me agarró la mano -casi me saca la mano-, me dice: “Mucho gusto de tenerlo a usted. ¿Es del Perú?”. "Sí -le dije- del país de los incas". (El ministro le respondió) “¿De Manco Cápac, de Sinchi Roca?”. ¡Pasu! Ja, ja…

Ja, ja... Estaba bien enterado.
“¡Me saqué la suerte!”, dije. Conversamos mucho sobre el Perú, sus riquezas y todo. Finalmente, me dijo: “Ya no le quito más tiempo, mi Gobierno le recibe a usted como huésped ilustre. A partir de este momento tiene auto propio para sus quehaceres y un hotel que le concedemos nosotros”. Llaman a otra periodista, la periodista me recibe, salgo: un carro ahí con chofer. Me llevan al hotel, al Sheraton -después de haber estado en La Parada me llevan al Sheraton-. Al otro día, me fui a Biafra, a Cross (River, una de las regiones nigerianas), que es para otra historia.

Era una de las cosas más terribles que ha visto, la realidad de ahí.
Claro, la guerra no es solamente: “¡Muere, pa, pa (disparos)!”. Es todo. Es el clima de la guerra. Te voy a contar un detalle que está en mi libro (Testimonio) bien escrito. No está escrito por demostrar el sexo ni cosa por el estilo. Toda la ciudad destruida, diez, nueve de la noche, el coronel dijo: “Que se busquen a tres chicas”. Y se fueron a buscar a tres chicas en la selva, no en la ciudad, las calles ni las casas. No. En la selva. Traen a tres chicas. Y me toca a mí una de quince años. Y a las diez, once de la noche, a cada uno nos dan una chica para irnos a dormir. Entonces, yo me voy -está en mi libro-…

¿En cuál de sus libros está?
Está en Testimonio. En (la parte de) Biafra, ahí está, en Testimonio. El problema está que en vez de ser una noche de placer -que yo habría contado, porque fue en la guerra, pero fue una noche de placer- fue una noche de llanto. Porque la niña estaba solita, le habían matado a su mamá, su papá, su hermana, y solamente le quedaba una hermana y no sabía dónde estaba. Y tenía catorce años.

Todo lo conversaba en inglés, con ella.
Claro. En inglés, con ella. La chiquilla solamente lloraba. El sexo para ella -que podría ser en ese momento lo más atractivo, con un extranjero- fue un llanto. Tuvimos un rato de paz, de calma, nos amamos. Ahí podría decir que hubo amor porque ella se entregó con amor, y yo, también. Porque para mí era amor. ¿Te das cuenta? Y eso lo cuento en mi historia. Un acto de sexo, ¡qué tal hecho! No fue así. Me quedé dormido, adolorido, y cuando a las cinco de la mañana siento que me despierta, pobrecita, se va. Porque ella pensaba que la iban a matar ya. Nos despedimos. “¡No, me matan, me matan! ¡They kill me, they kill me, they kill me!” "¡No te vayas!" “¡No, they kill me, they kill me!”. Y se va al amanecer, se mete en la selva y yo no hice más.

¿Y por qué la tendrían que matar si…?
¡Es enemiga de los que estaban ahí, que habían tomado la ciudad! Eran los igbos (una etnia que conforma el 17% de la población nigeriana). Triste, muy triste. Está ahí contado, con esta misma sinceridad con la que te estoy contando. Ya te digo que he tenido cien actos sexuales en mis viajes con prostitutas o no prostitutas, pero eso sí, actos sexuales con todos mis cinco sentidos y toda mi libido. Pero aquí no fue eso, aquí fue un llanto. Un acto de llanto. Y solamente a la hora que se acabó el llanto -porque yo también lloraba-: (ella decía) “¡My mother, my mother! ¿Where is my mother?” Una cosa atroz. Pero el peor detalle que hubo, el más dramático, fue cuando fuimos a la guerra. Cuando regresamos a las tres o cuatro de la tarde, estamos llegando al cuartel general que quedaba en una puerta grande. Se entraba con carros, había un patio grande, y allí quedaba la comandancia. Entramos, estamos pasando por la puerta, el general sale y nos hace (con la mano en alto): “Hola, ¡come in, come in!”. Y en ese momento que está así, ¡pandagabán!, la bomba, adelante…

Mató al general.
La bomba. Nosotros volteamos: nunca más lo volvimos a ver. Cuando yo llegué al Perú, en un mes o más tiempo, encontré una carta de mi amigo donde me decía: “Ayer enterramos al general que mataron”. Entonces, la guerra no es como dice Mao: un cóctel, un five o’clock tea. La guerra es atroz, en todos los sentidos. Si estuviéramos en guerra el Perú con Chile, no estaríamos conversando así. Estaríamos conversando tristezas, viendo a dónde te vas, viendo dónde…

¿Fue la primera guerra que cubrió?
Era la primera guerra que vi.

