viernes, 25 de julio de 2014

Eloy Jáuregui


“Lo que vale son los personajes, lo que han hecho”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Cuando el periodista Eloy Jáuregui (Lima, 1954) no está enseñando en la Universidad de Lima, está escribiendo un nuevo libro. Y cuando no está preparando un texto académico, está publicando artículos en diarios o entrevistando a las personas que hacen noticia. Jáuregui es un profesional infatigable, que ha sido productor periodístico del dominical televisivo Panorama, así como editor general de los diarios Expreso y El Mundo. También dirigió el periódico Cambio y ha colaborado para El Comercio, la revista Quehacer y la página web Crónica Viva. Ha publicado columnas en La República, Perú.21 y Diario 16. Algunos libros de su autoría son: Historia de la música peruana (1999), A diva voz. La vida de Susana Baca (2003), Usted es la culpable (2004, crónicas), El libro de oro de Eva Ayllón (2007), Maestranza (poemario), Profundo vello (2010, poemario), Pa’ bravo yo. Historia de la salsa en el Perú (2011), El Pirata. Historias de la música criolla (2011), Sabor a mí. Historia del bolero en el Perú (2012). Asimismo, desde el año pasado tiene el blog Cangrejo negro -ha tenido ocho blogs antes-.

Una de las últimas muestras de su permanente actividad periodística es la publicación del libro de crónicas El más vil de los ofidios (Lancom Ediciones, 2013). En este volumen, el experimentado hombre de prensa nos ofrece cuarenta y dos crónicas, en las que nos conmueve profundamente al describir que en 1968, gracias a la muy exitosa venta de la novela Cien años de soledad, del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, su padre -que era librero- pudo mudar a toda la familia desde Surquillo hacia un moderno departamento de la Residencial San Felipe. O nos cuenta sobre el sanguinario militar Telmo Hurtado, llamado “el carnicero de los Andes”, así como indaga en la polémica vida de Chacalón, famoso cantante popular de cumbia al que hoy hasta le rezan. O, también, nos narra acerca del gran compositor mexicano Roberto Cantoral, del importante danzante de tijeras ayacuchano Qori Sisicha y del actor arequipeño Hudson Valdivia -quien era un reconocido declamador de la poesía de César Vallejo-. O nos sorprende al relatar que el cantautor argentino Facundo Cabral siempre le recomendaba leer libros extraños cuando visitaba Lima. O nos explica que el gran saxofonista estadounidense Charlie Parker había sido un “maestro de la improvisación sonora” que, no obstante, fue “un ser con el alma resquebrajada”, adicto a las drogas -sobre todo a la heroína-, que solamente pudo vivir treinta y cuatro años.

En la siguiente entrevista, dialogamos con Jáuregui sobre sus crónicas basadas en los legendarios poetas Alejandro Romualdo y Antonio Cisneros -con quien mantuvo una gran amistad-, el filósofo y educador Constantino Carvallo, el notable Ricardo Palma -creador de un género literario único: las tradiciones-, el cantante de boleros Lucho Barrios y el grupo musical chileno Los Ángeles Negros. Además, conocimos sus opiniones sobre el intelectual y ensayista mexicano Carlos Monsiváis, el mítico periodista polaco Ryszard Kapuscinski, el avance de la publicidad frente al periodismo, y el detestable racismo que, todavía, azota diariamente nuestro país.

(Se enciende la grabadora y Jáuregui empieza a hablar sobre el poeta peruano Alejandro Romualdo).
Con Romualdo fue eso. Lo encontré, le quise hacer una entrevista, así como tú me quieres hacer una a mí. “Yo no doy entrevistas”, me dijo, muy parco. Pero le dije: “Usted es mi amigo”. “¿De dónde?”, me dijo. “Yo soy hijo de Néstor Jáuregui”. “Mira -me dijo-, así seas hijo del Papa, yo no doy entrevistas”. Seguí cargoseando, porque quería entrevistarlo, y nos encontramos ya cuando él ha estado casi en sus últimos días. Vivía aislado, encerrado en una casa. Se peleó con la familia, allá por El Olivar de San Isidro. La buena poeta Alessandra Tenorio, no sé cómo hizo que lo convocó junto a Washington (Delgado) y a Marco Martos en (el bar) La Noche, de Lima, que es lo que cuento en la crónica. Llegaron ahí y era increíble verlo a Alejandro Romualdo conversando y tomando cervezas. Puse los vinos. Fue maravilloso. Fue una noche inolvidable que hasta ahora la recuerdo, porque nunca he aprendido tanto. Ya yo era viejo, yo ya tenía cincuenta años, pero ellos me ilustraron de muchas cosas. En realidad, me enseñaron cómo era la vida en los años cuarenta, cincuenta. Época de la revolución soviética, de la Guerra Fría, un tiempo muy jodido. Y mezclando a Vallejo con Neruda, mezclando a Eguren con Martín Adán. Esas conversas que ya no hay. Además, cada uno más ingenioso y creativo (que el otro) a la hora de la respuesta. Luego, leyeron sus poemas cada uno y fue una maravilla. Lástima que no se grabó esa última (reunión)… Luego, creo, Guillermo Thorndike le hizo un homenaje en la revista Martí. Hay un número (dedicado a Romualdo) de la revista Martí -que saca la Universidad San Martín de Porres-, una revista de literatura con números muy especiales para cada poeta, cada escritor. Esas fueron las dos últimas veces que salió Romualdo (públicamente). Luego, se murió. Ha dejado una obra vasta. Es un poeta extraordinario, con una hebra, un hilo personal muy diferente al resto. Él era un poco del modernismo, pero tiene más del vanguardismo. Es romántico y, al mismo tiempo, surrealista. Es poesía comprometida, la poesía de la creación heroica, que él decía. Él publicaba, precisamente, en la Librería Minerva, unas revistas que se doblaban. Eran, en realidad, una página grande que se doblaba en cuatro, que se llamaba Creación heroica. Salieron como seis números. Yo, por ahí, en mi biblioteca, tengo los seis. Era un tipo que, en su época, cuando estuvo bien de salud y bien de la cabeza, alentó la literatura, alentó a los nuevos escritores. Alentó la inteligencia en este país, que está lleno no de brutos sino de burros y de ignorantes. Luego, él, esa noche, cuando ya tragos van, tragos vienen, vinos van y vinos vienen, se acordó de mi casa, mi mamá, mi papá. Ya mi papá había fallecido. Y me dijo: “¿Tú eras el chiquito que estaba ahí?”. “Y sí, don Alejandro”, le digo. “Ah, pues, sí me acuerdo, hombre. ¿Tú eras el que pidió una entrevista? Me hubieras dicho que tú eras el chiquito”. “Si usted no quería hablar con nadie”… Yo tengo sesenta años y me han ocurrido estos acontecimientos durante toda mi vida, porque mi vida está pegada siempre a la literatura.

