sábado, 4 de enero de 2014

Lilly Caballero de Cueto


“No podemos, a los muchachos, quitarles la vocación, por poco práctica que parezca”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Lilly Caballero de Cueto (Ancash, 9 de enero de 1926) es la pionera de las bibliotecas infantiles escolares en el Perú. Fue fundadora, en 1980, del Centro de Documentación e Información de Literatura Infantil (CEDILI), institución que representa en el Perú a la International Board on Books for Young People (IBBY). Es una reconocida maestra especializada en educación inicial. Trabajó en el Instituto Superior Pedagógico Nacional de Educación Inicial (ISPNEI) entre 1969 y 1980, fue coordinadora de Bienestar Universitario en la Universidad de Lima durante doce años, y fue asesora del Ministerio de Educación entre 1982 y 1984. En julio de 2012 fue distinguida por la Municipalidad de Miraflores con la Medalla Cívica en el grado de Ciudadana Ejemplar, categoría Literatura, por su labor destacada al servicio de la enseñanza. Del mismo modo, en abril de 2013 el Ministerio de Cultura la distinguió como Personalidad Meritoria de la Cultura, junto a otros quince sobresalientes gestores de las letras y artes en nuestro país -como Julio Cotler, Jorge Vignati, Rodrigo Montoya, Aníbal Quijano, Jorge Villacorta, entre otros-.

Además, la familia de la señora Caballero ha sido importante para el desarrollo de la cultura y la educación en nuestro país. Su fallecido esposo Carlos Cueto Fernandini (1913-1968) fue un destacado filósofo y educador iqueño que dirigió la Biblioteca Nacional entre 1962 y 1966, fue ministro de Educación Pública (1965-1966) y vicerrector de la Universidad de Lima (1968). Se casaron en enero de 1950 y tuvieron tres hijos: Alonso (1954), Marcos (1957) y Santiago (1960). El primero es uno de los mejores narradores nacionales de las últimas décadas, el segundo es un reconocido historiador, y el tercero es un influyente psicólogo e investigador. En la siguiente entrevista, dialogamos con la señora Caballero acerca del nivel de comprensión lectora de los niños peruanos de hoy, las bibliotecas infantiles, el bullying, la realidad del sector educación, la idiosincrasia nacional, así como de su intensa y viajera vida familiar -gracias a los altos cargos internacionales que tuvo su esposo en la UNESCO y la OEA-. Entusiasta como pocas personas de su edad, apenas se enciende la grabadora, nuestra entrevistada es un torrente incesante de vivencias.


(Dice la señora Caballero): Nunca hemos pensado trabajar en un programa nacional o ministerial sino que somos una institución privada sin fines de lucro. Ahí está el nombre: CEDILI. Centro de documentación (e información) de literatura infantil.

Pionera en el tema de bibliotecas infantiles, en el país.
Soy fundadora de CEDILI. Hemos creado, desde que éramos padres de familia, bibliotecas hechas por los propios padres y -en los casos de mucho atraso o alto nivel de analfabetismo- por la comunidad. Entonces, nos apoyamos más en el alcalde o en algún profesor que quiera hacerlo. La importancia de que los chiquitos empiecen (a leer) pronto. (Empieza a hablar sobre su esposo Carlos Cueto Fernandini) Él se salvó de la indiferencia, la pobreza o la falta de interés de muchos de sus contemporáneos, por la lectura. Él tuvo una infancia feliz, pero una juventud difícil, porque el padre los trajo a vivir a Lima. Ellos son iqueños y fueron a un Colegio Alemán, donde tuvieron muy buenos profesores y mucho aliento. Pero en cuarto de media…

