sábado, 1 de noviembre de 2014

Patricia Eyzaguirre




“Trato de, siempre, buscar algo nuevo, algo distinto”



Entrevista por Gianmarco Farfán Cerdán


Con la destacada artista peruana Patricia Eyzaguirre Talledo (Lima, 1968) ocurre algo singular: después de conversar con ella, uno siente que se ha reencontrado con una querida amiga que no veía hace muchos años. Afable, inteligente, llena de buena energía y naturalidad, uno siente que la conversación con ella podría continuar durante horas. Y esto es llamativo porque su pintura es, más bien, reflexiva, misteriosa, nada dulce ni concesiva con el espectador.

La exigente pintura de Patricia ha sido reconocida en diversas ocasiones. En 1997, ella obtuvo el Primer Premio del XII Concurso Nacional de Artistas Jóvenes. En 1998, ganó el Tercer Premio del Cuarto Concurso de Pintura Johnnie Walker. Ese mismo año resultó Finalista del Concurso Pasaporte para un Artista. Nuevamente, en ese fructífero año, fue Finalista del Segundo Concurso de Artes Plásticas Patronato de Telefónica. Y, además, el año 2000 quedó Finalista del Cuarto Concurso de Artes Plásticas Patronato de Telefónica. Asimismo, desde 1998, Patricia ha realizado diez exposiciones individuales en nuestro país. Y gracias a más de noventa muestras colectivas ha expuesto en Portugal, Colombia, Estados Unidos, Marruecos, Brasil, México y Argentina.

En la siguiente entrevista, realizada en su casa-taller de Miraflores, rodeados de sus misteriosos y sutiles cuadros, conversamos con Patricia sobre sus inicios artísticos, sus motivaciones a la hora de pintar, el mercado del arte, los artistas que más admira a nivel nacional e internacional, así como de la muy interesante exposición bipersonal -junto a la formidable Rosamar Corcuera- que realiza, actualmente, en la galería barranquina Yvonne Sanguineti: Vemos cuando soñamos.


Muchas gracias por la oportunidad.

Gracias a ti.

Quería empezar mencionando que había varios puntos interesantes en su biografía. Usted ganó el Primer Premio del XII Concurso Nacional de Artistas Jóvenes, de la Southern, en el año 97.
Sí.

Gracias a su cuadro Donde yo vivo. Y esa fue la primera vez que se premió a una mujer en los doce años de existencia del concurso.
Sí. Eso fue lo que me contaron. Yo, la verdad que no estaba muy enterada del tema. Pero sí, fue la primera vez que se premió a una mujer. Y fue extraño, porque, en realidad, yo no me lo esperaba. Y no era un cuadro que pinté para el concurso, tampoco. Yo estaba pintando una serie de cuadros, me fui a vivir a un pueblito que quedaba en Cieneguilla, y ese cuadro parte de esa serie que hice en ese lugar. Lo envié al concurso, salió el premio y me ayudó muchísimo, en todos los aspectos.

Usted vivió en Huaycán un tiempo.
Sí, viví en Huaycán. Encontré una casita de casualidad, prácticamente, y era un pueblo joven, pero próspero. Me hizo ver la vida desde otro ángulo, porque era un pueblo que tenía muchas carencias, como cualquier pueblo joven. No había agua que corriera por el caño toda la semana, el acceso no era tan sencillo. Entonces, empecé a vivir cosas que antes no conocía. Por ejemplo, que se limpiaba el riachuelo una vez por semana, que formaba parte de una comunidad. Aunque yo no formaba parte de manera activa, sí observaba lo que estaba a mi alrededor.

Por sus características físicas, ¿no sintió, al principio, algo de rechazo?
Sí, claro. Al comienzo, sí, pero con los niños de la zona nos hicimos amigos. Había muchos niños en la zona y como yo era muy torpe en llenar el tanque de agua -porque tenía que subir la manguera y soplar para que bajara el agua-, los niños de la zona me ayudaban a llenar el tanque. Nos hicimos amigos. Y ahí comenzó todo, fluyó, porque yo tenía que limpiar el tanque, limpiar mi casa, y los niños me ayudaban. Yo colaboraba con ellos. Eso ayudó un poco en la relación que yo tenía con la gente de la zona. Incluso, creo que hasta me cuidaban.

¿Esa experiencia vital influyó algo en su pintura?
No directamente, pero sí había como símbolos. Pinté muchos envases, que eran los baldes que se llenaban los miércoles. Y envases de colores que veías en las calles. Los niños nunca aparecieron en los trabajos, pero sí eran una imagen muy viva, porque se bañaban todos y se desnudaban. Fue una bonita época, porque era otra visión.