Otro gran personaje con el que usted ha podido conversar es Antonio Cisneros. Que ha sido su profesor en la Universidad (Nacional Mayor) de San Marcos, que le ha enseñado literatura inglesa.
Sí.

“Sus clases eran divertidas, llenas de claves y anécdotas y citas” (afirma en la página 64 de El más vil de los ofidios). Me llamó bastante la atención de su crónica, la parte en la que usted menciona que le llevaba sus poemas a Cisneros a su casa de Miraflores.
Sí.

“Y él abría los ojos y yo sabía que no estaban bien y cambiábamos de tema y terminábamos hablando de fútbol” (pág. 65 de EMVDLO).
Ja, ja, ja… Es verdad. Él siempre ha sido mi profesor. Yo lo he conocido antes de que sea mi profesor, en una pelea que hubo en el grupo que pertenezco: el movimiento Hora Zero, encabezado por Jorge Pimentel. Que una vez lo retó a Antonio Cisneros a un duelo poético (en 1970). Nunca había existido eso. Dijo: “Yo lo reto”. Salió en el diario Expreso, en El Comercio. “Reto a Cisneros, poema contra poema”. Ya lo había retado a Winston Orrillo, otro poeta. Y Winston Orrillo no atracó. En el caso de Cisneros, aceptó. Y Cisneros declaró en Caretas y en otras revistas y periódicos. Dijo: “Sí, yo acepto. Voy”. Y se hizo este duelo en el Instituto Nacional de Cultura, donde queda ahora el Tribunal Constitucional, en la calle Pilatos, que queda en el jirón Ancash. Cisneros llevó a su gente y Pimentel llevó a la nuestra. Desde ahí, yo lo conozco. Dos días antes, Cisneros comenzó a recorrer los bares de Lima donde nosotros parábamos. Yo paraba en el Palermo, en un bar que se llamaba Los espejos, con mis amigos poetas, cuando tenía dieciocho, diecinueve años. Había el Queirolo, el Palermo, Los espejos, La llegada, el Versalles, el Viena, el Barcela, el Wony. Todos estos restaurantes y chifas que quedaban en el centro de Lima, alrededor de la plaza San Martín, servían para que nosotros en las noches nos reuniéramos. Nos reuníamos todos los que sabíamos que nuestro destino era escribir. Una noche que estábamos ahí, llega Cisneros un poco husmeando, a ver qué pasa, antes del duelo. Esa noche le contamos de qué se trataba. Cisneros, muy inteligente, acababa de llegar de Inglaterra, de Londres. Fue una maravilla conocerlo. Porque, además, él era aparentemente muy pedante, muy sabelotodo -parecía Phillip Butters-, y, sin embargo era el tipo más cariñoso, más sensible, más transparente. Conversamos y me dijo: “¿Y tú, también, escribes poesía?”. Yo no lo conocía. Lo que pasa es que estábamos sentados ahí. “Sí”, le dije. Había publicado en una revista que se llamaba Tortuga ecuestre, del maestro Gustavo Armijos. Había publicado, junto a Roger Santiváñez, un par de poemas. Yo era, en esa época, medio barroco y medio surrealista, al mismo tiempo. Le enseñé. Me dijo: “Dámelo, yo lo voy a leer en mi casa”. Y se llevó mis poemas, que eran mis originales.

A máquina.
Sí. Estaban a máquina, obviamente. Nosotros, en la casa que teníamos en Hora Zero, teníamos una máquina. Y hacíamos cola para escribir los poemas. Los escribíamos a mano y de ahí los escribíamos (a máquina). Yo tenía mi máquina en mi casa, pero no era lo mismo que escribir en esa máquina. Había una suerte de fetichismo ahí. Desde esa vez me hice amigo de Cisneros, a pesar de que esa noche del duelo él estaba en el bando contrario. Y esa noche ganó Pimentel, de Hora Zero, porque hizo toda una parodia. A él le disparan. Sale uno de nosotros y le dice: “¡Pimentel, no es posible!” y le mete como tres balazos. Era una pistola de fogueo, pero sonaba como pistola de verdad. Y Pimentel, que estaba recitando, ya cuando estaba al final de la cosa, cae encima de la mesa, se da un volantín y cae a los pies de Chabuca Granda, que estaba ahí. Había ido a verlo a Cisneros. De ahí lo conozco a Antonio Cisneros y fuimos muy amigos. Siempre lo iba a visitar, a pesar de que estábamos peleados a raíz de que nos habíamos sacado la mugre entre Hora Zero y él. Yo pertenecía a Hora Zero, pero él me distinguía. Yo, cuando estaba estudiando lingüística en San Marcos, llevé unos cursos de literatura en Letras. Ahí me inscribí en el curso de Cisneros y él fue mi profesor de literatura inglesa. Cosa que le agradezco mucho, porque me enseñó todo un mundo que yo no conocía. Éramos cuatro alumnos y no era necesario ni siquiera ir al salón. Nos juntábamos. Decía: “La próxima clase nos vemos en el café de la esquina” o “Nos vemos en la cantina”. Había una cosa que se llamaba El Gran Chaparral, en San Marcos, un pueblo joven que quedaba en medio del campus. Ahí vivían los trabajadores. Resulta que ahí había unas cantinas. Nos íbamos ahí, nuestra clase comenzaba a las diez de la mañana. Obviamente, lo primero que pedíamos era cerveza y no tiza ni mota. Él dictaba su clase en medio de las chelas. Cisneros la ponía. Yo, también. Porque yo, en esa época, ya era negociante, comerciante. Tenía mis cuatro microbuses, tenía una línea que se llamaba Chama. Hasta ahora existe. Eran unas semiCoaster. Tenía mi plata. Por supuesto, aprendí mucho de Toño. Sobre todo a (leer a Gilbert Keith) Chesterton, a leer a los grandes escritores ingleses que aquí no se conocen o no están bien traducidos. Luego, trabajamos juntos en el Diario de Marka, en el año 1980, cuando yo debuto como periodista. Yo era jefe de deportes y él era jefe de Caballo Rojo -uno de los suplementos más extraordinarios que se ha hecho a favor de la creatividad, la lucidez y la cultura-. Luego, nos hemos estado viendo, siguiendo. He publicado mis libros. Y es cierto: yo le llevaba mis poemas. No para que él me los corrija sino para mostrarle en qué estaba yo. Él, también, todos sus libros, lo primero que decía era: “Para mi Eloy”. Yo era muy amigo de su esposa, sus hijas, su hijo Diego. Siempre paraba en la casa. Nosotros nos pegábamos unos volantines… Porque yo llegaba el día viernes y terminaba el domingo. Me sacaban con suero, porque estaba todo el fin de semana chupando y conversando. A nosotros nos gustaba la música, el fútbol, la literatura, la poesía, el cine, el sexo, el erotismo, la pintura, la cocina. Él sabía cocinar. Yo, también, sé cocinar. Esa ha sido mi relación con Cisneros. Yo he conocido a todos estos personajes casi por una manera vital. Hemos estado viviendo juntos, pero no revueltos.

