domingo, 29 de mayo de 2011

Andrés Neuman






“La aspiración de la ficción es la verdad”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Cada nuevo libro que el escritor argentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) publique enriquecerá la lengua en idioma español. Sea un poemario o un volumen de relatos o una novela. Al respecto, el mítico narrador chileno Roberto Bolaño había comentado en vida que “la literatura del siglo XXI les pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”. Del mismo modo, el gran editor español Jorge Herralde calificó en 1999 al autor bonaerense como “niño prodigio” de la literatura. En tanto que el novelista mexicano Mario Bellatin indicó que se trata de un “maduro narrador que practica con igual maestría cuento, novela, aforismo y, sobre todo, el miniensayo”. Por su parte, el autor español Vicente Luis Mora lo describió señalando que “ha de ser una de las figuras de referencia. Dotado de la tradición argentina y española a la vez, y condenado a elaborar una obra única, una isla literaria”.

Hijo de músicos emigrados (madre de origen ítalo-español y padre de origen judío-alemán) y profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Granada, el talentoso Neuman ha publicado los poemarios Métodos de la noche (1998, I Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal), Alfileres de luz (1999, en colaboración con Ramón Repiso. Premio Federico García Lorca), El jugador de billar (2000), El tobogán (2002, XVII Premio Hiperión), La canción del antílope (2003), Mística abajo (2008) y Patio de locos (2011, con la editorial peruana Estruendomudo). Igualmente, publicó la colección de haikus Gotas negras (2003) y Sonetos del extraño (2007); así como el texto de aforismos y microensayos El equilibrista (2005). Además de haber publicado los libros de relatos Pertenecí (1997), El que espera (2000), El último minuto (2001), Alumbramiento (2006) y El fin de la lectura (2011, con Estruendomudo). Asimismo, escribió las novelas Bariloche (1999, finalista del XVII Premio Herralde), La vida en las ventanas (2002, finalista del VI Premio Primavera), Una vez Argentina (2003, finalista del XXI Premio Herralde), El viajero del siglo (2009, XII Premio Alfaguara. Traducida a diez idiomas. En 2010 recibió el Premio de la Crítica de la Asociación Española de Críticos Literarios), la traducción de Viaje de invierno del poeta alemán Wilhelm Müller (2003), y el ensayo sobre turismo contemporáneo Cómo viajar sin ver (2010).

Neuman fue seleccionado por la prestigiosa revista británica Granta entre los 22 mejores narradores jóvenes en español y forma parte de la lista Bogotá 39 -los más destacados autores nacidos en Latinoamérica-. Constantemente actualiza su blog de reflexiones Microrréplicas y es columnista en la Revista Ñ del diario argentino Clarín y en el suplemento cultural del diario español ABC. Este importante y premiado autor vino a Lima en abril como uno de los principales invitados del Festival Eñe América, donde ofreció la conferencia Los aeropuertos latinoamericanos, una especulación literaria y la lectura de cuentos El fin de la lectura.

Agudo y profundo en sus conceptos sobre la vida y la literatura, Neuman manifiesta en la siguiente entrevista una gran sensibilidad, capacidad de observación y análisis. Es un escritor del que podemos esperar solamente lo mejor en el género literario que decida adentrarse para crear con originalidad.

Muchas gracias por la oportunidad.
No, por favor.

Quería empezar la entrevista leyendo esto, que de hecho usted lo va a reconocer: “¿Y si mentir no fuera vil / ni tan siquiera grave, no tuviese / fatales consecuencias, / no fuese irremediable ni sonase a pólvora; / y si mentir / no dejara marchitos los jardines / ni congelase el manantial sagrado / que riega nuestros sueños; / y si después de todo / mentir no fuera malo…
Sino solo difícil.

sino solo difícil?” (este poema se titula El gran arte). Entonces, quedaba la pregunta: ¿todo escritor se dedica al gran arte?
Depende lo que entendamos por la categoría “mentira”. Ese poema pertenece a mi primer libro, que publiqué con veinte años. Y es difícil que uno esté de acuerdo con esos veinte años en cuanto los abandona. Más bien ahora me gustaría pensar que hay una enorme diferencia estética y moral entre la mentira y la ficción. Es verdad que ambas son distintas de la verdad literal, pero creo que la mentira es una distorsión de la verdad para beneficiar el propio interés, el propio beneficio. No decir la verdad para obtener algo a cambio. Mientras que la ficción tiene como objetivo alcanzar otro tipo de verdad, más profunda, que no sea la apegada al hecho, a la anécdota que genera la escritura sino a lo que cualquier lector de ese texto pueda asentir por verdad. Un acto imaginario que pueda decirle algún tipo -aunque sea pequeñísimo- de verdad a otras personas. Entonces, la aspiración de la ficción es la verdad.

¿Y cuál es la principal verdad que encuentra Andrés Neuman en la literatura?
Pero no se trata de formular grandes verdades generales y abstractas.

Es más una búsqueda, entonces.
Se trata de para qué me sirve en este momento el texto que estoy leyendo, con qué me vincula. Depende del contexto del lector. La maravilla, precisamente, de la ficción, es que puede salir de su propio contexto y decir algo a cualquiera que lo esté leyendo. Entonces, no se trata de encontrar un gran principio general, universal, para la escritura sino su enorme capacidad de adaptación a cada pequeño caso de cada lector. Ahora bien, si tú me dices con qué tipo de temática, de algún modo, siempre estaría relacionada la ficción, me parece que una de esas temáticas o problemáticas -vamos a decirlo mejor- es la mortalidad. Me parece que la ficción nos enseña a morir. Que es una de las escuelas más difíciles e improbables que tenemos. Vivimos en una sociedad que todo el tiempo está tratando de hacernos olvidar que somos mortales. Una sociedad obsesionada con la salud, con la…

Belleza.
Sí. Con la cirugía estética y la negación del paso del tiempo. Y, sobre todo, con la tecnificación de la enfermedad. En cuanto enfermamos somos exiliados al reino hospitalario, al reino de la medicina. Como dice (el historiador francés) Philippe Ariès en Historia de la muerte en Occidente -que es un libro muy interesante-: nuestros seres queridos ya no mueren en casa. Ya no agonizamos en nuestras casas. Agonizamos en esos lugares especializados en muerte que son los hospitales.

Como un negocio ya.
No es solamente un negocio, es algo más profundo. Es un cierto estado existencial. No queremos saber que envejecemos y vamos a morir, a pesar de que lo sepamos perfectamente. No queremos reconocerlo. Es una consecuencia de la extensión de nuestra capacidad y expectativa de vida, que nos hace coquetear con la idea de no envejecer. Cuando moríamos a los cuarenta años no podíamos negar la evidencia, porque en cuanto entrábamos en edad reproductora ya habíamos consumido la mitad de nuestra vida. Ahora abandonamos la casa muy tarde, somos padres muy tarde, y cuando nos jubilamos todavía tenemos quizá, con suerte, dos, tres décadas de vida. Y eso nos genera una ficción de que la biología es más elástica de lo que es. Entonces, en ese contexto, la ficción, con la muerte de cada pequeño personaje, con el final de cada pequeña historia, nos recuerda que todo tiene un principio y un final. Eso que los clásicos llamaban ars moriendi (el arte de morir) quizás solo podamos encontrarlo ya en el arte porque ha sido expulsado fuera del discurso familiar, del discurso público. La muerte solamente es algo que le sucede a otra persona y lo vemos en las noticias.


La muerte como estímulo para el amor

Entonces, usted disfruta a través de sus novelas de esta muerte progresiva y lenta que todos vivimos.
No te diría que disfruto, lo voy afrontando con dificultad. Nadie disfruta de la muerte. Sin embargo, en el aprendizaje de la muerte puede haber una inesperada consecuencia de placer que es el hedonismo, el vitalismo, que procede precisamente de una conciencia mucho más intensa de que vamos a morir. También, si queremos, se puede amar mejor. Porque solamente quien sabe que se va a morir tiene verdaderas ganas de amar. En ese sentido, la muerte puede ser hasta un estímulo para el amor.