¿Cuánto tiempo duró esa etapa?
Yo estuve, más o menos, como un año y medio.

De ahí volvió a Miraflores.
De ahí volví a Miraflores. De ahí volví a Lima por razones extras. Pero me ayudó mucho en la pintura. Era mi segundo año de egresada. El primer año solo hice cerámica, no pinté nada, y cuando me fui hacia allá comencé a pintar. Entre la cerámica y Cieneguilla sinteticé mi paleta, mis colores, y tenía más claro qué era lo que quería hacer. Y la soledad, también. Porque en esa época allá no había cable, no había televisor, no tenía amigos. No había forma de distraerme. Estaba yo, la casa, el campo y la gente de la zona con la cual compartía, pero muy poquito. Entonces, esa soledad sí me permitió, de alguna manera, enfocarme en el trabajo. Me refiero a una soledad que, por un momento, era buena, pero dolía, porque no era muy fácil de manejar. Mucha gente piensa: “Me voy al campo y ¡felicidad!”. Pero el campo se trae sus cosas. Le tenía pánico a la noche y comencé a pintar todo muy oscuro, muy negro.

¿Le tenía miedo porque había sonidos (extraños) de la noche, porque era muy larga la noche?
No. Porque era la oscuridad pura. Y, claro, dentro de esa oscuridad encontraba cosas, también. Eso fue una época. Regresé a Lima, seguí trabajando y vino el tema del premio que tú mencionas. Ayudó mucho, porque eso hizo que, de alguna manera, me impulsara y me metiera al medio.

Y con una pintura que no es fácil, no son cuadros muy fáciles. Son casi conceptuales para ver, para entender.
Sí.

Para apreciar.
Sí. Yo diría más oníricos. No es fácil. No es tan sencillo. Pero de ahí no he parado nunca. En mayor o menor magnitud, siempre he continuado. Siempre indagando, buscando, tratando de hacer muestras.

En el año 2000, en agosto, usted mencionó que “todo mi trabajo se basa en algo primitivo”. Que no solía pensar antes de trabajar y que conforme iba pintando se iba encontrando con cosas que le sorprendían. ¿Sigue siendo así su modus operandi en el arte?
Sí. En realidad, la pintura es sorpresiva. Es mágica y, a veces, relevante. En estos últimos tiempos, me es muy difícil pintar. Tiene que ver con un tema generacional el tema de la muerte, por ejemplo. Hace, más o menos, un mes, mi papá ha muerto…

Lo siento.
…y yo he estado pintando cosas que no quería ver. A pesar de que él no ha estado enfermo, pero veía. Estaba ahí presente y después que ha pasado dije: “Con razón, pues, esto es lo que pasaba”. Por eso era tan difícil pintar, tan difícil estar frente a la tela. Esas cosas tiene la pintura: es como que te hablara antes de que suceda. A mí me pasa mucho que, antes de que suceda algo, está ahí, hablando.

Flota en el ambiente y usted lo coge.
Sí.

Y lo pone en el lienzo.
Sí. Pero no de una manera como: “Esto es y aquí lo voy a colocar”. Es de una manera muy inconsciente.

También mencionaba ese mismo año 2000, que si no encontraba líneas (en sus cuadros) se sentía perdida, no se ubicaba en el espacio.
Sí.

¿Sigue siendo igual?

Sí, es verdad. A veces, he estado combinando cosas muy etéreas, muy volátiles, colocaba una línea y ya me ubicaba. Como que la estructura me coge y me siento más segura con lo que estoy pintando. Las cosas empiezan a fluir de otra manera en la parte de la construcción y la mente se vuelve más abstracta.

En sus cuadros hay varios temas, pero hay uno que me llama mucho la atención, que es el tema femenino.
Sí.

En los cuadros (suyos) que he podido apreciar a través de los años, el cuerpo femenino casi nunca está completo: le falta la parte superior del cuerpo o le faltan los brazos o le falta algo. Está completado, a veces, por colores, sobre todo colores oscuros. Esto, he leído que no necesariamente es feminista…
No.

