jueves, 28 de enero de 2016

Hugo Muñoz Llerena




“En la vida, ganas o aprendes, nunca pierdes”

Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

El legendario saltador de alto Hugo Muñoz Llerena (Lima, 1973) volvió a fines de 2015 al Perú y se reencontró con sus familiares, amigos y muchos aficionados al atletismo. Nuestro todavía hombre récord del salto alto -con 2.30 metros- y récord sudamericano sub 23 estuvo en Lima con su bella y gentil esposa estadounidense Jenna, así como con su preciosa y talentosa hija Daniella.

Actualmente, Hugo está dedicado a entrenar, de manera muy exitosa, a jóvenes atletas en los Estados Unidos. Manjula Kumara Wijesekara (bicampeón asiático que participó de las Olimpiadas Atenas 2004, donde quedó en el puesto 20), David Guidry (campeón estatal indoor de Louisiana en 2015), Cole Moeller (campeón estatal de Iowa en 2015), Melvin Broughton (campeón estatal de Alabama en 2015), Tierney Lindner (campeona estatal de Wisconsin 2014) y Hunter Weeks (campeón estatal de Michigan 2014) han sido algunos de sus pupilos.

Entre los atletas que entrena se encuentra, también, su hija Daniella, quien muestra notables condiciones para el salto alto. Me comentó su esposa Jenna que su hija y Hugo “son amigos”, lo cual hace más sencilla y agradable la transmisión de conocimientos deportivos hacia su prometedora hija adolescente. Y cuando le pregunté a Daniella por qué país competiría en el futuro, si por la patria de su padre o los Estados Unidos, ella me dijo convencida que prefería representar al Perú.

En la década de 1990, Hugo -que durante su destacada trayectoria fue entrenado por los reconocidos Abelardo Castillo, Augusto Málaga y Duberly Mazuelos- brilló internacionalmente en el atletismo, junto a otros referentes peruanos como Gilda Massa, Marilú Salazar, Eduardo Acuña y Juan José Castillo. Logró ser campeón sudamericano juvenil en 1992 y dos veces subcampeón de los Juegos ODESUR (hoy llamados Juegos Suramericanos): en 1990, en Lima, y en 1994, en Valencia (Venezuela). Asimismo, fue cuarto en el Campeonato Iberoamericano de Mar del Plata (Argentina), en 1994.

Desde 1992, cuando batió en Lima por primera vez el récord nacional absoluto -que pertenecía a Fernando Abugattas con 2.16 metros-, a los diecinueve años, Hugo se convirtió en un nombre fundamental de nuestro atletismo. Tres años después, elevó el récord nacional hasta los 2.30 metros y no existe, todavía, el atleta que pueda quebrar su mítico registro (que es el tercero mejor de la historia en dicha prueba, en el atletismo sudamericano). Para fortuna de él, en su época competitiva había otros grandes saltadores, como Santiago Lozada, Franco Moy y Valery Abugattas, quienes lo motivaban a superarse constantemente.

En la siguiente entrevista -realizada una tranquila tarde de noviembre en la VIDENA-, Hugo explica detalladamente cómo transcurre su vida en los Estados Unidos, donde es entrenador de atletismo (además de ser docente de español en Katy High School) y revela, por primera vez para un medio de comunicación peruano, algunas situaciones polémicas que vivió durante su época de atleta de alto nivel. Cosas de las que se supo muy poco, pero se especuló demasiado cuando fue a competir en las Olimpiadas de Atlanta 1996 y Sydney 2000.

También dialogamos sobre la mentalidad comercial que impera en el atletismo de alta competencia, el terrible escándalo de dopaje en la federación rusa, la ocasión en que venció a Charles Clinger (quien era el campeón estadounidense de salto alto en aquel entonces), la vida esforzada que debe llevar un atleta peruano en el extranjero, el profundo amor hacia su hija y su esposa (quienes comparten, también, su pasión por el atletismo), y algo sumamente positivo e importante: cómo logró el subcampeonato mundial de jiu-jitsu, su otro deporte favorito, hace unos pocos años.

Muchísimas gracias. Para mí, es un honor, un lujo, estar acá. Tú eres parte de la historia del atletismo peruano. Te admiro desde hace años, porque yo, también, he sido atleta.
A ti las gracias, Gianmarco. El honor es mío de estar acá, compartiendo contigo. Cada (vez) que yo le puedo enseñar a mi esposa y a mi hija lo que es nuestro país, me hace muy feliz.

Quería empezar por tu trayectoria en el atletismo, luego tocar un poco el jiu-jitsu y luego, obviamente, el tema de tu hija que me parece fantástico por la proyección que tiene. Uno, que sabe algo de atletismo, ve que hay proyección a largo plazo.
Gracias.

Tú has sido campeón sudamericano el año 1993 acá, en Lima, cuando, de repente no esperaban que el peruano Hugo Muñoz fuera campeón. ¿Cómo recuerdas esa época?
La recuerdo con mucho cariño. Eran épocas bastante distintas a las que veo hoy. Hemos avanzado, por lo que veo en el Internet, realmente. Cuando los chicos van a las competencias, tenemos una mayor cantidad de participantes. Y no solamente participantes, (son) chicos que están haciendo un muy buen papel internacionalmente. Eso, como peruano, pues, me llena de orgullo, porque es una gran señal de que estamos avanzando. Entonces, la época del 93 la recuerdo con mucho cariño. Fueron épocas donde, definitivamente, hacer atletismo era duro, pero así fue como lo hicimos y logramos resultados. Para mí, las cosas son como son. No es que si hubiéramos tenido más, hubiéramos hecho más o si hubiéramos tenido menos… Fueron difíciles, pero las vivimos y las disfrutamos al máximo. Yo siempre trato de llevarme lo mejor de toda situación y de todo el mundo. Trato de inculcarles no solamente a mis atletas en los Estados Unidos, también a mi hija, que todo llega, en un camino que ya he caminado nacional e internacionalmente.

Hugo, justamente este año 1993 fue especial para ti, porque ganaste el Orlando Guaita, en setiembre, con 2.20 m.
(Hugo asiente con la cabeza).

También disputaste los Bolivarianos (en Cochabamba) con Gilmar Mayo, que era el récord sudamericano, que al año siguiente hizo los 2.33 m.
Sí.

Disputaron hasta el último (momento). Tú quedaste segundo ahí con 2.15 m. y Valery Abugattas quedó tercero, también con 2.15 m.
Creo que sí.