En el Humboldt.
En el Humboldt, sí. Pero antes era el Colegio Alemán, no se llamaba Humboldt. Estoy hablando del año 29, 28… Y, entonces, el padre pierde su situación de un momento a otro, porque era un comerciante, y a la familia le viene como una depresión total. Carlos toma la decisión: deja el Colegio Alemán, se matricula en el Guadalupe y empieza a trabajar en una empresa. Felizmente, sabía escribir a máquina. Tenía quince años. En las noches estudia en el Guadalupe. Aprueba el Guadalupe y se presenta a San Marcos. ¿A estudiar qué? Filosofía. Una vez, una persona que se encuentra con él, un amigo de su papá, le dice: “¿Qué estás estudiando?”. Y le dice: “Filosofía”. “Pero si el Perú lo que necesita es gente de trabajo: ingenieros, agrónomos, pero filosofía…”. Y de filosofía hemos vivido, porque él fue profundo, y la filosofía es la madre de todas las ciencias. Después ya él se dedicó a la filosofía de la educación. No podemos, a los muchachos, quitarles la vocación, por poco práctica que parezca.

Su esposo decía que “la casa debía ser una biblioteca donde se coma, se duerma y se converse”.
¡Ay! (sonríe), ¿dónde dice eso?

En Internet.
Ja, ja, ja… Así era, pues. Libros, libros, libros (sonríe). Esta casa era igualita a lo que ves ahora (estamos en el primer piso, en su sala), pero arriba… Adivina qué era arriba: la biblioteca. Y arriba estaban los dos dormitorios, nada más. Cuando él murió el año 68 yo dije: “No la voy a desatar, que sea un sitio para los hijos”. Tenía su sitio, su mesa grande de trabajo y todo. La dejé treinta años. No la deshice, la limpié, yo misma hacía reuniones ahí, todos estos muebles eran de arriba. Por suerte, seguí yo todas sus instrucciones: que (los hijos) estudiaran en el Perú y se fueran a un posgrado a Estados Unidos. Ellos aceptaron, pues.

Sus tres hijos.
Sí. Los tres entraron a la Católica, uno tras otro, pero los tres a Letras, ninguno a Ciencias. Y los tres lucharon por sus becas: mandaban montones de cartas y, como sabían bien inglés -del colegio les enseñaron, más que habíamos vivido en Estados Unidos antes-, se fueron yendo, pues. Y se cumplió lo que Carlos quiso. Poco a poco, fueron regresando. Alonso se casó. Marcos, también, en Nueva York, con una peruana. Y Santiago se enamoró al poco tiempo. Entonces, yo me quedé en esta casa tan grande, con esa biblioteca. Primero, les dije que escogieran los libros. Ya se había superado todo lo que no fuera literatura. Lo que se mantenía era la literatura. “Mamá, esa psicología ya no se usa” (le dijo su hijo Santiago). “Voy a regalar el resto de los libros” (se dijo a sí misma) y fui envolviéndolos. Tuve que pedir ayuda a un joven, que viniera para separarlos a los sitios adecuados y los regalé a la Universidad Católica y a la Biblioteca Nacional, que justo creó un departamento que no existe ahora, que es Investigación de la Educación. Porque Carlos tenía muchos trabajos de investigadores, que se los habían mandado a él, y libros, a veces, de primeras ediciones. Entonces, todo eso había en INIDE. ¡Cómo destrozaron…! ¡Se acabó, pues, INIDE! Que llevó el nombre de Augusto Salazar Bondy, y pusieron el ministerio. Eso fue a la caída de Velasco.

¿Usted, también, consultaba siempre la biblioteca de su esposo?
Una parte tenía literatura infantil. Como viajábamos tanto, me encontré con una colección fabulosa de libros, no solamente de cuentos sino teoría, que es lo que nos hacía falta en el Perú. Yo soy maestra de educación inicial, pero acá no se vendían libros para maestros, para capacitación pedagógica. Había libros para primaria, para secundaria. La Librería Studium traía. Pero los jardines de la infancia, que empezaron con Emilia Barcia el año 31-yo la conocí el 45-, eran para niños pobres.