Otro personaje, de los muchos interesantes: Constantino Carvallo. Usted lo define, como “un samurái en plena revolución digital, un Quijote posmoderno contra el imperio del Estado burdo y rupestre” (página 34 de EMVDLO). Y sobre el que escribió, justamente, unas líneas que denotan que tenía una amistad muy entrañable y fuerte con él: “Una semana antes que nos dejara hablamos por el celular. Lo llamé porque necesitaba su sabiduría. Yo estaba perdido. Él sabe todo” (página 36 de EMVDLO).
Sí. Constantino fue una persona casi de mi misma promoción. Estábamos hablando de Romualdo y Cisneros, que son mayores que yo; en el caso de Constantino, no. A Constantino lo conozco desde que fundó el colegio Los Reyes Rojos, en Barranco, y siempre me invitó a que sea profesor. Nosotros teníamos una relación de amigos comunes. Yo nunca acepté ser profesor, porque no quería ser profesor. Era para llevar un curso de creatividad literaria. De alguna manera, esa confianza que me dio hizo que yo lo retribuyese con muchas cosas que hice y con esta cercanía familiar que teníamos mi esposa, mis hijos, su esposa, sus hijos. Éramos familiarmente cercanos. Luego, ahí, junto al colegio, yo tenía unos amigos, la familia Gallegos, donde me quedaba a dormir y a vivir. Constantino sabía que yo estaba ahí y siempre me mandaba llamar cuando había algo que hacer. Yo he dado conferencias en el colegio, charlas y cosas por el estilo, ad honorem y por amistad. Editorial Alfaguara le editó un libro a Phillip Butters, que era una novela rara, una de las primeras novelas de fútbol, que se llama Muerte súbita (2006). ¡Phillip Butters es autor de una novela! Nadie cree. La directora de Alfaguara, o de Santillana, acá en el Perú, una española que se llama Mercedes González, me convocó a él y a mí. A él, porque lo conocía de Barranco a Phillip -porque Phillip es barranquino-; y a mí, porque yo conocía de fútbol y literatura. Yo he sido periodista deportivo y muy especializado en fútbol. Nos convocó a los dos para que la ayudasen a entender a este loco que había escrito una novela. La leímos y le dijimos: “Sí, hay que acomodar acá”. Allí hubo una cercanía de casi tres noches seguidas donde discutíamos la novela y qué cosa le podíamos pedir a Phillip. “No hay que herirlo”, decía Meche González. “No hay que herirlo, porque tú sabes cómo es”. Nos asustamos más, porque lo decía ella. Y Phillip ha sido mi chupe, mi alumno. Yo no le tenía miedo. Constantino sí, porque sabía que el gordo era explosivo. Digo “gordo” porque es ancho y parece un ropero. Tuvimos la oportunidad de almorzar una vez con Phillip y con ella. Obviamente, vinieron las preguntas. Casi nos peleamos. Él estaba de acuerdo en algo y yo no estaba de acuerdo en algo, a raíz de la novela. Al contrario, cuando presentamos el libro fue una fiesta: llegaron futbolistas, literatos, fue una cosa bien bacán. Y hubo un memorable discurso de Constantino. Como siempre, brillante en sus cosas. Sin hacer muchos aspavientos, nos dijo que el fútbol se merecía una novela y una literatura. Que no la había en el Perú, obviamente. No la hay, oficialmente. Sí la hay metida en varios escritores: Bryce, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Alonso Cueto, “Balo” Sánchez León. Ellos tienen el tema del fútbol ahí. Es más, en un libro de Jorge Eslava, Bien jugado (2011), hay una antología de textos sobre fútbol, donde está el gran poeta huancaíno que vivió en Uruguay, Parra del Riego; donde están otros escritores, como Thorndike y “Toribio Gol” (Alfonso Grados Bertorini). Gente intelectual que ha escrito sobre fútbol. Esa noche se desnudó todo esto. Y Constantino, desde esa vez, un poco que siempre fue mi oráculo, mi consejero. Si te das cuenta de lo que te estoy contando, antes que cualquier admiración, ha sido la amistad. Antes que cualquier tipo de cercanía literaria, ha sido la cercanía del corazón. Los amigos dentro de la literatura, los amigos dentro de la educación. Y, de alguna manera, eso me llena de orgullo, porque mi librito es apenas un pequeño retrato de esa amistad con estos personajes.

Yo, por la manera tan bonita en que se refiere a Constantino Carvallo, había revisado Diario educar. Tribulaciones de un maestro desarmado (2005) y había podido ver que además de ser alguien tan respetado y que hizo tanto por la educación del país…
Fue uno de los mejores educadores que tuvo el Perú.

Sí. Aparte era un gran padre. Porque en la página 160 él dice: “Me esfuerzo siempre en responder todo lo que mi hijo pregunta, en mostrarle mi suficiencia, mi saber. Y lo lleno de regalos. Inconscientemente buscamos todos que nuestros hijos digan, como Mozart: ‘Después de Dios, mi padre’”.
Sí. Es verdad. Pero no solamente con sus hijos: con sus amigos. Él era un sabio. Por eso yo lo llamaba constantemente cuando tenía alguna duda. Él podía estar muy ocupado, pero decía: “¿Quién es?”. “Eloy”. Y me contestaba.


“Los escritores en el Perú son herederos de Palma”

Otra de sus crónicas, la de Ricardo Palma, me parece la más académica y una de las que me ha gustado más. Hay muchos datos (interesantes) sobre Ricardo Palma. Usted es un palmiano. Evidentemente palmiano.
Sí. Por el colegio, además. Yo he estudiado en un colegio que se llama Ricardo Palma. Además, Palma vivía a tres cuadras de mi casa. Él tiene su museo en Miraflores y yo vivo pasando la Vía Expresa, en Surquillo.

Hay varias frases sobre Ricardo Palma, en su crónica Un descomunal aventajado, que me llamaron la atención (como la de "Palma fue un revolucionario del periodismo" o "Ricardo Palma es al periodismo lo que Vallejo a la poesía: un descomunal aventajado". Ambas aparecen en la página 37 de EMVDLO).