Ganó Gilmar con 2.20 m. Haber tenido al récord sudamericano ahí, compitiendo contra él, habrá sido muy estimulante en esa época.
Por supuesto. Gilmar fue un atleta de nivel mundial. Una vez que uno salta 2.28 m., 2.30m. para arriba eres una persona de nivel mundial. Gilmar era dos años mayor que yo, un gran competidor y buena persona. Siempre estuvimos en varias competencias. Creo que, también, estuvo en el campeonato sudamericano (de 1993): me parece que en esa competencia no le fue muy bien, ahí gané yo. Y después me lo he encontrado en unas cuantas competencias más. Salto es salto, dependiendo del día que uno tenga. A veces se gana, a veces se pierde, pero esa era una época de gran nivel en Sudamérica. Con Gilmar, unos cuantos brasileros, Fernando Moreno de Argentina…

(Ricardo) D’Andrilli.
A la larga, todos grandes amigos. Eso fue lo más bonito que yo me llevé de este deporte. Pocas veces nos comunicamos. Todavía mantengo contacto con casi todos ellos.

En Facebook.
Sí. Y, la verdad, cuando tenemos contacto por el Facebook, nosotros no hablamos de las marcas ni de lo que saltamos ni de los fabulosos que éramos en esas épocas. Realmente no hablamos de eso. Hablamos de las experiencias. La parte humana fue lo que nos llevamos y eso es lo más rescatable. A la larga, el cuerpo nos ha dejado a todos. Todos hemos, prácticamente, forjado caminos distintos, pero, al mismo tiempo, el amigo y la persona siempre se han quedado ahí. Y el espíritu competitivo, todos nosotros lo hemos transferido en una carrera profesional que nos ha llevado más allá del salto mismo y manteniendo siempre esa amistad. Me parece una relación muy bonita con todos ellos.

Las nuevas generaciones, en este caso, Arturo Chávez Korfiatis, que es el campeón bolivariano y peruano -aunque nació en Chile-…
No sabía eso.

Sí, nació en Chile, pero está compitiendo por Perú. Él te admira y dice que quiere batir tu récord, tu 2.30 m. Y está cerca, en 2.25 m.
Claro. La realidad: los récords se han hecho para batirse. Y ojalá, porque yo creo que ya han sido veinte años o un poco más. Aferrarse a un récord… El récord nacional es del país, no es de uno. Así que si viene una persona y lo bate, ¡qué bien!, porque es señal de que estamos avanzando. Es más, cada persona que viene a batir el récord de otro es como un tema de agradecimiento. Porque si no hubiera ese récord, tú no te hubieras esforzado a tratar de ser mejor.

Es un estímulo.
Así es. Lo mismo pasó con Fernando Abugattas: gracias, Fernando, por lo que fuiste, eres y serás, porque esa marca me ayudó a empujarme a ser mejor cada día. Y cuando seguí avanzando, te llevas parte de esa persona y de ese récord contigo. Entonces, ojalá. Porque una vez que eres parte de la historia…

Nadie te lo quita.
Yo viví eso, eres parte de una historia. Y cada persona que lleva el récord, pues, se lleva a todos nosotros con él y todos avanzamos, así que ojalá.

Decía Javier Sotomayor que la mentalidad de los atletas, sobre todo de los que son de alta competencia, era una mentalidad muy comercial, que se había elevado demasiado. Dice: “Cierto que para muchos el atletismo es un trabajo, pero hay algunos que exigen más de la cuenta para ir a competencias como mundiales y Olimpiadas”. Este tipo de mentalidad comercial en torno al atletismo, ¿existía en tu época o ahora es mucho más fuerte?
Por supuesto que existía. Y la realidad es que, a nivel internacional, todos cobrábamos. Unos más y otros menos, pero todos cobrábamos. En el tema de Javier y en ciertos países comunistas, yo, de repente, podría entender que los atletas no veían el grueso de lo que cobraban por ellos. Pero que el dinero salía de la misma billetera y salía acorde de los logros de cada deportista, claro que sí. Probablemente, la diferencia entre ellos y otros atletas que venían de países capitalistas sea que era una cosa directamente entre el atleta y el manager. Me parece que en los países socialistas las cosas eran distintas. De ese tipo de temas, yo solamente te puedo decir lo que de parte del comité organizador de cada una de las competencias salía para los atletas. Que llegue a un atleta o no, eso ya tenía que ser dependiendo de su sistema. Personalmente, no me gustaría hablar de eso porque cada atleta, cada federación y cada país tenían cierto sistema.

Y qué opinas que ahora -en estos días ha sido una noticia muy triste, muy negativa- a la federación rusa la van a suspender y la misma Yelena Isinbayeva ha saltado a decir que ella sí está limpia, a diferencia de todos los demás que están acusados de dopaje.
(Hugo se queda pensando en silencio, entristecido).

¿Llega a un nivel tan fuerte la presión que toda una federación de un país puede estar corrupta? Nunca había pasado algo así. En casos aislados (de atletas) sí, pero no a este nivel, de federación.
El deporte como deporte solamente es una utopía. El deporte, por historia, ha sido siempre utilizado con fines políticos y económicos. A la larga, uno llega a un nivel donde, definitivamente, cobras dinero y te vuelves un atleta profesional. Entonces, el doping es una problemática de todos. Patrocinadores, entrenadores, atletas, federaciones, dependiendo de dónde estés en el mundo, vas a darte cuenta que es una problemática mundial. La realidad de esto es que sería ideal competir limpios. Yo tuve una carrera limpia toda mi vida. Lógicamente, competí con muchísimos de esos atletas. Algunos de ellos terminaron dando positivo. En nuestros países, por lo menos en el Perú, en ese momento, se hablaba de eso. Pero, número uno, acá no se tenían los laboratorios y no teníamos conocimiento (técnico) de eso, realmente. No había, por ejemplo, ¿qué se toma?, ¿cómo se toma? Todas esas cosas son hechas a un nivel médico, a un nivel laboratorio. En el Perú, los atletas no tenemos ese tipo de información. Entonces, no fue algo que nos afectó. Más por el tema de que la gente, simplemente, no sabía. En el doping, comparados con otros países, podríamos haber estado en pañales. Y, de repente, hasta ahora. Doping o no doping, la gente tiene que entender que es más un problema social. ¿Por qué? Imagínate que -sin nombres, ninguna referencia a nadie- tenemos un atleta de muchísimo nivel acá, en el Perú. Llamémoslo Juan, es un atleta fenómeno. La prensa lo adora y las cosas le están yendo muy bien. De un momento a otro, Juan da positivo. El problema es este: ves chicos en las escuelas que dicen: “Dios mío, yo quiero ser como Juan. ¿Qué hago? Voy a tener que doparme”. Entonces, empiezan a utilizar sustancias para tratar de aumentar masa muscular, para recuperarse y cosas así. Empiezan a tomar una dosis y no obtienen los resultados que quieren. Empiezan a tomar otras dosis. Lógicamente, si lo están haciendo así, no tienen ni siquiera un control médico. Como acá no tenemos laboratorios, lo empiezan a hacer como lo hacen los chicos en los gimnasios. ¿Cómo le explico yo a ese muchacho que se está metiendo, probablemente, los mismos fármacos -en esta situación ficticia de un gran atleta peruano, Juan-, de que él, no importa lo que se meta, nunca va a ser Juan? Porque no tiene la genética que Juan tiene.