En el tren que iba a Jauja, ahí conoció a Emilia Barcia.
(Sonríe) ¡Ah! ¿Y cómo te has acordado? Fue mi salvación porque me decidió a eso. Los cursos que tuve que tomar fueron en la tarde, de vespertina, que nos daba el ministerio para capacitarnos a los que no teníamos título. Y conocí a Carlos en el psicopedagógico. Los dos teníamos el vicio de los libros. En tantas ocasiones que viajamos, llenábamos la maleta (sonríe). ¿Por qué? Porque no había, acá, qué leer para mejorar, para superarse. Y por esa misma necesidad, quizá, me he dedicado a esto.

Y él era doce años mayor que usted.
Doce. ¡Uy, qué bien sabes, hijo! Je, je, je... Yo lo conocí porque justamente él era director del Departamento de Pedagogía de la Educación, en el psicopedagógico. Había todo eso antes, ahora no existe un instituto de investigación. Carlos creó, por ejemplo, los asistentes sociales para los colegios, que ahora ya no existen. Servicios sociales realmente indispensables. Fíjate que, ahora, con el bullying y todo esto de los muchachos, se me parte el alma. ¿Por qué no pueden defenderse? ¿Quién puede tener dinero para pagar un psicólogo? Y aún a los psicólogos -Santiago es psicólogo educacional- no los preparan para eso. Se van para grandes entidades.

Para proyectos grandes.
Sí. Pero en los colegios públicos no hay psicólogos.

Tendrían que ser, más que nada, psicólogos que vean, también, casos clínicos.
¡Ah, claro! Para eso. Seguramente, en los colegios de paga alivian esas situaciones, ¿pero en los colegios gratuitos? No se atreven los muchachos a ir a contarle al director, porque les cae otra paliza.

Así es. Es un gran problema. Ahora, inclusive, cuelgan videos en Internet de cómo les pegan a los…
Eso yo he visto.

…estudiantes.
¡Horrible! No se puede soportar esa violencia.

¿Y a qué cree usted que se deba esta violencia infantil y juvenil en nuestro país?
Estaba trabajando sobre unos documentos, porque tenía que dar una charla en la Católica. Número uno: hablan de la libertad, que es lo más importante en la educación. Que al niño se le eduque libre. Y, luego, ponen como uno de los grandes peligros de la educación a la violencia. ¿Dónde empieza la violencia? ¡En los bebés! Los bebés, si tienen sueño, si están mojados, si están con frío, ¿cómo reaccionan? Llorando. Y la mamá les pega y el papá les pega. Y si puede el abuelo, también. ¿Usted ha visto a los chiquitos en las cunas maternales? Todos ellos han recibido un coscorrón esa mañana, estoy segura. Porque no se apuró, porque no se lavó, porque se despeinó, porque se puso a jugar. Entonces, hemos empezado, ahora, en CEDILI, a trabajar mucho los derechos humanos desde el punto de los valores que debemos hacerlos vivir a los chiquitos. Y a los papás, por supuesto. Y no empezar a decir: “No les peguen, no les hagan (daño)” sino que tienen que sentir que eso va a terminar en el ciudadano que se levanta, que da patadas, que corrompe, en jóvenes que están en las comisarías los fines de semana.