¿Cuál es el principal estímulo para usted: el amor o la muerte?
Lo que, precisamente, trato de expresarte es que son inseparables. Solo amamos verdaderamente a alguien cuando nos damos cuenta de que se puede morir en cualquier momento. Y, a la vez, es insoportable la idea de la muerte sin la posibilidad de amar. Así que cuando Freud habló de Tánatos y Eros, se juntó eso. Sabía muy bien lo que estaba diciendo.


Poesía polifónica de la locura

Entrando al tema poético: usted acaba de publicar Patio de Locos con Estruendomudo. Personajes que viven en un manicomio. ¿Cómo así estructuró el poemario?
La idea fue surgiendo después de la gira del Premio Alfaguara, que me dejó una sensación de hartazgo con respecto a mí mismo y mucho deseo de huir de ese personaje público que poco a poco te va generando una promoción (literaria) sostenida durante tantos meses. De pronto uno, inevitablemente, se ve obligado a tomarse demasiado en serio. Y eso es algo muy nocivo para cualquiera. Mucho más para la literatura. Entonces, cuando volví a casa tenía ganas de eso, literalmente: volverme loco. Porque la locura es un deseo excesivo de salir de sí. En eso la locura y la mística se parecen: cuando la mente de alguien es expulsada de la situación real de alguien. Pero tampoco tenía ganas de acabar yo mismo en un manicomio ni de consumir demasiados fármacos. La idea fue escribir un libro que hiciese hablar al loco que…

Que todos llevamos dentro.
Claro. Y que tenía que haber en mí. Entonces, fui ideando distintos personajes, distintos locos, cada uno con su obsesión. Uno que escribía en un idioma que nadie sabía cuál era, otro que temía muchísimo a una catástrofe que él resumía con la palabra “escarabajo”. Otro que se había roto una pierna y consideraba que lo simétrico era ir con una muleta que también estuviera rota. Otro que trataba de comer sopa con un tenedor. Cada loco con su imposible, su grado de frustración y de insatisfacción con lo real. Metiéndolos a todos en un espacio hermético, opresivo, de demencia -como era un manicomio-, fueron surgiendo los personajes. También eran dobles de mí. Porque no solo hablaban con esa capacidad trascendente de la demencia sino que era crear personajes muy ajenos a mi realidad en este patio. En el fondo, fue una catarsis para mí. Pero desde el principio fue un poemario que no surgió solo pieza a pieza sino como un proyecto muy relacionado con esa especie de burbuja espacial que era el patio de los locos. Y eso me llevó a plantearme un estilo particular. Porque la gramática en ese libro está, también, un tanto extraviada: no hay signos de puntuación, los poemas no empiezan ni terminan -por eso no tienen punto final, tampoco tienen mayúscula inicial-. Es como la idea de que cada poema es un fragmento de discurso, un pedazo de obsesión, que está pegado en la página porque proviene de algún sitio y va hacia otro. Eso me planteó una serie de problemas lingüísticos muy interesantes, también. Tratando, además, de que se entendiera eso. Una última cosa que te iba a decir sobre esto es que dentro de la locura hay tres gremios -en el libro, digo-: los locos, sus cuidadores, pero también el narrador omnisciente que, en teoría, trata de tenerlo todo controlado, manejar a sus criaturas en la situación. La voz del narrador aparece entre paréntesis en el libro y va perdiendo la razón, también. De modo que el narrador en el libro termina siendo un loco más, absorbido por la demencia de ese patio.

¿En el fondo, podría ser una metáfora de estos tiempos, también?
Todo puede ser una metáfora de estos tiempos, porque eso no lo hace el texto sino el lector. El lector necesita metaforizar su tiempo y la poesía tiene una inmensa capacidad -como te decía antes con respecto a la ficción- de adaptarse y decir a cada cual y en cada momento. Es así como Horacio sigue diciéndonos algo. No porque Horacio imaginase ni remotamente nuestro siglo sino porque sus palabras todavía, increíblemente, tienen algo que decirnos. Igual que Catulo tiene algo que decirle a los enamorados de hoy -sin que Catulo jamás se lo imaginase ni por un instante en su casa, escribiendo para sus pares romanos-.


5

se acerca el otro loco
cojeando de mentira
y le comenta que
¿sabes cuántos aviones pasaron esta tarde?
¿por dónde? especifica
sagaz el primer loco
su camarada cojo se confunde
se rasca la cabeza los testículos
tratando de encontrar
(iba a escribir respuestas el narrador lo tacha)
tratando de encontrarle la pregunta
a la pregunta
piensa
babea
y dice
¿cuántos cielos conoces?

Del poemario Patio de locos (2011) de Andrés Neuman, página 15.


Semejanzas entre música y literatura

Me interesaba también esta traducción que había hecho de un texto de Wilhelm Müller, poeta alemán. ¿Podría contarnos un poco más de qué trata?
Sí, cómo no. Fue para mí una experiencia maravillosa traducir esos lieder (canciones) por muchas razones. La menor de ellas no fue que se trataba de una música que yo escuchaba desde la infancia -mis padres eran músicos: mi madre era violinista, mi padre oboísta-…

¿Y usted toca algún instrumento?
Yo estudié violín y lo toqué pésimamente. Estudié guitarra y fui un fracaso. Soy un músico merecidamente frustrado.

Todo llevado a la literatura.
Claro. Trato de transportar el oído hacia ese otro terreno musical que es la literatura. Lo que tienen en común la literatura y…

El ritmo.
Claro. Las herramientas de la literatura son rítmicas, musicales, al menos en parte. Y la sintaxis tiene mucho de pentagrama, y el argumento tiene mucho de melodía y de temas recurrentes. Y las estructuras de las novelas también son musicales, aunque no se note.

Y los personajes de (sus) novelas también tocan algún instrumento, están relacionados a la música, como el organillero de…
En algún caso.

…El viajero del siglo.
Pero eso era lo de menos. El viajero del siglo es un caso específico, sí, que podemos mencionar luego. Este ciclo de canciones me remitió a mi infancia y tuve la suerte y la torpeza de traducirlo. Después de ese trabajo con esas canciones de Viaje de invierno fue surgiendo la idea de El viajero del siglo. El muy primer germen de la novela fue el deseo, la fantasía de inventarles una biografía imaginaria a dos de los personajes de esas canciones: el organillero y el viajero. Por eso te digo, en este caso, el organillero tenía que ser tal porque la última de las canciones de Viaje de invierno narra el encuentro entre el protagonista de las canciones y el organillero. Entre un nómada y un sedentario. Entre alguien que no sabe a dónde iba y alguien que lo único que sabe en el mundo es que debe tocar música. Y el Viaje de invierno termina ahí. La idea es que mi novela empezase en ese punto, con ese encuentro. Eso fue derivando hacia un montón de cuestiones que nada tenían que ver con (Franz) Schubert (este gran compositor austriaco elaboró un ciclo de canciones inspiradas en poemas de Müller: La bella molinera -Die schöne Müllerin- en 1823 y Viaje de invierno -Winterrreise- en 1827).

Entonces, todos sus textos, de alguna forma u otra, están interconectados. Como una especie de continuación.
Creo que sí. Los libros de un escritor terminan generando una inesperada conversación. Pero es mejor que esa conversación se dé a espaldas del autor. Uno va descubriendo esto casi sin querer y tarde. Si uno premedita demasiado ese diálogo el rompecabezas puede resultar un poco rígido. Pero, inevitablemente, los libros de un autor dialogan como pueden dialogar nuestros amigos o nuestros familiares. Fatalmente.


La edad no es un dato literario

Usted comentó alguna vez que un escritor se dividía en dos mitades: la memoria vital de cada uno y, otra, todo lo que ha escrito, tirado, corregido.
Creo que sí.

Y que no se debería juzgar a un escritor con un reloj en la mano. ¿A usted lo han juzgado mucho, de repente, cronológicamente, porque ha sido un talento prematuro?
Ahora, inevitablemente, menos. Porque tengo el defecto incurable de seguir cumpliendo años, tengo algunas canas y, entonces, la fijación con la edad se ha sosegado un tanto. Pero, sobre todo, durante mis veinte años, mis veintipico -que fue cuando empecé a publicar-, había una cierta reiteración molesta en la edad que yo tenía, como si eso fuese un dato literario. Como si la historia de la literatura no estuviera llena de casos muy diversos respecto de la edad. Está el modelo Borges, Saramago. Es decir, el caso en que el tiempo va madurando al escritor y lo va convirtiendo en quien nosotros conocimos. Hay casos opuestos, o bien de literaturas solamente juveniles, como Rimbaud, Keats (ambos poetas. Uno francés y el otro británico) o Carson McCullers -por ir a narradores-. También de narradores que han dado lo mejor de sí mismos de jóvenes. Algunas de las obras maestras de Vargas Llosa -un autor inevitable de mencionar en estos días y en Lima-, cuando mencionamos nuestras novelas favoritas de Vargas Llosa nos asombramos al comprobar que casi todas fueron escritas entre los veinte y los treinta y pico.

