miércoles, 27 de noviembre de 2013

Evelyn García Tirado


“Me gustaría desarrollar las historias que me han contado los campesinos”



Entrevista por Gianmarco Farfán Cerdán

Fotografía de Josseline García Tirado


Evelyn García Tirado (Lima, 1981) es una joven y talentosa escritora peruana. Ganó en 2011 el Premio Luces del diario El Comercio a la Mejor Novela, gracias a la impactante La casa del sol naciente (2011). Su novela previa, Un talismán para Liu (2008), que está basada en una crónica del siglo XVII del fray español Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, formó parte de la lista de los mejores libros del año 2008, según el mencionado periódico. Asimismo, dentro de la serie Mitos y leyendas de los cinco continentes del diario La República, Evelyn escribió las obras Thor. El poderoso dios del martillo, Pan Gu. Vencedor del caos, y Popol Vuh. El libro sagrado de los mayas. Por otra parte, ella ha estudiado narrativa en los talleres de Cronwell Jara, Alonso Cueto, Iván Thays, entre otros. La siguiente entrevista pública se realizó el año 2012 frente a los atentos estudiantes de la I.E. Carlos Lisson Beingolea, de La Molina, durante la VI Feria del Libro Arturo Corcuera.

(Evelyn) ganó el premio de El Comercio sobre escritores importantes como Oscar Colchado, Carmen Ollé, Miguel Gutiérrez. Entonces, Evelyn es una escritora con muchísimo potencial, mucho futuro. Estoy seguro que va a ser una conversación agradable. Acerca de ti, para que los chicos te conozcan un poco más: empezaste a escribir cuando tenías siete años.
Sí (sonríe).

¿Cuál fue tu primer texto literario?

Me acuerdo que tenía siete años y, como todos, jugaba mucho. Recuerdo que tenía unos juguetes, una muñeca, esas cosas, y empezaba a escribir historias sobre mis propios juguetes y a mostrarlos a mis familiares, a ver qué les parecía. Mi papá me dijo, por incentivarme, que tenía futuro como escritora y desde entonces empecé a elaborar un poco todas estas (historias). Recuerdo que con mi hermana, en nuestro cuarto, nos juntábamos a jugar y llamábamos a este sitio, a este país de juguetes, “juguetelandia”. Era nuestro lugar, en donde nos encerrábamos a inventar cincuenta mil historias y a escribirlas en una especie de revistita que hacíamos entre las dos. Y eso mostrábamos a nuestros familiares. Fue así como empecé a escribir.

Luego, cuando ya eres mayor, quieres entrar a una orden religiosa.
Sí. A los diecisiete años, más o menos, quise entrar a la Orden de las Carmelitas Descalzas, que es una orden contemplativa, que se dedica a la oración. Quise averiguar un poco cómo era la vida de estas personas que están dentro de un convento. Ellas no salen, evidentemente. Tuve una entrevista con la Madre Superiora y quise saber sobre su vida, cómo se desenvolvían ellas dentro de esta comunidad. Estuve un tiempo compartiendo con ellas: almorzaba con ellas, me quedaba a dormir, incluso, en el convento. Fue una experiencia bastante bonita. Pero, también, me di cuenta de que no era mi vocación, al final.

Estuviste probando tu vocación, porque estudiaste Geografía, estudiaste Literatura…

Sí.

…y una carrera más. ¿Cómo así nacieron estos intereses variados y, en algunos casos, contrapuestos?
Sí, pues. Empecé estudiando Geografía en la Universidad San Marcos. Me gustaba mucho la idea de viajar luego de salir del colegio, de visitar países lejanos. Veía muchos documentales. Quería recorrer un poco el mundo. Esa era la idea que yo tenía luego de salir del colegio. Quizás estudiar en otro país: en España, por decir. Y por eso, también, tenía curiosidad por fabricar mapas, por hacer este tipo de cosas, e ingresé a Geografía en el año 99 y luego hice mi traslado a la Facultad de Letras de San Marcos.

Otro lado por el que has tenido mucha cercanía con la literatura es que has trabajado en la Casa de la Literatura.
Sí.

¿Entraste a trabajar en la Casa de la Literatura antes de tu primer libro o después?
En la Casa de la Literatura estuve el año 2010 y la primera novela la saco en mayo del 2008. Ya tenía la experiencia de publicar. En la Casa estuve, más bien, en proyectos sobre revistas culturales, ese tipo de cosas.

¿Cómo fue el proceso de sacar tu primer libro a la luz? ¿Fue difícil, te costó mucho?
Sí, de hecho. Yo no conocía el mundo editorial. Fui a la Feria del Libro y encontré a todos los editores juntos en esa actividad. Aproveché para entregarles mis manuscritos a todos, hasta que dos o tres de ellos me llamaron y me dijeron que estaban interesados en publicar el primer libro -que se trata sobre una sirena que vive en un monasterio en la parte norte de España-, que podía ser que mi libro funcionara en el mercado, acá, en la capital.

Que se llama Un talismán para Liu.
Sí. Ese mismo. Es una novela corta.

Salió entre las mejores (novelas) del año por El Comercio.
Sí. Estuvo en la lista de las mejores novelas del 2008 por el diario El Comercio, en la sección Luces.

Ahora sí entremos de lleno al libro por el que estamos acá reunidos, que es La casa del sol naciente. Podríamos decir que el libro es sobre los problemas en la familia, problemas entre hermanos. Sobre estos temas familiares de los que no se habla muchas veces: los celos, el rencor; hasta el odio, llegando al extremo.
Sí. La novela trata de una niña de quince años que se llama Mina Stutzman. Esta chica tiene una relación muy cercana con su padre. Ella no logra superar el complejo de Electra que tiene. Se supone que a los cinco, seis años, uno tiene que superar ese complejo de apego al padre, pero ella no puede hacer esto y tiene que visitar una terapeuta, que se llama Geri Croizen, a que le ayude un poco…

A superar.
…a desligarse de su familia, salir adelante. De eso, más o menos, trata la obra. Sobre esta chica de quince años, Mina.

¿El título de la novela lo sacaste de esta canción (epónima) de The Animals, del año 1964?
Sí, claro. Tiene el mismo título. Es una canción de los años sesenta, más o menos, que es, también, de una temática bastante nostálgica, un poco triste. Pero la obra en sí es bastante simbólica, porque el personaje principal, Daniel Stutzman, es un símbolo del Sol y por eso he puesto la imagen del Sol en el título. Por eso se llama La casa del sol naciente.

Tú has leído muchísimo psicoanálisis para poder elaborar el libro. Al final, ¿se puede saber, realmente, quién mató a Daniel? ¿O lo podemos deducir?
Sí, de hecho. Al final, no lo digo directamente, pero yo pienso que el lector sí puede sacar sus propias conclusiones de quién fue la persona que mató al personaje principal.

Mina es un personaje malvado. ¿Sientes mucha atracción por los personajes malvados a la hora de hacer tus novelas?
Sí. En realidad, yo quería desde hace muchos años hacer un personaje como Mina Stutzman, que tuviera este lado maquiavélico, oscuro, pero que, al mismo tiempo, sea divertido, también. Una persona que tiene ideas bastante malignas, pero que, al mismo tiempo, es muy inteligente y rápida a la hora de conversar, de departir con otras personas. Quería que ella fuera así, muy brillante, y que no perdiera ese lado oscuro que tiene, también.

¿Qué libros o autores tomaste como modelos o influencias para elaborar La casa del sol naciente?
Para esta obra: a Ernest Hemingway, que es un autor bastante bueno. Tiene cuentos bastante efectivos, un lenguaje muy rápido en sí. Muy musical, también. Ustedes pueden leer sus obras y se van a dar cuenta que él le da mucha importancia a cómo suenan las palabras en sí. Para mí, es muy importante que cuando alguien escribe una novela luego pueda leerla en voz alta y ver, más o menos, cómo funciona auditivamente. Yo hago eso, es como una prueba para que luego quede ya la versión final del libro.

Para la parte en la que introduces la obra de teatro, ¿tuviste que hablar con algún dramaturgo previamente o todo fue de tu creatividad?
De hecho que tuve que consultar manuales de dramaturgia, porque no manejaba muy bien los aspectos básicos de cómo crear una obra teatral. Tuve que hablar con Alonso Alegría, que es uno de los autores más reconocidos en Lima. Él me facilitó sus libros. En dos horas me dio una clase maestra de cómo podía crear una obra dramática. Y, al final, resultó. Creo que el texto funciona. Este pequeño texto teatral sí funciona dentro de la historia más grande.

Comienzas tu novela con un texto de Martín Adán y lo terminas con otro pequeño texto de Dostoievski. Estos dos autores, ¿qué tan importantes son para ti?
Dostoievski, para mí, es como mi padre literario. Me encanta releer sus obras. Los hermanos Karamazov (1880) la he leído siete u ocho veces. Es una obra bastante larga, pero me encantan las discusiones filosóficas que él incluye dentro del libro. También se trata sobre un muchacho que quiere entrar a un monasterio. Por eso mismo es que me sentí un poco atraída, en ese sentido. Y es fantástico todo lo que él describe ahí. Es muy válido leer esa obra, para mí. De repente, a algunas personas no les gusta que (Dostoievski) describa demasiado, pero fue una obra bastante importante en mi desarrollo como escritora.

Me gustaría que contaras a los chicos del germen de la novela: un artículo de la revista Selecciones (que se llamaba El niño de azul). ¿Podrías contarnos un poco más de ese germen inicial de La casa del sol naciente?
En el año 2000, más o menos, yo quise ingresar a la carrera de Literatura en San Marcos. Recuerdo que no sabía nada de la parte de ciencias, matemáticas, química, biología. Recuerdo que en eso estaba en cero total, pero en la parte de literatura sí me desenvolvía bien. Entonces, cuando postulé a San Marcos, en el examen de admisión resolví todo letras y ciencias quedó en blanco, prácticamente. Saqué un buen puntaje, pero no el que se requería para ingresar a literatura. Tenía por delante un año sabático y me dije que por qué no desarrollar la historia que tú has mencionado, de la revista Selecciones, que me impactó. Es un artículo que trata sobre un niño que es hallado en medio de un bosque: han abandonado su cuerpo. Su padre, al parecer, lo ha matado en medio de un viaje que hacían en automóvil durante la Navidad. Dije: “¿Por qué no desarrollar este germen? Ya lo tengo ahí y puedo hacer una novela”. Poco a poco fui avanzando los capítulos en una máquina de escribir porque no tenía ni computadora en esa época. Empecé a escribir con mis apuntes, un block nada más y, al final, fue saliendo el libro. No tenía un proyecto en sí, algo global, pero sí fue desarrollándose.

A lo largo de la novela, empezando muchos capítulos, hay pequeños poemas. ¿La poesía, también, es algo importante para ti?
De hecho que sí. Ustedes pueden ver que al inicio de cada capítulo hay un fragmento de un poema cualquiera. Por decir, acá (coge su novela y elige la página trece): Goethe, que es un poeta alemán. Me gusta escribir estos fragmentos porque son como avances, y un poco como que le cuento al lector lo que va a venir, lo que está por suceder dentro de la historia. Son detalles, pequeñas citas que ustedes pueden coger para resolver el caso de este asesinato de Daniel Stutzman, que es el personaje principal de la obra.

Estás preparando una tercera novela acerca de campesinos migrantes del norte del país. ¿Puedes contarnos acerca de ese avance?
Sí. Mi tercera novela va a ser sobre la campiña de Cajamarca. Mis familiares son de allá, por parte de madre. He vivido allá todo un verano en el 2008. Me gustaría desarrollar las historias que me han contado los campesinos del pueblo de San Marcos. Un poco va por ahí: rescatar mis propias raíces. Es algo que, para mí, es crucial en este tercer libro.

¿Y cómo tomas los halagos de Luis Hernán Castañeda y Edgardo Rivera Martínez, que son escritores -sobre todo Rivera Martínez- con nombre en nuestro país? ¿Cómo los sientes, a favor de tu literatura, de tu narrativa?
A Edgardo Rivera Martínez lo admiro bastante. A Luis Hernán, que hizo la contratapa del libro, también. De hecho, le envié el archivo en Word a su correo y le dije que, por favor, lo leyera, pero no pensaba que le iba a gustar tanto la novela. Me dijo que se la leyó en un día y eso, para mí, fue increíble, recontrafantástico, porque no pensaba que a un escritor al que yo admiraba tanto le pudiera gustar una creación mía. Me alegré mucho, en verdad.