También es la violencia del abandono: muchas veces ni los papás ni las mamás están en la casa.
Todo eso viene del hogar. Todo eso. Es lo más grave. Entonces, ¿a quién hay que educar? A los padres. Nosotros vivimos mucho en Estados Unidos. (Mis hijos) estaban chicos: Alonso estaba en kindergarten, Marcos en cuna, Santiago recién había nacido, pero tuvimos la responsabilidad compartida en Washington. Varias veces nos ha tocado estar fuera. La primera vez fue París, que me fui con Marcos recién nacido. Estuvimos dos años, porque Carlos estaba en la UNESCO. Y, por supuesto, también, a cargo del proyecto principal de América Latina. Bien interesante para él, porque ya no fue solamente el Perú. Estoy hablando del año ¿56, 58? De ahí lo llamó la OEA. No tenían director para el Departamento de Educación y lo invitaron. Entonces, pasamos a Washington, pero ya teníamos la experiencia de nuestros hijos, dándoles educación. Yo me acuerdo que el primer día que llevé al jardín de la infancia a Alonso, me dijo la directora: “Usted, señora, se queda”. Me pareció un alivio. Me pareció una maravilla. Nunca había visto eso. Me dijo: “Porque el niño necesita seguridad. Usted se va a sentar a su lado y no le va a hablar una palabra. Con gestos, con lo que sea, pero…”. Desde ahí empecé a respetar la libertad. Ya él (Alonso) estaba cerca mío, pero no estaba pegado a mí ni yo agarrándolo. Después, todo lo que aprendí, sabiendo lo que era estarse ahí, esperando a qué hora iba a cocinar, me fue muy útil cuando he venido al Perú. En Estados Unidos, primero, vino la coordinadora del barrio y dijo: “Señora, aquí trabajamos todos como voluntarios”. Carlos era director de la OEA, tenía un cargo altísimo, vivíamos en un barrio residencial. “Quiero que se anote en qué quiere usted ayudar”. Me hizo una lista enorme: podía servir en el municipio, podía servir en escribir a máquina -en esa época-, para los que no hablaban en inglés practicar el inglés, etcétera. Yo escogí cuidar a los niños el día que no hubiera profesora. Tenía dos sitios: uno, el colegio, el primer grado de Alonso, y el colegio público. No tanto el colegio, la cuna maternal. De la cuna maternal yo sabía poquísimo. Acá (en el Perú) nos habían enseñado educación inicial desde los tres años. Todo había sido criar a mis hijos -porque yo nunca tuve ama, siempre yo los cuidé, pero tenía una persona que me ayudaba en lavar-… Felizmente, sabía inglés. Marcos, me acuerdo que echaba prosa, tenía tres años y le decía a sus amigos: “My mother is a doctor”, ja, ja… Creyendo que eso era gran cosa. Además, yo había enseñado un año en el Roosevelt, entonces, había aprendido todas las canciones de los niños. Todo eso me ayudó, porque tenía que inscribirse uno con todas las capacidades que tenía. Así que me llamaban: “Señora Cueto, la maestra mañana no viene, véngase”. Yo, encantada. Y hacíamos pool: teníamos que recoger a cinco niños cada uno. Un día a la semana. Todo eso hacía la vida más fácil. Nos ayudábamos unas a otras y nos conocíamos las mamás. Todo eso, dije: “No se puede aplicar en el Perú”. Porque si a mí no me presentan a la señora de acá (la vecina), yo no la saludo. Así somos, pues. El día que me mudé, en Estados Unidos, vino una vecina con un azafate y un vaso de jugo. Dijo: “Aquí les traigo para ustedes. Me los voy a llevar a los chiquitos para que jueguen con mis hijos”. Cosas así. Acá (en el Perú): “Pero cómo voy a ir, van a creer que estoy mirando sus muebles, nadie me la ha presentado”.

La desconfianza.
(Estamos) llenos de prejuicios, pero no damos un paso. Cuando les hablo esto a las mamás, se ríen, porque lo viven. Lo vivimos.

Allá son más integradores.
Ellos, totalmente. ¿Por qué? Porque no tienen esos prejuicios de raza ni de edad ni de país.

Ni de estatus social.
Ni de idioma. Entonces, cuando llegamos acá tenía a Santiago en el jardín de la infancia, lo puse en un (nido) privado, a Marcos en el Carmelitas y a Alonso ya en segundo de primaria. Porque, como hablaba inglés, lo quisieron los carmelitas. Ya con tiempo habíamos separado el colegio. Por suerte, era un colegio parroquial. Había mucho sentido de hermandad. Por ahí teníamos que empezar. La APAFA acá… Judy (la señora que trabaja en su casa), que está yendo al colegio, que recién ha venido de Huánuco, me dice que es el pleito del siglo: que se tiraban las cosas por la cabeza, los cuadernos y todo, acusándolos de robo. Que había diez mil soles, que hubo esa pollada, que dónde está la plata.

Todos los años es lo mismo.
Y en todas partes. Acá, a la espalda, hay un jardín de la infancia al que voy mucho, pero yo ni les comento, porque todo es peligroso. También hay acusaciones: que fulano… Es un cargo muy deseado, porque nadie los vigila. Y el ministerio se ha lavado las manos. Es que no tiene personal capacitado.