¿Cuál es su novela favorita de Vargas Llosa?
La casa verde, quizás. O Conversación en La Catedral. O también está el caso de Truman Capote, que publicó una hermosísima novela, su primera novela, con veintitrés años, y a los cuarenta -edad de la supuesta madurez para mucha gente y muchos escritores- ya estaba consumido y destruido por el alcohol, casi incapaz de escribir nada mejor. Entonces, cuando vemos que la edad ha hecho cosas tan distintas con los escritores, seguir empeñándonos en que la juventud o la vejez tienen algo que ver con la ficción es subestimar lo que tú mencionabas al principio: la gran capacidad que tiene la imaginación para completar nuestra experiencia vital o, como decía Wallace Stevens -poeta y aforista que admiro muchísimo-: “En un escritor…

Usted también es un aforista.
Sí. Trato… “En un escritor la experiencia es más ancha que lo real”. Lo cual se traduce en que nuestra memoria vital se nutre de algo mucho más rico y complejo que nuestros recuerdos biográficos, que es lo escuchado, lo leído, lo imaginado, lo temido, lo soñado. Todo eso conforma la conciencia biográfica de un escritor. Por tanto, cuando se dice que un escritor necesita tener experiencia de vida para escribir un libro interesante se está subestimando la influencia que lo imaginado, lo deseado, lo temido, lo leído, lo escuchado, tienen en la pequeña experiencia vital de un joven.

Aparte de la memoria genética.
Aparte de eso, que ya nos llevaría por terrenos muy inciertos que no son mi especialidad, pero sí, también. La memoria de la especie sería como otro terreno a indagar. Otro terreno a indagar sería la memoria familiar y el inconsciente arquetípico. Y, si recurriéramos a (Carl Gustav) Jung, deberíamos estar de acuerdo en que todos tenemos miles de años desde que nacemos. Mucho más a mi favor, en todo ese mar de influencias inconscientes. ¿Qué tiene que ver la edad de un autor?


Escribir por nuestros seres queridos

Había leído que usted soñaba a menudo con su madre y que le hablaba en voz baja. ¿Sirve como motivación -también- literaria recordar a su madre?
(Varios segundos de silencio) Recordar a mi madre es un ejercicio conmovedor e inevitable que hago todos los días. Pasa que la literatura puede ser un vehículo de esa memoria y un justo homenaje, también. La novela El viajero del siglo está dedicada a ella. Mi madre murió cuando estaba escribiéndola y si seguí fue para tener un libro que dedicarle. Así que, en ese caso, fue una especie de estímulo escribir en nombre de mi madre. Escribimos en nombre de nuestros seres queridos, incluidos los imaginarios. Un personaje también es un ser querido.


La llovizna diluía la primera gran nevada que acababa de caer sobre Wandernburgo. Más que limpiar las calles, el agua flaca contribuía al barro: la tierra de las calzadas se batía, los bordes de las losas se manchaban, los huecos entre los adoquines se llenaban de café sucio. La luz de las mañanas se alzaba con dificultad, como izada por un brazo torpe. Las chimeneas oscurecían las nubes. Los abrigos engordaban las sombras que pasaban de largo.

Hans se detuvo en el centro de la plaza del Mercado. Desvió la vista una vez más hacia el rincón donde el organillero solía apostarse. Qué imperceptible, qué inmenso era el hueco que había dejado en la plaza. Hans intentó mirarla como el organillero la miraba, como él había sabido mirarla. La encontró simple y fea. Escondió las manos en los bolsillos de la levita, agachó la cabeza, siguió caminando.

De la novela El viajero del siglo de Andrés Neuman, página 507.


¿Nunca escribe en nombre de usted mismo?
Es que me parece más interesante convertirse en otra persona. Para eso sirve la ficción. Si no nuestro destino sería el de Narciso. Y sabemos que Narciso no escribió: se ahogó. Esa es la diferencia.

Quiero agradecerle su tiempo. Muchísimas gracias…
No, por favor.

…por la entrevista y esperamos que las próximas veces que vuelva sea tan bien recibido como lo ha sido en este Festival Eñe.
Muchas gracias.

lunes, 9 de mayo de 2011

Fedosy Santaella



“La libertad absoluta lleva hacia la tiranía”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El escritor venezolano Fedosy Santaella (Puerto Cabello, 1970) es uno de los nombres más importantes de la literatura llanera actual. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela y catedrático de la Universidad Católica Andrés Bello, entre sus obras tenemos las novelas Rocanegras (2007) y Las peripecias inéditas de Teofilus Jones (2009); así como los libros de relatos Cuentos de cabecera (2004), El elefante (2005, Premio Certamen Mayor de las Artes y las Letras), Postales sub sole (2006, Premio Bienal Internacional José Rafael Pocaterra), Historias que espantan el sueño (2007), Piedras lunares (2008, Mención de Honor en la Bienal José Antonio Ramos Sucre) y Ciudades que ya no existen (2010). Igualmente, ha sido compilador de libros de relatos, como Cuentos sin palabrotas (2009). También es autor de los títulos de literatura infantil y juvenil Fauna de palabras (2007), Verduras y travesuras (2009), y Miguel Luna contra los extraterrestres (2009). Asimismo, ha sido finalista del concurso de cuentos Cosecha Eñe 2010, mantiene con gran vitalidad su blog Caja Virtual desde 2005, es editor de la revista digital Los Hermanos Chang desde 2006, ha escrito y dirigido para HBO y Cinemax, y en 2009 fue parte del prestigioso Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. Además, ha sido colaborador de los periódicos El Universal y Notitarde, y de las revistas Imagen, Guayoyo Impreso, Logotipos, Dmente, Ficción Breve y Letralia. Los cuentos de Santaella figuran en Antología de cuentos de humor (2006), Antología del cuento breve en Venezuela (2005), 21 del siglo XXI (2007), y algunos de sus poemas en Desde el patio del limonero. Antología de talleristas (2006). Este interesante autor fue uno de los invitados al Festival Eñe América realizado hace poco en nuestra capital, donde ofreció el taller Posmodernidad y los referentes en la narrativa y, también, el cara a cara La literatura como forma de resistencia con el novelista y poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo.


Mucho gusto. Muchas gracias por la entrevista.
No, gracias a ti.

Usted es de Puerto Cabello.
Sí, así es. Puerto Cabello es…

La llamada Ciudad Cordial de Venezuela.
Sí, Puerto Cabello es el puerto más importante de Venezuela y nací allí hace cuarenta y un años, tal cual.

La ciudad sufrió tanto ataques de piratas como de marinos.
Así es.

Como Francis Drake, John Hawkins…
Sí.

…y Charles Knowles. Me preguntaba si esto había generado mucha literatura en Venezuela. Al menos en esa parte (de Puerto Cabello).
Te puedo decir, particularmente, por mí. A veces, cuando me pregunto o me preguntan las razones por las que empecé a escribir: es una pregunta muy complicada para alguien que escribe. Nunca uno tiene razones muy claras de cómo pasó de ser lector a escritor. Siempre resulta muy complicado responderse eso. Pero creo que una de las razones que están allí es, precisamente, haber nacido en una ciudad muy cercana al mar. La imagen del mar es en sí muy poderosa. Esa imagen se queda siempre por dentro, a lo largo de la vida de uno. Y, luego, la cantidad de leyendas, historias… Hay una parte de la ciudad, incluso, que es colonial. Hay una calle muy famosa llamada Calle Lanceros, llena de historias. Hay una Casa Guipuzcoana, también. El vivir rodeado en la infancia de esa magia de la historia, del tiempo, de algún modo son factores, gérmenes, de lo que lo hace a uno ser escritor. Es algo que se queda por dentro y va conformando el alma del futuro escritor. No sé si, en general, con la literatura venezolana, pero por lo menos con lo que respecta a mí, sí. Tengo un libro que se llama El elefante, de cuentos, que trata sobre historias de la infancia en Puerto Cabello. No es un libro para niños, pero tiene que ver con la infancia porteña. Y allí se habla de todo ese ambiente mágico, sagrado, que tiene la ciudad con respecto a su historia.