Y luego habrá visto muchas más.
He visto más guerras. He visto la Guerra del Chad, la del Medio Oriente -que hasta ahora yo respingo contra la Guerra del Medio Oriente porque fue atroz, sigue siendo atroz. Porque es muy impositiva y abusiva. De un país tan rico y poderoso, como es Israel, contra un país que no tiene ni qué comer-.

Israel tiene el apoyo de Estados Unidos.
Claro. Totalmente. Que es lo que va a hacer con Chile. Va a tener a Chile para ser su punto de apoyo en América y poder dirigirla. Eso hay que estudiar y leer.

Pero está mal ubicado, porque más centrado está Perú.
Claro. Eso es lo que el otro día alguien escribió. Yo mismo he escrito una tarde que es como escoger a Noruega para controlar toda Europa.

Claro.
El hecho es que eso fue parte de la historia de mi vida periodística de los comienzos.

Ya estaba usted trabajando en El Dominical.
Trabajaba en El Dominical… ¡Claro! Porque El Dominical era el que me pagaba. En El Dominical ha sido el 69, el 70. El 68 fue Biafra, el 69 fue Vietnam, el 70 ya comencé imparable. A mí me gustó. Como ellos veían que yo era un periodista que les respondía, capaz de cumplir misiones de esa naturaleza, me mandaban. Cualquier cosa que había: “Orbegozo. Que se vaya Orbegozo”. Y, por otro lado, no había en esos tiempos -en el 70- cable ni televisión ni nada. Yo estuve casi tres meses en Vietnam, y después de ese lapso que llegué acá, recién pude publicar las fotos.



Entre bombas y fusiles

¿Y qué fue lo más impactante que vio en Vietnam?
En Vietnam, ¡uy!, eso es otra historia muy larga, casi personal, pero también implica los temores de la guerra.

¿Vio los aviones rociando napalm?
No. Yo vi un bombardeo. Te cuento -ahí (en Testimonio) lo cuento todo, porque ya no hay nada que ocultar-: yo tenía un plan secreto para Vietnam. El plan secreto me lo había conseguido un periodista australiano. Me dijo: “Mira, si tú quieres ver la guerra de Vietnam, en el norte no hay nada, en el sur es la guerra. Para ir al sur tú tienes que hacer (algo) muy fácil: procura llegar al río Ben Hai, que es el límite entre las dos Coreas. De ahí caminas un poco y llegas a las montañas. Te vas a la montaña Ho Chi Min, vas caminando y pasas normalmente, porque no hay nadie quien te ataque”. Entonces, dije: “Voy a pedir irme con estos tipos, y en la mañana me despierto, no llevo nada -no llevaba nada más que mi cámara fotográfica y, en un maletín, un pantalón y una camisa-”.

¿Y sus apuntes?
¡Claro! Entonces, yo estaba esperando, llovió ese día, estaba muy húmedo, pero de todas maneras dije: “Me voy”. Nos acostaríamos a las seis, siete de la noche, porque ahí no hay nada que hacer. Dormiría hasta la una, dos, tres de la madrugada. Yo dije: “A las cinco de la madrugada me levanto, salgo calladito y me voy a pasar al sur”. Justo cuando estoy saliendo ¡pan, pan, pan, pa, pa, pa! Ellos se sorprenden, me ven y digo: “¿Ustedes no han oído el bombardeo? ¡Mira ese bombardeo!”. Nos pusimos a conversar. Un bombardeo feroz, como de aquí al Callao. No cerquita, pero un bombardeo. Dije: “No, no paso. No voy. Así me maten, no voy. Así digan que soy maricón o lo que sea, yo mismo le voy a escribir que no voy”. Porque una cosa es que tú veas en el cine y te cuenten: “Ha habido un bombardeo”, y otra cosa que tú lo veas. Me regresé y ya no pasé. Porque si hubiera pasado, al otro día me mataban. Ahí mataban como en el Medio Oriente. Cada chico tenía su fusil. Chicos de diez, doce años, que apenas agarraban el fusil. Las armas las vendían en la calle, en la acera. Es atroz una guerra.