Nosotros tenemos respeto por el personaje, creemos que es un sabihondo, que no tiene vida y no tiene calle. Uno lee las Tradiciones en salsa verde (1904 aproximadamente), que es uno de los libros proscritos -no está dentro de las Tradiciones Peruanas, el libro cumbre de Palma-… Este libro es un conjunto de tradiciones que se publicaron luego. Cuando he leído las Tradiciones en salsa verde resulta que es uno de los grandes hallazgos que tiene el periodismo en el mundo. Él (Palma) es del siglo antepasado, de 1800 y tantos. Él se adelantó a todos. Yo refuto una teoría sobre la crónica que hace mucha gente -Susana Rotker, Tomás Eloy Martínez, el argentino, y otros teóricos-, que dice que la crónica periodística recién se funda a partir del modernismo y de la incursión de la prensa norteamericana. Esto es falso, porque Ricardo Palma en 1860, 1870, antes de la Guerra con Chile, ya estaba escribiendo crónicas como las que yo escribo ahora. Si tú quieres que yo diga algo, digo: “Todo lo que he aprendido, se lo debo a Ricardo Palma”. Esa mirada integral de la sociedad, con ironía en el lenguaje, con inteligencia para comprender las cosas que son costumbristas o que la crítica ha llamado costumbristas. De aquello que es costumbre, que es arte popular, cultura popular, que es uso de las gentes. Palma venía de una generación muy fuerte en las letras peruanas: Manuel Ascencio Segura y Felipe Pardo y Aliaga. Y venía de Atanasio Fuentes y de otros, de una generación que ya llega al cincuentenario de la independencia. Me estoy refiriendo a 1870. Había un reacomodo de la república peruana. Ahí Palma funda una escritura que hoy no se ha estudiado y que debería ser obligación recuperarla, porque ahí está el leit motiv, el embrión, el núcleo de aquello que nosotros, luego, hemos atrapado. Yo no he aprendido a escribir de Palma directamente: he aprendido por la literatura norteamericana a escribir crónicas. Pero cuando después he estudiado, cuando he hecho una reflexión, todo me lleva a Palma. Porque yo escribo como Palma. Mis crónicas de Lima ¡es Palma! Yo tengo, más o menos, ocho mil crónicas, ocho mil tradiciones. Todas con anécdotas, personajes, diálogos y cosas por el estilo, que estoy escribiendo desde el año 1980. Lo había leído a Palma con mucho gusto y agrado, pero no era mi referente literario. Después, cuando lo he vuelto a leer, ya de viejo, me he dado cuenta que, obviamente, ¡eso es! Los escritores de deportes, de comida, de teatro, los escritores en el Perú son herederos de Palma. No son herederos de la literatura norteamericana ni de la europea. Somos herederos de un escritor peruano que fundó las raíces, gracias a un tipo de misión. Él, lamentablemente, yo digo ahí (en la crónica) que le puso un nombre fallido, errado, a lo que él escribía, a ese estilo: “tradición”. Si él hubiera puesto “innovación”… Pero como la palabra “tradición” es arcaica, habla de lo que es…

De lo que fue.
…antiguo, la gente no le presta atención. Y es falso, porque, al contrario, no es tradición, es innovación, investigación, es buen periodismo el que hace Palma. Y buena escritura.


Una semana con Lucho Barrios

(Decía) usted, en una de sus crónicas, la de Lucho Barrios -cambiando ya de personaje y yéndonos al tema musical-, que estaba orgulloso de haber sido el único periodista que le había podido hacer una crónica-reportaje en la televisión. Y que Marabú era un tema que había sido muy significativo en su vida.
Sí, es verdad. Yo he visto que han hecho otras entrevistas a Lucho Barrios. El reportaje que yo le hice en la televisión, en Panorama, a Lucho Barrios, duró cerca de una semana para grabarlo. Fue casi como un corto, porque lo grabamos en varios sitios. Luego, para armar, me salió en dos bloques de quince y quince (minutos). La gente decía: “Oye, tanto espacio para un cantante de cantina”. ¡No saben la trascendencia que tenía! ¡Lucho Barrios es un poeta popular! En todo caso, es un innovador de la música popular. En Chile dicen: “Lucho Barrios: músico chileno nacido en el Perú”. Barrios es el cantante de Valparaíso. Usted va a Valparaíso, uno de los puertos más grandes que tiene Chile, el más bonito, probablemente, y pregunta: “¿Cuál es la canción de aquí?”. Dicen: “La de Lucho Barrios”. En Chile se escucha. Usted vaya a Guayaquil, a Quito, y pregunte: “¿Cuál es la canción de acá?”. “Es de Lucho Barrios”. Él le ha sacado la mugre, precisamente, a uno que era bravo ahí, en Ecuador, que se llamó Julio Jaramillo, que es uno de los cantantes, uno de los grandes mitos del melodrama latinoamericano, que está en el cine, en las telenovelas, en las radionovelas. En realidad, Lucho Barrios conforma este paisaje de compositores, cantantes, trovadores del amor, del bolero, que forman este gran panteón de héroes ilustres que tiene la música popular en Latinoamérica, compuesta por (Carlos) Gardel, Daniel Santos, Pedro Infante, Julio Jaramillo y Lucho Barrios. En ese orden. Fíjese la dimensión. En el Perú nadie le para pelota. Yo quisiera que usted entre al YouTube y vea “Lucho Barrios”: salen dos mil temas ahí. La gente no “cuelga” tonterías. La dimensión de Barrios era abigarrada y fuerte. Yo me moría por entrevistarlo, porque no estaba acá, él vivía en Chile, y cuando una vez vino, tuve la oportunidad. Uno pensaba que era borracho, mujeriego, parrandero o muy dicharachero: al contrario, era opacadísimo, había que jalarle las palabras. Si hubiera sido como yo, que hablo como un loro (sonríe)…

Ja, ja, ja…
Había que jalarle las palabras, y para la televisión eso es mortal. Para editar… Porque él decía casi monosílabos. “¿Qué le parece?”. “Está bonito”. “¿Y usted qué hizo cuando era joven?”. “Me divertía, pues”. “Sí, ¿pero iba al cine?”. “Sí”. “¿Y qué película vio?”. “Ya no me acuerdo, pero esas de cowboys”. No había de dónde sacarle. Y cuando cantaba: a acompañarlo. Yo lo he llevado a un restaurant-bar mío, que se llama el Tobara, en Surquillo, a tres cuadras de mi casa. La señora que atendía ahí… Me quedaba bebiendo hasta tarde, conversaba con ella, yo le decía: “Un día lo voy a traer a Lucho Barrios, vas a ver”. Y un día lo llevé. A ella, cuando lo vio, se le cayó la fuente, el cebiche, se le cayó todo. Era una japonesa. Perdió la vertical. ¡Increíble! “Ahí está, pues. ¿Cómo dices que Lucho Barrios canta mal?”, le dije yo a la señora. (Y Barrios replicó): “Señora, ¿cómo está opinando eso?”. “No, don Luchito. ¿Quiere servirse algo?”. “A ver, deme esto, esto, esto”. ¡Tragaba como una bestia! Ahí lo hemos grabado, comiendo. Pero no había rockola en el Tobara. Nos fuimos a una picantería (arequipeña) que queda a la vuelta, que se llama Rinconcito de Tiabaya, que tenía su rockola. Lo sentamos ahí, con su chela. La idea era que él se sirviese un vaso, estaba solo y la rockola al costado. Entonces, él tenía que pararse y apretar A6, que era el número para que salga el disco. Él se equivocaba y ponía otra. Hemos repetido como diez veces. ¡No era actor, pues! Él era cantante. La escena salió más o menos. No ha salido tan brillante. Él toma, dice: “¡Salud!”, había un silencio ahí, él se levanta, mete la ficha, cae el disco, y en eso: “Me engañas, mujer…”. Era acomodar todo eso. Es como hacer una película. La gente no cree cómo se hacen los reportajes. Nosotros estábamos haciendo cine dentro del (reportaje).