Claro.
La realidad es el daño que le puede hacer a una juventud que quiere ser como su ídolo y que piensa que la razón por la que Juan es un gran atleta es porque él utilizó esa sustancia. No. Juan tiene una genética tremenda y, al mismo tiempo, usó sustancias prohibidas. Él fue lo que fue, el número uno, porque tiene una genética tremenda. Encima de eso, hizo otras cosas, por supuesto. Pero no importa cuánta química, cuántas sustancias ilegales se meta un muchacho cualquiera en las escuelas: si no tiene la genética él nunca va a poder ser como Juan. Entonces, termina dañándose físicamente y puede causarse un daño irreparable, tratando de llegar a ser como un ídolo. Ese es el problema. ¿Cómo le dices a una población de niños que quiere ser como su ídolo, que la razón por la que él es como es no es por las sustancias que está tomando para el deporte?

Es, un poco, como el caso de Maradona. Hay gente que piensa que Maradona se metía drogas y por eso fue un grande. No. Maradona era un genio y, aparte, se metía drogas.
Así es. Eso es otra cosa. Maradona es Maradona. Es como Pelé. Son personas que tuvieron una genética tremenda. El problema del doping tiene varios ángulos de verlo. Va mucho más allá de solamente “se metió el doping”. El problema es que cuando estas cosas salen a la luz tú estás hablando con una población que dice que, de repente, para tener ese tipo de desempeño sí lo hace. Lo que esos chicos no saben es que jamás van a poder ser eso porque no tienen la genética. Y si te vas ya a un tema organizacional, lo que está pasando con Rusia es porque algunos países ven el deporte con fines políticos internamente o internacionalmente, lo ven como un negocio. No solamente ellos: los mismos atletas. Entonces, ya estás hablando de otras cosas. Cada quien está tratando de buscar una manera de alargar su carrera, de mejorar sus marcas. Eso los va a hacer más cotizados, van a ganar más dinero, van a seguir teniendo esta vida y van a seguir teniendo trabajo. La realidad es esa. Porque, en este momento, muchos de esos chicos lo (único) que hacen es este deporte. ¿Cómo hacen para mantenerse en esta élite? Probablemente, tengan que recurrir algunos atletas -no digo todos- a sustancias prohibidas. Esa es la problemática.

Hugo, ya hablamos de un tema álgido en el atletismo, que es el dopaje, y también quería hablar de otro tema: las lesiones. Tú sufriste bastante por ese tema. Como le pasó a Agassi, que era tenista. La alta competencia siempre es dolorosa. Casi no hay atleta de primer nivel mundial que no haya sufrido una operación, dos, tres cuatro, o la lesión uno, dos, tres, cuatro, durante años. Tú estuviste años lesionado, te operaste el tobillo, tuviste ligamentos rotos, tendones rotos. ¿El cuerpo llega a superar con los años eso o siempre queda una secuela?
Depende del tipo de la lesión, de la severidad de la lesión. Y, al mismo tiempo, si requieres cirugía, lamentablemente, todo depende, otra vez, de la severidad de la lesión. También, de qué tanto trauma ocasionan a tu cuerpo cuando entran, arreglan y salen. Mientras más cuidadoso sea el doctor en el momento que entra a tu cuerpo, arregla lo que tiene que arreglar y sale sin causar daños, probablemente, más rápido te vas a recuperar.

Cecilia Tait, por ejemplo, tuvo como siete operaciones.
Sí.

Una voleibolista extraordinaria.
Sí.

No hay alta competencia sana, saludable.
Lo que nosotros llamamos “estás mejorando” es realmente “tú cuerpo está reaccionando a que tú lo estás tratando de destruir”. Por ejemplo, necesitas una vacuna: si el virus te ataca directamente sin vacuna, te mata. Entonces, ¿qué hacemos? Nos vacunamos. Te ponen una dosis muy pequeña del virus  cuando te vacunan. Tu cuerpo, automáticamente, ve ese virus adentro y como no ve mucha cantidad, trata de atacarlo. Para evitar que el virus te mate, tu cuerpo crea un sistema inmunológico que va a hacerte resistente a ese virus. Es lo mismo que sucede cuando entrenamos. Nos metemos cargas de trabajo y después nuestro cuerpo trata de curarse a sí mismo. Mientras se va curando, eso es lo que nosotros llamamos “estamos mejorando”. Esa es la realidad. Tú empujas tu cuerpo y se vuelve más fuerte, más rápido, más resistente. Tus articulaciones están más preparadas para el impacto y le sigues dando. Todo es un juego de números. Llega un momento donde la edad (afecta), no somos eternos y tienes que empezar a entrenar más inteligente que fuerte. Mientras más avanzas y más fuerte te vuelves, tienes más edad. Va a llegar un momento donde, lamentablemente, tu cuerpo te va a decir: “Hasta aquí nomás”. Algunos se pudieron retirar, por lo menos, porque dijeron: “Mira, ¿sabes qué? Mejor ahí nomás si no voy a terminar con tendones rotos o algo me va a pasar“. En mi caso, llegó un momento donde te retiras porque algo pasa severamente y tu cuerpo te dice: “Ya no más. Se acabó”.

Hugo, yo leía los periódicos (de los años noventa) y veía que en las Olimpiadas no te iba bien. Siempre me quedó esa duda. Por ejemplo, había investigado que habías clasificado a Sydney 2000 con 2.25 m.
Un mes antes. Así es.

Yo me preguntaba qué le pasaba a Hugo Muñoz para que en ese lapso entre la clasificación y el día de la eliminatoria en las Olimpiadas no rindiera lo que él mismo podía dar.
Claro.

No esperábamos nada del otro mundo, esperábamos solo lo que tú podías dar, que era bastante.
Claro.