Así es. Usted era el Kapuscinski peruano.
Ja, ja, ja... Nunca he tenido ambiciones de ninguna naturaleza más que cumplir con mis obligaciones, mis deberes, con honradez. Jamás he mentido, jamás he hecho promesas que no he cumplido. Gran desvelo -eso es lo que les dejo a los periodistas- por cumplir con la sociedad, porque tengo una idea muy profunda de que nosotros representamos a la sociedad. Porque la sociedad no puede ir a Irak a ver qué pasa, ni a Vietnam ni a Biafra. Entonces, dicen: “Orbegozo que vaya. Designamos que Orbegozo vaya a Biafra”. Te mandan a ti, tienes que representar a tu sociedad. Esa es la idea que he tenido, con la cual he trabajado. Si te contara lo que he pasado. He pasado miserias. ¿El corresponsal de guerra Manuel Jesús Orbegozo? ¡Por favor! Un corresponsal de guerra es un señor corresponsal de guerra, que tiene un carné, que puede ir en cualquier momento, toma un avión o el hotel porque tiene detrás una empresa que lo favorece. Yo no. Yo llevaba cien dólares en el bolsillo, con los cuales tenía que pasar vivo o muerto. El trabajo que he hecho ha sido realmente honroso y valeroso. Alguna vez alguien debe escribir mi vida. Ha de escribir mi vida porque en dos, tres años, voy a morir ya. Es necesario para los futuros periodistas, para que sepan que ha habido un periodista que supo comportarse como un verdadero periodista. Porque he hecho una labor increíble. Imagínate, he pasado en el África por países miserables. Llego a Ghana cuando hay golpe de Estado. Los tanques en el aeropuerto, y lo primero que hacen es que te ponen el arma en el pecho y dicen: “¿Cuántos dólares llevas? ¿Qué llevas? ¡Saca los dólares! ¿Dónde están los dólares?”. No tengo más. “Saca, carajo, saca o te mato. Y cuidado con cambiar dólares. ¡Te mato, te mato! ¡I kill you!”. Y tú tienes que soportar. Mira, fue tan brutal el recibimiento que tuve en Ghana que dije: “Ya no voy, ya no trabajo, me quedo acá, me quedo esperando un avión que me lleve de regreso”. Ahora, ¿qué pasa? Me dan 300 o 400 dólares. Entonces el mercado negro significaba -está tres soles el dólar acá- decir tres mil soles por dólar. Así, en esa proporción, así estaba el cedi (moneda oficial de Ghana). O sea, tú llegas acá y cuesta tres soles el dólar, pero en el mercado negro me dan tres mil soles. Era la ruina de los países. Te dicen: “Tú cambias, te matamos”. Y la chica que me acompaña, se queda conmigo esa noche de miedo. Cobraba cincuenta, setenta dólares el hotel. Cambiamos cien dólares porque ella dijo: “Suficiente cien dólares”. Pero cien dólares eran como 300 000 soles. Como si, en este momento a ti, con cien dólares que das te dieran 300 000 soles.

Ya quisiera.
¿300 000 soles? Era tanto que la chica tenía sus bolsillos así (hace con las manos como si tuviera los bolsillos repletos), y los míos, también. Ocho días después no había gastado nada, porque costaba medio. Entonces, le digo: “Hoy día me voy a…

Era millonario.
…las seis de la tarde. No te olvides”. Me voy al aeropuerto, no llega la negrita. Ni a las tres, cuatro, cinco, seis. Y a las siete ya tengo que pasar para, a las nueve, volar. ¿Qué hago con esta plata? No sabía que hacer. ¡Buscando donde botar la plata! Y en esto veo en el mostrador un hueco. Comienzo a botar al hueco, y ese hueco era para el suelo. Recojo otra vez. En un basurero que había en la puerta del aeropuerto -aeropuertos pobres, paupérrimos-, en un basurero de chacra, ahí, pegadito, ¡pum, pum, pum!, los miles de miles de miles de cedis. Y a taparlo con papel para que no te vayan a chapar porque te matan. ¡Mataban! He pasado cosas así, increíbles.