Era un cortometraje.
Claro. Estábamos haciendo cine. Me costó una semana grabarlo, porque no salió ese fin de semana, no estaba terminado. Lo hemos grabado en dos presentaciones (musicales). Una que hizo en el Cine Latino, del Rímac, y otra que hizo en el Cine Monumental, de Breña. Lo hemos seguido. En el Latino se presentó solo y en el Monumental se presentó mano a mano con Pedrito Otiniano. Eso fue una maravilla. Construir al personaje con una serie de matices: comiendo, chupando, cireando con mujeres, cantando en el auditorio, con imágenes de archivo, fotos, fue toda una chambaza. Yo estoy muy contento de ese trabajo que hice. Satisfecho. Porque nadie pudo hacer una cosa parecida. Eso lo tienen grabado solamente los melómanos, los especialistas, porque me lo han enseñado. Ni yo lo tengo.

¿No lo tiene? ¿No le han dado una copia?
No. No la he pedido tampoco. Creo que está viva la cosa ahí. Increíble que yo he ido a una casa el otro día, la de Lucho Delgado Aparicio, y me dijo: “Eloy, te voy a sorprender con algo que tú no tienes”. Y no sé dónde había encontrado el reportaje que dura treinta minutos -porque está partido en dos-, que yo le hice a Lucho Barrios. Lo puso y yo no me acordaba de las partes. Me di cuenta de la cantidad de imágenes que uno ha utilizado para estas cosas. El trabajo del periodista de televisión, cuando lo hace bien, es muy trabajoso. Es mucho más trabajoso porque son imágenes. Y cuando no hay imágenes te loqueas. Yo he hecho reportajes con dos fotos y duraban doce minutos. ¡Con dos fotos! Cuando quieres mostrar a una persona que es valiosa, tienes que matizar con imágenes, sonidos, efectos musicales.

Es un ídolo popular.
Claro, además. Yo recuerdo, también, haber hecho una cosa parecida con Héctor Lavoe. Nadie le había hecho un homenaje -como reportaje periodístico- en la televisión. Cuando fui a ver el archivo no había nada en Panamericana. Pedí a América que me prestaran algo. No había nada. No había en esa época YouTube. Te estoy hablando de 1993, cuando murió Lavoe. Ahora es muy sencillo: prendes tu computadora y encuentras todo. En esa época no. Para nosotros fue, en realidad, un trabajo muy duro, jodido. Había que inventar las cosas.

Eran artesanos de la imagen.
Así es. No hay, no abundan. De una foto tú tenías que hacerle ochenta mil efectos, acercar el zoom, ponerle clicaleada, irte a Nero, otra vez regresar a la foto, ponerle unas letritas. No es igual a que tú estés haciendo una entrevista con la cámara ahí. Cuando haces un reportaje tienes que poner una serie de elementos que uno no tiene.


Seis ternos y una pistola por Los Ángeles Negros

Claro. Uno de los mejores vocalistas, para mí, de los años sesenta, setenta, es (Germaín de la Fuente) de Los Ángeles Negros. Usted fue, en el año 1971, asistente del técnico de sonido…
Sí.

…cuando ellos vinieron a Lima, en su primera gira en el Perú. Cuenta una serie de anécdotas y cierra casi con un clímax su crónica cuando están en Acho, en el duelo con Los Iracundos y, de pronto, las chicas se vuelven locas, porque solo había cinco guardias y…
Casi nos matan.

…casi los matan. Aparte, les sacaron, les rompieron la ropa. Anécdotas con personajes que fueron ídolos latinoamericanos de la música.
Sí. En el año 71, como cuento en la crónica, yo estaba jugando pelota en la Residencial San Felipe, donde vivía en la casa de mis padres, y ahí había un estacionamiento. De una camioneta negra comenzaron a bajar equipos. Entonces, yo me salí del partido y estaba mirando (la camioneta), porque vi que bajaban amplificadores, todas esas cosas. El chofer, que era un tipo moreno, me miró así (Jáuregui pone rostro de sorpresa), pensaba que yo era ratero, pero como vio mis zapatillas Adidas dijo: “Ah, no”. Yo, todavía, no sabía quiénes eran. Yo le digo: “Perdón, ¿y esa cosa de quién es?”. “Ah -me dice-, esto es de Los Ángeles Negros”. Yo pensaba que era un grupo evangelista (sonríe).

Ja, ja, ja…
Justo esa playa daba para la parte posterior del restaurant El Palmero, que quedaba en los altos del centro comercial de la Residencial San Felipe, que era de propiedad de Guillermo Stanbury. “En lugar de estar mirando, ¿por qué no me ayudas?”, me dice el chileno. Le digo: “Vamos”. Tenía un cochecito y (había) como ocho de estos amplificadores, batería y todo. Era un cargamento. Ayudé y en dos patadas lo subimos al segundo piso por unas escaleras y lo metimos al auditorio. Primera vez que había entrado al restaurant de día. Había ido con mi familia un par de noches, pero de día… Estaban los mozos ahí, limpiando. “¿Y tú qué haces?”, me dice en el ínterin. Y le digo: “Yo soy de acá, yo vivo al frente, en el otro edificio”. “¿Qué haces en la noche? ¿No me quieres ayudar?”. Le digo: “Sí”. Estaba con mi ropa deportiva. Me dice: “Yo te voy a pagar”. Me pareció bien. “Pero eso sí, tienes que venir con un terno oscuro”. Yo tenía un terno azul. “Y una corbata oscura, porque esa es, más o menos, la indumentaria. De ahí te vienes a trabajar conmigo. Entonces, te espero mañana… No, te espero en la noche a las diez”. Esa misma noche. Fui y le dije a mi mamá: “Me acaban de contratar. ¿Conoces a Los Ángeles Negros?”. “No. ¿Qué es eso? Yo conozco a los ángeles blancos. ¡Qué ángeles negros!”. Dice que vaya. Yo estaba en quinto año de secundaria. Terminé en el 71. Efectivamente, fui, estábamos en los camerinos, me presentaron. Estaban todos ahí, los cinco chilenos. Dijo (el chileno que lo contrató): “Este cabro chico va a trabajar con nosotros”. “¿Cómo se llama? (pregunta Germaín de la Fuente)”. “Eloy”. “No. ¿Cómo se llama?”. “Eloy”. “¿Cómo se va a llamar Eloy? ¿El de hoy día?”. “Sí, Eloy”. “¿Eloy? Ya. ¿No es el mañana?”. “No”. “¿Ni el pasado ni el ayer?”. Comenzaron a joderme con mi nombre Eloy. “Está bien -dijo (Germaín)-, ¿pero es sano, lo conoces bien?”. “Supongo”, dijo el que me había contratado. Y esa noche, por primera vez, ingresé ahí. Me habían enseñado cómo armar la batería. Yo lo aprendí al toque. Todo salió perfecto. Se presentaron y (luego) me dijeron: “Ahora hay que llevar el equipo, anda a traer la camioneta”. Nos íbamos a un restaurant en Miraflores que se llamaba el Pancho Fierro. Fuimos, hicimos la misma cosa y terminamos como a las cuatro de la mañana. Yo, agotado. Me dijeron: “¿Qué tal? ¿Cómo te sientes?”. “Bien”. “Quédate a dormir acá y mañana te vas temprano a tu casa”. (Fueron al hotel, estaban hospedados en el Maury). Me dio plata. Era un montón. Llegué a mi casa. Me encontré con mis vecinos que estaban yendo al colegio y yo venía de terno. A las siete de la mañana llegaba yo a mi casa. Me dicen: “Eloy, ¿qué haces? ¿Dónde has ido?”. Yo dije: “Uno es artista. Tienes que entender a los artistas”. Fui, me quité el terno y me acosté. Cuando mi mamá: “Oye, ¿no vas a ir al colegio?”, me dijo, a los quince minutos. Yo agarré y le di la plata. “Ah -me dijo-, no vayas, sigue trabajando”. (Los Ángeles Negros) vinieron por una semana y se quedaron un mes. Yo nunca había viajado en avión. Sabía de burros, caballos, combis, y como ya pertenecía yo al equipo nos fuimos a Cusco, Iquitos, Piura, Trujillo, Chiclayo y terminamos en Arequipa. Íbamos, veníamos. Yo subía a los aviones como (si nada). El primer vuelo estaba asustado.