Gracias, Evelyn, por la conversación. Espero que los chicos puedan, también, disfrutar de La casa del sol naciente.
Gracias a ti. Gracias a todos por estar acá, chicos (aplausos de los estudiantes y profesores presentes).


sábado, 23 de noviembre de 2013

Jaris Mujica


“Tenemos tantas violaciones como hace diez años”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El antropólogo Jaris Mujica Pujazón (Lima, 1981) es, actualmente, uno de los investigadores sociales más importantes del país. En la siguiente entrevista, realizada el año 2012, las preguntas se han basado en su revelador libro Violaciones sexuales en el Perú 2000-2009. Un informe sobre el estado de la situación (2011). Las respuestas de Mujica, que son bastante especializadas y precisas, pueden sorprender a muchas personas, pero están basadas en datos concretos. Ocurre que la mayoría de medios de comunicación se encargan de exagerar algunos problemas sociales -seguramente, buscando más ventas para sus periódicos o más rating para sus programas radiales y televisivos- todos los días, lo cual no significa que dichos problemas no sean importantes y merezcan toda la atención posible por parte del Estado y la ciudadanía. Porque la violencia contra la mujer merece el más absoluto rechazo en nuestra sociedad.

Mujica es candidato a Doctor en Ciencia Política, Máster en Ciencia Política y ha recibido el Premio IASSCS en Madrid, la Mención de Honor del Premio Néstor Kirchner en Nueva York, el Premio a la Investigación de la Asamblea Nacional de Rectores, el Premio a la Investigación de la Universidad Católica, el Premio Sur de Investigación sobre Corrupción, el Premio de Ensayo Político del Congreso y el Premio de Honor del Consejo Latinoamericano de Administración para el Desarrollo. También ha obtenido la Beca Nacional de Concytec, la Beca Latinoamericana Dirsi-IDRC, la Beca Andina del IFEA y la Beca Iberoamericana del Colegio Mexiquense. Sus principales temas de investigación son: antropología política, crimen, violencia y corrupción. Ha investigado, también, temas de biopolítica, grupos conservadores y fundamentalismos. Ha sido Comisionado de la Unidad Anticorrupción de la Defensoría del Pueblo, Jefe de la Oficina de Asuntos Internos del Sistema Penitenciario, investigador para varias oficinas del Sistema de Naciones Unidas, e investigador y asesor de diversas instituciones nacionales y extranjeras. Es investigador afiliado al Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos (PROMSEX) y miembro de Casa Sur. Es profesor del Doctorado en Salud Pública de la Universidad Peruana Cayetano Heredia y profesor de la Maestría en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido profesor invitado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Universidad Jesuita Antonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros Armas pequeñas en el crimen urbano. Delitos, acceso y mercados ilegales de armas de fuego en Lima (2012), Micropolíticas de la corrupción. Redes de poder y corrupción en el Palacio de Justicia (2011), Microscopio. De la bioética a la biopolítica (2009), El mercado negro (2008), Economía política del cuerpo. La reestructuración de los grupos conservadores y el biopoder (2007), y editor de Después de Michael Foucault. El poder, el saber, el cuerpo (2006).


(La cifra) ascendente que ha tenido el número de violaciones (desde) 1995 hasta el año 2009, como muestran varios de sus cuadros o gráficos: ¿a qué se ha debido, principalmente, este incremento constante?
Es interesante, pero no hay un incremento. Más bien, lo perverso es que se ha mantenido la cifra. Cuando uno hace un recuento estadístico de un tipo de fenómeno criminal, por ejemplo, uno no cuenta los números absolutos. De hecho, en los años noventa había, en números absolutos, menos violaciones que hoy, porque había menos población que hoy. Se comparan las tasas. Entonces, las tasas, al menos en la última década, han sido, más o menos, estables: 22, 23, 24, 20, 21. No hubo, estrictamente, un aumento en la tasa de violaciones sexuales. Por el contrario, a pesar de todos los programas sociales, los programas de prevención, el aumento de los Centros de Emergencia, de las comisarías de mujeres, de la difusión de programas contra la violencia, la cifra se ha mantenido estable. Y tenemos tantas violaciones como hace diez años. La cosa no ha mejorado nada. Pero, ojo, esto es lo denunciado. La tasa promedio de los últimos diez años es 22 por 100 000 habitantes, cuando contamos varones y mujeres. Cuando contamos solamente mujeres, construimos la tasa comparada de mujeres -la cantidad de mujeres violadas por 100 000 mujeres-, la tasa llega hasta 40. En resumen, no es que haya un aumento en las denuncias, más bien, hubo cierta estabilidad en la cifra, en los últimos diez años. Eso es perverso.

Digamos que ha sido proporcional el aumento de la población con el número de denuncias.
Claro. El número de denuncias. Lo no denunciado es abismal.

Sobre este número de once violaciones al día en 1995 y entre dieciocho y diecinueve al 2009, en ese caso…
Cuando contamos se cuenta en tasa. Cuando haces un recuento estadístico de algo, siempre tienes que compararlo en su proporcionalidad. Si yo tengo una población de 100 o de 365 personas y violan una al día, es diferente que si tuviese una población de 100 000 personas y violan dos al día. Teóricamente, violan dos veces más, pero, en realidad, la tasa es menor. Tengo menos violaciones por índice total de población.

Claro. Tomando el universo (analizado).
No se puede comparar por días, no se puede comparar por número absoluto. Sobre el tema de feminicidios: técnicamente, no hay un aumento, hay hasta una disminución en el volumen por tasa comparada de feminicidios. Y, de hecho, la cifra real es que tenemos una de las más bajas tasas de feminicidio del mundo. Claro, a ti te dicen: “El año pasado hubo 120 feminicidios”. Ya, pues, 120 feminicidios en un país de treinta millones de habitantes… Construye la tasa: es 0.6 por 100 000 habitantes. Tenemos la tasa de feminicidios de Francia.

Es un dato estadístico interesante.
Estamos preparando un texto sobre el tema con mi equipo en la Universidad Católica.

Aparte de eso, hay otra estadística fuerte: que el 93% de las denuncias por violación sexual…
Son mujeres.

…recibidas por la Policía Nacional eran mujeres. Si bien es algo más o menos conocido, a veces, uno no imagina que el porcentaje es tan alto.
Claro. Casi todas las denuncias por violación sexual son de mujeres. La cifra, que es brutal, es más brutal cuando la contrastas con el tipo de mujeres, que son menores de edad: entre catorce y diecisiete, entre diez y trece años, es el conglomerado más grande de las víctimas. Y si haces el correlato con 93% de mujeres: 75% menores de edad y 25% -en la (cifra) oficial- de violadores cercanos al entorno familiar. Entonces, son las niñas y adolescentes mujeres víctimas de alguien cercano a su propio entorno. Ese es el problema.

Usted, como antropólogo, ¿qué explicación le encuentra para que, justamente, el 45% de víctimas tengan entre 14 y 17 años, siendo mujeres? ¿Por qué hay una preferencia por ese rango de edades?
Establecer un perfil no es función de los científicos sociales. Quizás habría que trabajar con los psicólogos forenses sobre eso, pero lo que sí podemos decir desde las ciencias sociales es que, aparentemente, esta estructura parece más un sistema local de dominación o un mecanismo de pensar las relaciones de poder, de género, de dominación varones/mujeres - adultos/menores de edad, que una patología. Y eso es el problema.

Es parte del sistema patriarcal del Perú.
No me gusta la categoría “patriarcal”, prefiero llamarla “sistemas de dominación”, en amplia gama. Una de las cuales es la forma de dominación patriarcal. También hay una dominación etárea, económica, política, familiar, control social, etcétera. Lo que nos muestra la brutalidad, continuidad y estabilidad de la cifra; la brutalidad, continuidad y estabilidad de las víctimas; y el tipo de victimario, nos pone en cuestionamiento si se trata de un asunto de salud mental o de un mecanismo de dominación. En otras palabras: ¿es que estamos frente a -en los últimos años- 70 000 psicópatas? ¿Estamos frente a 70 000 enfermos mentales violando niñas y adolescentes o estamos frente a un sistema recurrente y estructural de control del cuerpo y de dominación? Tengo la impresión que habría que profundizar los trabajos. Este libro (Violaciones sexuales en el Perú 2000-2009. Un informe sobre el estado de la situación) es un primer trabajo de una serie sobre el tema, para entender de qué se trata. ¿Esto nos lo van a resolver un montón de psiquiatras? ¿Necesitamos 70 000 psiquiatras, cada uno para el violador que debe resolver su problema? ¿Es un problema de impulsos sexuales? ¿Es un problema de castración? ¿Es un problema bioquímico? ¿O es un problema asociado, probablemente, más con una estructura sistemática y bastante profunda de dominación y control del otro? Me da la sensación que es lo segundo.

Podríamos ver inclusive, ya históricamente, si lo pensamos en retrospectiva, que el Perú ha sido en tiempos de los Incas, el imperio más fuerte de América del Sur. De repente, desde ahí esa manera masculina de tener poder viene hasta ahora.
No lo creo. Y, en términos científicos, no se puede asegurar eso. Me late que tampoco tiene que ver con estas estructuras. Las explicaciones genéticas, históricas, de ese tipo de fenómenos, al menos, en la criminología crítica y en la antropología criminal no tienden a ser muy fructuosas.

Porque somos el primer país en Sudamérica en violaciones.
Con las tasas más altas sudamericanas. Estamos cercanos a Bolivia, Ecuador, Colombia.

Esos son países andinos.
Son países andinos, pero, también, si nos vamos a América Central, México, El Salvador, Jamaica, son tasas brutales.

Claro, pero hay una especie de relación entre países andinos y violencia sexual.
Hay que ser muy precisos con el uso de la terminología, porque si no dicen: “Los países andinos son más violadores per se”. No necesariamente. Probablemente, se debe, también, al tipo de mecanismos de denuncia. Somos países que tenemos mecanismos de denuncia desarrollados más recientemente, hay menos tradición en nuestros mecanismos de denuncia. Tenemos menos tradición de un sistema policial, penitenciario y judicial, abierto y amigable hacia las mujeres o los menores de edad. Yo no asociaría el correlato geográfico, todavía. No hay prueba para decirlo.

En la mayoría de las comunidades (campesinas) no hay ningún Centro de Emergencia Mujer ni una comisaría. No hay nada para denunciar. Se quedan, a veces, calladas (las víctimas de violencia sexual) entre las familias de las comunidades.
Actualmente, estamos haciendo con mi equipo una investigación en un pequeño pueblo, al este de Iquitos, que se llama Mazán, para estudiar el índice de cifra oscura, lo no denunciado, y la recurrencia en el uso de la violencia sexual.

¿Qué es cifra oscura?
La cifra oscura es el volumen de lo que no se convierte en cifra oficial. Estamos haciendo el trabajo en este instante, mi equipo está allá. Y se está viendo que, si hay diez denuncias en la comisaría, cuántas mujeres dicen haber sido violadas. Allí hay un correlato no denunciado. ¿Cuántas denuncian? La cifra, probablemente, sea realmente escandalosa.

Es decir, lo que se callan las mujeres.
Digamos. Entonces, ahora estamos haciendo ese trabajo, pero todavía en algunos meses tendremos los resultados.

Otro dato que me llamaba la atención de su libro era que, sobre todo, las regiones de la Costa eran las que tenían más denuncias de violación, entre los años 2000 y 2009. De las cuatro principales regiones con denuncias de violación, son tres de la costa y una de la sierra. ¿Esto se debe a este mecanismo -que sí hay- de denuncia de violación en la costa más que en la sierra y la selva?
Sí. Dos cosas. Evidentemente, una ciudad como Lima, que tiene casi diez millones de habitantes, va a tener el número absoluto más grande. Quiéranlo o no, lo va a tener, porque es la ciudad más grande, ampliamente, del país. Entonces, cuando compares ese tipo de datos, siempre tienes que comparar la tasa. Si haces la comparación de cantidad de denuncias en comparación a la tasa de denuncias, los departamentos que te van a ir para arriba son Ucayali, Loreto, los de selva. Tasas proporcionalmente más altas. No necesariamente Lima. Primer asunto: comparemos por tasa. El libro tiene una gráfica de la tasa comparada. Lima está en la media, no está arriba.

Claro, tiene el mayor número de denuncias, pero la tasa (comparada)…
Siempre tienes que comparar la tasa. Que hayan violado cinco personas en un departamento que tiene cien habitantes es diferente a que hayan violado cien personas en un departamento que tiene un millón de habitantes.