¿Qué te pasó en esas Olimpiadas, Hugo, justo antes, para que no llegaras en tu pico (de rendimiento)?
Las lesiones me empiezan a agobiar a los veintiocho años. Yo me lesioné severamente a los veintidós. Yo salto 2.30 m. a los veintidós años. En la época que salté 2.30 m. yo estaba entre los veinte mejores del mundo. Y no solamente eso: las personas que eran del 73, los muchachos que estábamos ya subiendo a saltar a una élite, estábamos saltando con todos (los atletas mayores) y yo estaba entre los tres mejores talentos del mundo en ese momento, por mi edad.

Por proyección.
Claro, por proyección. Entonces, cuando estamos hablando de dos Olimpiadas es: ¿qué pasó en una y qué pasó en otra? Yo me lesiono, prácticamente, cuatro meses después de haber saltado 2.30 m., como en febrero, marzo de 1996. Para empezar, en esa época, había problemillas de la federación y en ese momento mi entrenador Abelardo Castillo tenía que conversar el tema del dinero. Abelardo no podía entrenarme si es que la federación no llegaba a un acuerdo con él. Lo que pedía y lo que no pedía eso es entre ellos dos. Yo con él me siento muy agradecido. Que si pidió mucho o no, cada quien valora su trabajo. Yo soy maestro de escuela, pero, al mismo tiempo, soy un empresario. Y a mí nadie me va a decir lo que cuesto o lo que no cuesto. Yo no voy a cuestionar a nadie cuando estamos negociando una oferta. Abelardo estaba tratando de negociar en ese momento con la federación. Mientras tanto, yo estaba sin entrenador. Ya estábamos como marzo y, realmente, no se podía (solucionar el problema). Por lo mismo que competí internacionalmente muchísimo, tengo amigos que eran de otras partes. Me acuerdo que hablé con Charles Austin y me dijo: “Vente a entrenar acá”. Y ahí (en Estados Unidos) unas universidades me estaban ofreciendo becas. Entonces, me dije: “Bueno, vamos a ver”.

Perdón, ¿con quién conversaste?
Charles Austin, el que ganó los Juegos Olímpicos de Atlanta.

El moreno.
Claro. Ahora, eso no quiere decir que él me vaya a entrenar. Eso es lo que mucha gente dice: “Te vas a entrenar allá con él”. No. De repente, podemos entrenar unos cuantos días allá, pero en Estados Unidos las cosas son así: cada quien hace lo que tiene que hacer y punto. Yo acá no tenía entrenador y allá no tenía entrenador tampoco.

¿Nunca pudiste entrenar con Charles Austin?
Sí, porque somos amigos y, prácticamente, estábamos en el mismo pueblo. Lo que pasa es que yo estaba lesionado. Entonces, a veces, hacía yo ciertas cosas con él. No es como uno lo piensa. Allá en Estados Unidos, cada quien vive su vida. No es como acá. Él entrenaba en el mismo lugar donde yo estaba y ahí coincidíamos varias veces. Aparte, al mismo tiempo, había universidades que me estaban ofreciendo becas, pero yo ya me había lesionado acá. Yo necesitaba una operación en el sitio, en el tobillo. Yo destrocé tendones, destrocé cartílagos, había una rotura dentro del hueso.

¿Antes de Atlanta?
Antes de Atlanta. De un momento a otro, me dijeron: “Tienes que renunciar”. Nadie te garantiza que vas a poder llegar a unos Juegos Olímpicos. Todo lo que he ganado, me lo he ganado a mérito propio. Y a todos los campeonatos a los que he ido, desde que yo he sido chico… Sé que hay muchas personas que hacen los torneos y, de un momento a otro, por alguna cuestión, llevan a personas que no han hecho marca. Eso, en toda mi trayectoria deportiva, nunca sucedió. En cada campeonato que yo he estado es porque he clasificado al campeonato. A todos los campeonatos internacionales. Me fui allá, lesionado, traté de entrenar con dolor. Tenía que, a veces, caminar primero para que el tobillo calentara un poco, después empezar a trotar, pero trotaba medio cojeando, hasta que calentara. El problema es que mi tobillo botaba el líquido, se inflamaba de una manera impresionante y no lo recogía. Estaba todo dañado adentro. Yo necesitaba una operación, pero no me podía hacer la operación porque yo había clasificado a los Juegos Olímpicos.

Tú querías estar allá.
Es que a mí…

Te había costado.
…de la pista me tenían que sacar: la única manera. Me había retirado, pero yo saltaba de vez en cuando y trataba de regresar. Llegó un momento donde se me tuvo que romper el tendón de Aquiles. Para sacarme de la pista me tenías que sacar en camilla. Esa es la mentalidad que yo tenía.

Hubo gente acá que dijo que tú justamente para los Juegos (Olímpicos) como que te “chupabas”, que era mucha responsabilidad.
Ja, ja, ja…

Yo no creía eso. Yo decía: “Si alguien hace un marcón como el que habías hecho, no se puede ir a la nada, pues. Seguramente, algo pasó”. Por eso te lo preguntaba.
Claro. Es que tienes que entender que en esa época acá había fines políticos. Mucha gente estaba tratando de esperar que las cosas salieran (mal).