Uno escucha los discos de Los Ángeles Negros con Germaín de la Fuente, y es impresionante su voz. Usted que lo ha podido escuchar en vivo y tan cerca, ¿cómo era su voz, realmente? ¿Era tan espectacular?
Sí. Era una cosa alucinante. Es por eso que cala. No había truco ahí. Él cantaba así, a capella.

Ahora ya no puede cantar.
No puede, efectivamente. Guillermo (Stanbury) tenía un departamento… Yo era amigo de sus hijos, jugábamos pelota, eran vecinos, y era el dueño del restaurant. En la calle Roma con Barcelona, en San Isidro, había un departamento como de seis habitaciones: sala, comedor… Grandazo. Ahí se fueron, ahí los alojó. Yo tenía la función de ser una suerte de guachimán, de guardaespaldas, un poco delgado, pero guardaespaldas. Yo decía: “Yo sé kung fu, karate y acupuntura”. Todo lo que era japonés. Era un Bruce Lee del pobre. Además, especialista en origami y acupuntura. Me había comprado una pistola, pero de fogueo, por cualquier cosa.

Justo para la gira.
Sí. Obviamente, porque la gente ¡se tiraba encima! A mí me han comprado como seis ternos, porque los otros ternos yo no me los quería poner porque estaban llenos de pollos. La gente me escupía porque yo estaba ahí detrás, protegiendo. Fue un cambio en mi vida impresionante. Yo, de estar estudiando en el colegio, de escribir poesía, de ser el director del periódico mural, de pertenecer al grupo católico en la Residencial San Felipe, a dar un salto así, a ser guardaespaldas de un conjunto popular que enloquecía a las hembras -a las chibolas sobre todo-, fue impresionante. Y, además, viajar. Me fui a Chile. Me sacaron mi pasaporte, todo. Había mucha plata, además. ¡No sabes! Me compraban cosas, me regalaban cosas. Yo estaba realmente alucinado. Tal es así que fui y hablé con el director del colegio y le dije: “Me ha pasado esto”. Ya estábamos terminando (el año). “No voy a venir un mes”, le dije. “¿Cómo?”, me dijo, “pero no es posible”. Él le tenía miedo al periódico mural que yo dirigía. El director era el padre de los Cornejo, Saúl y (Manuel, que fueron parte de la banda nacional de rock pop We All Together)… Era nuestro director en el colegio, que se llamaba Baquíjano y Carrillo, que quedaba frente a (el parque) Matamula, donde ahora se hace la Feria del Libro. Ahí quedaba mi colegio. Antes ahí había una cancha de fútbol. Ahí he jugado yo y bien.

Le asustó, de repente, este mundo de los músicos, tan efervescente, tan lleno de vida y, como dicen algunos, de vicios. ¿Acaso se asustó, no quiso seguir por ese camino? ¿Lo suyo ya era la literatura, el periodismo, ya iba por ahí?
He publicado en mi Face(book) una cosa que ha escrito el gran maestro Luis Sánchez, el gran escritor y ensayista puertorriqueño, sobre la cercanía que tiene la música popular a la gran literatura académica que hay en Latinoamérica. Es el único sitio donde la música popular está tan cerca a la gran poesía, a las grandes novelas. Si tú lees las grandes novelas argentinas, están vinculadas al tango, a la milonga. Si tú lees las grandes novelas de Brasil, te vas a dar cuenta que Jorge Amado está constantemente reuniéndose con lo que es el sonido de la calle, de las casas, de la radio, la televisión, los discos, los CD, los DVD. Tú lo escuchas a Mario Vargas Llosa o lo lees: constantemente él está haciendo referencias a cosas musicales. Es raro que un escritor no se dé cuenta de la potencia que tiene la música popular. En este caso, la música latinoamericana, que está vinculada al melodrama, a la telenovela, al cine, a la radionovela, a los cancioneros. Creo que soy un producto de este cruce: la música popular y la literatura clásica. La literatura, como se entiende, intelectual. Para mí, no hay diferencia. Es más difícil escribir un vals que escribir un poema. Yo admiro a Augusto Polo Campos por la facilidad que tiene para poder escribir. Si me hubiera dicho Velasco o Morales Bermúdez: “Hazte un vals para homenajear a la selección peruana de fútbol”, yo no lo hubiera podido hacer. Augusto sí. O a Escajadillo… Yo sé que el vals es una mierda ahora porque ya no existe más creación, se acabó. Incluso, mi libro que viene, que es la continuidad de este (El más vil de los ofidios), se llama Tu mala canallada. Es un verso de un vals que se llama Olga, de Pablo Casas Padilla. Dice: “Tu mala canallada (con otro igual a ti) la tendrás que pagar”. Yo no conozco buena canallada.

Que la canta el “Zambo” Cavero.
El “Zambo” Cavero. Tú lo has escuchado de ahí.