Por supuesto.
A pesar de que el número absoluto en el primero es menor, probablemente la tasa sea mayor. Compara tasas. Segundo asunto: es cierto que hay un desfase. Porque hay departamentos como, por ejemplo, Madre de Dios o Huancavelica, que se espera tengan altas tasas de violaciones y de otro tipo de delitos ligados a la violencia sexual y doméstica, debido a las condiciones de pobreza, precariedad y ausencia del Estado. Sin embargo, esas son las razones que explican por qué hay tan baja tasa. De hecho, Madre de Dios y Huancavelica están en la tasa baja del comparado. ¿Por qué? Por lo que tú decías: porque son regiones en las que existen menos mecanismos de denuncia, espacios de denuncia, y son muy rurales. Hay menos posibilidades de denunciar. Porque cuando uno lee las cifras -y está explicado en el texto-, hay que tener en cuenta dos elementos: primero, la tasa comparada y, segundo, hay que cortarle los extremos a las tasas. ¿Por qué? Porque en el extremo superior es que hay siempre mejores condiciones para denunciar. En el extremo inferior podrían estar lugares que tienen más incidencia en la violencia, pero tienen menos condiciones para la denuncia. Por eso se te van hacia abajo. Hay que tener mucho cuidado con la lectura de cifras, porque te pueden llevar a conclusiones no precisas. Un ejemplo más, con el que empezaba el libro, es la tasa comparada de los países: si tú ubicas los países, arriba te va a salir Sudáfrica, pero también te sale Canadá. Pensar que Canadá, un país con un índice de desarrollo humano tan alto, tiene tasas tan altas, está asociado más a que tiene un alto índice de desarrollo humano, mejores y amplias condiciones de denuncia. Es fácil pensar que casi todas las violaciones son denunciadas. Entonces, la tasa canadiense como las tasas de los países con alto desarrollo humano y amplia presencia de su Estado, a pesar de que sean altas, se debe menos a que haya más violencia y más a que haya mejores condiciones de denuncia.

Hay muchas variables que analizar.
Muchas variables por controlar. Esto se ve en temas de seguridad ciudadana, de manera recurrente. Se usan cifras arbitrarias y la gente ve lo que quiere. Hay mucho desconocimiento sobre la lectura de cifras. ¡Es terrible! Y se usan de manera muy perversa. Igual en el tema del uso de armamentos: el discurso extendido de que aquí nos estamos disparando a cada rato. Tenemos la segunda tasa más baja de homicidio doloso con arma de fuego del continente.

Es que en esto contribuye mucho el periodismo (sensacionalista) a hacer la noticia más vendible.
Claro. En cambio, estos temas -violaciones, por ejemplo- tienen una cifra descomunal: 22 por 100 000. Eso es un problema.

El presidente de la Secretaría Nacional de la Juventud, René Galarreta, había propuesto que se exija certificados psicológicos a las personas que quisieran contraer matrimonio civil para evitar futuros feminicidios (noticia aparecida en la página 17 del diario Perú.21, el lunes 9 de abril de 2012). ¿Le parece esto una opción viable o no?
Yo prefiero no opinar de nada coyuntural. De temas de noticias no emito ninguna opinión, porque a la Academia la saca de eso, de su posición. Te lleva a debates coyunturales realmente innecesarios. (Jürgen) Habermas en Facticidad y validez (1992), en su capítulo cuarto, hacía una referencia a la Alemania nazi. Y decía algo así como: “El gran problema de la Alemania nazi no es que estaban locos. No estaban locos. Estaban completamente cuerdos y completamente racionales”. Eso es lo horroroso. Lo horroroso es cómo gente tan cuerda y tan racional puede cometer atrocidades tan monstruosas como las que ellos cometieron. La pregunta para nuestras sociedades es esa. No es que estemos dementes. No es que nuestro país esté lleno de 70 000 enfermos mentales violando niñas. El problema es cómo gente tan normal -nuestros amigos, familiares, jefes, vecinos-, tan cuerda, pueda cometer monstruosidades como estas. ¡Ese es el problema!

Justo (el domingo 19 de febrero de 2012, en la página 2 del diario Perú.21) había salido que a través del Facebook, ahora, están atrayendo a jovencitas para falsos castings de modelos, a través de los cuales después las chantajean y las violan, en muchos casos. ¿Las nuevas tecnologías, también, pueden atraer posibilidades para los violadores?
Sí, por supuesto, como cualquier otro tipo de medio de comunicación y vínculo social. Pero no olvidemos que el volumen grande de estas violaciones ocurre en el seno de la vida doméstica. No necesitas Facebook para eso. No le echemos la culpa a una tecnología solamente, cuando la estructura es la que permite ese tipo de vínculos. Y lo otro: el Perú no es Lima. El resto del país rural, que no tiene Facebook ni Internet ni electricidad, sigue participando de ese tipo de fenómenos tan terribles. Entonces, es un elemento más entre muchos otros y, seguramente, no es el más importante.

Finalmente, ¿usted cree que va a disminuir la tasa de violaciones, según los cuadros que ha podido establecer en su libro?
Eso no lo podemos predecir. Las ciencias sociales no predicen el futuro. Lo que sí podemos decir es que, hasta hoy, la cifra se ha mantenido estable. Como en casi todos nuestros delitos, con excepción de algunos pocos: el robo -que ha sido exponencialmente creciente-, el tráfico ilícito de drogas. Pero homicidios, violaciones, han tenido una cifra estable. Brutal, pero estable. No es que haya más. Es tan terrible como hace diez años. Ese es el asunto.

Muchas gracias por la entrevista.
Muchas gracias.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Isabel Álvarez


“No hay nada más político que el tema de la alimentación”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

 

Isabel Álvarez Novoa expresa cada una de sus ideas con inteligencia y pasión. Es fascinante escucharla argumentar y defender uno a uno sus conceptos. A pesar de ser la dueña de El Señorío de Sulco, uno de los mejores restaurantes del país, y ser una catedrática e investigadora gastronómica con reconocida y amplia trayectoria, todavía tiene muchas ganas de hacer cosas por el Perú. La actual directora de la Sociedad Peruana de Gastronomía (APEGA) está llena de energía y proyectos -cuando habla, genera la sensación de estar planificando algo interesante siempre-. Además, tiene una profunda conciencia social y una visión integral sobre la cocina peruana. A diferencia de mucha gente dedicada a nuestra culinaria -que son excelsos memoristas de recetas y nada más-, Álvarez ve la gastronomía como un elemento clave de la identidad nacional. No la ve aisladamente, como un mero y lucrativo negocio o la profesión de moda entre los jóvenes. No. Ella cree, fervientemente, que con nuestra admirada cocina se puede forjar mejores peruanos, dentro de una sociedad más justa.

Sus palabras son como balas que disparan verdades y conocimientos. En el siguiente diálogo, Álvarez realiza una profunda radiografía de la gastronomía peruana, explica la importancia de la biodiversidad, rechaza el machismo en nuestra sociedad -instaurado en el mundo de la cocina- y manifiesta sus diferencias conceptuales con el influyente cocinero español Ferrán Adriá. Por tal motivo, aquellos que solamente esperan conocer la receta perfecta para elaborar la mejor chanfainita o el lomo saltado más suculento, no sigan leyendo esta reflexiva entrevista -realizada el año 2012-. A quienes no les agradan las personas frontales, críticas, ni agudas -que no son pocos, en estas tristes épocas donde reina la frivolidad-, abstenerse completamente de leer las siguientes líneas, por favor. Pueden recibir uno de los veloces y numerosos disparos verbales de Álvarez y ser mortalmente heridos en su vacuidad.


(Son las tres y media de la tarde y en el restaurante miraflorino El Señorío de Sulco, ubicado muy cerca al mar, una canción criolla de la gran Eva Ayllón está sonando como agradable música de fondo. Sentados a un par de metros del bar, la entrevistada luce una ligera y gentil sonrisa que promete un diálogo cordial) Señora Isabel Álvarez: dueña de El Señorío de Sulco, investigadora culinaria y docente universitaria.

Y socióloga. De formación, yo soy socióloga y comunicadora.

Las dos carreras.
Sí. Socióloga y comunicadora. (Lo de) comunicadora me complementa. Fui formada por alguna gente de la FAO. Trabajé mucho y recorrí el Perú. Eso es lo que me permitió quererlo, interrogarme, vivir, gozar, vivenciar el Perú. Es lo que me ha permitido tener esta visión que tengo sobre la cocina, sobre la vida misma.

De la sociología, entonces, pasó a la gastronomía.
No sé si pasé de la sociología a la gastronomía, con todos los años de madurez intelectual que tengo. Sí y no. Preferiría decir que yo he hecho que la sociología ingrese a la gastronomía para poder interpretar la cocina, y que la cocina como vivencia se enriquezca a partir de la mirada de la sociología, y que la sociología tome cuerpo en el análisis de la cocina. Hay un encuentro entre ambas.

¿Podríamos hablar de una sociología culinaria, en ese caso?
Ese es el gran problema -y podríamos hablar tres horas- de las ciencias sociales y, en general, de la formación que tenemos: es absolutamente cartesiana, positivista, que solamente enfoca cada carrera en su mirada, como si fuera una especie de carrera de caballos, por un solo lado, sin mirar el entorno. La formación que me he procurado -que no me dio la universidad- es interdisciplinaria, holista, toda una escuela que encabeza el doctor Edgar Morin, uno de los filósofos más importantes del mundo, el francés. Desde una mirada de la complejidad, yo me interrogo las cosas que pasan en el país, que pasan en uno, para poder entender este fenómeno social que es la cocina. Desgraciadamente, desde las ciencias sociales no ha habido respuesta. Es demasiado importante la cocina para la importancia que le da las ciencias sociales. Es casi nula. (Nos cambiamos de ambiente, a solicitud de la señora Álvarez. Bajamos al primer piso, a un espacio cerrado y acogedor, para evitar que las conversaciones y risas de los comensales se filtren en la grabación). Por desgracia, en el Perú nunca se han preocupado de entender la cocina como un fenómeno social. Por decirlo de manera simplona: los hombres se han dedicado a comer y nunca a pensar la cocina. Y ese es un crasísimo error, gravísimo, porque la cocina es una manifestación trascendente de la humanidad, del hombre. Son procesos colectivos. Siempre hemos permanecido de espaldas a… Y todavía nos mantenemos con esa actitud. Porque en San Marcos, la Católica, no ingresa el tema. Yo he hecho algunos esfuerzos con algunos colegas ahí para que ingrese, sea como curso electivo, pero… No hay proporción entre la importancia que tiene la cocina, la alimentación, y todo lo que la circunda. La importancia es de cien y la atención es de tres o cinco. Te lo juro. Sé lo que estoy diciendo.

De repente, un motivo podría ser el hecho de que hay demasiado mercado alrededor del tema gastronómico, demasiada prensa, demasiada exposición, ahora.
Sí, puede ser verdad. No sé si dices “demasiado” porque sobra o “demasiado” como una característica…

En estos momentos que estamos en un boom de la gastronomía peruana (ocurre), quizás, lo que usted dice: no se le toma tanta importancia porque se le ve como un producto de consumo más que como una…
Manifestación cultural.

…manifestación cultural.
Claro, muy bien. Sí, de hecho. Eso todavía no lo he tocado, pero eso es. El sistema, la globalización, se fagocita todo lo que ingresa, todo lo que circula. Ya la cocina se ha convertido en un producto de venta. Los cocineros son una marca, son como modelos. El sistema es terrible. Porque los someten a eso, los exprimen como un limón, se termina, los echan. Eso es así, pero eso no es la cocina. Lo que pasa es que hay paradigmas que no permiten mirar cómo tendría que ser la cocina. Hasta ahora no te he dicho, de repente, cómo tendría que ser. La cocina es una manifestación cultural. El Perú tiene su cocina regional. El llamado boom que vive la cocina peruana es, fundamentalmente, en la ciudad, en Lima, y con pocos nombres. La cocina es una expresión democrática y social y no tendría que tener esa manifestación, sin embargo, la tiene. ¿Por qué? Porque el sistema económico, social, político y el ideológico, lo alimenta. Seguimos hablando de la cocina y, sin embargo, se están destruyendo las tierras del Perú por la actividad extractiva de la minería. Lo extractivo destruye lo productivo. En un momento, la actividad extractiva de la minería se va a morir porque ya no hay más que sacar, y la actividad productiva, también, se va a morir, porque ya no le van a permitir sacar. Porque esa (actividad) extractiva destruyó a la productiva.