Era evidente que te tenían envidia.
Es algo muy triste. Yo no quisiera hablar que el Perú es así. No, el Perú no es así. Mi país, mi Perú, es mejor que eso. Por desgracia, hermano, hubo personas ligadas al periodismo que no aguardaban y decían: “¿Sabes qué? Vamos a ver qué pasó”. No. Era hasta con mentiras, un montón de cosas. En ese momento, yo había ido a Estados Unidos y tuve que venir para entrevistarme con unas cuantas personas para tratar de desmentir ciertas cosas. Fue una locura, la verdad. Al final de eso dije: “¿Sabes qué? Si yo he hecho tanto, si yo entrené tanto por este país”… Yo he estado en un panamericano juvenil en Jamaica, tenía dieciocho años: me dio neumonía. Estuve tres días con suero, tirado en una clínica. No podía ni respirar. Era una clínica pública en Jamaica. Me dijeron: “Usted no puede saltar”. Me acuerdo que Augusto Málaga estaba ahí. Me decían: “Hugo, yo no voy a hacerme responsable de lo que te pueda pasar a ti”. Los mismos doctores me dijeron: “De ninguna manera, tú no puedes saltar”. He estado tres días internado en una clínica con suero, con un montón de cosas. Estaba mareado. De verdad, cuando llegué no podía ni respirar. Llegué con neumonía. Entonces, dije: “¿Dónde está (el estadio)? Porque yo tengo que saltar. ¡Yo he venido acá a saltar! ¿Dónde están mis zapatillas?”. Me decían: “No, tú estás loco. ¿Cómo vas a saltar?”. Hasta Augusto agarró y dijo: “Mira, yo sé lo que es ser atleta. Si el chico quiere saltar, yo lo voy a apoyar”. Hermano, fui y salté, me metí a la final allá. Quedé octavo. Estaba viendo cosas y no solamente esa vez, varias veces, donde he saltado hasta lesionado. Cuando gané, yo gané en la pista, y cuando perdí, perdí en la pista. Yo nunca dije: “Ay, vino fulano de tal, no voy a saltar. Uy, me duele esto, me duele el otro”. No, compadre. Nosotros saltamos. Yo ganaba bien en la pista. Cuando perdía, perdía bien en la pista. Yo jamás hice eso de que si venía fulano de tal o un brasilero, uno no va a saltar. O que estoy lesionado. Para mí, o son excusas o no saltas. El tema de la lesión allá en Atlanta: yo seguí entrenando como pude, traté de ponerme lo más fuerte que pude y dije: “Trataré de hacerme una cirugía después”. Como un mes y medio atrás, me voy a la Universidad de Rice, empecé a llamar a la federación. Yo estaba viviendo, en ese momento, en San Marcos, Texas. Le dije a la federación: “Señores, yo necesito, por lo menos, competencias antes de los Juegos Olímpicos”. “No, Hugo, no hay presupuesto para eso. Estás loco. Ya te mandamos allá”. “¿Qué cosa me mandaste? No me mandaste a ningún lado”. Me dieron seis mil dólares, una cantidad de dinero que no es nada para todo lo que yo tuve que gastar entrenando y viviendo allá. Yo vendí mi auto acá. Había patrocinadores que me ayudaron a hacer ciertas cosas. ¿Ni siquiera hay competencias previas? Yo tuve que decir: “Entonces, ¿qué hago? ¡Dios mío!”. Sin entrenador, viviendo allá, buscándomelas y me tienen que decir, también, que no hay competencias. Había unas competencias, chiquitas nada más, en universidades. A veces, en la Universidad de Rice, que eran competencias de verano, donde podía competir cualquier persona. Ahí yo llego, salto 2.25 m. un mes y medio (antes de los Juegos Olímpicos). Trato de intentar 2.30 m., 2.31 m. y por compensación -tanto tiempo entrenando, compensando una parte del cuerpo- me lesiono el otro tobillo sin la severidad del izquierdo, que fue el que me lesioné acá, antes de irme. Cuando yo llego a Atlanta, llego sin entrenador, sin competencias previas y con los tobillos abajo. Cuando llego allá, les digo: “Señores, yo necesito tener unas cuantas competencias acá, por lo menos. Vengo con los dos tobillos lesionados, uno que me lo tienen que reconstruir y el otro que tuve una torcedura en el momento del despegue. Tengo que competir”. Me dijeron: “Mira, Hugo, hay una pequeña competencia allá arriba”. “Bueno, perfecto”. Me tengo que infiltrar para tener una sensación de salto antes de llegar. Me dijeron no, que cómo es posible, porque nuestro médico, el que llevaron, ese no infiltraba. Era acupunturista. Agarro y digo: “Me duelen los dos tobillos ¡y no voy a poder saltar!”. Me llevaron donde los (otros) doctores y el médico cubano me dijo: “Hugo, yo te puedo infiltrar, sin problemas”. Hicimos una reunión, me acuerdo, con -ya que en paz descanse- el señor Rudy Kreimer y me dijeron: “Hugo, la verdad es que nosotros tenemos un médico. Tenemos que conversar”. Y dije: “Otro médico, pues”. El médico (cubano) dijo: “Él necesita infiltrarse. Realmente está mal. No puede saltar así”. Dijo (el médico peruano): “No, que esto, que el otro”. “¿Sabes qué? Tú eres mi médico, es tu responsabilidad. ¿Qué hacemos?”. Hermano, llegó el día de la competencia y tenía los tobillos destrozados. “Pues, vamos a tener que infiltrarlo. Que lo infiltren”. ¡Y no he tenido ni siquiera un salto desde hace un mes y medio y sin competencias previas! ¡Tenía los dos tobillos destrozados! De un momento a otro, dije: “Hay que saltar, pues”. Lógicamente, sin sensaciones, sin nada, me infiltraron los dos tobillos, pero tú no vas a llegar a unos Juegos Olímpicos así. Yo traté de hacer lo que pude y lo hice solo. Hubiera querido hacer mucho más por mi país y Dios sabe que yo adoro mi Perú. La prueba de esto es que hoy estoy acá, con mi hija.

Claro.
Y en Sydney ya te dije lo que pasó. Después de Atlanta yo tuve que irme y me fui solo. Mis padres, gracias a Dios, pudieron pagar la operación para ir a las universidades a estudiar. Tenía que arreglarme el tobillo, las lesiones. Entonces, tuvieron que hacer una operación. Todo eso fue costeado por mi familia. Tantos años dándole todo al Perú, ¿me pegaron una llamada, por lo menos, para decirme: “Hugo, ¿qué tal salió la operación?”? Nada. Los únicos que fueron a visitarme y que me llamaron fueron amigos de otros países que estuvieron allá. Nery Kennedy, el paraguayo de la jabalina, después Edgar Bauman (que era récord sudamericano de jabalina con 84.70 m.) y varios muchachos de la jabalina de otros países fueron a visitarme. Después el doctor me dijo: “Hugo, tú nunca más vas a saltar”. Me recompusieron el tobillo. Estuve todo un año haciendo una rehabilitación dolorosísima. Al año, la Universidad de Idaho tomó el chance conmigo. El primer año me traté de rehabilitar totalmente. El segundo año salté, pero porque me estaba pagando la universidad. Salté sin curva 2.20 m., a puro talento, trabajo. Mi tobillo no me iba a aguantar curva ya. Tuve que seguir rehabilitándome.

Sin curva, tu rodilla sufre bastante.
Por supuesto, pero a mí me estaba pagando la universidad. Llegué a clasificar a nacionales así. Al año siguiente, digo: “Voy a tener que seguir saltando” y traté de hacer más agresiva una rehabilitación, un fortalecimiento al tobillo donde podía aguantar una curva. Yo salto en la temporada bajo techo y digo: “Ahora voy a salir a la temporada al aire libre”. Me preparé un poquito para la temporada al aire libre.