¿Se ve a sí mismo dedicándose a escribir literatura para niños siempre o va a probar otros géneros? He visto que ha probado novela y poesía.
Sí, es que las inquietudes van apareciendo, el mosquito me pica de acuerdo a cada circunstancia. Ahorita tengo un extraño asalto de la poesía y ando escribiendo poesía. Soy muy mal poeta, pero me asaltó, de pronto. Y lo mismo ocurre, de repente, de un modo más pasivo, tranquilo, con la narrativa. En circunstancias, aparece alguna historia que uno huele, sospecha, intuye, que pueda ser para niños y surge. No considero que sea exclusivamente un autor de literatura para niños. No considero que sea exclusivamente un autor de literatura para adultos. Simplemente, (soy) un escritor y ya. Va saliendo lo que va saliendo.


Los peligros del chat para los niños

Justamente, en su libro Historias que espantan el sueño del año 2007, uno de sus cuentos es Yoamoatodoelmundo
Sí, Yoamoatodoelmundo dice.

…que es muy impresionante porque al final uno se queda con la pregunta de si en verdad todo este cuento, de repente, era imaginación de Richard (amigo del niño Sebastián, el protagonista).
Ese cuento está basado en una anécdota personal, pero no (de) cuando era niño sino ya de adulto. En cierta ocasión, me encontraba con el Messenger abierto y alguien que se hacía llamar Yoamoatodoelmundo pidió ser mi amigo, entrar a chatear, y le di el permiso. Surgió la ventanita de chat y me preguntó, tal cual: “Hola, ¿tú cómo estar?”.

Como Tarzán.
Sí, como Tarzán. Yo le respondí de inmediato: “Bien, ¿y tú?”, y guardó silencio, no me respondió nada. Al rato me pregunta: “¿Tú ser hombre o ser mujer?”. Entonces: “No, yo soy hombre, ¿y tú?”, y no respondió más. Se quedó allí, online, y no respondió más. Eso me causó cierta inquietud, cierto temor. Y empecé a imaginarme cosas: que del otro lado quizás había un fantasma o era una energía en la red, así como Ghost in the shell, el anime japonés. O que del otro lado de la línea había una niña loca que se había escapado de un manicomio y se había metido en el chat. No sé, fueron como muchas ideas allí.

En el cuento las plasma.
Y las guardé. Guardé la historia y, luego, cuando me puse a escribir este libro de cuentos de miedo para niños y retomé esa historia, salió Yoamoatodoelmundo dice, que tiene mucho de cuento japonés -con respecto a Ghost in the shell, por ejemplo-.

Me generó muchas preguntas cuando lo leí, porque decía: “Esto puede ser una alegoría de los tiempos de Facebook, del chat…
Claro, evidentemente.

…del Messenger”, en los que hay tantos peligros y ha habido tantos niños secuestrados, abusados, por gente extraña que se hace pasar tanto por un amiguito como (por) una amiguita.
Sí. Y también allí -hablando ya de lo que podría decir el cuento a los niños- es que tú recibes lo que das. Sebastián desde el principio trata mal a esta energía que está en la red, que le está escribiendo, y él transforma esa energía que estaba naciendo en algo malo porque él, precisamente, le dio maldad. Y lo que se le devolvió fue maldad.

Pero también estaba picado porque quería conquistar chicas como su amigo Richard.
Claro.

Que escribía menos bien que él, inclusive.
Sí. Solo lo normal. (Quería) que las redes sociales funcionen como herramienta de conquista.


Rocanegras o el fin de una Venezuela afrancesada

Sí. También me llamó mucho la atención que su novela primera, Rocanegras, está basada en el duque de Rocanegras, el personaje de Vito Modesto Franklin, mediante el cual surge el término vitoquismo.
Sí, el vitoqueado, el vitoquismo.

¿El vitoquismo era el vestirse exagerada o extraordinariamente bien para llamar la atención o, en general, era una manera de aparentar siempre las cosas?
Es un término que desapareció. Ya no se usa hoy día en Venezuela. El vitoqueado, no obstante, durante mucho tiempo fue sinónimo de ambas cosas: andar muy bien vestido, muy elegante -en el sentido positivo-, y también podía significar que eras una persona estrambótica, algo alocada -tonta incluso- y ridícula en la manera de vestir. Tenía las dos acepciones, pero, principalmente, andar vitoqueado era que andabas muy bien vestido, muy elegante. El duque de Rocanegras, Vito Modesto Franklin -que se hacía llamar duque de Rocanegras y príncipe de Austrasia- es un personaje que existió realmente, en los tiempos de (el dictador Juan Vicente) Gómez. La historia, de hecho, transcurre en 1924. Era un personaje estrambótico. No era exactamente un dandy, pues el dandy se relaciona más con la figura de Lord Byron, por ejemplo. Éste era más bien un personaje cómico, que fue carnada de los humoristas de la época, y él se dejaba. Le inventaron una novia. Los humoristas Leoncio Martínez o Job Pim (Francisco Pimentel Agostini) le escribían cartas de una novia ficticia que se llamaba Piperazina de Midy -que es un nombre de remedio- y él respondía las cartas. Se prestó al juego de la burla. Es un personaje fascinante de la historia venezolana que fue olvidado y, de alguna manera, humildemente, lo traté de rescatar.

Él había vivido casi en los mismos años que Juan Vicente Gómez.
Sí, así es.

Entonces, esta época dictatorial, junto con este personaje (duque de Rocanegras), hacían una especie de contrapeso muy interesante...
Así es.

…históricamente.
Roberto Echeto -u otro escritor amigo mío, contemporáneo- escribió una nota sobre la novela y dijo algo muy interesante -y no lo digo por mí sino porque lo dijo él-: que esa era la manera de Vito Modesto Franklin de resistir a la dictadura. Como no podía hacerlo desde la lucha o la opinión pública, su disfraz era una manera de resistir una época de represión. Y la única manera, evidentemente, de lograr que pasara por alto el Gobierno tal resistencia era simulando locura, estupidez, tontería. A veces, los gobernantes no son lo suficientemente inteligentes para entender el humor.

Sí, les duele.
Je, je.

En el alma, ja, ja.
A veces lo entienden y les duele, y a veces no lo entienden y lo dejan pasar. Creo que es el caso de Vito: no entendieron.

Eran un contrapeso interesante, como personajes históricos.
Sí. Y era un reflejo también de la época. En esos años ya se había descubierto el petróleo en Venezuela y empezaba a morir una Venezuela que era la de (el tres veces presidente Antonio) Guzmán Blanco. Intentaba imitar los estilos de vida europeos, pero sobre todo el francés, no tanto el inglés. Y, con la aparición -eso se ve en la novela- del petróleo y el comienzo de las relaciones de Venezuela con los Estados Unidos, empieza a entrar el estilo de vida norteamericano. Y Vito Modesto Franklin está en esas dos aguas. Él ve cómo empieza a morir su mundo francés de elegancia, refinamiento, y empieza a ver también cómo el estilo de vida norteamericano, las palabras en inglés, empiezan a sustituir las palabras del francés en el hablar del venezolano. Entonces, él siente que se está muriendo una época con él. Y eso está muy presente en la novela.

Es una metáfora del cambio de…
Es una metáfora de cambio que algunos lectores también lo han relacionado con el presente, con la llegada de la Quinta República de (Hugo) Chávez.


Ironizando sobre la burocracia latinoamericana

Antes de tocar el tema de Chávez, su otra novela Las peripecias inéditas de Teofilus Jones: (hay) momentos de esa novela que están en Internet, muy buenos, porque es toda una crítica y una ironía a la burocracia.
Sí.