…para algunos críticos (de arte), pero usted es muy crítica con el tema de la femineidad. Como que no quisiera que el espectador viera sus cuadros de una manera típica sino que los viera, más bien, como una idea, un concepto: ¿qué es lo femenino? ¿Y por qué lo pone así en el cuadro: una mujer incompleta, inconclusa? No es la típica pintura de una mujer hermosa, desnuda. No. (Usted sugiere) “Vamos a presentar a la mujer de una forma en que el espectador diga: ¿y a esta mujer qué le pasó?”.
Ja, ja, ja, ja… Sí, ese es un tema bastante sensible. Pinto mujeres porque me encanta el cuerpo femenino. Adoro la danza, me gusta ver a la gente bailar. Y es verdad lo que tú me dices, que no las pinto totalmente. Por partes, a veces las secciono. De eso yo me di cuenta porque hace un tiempo yo daba clases a niños y una chiquita, una de mis alumnas, comenzó a pintar personajes sin cabeza y yo le dije: “Pero le falta la cabeza”. Ella volteó, miró mis cuadros y dijo: “Pero si tú no les pones cabeza”. Y la verdad es que me sentí avergonzada. Es la libertad que yo me doy. Juego mucho cuando trabajo. Me sale mucho la parte lúdica. Me divierto cuando trabajo. Hay como un diálogo con la tela y hago, al final, lo que quiero (sonríe). No tengo mucho respeto. Me agrada transformar las cosas, me encanta quebrarlas, tratar de romper un poco el esquema, pero no a la manera de escándalo sino “el que quiere ver algo, que lo vea y que lo busque”. Por eso, a veces, hago este tema de veladuras…

De brumas.
Sí. ¿Quieres ver? Ya, pues, busca. Tampoco te lo doy así, en plato servido.

Le propone al espectador que se exija.
Claro, sí. Sé que la pintura que yo hago, cada vez es más difícil de digerir. Porque para mí tampoco es fácil. Ahora, como mujer: es la forma en que entiendo las cosas. Soy mujer.

En la muestra que está presentando, en la bipersonal…
Con Rosamar.

…con Rosamar Corcuera, de Vemos cuando soñamos: ¿cuánto vemos cuando soñamos o qué es lo que vemos cuando soñamos?
Ese es todo un tema. Yo disfruto mucho cuando sueño. Me encanta soñar. Eso es lo que hablábamos con Rosamar. Yo le decía: “A veces, sueño y no quiero despertar, porque cuando estoy en la realidad no es tan buena como el sueño”. ¿Y qué sueño? Lo que sueño no es lo que pinto. A veces, los sueños son tan buenos que despierto y digo: “¡Wow!” y no quiero regresar. ¿Por qué le pusimos ese título a la muestra? Justamente por el placer que nos causa el acto (de soñar).

¿Qué piensa de Rosamar como artista?
Es una maravilla Rosamar como artista y como persona. Es de otro mundo. Rosamar es una mujer encantadora, con una sensibilidad desarrollada. Y no solamente la sensibilidad sino una visión de la vida muy especial. Yo soy amiga de ella, realmente, de hace poco. No somos amigas de hace años, pero siempre nos hemos mirado, creo. Y ahora nos juntamos porque era un poco unir fuerzas, por un tema generacional y por las épocas que estamos viviendo. Nos unen muchas cosas ahorita.

Justamente, Rosamar me comentó sobre usted.
¿Ah, sí?

Le pregunté. (Dijo) que era “una obrera del color, con una gran entrega a la pintura. Mucha sutileza en su pintura, tanto de color como de forma”. Le gustaban varios de sus cuadros de gran formato. Y, también, ella dice que (usted) “es una artista auténtica”, que “tiene un gran manejo de la composición”, que “sus temas tienen un aire femenino” y que “sus personajes son como series fantasmales”.
¡Qué lindo lo que ella dijo! Sí, son fantasmas. Fantasmas que heredamos (sonríe) y que no nos queda otra que estar con ellos. Sí, aparecen. Hay esta bruma que va y viene. Una sensación extraña, a veces, es.

A veces, da una sensación de (ser) un bosque con brumas, un lugar escondido, que uno está viendo y dice: “¿Qué hay por acá? ¿Voy o no voy?”.
Claro. ¿Te acercas o no te acercas? Capaz sale el lobo (sonríe)…

O Caperucita.
O Caperucita. Depende de la situación. Sí, tiene un poco eso. Tiene que ver con esa cosa de la neblina, también. En Miraflores se siente mucho la neblina en invierno. Y esta imagen que no sé si la has vivido en las mañanas (mueve las manos como si fabricara neblina con ellas), que me encanta: de misterio, de ¿qué pasa acá? Es algo, también, limeño. Lima es una ciudad bien difícil.

Mucha humedad.
Sí. Y en estos últimos años la humedad me ha estado matando. Antes no la sentía, pero ahora sí. Mucha humedad. Nuestro invierno, realmente, es doloroso.

Sí, es cierto. En el año 2001, Élida Román la definió a usted como “una artista decidida que escapa acertadamente de encasillamientos prematuros”.
Sí, dijo eso.