Todo lo contaminó.
Es la tesis de un trabajo que estoy haciendo. Entonces, lo extractivo destruye lo productivo porque contamina las tierras. Mejor muestra: Tacna. Sesenta años de Southern, en las partes altas de Candarave, en las provincias de Candarave, que pertenecen al departamento de Tacna, hoy no sirven. Ya no hay camarones, ya no hay muchos productos. Me he apartado, aparentemente, pero esto tiene que ver con la gastronomía.

Todo está engarzado.
Todo está interrelacionado. No hay nada aislado en la vida. Por ejemplo, yo, en mi calidad de socióloga, puedo entender el fenómeno. Porque a los chicos en las escuelas se les forma solamente para que repitan recetas, desarrollen su imaginación con una chaqueta blanca, un gorro y ya sean chefs.

Quizá esa sea una solución inmediata para poder cambiar esta visión que se tiene de los cocineros. Por lo general, la prensa resalta el lado empresarial -en un país tan poco acostumbrado a los éxitos-, el éxito económico.
Claro.

¡Cuántos restaurantes tiene Gastón! ¡Cuánta plata generan algunos chefs!
Y todo el mundo se quiere parecer a él.

Exacto.
Como si ese fuera el camino.

Como si eso fuera lo único que interesa.
Como si, además, el cómo lo hace fuera el camino. Porque debes preguntar qué realmente hace. Y no porque sea malo. Lo que pasa es que estamos en una sociedad donde los paradigmas son los que dominan el imaginario. Si un paradigma es aquella cosa que uno escucha, mira, y el resto lo valora, lo valoriza uno. No da pie a la reflexión. Entonces, uno tiene que trascender eso, pasar por encima de eso, como si fuera un cerro que no te permite ver, y luego mirar al otro lado qué está pasando. Yo creo que la gente hoy no piensa. El Internet, los medios de comunicación: todo es al instante, pasa. El sino de la moda es que la moda pasa. Y todo se convierte en eso.

Quería completar la idea de que, de repente, esa sería una solución: usted me comenta que es socióloga, comunicadora y, además, una investigadora en gastronomía.
Y empresaria.

Y empresaria. Entonces, muchos cocineros que solamente van a aprender recetas deberían, de repente, aprender alguna profesión que les dé mayor profundidad de conceptos teóricos.
Sí y no. Hace tiempo, en el año 2005, en el Segundo Congreso de Cocina Regional y de Países Andinos -cuyo primer congreso empezó en el Perú por una iniciativa mía y un extraordinario apoyo de la (Universidad) San Martín-, en Santiago de Chile, el tema fue la educación y nos preguntábamos: ¿qué cocinero queremos para los países andinos? Yo planteé un cocinero pensante, reflexivo, comprometido con su medio, con la naturaleza, con la vida,…

Como usted.
…responsable y ético. Que reconozca, por ejemplo, que la biodiversidad no es un producto. La biodiversidad es una realidad cultural en la cual están creativa y responsablemente los campesinos. Por lo tanto, cuando se coge un insumo, en el caso del Perú, no se está frente a una mercancía, se está frente a un hecho cultural. Eso no es fácil de que los chicos lo entiendan, pero tampoco es imposible si hay interés del Estado porque el Ministerio de Educación incorpore en las estructuras curriculares esa forma de mirar. Con lo cual, también, formaría parte de un modelo que se realizó en Francia, cuando se genera toda una revolución en la educación, que la dirige (Edgar) Morin: se llamaba Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, donde hay que aprender a aprender, por ejemplo. Eso no interesa aquí. Acá las escuelas son negocios. Unos más serios que otros.

Sí.
No hay una actitud ética, de compromiso. Todo es dinero fácil. A los instructores chefs no se los forma adecuadamente. No se forma formadores.

Usted es la primera investigadora gastronómica (a la) que le escucho decir tantas cosas, con profundidad.
Como investigadora, me puedo considerar como la persona más comprometida y seria. Porque, para mí, el Perú es la cosa más seria y comprometida. Me involucra total y absolutamente.

Esto que usted me ha expuesto -cómo debería ser la formación de los cocineros en nuestro país- está perfecto. Pero quizás, si lo analizamos a nivel macro y panorámicamente, ¿no sería una utopía? Teniendo en cuenta que los exámenes PISA, por ejemplo, demuestran que los niños peruanos están entre los últimos niveles de (comprensión de) lectura, en capacidad de discernimiento…
No es utopía. Porque parte de la formación trataría de crear cocineros que sean conscientes de su responsabilidad histórica en el país y puedan tener capacidad de opinar sobre esta realidad. No ser niños bonitos, que su papá les ponga para hacer un restaurante o que se vayan a trabajar a un hotel cinco estrellas como gran aspiración -lo cual no quiere decir que esté mal-. Lo que hay que crear en el Perú son ciudadanos comprometidos, en el sentido de mejorar las condiciones de vida. Nosotros estamos viviendo irrealidades: estamos pensando que la gastronomía va creciendo y estamos destruyendo la Tierra. Se están exterminando los delfines, las ballenas, los peces; la minería va contaminando, nos sentimos dueños de la naturaleza, creemos que podemos desviar la cuenca de un río.

Como en Cajamarca.
Como en Cajamarca. Eso es horroroso. El hombre se ha apropiado de la vida para destruirla en su locura. Y no te lo digo yo, los grandes pensadores te lo dicen. Entonces, algún ignorante o indolente dirá: “¿Pero qué tiene que ver esto con lo otro?”. Tiene que ver todo. Porque si tú formas un cocinero que en lugar de pensar que tiene que hacer una cocina bonita, tiene que incentivar una cocina de estación, pedirá los insumos que el campesino, a veces, no vende. Habrá una instancia que pueda ligar, como lo aspira, de alguna manera, dentro de sus limitaciones, APEGA.

Podría verse como parte de una cadena de producción.
Claro. Por ejemplo -y no al revés-, el campo no tiene que supeditarse a la cocina. La cocina tiene que supeditarse al campo. Porque el mercado es una creación del sistema. El mercado (afirma): “El sistema no funciona, se ha parado, no puede ingresar sus datos”. Eso lo manejan hombres, personas. Pero cuando se habla del mercado, tiene que pensarse que tiene que adecuarse a la dinámica de la tierra, de lo que se produce en la biodiversidad por una región. Por lo tanto, tendría que haber una cocina más marcada de estación. No querer comer pulpo cuando el pulpo está pequeño, no querer camarones cuando se está en veda, no se puede llegar a esos extremos.

No disponer de la naturaleza.
Claro. Entonces, lo que hay que hacer es generar una conciencia crítica, honesta, consecuente, responsable con la vida. Porque el Perú no va a ser eterno con todos los recursos que tiene. He visitado zonas en Tacna donde ya no va a crecer más nada de aquí a 250 o 300 años. ¡De qué estamos hablando! Y de eso se sabe muy poco o casi nada.

Yo mencionaba, hace un momento, la palabra utopía no por usted sino porque el sistema educativo tendría, primero, que mejorar muchísimo.
Pero tiene que haber muchos utópicos locos, buenos, inteligentes, sensibles, como la que te habla.

Estoy de acuerdo.
Si no la vida no tiene sentido. Qué pena que no lo hayas conocido (al restaurante antes de su remodelación). Yo he remodelado esto con un aspecto absolutamente moderno, pero las iconografías son prehispánicas, (he puesto) la recreación de la Portada del Sol, un juego de máscaras (andinas peruanas) aquí, piedra en el piso. ¿Qué quiero decir con esto? Que tú puedes ser moderno sin dejar de ser peruano.

Sin dejar las raíces.
La modernidad tiene que jalar las raíces, tiene que jalar la memoria histórica. Nadie improvisa. Ninguna cocina es nueva. Son cocinas que se replantean, se reformulan, se las interviene, pero sobre la base de lo que los demás han creado. Nadie está parado solamente sobre su loseta, atrás hay cosas que jalan.

Claro. Al respecto, su madre es de Apurímac.
Sí.

¿Usted, también, es de Apurímac?
No. Mi madre es de Apurímac. Y me siento tan apurimeña o más que ella. Mi madre murió hace cuatro años. Y estoy terminando un pequeño libro en homenaje a su memoria, porque fue mi maestra. Una maestra difícil, complicada, a ratos; fuerte como un cerro, generosa como la tierra. He hecho un pequeño libro que se llama Las manos de mi madre.

¡Qué hermoso título!
Las manos de mi madre se convierten en personajes desde cuando yo soy niña.

¿Es una autobiografía?
No. Es una especie de relato. Es como entrar a ver una película: cómo pelaba las papas mi madre, cómo lavaba, cómo planchaba, cómo lavaba su estropajo, cómo se vinculaba con los insumos, cómo llegaba a la procesión, cómo iba al mercado, cómo hablaba con los “caseritos” en quechua. La vida misma de la madre.

¿De ella heredó este amor por el Perú?
Yo, sí. Mi mamá era una mujer sencilla, fuertísima, una chanka, hermosa. Con ella empecé El Señorío. Mi madre era de las que lidiaba a las cinco de la mañana con el mercado.

En el año 86.
En el año 86, en El Señorío, en Surco. Abro El Señorío porque la situación del país se ponía bien difícil, ya había empezado el terrorismo y yo sentía que tenía que buscar otras alternativas porque tenía tres hijos, estaba separada. Yo soy de esa generación de mujeres que se dicen “las que luchan”: las que salen adelante, con sueños, temores, ilusiones y proyectos.

La crisis la hizo más fuerte.
Yo soy treja. A mí, el dolor me hace crecer. En el año 2000, cuando se muere una entrañable amiga mía y era como “ah, la muerte existe” -porque no pensé que mi amiga se fuera a morir. Una mujer hermosa-, yo comienzo mi faceta de compositora. Yo hago poesía, he hecho el himno al cajón peruano.

¡El himno al cajón peruano!
Claro. Tengo como doce temas que pienso sacar. Nunca me puedo dar demasiado tiempo, pero me estoy arrepintiendo y estoy tratando de hacerlo. El Señorío nace en una etapa de crisis horrorosa, cuando se tenía que cerrar a las once de la noche, corriendo, porque me agarraban las batidas. Y sobrevivió. Un mérito tendrá que creí siempre en el Perú. Cuando la gente viene (en 1986): “¿Estás segura que vas a hacer comida peruana? ¿Pero la haces con una internacional?”. “No”. “¿Y tú crees que va a ir la gente? ¿Pero pondrás peña, pondrás música, harás menú?”. “No”. No entendían que era un restaurante bien puesto.

O quizás poca gente conoce, como usted, la gastronomía nacional.
Claro. Le metí la sociología a la cocina, investigué. Hice un restaurante sencillo, pero fino, bien puesto. Techo de caña, pero doble mantel. ¿Quién hace eso? No lo cambié, lo dejé igual a como lo alquilé. Fue doble mantel con un piano, con música barroca. Yo inauguré otro concepto: de que lo fino no pasa por lo caro ni lo ostentoso.

Ni por lo extranjero.
¡Que no! Ni siquiera lo menciones. El Perú tenía cosas extraordinarias por explorar, por conocer. Yo las puse en valor, empezando por su propia cocina. Y en esa tarea me acompañó maravillosamente mi madre y luego mis hijos, que se fueron sumando.

El más conocido ahora, dentro del mismo ámbito gastronómico, es su hijo Flavio....
Claro.

…Solórzano.
Hay que pensar que se puede cambiar. Yo sigo pensando eso.

Usted había mencionado que “la cocina es una radiografía de lo que los pueblos han sido, son o quisieran ser”. En ese sentido, ¿qué es lo que quisiera ser el Perú?
El Perú… ¡Ay, muchísimo, Dios mío! Que se revaloricen las cocinas regionales. Que haya una participación del Estado. Que haya escuelas de cocina con la visión integrada de un chef con formación, compromiso, nivel, que conozca su historia, que valorice sus insumos. Que se revaloricen los espacios populares como las picanterías. Se están muriendo las picanterías. En realidad, la primigenia de las formas organizativas de los espacios de venta de comida tiene su referente más inmediato y formal, en el Perú, en las picanterías. Antes de los chopejatos, que eran los espacios que se apostaban en las carreteras, en los caminos. Luego venían las chicherías, y luego las picanterías, que tienen más de 350 años. Cuando aparecen, a mediados del siglo XX, los restaurantes, se dejan de llamar picanterías para quedar como unos espacios entre marginales, lúdicos y propios de cada lugar. Pero si te pones a pensar, formalmente, cuántas picanterías en cuántos departamentos hay en el Perú… Están desapareciendo. Tú preguntas en Arequipa y te van a decir que siempre han visto a las picanteras como mujeres pobres. Hay que lavar la cabeza a la gente, en ese sentido.