Usted, cuando fue asesora del ministerio de Educación entre los años 82 y 84, pudo conocer, por dentro, todo el problema educativo. ¿Estos temas vienen desde los cargos más altos del sector educación?
Oiga, mucho antes… Fíjese, yo los conocí desde que estaba de profesora, desde que ni conocía a Carlos, en el año 45. Todo era terrible. Emilia Barcia era la fundadora (de los jardines de la infancia), pero tenía una mano muy recta. De repente, caía una niña que era -yo la conocía- muy de sociedad, de muchas amistades. “¿Oye, qué haces acá?”. “Ay, me han mandado, me han nombrado profesora”. “¿Pero qué vas a hacer?”. “Yo, nada. Solo voy a venir a firmar y me voy”. Yo iba y le decía: “Oye, tú no puedes hacer eso”. “¿Pero por qué no, pues, hija? Una necesita”. Claro, lindan en el cinismo. Yo le decía a Emilia: “Pídele a la fulanita su experiencia porque dice que la han mandado”. (Barcia reaccionaba) “¡Estoy con una furia! Mira, aquí está la orden del ministerio, que la acepte. ¿Usted la conoce?”. “Yo sí la conozco, pero no le voy a decir nada. Usted hágale una entrevista”. Cuando la veo (tras la entrevista), ella sale con su cartera, se iba al ministerio (y dice): “¡Ahorita me la sacan!”. ¿Qué directora hace eso? Es cierto que ahora se tiene que ir a la UGEL, tienen que hacerla pasar por la dependencia, la señorita coordinadora de educación inicial. Después, hacerle una cita con el director de la UGEL. En la UGEL, el director no quiere perder su puesto. De repente, la señorita es hija de un diputado, de un senador. ¿La historia ha cambiado? Algo. Ahora ya vale el título. Por lo menos, en Lima, ya no hay maestros sin título. En mi época no había capacitación para jardines de la infancia. Había para primer grado. Entonces, el ministerio hizo esos cursos que le digo. Los problemas en sí no los resuelve. Debería haber el Ministerio de Bienestar Social para esas dificultades de los trámites. Pero esa vez, como le digo, Emilia iba directo al ministro: “Mire usted, fulanito…”, que no sé qué, allá se le conocía.

A ella la había traído el presidente Leguía (que gobernó de 1908 a 1912 y de 1919 a 1930).
A ella la trajo Leguía. Ella alcanza a ver a Sánchez Cerro (que fue presidente de la Junta de Gobierno de 1930 a 1931 y presidente constitucional de 1931 a 1933), tenía su resolución en la mano: directora general, organizadora de los jardines de la infancia. Y pidió una cita a Palacio. Entonces, se vuelve loco Sánchez Cerro con la idea, porque él era un hombre de origen pobre. Y le dice: “Yo pienso ayudarla”. Se hace amigo de ella. A Emilia la hacen trabajar en el jardín de la infancia que queda ahí, junto a la iglesia (Santa Teresita del Niño Jesús), en (la avenida) José Díaz (497). Ve el Parque de la Reserva y dice: “¡Pero qué barbaridad, esto está desperdiciado!”. Y ella era una loca admiradora de la bailarina famosa que bailaba entre tules: Duncan.