(Asiento con la cabeza).
Una de mis columnas en los periódicos se llamaba Tu mala canallada y ese es el homenaje. En realidad, este libro tenía como 900 páginas. Yo he tenido que cortar la mitad para hacer el otro libro. Y el otro, también, está cortado en la mitad. Un tercer libro ya va a ser muy aburrido. Va a tener otra tónica. Pero está, más o menos, en esta suerte de reivindicar lo que es ese divorcio entre cultura popular y cultura académica. Yo no creo que haya ese divorcio. Más bien, son complementarios. El más intelectual que yo conozco de todos era Toño (Cisneros). Nosotros cantábamos boleros a dúo. El otro que conozco, que era recontraintelectual, era Washington Delgado. Y con Washington hablábamos de Los Embajadores Criollos, Los Chamas. Él tenía una memoria... Por eso es que escribió una gran epopeya poética sobre la avenida Abancay. Chabuca Granda es ese nexo (entre lo popular y lo académico), por ejemplo. Chabuca tiene tres momentos. El momento que le canta a la Lima tradicional, virreinal; el momento que le canta a la Lima de los movimientos sociales y revolucionarios, que tiene una saga sobre Javier Heraud; y, después, le canta a los negros. En ella hay una revolución. Probablemente, es la influencia de César Calvo. Hay toda una traslación de su creatividad. Y no me van a decir que Chabuca Granda no es una gran compositora y no es una gran poeta. Poeta de polendas. Entonces, tratar de decir: “Estos son menos y estos son más”… Me parece que lo popular, a veces, está mal entendido.

Usted ha hecho perfiles y crónicas. Leila Guerriero, que, también, hace perfiles y ha publicado ahora último Plano americano (2013), dice: “Hacer un perfil es como armar su puzzle, pero sin la foto de referencia. Cuando encontrás la pieza que falta sentís una euforia que saldrías gritando al balcón”. ¿A usted le ha pasado lo mismo?
Lógico. El perfil es un género nuevo vinculado a la crónica y a la entrevista. El perfil yo lo descubrí en Ryszard Kapuscinski. Él describía a sus personajes con todas (sus características). Uno cuando los lee los está mirando. Resulta que nosotros (los periodistas) no hemos podido diseñar una suerte de estructura para poder clasificar nuestros géneros. Hoy salió una crónica mía en Variedades sobre (Oswaldo) Reynoso, para que veas que no dejo de seguir escribiendo. Y la próxima semana sale Bellos y malditos, que es una crónica de los tipos que dices: “¿Estos son un poeta?”. En la literatura peruana hay mucha gente que ha pasado inadvertida, pero que, sin embargo, tienen un componente de creación impresionante. Cuando nosotros queremos mirar el periodismo como un acto creativo, un periodismo de autor, tenemos que fijarnos en un estilo personal, propio. Así como tú lo estás labrando, lo estás consiguiendo. Eso no es fácil, eso no se hace de la noche a la mañana. Gianmarco, yo te quiero decir: la búsqueda, la investigación y, sobre todo, el interés y la mirada desapasionada que uno le puede dar a todas las técnicas del periodismo, es una maravilla. Porque uno va a descubrir no solamente lo que existe detrás de uno sino que va a descubrir lo que existe en uno. Eso es lo que me pasó a mí. Cuando yo estaba estudiando ciencias de la comunicación, estaba estudiando, simultáneamente, lingüística y literatura. Yo, cuando he estudiado, ¡he estudiado! Cuando he trabajado, ¡he trabajado! Yo he entrado a la universidad a los veintiséis años, Gianmarco. ¡Veintiséis años! ¿Qué había hecho antes? ¡Había trabajado! Pero eso no significaba que había dejado de escribir. Yo comencé a escribir a los veinte años. Yo era periodista desde el colegio: era el director del periódico mural y mis textos comienzan a salir a partir de los veintiún años en la revista La tortuga ecuestre. Todo esto no es más que una manera de poder descifrar lo que uno tiene en el alma. Es decir, escribir a borbotones. Y he escrito a borbotones. Cuando entré a la universidad, a los veintiséis años, comencé a diseñar mi propia técnica a partir de lo que había leído, de la estructura del discurso, del mensaje. Porque yo había estudiado lingüística, pero he estudiado literatura, periodismo. Este cruce de tres técnicas o tipos de análisis o tipos de ciencia ha hecho que yo incorpore dentro de lo mío algo que la gente ignora. Cree que uno está hablando de Lucho Barrios porque es su pata o porque he chupado con él. No, pues. Hay detrás de eso toda una formación intelectual que, precisamente, se da cuenta que lo popular es lo más valioso. El resto no vale.

Como Monsiváis, también, (pensaba)…
Claro. El resto no vale. El resto es invento, elucubración. Lo que vale es el material. Lo que vale son los personajes, lo que han hecho. Yo puedo escribir una crónica sobre “Lolo” Fernández, una crónica sobre Mauro Mina, sobre cualquier personaje del mundo popular… O del “Zambo” Cavero y, sin embargo, te vas a dar cuenta que siempre ahí hay un tratamiento ex profeso de la gran técnica literaria, de la mejor manera de poder escoger. La maravilla de esto, que siempre repito: juntar dos palabras.

¿Usted se siente o, en todo caso, le parece adecuado que yo le diga que usted es el Monsiváis peruano?
No. Ya quisiera ser eso. Monsiváis era una bestia. Maestro de maestros. No. Monsiváis era un tipo, más o menos, como yo. Lo que pasa es que él era marica. Yo no. Y le gustaban los gatos. A mí no me gustan los gatos ni soy marica. A mí me gustan las mujeres y los perros. Monsiváis tiene una obra ensayística más que croniquista. Él era un tipo desbordante, un sabio. No te olvides que Monsiváis es hijo de la gran Revolución Mexicana, donde está Carlos Fuentes, donde está (José) Emilio Pacheco. Somos, probablemente, personajes muy parecidos. Lo que pasa es que en México hay una efervescencia por la cultura que no hay acá.

Exacto. Acá no hay.
Si yo fuera mexicano y hubiera publicado esto (señala su libro) en México, estuviera en todos los canales de televisión, estuviera en todos lados. Acá no.

Es cierto.
Y, además, como estoy peleado con (el Grupo) El Comercio, me han anulado en El Comercio, Somos, El Dominical, Canal N, Canal 4.

Todos los productos de El Comercio.
Claro. Todo el pulpo este dice: “Jáuregui no”. A la mierda. Porque, ¿sabes qué? Me interesa que tú me entrevistes y no otros.