Después de esa etapa, finales del 70, ¿sigue usted trabajando para El Dominical o ya está en otro medio? Porque usted también ha sido director de El Peruano.
Después de eso, el 92 fui dado de baja de El Comercio por cumplir setenta años. Me jubilé. Hasta el 99, que fui llamado para dirigir -primero para corregir- el diario El Peruano. Para corregir. Pero después me dijeron: “¿Por qué mejor no lo diriges?”. Y me quedé. Me quedé con dos consignas. Primero: El Peruano es del Estado peruano, no es del Gobierno peruano. Yo firmo eso. Hago una nota diciendo que me hago cargo del diario que es del Estado peruano y no del Gobierno peruano.

Estaba Fujimori en ese momento en (el poder)...
Ahí está, en mis memorias. Hago un trabajo periodístico que solo los chicos sanmarquinos -llamé como a diez o quince, que están vivos-, cualquiera de ellos puede atestiguar, en cualquier momento, la labor que se hizo. Nunca jamás se había hecho en El Peruano lo que hicimos, lo que hicieron los sanmarquinos. En calidad y forma. 2000: ¡lo de Kouri! Se destapa lo que más o menos se pensaba. Antes no se pensaba. Ahora hay una especie de vanagloria de algunos periodistas como (César) Hildebrandt, (Gutavo) Gorriti, que creen que ellos fueron los únicos que se opusieron, que son los salvadores y los únicos que tienen derecho a hablar del asesino y de eso. Y no fue tan así, no. Ahora no hay pruebas de los delitos que se le acusan a Fujimori. Menos había en esos días, que él era el dueño y señor del Perú. Pienso renunciar, pero me dicen que no renuncie porque nosotros no tenemos que ver nada. Está escrito. Declaración en el mismo periódico que yo he escrito. Digo: “Me hice cargo del diario El Peruano con la idea de que es el diario del Estado y no del Gobierno”. En ese lapso, también, serví a Paniagua y Toledo, o sea que no he sido un periodista solamente fujimorista sino paniaguista y toledista. Nunca jamás, digo, con todas esas letras: nunca jamás conversé ni recibí ninguna orden de ningún ministro. No he conocido a ningún ministro de Fujimori, no he hablado con ningún parlamentario de Fujimori, no he hablado con ningún general de Fujimori. Lo pongo con todas sus letras. Jamás hubo un general que me llamara: “Señor Orbegozo, disculpe usted, quisiera que me publique este artículo”. O el ministro fulano: “Orbegozo, ahí le estoy enviando un artículo para…”. Jamás. O el otro fulano que diga: “Oiga, ahí van a publicar, por favor que no salga porque…”. Jamás. ¿Te das cuenta? Solamente he escrito dos artículos a favor de Fujimori en mi vida. Uno: cuando se terminó el terrorismo, cuando cayó en 1992. Antes de ser director de El Peruano. Dos: cuando se terminó la guerra con el Ecuador. No he escrito más artículos a favor de Fujimori diciendo “el presidente Fujimori acaba de sellar la paz con el Ecuador”. No “viva Fujimori porque Fujimori es el rey”. Jamás. Y esta anécdota que no está publicada, desgraciadamente, porque en mi libro que iba a ir no ha podido ir, pero yo espero todas esas cosas publicarlas: yo pensaba hacerle una entrevista, con todos esos chismes que había -porque sí había ruidos de que robaban y todo eso-. Pero tú, mientras no tengas una prueba de que el profesor Orbegozo ese “es un ladrón miserable: cuando tú vas a su casa vas a encontrar por ahí las conchas de oro o los vasos de plata”. Mientras tú no cheques bien y veas que es de oro y plata tú no puedes decir: “El señor Orbegozo es un ratero”. Entonces, no se tenían pruebas sobre eso, pero quería hacerle una entrevista a Fujimori. Genial. Como un, ¿qué te podría decir?... He sido un gran admirador de Norman Mailer.


Entrevistando a Fujimori

Acaba de fallecer.
Que acaba de morir, que hacía unas entrevistas de dos páginas de El Comercio grande. Conversaciones interminables. Yo amaba a Mailer y decía: “Voy a hacerle a Fujimori una entrevista tipo Mailer”. Me seleccioné treinta preguntas -porque le mandé decir que quería entrevistarlo, hacerle una entrevista larga- y él aceptó. Entonces, me preparé con treinta preguntas largas -donde estaba todo lo de la plata, de Montesinos-. A Montesinos nunca lo he conocido en mi vida, nunca lo he visto. Fíjate cómo será mi honradez: jamás he escrito la palabra Montesinos sino solo después del…