Usted dice: “…Por mí firman mil veces, y mil veces yo les digo que esa firma no es igual a la original, que esa firma varía en esta raya, en esta curvita, que no, que no es aceptable. Bajo mi mandato, deben volver a llenar las planillas. La PG-21, la A-1, la B-12, la XXX-18…”
Sí, je, je.

Que es, obviamente, para adultos.
Sí.

“…la R, la TP, la F-16…”, que son aviones de guerra.
Sí.

“…la AK-47…”, que es una metralleta.
Sí.

“…la C-4, la UB-40…”, que es el grupo de música y…
C-4 es un explosivo.

Ah, C-4 es un explosivo.
Sí.

Es una mezcolanza de varias cosas y, en el fondo, es una crítica a esta burocracia tan latinoamericana.
Sí. Una vez más ahí está el humor como forma de resistencia. Tal como decías tú hace rato: el humor le duele a los poderosos. Evidentemente, cuando lo entienden. El humor le recuerda al oído al poderoso que tiene los pies de barro, que no está por encima del resto de los seres humanos y que algún día va a morir.

Él se debe hacia su pueblo.
Claro. Y esta novela está escrita en clave de humor, porque es la respuesta a la desesperanza el humor. Entonces, está allí manejada la parodia, la sátira, en una novela distópica.


La literatura venezolana dependió mucho del Estado

Habiendo creadores literarios tan originales como usted en Venezuela, ¿por qué, de repente, no se conoce más la literatura de su país en Latinoamérica? Porque después de Arturo Uslar Pietri
Sí.

…que es un monstruo a nivel latinoamericano y en toda la lengua española, no se sabe mucho más de Venezuela. ¿Qué ha pasado?
No tengo una respuesta clara para eso. Creo que dependen de muchas cosas, de muchos factores. Durante muchos años quizás la literatura venezolana dependió muchísimo del Estado: era quien sostenía la escritura, por decirlo de esa manera. Eso llevó a que, por ejemplo, las editoriales privadas tuvieran una mínima participación en el mercado. No es una defensa a las editoriales privadas, pero su negocio es vender, y cuando eso sucede, de algún modo se da más oportunidad de que se mueva el escritor en función a la promoción. Cosa que no ocurría con respecto a las publicaciones del Estado, y al escritor en relación con el Estado. Eso hacía que sea un trabajo muy local, que ocurriese un movimiento muy local que no salía. Eso por un lado, y a lo mejor estoy diciendo una burrada. Por otro lado, hay algo de la esencia del venezolano que no (le) permite sentirse orgulloso de lo que hacen sus propios artistas: siempre hay una mirada hacia afuera y no hacia adentro. Cosa que en los últimos años ha estado modificándose, por fortuna. Y si no hay un conocimiento desde adentro de lo que están haciendo los venezolanos es muy difícil que lo haya hacia afuera. También hubo, durante mucho tiempo, una manera de entender la literatura muy cerrada, que quizás no trascendía del propio círculo de escritores y académicos, con cierto desprecio hacia el público mayor. Vamos a estar claros: los escritores se conocen porque los lee la gente, el gran público. Hay muchas razones para ello. No sé si las mías sean las verdaderas.

Por ejemplo, ¿llegar a Alfaguara le costó? ¿Es difícil para un venezolano llegar a un sello internacional?
Sí. En los últimos años, Alfaguara Venezuela está publicando autores venezolanos. El asunto es que las editoriales transnacionales en los países latinoamericanos se mueven internamente. Es decir, Alfaguara Venezuela trabaja para el mercado venezolano; Alfaguara Colombia trabaja para su mercado interno, aunque también tiene un sistema de promoción dado por ese mismo respeto de los propios colombianos hacia sus escritores que han trascendido un poco más. Y ni se diga de los argentinos, que son expertos en promocionarse. Pero, por ejemplo, que tú publiques con Alfaguara o Ediciones B no es garantía de que tus libros van a salir del país. Estamos en ese proceso. Ojalá que algo se dé en algún momento.


Las múltiples influencias del escritor

Usted decía que es una persona de estos tiempos, por sus aficiones: ve Cartoon Network, Boomerang, Nickelodeon, Discovery Kids, las historietas de Frank Miller
Sí.

…y también lee a (J. K.) Rowling, a Roald Dahl. Entonces, de todas estas influencias, ¿cuál es la que prima en usted: la del anime, el cine, la historieta?
Es fundamental la honestidad. Tú tienes determinados gustos y eres honesto con ellos a la hora de escribir. No hay una diferenciación en la literatura contemporánea con respecto a lo popular y lo culto, pero si tú mantienes ese patrón anticuado de que en la literatura no puede entrar todo aquello que te satisface dentro de la cultura popular sino que lo dejas afuera por falta de honestidad contigo mismo, no se va a ver reflejado en la literatura y, para mí, no va a haber honestidad respecto a uno mismo. Entonces, me gusta el cine, (los) cómics, la novela gráfica, ver televisión, la pornografía, cualquier cosa de la cultura popular. Me gusta lo camp, lo kitsch, las artes plásticas. Y todo eso está en un depósito en tu cabeza que a la hora de escribir sale.

Se nota que es usted honesto porque pocos escritores suelen decir eso en público: “Me gusta la pornografía”, je, je.
¿A quién no le gusta la pornografía? Ja, ja, ja.

Pero pocos lo dicen, ja, ja. Usted dice que escribe en este mundo para divertirse y para divertir a los chamos.
Sí, claro.

A los chiquillos.
Sí. Para divertir al lector y divertirme a mí mismo. Yo no entiendo la literatura como sufrimiento. Por lo menos la narrativa no la entiendo como sufrimiento. Quizá en la poesía me pega un poco más, me pone más intenso y a tropezar más, pero la narrativa no. La narrativa la sudo, por supuesto. Trabajo con la revisión constante y todo eso, pero igual la disfruto.


Nada con panfletos políticos ni libertades tiránicas

Como venezolano: a usted la política -a diferencia de la literatura-, ¿le causa algún resquemor, escozor?
Mis angustias existenciales se ven reflejadas, por ejemplo, en Rocanegras y en Las peripecias inéditas de Teofilus Jones. No creo en el panfleto político, pero sí en el espejo humano.

¿Cree en Chávez?
No creo en Chávez. En Las peripecias inéditas de Teofilus Jones lo digo muy claro. Me preocupa el tema de la libertad en mis novelas. En las dos novelas el tema de la libertad es fundamental y no creo en esa libertad para el pueblo ni en la libertad de las masas ni en esos disfraces de libertad. Creo en la libertad del respeto y del individuo, sí. La libertad absoluta que pregona el socialismo es una libertad tiránica. Eso no es libertad. La libertad absoluta lleva hacia la tiranía.


Un documentalista que conoce bien el Perú

Esperemos que siga disfrutando su estadía en Lima.
Gracias.

Es primera vez que viene, ¿verdad?
No, es la segunda vez que vengo. Estuve aquí hace unos quince años, aproximadamente, trabajando como director de documentales y guionista.

Usted estaba con HBO y Cinemax.
En ese momento estaba haciendo un documental para HBO, sí. Una serie de documentales que se llamaban Nuevas crónicas de América.

¿Crónicas urbanas?
Después vinieron las crónicas urbanas, pero las primeras crónicas eran más que todo un recorrido por los lugares turísticos principales. Estuve en Machu Picchu -allá en Cusco-, Sacsayhuamán, Kenko, Puca Pucara, Tambomachay, todas esas cosas.

¿Qué le pareció?
Una maravilla. Estuve en el lago Titicaca, en la isla de Taquile, en Nazca, en Ica.

O sea que usted conocía el Perú mejor que la mayoría de peruanos.
Je, je. Sí, recorrí bastante. Fue un viaje largo y la pasé muy bien. Yo quedé enamorado de Perú.

martes, 3 de mayo de 2011

Benjamín Prado





“Uno escribe para desobedecer las verdades oficiales”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El narrador, poeta y ensayista español Benjamín Prado (Madrid, 1961) transmite dos impresiones inmediatas cuando uno recién lo conoce: una, que quizás haya sido jugador de baloncesto -por su estatura-; otra, que es un músico de rock con algunos años y muchos viajes encima -por su semblante despreocupado-. Sin embargo, lo cierto es que Prado es uno de los autores más interesantes y prolíficos de la Madre Patria, con premiadas publicaciones en diversos géneros literarios.