Ese es el concepto general, picantera: mujer de pueblo.
Modesta. “¡Cómo grita: parece una tamalera!”, como insulto. Y eso no es. Es como cuando hace veinte años se decía “pisco: aguardiente, licor de viejos. Arde la garganta”. No tiene nada que ver. Una botella de pisco la puedes comprar a 150 soles. Lo que antes no se daba.

Hay una revalorización de lo nuestro.
Ha habido procesos, sí. También por múltiples factores. El sistema ya no puede generar una élite. Siempre va a haberla, por supuesto. Porque, ahora, donde va alguien del A puede también ir uno del C, con esfuerzo. Todavía es posible eso. O se han creado condiciones para que eso sea posible.

Sobre todo, por ejemplo, en los conos: tienen mayor poder adquisitivo…
Claro.

…y ahora pueden ir a restaurantes que antes ni soñaban.
¡Excelente! Cómo cambian las cosas. Cómo han cambiado.

Como prometieron hace muchos siglos los descendientes de los incas: vamos a conquistar de nuevo la capital.
(Sonríe).

Creo que ya lo están haciendo, desde el siglo pasado.
Sí, pues. Pero, también, hay que ver de qué valores está hecha esa gente, porque no es tampoco una raza contra otra, sino que es una forma de pensar contra otra forma de pensar. También puede haber gente ahí, en sectores populares, que hace dinero, que son bien (criticables).

Me pareció muy interesante su visión -bien periodística, bien de comunicadora-, cuando dijo que “yo vendía El Señorío de Sulco como una noticia, un hecho cultural-empresarial a comunicar”, y era por este motivo que no necesitaba hacerle publicidad (a su restaurante).
Bien interesante. Te agradezco y te felicito, como comunicador que eres, que te hayas tomado el trabajo de mirar, porque hay gente que viene bien conchuda, sin saber nada. No es tu caso, ya lo veo.

Dan ganas de devolverlos a la universidad.
Lo veo hasta en tu aspecto, en tu mirada de persona limpia.

Gracias.
Yo vengo de las canteras de la izquierda. Para mí, era una utopía maravillosa pensar que el Perú puede cambiar, que hasta la vida la puedes dar porque te conmueve el pueblo, porque has leído a Vallejo, a Mariátegui, a José María Arguedas. Te conmueves con todo eso, el Perú lo vives. Yo soy una persona demasiado apasionada. Yo no puedo hacer las cosas para afuera. No. Me involucro físicamente, toda yo. Sudo. Así soy, pues. Así me asumo y, es más, con lo que veo, hasta estoy feliz de ser como soy. Me asumo con todo lo que soy. Tengo ganas de llorar: lloro. Pero no tengo rabo de paja porque soy una persona honesta, consecuente con lo que creo. Tengo un profundo respeto por el Perú, detesto a la gente que es racista, no la tolero. No tolero la segregación ni la mezquindad. Y te lo digo mirándote a los ojos, porque yo no soy así. Soy muy solidaria. La cocina es una de las manifestaciones de mayor solidaridad que el hombre ha construido en el mundo. Los pueblos la han hecho. Hago un paréntesis: ¿has visto lo que ha dicho Savater, que volvió a mover el panorama? Él ha estado varias veces acá y tengo libros dedicados por Savater.

¡Qué lujo!
Sí. Además, con bastante aprecio a mi trabajo. Savater dice que le parece una estupidez comparar a los cocineros con Leonardo da Vinci. Uno. Dos: le parece que la cocina está totalmente banalizada. Le parece una cosa absolutamente banal. Que los cocineros están en otra cosa. Claro, eso que él dice no quiere decir que sea genérico. Uno. Dos: en esencia, tiene razón. Porque, además, parte de su experiencia de lo que es España. Pero eso no debe ser la gastronomía. Él tendría que decir eso. Pero como no tiene interés en decirlo ni tampoco el que le entrevista le pregunta -como tú, que me estás retrucando cosas, como tiene que ser-: “¿Y qué fuera si fuera asá?”. Nadie le pregunta a él: “¿Y cómo debería (ser la cocina)?” ni él tampoco se preocupa. Eso está mal, porque tampoco puedes sacarle la mugre a la cocina. Tampoco es eso. Lo que pasa es que esa es la experiencia que él tiene en España, porque allá han hecho un globo gigante de Ferrán Adriá. Incluso, si Ferrán Adriá dice “dos”, otra gente dice que ha dicho “veinte”.

¿Y a usted qué le parece Ferrán Adriá?
Me parece un cocinero bueno y creativo, un fenómeno creado por el sistema. Yo creo que él es una persona que la tecnología ha ponderado de una manera… Hay fascinación por lo que él hace y tiene que ver con todo lo evanescente, con todo lo fugaz.

Parece una cocina futurista.
Ahí voy. Justamente, cuando él te habla de que, por ejemplo, podría hacer -en lugar de un buen pedazo de corvina, lenguado o mero- que te lleves a la boca una espuma de cebiche, a ti te va a interesar la novedad. Porque tu cabeza y el sistema te preparan para la moda, para todo lo que pasa. Entonces, tú no vives el goce del órgano, como se llama en psicoanálisis. No hay goce de órgano, hay un goce de representación. Porque significa que si comes eso estás en la moda, en lo top de lo que el sistema quiere. Hay mucha manipulación, mucho paradigma detrás. Lo que hace Ferrán Adriá, esa cocina llamada del futuro… La cocina del futuro va a ser llenar la barriga de la gente: porque estamos destruyendo el planeta, por el calentamiento global, por los transgénicos.

No va a haber futuro.
No hay futuro. Muy bien. Claro. Como estamos destruyendo el planeta, el futuro va a ser preguntarnos: ¿qué comemos ahora? ¿Qué van a comer nuestros hijos, nuestros nietos?

Puros transgénicos.
¡Por favor! Y los transgénicos ya sabemos todo lo que son. Yo tengo una lucha fuerte con eso. Lo tengo muy claro. He dado conferencias sobre eso en el Congreso de la República. Entonces estaba la Fujimori, la hija. ¿Qué me parece Ferrán Adriá? Yo lo conozco. Es un buen cocinero. Pero a mí no me cuenten, su mancha de gente que lo rodea, que esa es la cocina del futuro. La cocina del futuro no puede ser despersonalizada, no puede ser el goce por el goce de la forma. La cocina es una expresión cultural, hecha por personas. No puede ser que el cocinero vaya atrás de la tecnología, como perrito. Además, lo que Ferrán Adriá hace es lo que se hace en la ciencia física y química del siglo XIX. Lo que pasa es que se ha permitido ingresar (eso) a la cocina. Entonces, la pregunta de fondo, como se la hice en Madrid Fusión el 2011: ¿y qué pasa, Ferrán, si todo esto que se está usando hoy en la mal llamada cocina molecular...? Que él admite, porque no es cocina molecular. La molécula es otra cosa. Pero es como un paradigma, por señalar los cambios que se producen en las moléculas de los alimentos. ¿Qué pasaría -yo le dije- si en tu papel de líder pudieras exhortar a que en las escuelas de las cocinas que hay en el mundo ingrese la vocación del investigador en física y en química? Que un cocinero sepa, por ejemplo, qué es un proceso de biofilización. ¿Qué pasa en una masa madre con el trigo, cuando se hace el pan, qué cosa pasa al interior? Eso el chico no sabe. El chico sabe alguito y el resultado para que no se malogre, no sabe más. Entonces, yo le pregunté, lo puse en jaque.

¿Y qué le respondió?
Otro respondió.

¿No le respondió?
Otro. No es porque no pueda responderme. Estaban ellos en la mesa, yo estaba como público o periodista. Y otro respondió que es muy interesante, sí, que estaría bien que las escuelas se preocupen. No dijo más nada. Algo intentó decirme. Por lo menos, no estuvo en desacuerdo, qué va, habría quedado pésimo, estaban todos los medios del mundo. No hubiera estado en desacuerdo con lo que yo le estaba planteando. Se lo dije con su segunda, porque, en realidad, de lo que él tendría que preocuparse es que todo cocinero sea por vocación un investigador y no un repetidor.

Un cambio de concepto.
Con todo respeto voy a decir esto: no te voy a contar la historia del olluquito, que, también, te la puedo contar y bien sabrosa. Y, además, te sirvo. Yo prefiero hablar de qué cosa está detrás del olluco, qué está detrás de la quinua, la kiwicha, la cañihua. Prefiero decirte eso. ¿Qué pasa con la Amazonía? Le doy contenido. Trato de darle continuidad y una visión, porque no hay nada más político que el tema de la alimentación.

Lo contextualiza.
Totalmente. Es necesario hacerlo, porque creemos que los insumos son eternos. ¿En el plan en el que vamos: destruyendo? ¿Siguiendo como modelo el del siglo XVIII? ¿Un país solamente extractivo, en lugar de generar valor agregado? ¡Por favor! Si tú tuvieras cocineros así, a ver si se va a seguir haciendo esto. Los cocineros, en Cajamarca, hubieran salido a las calles: “¡Queremos cocinar, no toquen los frutos de la biodiversidad!”. Lo que pasa acá es: se enseña a cocinar y la biodiversidad aparece como el insumo en el mercado. Entonces, el insumo se convierte en una mercancía.

Sí. Me parece que no hay tantos conceptos en la mayoría de cocineros.
Claro. Ahí va este primer libro (que la señora Álvarez publicó) Desde los andes al mundo, sabor y saber. Primer congreso para la preservación y difusión. Un congreso fundacional, del cual yo, sinceramente, me precio y me siento muy satisfecha. 2003. Primero fue Perú, después Chile, Argentina, Ecuador y Colombia el año pasado. Son congresos de cocinas regionales de los países andinos. Vienen investigadores de cocina e investigadores de biodiversidad. ¿Qué es lo central aquí? No se puede hablar ni entender la cocina si no se comprende y se conoce la biodiversidad. Porque son como dos brazos de un solo cuerpo. La cocina se hace porque hay biodiversidad. Y la biodiversidad se tiene que hacer pensando en que va a nutrir la cocina, para que vaya al comensal. A nosotros nos han enseñado que la cocina está por acá (separa bastante sus manos sobre la mesa y mira la derecha), mientras uno está bien lejos. Pero si tú le enseñas al cocinero que esto es así, así y así (mueve las manos como cortando el aire, de izquierda a derecha), tiene otro enfoque. Esa es la propuesta que ha hecho tu compatriota, tu paisana, para países andinos. Eso es lo que hoy es dominante. De eso me precio. De logros como este. Porque esto lo tienes que hacer en Perú.

Me alegra que sea usted la impulsora.
De verdad, sinceramente, me siento bien satisfecha, pero también expectante, porque quisiera que esto crezca más. A veces, la agenda no contiene tiempo, pero ya está el referente. Todo esto me va a trascender. Estoy terminando un pequeño libro que va a conmover a muchos, porque es poner en valor el papel de la mujer, la madre, los tiempos y la ternura, que cada vez está más vedada en las manifestaciones de la vida. Porque la ternura se ha subvaluado. Quien aparece como tierno es un sonso o un ingenuo o un débil.

Sí. Sobre todo débil.
Es terrible. (Luis Carlos) Restrepo, que es un investigador colombiano, tiene un tratado muy interesante (El derecho a la ternura, de 1994) y pone en valor eso. Porque yo aprendí eso de mi madre: a luchar y a conmoverme. Y me precio de eso, porque es sentir la vida. Es un homenaje a mi madre y a todas las madres -como puede ser a la tuya, aunque tú eres más joven-. Igualmente, es el papel de la mujer en la cocina. Porque, ahora, la cocina ha sido copada por los hombres. ¿Por qué? Porque toma un posicionamiento, tiene un prestigio y se olvidan que la cocina nace con la mujer, como primera manifestación de la vida. Porque es la que se queda en casa, es la que preserva los alimentos, es la que transforma y le da sentido a la vida de familia.