Justo aquí, el 2.23 metros (que logró en un torneo en Idaho y que fue récord nacional bajo techo. Le enseño un texto periodístico al respecto, titulado El techo sigue subiendo, que fue publicado en El Comercio el sábado 13 de febrero de 1999).
Claro. Sí, es verdad. Entonces, digo: “Voy a saltar al aire libre”. En la primera competencia al aire libre, salgo y -fue en Stanford, California, en Palo Alto- me encuentro con un montón de chicos del equipo americano. Uno de ellos era Charles Clinger: tenía 2.36 m (de marca personal). Yo salgo, lo engancho al primer intento y gano la competencia. Le gané al campeón americano en ese momento y dije: “Voy a pedir 2.28 m.” Cuando pido 2.28 m. se me queda con los talones. Dije: “Estoy de regreso”. Entonces, pedí 2.31 o 2.32 m. En el primer intento se me va el tobillo de nuevo. Ahí terminó mi temporada.

Pero ganaste la competencia.
Gané la competencia. La realidad es que eso fue en abril del 99. Yo digo: “Dios mío, solamente quiero un chance más, nada más”. Yo sabía que ya mi cuerpo no me daba. Yo salté 2.30 m. a los 22 años. Yo he saltado 2.23 m. con tres pasos. Yo confiaba en mi talento.

¡Con tres pasos!
Mi mejor marca con tres pasos es 2.23 m. Yo tengo 2.08 m. con tijera.

¡2.08 m. en tijera!
Yo tengo mejor marca de 2.08 m. con tijera. Entonces, yo decía: “Dios mío, yo quiero ir una vez más”. Pero en Sydney venía con tantas lesiones y dije: “¿Qué hago?”. Mira mi escenario: quería ir, me había lesionado de nuevo. No al punto de cirugía, pero ya no podía tener temporada al aire libre. No solamente eso. Digo: “Quiero ir a los Juegos Olímpicos de Sydney”. Piden 2.25 m. la marca B, 2.28 o 2.29 m. la marca A. En ese momento estaba Alfredo Deza, Franco Moy y estaban acá. Franco estaba entrenando con mi entrenador de acá, Abelardo Castillo. Alfredo Deza, unos años atrás, había ganado el campeonato mundial de Annecy. Los dos tenían apoyo local. No solamente económico, también moral, del país.

(Y de) la prensa.
¡La prensa! Todo eso te motiva. Yo digo: “¿Qué hago? La verdad: no tengo el dinero para las competencias, no tengo entrenador, estoy lesionado y estoy en Moscow, Idaho, un pueblito chiquito en el norte de los Estados Unidos, un pueblo estudiantil, y quiero ir a unos Juegos Olímpicos. Todo lo que tengo es mi ética de trabajo y mi talento. Eso es todo”. ¿Cómo la ves? Para clasificar a unos Juegos Olímpicos, (muchos) países invierten millones de dólares en atletas solamente. Olvídate de algo más.

El equipo médico, aparte de todo eso.
Claro.

Alimentación…
Estaba solo. Sin patrocinadores, sin dinero, sin entrenador, sin nada, en el norte de Idaho. Solamente tenía mi talento y algunos problemas personales, pero quería ir a unos Juegos Olímpicos. En el mundo, solamente veinticinco personas iban a llegar (a competir en la prueba de salto alto). Nadie más.

Hugo, quizá ese tema le ha pasado a varios deportistas: cuando van afuera, desde acá, desde el Perú, suelen pensar que “se va afuera, entonces allá le va todo genial”. Al que se va piensan que allá la pasa bomba, la pasa en carnaval permanente. Y no es así. Muchas veces, van a sacrificarse más, todavía.
Así es.

Que es lo que tú has hecho y otros deportistas, también. Y cuando han querido volver acá y decir: “Oye, yo estoy haciendo (bastante) por mi país, lejos, pero estoy dando todo”, les dicen: “Pero tú estás allá, entonces, allá que te arreglen”.
 Sí, es verdad.

Y no te apoyan.
Sí.

Eso es lo que le ha pasado a muchos y me apena que me lo tengas que contar, porque habiendo dado tanto -como tú dijiste-...
Lo que yo te estoy diciendo aquí se tapó y no lo querían decir. Cuando yo llego a Sydney digo: “¿Qué hago?”. Yo puedo sentarme acá y decir: “¿Sabes qué? Lo que estoy tratando de hacer es una locura, esto no va a suceder. Así que, pues, no se pudo y listo, se acabó”. O puedo pensar: “Tengo que hacer lo mejor de lo peor, voy a tratar, y esta locura se puede volver una realidad”. Entonces, dije: “¿Qué hago?”. Número uno: me voy a conseguir un trabajo en las noches, al mismo tiempo de ir a la universidad, porque tenía que terminar mi carrera. Un trabajo en las noches para poder costearme lo que necesitaba de viajes para competir, todas las cosas. Costos de entrenamientos y competencias. Inclusive, me iba a quedar corto. Fuera de eso, la pista de la Universidad de Idaho era demasiado dura, tenía que buscar una pista más suave. Me fui a la Universidad de Washington State, a unas ocho millas y hablé con el entrenador. Y el entrenador me dijo: “Hugo, aquí están las llaves”. Han ido chicos que han sido parte de la selección americana, que han estado en la Universidad de Idaho (y no los aceptaron). A mí, sí, me dijo: “Hugo, puedes venir a entrenar cuando tú quieras”. Cuando vinieron otros muchachos de la Universidad de Idaho, que también estaban tratando de clasificar a los Juegos Olímpicos para sus propios países, él les dijo que no. Inclusive, había un muchacho que lanzaba jabalina del equipo americano. Le dijo no. Pasó el tiempo y yo le pregunto: “Rick, ¿por qué me dijiste a mí que sí y a otros no? Incluso, cuando tú a mí, dos años atrás, me pediste para transferirme de universidad, me estabas ofreciendo muchísima más beca y más cosas que la Universidad de Idaho, yo te dije no. A pesar de todo, me estás abriendo las puertas de tu pista y de tu universidad para que yo pueda venir a entrenar. ¿Por qué?”. Y me dijo: “Hugo, yo sé que te estaba ofreciendo un montón de cosas y lo que tú me dijiste a mí fue: ‘No, coach, disculpe, gracias por la oportunidad, pero yo le di mi palabra a la Universidad de Idaho. No podía hacer eso’. Yo eso lo respeto mucho. Yo te estaba ofreciendo muchas más cosas que ellos nunca te hubieran podido ofrecer, pero que tú me hayas dicho que, lamentablemente, no podíamos porque le diste tu palabra a la Universidad de Idaho, eso lo respeto mucho”. Le agradecí tremendamente. Y, a veces, entrenábamos ahí, estaba Dan (O’Brien), saltábamos un poquito.