Usted mencionó hace un momento a Ryszard Kapuscinski, y él había dicho en una entrevista, acerca de la vanidad del periodista -muchos periodistas creen que porque escriben en un medio ya son lo máximo. En todos lados, en todos los países-: “Nuestro trabajo depende mucho de otra gente. Es una obra colectiva. Nosotros solo apuntamos voces y opiniones de la gente. Si nuestras fuentes no quieren hablar con nosotros, no conseguiremos información”.
Es verdad. Yo suscribo esa frase, porque creo que el periodista no es un trabajador de escritorio ni mucho menos de laboratorio. Del periodista -a diferencia de otros profesionales que escriben- su trabajo es en el campo, en la calle. En ese sentido, Kapuscinski, nuestro maestro, la figura a quien perseguir, es un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial. Él iba a morir, él se salvó con las justas. Nosotros no hemos tenido guerras en la época, salvo la guerra de Sendero (Luminoso). La cultura popular está vilipendiada en un país lleno de racismo. No sé si has visto la última portada de la revista Hola

Sí. Ha sido un escándalo internacional.
Ya. Más peruanos cholos, negros, nikkeis, han ganado más medallas que ese grupito (de deportistas nacionales campeones en los Juegos Bolivarianos 2013). Además, casi todos tienen apellidos…

Extranjeros.
…que no son ni siquiera españoles. Hay uno que apellida Cuba, pero el resto… (Los deportistas que aparecieron en la criticada portada fueron: Maurico Fiol, Jorge McFarlane, Natalia Cuglievan, Stephanie Zimmermann, Katherine Winder, Miguel Tudela y Mario Cuba). Es este país en el que unos dicen: “No hay racismo”. ¿Cómo qué no hay racismo? ¡Estás viendo eso! Anda, pues… Yo he estado toda esta semana en Cerro Azul. ¿Cómo que no hay racismo? Hay segregacionismo, hay racismo. ¿Es lógico que haya racismo? Sí es lógico que haya racismo, porque existe una clase social que no se da cuenta dónde vive. Por supuesto que ahí, contra eso, el periodista tiene que luchar. Contra eso el periodista tiene que combatir. Yo he trabajado en el monstruo, en El Comercio. Conozco cómo es ese periódico, conozco la injerencia de las familias. No de la familia, de las familias. Ya no son Miró Quesada: hay Miró Quesada así, Miró Quesada asá, Miró Quesada allá. Se meten porque tú has escrito algo o has levantado un personaje. Como yo escribía en Somos y era el especialista en toros, en tauromaquia, decían: “Este, ¿cómo puede escribir de toros y es comunista?”. No entendían. Para ellos, el comunista es un imbécil que come pan popular, toma chicha, come arroz con Chizitos y no es sibarita. Un comunista no puede ser sibarita. Yo no me puedo ir a un gran restaurant, no puedo hacer una comida gourmet porque soy comunista o de izquierda o “caviar”, como dicen ellos.

Justamente de lo que ha dicho, Roberto Cantoral tiene una anécdota con usted, cuando estaba con Carla Barzotti...
Así es.

…en el restaurante (Costa Verde). Usted le dijo que era marxista y él dijo: “Mozo, llévese a este comunista de acá”.
Sí. “¡Mozo -dijo-, llévese este comunista!”. Y me botó. Felizmente que yo estaba con el carro de Panamericana ahí y no me botaron sino que me fui a la barra. Eso no lo cuento.

¿No lo dijo de broma? Yo pensé que lo había dicho de broma.
No. De verdad. Es un hijo de puta. Lástima que está muerto Roberto. Pero, también, con él tuve una relación de sabiduría. Una de las personas que conoce más de boleros y de compositores mexicanos soy yo. Una de las cosas que me ayuda a mí es ser melómano.

El Triste (compuesta por Roberto Cantoral) es extraordinaria.
Claro. Yo conozco de la formación del huapango, de la ranchera, y (sé) vincular a la Revolución Mexicana con los grandes compositores, Agustín Lara y todo esto. Nos poníamos a conversar con Roberto, que, además, era un tipo brillante, pero reaccionario porque era un sindicalista de los músicos. Es jodido. Y, además, (estaba) muy vinculado a los grandes capitales de la industria del disco. Había que hilar fino ahí. Parece que tú entiendes, mas o menos, que el periodista hoy tiene que ser un tipo valiente, audaz, creativo y, sobre todo, imaginativo. El periodismo se ha retrasado respecto a otras formas de comunicación. La publicidad, por ejemplo, el marketing. El periodismo se ha estancado: todavía está en el club del tiradito, en el Colegio de Periodistas, en Uchuracchay, en homenajes y en la ética. La publicidad se disparó. La publicidad, el año pasado, ha ganado diez león de Cannes (Cannes Lions), el Oscar de la publicidad. El Perú tuvo diez el año pasado, con agencias de creativos (Mayo Draftfcb y Young & Rubicam Perú). Yo soy profesor de la Universidad de Lima. Les enseño a mis alumnos a ser periodistas, pero con imagen de publicistas. Es decir, que sus textos sean brillantes. Humberto Polar (vicepresidente general creativo de la agencia Mayo Draftfcb) hizo un panel en la Panamericana Sur que va hacia “Eisha”: con eso ganó. Es un panel donde él demuestra que del aire, del medio ambiente, de la humedad, se puede sacar agua. ¿Cómo? En el tubo donde está el panel, el afiche, dice: “Acá recoja agua”. Y de ahí sale agua. ¿Cómo va a salir agua del aire? La gente de la comunidad donde está el panel ha visto cómo ese es su pozo. ¿Un pozo hacia arriba? Sí, señor. ¡Un pozo hacia arriba! Eso es una maravilla. Y es utilizado para publicidad de la UTEC, que es esta nueva universidad, de pitucos, del Grupo Romero, que es la Universidad de Ingeniería y Tecnología. Maravilla de construir un panel (publicitario) con un panel adentro y que produce, además, utilidad para la gente, que puede tomar su vaso de agua ahí, tranquila.

Por eso lo ubicaron (a Humberto Polar) como el sétimo mejor publicista del mundo.
Así es. Era una locura. Y lo único que quería la universidad: “Yo quisiera que el examen de ingreso sea el 7 de marzo”. “¿Pero quién va a ingresar si no le encuentran nada?”, dijo Polar. “¿Y qué se le puede mostrar?”. “La ingeniería”. “¿Y qué cosa es la ingeniería?”. Ahora, la ingeniería -que era antes tan loca, tan lejos- se demuestra ahí. Un buen ingeniero puede sacar agua del aire, cuando la gente está pensando en agua del pozo o agua del mar o agua del río. No, acá sacan agua del aire. Creo que el periodismo se ha ido a la mierda porque no hay tipos como yo, que son totalmente desparpajados, que son unos conchudos, pero que son intelectuales. Esto, pues, maestro (palmotea algunos libros apilados sobre la mesa de su sala).

Claro. Los libros.
Los libros (asiente con la cabeza). El que no lee, no puede ser desparpajado, no puede ser sinvergüenza, no puede ser un conchudo. Solamente son conchudos Roberto Challe y el que lee, el que tiene cultura detrás. A mí qué me van a discutir sobre política, sociología, arquitectura. Nadie. ¿Por qué? Porque todo el día estoy leyendo.

Le agradezco muchísimo su tiempo.
Gracias, Gianmarco.

Y sus conocimientos. He disfrutado su libro.
Muchas gracias.