Justo sobre lo que usted menciona, ¿cree -y esto es una hipótesis mía- que la cocina es femenina a nivel de las bases, a nivel del pueblo, y es masculina a nivel de la clase alta, de las élites?
No necesariamente. Sí y no. Hace cuarenta, cincuenta años, en el Perú, cocineros varones solamente eran -así, a boca de jarro-: serranos, migrantes de Lima que estaban en las ciudades, homosexuales, zambos o marginales, en general. Porque el quehacer era marginal. Sin embargo, de eso marginal salían cosas muy ricas. En el Perú siempre hemos sido escindidos: uno come rico para el placer, pero se casa alguien o hay un evento importante y se pedía comida internacional. Ni la entendíamos. Ni se nos sonrojaban las mejillas ni los ojos se nos avivaban, porque estábamos en toda la cocina de la representación, que no tiene que ver con el placer del órgano -como se habla en psicoanálisis, que es otro enfoque que yo trabajo- sino que es el placer de la representación: “Soy regio porque como esto” o “como esto porque soy regio o quiero ser regio”. No te olvides que la cocina es un vehículo de transmisión social de valores.

Claro.
A través de la cocina tú asciendes, tú imaginas que subes. A través de la cocina quieres ser o dejar de ser.

Es un asunto de poder.
Absolutamente. Y de transmisión de valores y de estatus. Cumple un rol, una función la cocina. ¿Ves que no es tan ingenua?

Nunca lo ha sido.
Por supuesto. Es una manera de decir. Entonces, cuando la cocina empieza a revalorizarse por todo este fenómeno que vive el mundo frente a la globalización, las entidades regionales se asientan. Se apropian los varones porque el quehacer se enviste de importancia, tiene un rol importante, se prestigia. Antes un chico, hace cuarenta años, su papá le daba un combo si decía que quería ser cocinero. Ahora puede decir: “No soy abogado, soy cocinero”. “Ay, hijo, muy bien”, le va a decir. Eso ha cambiado. Porque, además, se construye toda una idea de que la mujer no tiene fuerza, que la mujer no resiste, cuando la mujer tiene más capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo, la mujer tiene más persistencia de la memoria al pasar de los años, la mujer está más hecha para el dolor.

La mujer es multitarea.
Claro. Ese es el punto. Y los medios, que son machistas, segregan a la mujer: porque más le creen a un hombre que a una mujer. Cuando el chef sabe es técnica, cuando la mujer sabe es secreto. ¡No me cuentes, pues! Quiero decirte algunas cosas: nacimos como un restaurante tradicional, con una comida fina, bien puesta, investigada, sentida, con mi madre y conmigo. Luego, mi hijo se incorpora. Hemos hecho una renovación de las formas, pero la esencia sigue. ¿Y cuál es la esencia? Tradición y modernidad de la mano, sin interrupciones. Una modernidad basada en la recuperación de una tradición, con platos modernos, donde tú sientes que sigue estando el Perú. Es todo un reto. Estamos trabajando así, tratando de formalizar franquicias, trabajar otros proyectos adicionales a El Señorío. Tenemos ya veintiséis años. Tenemos una carta muy buena. ¿Has entrado a la página?

Sí, he entrado a la página web.
Ya. Tengo otros proyectos. Lo de mi madre es uno y el otro libro que estoy terminando es sobre la cocina de Tacna. El otro autor con el que estuve haciendo (el libro) se murió hace un año. Estoy terminando un libro bien importante, con un enfoque total de la cocina en Tacna. Todo el tema de historia, biodiversidad, personajes, situaciones. Va a ser muy importante porque Tacna se lo merece.

Ha hecho un estudio de campo allá.
Cuatro años. Y, después, estoy terminando para fin de año un ensayo que va a ser un libro eje para entender lo que pasa en el Perú y en el mundo. Es un ensayo de interpretación del fenómeno del desarrollo de la cocina. ¿Cómo entender los conceptos de vanguardia, tradición, cambio, educación, compromiso, estética? La relación entre ética y estética. No son conceptos separados. Es un libro bien importante, que traduce todo el desarrollo mío como socióloga en la comprensión de la cocina desde el fenómeno de la complejidad.


viernes, 18 de octubre de 2013

Diego Trelles Paz



“El escritor, por vocación, está insatisfecho”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

Domingo 15 de setiembre de 2013. San Isidro, cielo opaco, once de la mañana. Con mi grabadora ya lista en la mesa de centro, espero unos minutos en el sofá cómodo y blanco a que el escritor peruano Diego Trelles Paz (Lima, 1977) baje a la sala de su casa para entrevistarlo. Yo, ya había estado aquí antes, el año pasado, para entrevistar al catedrático y excelente cuentista argentino Pablo Brescia, acerca de su estupendo libro Fuera de lugar (2012). En aquella ocasión, antes y después de entrevistar a Brescia, Trelles conversaba y le hacía bromas con total confianza al autor bonaerense. Se notaba que eran amigos de años. Además, le recordó que tenía una entrevista literaria con otro medio de comunicación más tarde. Esa era la imagen que yo guardaba de Trelles: gentil y buen anfitrión. Al retirarme de su casa, le comenté que podría entrevistarlo en unas semanas más sobre su novela Bioy (2012) -la cual acababa de ganar el Premio Francisco Casavella, en España-. Él accedió. Incluso, me dijo que regresara a su casa en unos días más para facilitarme, generosamente, un ejemplar de su libro de relatos Hudson El redentor (2001) y otro de su novela El círculo de los escritores asesinos (2005. Luego traducida al italiano), con el fin de que tenga una visión más completa de su obra narrativa. Volví por los libros y quedamos en coordinar la fecha exacta de la entrevista por teléfono o Facebook -en esta red social, Trelles comenta frecuente y atinadamente los últimos acontecimientos culturales y políticos del país-. Un año después, recién pudimos concretar el diálogo literario.

Durante esos largos doce meses, Diego adquirió mayor relevancia como escritor, puesto que sumó a su premio en España el ser uno de los once finalistas del prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2013 -gracias a Bioy, también-. Los mexicanos Juan Villoro y Alberto Chimal, el chileno Alejandro Zambra y el español Luis Mateo Díez fueron algunos de los otros finalistas de este certamen -el cual ganó el puertorriqueño Eduardo Lalo con Simone (2012)-. Hasta hoy, el único autor peruano que ha obtenido el Rómulo Gallegos, en 1967, es el Nobel Mario Vargas Llosa, por La casa verde (1966).
 

Algunos años atrás, Trelles publicó El futuro no es nuestro (2008), una antología de nueva narrativa latinoamericana, que ha sido editada ya en ocho países -incluso, se tradujo al inglés y al húngaro-. Tuvo excelente recepción por parte de la prensa y del ambiente cultural de la región. Autores tan valiosos como la chilena Andrea Jeftanovic, la boliviana Giovanna Rivero, el argentino Andrés Neuman, el peruano Carlos Yushimito, el panameño Carlos Wynter Melo, la puertorriqueña Yolanda Arroyo, el ecuatoriano Miguel Antonio Chávez o el mexicano Tryno Maldonado, figuran en este libro.

Otra faceta interesante del autor peruano es su relación con el cine: en 1999 escribió y dirigió Como si la muerte fuera para ellos, su primer cortometraje, realizado en 16 milímetros -Trelles estudió cine y periodismo en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima-. Asimismo, colaboró con críticas de cine para el diario El Comercio y la revista Caleta -en esta última publicó reseñas musicales, también-. Y su atracción por la música lo llevó a formar parte, en la década de 1990, de la banda de rock grunge Plaza Cutervo.

A lo largo de la presente entrevista, Trelles -que es doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad de Texas, en Austin, y fue catedrático en Estados Unidos y el Perú- explicó sus motivaciones narrativas y su método onettiano para escribir, analizó su propia obra, así como diferentes conceptos vertidos por sus referentes literarios, reveló sus parciales reticencias hacia las nuevas tecnologías, y recordó a los grandes escritores que ha podido conocer y entrevistar.

Son notables los hechos literarios vividos por Trelles -todo lo que le ocurre con Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas y Augusto Monterroso, por ejemplo-. Al parecer, él estaba destinado -en el sentido que le otorgaban los antiguos griegos a la palabra “destino”- a convertirse en escritor. En la actualidad, tiene los objetivos muy claros y es consciente, además, del gran sacrificio que implica llegar a ser un escritor importante, con una voz propia. Y está decidido a serlo. Diego Trelles Paz es un narrador a tener en cuenta, que ha llegado para ocupar un lugar en la literatura peruana y latinoamericana. Merecidamente, sus novelas van recibiendo el reconocimiento internacional y diversos relatos suyos han aparecido ya en antologías de Estados Unidos, Argentina, Italia y México.


Muchísimas gracias por esta oportunidad, Diego.

Gracias a ti.

Roberto Bolaño ha contado que el intercambio epistolar que tuvo con Enrique Lihn le salvó la vida en un momento muy duro de su existencia, cuando él vivía solo y estaba deprimido. Yo me preguntaba: y este intercambio que tuviste con Roberto Bolaño, epistolar, que fue en el año 2003, ¿tuvo algún efecto en ti, como escritor?
Sí, definitivamente, porque el año 2003 es crucial en mi carrera literaria y mi aprendizaje como escritor. Porque fue el año en que terminé la maestría, me fui de Estados Unidos, dejé Texas por un año y me dediqué completamente a escribir. Me dediqué todo un año a escribir El círculo de los escritores asesinos. En realidad, yo venía bastante confundido -“huérfano” es la palabra que empleo-, en el sentido de que sentía que me faltaba algo, una especie de voz que fuera distinta a la de aquellos autores que yo había leído y admirado, pero a los cuales yo sabía que no podía seguir. No con la misma estética. Me faltaba ese respirador artificial. Y la llegada de Bolaño -sobre todo con sus libros, pero después por causas que fueron azarosas-, tener la oportunidad de hablar con él, virtualmente, para mí, fue vital. Sobre todo el consejo que le da a un chico que tiene veinticinco años.

¿Fue un intercambio por correo electrónico o por carta?
La cosa sucede así: el año en que yo voy a Burdeos ocurre la guerra de Irak. Entonces, yo mando una carta a Caretas en contra de la guerra y la publican. Curiosamente, era una carta que no estaba de acuerdo con lo que proponía Vargas Llosa. Y la carta sale con la fecha y el lugar: Burdeos. Y quien la lee, porque la suben a la red, es Robert Amutio, que ya era el traductor de Bolaño, y yo había publicado el que, de repente, es el primer artículo sobre Bolaño en el Perú, sobre Los detectives salvajes (1998). Que yo había leído el 2000, por recomendación de Oscar Malca, un amigo, gran escritor.

Luego, haces tu tesis de maestría sobre Los detectives
Hice mi (tesis de) maestría después sobre Los detectives salvajes. Exacto. Entonces, Quehacer la sube y, también, la sube Caretas, la carta. Robert Amutio se da cuenta que la persona que había escrito el artículo sobre Los detectives salvajes era yo, y que estaba en Burdeos, como él. Él vive en Burdeos. Entonces, él me escribe un mail y nos reunimos, nos conocemos, compartimos admiración por muchos escritores. Él ya había traducido a varios escritores latinoamericanos y ahí se me ocurre preguntarle si es que yo podía escribirle a Bolaño. Le dije que me diera un correo postal porque yo iba a hacer lo mismo que él había hecho con Enrique Lihn, pensando que era una manera de expresarle mi complicidad. Pero cuando él responde, le responde a Amutio por mail y le dice que parecería que yo no tenía mail, lo cual era medio irónico. De ahí es cuando recién yo le respondo y se da este breve intercambio epistolar. Es un año clave porque ocurrieron muchas cosas. No solamente escribí la novela: Bolaño se muere a los pocos meses de este intercambio de cartas, que termina cuando yo le pido ir a Blanes (para conocerlo) y ya no me responde más. Yo dije: “No querrá”. Después de dos, tres meses, me llega un mail de Amutio, muy pequeño, que me decía que se había muerto.

¿Te afectó mucho?
Me afectó mucho, sí, pero me sorprendió más. Sabía que estaba mal, pero no sabía que estuviera a punto de morir. De hecho, me afectó un montón, pero (se queda pensando un momento, muy seriamente)… no me di cuenta, en el momento, de todo lo que me había afectado. Me sirvió mucho lo que él me dijo. Muchísimo. En la crónica que se llama Nunca fui a Blanes (aparecida el domingo 11 de agosto de 2013 en el periódico argentino Página 12), creo que está expresado de la manera en la que yo quería que se exprese. Mis sentimientos eran esos. Nadie me había dado un consejo a esa edad. Ese consejo. Y menos un escritor que ya en ese momento, para mí, aunque no fuera tan famoso -no era lo que es ahora-, había significado el lugar donde apoyarme, que se acabe la sensación de orfandad, encontrar mi propio camino. Porque él me dijo que escriba mi novela, con humildad y valentía. Entonces, sí fue importante. Ahora, Bolaño no es el único escritor en el cual yo me he apoyado -y esa es una cosa que me gustaría remarcar-, porque mi literatura no viene de una sola influencia. Aunque la suya fue importante.