Isadora Duncan.
Entonces, ella se va con los chicos (al Parque de la Reserva) y las fotos de esa época son una maravilla. Inmediatamente da la orden Sánchez Cerro. Empiezan a construir y le eligen ese lugar. Ella vive cerca, en una pensión. Y cuando empiezan a construir se va furiosa al ministerio y le dice: “Pero, ¿qué están haciendo?”. “Ay, señorita, tiene un solo plan para colegios, todos cuadrados, un patio rodeados de aulas”. “Pero si es para niñitos, yo para qué quiero cinco metros de alto”, por la época. “Yo quiero espacios pequeños, sitios para arena, jardincitos”. “Ay, lo sentimos mucho”. Entonces, viene el guardián, que era un moreno, y le dice: “Señorita, ¿para qué ha ido a quejarse? Ha ido volando un diputado a pedir su terreno”. “¿Y qué me aconseja?”. “Yo le doy la llave y usted se muda esta noche”. Y así, entre palos, escaleras y picos (Emilia Barcia) dice: “Pero yo no puedo dormir sola”. “No, yo vengo y le traigo a mi hija”. Una negrita, que fue nuestro ángel guardián. De La Victoria, todos. Al día siguiente, que vienen los del ministerio, ya estaba ocupado. “No, aquí está mi resolución, este es mi terreno, esta es mi casa y aquí me quedo”. Es decir, esta mujer de ñeque: la necesitamos hasta ahora. No para que sea candidata y salga (elegida para un cargo público) sino para que nos muestre que se puede. No tenemos ese tipo de mujeres. Juana Alarco de Dammert, también (era así), pero ella tenía dinero, tenía familia. Emilia: cero. Vivía en una pensión y el padre había sido cauchero, pero la mandó a Italia y a España (a estudiar). Lo que Emilia dijo el año 30 es lo que ahora está de moda: “Dejen al niño libre, suéltenlo, no le pongan amas, críenlos sus madres, eduquen a las mamás”. A nosotros nos obligaba, una vez por semana, a reunirnos con las mamás. Siempre, para cada aula, teníamos reunión con las madres de familia, en esa época. Estoy hablando del año 45.

El inicio de su vocación en las bibliotecas y en la educación infantil: usted en Chimbote empieza a enseñar catecismo a niños, a los catorce años. ¿Este es un momento clave en su vocación o ya viene con lo que usted me ha explicado acerca de todo lo que ha aprendido con sus hijos y en el exterior?
Si usted me dice cuál fue mi primer acercamiento a los niños, fue en el congreso eucarístico de Trujillo. Mi mamá tenía una asociación religiosa y nos ofrecimos las que queríamos. A mí me encantaba. Mis amigas se aburrían, no sabían cómo empezar. Pero yo preparaba mis clases, mis reuniones, para los chiquitos que iban a hacer la primera comunión. Y ya de ahí vine yo a ver a mi hermano que estaba con tuberculosis y mi papá me llevó a Jauja. Ahí empieza mi vocación. Una vocación implacable, que no ha parado ni con embajadas ni con ministerios ni con cargos, porque me daba tiempo para todo. Como ahora. Estamos aquí conversando y estoy preparando ya lo que voy a hacer. Porque si bien puedo caminar poco por la artrosis, puedo hacer muchas cosas. Lo que he ido, ahora, trabajando, es el aprovechamiento del reciclaje. Nosotros somos riquísimos en papeles. Usted, que es periodista, sabe. Sobre todo en Lima. En provincias no he visto tanta folletería, de la que sacamos toda clase de material para ilustrar, y la usamos para capacitar a promotores y para que los niños tengan cuentos. Esa es la novedad del trabajo.

Su hijo Alonso Cueto decía sobre usted que “nunca jugó a la madre complaciente y en ella la disciplina es una muestra de afecto, lo mismo que en otros padres el consentimiento puede ser una señal de indiferencia”. ¿Siempre ha tratado de inculcarle esta disciplina, en todo lo que hacen, a sus hijos?
Claro, pero con amor. Nuestro lema en el jardín de infancia es: “Todo por amor, nada por la fuerza”. Que ellos fueran organizados, ordenados, que se levantaran temprano, que cumplieran sus deberes, que estuvieran limpios, que se bañaran, pero que, también, asumieran sus responsabilidades. Tanto, que teníamos una lista de valores y ellos mismos las llenaban desde chiquitos con estrellas. Y lo otro bien importante era la alegría y la comunicación. Eso lo hago, también, en el trabajo. Hacemos mucho en toda la capacitación, pero alegres. He aplicado esos principios. Tengo 86 años y tengo ilusión. Yo no pienso que me voy a morir. El doctor me ha dicho que llegaré a los 90. Puede ser. Estoy haciendo materiales, pegando, haciendo lo que puedo, cosas que yo misma puedo sacar de las experiencias que tengo. Uso mi bastón. Y en estos proyectos (de bibliotecas infantiles) en Surco, por pobres que sean, nunca les negamos ayuda. Ellos solamente tienen que escribirnos.