Entre sus novelas encontramos Raro (1995), Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Dónde crees que vas y quién te crees que eres (1996), Alguien se acerca (1998), No solo el fuego (1999, XIV Premio Andalucía de Novela), La nieve está vacía (2000), Mala gente que camina (2006), y Operación Gladio (2011). Así como sus poemarios Un caso sencillo (1986), El corazón azul del alumbrado (1990), Asuntos personales (1991), Cobijo contra la tormenta (1995, Premio Hiperión), Todos nosotros (1998), Ecuador. Poesía 1986-2001 (2002), Iceberg (2002, Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 2001), Marea Humana (2007, VIII Premio Internacional de Poesía Generación del 27). Su libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo (2003); sus ensayos Siete maneras de decir manzana (2001), Los nombres de Antígona (2001, Premio de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset 2002); la biografía Carmen Laforet (2004, en coautoría con Teresa Rosenvinge); el tomo autobiográfico A la sombra del ángel. 13 años con Alberti (2002, que es, en el fondo, un homenaje al gran poeta Rafael Alberti); y el ensayo biográfico Romper una canción (2009, sobre la composición -durante siete meses y en varias ciudades de República Checa y España- de las canciones del exitoso disco Vinagre y rosas (2010) junto a Joaquín Sabina, con quien le une más de treinta años de amistad).

Asimismo, su obra ha sido traducida a muchos idiomas, escribe una columna semanal en el diario español El País, es tertuliano de Radio Nacional de España y dirige la mítica revista Cuadernos Hispanoamericanos (que existe desde 1948, y cuya edición 730 está dedicada a la literatura peruana contemporánea).

Prado estuvo en Lima recientemente, como invitado del Festival Eñe América. En este importante evento literario latinoamericano participó en el cara a cara Escribir es envolver la calle en un libro con el escritor peruano Fernando Ampuero y en la mesa redonda Perú en los Cuadernos Hispanoamericanos junto al narrador nacional Jorge Eduardo Benavides. Además, presentó su libro de poemas No me cuentes tu vida. Antología 1986-2011, bajo el sello editorial peruano Mesa Redonda. Lo que sigue es un ameno diálogo que abarca álgidos temas de política española, firmes defensas literarias, y encuentros suyos con algunas leyendas del rock.


Es un gusto que esté usted en el Festival Eñe, en Lima. Quería empezar la entrevista preguntándole acerca de su última obra, Operación Gladio, que es un tema político y tiene que ver con la Transición española.
Sí.

Si bien varios de sus libros tienen que ver con la historia política de su país, ¿cuánto tiempo le demandó la elaboración de esta última obra?
Demasiado. Tardé cinco años y pico en escribirla. Es una novela, en ese sentido, parecida a la anterior, Mala gente que camina. Son libros que requieren mucha documentación. Y mucha documentación requiere mucha destilación después. De manera que tardas mucho tiempo en reunir el material, darle un tamaño aceptable, y convertir todo eso en solo una novela. Porque yo quiero que lo que escribo sean solo novelas. No son ensayos, no son libros de historia. Porque no tengo ni la preparación ni las ganas de ser historiador. Que sean solo una novela.

¿No es fanático, como otros escritores, de mezclar los géneros?
Sí están mezclados. Pero yo quiero que todo sea ficción. Tuve la idea de hacer una serie de novelas hablando de algunos temas de la historia española, más o menos reciente, como fondo. Temas de los que todo el mundo cree saberlo todo, pero de los que realmente hay muchos cabos sueltos que atar todavía. Además, casi todas ellas (están) protagonizadas o coprotagonizadas por el mismo narrador, que es Juan Urbano. El mismo que utilizo en mis artículos semanales en El País. Y cada una perteneciente a un género. De manera que, por ejemplo, Mala gente que camina era una novela histórica -en ese caso sí-. Operación Gladio es una novela de espías. Y la próxima que haga quiero que sea una de aventuras. Nomás quiero que pase por Latinoamérica. Como tengo que seguir una novela de espías, sirve para no olvidarme de que estoy haciendo ficción, de que no tengo que hacer demasiadas teorías. No tengo por qué justificarme desde el punto de vista histórico ni político. A veces vienen los periodistas y me dicen: “Pero es que esto…”. Y yo les digo: “Mira, pero es que esto es una novela”. Entonces, en las novelas, y más si son las de espías, uno arranca de elementos de la realidad, pero al final tienen que tener intriga, suspense, acción. Y, obviamente, como en todas las novelas de espías, ocurren de por sí en la zona más oscura de las sociedades. Allí donde están las malversaciones, los crímenes, los abusos de poder, la corrupción y demás. Evidentemente, tienen también un pie metido en esa agua oscura. Pero son solamente novelas.

Pero, ¿se podría afirmar que usted realiza novelas históricas, últimamente, o no?
Yo no diría que son novelas históricas. Para mí las novelas históricas son las que escribía Marguerite Yourcenar. A Memorias de Adriano me estoy refiriendo. Memorias de Adriano es una novela histórica. Yo, Claudio es una novela histórica. No creo que Mala gente que camina sea una novela histórica ni Operación Gladio sea una novela histórica. Son novelas más parecidas, en ese sentido, a las de Galdós, Stendhal, Balzac o Tolstoi. La guerra y la paz es una novela histórica. Yo creo que todo el mundo la recuerda, básicamente, como una novela de amor. ¿La cartuja de Parma es una novela histórica? Yo creo que no. Más bien se (le) recuerda como una novela sentimental, casi.

Se lo mencionaba porque al tomar usted como eje de la novela la Transición española -y (sobre) la Transición, aún el día de hoy, todavía no se ponen de acuerdo cuánto tiempo duró-…
Por eso merece la pena hacer una novela sobre ello. Dado que desde el punto de vista de la historia y del periodismo la Transición española obedece a una verdad inamovible, oficial, que no se puede tocar, creo que merece la pena escribir novelas que, de alguna manera, hagan visible la parte de transacción que tuvo la Transición -si uno se permite ese juego de palabras-. La novela lo que quiere contar, utilizando la Transición española como disculpa, es que toda historia tiene que ser revisada. Y todo eso porque la historia la escriben siempre los vencedores.

¿Para Juan Urbano cuál es el eje central de la Transición española?
Hay un personaje de la novela que dice que la Transición fue un triunfo de todos, pero que también tuvo sus perdedores. Los perdedores son toda la gente a la que la Transición no le devolvió, de alguna manera, lo que habían invertido. Hubo mucha prisa por pactar con todas las fuerzas de la dictadura que, evidentemente, no se iban a autodisolver sin pedir nada a cambio, y ahí se hicieron muchas concesiones. Que a lo mejor eran entendibles en el año 77, pero que no tienen ninguna razón de ser en el año 2011. Por eso la novela habla de los dos. Por una parte, habla de la Red Gladio, que es esa red anticomunista creada por la CIA, nada más acabada la Segunda Guerra Mundial, para evitar que la Unión Soviética extendiera su influencia por Europa. Llevaron a cabo más de cuatro mil atentados en toda Europa: Bélgica, Alemania, Italia, y también en España. Entre otros, participaron en el asesinato de los (cinco) abogados laboralistas de Atocha (el 24 de enero de 1977. Estos abogados militaban en el Partido Comunista de España). Famoso asesinato que se considera casi el imán que hizo a la gente salir a la calle a defender una democracia en la que muchos no creían y querían evitar. Y, por otra parte, se cuenta en la novela la historia de un republicano detenido en la frontera con Francia, internado en un campo de concentración, fusilado en una cuneta cerca de Madrid, enterrado en una fosa común. Y, veinte años después, (es) profanada su tumba para llevarlo, como a otros treinta y tantos mil republicanos o cuarenta mil, al Valle de los Caídos, a la necrópolis que se construyó el dictador (Franco) a sí mismo y que, inexplicablemente, sigue en pie.

Como material para hacer ficciones esta época, tanto como la Guerra Civil, es riquísimo.
Es riquísimo.

Aún es inagotable.
Sobre todo porque una cosa muy buena que puede intentar hacer una novela es rellenar los espacios en blanco que dejan los libros de historia…

Claro.
…de alguna manera. Pensar es un acto de desobediencia, casi. Tanto como están los poderes del mundo, en el que priman las corrientes de opinión y las verdades oficiales, las correcciones políticas y el pensamiento único, todo en términos perversos. Realmente, pensar es un acto de desobediencia. Escribir es un acto de insubordinación, casi. Indirectamente, uno escribe para desobedecer las verdades oficiales.