Y saltaba bien, además.
Sí, era decatleta, pero saltaba fenómeno. Así solucioné el tema. Por lo menos, para tener una pista un poquito más suave para mis condiciones. Pero ¡no tenía entrenador! Entonces, ¿yo que hice? Me compré una cámara de video. En esa época no había YouTube, no había esas cosas. Empecé a filmar mis entrenamientos y mandé una cantidad de e-mails a amigos que habían competido conmigo, entrenadores de federaciones internacionales de otros países, y les dije: “Muchachos, voy a tratar de pelearla una vez más, voy a tratar de llegar, y quiero pedir un favor: ¿ustedes me podrían ayudar, por lo menos, a ver la técnica? Necesito ojos y trataré de crear mis ojos con ustedes”. Y un montón de gente de Europa, Latinoamérica, Estados Unidos, me dijeron: “Hugo, te apoyamos”. Un montón de gente empezó a ayudarme: entrenadores y saltadores de alto nivel -ya se habían retirado algunos-. Yo mandaba mis videos y al día siguiente me llegaban un montón (de e-mails) con correcciones. “Hugo estás acelerando…”, “Hugo, estás aquí, en la curva, veo que este ángulo no está bien”, “Corrige esto, corrige lo otro”.

¿Todos los días hacías esto?
Todos los días hacía esto para tratar de llegar. El que quiere, puede. Todo esto, mucha gente lo puede ver como: “Estás loco, ¿cómo vas a llegar a unos Juegos Olímpicos así?”.

Pero es parte de tu perfil, también, porque tú eres comunicador.
Sí.

Entonces, utilizaste lo que poca gente utilizaría (en esa época): la tecnología.
Así es. Y tuve que hacerlo. No tenía otro chance.

Y sirvió.
Así es. Pude hacer las correcciones que tenía que hacer.

Eras un millennial.
Claro. Estaba yéndome contra Alfredo (Deza), que tenía un contrato con la Bellsouth por medio millón de dólares, por lo que escuché. Franco, también, tenía cierta ayuda acá con su club y un montón de cosas.

Tenía toda la prensa.
Todo.

Todos estaban con Alfredo.
Así es. Y yo estaba solo allá. Entonces, yo tenía que pelearla. Es más, si yo no hacía marca, no iba. No quiero tener problemas, no quisiera ser negativo, pero creo que a él le estaban tramitando un wild card y eso sí me lo contó acá un entrenador de la Federación Peruana de Atletismo. Si yo quería ir, tenía que ir con marca internacional. Pero estaban tramitando un wild card para otra persona.

Estabas yendo con marca B.
En ese momento fui con marca B. Lo que sucede es esto: yo salto 2.25 m. a punta de garra, pero la realidad es de que si tú ves los saltos que tuve todo el año, yo tenía saltos de 2.08 m., 2.10 m., 2.15 m., 2.17 m., 2.08 m., 2.05 m. Era demasiado irregular. Después de la operación que yo tuve, nunca más quedé bien. Yo era demasiado inconsistente.

¿Eso fue antes de Sydney?
Claro, estamos hablando de la primera operación que yo tuve después de Atlanta. Entonces, yo estaba demasiado inconsistente.    

Hugo, solo para tenerlo claro: después de Atlanta hubo una operación.
96.

96. Y de ahí te operaste en…
No. De esa nunca más salí bien. Después tuve ruptura de tendón de Aquiles, tratando de regresar (al nivel competitivo). Quise competir un poquito, me terminé rompiendo el tendón de Aquiles y ahí se terminó todo. Mi esposa me dice: “Es la única manera que tú hubieras dejado esto”. Yo no iba a dejar de hacer esto si no me rompía.

¿También ha sido atleta tu esposa?
Ella ha sido campeona estatal en el high school, de vóley y básquet, y compitió en una universidad en vóley por un par de años. Después se dedicó a sus estudios.

(Gracias a ustedes dos, Daniella va a tener) un superbiotipo.
Ahí está. Sí.

Y de ahí…
Clasifiqué a Sydney, pero yo ya no estaba constante. La altura de inicio fue 2.15 m., que fue la segunda mejor marca de salto que yo tuve en todo el año, antes de saltar 2.25 m. La peleé. Hice todo lo que pude y lo dejé todo.

Y en Atlanta la marca de inicio fue…
2.10 m.

Y ahí también (blanqueaste).
Claro. Porque en Atlanta estaba destrozado físicamente, con los dos tobillos y todo lo que te conté.

En Sydney fue más duro, todavía.
¡En Sydney fue muchísimo más duro! La altura era mucho mayor, de inicio. Y a pesar de yo haber saltado 2.25 m., en ese momento mi tobillo ya venía… Yo nunca más quedé igual. Tú podías verme un día saltar 2.25 m. y al día siguiente me veías saltar 2.08 m. Mi tobillo ya no llegaba a ángulos.

Era un tema de cuerpo ya.
Físicamente, ya no podía. Yo estaba tres veces más fuerte de cuando salté 2.30 m.

Claro, mentalmente estabas más fuerte, pero ya tu cuerpo no te daba.
Mi cuerpo ya no me dio. Esa es la realidad. Di todo lo que pude.

Porque tu carrera, en verdad, hubiera sido más larga si no hubieras tenido estos problemas.
Por supuesto.

Estás residiendo en Estados Unidos durante años. Quería preguntarte qué tan importante había sido el apoyo de tu señora Jenna en este desarrollo. Ahora ya tienes allí un nombre, una familia -tan importante para tu actividad deportiva actual, ya no competitiva, pero sí activa-. ¿Qué tan importante ha sido (Jenna) y, encima, con…
Daniella.

…una niña tan talentosa?
Mi familia, mi esposa, mi hija, son mi vida. Sin el apoyo de ellos, de mi esposa, yo no podría hacer lo que hago y no sería tampoco lo que soy. Ellos han sido mi pilar. Yo le estoy eternamente agradecido a mi esposa por siempre estar conmigo, apoyarme y creer en mí, con todos mis proyectos y temas de negocios, de profesión, de vida. Sin ella no podría hacerlo. Y compartimos los mismos valores para formar una familia con la que he sido bendito, gracias a Dios.