Tienes muchas influencias, es evidente: cinematográficas, literarias.
Y es curioso porque el año anterior yo le había hecho una entrevista a Monterroso en su casa, gracias a Wilfrido Corral, que es un profesor ecuatoriano, crítico, académico, muy importante, que trabajaba al lado de Monterroso.

Y que enseña en Estados Unidos.
Sí, enseña. Está en Estados Unidos. Un compañero muy amable, acaba de sacar un libro sobre Vargas Llosa, otro sobre Bolaño. Una persona muy lúcida. Fui a visitar a Monterroso y me pidió que no lo entreviste, pero fue una conversación muy amena. No me dejó grabar. Entonces, no grabé, pero (lo conversado) era para mi tesis sobre Los detectives salvajes, que iba a hacer una comparación con Monterroso, con Lo demás es silencio (1978). Curiosamente, a los cinco, seis meses, se muere Monterroso. Entonces, en La República yo publico una crónica de la visita, que, también, se puede ver en la red. Enrique Vila-Matas ve lo de Monterroso, ve lo de Bolaño y me escribe. En ese mismo 2003. Me escribe un mail

¿Vila-Matas te escribe primero?
A mí, sí. Yo pensé que era un falso, pensé que me estaban haciendo una broma.

Tantos impostores también que es Vila-Matas (en su literatura).
Sí, claro. Yo le respondí una carta muy larga, que empezaba diciendo: “Yo sé que tú no eres Vila-Matas, pero en caso de que seas…”, y después él fue a Burdeos porque tenía que presentar un libro. Ahí lo conocí y lo entrevisté para Quehacer. Entonces, ese año 2003 cambiaron muchas cosas. Terminé mi novela. Se dio todo un proceso bien interesante. Y la época en la que tuve que corregirla -porque El círculo… tenía muchas más páginas- fue un año muy duro. Ese fue el año en que, realmente, creo que aprendí el oficio de la escritura. Pasé de lo intuitivo a lo técnico, a lo metódico. Me sirvió mucho.

Acabas de mencionar que El círculo de los escritores asesinos tenía más páginas -y es una novela que no es corta-: Cormac McCarthy, de las novelas largas, había dicho: “No se volverán a escribir libros de 800 páginas como se hacía cien años atrás y hay que habituarse a ello. Si crees que podrás escribir algo como Los hermanos Karamazov (1880) o Moby Dick (1851), adelante, pero nadie lo va a leer. No importa lo bueno que sea o lo agudos que sean los lectores. Las intenciones y los cerebros son diferentes”. ¿Tú estás de acuerdo con esa opinión de Cormac McCarthy?
Yo estoy de acuerdo con casi todo lo que dice Cormac McCarthy. Sobre todo porque da tan pocas entrevistas y creo que las he leído todas. Esa pregunta, si mal no recuerdo, es una en la cual le preguntan por qué no hace cuentos. Y él dice algo así como que -es lo que acabas de leer- cualquier cosa que no te tome…

Años…
…años…

…de trabajo.
…de trabajo y que te lleve hacia la locura, no vale la pena hacerla. Yo escribo cuentos y escribo novelas, pero ante todo creo que soy un novelista. Y sí estoy de acuerdo, porque si hay novelas de mil páginas, como 2666 (2004), o de 600 u 800 que son leídas. Generalmente, son novelas que ya tienen detrás una carrera, a un autor importante que puede darse esta bondad, esta facilidad de escribir tanto. Pero si no es así, no te va a publicar nadie y, probablemente, no vas a vender nada. Esto es absolutamente cierto, porque estamos en una época que tiende hacia la ligereza.

La civilización del espectáculo (2012).
Un poco. Aunque con sus bemoles. Hay ciertas cosas en las que no estoy de acuerdo (con el libro de Vargas Llosa). Sí tenemos una situación en la cual la gente lee todos los días, pero en las redes sociales -lo cual no critico-. Es muy interactivo todo. Te abandonan rápido. Es difícil tener un lector que se siente a leer tu libro físicamente. Es casi heroico. Le das 800 páginas y se vuelve loco. No publicas más, porque es una inversión. Si una editorial se manda con 800 páginas y tú no la haces, olvídate.

El lector regala tu novela (a otros) si es muy larga.
Claro. Y depende mucho de lo que diga la gente, la crítica. Es bien raro que con una novela de 800 páginas y uno que diga que es muy mala la gente te siga.

Por otra parte, Vargas Llosa había mencionado en La verdad de las mentiras (1990), que “los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven”. Y, más adelante, menciona: “En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho”. ¿Qué late en ti antes de escribir una novela? ¿Qué deseo insatisfecho hay en ti?
Yo estoy de acuerdo con esa teoría de Vargas Llosa. Una teoría que no es nueva, porque es el germen de la explicación del arte. Es la idea de que uno puede ser un pequeño dios y transformar todo a través de la ficción. Es decir, a través de la posibilidad de utilizar la mentira, persuadir a los lectores de que hay un mundo posible que es distinto y que este mundo ficticio es real. Eso es algo que está presente en casi todos aquellos que contamos una historia. Siempre he visto a la literatura como una forma de salvación. No quiero decir con esto que la cosa sea extrema, que uno tenga que ser un psicoesquizofrénico o un drogadicto para que la literatura sea una especie de religión. La literatura sí es una religión, en el sentido en que te esclaviza. Al menos, de mi parte, no es una elección fortuita ni poco azarosa. Yo creo que la literatura te toma. Toma tu cuerpo. Es decir, yo siempre he hablado de la literatura como algo que es -si uno elige hacerla de manera seria-, más bien, esa decisión valiente y meditada. Lo que te va a llevar a darte cuenta que es un sacrificio. No solamente en términos económicos sino, también, genera un desgaste mental. Entonces, cuando yo me planteo las historias -que es la pregunta principal que me haces-, lo que procuro hacer es hablar de aquellas cosas que me llaman la atención. El escritor siempre está viendo los detalles, siempre está viendo debajo de la epidermis de cualquier cosa. Pero no con un afán didáctico. Los peores escritores son aquellos que te quieren explicar y convencer de algo. No quiero convencer ni explicar a nadie algo. Lo que sí quiero hacer es, dentro de ciertas realidades que no me satisfacen, mostrar aquello que no es tan fácil ver. Vamos al punto de las temáticas, de las motivaciones: me interesa todo aquello que esté relacionado con la literatura. Pero la literatura como un campo de batalla, lamentablemente. Y me interesa mucho, también, el trasfondo político. Aquello que explica lo que somos, dentro de un pasado. Porque el trasfondo político, la violencia, en mi caso específico, no es algo que haya nacido en mi literatura con Bioy. Es algo que está desde Hudson El redentor. Lo que pasa es que en Bioy es el tema principal la violencia. En los anteriores (libros) no. Puede ser, en El círculo de los escritores asesinos, que esté en los pies de página, en lo que se dice de ciertos personajes. En Hudson… está en todo el entorno macro, que es el del fujimorismo.

Ya que mencionas tus novelas, Ricardo Piglia afirmaba que “lo que define a la novela son los personajes”. Que para él, una novela funcionaba cuando un personaje generaba situaciones, y estas situaciones daban pie a intrigas y, a la vez, daban pie a otros personajes. En tu caso, ¿la novela empieza con los personajes o empieza con la historia?
Yo estoy de acuerdo con Piglia. ¡Tú estás citando a todos aquellos a los que yo sigo!

He estudiado tus referentes para (realizar esta entrevista).
Estoy de acuerdo. Yo siempre recuerdo -y en mis clases comento este ejemplo- el gaucho Martín Fierro (1872), de José Hernández, que es un poema fundacional para entender la gauchesca argentina. Hernández hace una cosa alucinante -en realidad, esto lo escuché de un profesor que me enseñó mucho, pero Borges y Piglia han hablado de esto-. Hernández quiere que nos identifiquemos con la causa del gaucho que está siendo perseguido por el Gobierno, que lo mandan a la guerra, que le despojan de su mundo ideal en las pampas, que lo alejan de su familia y lo engañan. En algún momento, hay una fiesta y el gaucho Martín Fierro entra y, sin motivo alguno, mata a un negro. Entonces, Hernández lo que hace en ese momento es poner a su personaje contra el lector, porque nadie se va a sentir identificado con la muerte que este héroe ejecuta sin motivo alguno. Eso es una clase de literatura, para mí. Y responde un poco tu pregunta, porque en la literatura los personajes te van exigiendo el derrotero que debes seguir. Lo que hace un buen escritor es no esconderse en una falsa moral y decir: “No, pues. Acá mi héroe va a ser sacrificado. No lo va a querer nadie”. Al contrario. El autor, el creador, el literato, debe saber escuchar las voces de sus personajes que van adquiriendo vida. Porque hay una cierta complicidad entre tú y ellos. La buena literatura es aquella que no se arredra, que no es condescendiente, que no busca el favor fácil del lector. Y eso yo lo tenía muy claro en Bioy, por ejemplo. Desde la página inicial, donde está la advertencia que dice…

Tan dura esa página inicial.
Sí, claro. Porque dice: “Mira, esta es la montaña rusa. ¿Vas a seguir o no?”. Y, efectivamente, cuando yo escribí esa novela no pensé en que iba a ir contra el buen gusto o iba a sacrificar mi personaje -probablemente lo hice- sino que estaba pensando en la historia y en cómo hacer para que este país sumido en el limbo que era el Perú en esa época, fuera retratado de la manera más justa posible, sin romantizar. No se puede hablar de la época del conflicto interno sin violencia.

Inclusive, la novela empieza con violencia -Bioy- y termina con violencia.
Incluso, las palabras iniciales se repiten al final. Hay una estructura circular. Yo creo que me quedé corto. ¿Cómo se narra la violencia? Es difícil de imaginar, si no hay palabras para expresarla. La idea era violentar no solamente las estructuras sino, también, el mismo lenguaje. Un buen literato lo que hace es escuchar a sus personajes. Y si el personaje es la peor basura del mundo, hay que darle ese respeto. No necesariamente yo estoy de acuerdo con lo que hacen mis personajes. Mis personajes deben tener vida propia. Eso es lo que debe buscar el escritor.

Por otra parte, ¿cómo armas tu día como escritor? Piglia menciona que “mi manía es que me levanto temprano, no atiendo teléfono ni leo mails. Para mí, es la condición necesaria para trabajar. Un espacio para aislarse de todas las situaciones cotidianas que interfieren”. ¿Cómo es tu rutina? ¿También te aíslas del mundo, como Piglia, para poder armar tus textos?
Vargas Llosa tiene ese mismo método del horario, que es el que refiere Piglia: te levantas seis de la mañana -hasta la una- y que nadie te interrumpa. Me parece estupendo como un ideal, porque si todos fuéramos así, yo produciría más. Pero no, más bien, me encuentro cercano al método onettiano, que es el más desordenado y caótico. Aquel en el cual, a veces, tienes que dejar de escribir por un tiempo, porque no encuentras esa motivación ni ese estado de gracia en el cual te permites sumergirte. Eso es lo que hago. Yo, cuando estoy escribiendo una novela, me sumerjo en ella. A veces, puedo pasar ocho, diez horas escribiendo. Cinco días en un solo párrafo. A veces, no puedo escribir en un tiempo. Lo que sí es cierto es que cuando estoy escribiendo, estoy como en un estado de…

Trance.
Es un poquito exagerado, pero sí. No me importa no estar aislado. De hecho, yo suelo escribir en la casa -en la que tenga, porque no he vivido mucho tiempo en ningún lado- o en los cafés. Que haya ruido no significa que yo no esté concentrado. Es más, a veces, me sirve distraerme para no perderme. Pero no tengo ningún horario. Debería tener, pero no tengo y no creo que tenga (en el futuro). El ritmo en que he producido me satisface, pero no es la mejor forma. Un escritor profesional debe hacer la escritura como un trabajo, de lunes a domingo. Yo no. Siempre he sido muy rebelde.

Pero dentro de este desorden onettiano que cuentas, ha habido mucha producción.
Sí.

Has encontrado un orden dentro de tu caos. Has producido bastante. No solo cosas tuyas sino la antología…
He hecho mucho. Sí. Tengo tres novelas, una antología, estudios -dos: uno sobre Los detectives salvajes, que va a salir publicado, y uno bastante largo, que se va a publicar, sobre la novela policial-. Tengo artículos, he hecho una película… Es que soy inquieto.