De que cae Montesinos.
Quedo con Fujimori para hacerle la entrevista. Pienso hacer la entrevista larga, que no sea en una sesión sino en tres o cuatro sesiones. ”Ya -me dijo-, muy bien”. ¡Él no! Por intermedio de otra persona. Yo nunca había hablado con Fujimori, nunca. Llegó el día de la entrevista: siete de la noche a Palacio con mi fotógrafo, que está vivo. Con mi fotógrafo. Estamos ahí los dos conversando, esperando. En esto entra Fujimori: “Buenas noches, presidente”. (Fujimori responde) “Buenas noches, buenas noches”. Y me dice: “¿Y su cámara, su grabadora? No le veo yo”. “No -dijo- que traigan una grabadora”. De él, no mía. “A ver -me dice-, comencemos. ¿De qué se trata?”. Hablamos un poco del periódico, fui hasta la primera pregunta: “Usted es hijo de japoneses. ¿Cómo es posible que usted quiera al Perú siendo hijo de japoneses?”. Me dijo: “Yo quiero mucho al Perú. Yo le voy a demostrar que quiero mucho al Perú. Voy a traerle unas fotografías para que usted vea la forma como yo quiero al Perú. Espéreme un ratito”. Se va a traer las fotografías y yo, sin darme cuenta que había una grabadora, le digo a mi fotógrafo que está ahí, solitos los dos: “A este le voy a hacer una entrevista del carajo”. Y él me dice: “Shh, están grabando, están grabando”. Nunca más salió Fujimori.

Seguro esa grabadora estaba en vivo, escuchando eso por otro lado.
Yo no sé si la policía le avisó o si él tuvo miedo. No era una amenaza, era una expresión de júbilo. De júbilo que yo le iba a hacer una entrevista sensacional. A mi juicio, le iba a hacer una entrevista que nadie en la vida le había hecho. Para tirios y troyanos, no solamente para los enemigos sino para los amigos.

Y no salió.
No salió. Entonces, a la hora que estuvimos esperando como unos zonzos vinieron: que le disculpara, que tenía otro quehacer y que ya me avisarán. Nunca más me avisaron nada. Eso me salva de los dichos: “No, porque Orbegozo... Ese ha servido en tiempos de Fujimori, ha sido fujimorista”. Me río.

¿Quién era su fotógrafo, se acuerda?
Sí. Schwarz.

Herman Schwarz.
Claro. Tú pregúntale: “¿Tú estuviste con Orbegozo cuando la entrevista a Fujimori?”. Él me tomó las fotografías, las únicas fotos que tengo yo de que estoy con Fujimori, la única vez en mi vida que hablé con Fujimori. Siendo director de El Peruano jamás hablé con Fujimori. Otros creen que porque era director me llamaba y me decía: “Orbegozo hay que hacer esto, hay que tomar esto, mande usted esto”. ¡Jamás! Porque yo ya había puesto mi parche. Ahora, tampoco esto quiere decir que no haya puesto lo que ha hecho el Gobierno. El Gobierno inauguraba una central (hidroeléctrica) y yo ponía tremenda página central diciendo que inauguraba una central. “Ha robado diez millones” (de titular) jamás he puesto porque no tenía ninguna prueba. Para mí ningún redactor tenía una prueba de que había robado diez millones de dólares Montesinos. Si no yo también estaría lleno de plata y no tengo en este momento ni siquiera sueldo.



Maestro universitario de varias generaciones

Vive de su pensión.
No, mi jubilación todavía no me la dan. Por lo menos dos meses después. Estoy viviendo porque Dios es grande.

Cambiando de tema, su labor como profesor universitario: ¿cuándo empezó?
Fui llamado por un profesor Jiménez -que murió- para reemplazar a un profesor que no había ido. Me agradó porque siempre he tenido deseos de enseñar. Siempre me ha parecido que la enseñanza de lo que uno sabe es importante. Dije: “Voy a enseñar”.

¿En qué año fue eso?
En octubre -por ahí- del 68 me llamaron. Y yo fui. Me presento a la clase: tres de la clase. Dos chicos…