Y tienen el mismo amor al deporte, por lo visto.
Sí, mi esposa ha sido campeona en el Estado de Idaho de básquet y vóley cuando estaba en el high school. Después llegó a jugar vóley en la universidad, en Estados Unidos. Así que ella entiende todo lo que uno tiene que hacer y las decisiones que tiene que tomar para salir adelante en el deporte. Ahora, gracias a Dios, estamos tratando de transferirle todo esto a Daniella.

Justo para entrar al tema de tu hija, quería comentarte: tú ya a los 16 años saltabas 2.05 m., a los 17 estabas en 2.12 m. En verdad, eras un chico tremendamente talentoso, prodigioso. Viendo el potencial de tu hija, ¿cómo le puedes advertir estos riesgos de que algunos chicos -que tienen mucho talento- se sobreexigen durante la adolescencia (en el entrenamiento), revientan cuando empieza la adultez y se acabó la carrera? ¿Cómo lo puedes llevar, en el caso de Daniella?
Gracias a Dios tengo una linda relación con ella. A mi esposa y a mi hija yo siempre les cuento todo. Nosotros somos muy abiertos, en ese sentido. Daniella sabe las cosas que hice bien y que me ayudaron a surgir en este deporte y en la vida. Y las cosas que hice mal, también. Porque esas cosas no las vamos a hacer. Ella es bastante juiciosa y madura para la edad que tiene. Es una chica como cualquiera, muy alegre, muy sociable, pero muy responsable, al mismo tiempo. Daniella está entre las mejores estudiantes de su escuela. Es más, cuando tomaron el año pasado el examen estandarizado del Estado, Daniella tuvo un score perfecto en inglés y en matemática. La Universidad de Duke le ofreció que tomara el SAT a los doce años, como un tema de motivarla y para ver cómo se desempeña. He sido bendito, realmente. Me da alegría que ella es como es y sabe que nosotros vamos a estar ahí, ayudándola y siempre apoyándola en todo lo que sea positivo para ella, deportiva o académicamente.

Quería preguntarle algo a Daniella, directamente.
Por supuesto.

Daniella, primero, bienvenida al Perú, igual que a tu mamá Jenna, y a Hugo, que es una leyenda en nuestro país. Quería preguntarte, ¿qué sientes teniendo un entrenador como tu padre, que ha tenido tanto reconocimiento y que recibe tanto cariño siempre? Tú lo puedes ver por el Facebook. Ahora que estás en Lima, te das cuenta, totalmente, de que a tu papá lo quieren. Se cruza con los señores que trabajan acá (en la VIDENA) y lo quieren. Sus entrenadores han pasado, pero no han querido interrumpirlo (durante la entrevista), lo respetan. ¿Qué sientes de tener a tu papá detrás tuyo en este inicio en el atletismo, que es un deporte tan hermoso?
Daniella: Mi papá es una persona muy buena, a mí me encanta mi papá. Es muy cariñoso y es mi entrenador favorito de todos mis deportes: vóley, básquetbol. Ese sentimiento es muy especial. A mí me encanta el salto alto, pero me encanta el salto alto con mi papá.

¿Te gustaría, más adelante, tener una carrera como la que tuvo tu papá en el atletismo?
Daniella: Sí, por supuesto.

¡Qué bueno! Muchas gracias, Daniella. Yo quería terminar esta entrevista preguntándote por esta otra área tuya, en la que has destacado -pocos lo saben- quizá más que en el atletismo, porque has sido subcampeón mundial.
Sí.

En el jiu-jitsu.
Sí.

De repente, el atletismo ya no puedes (practicarlo competitivamente), por lo mismo que me has contado de tus problemas con los tobillos, pero el jiu-jitsu, ¿sigues (practicándolo), después de ser subcampeón mundial? ¿Cómo fue toda esa experiencia? ¡Debió haber sido algo extraordinario!
Sí.

Encima que has entrenado con los Gracie.
Sí.

Que es la familia símbolo (del jiu-jitsu).
He entrenado un poquito con ellos, pero mi profesor es Jeff Messina. Mi cinturón: violeta. Yo quedé segundo en el campeonato mundial máster en California hace dos años. Mi mestre, mi profesor Messina me ayudó muchísimo, para serte honesto. Una de las cosas en que me ayudó muchísimo este deporte, el jiu-jitsu, es (que) yo crecí hasta como entrenador, para ver cositas de preparación mental en un deporte de combate, las cosas que tienes que hacer previamente para llegar a una competencia de tan alto nivel. Tú tienes que prepararte de una manera que cuando llegues a esa competencia, nada te pueda sorprender. Si es un deporte de combate, a ti tienen que haberte dado más duro en el momento del entrenamiento, haber tenido que sentir más presión que lo que puedas sentir en la competencia. Nada te puede sorprender. Es que en la época que yo competí, a veces, nos mandaban a competencias de nivel mundial con competencias previas (en las) que estábamos acá (en Lima) saltando solos y no había nadie. Lógicamente, cosas así te van a chocar. No puedes llegar a una competencia de alto nivel sin haberte preparado física, mentalmente, de la misma manera. Tienes que haber tenido competencias previas a ese nivel y haber entrenado duro, tratando de crear simulacros hasta de la manera en que vas a sentir. Eso me sirvió muchísimo. Y me di cuenta, también, de muchas cositas que faltaron en la época que yo saltaba. Pero todas las cosas son positivas. Para mí, ahora es tratar de pasarle (a Daniella) todas esas experiencias, yo no diría malas ni buenas, de las cosas que me fueron bien y de las que aprendí. En la vida, ganas o aprendes, nunca pierdes. O ganamos o aprendemos, nosotros no perdemos.

¡Qué buena filosofía!
Así le damos y así le pegamos. ¡Qué bacán!

Hugo, yo quiero agradecerte este valiosísimo y extenso tiempo que me has dado. Para mí, es un honor. Además, tú has sido del Champagnat, también.
Sí, claro. He sido del Champagnat. Claro que sí.

Es impresionante tu técnica. Uno la puede seguir viendo, todavía, ahora que hay YouTube.
Sí, ja, ja... Ya ese video es casi blanco y negro, ja, ja, ja….

Ja, ja, ja… Muchas gracias, Hugo.
A ti, Gianmarco. Te pasaste. Gracias, hermano.

De verdad, tienes una bella familia. Te lo digo frente a tu hija y tu esposa.
Te lo agradezco, de verdad que sí. Gracias, hermano, y seguimos en contacto por el Facebook. Ahí estamos.