En El Comercio, el 26 de agosto.
Trato de, siempre, buscar algo nuevo, algo distinto. No solamente por aburrimiento, porque el aburrimiento puede sonar muy simplón, sino porque siempre hay algo nuevo. O debe haber algo nuevo, aunque todo ya esté hecho. La idea de que puedes encontrar algo nuevo o hacer algo nuevo y sorprenderte es lo que me da vida, lo que me estimula.

El mercado del arte nunca le ha interesado.
El mercado del arte es algo paralelo. En realidad, se da, pero no es mi meta. Hubiera hecho las mejores papas fritas. Mi papá siempre me dijo eso: “Si vas a hacer algo, haz lo mejor, lo que sea. Si es papas fritas, haces las mejores papas fritas”.

¿Su papá, también, era artista?
Mi papá no era artista, pero era una persona muy inteligente, muy emocional.

Quería preguntarle si Kiki Smith, la artista alemana, era una de sus influencias.
Bastante, sí, aunque ella me da vueltas. Pero sí, claro, es espectacular. He tenido oportunidad de ver alguna muestra de ella y es emocionante, realmente, al nivel que trabaja. Es otro lote. Louise Bourgeois, también. ¿La ubicas?

Claro. La escultora…
La escultora.

...de la arañaza (Maman, de 1999).
Sí. Son artistas de otro lote. Yo las veo siempre que puedo y me escarapelan el cuerpo. Personas como ellas te dan una vitalidad… Ahora, vivimos realidades completamente distintas. El Perú es una cosa que no tiene nada que ver con lo que hay afuera.

Y en el plano local, en nuestro país, ¿algún artista le interesa o ha influido en usted?
Hay bastantes. ¿Influencia? No. Creo que no hay tanta influencia, en ese sentido, pero hay mucha gente que sí admiro. Sobre todo gente mayor. Ramiro Llona, por ejemplo, me parece un excelente artista. La fuerza que tiene de manejar su trabajo. Carlos Runcie Tanaka, por ejemplo, me parece un excelente ceramista. Y a los niveles que ha llegado y cómo hace que la cerámica esté tan vigente. Después, Jorge Castilla Bambarén, tan fiel a su trabajo. Gerardo Chávez me parece espectacular. De hecho que me olvido de un montón de gente que cuando veo digo: “¡Wow, wow, wow!”. Hace poco vi una muestra de Laske. No sé si la llegaste a ver en el ICPNA…

Sí.
Ya, pues. También. Hay muchísimos. Hay buen arte en el Perú.

Siegfried Laske.
Sí. Y tú decías: “Sí, ¡es pintura!”. Sobre todo ahora que está tan de moda toda la cosa pop, la instalación. Y ves esto que te toca la fibra, que dices: “Sí, está vivo (el arte), todavía”.

¿Para dónde le parece que está yendo el arte en nuestro país?
Yo pienso que nuestro país no tiene las cosas muy claras con respecto a la cultura. Ahora hay mucho de todo y la gente mira mucho afuera. También se copia mucho. Y la gente, como no está informada, se cree lo que ve. Entonces, yo no creo que se pueda decir que se va hacia algún lado. Creo que hay un desorden total, un caos total, que cada uno dispara para su lado. Hay muchos intereses de por medio.

Precisamente por eso es que a usted le gusta tanto la soledad para crear.
Claro. El arte, para mí, es una cosa que merece mucho respeto y mucha entrega, que no tiene nada que ver con el tema mercantil. El que hace arte sabe lo que está haciendo. El que quiere dedicarse a vender arte ya es otra cosa. Son dos cosas que no tienen nada que ver.

Porque hay artistas que les encanta estar en (todas) las inauguraciones.
Claro. Yo no te digo que eso no ayude. Probablemente, puedas encontrar a alguien que esté interesado en ver una obra tuya y lo puedas invitar a tu taller. Eso es totalmente válido. Pero ya figurar por figurar… Que tú figures, pero que no tengas una base o una obra sólida atrás tuyo, de nada sirve. Pero eso ya depende de cada uno.

¿Qué es lo que más hay en nuestro arte: los figurettis o los artistas auténticos?
(Se queda pensando unos segundos). Cada uno sabe lo que es, al final.

Es una respuesta elegante.
(Asiente con la cabeza).

Patricia, muchísimas gracias por la entrevista.
Yo sé que el tiempo es sagrado, ahora. Muchas gracias a ti (sonríe). Gracias por tu tiempo y por todo el trabajo que te has dado (ella observa los apuntes que tengo sobre su biografía y trayectoria profesional).

Muchos éxitos para la muestra.
Gracias a ti. La verdad es que, a veces, me han entrevistado, pero yo me daba cuenta que no sabían nada de mí, al toque, pero tú te has dado todo el trabajo. Muchas gracias.

Gracias.
Gracias a ti (sonríe).