¿San Marcos?
En San Marcos. Dos chicos y una chica. A ver, escriban: “Ayer hubo un choque -ellos escribiendo- en la esquina de Gamarra con Suárez Vértiz. El camión, manejado por fulano y el automóvil manejado por sutano. En el choque salió herido el fulano. La policía tomó…”. ¡Hacerme una noticia de eso! Entonces, ellos se arrinconaban y en una hora me entregaban la nota. Y yo veía si hacían bien el texto. Una, dos, tres veces, a la cuarta vez ya no aguanté. Porque me di cuenta que el periodismo no se aprende en las cuatro paredes de la clase: el periodismo se aprende en la calle, aunque sea en tu esquina. Si te paras en tu esquina y ves que un cojo por ahí se cae de su carril tienes una noticia sensacional: “Ayer un cojo, fulano de tal, porque Dios es grande, no se mató”. A partir de ese momento dije: “Para afuera”. Salgo con estos tres para afuera y me iba a las esquinas, paraba en las esquinas. Yo decía: “Vamos a ver cuántas gentes pasan por acá. A ver, escríbanse una nota de eso y mañana me entregan”. Y así comencé, hasta que llegó el momento en que ya la cosa se puso grande, los chicos se dieron cuenta de que yo era un buen profesor, me gustaba enseñar, sabía enseñar, sabía lo que enseñaba -porque era un buen profesor y un buen periodista-. No me podían engañar ni me podían distorsionar las ideas del periodismo. Encima de eso, sentí tanto cariño de ellos. En esos tiempos yo viajaba al extranjero, y cuando regresaba traía filminas o slides. Compré mi máquina para pasarles los slides. Les pasaba los slides aquí en este cuarto (la sala de su casa) y ellos felices de ver cosas nuevas. El Cairo, las pirámides de Egipto, La Esfinge, Luxor y el río Nilo. Entonces, ellos hacían una nota como si hubieran estado en El Cairo. Así les fui enseñando y me tomaron un gran cariño -recíproco, porque yo, también, hasta ahora los quiero a todos. Porque siento que hay un gran cariño de parte de ellos hacia mí-.

Varias promociones tienen su nombre.
En San Marcos una, pero también en Huancayo, Trujillo, dos o tres. Más bien, padrino soy como de quince promociones en San Marcos.

Hay un concurso de periodismo con su nombre.
Claro. En este momento hay en Trujillo un concurso que se llama Manuel Jesús Orbegozo, de reportaje. Si tienes oportunidad de avisar a los sanmarquinos, que concursen. Porque son los que menos concursan y los que más ganan. Se presentan tres, cuatro, y se ganan el premio.

¿Cuántos años de profesor universitario ha tenido?
Treinta y siete. Desde el sesenta y ocho hasta este año. Con uno o dos años de permiso por alguna razón inevitable. Pero que yo haya faltado a una clase: ¡jamás! Y que yo haya llegado tarde a una clase: ¡jamás! He sido un buen profesor.

La última pregunta: ¿cómo ve el futuro del periodismo en las universidades? ¿Va a cambiar mucho?
Temprano estuve conversando sobre ese tema, y es una pena que la pobreza en la que viven las universidades públicas las obligue a haber decrecido su estatus de grandes alumnos, profesionales. Porque hasta que yo he estado, el año sesenta, setenta, ochenta, hasta el noventa, los periodistas de San Marcos eran los mejores que habían en Lima. Ahora ha decrecido mucho su calidad debido a que las universidades privadas tienen más dinero e infraestructura. Por ejemplo, San Marcos tiene quince máquinas computadoras y la Bausate y Meza tiene 300. Entonces, hay un desnivel tremendo. Mientras en San Marcos están pidiendo una computadora cada hora y que le anoten la hora (al alumno que utiliza la máquina): “¡No, ya se pasa la hora!”. ¡Ya basta con eso! Y mucho roban en San Marcos. Eso te lo digo con todas sus letras. Tengo ahí documentos que demuestran lo que te estoy diciendo. Me he salido muy descontento con la universidad, en ese sentido. Siempre amo a mi universidad, amo a los chicos, a todos, sin excepción. No creo que haya un solo chico que me tenga animadversión, salvo alguno por ahí. Porque jamás jalé a nadie. Y no jalé a nadie no porque yo fuera bueno, como les decía siempre al entrar: “¡Ay, qué bueno el profesor Orbegozo, no jala!”. No. Sino porque trataba de que todos se pusieran al mismo nivel. No había por qué tener desniveles entre los estudiantes. Si todos están en el cuarto grado es porque todos merecen el cuarto grado. No tiene por qué haber uno que esté en cuarto cuando está con las justas con segundo grado. Entonces, ha habido un gran cariño, lo mantengo y lo voy a mantener hasta el último. Hasta la muerte.

Muchas gracias por la entrevista.
Te agradezco a ti, que has aguantado tanto rato, ja, ja, ja…




Nota: esta entrevista fue realizada en diciembre de 2007.