Biografías que son como novelas

Al respecto de la escritura, usted escribió un ensayo, Los nombres de Antígona, sobre cinco escritoras. Y una de ellas, es la esposa de Rafael Alberti…
Sí.

¿Cuál era el eje central que le llamó a escribir sobre estas escritoras? Aparte de que fueran de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Uno muy sencillo: son cinco escritoras que me gustan muchísimo, que comparten una vida tan dramática, tremenda, aventurera y llena de cielos e infiernos, que casi parecen mentira. Esas cinco biografías son casi cinco novelas, de alguna manera. Cuando se me ocurrió escribir el libro, escogí a las cinco que más me interesaban: la poeta rusa Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, la propia María Teresa (León), Isak Dinesen. Son escritoras que me gustan muchísimo. Y creo, además, que simbolizan muy bien todos los horrores del siglo XX.

De paso que, también, ha sido una especie de homenaje a María Teresa…
Sí. Me parecía muy injusto que ella fuera -(algo) propio de un país, por aquel entonces más que ahora, machista como España- siempre citada como “la mujer de Alberti”. Esta escritora que publicó veintitantos libros: muchos de ellos no se han publicado en España nunca. Te digo que no es suficiente que regresen los escritores: tienen que regresar sus obras, para que la vuelta del exilio sea completa. Además, yo tengo una relación, como sabéis, muy estrecha con Rafael Alberti. Y a María Teresa la había conocido yo cuando estaba ingresada en un centro (de salud: la clínica Ballesol. Sufría del mal de Alzheimer), sin saber quién era realmente.


Rafael Alberti: la literatura como algo importante

¿Existiría usted como literato si no hubiera conocido a Rafael Alberti a los dieciocho años?
Más bien al revés: si no hubiera querido ser poeta, seguramente no hubiera conocido a Rafael Alberti a los dieciocho años. Fue un libro suyo lo que me llevó a él. Una casualidad. Lo he contado mil veces. Sobre los ángeles: lo leí y me metió en la cabeza el deseo de escribir. Y de escribir de otra manera, desde un punto de vista casi profesional. Y tuve la suerte, a los dos días de haber leído el libro, de encontrármelo en un bar. Las cosas ocurren muchas veces por azar.

¿Predestinado?
Sí, seguramente.

Porque Alberti le aconsejó que se tomara en serio su carrera y no tan en serio a sí mismo.
Siempre. Es un consejo maravilloso: “Tómate siempre muy en serio tu obra y muy en broma a ti mismo”.

Y le hizo caso, porque ha publicado más de veinte libros en veinticinco años de carrera.
Sí, la verdad que sí. Yo escribía antes más. Cuando me drogaba escribía más.

Ja, ja, ja, ja…
Porque escribía una novela al año. Pero porque el combustible me lo permitía, ja, ja… Ahora ya escribo una cada cinco años. Siempre acabo escribiendo alguna u otra cosa.

Los años también pasan factura.
No lo sé. Yo me encuentro muy bien, con muchas ganas de hacer cosas. Siempre estoy haciendo muchas cosas. Y con ganas de viajar y moverme. Ramón Gaya, pintor y finísimo escritor -en mi opinión-, tiene uno de esos aforismos estupendos que dice: “Ser fiel es lo contrario de detenerse”. Creo que es maravilloso, merece la pena tenerlo puesto así, al lado de uno, para no olvidarte. Alberti quería que los poetas se movieran. Uno de los peores insultos que le podría hacer a un poeta es decir que era “un poeta sentado”. Y es que “fulano es un poeta sentado” y ya había acabado con él, no le interesaba nada. La reflexión siempre es mejor si tiene un trasfondo de acción, si vas a los sitios a mirarlos. No es lo mismo venir aquí, cogerte un avión a Cusco y visitar Machu Picchu que leer el poema de Neruda (Alturas de Macchu Picchu de 1950. Neruda colocó doble “c” en Macchu) ni leer el poema de Martín Adán (La mano desasida. Canto a Machu Picchu de 1964). Cambia todo si vas a verlo. Incluso, entiendes mucho mejor los poemas de Neruda y Martín Adán.

A la sombra del ángel es una defensa de la imagen equivocada que se hizo…
Sí.

…mucha gente de Rafael Alberti.
Una imagen creada por su última “familia”.

Por María Asunción Mateo.
Rafael era todo lo contrario a lo que esa gente ha querido hacer ver de él. Era un tipo divertido, generoso, desinteresado en el dinero -de una manera como yo no he visto-, abierto, respetuoso con cualquier joven que se le acercaba. Y ahora me paso la vida defendiéndole porque, al final, me tengo que pelear con gente que se mete con él. Con Antonio Muñoz Molina, que se mete con él en su última novela; con Andrés Trapiello, que se mete con él en su libro Las armas y las letras. No sé por qué ha conseguido esa gente que lo rodeó en sus últimos años una corriente de antipatía hacia él. Aparte de cargárselo como escritor, porque ha desaparecido. Te ibas con Rafael al último pueblo de España, te sentabas a tomar un café, y a los cinco minutos había diez personas haciendo fila para que les firmara un autógrafo. Es como ir hoy con Messi o con Cristiano Ronaldo, supongo, por la calle. Y, sin embargo, está desaparecido. No existen sus libros. Es un desastre. Yo defiendo al Rafael que conocí: una persona buena, generosa, optimista, un vividor. Yo le escribí un poema que se titulaba El vividor. Era un tipo…

Que vivía siempre.
…que hubiera dado la vida… La idea del poema es que es un tipo que a pesar de sus libros, su fama, a pesar de todo, hubiera dado la vida por vivir cinco minutos más.

Y encima Joan Manuel Serrat musicalizó uno de sus poemas.
Sí, La paloma.

La paloma. Entonces, teniendo esa aceptación, ¿por qué cierto sector de la intelectualidad española se ha dedicado a mellar a Alberti?
Primero, porque era comunista. Y la gente es bastante anticomunista en España. Porque él fue un “poeta en la calle” -como se llamaba a sí mismo- que se metió mucho en política. Hizo una campaña a diputado, en verso, que era maravillosa. El tipo llegaba a los pueblos y preguntaba: “¿Aquí que pasa?”. “Es que nos prometieron una carretera -o arreglar un puente o ponernos un alumbrado público- y no cumplen”. Entonces, Rafael se iba al hotel, escribía una de sus coplas de Juan Panadero -por supuesto, Juan Urbano es su hijo, su hermano pequeño- y, entonces, llegaba y leía un poema que la gente recibía de manera muy sorprendida. Porque ahí estaba un mito, estaba Alberti. Y Alberti no estaba hablando de Picasso ni de Lorca ni de Neruda ni de ningún otro de sus amigos: estaba hablando de ellos. Además, estaba hablando de su ciudad, sus problemas: su carretera, su luz del alumbrado o su puente. Y esa manera de Rafael de convertir la literatura en un mensaje directo, en algo que corre hacia el lector en lugar de tirar del lector hacia el libro, me parece muy interesante. No son ni mucho menos los poemas que más me gustan de Alberti sus Coplas de Juan Panadero (1949) -me gustan más Sobre los ángeles (1929) o Baladas y canciones del Paraná (1954)-, pero me parece muy interesante y bonita esa fe en la literatura que tenía Rafael. Me enseñó eso: a entender la literatura como algo importante, algo decisivo, que daba la categoría, el tamaño y el volumen a un país. Mucho más que su economía, que su producto interior bruto. El tamaño de un país se lo da el tamaño de su cultura. Yo estoy absolutamente de acuerdo con eso y el día que deje de estarlo me dedico a otra cosa.

¿Usted sufrió un accidente con Alberti?
Sí, nos dieron un golpe tremendo.

¿En qué año fue?
Eso fue en el año 87, quiero recordar (exactamente, el 18 de julio de aquel año. Fue un accidente automovilístico donde Alberti se fracturó una pierna y rompió el cristal del automóvil con la cabeza. Además de Benjamín Prado, Teresa Rosenvinge y Elisa Molina estaban con él cuando ocurrió tan infausto hecho. Luego escribiría el poema Accidente en el hospital, recordando lo sucedido).