¿A cuántos departamentos del Perú ha llegado usted implementando estas bibliotecas infantiles?
Más que departamentos, a distritos, a centros rurales. Había una asociación de (centros) rurales en Piura, entonces, eso era lo que nos interesaba. Pero porque ellos, también, se acercaban por alguna amiga. Por ejemplo, por Carmen Checa. Jóvenes que querían sacar esto en La Victoria, ¡los apoyábamos! Regalándoles libros, guiándolos. Pero esto no duraba. Se cansaban. ¿Quién soporta esto sin sueldo?

Claro. El 2 de abril es el Día Internacional del Libro infantil y Juvenil, ¿le parece a usted que los niños, en esta época de tanta tecnología, leen más que en las décadas anteriores?
Yo creo que leen más, pero no comprenden más. Esa es la gran tragedia. Están dándoles millones de libros… Y lo que me parece, también, peligrosísimo, es el sistema con la computadora. El maestro ya no prepara su clase sino que el chico va a ajustar un botón y a copiar. (Y deseo) que haya una cabeza en una biblioteca. Eso es lo más importante.

Bibliotecólogos.
Bibliotecólogos o promotores. Empezamos regalando libros, porque nos regalan libros viejos, hasta guías telefónicas. Y, después, (hay que) hacer modelos, también. Hemos considerado arquitectos que nos consigan modelos dedicados a causas sociales. Por ejemplo, San Juan de Dios, el cáncer. El problema está en el financiamiento. Antes teníamos grandes empresas, pero ahora son las mineras las que hacen bibliotecas. No capacitamos suficiente gente.

No hay personal.
Hay gente aficionada. Si usted le pregunta cuál es su experiencia, (ellos responden): “Yo veo lo que hago”. Entonces, nosotros lo que hemos hecho era un sistema con colores. Cada área con colores. Y hemos juntado las áreas para hacer más. Porque nos interesa la primaria, ahora. Desgraciadamente, no podemos ocuparnos de jóvenes, porque todos los miembros de CEDILI somos o bibliotecarios o educadores, pero de inicial y de primaria.

Para terminar la entrevista, ¿cómo usted quisiera que fuera la educación peruana de acá a veinte, treinta años?
Yo sueño el modelo -que me parece maravilloso- de pequeñas comunidades. Tenemos aquí el Pestalozzi, al San Jorge, tenemos los parques vacíos. La biblioteca de Miraflores hace su lectura en los parques y hace lo más que puede. Podemos hacer muchas cosas. Por ejemplo, ya hemos conseguido que Miraflores nos pida una profesora para que dirija la biblioteca infantil de Reducto. Y ha sido un éxito grande, porque la bibliotecaria solo sabe usar libros. En cambio, la profesora sabe utilizar las manos. Y hay un principio que debí decírselo desde un principio, acuérdese: “El juego es lo más importante para la lectura”. ¿Cómo prepararlo para la lectura? Jugando. Y no jugando con cosas compradas. Cosas que podemos hacer, con masillas, colores, palitos. Hay muchas iniciativas. De ahí vamos a hacer una exposición. ¿Quién nos está ayudando mucho y apoyando? El Centro Cultural de España. Dimos el año pasado, todo el año, cursos para padres de familia con sus niños. Dimos ocho o nueve. Cada mes anunciaban cuál era el taller. Ellos solo llevaban su cartuchera, cartulina, lo que fuere. Eso es lo que quisiéramos: que la población se interesara (en la crianza de sus hijos pequeños). No que fueran a la puerta del cinema y lo dejen al chiquito solo o con la empleada. Que ellos se sienten y vean qué está dando (en la sala de cine, al lado de su hijo).