¿Esto causó muchos estragos en su salud?
Realmente, Rafael nunca volvió a estar en movimiento como lo había estado, y cuando te paras eres más fácil de atrapar.


El hombre que se conmovía con la palabra “poesía”

Sí, por supuesto. Por otro lado, (usted) tiene varios libros de poesía, pero Cobijo contra la tormenta tuvo, inclusive, el permiso mismo de Bob Dylan para…
Eso fue divertido.

…el título (del poemario).
Soy muy fan de Dylan. Y yo siempre decía: “Mira, no escribas nunca nada que te avergonzase un día de darle a Bob Dylan”. Entonces, yo decía eso, la gente se moría de la risa. Pasó el tiempo, seguí escribiendo, lo seguí diciendo, se siguieron riendo. Algunos de mis libros se tradujeron en Estados Unidos, Inglaterra, al inglés. Y una vez yo iba siguiendo a Dylan, (durante) una gira que hizo Andrés Calamaro de telonero. Después de cada concierto, Andrés me dejaba su backstage y yo entraba a ver a Dylan subir al escenario. El último día le di un par de libros míos traducidos al inglés, de manera que se cumplió la profecía. Y es verdad que otra vez lo había visto en Sevilla y se lo conté. Sí, eso fue bonito porque me acerqué a él, rodeado de guardaespaldas, me miró con una desconfianza infinita hasta el momento que yo le dije: “Mire, es que yo soy español, soy escritor y voy a publicar un libro de poemas que le quería titular como a una canción suya: Cobijo contra la tormenta, Shelter from the storm (1975)”. Entonces, el tipo cambió inmediatamente. Se volvió simpático. Hizo un gesto a los guardaespaldas y me dijo: “Ah, ¿y por qué le vas a poner ese título?”. “Me parece una definición muy bonita de la escritura: un lugar donde esconderte de todas las tormentas que le lanzan rayos a uno”. Me dijo: “Ah, es muy interesante. No lo había pensado de esa manera. ¿Y cómo es el libro?”, y me siguió preguntando. Tuve mis cinco minutos de gloria con Dylan. Lo que me pareció más simpático es que a él la palabra “poeta” lo convirtiera en un hombre más dulce. Normalmente, la gente sonríe cuando oye la palabra “banquero”, “dinero” o “poder”, pero que a él le conmoviera la palabra “poesía” me parece que es un punto a su favor.

Claro. Porque ahora, además, no se estila hacer música con poesía. Ahora las letras son demasiado -en general, tanto en Europa como en Latinoamérica- crudas, muy poco artísticas.
Siempre hay excepciones que confirman la regla. A mí me gusta mucho, por ejemplo, de España, estos chicos del grupo Pereza. Creo que escriben canciones que tienen mucho…

Con los que usted ha tocado.
Sí. Por cierto, en el Festival de Granada, no sé si es el 11 o 12 de mayo, tengo una conversación pública con Vargas Llosa y al día siguiente actúo con los Pereza. Lo cual creo que explica bastante mi esquizofrenia. Pasar de tener una charla pública con el joven cadete (Vargas Llosa) a actuar con una banda de rock n’ roll leyendo poemas -y hasta canturreando alguna cosa- es notable.

Pero no canta mal usted.
Esa mentira te la agradezco mucho. A mí me gustan mucho las canciones que hacen los Pereza. Me interesa mucho lo que hace mi excuñada Christina Rosenvinge, por ejemplo. Creo que escribe buenas letras. Hay gente interesante. Es verdad que lo que se lleva es un poco la música de usar y tirar, pero hay gente interesante, y no te digo ya Joaquín (Sabina), ya Serrat. A mí solamente me interesa la música que tiene alguna calidad poética en sus letras. Obviamente, para irme a bailar con mi mujer puedo bailar cualquier cosa. Y seguro que la pólvora que te pone en los pies alguna canción estúpida no es desdeñable, pero yo prefiero las otras.

Es un melómano. Y, además, viene (usted) con la música de los sesentas, setentas, que era mucho más comprometida.
Siempre. A mí la última cosa que realmente me impresionó fue Nirvana. Después me han gustado muchas cosas, pero la última que me voló un poco la cabeza fue Nirvana.


Sobre el genio que saltó desde el piso nueve

Lo mismo dijo Charly García.
¿Ah, sí?

“A mí me gusta solo de Nirvana para atrás, porque ahora ya no hay…”
Me alegra porque yo soy muy de Charly. A mí Charly me parece fabuloso.

Sí. Es un genio.
Es un genio. Soy de Charly total.

Puede tocar cualquier género. Y lo hace bien todo.
Sí. Siempre haciendo cosas que no hace nadie más que él.

Sí.
Claro, mientras mantenga su buena puntería para las piscinas, además (el año 2000, García se lanzó del noveno piso del hotel mendocino Aconcagua, en Argentina, hacia la piscina que quedaba en el segundo piso).

Ja, ja, ja… Sí.
Duro es el día que caiga fuera, pero mientras que no, ja, ja, ja…


Entre gruñidos grunge y un canuto

Exacto.
Sí. A Kurt Cobain lo conocí por una novia que tenía yo por aquella época.

¿En persona?
Sí, trabajaba en Geffen (Records, el sello discográfico de Nirvana). Lo fui a ver las dos veces que tocó en Madrid. Y en una de ellas esta chica que era la que casi lo acompañaba por Madrid, me metió después en el camerino…

¿No era Courtney Love?
No. Si hubiera estado Courtney Love hubiera huido yo del camerino.

Ja, ja, ja…
Sin ninguna duda. Aunque tengo que decir que el primer disco de Hole me gustó mucho.

Tiene buenas canciones.
Es un disco espléndido. Me metió allí un tipo extraño. Los otros hablaban todo el rato, Dave Grohl y el otro… Ese nombre absurdo, que era (Krist) Novoselic o algo así.

Medio serbio.
Medio serbio. Hablaba mucho y él (Cobain) estaba tumbado allí. De lo que sí puedo presumir es de que Kurt Cobain me pasase el canuto (cigarrillo de marihuana).

Ja, ja…
Ja, ja… Eso sí. Hay poca gente que se haya fumado un canuto a medias con Kurt Cobain. Es verdad que el tipo no me dedicó más allá de dos gruñidos, ni siquiera palabras, pero la marihuana me la pasó. O sea que sé algo de eso.

Algo compartió con Kurt Cobain.
Sí.


De Cusco a Charlotte Gainsbourg

Cambiando de tema, su libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo, que contó con diversos autores (Almudena Grandes, Javier Marías, Juan Marsé y Enrique Vila-Matas), y que en uno de sus cuentos incluye a un hombre que viaja al Perú…
Sí.

¿Cómo así se le ocurrió…?
Porque ese libro es muy latinoamericano, en realidad. Porque muchos relatos pasan por aquí: uno en Perú, otro en Costa Rica, otro en México. La verdad que casi todo lo que cuenta ese relato sucedió. Hasta tal punto que algunas de las personas que se creyeron ver en el relato, se enfadaron conmigo. Y es verdad que fue muy intensa aquella visita. Creo (que en) aquella época era mucho más loco que ahora, me metía en los sitios más raros y peligrosos, en algún caso. Y me buscaba las peores compañías porque siempre eran las que conocían los mejores bares. Y todo lo que cuento: la pelea de perros, toda esa cosa por Cusco, todo eso ocurrió, realmente. Es un libro con autores invitados. ¿Sabes? No se le había ocurrido a nadie fuera de los discos.

Sí.
Y, realmente, es una copia del natural ese relato. También es…

Es como un featuring
Sí.

Un featuring de los demás autores.
Sí. Más o menos. Como cuando toca Elton John el piano en un disco de Dylan o Slash la guitarra, ese tipo de cosas.

Claro.
Me encantan esos discos donde, de pronto, aparece Keith Richards. Coño, ¿qué hacen aquí Ronnie Wood, Keith Richards?

Unas colaboraciones increíbles.
Sí, Beck con la hija de (Serge) Gainsbourg (llamada Charlotte). Esas cosas siempre me llaman la atención.