Has entrevistado a Vila-Matas, a Monterroso.
He entrevistado a mucha más gente. Lo que pasa es que…

A Alan Pauls (y Edmundo Paz Soldán).
…dentro de mi desorden, yo no soy un vago, para nada. Soy desordenado, pero no vago.

Claro. No son sinónimos.
Claro. Y tienes que entender que me fui joven de acá, del Perú. Había escrito Hudson El redentor. No lo había publicado, pero lo había escrito. He estado fuera del Perú doce años: un año en Francia y el resto en Estados Unidos, en Texas y cerca de Nueva York. Y ahí, lo que me posibilitaba esto era tiempo para leer, escribir. El tiempo es muy importante y la distancia es importante. Una de las cosas por las cuales, en realidad, me voy del Perú, es porque todavía necesito continuar con mi travesía vital. Es algo que me había prometido siempre. Y, lo segundo, es que esa distancia me ayuda a aclarar mis ideas. Otra cosa es que el escenario literario local parece un campo de batalla. Y esas cosas distraen, a veces.

Es muy reducido.
Insignificante, pequeñísimo, pero es muy combativo. Lo cual me parece estupendo, porque me da ideas para mis novelas y libros de cuentos. Pero yo respeto mucho la bibliografía. Prefiero demorarme diez años en publicar algo, si es que lo que voy a publicar me deja satisfecho. Para bien o mal, todo lo que he publicado, hasta ahora, me tiene satisfecho. Aunque el escritor, por vocación, está insatisfecho. En todo. No solamente con el mundo sino, muchas veces, con lo que produce. Por eso, a veces, te dicen que lo más importante es que en un momento dejes que la novela, el libro de cuentos, el ensayo, se vaya.

¿Crees que estás encontrando tu propia voz? ¿De acá a un tiempo se va a poder hablar de una narrativa trellesiana?
Creo que en mis tres libros, si uno los lee de corrido, va a encontrar que esa búsqueda estética ya está teniendo cierto cuerpo, está encontrando una forma. En mi opinión, Bioy es aquello que siento más cercano a lo mío.


Fue Larrita el que empezó a llamarme Ganivet. Su admiración por España era absoluta. De hecho, no tenía problemas en declararse hispanófilo, darle vivas a Pizarro y celebrar en voz alta nuestra Conquista. Citaba a los escritores Manuel Gálvez y Ricardo Rojas mientras disertaba sobre el primer nacionalismo argentino: el germen del fascismo gaucho. Cuando hablaba de Leopoldo Lugones parecía un hijo enamorado de su padre. Adoraba a Lugones con el mismo fervor con el que odiaba a Neruda. Alguna vez propuso en una de sus crónicas formar un Club de Enemigos de Neruda. Nadie respondió a su llamado pero él no se dio por vencido. Aunque su única acción subversiva ocurrió en un cine miraflorino con ocasión del estreno de un esperpento italiano llamado Il Postino, Larrita llegó al cine con un kilo de tomates y un par de gafas negras. Tal vez pensó distraer a los curiosos si, además de los tomates, llevaba puestos lentes de sol en plena noche. De manera que ni bien apareció el actor que hacía de Neruda en la película, Larrita empezó con la descarga de tomates sobre el ecran gritando con desmesura: “¡Muerte al poeta de quinceañeras! ¡Muerte al narigón almidonado! ¡Muerte a los Veinte poemas! ¡Muerte a Gabriela Mistral! ¡Viva Gonzalo Rojas! ¡Viva Enrique Lihn! ¡Viva Jorge Teillier! ¡VIVA EL GRAN NICANOR PARRA!”.

Tuvo suerte. Por fortuna la pantalla no se rompió aunque él terminó preso. Una señora, su mecenas, logró sacarlo de la comisaría declarándolo enfermo y pagando una coima a los policías. La ironía más extraña de la vida de Larrita era que esta mujer se llamaba Matilde, como la musa de Neruda.

Páginas 38 y 39 de El círculo de los escritores asesinos (2005).


Hay un salto de calidad entre Hudson El redentor y El círculo de los escritores asesinos. ¿En qué punto? En que cuando tú lees estos dos textos, hay muchas más referencias metaliterarias (en el segundo). Es mucho más literario. Obviamente, tú has crecido como escritor, también.
No creo, francamente, que El círculo… sea metaliterario. En realidad, no lo creo, aunque pueda ser injusta mi apreciación. Mis novelas siempre tienen trama. Eso es básico. No soy un escritor que trabaje sobre la digresión, como otros muy interesantes lo hacen. Yo me siento más cercano a Piglia. En las novelas de Piglia siempre hay una historia y en las de Bolaño, también. Hay referencias, citas, juegos metaliterarios, pero las novelas tienen trama. En El círculo… existe la metaliteratura, pero es fundamental para comprender a los propios personajes, las motivaciones que hay detrás. Esta gente está enferma de literatura. En el fondo, lo que están es peleándose por la mujer. Es la misma situación que ocurre en Hudson…: Laurita rompe el círculo amical del barrio. Y en El círculo… es Casandra. Ahora, sí estoy de acuerdo que hay una evolución entre Hudson… y El círculo… Creo que, también, hay una evolución entre El círculo… y Bioy. Hay gente que le gusta más El círculo… que Bioy y viceversa.

Quizá por el hecho de que es más amable El círculo… que Bioy.
Definitivamente.

Además que en El círculo… tú interpelas al lector. Es más, le invitas, desde la primera página (a través de uno de los personajes)…
En El círculo… es uno de los personajes. Que está en este juego nabokoviano de hablarle al lector, burlarse y hacerle chistes, que me parece superinteresante porque la intertextualidad me gusta. Es más, hay personajes de El círculo… que aparecen en Bioy. Hay personajes de Hudson… que aparecen en El círculo… Probablemente, eso se dé siempre, porque uno viene de una rama de escritor. Y eso lo hace desde Faulkner hasta Vargas Llosa -que reaparece a Lituma, reaparece a Rigoberto-. Lo hace Piglia con Emilio Renzi. Y lo hace Bolaño, también. ¿Por qué? Porque son guiños.

Claro. Es como tener a un miembro de tu familia siempre en tus fotos.
¡Claro! Uno desciende de cierto tipo de escritor que te forma. Hace poco, en Arequipa, me dijeron de ese libro (Hudson El redentor) que tenía una bella aspereza. Me interesaba mucho lo que dijeron porque es un libro áspero. Porque, evidentemente, es un primer libro, pero hay cierta melancolía, ciertos esbozos de una narrativa -la mía- que se van perfilando. Es un libro que podríamos catalogar de “realismo urbano”. Pero intenta desmarcarse muy rápidamente de todos los tópicos del “realismo urbano”, desde la portada. Era la época en que (Alberto) Fuguet estaba en gracia y a mí no me interesaba lo que hacía Fuguet. Me gustaban sus portadas, pero yo sabía que no podía hacer las portadas de gente matándose o gritando porque no me iba a tomar nadie en serio. Yo no quería que Hudson El redentor se redujera al efectismo del “realismo urbano”.

En Hudson El redentor, este personaje que le da el nombre al libro de relatos, Hudson, a pesar de su fracaso -porque, en el fondo,…
Cierto.

…es un escritor fracasado- es entrañable. Uno lo siente muy humano. Está tratando de vivir dentro de su fracaso. Entonces, el haber creado un personaje entrañable, también, hace a un libro interesante. Aparte de los otros relatos que tienen un montón de personajes llamativos, como el Chato, el Mango, el Negro Raymond. Uno puede estar en contra o a favor (de ellos) como lector, pero igual les siente mucha vida.
Sí. Gracias. Definitivamente. Yo ya desde entonces trabajaba mis personajes. Me daba cuenta que no podían ser esquemáticos, no podían ser buenos ni malos, maniqueístas. Esas son nociones básicas para un narrador. Y son los errores básicos de un narrador primerizo. Y, a veces, de un narrador no primerizo, que lleva años escribiendo los mismos (personajes). Los seres humanos tenemos contradicciones fundacionales, que nos hacen imperfectos y, al mismo tiempo, esas imperfecciones nos pueden volver queribles. Es importante Hudson El redentor por más que, a veces, se desborda la técnica. Hubo un crítico que sacó un término -que era JUM- que me parecía absolutamente irrespetuoso y miope, porque lo que postulaba era que todas las novelas juveniles urbanas y marginales eran iguales. JUM: Juvenil Urbano Marginal. El crítico que lanzó este término era irónico. O pretendía serlo. Pero descalificaba a la novela por sus temas, lo cual me parece un error. Era la época en que se hacía mucho “realismo urbano” y teníamos novelas muy efectistas, de fraseo corto, de referencias a cosas que estaban de moda en esa época: el walkman, los polos de tal marca. Muy ágiles, muy hijas de (Charles) Bukowski. Y, en el plano iberoamericano, de (José Ángel) Mañas, del primer Ray Loriga, y de Fuguet. Pero a mí nunca me interesó esa literatura. No porque fuera mala sino porque no era el tipo de literatura que me había formado. Yo quería hablar de un barrio que funciona como una cárcel, donde sus jóvenes no tienen camino.

Magdalena.
Magdalena. Y dentro de un trasfondo, de un escenario, que es el de la dictadura (de Alberto Fujimori). Para esa novela me ayudó mucho, además de Vargas Llosa, (Manuel) Puig. Porque si el fútbol está presente, si las conversaciones de radio están presentes, si la cultura popular está presente, es por mis lecturas de un escritor fundamental -bisagra entre el Boom y lo que viene después-, que es Puig. Porque con Puig uno entiende, aprende, que puede hacer literatura de todo. Que no hay temas prosaicos ni objetos de segunda mano. La necrológica, la revista de modas, la confesión en la misa y el parte policial: de todo eso se puede hacer buena literatura. Lo que pasa es que muchos de los escritores anteriores del Boom pensaban que la literatura era esta cosa solemne, con mayúsculas, y que había temas elevados y temas que no lo eran.

(Temas) sagrados.
Sagrados. Entonces, es la misma distinción entre la alta cultura y la baja cultura, que ya está desfasada.

Podríamos decir, inclusive, que Puig es a la narrativa latinoamericana como lo es Parra a la poesía. Parra incluye, también, todo…
Sí, pues.

…en su poesía.
Sí, creo que es una buena forma de verlo. Porque durante años a Parra no se le entiende. España le da el Cervantes hace poquito, pero se lo debió dar hace mucho. Nunca entendieron la poesía de Parra. Para ellos, eso no es poesía.

Cuando ya podría haber muerto, inclusive.
Claro. Acaba de cumplir 99 años… Entonces, con Puig aprendí la utilización de esos objetos mal llamados “el arte de segunda mano”, que es la cultura popular. Eso está presente en Hudson… y en casi todo lo que he escrito. Porque se puede hacer literatura de todo. No es fácil, esa es la diferencia. Por ejemplo, hacer literatura sobre el mundo cibernético es difícil. Yo intenté un poco eso en la tercera parte de Bioy, cuando aparece el blog. Son pequeños retos que uno se pone. Pero no es fácil hacer, por ejemplo, literatura de mensajes telefónicos, porque se ve muy prosaico, porque es difícil hacer de eso algo lírico o que no disuene. Pero Puig lo demostró, con novelas espectaculares, en las que él novelaba desde partes policiales hasta necrológicas.


Los rituales de un escritor y las nuevas tecnologías

Tú has mencionado, en algún momento, que no te atrae para nada el libro electrónico.
No me atrae, pero en absoluto. Eso no quiere decir que no comprenda las bondades. Es evidente que, por ejemplo, cuando uno se muda, si puedes llevar en una Tablet o en un Reader toda tu biblioteca, vas a gastar mucho menos dinero. Yo, cuando regresé de Estados Unidos, ¡imagínate!, no sabía dónde meter mis libros porque no quería sacrificarlos. Es que el pragmatismo, para mí, nunca ha funcionado tan bien. Soy, más bien, una persona que respeta y venera ciertos rituales, que se han inculcado desde muy joven. Me gusta mucho leer libros, tocarlos, olerlos, verlos en mi cuarto y en la noche contarlos. Ver que estén en orden. Soy un amante de la biblioteca. Me encanta la biblioteca. Pero no tengo nada en contra de la gente que lee en su Reader. La idea es leer. Lo del coleccionista (de libros) viene de uno, nada más.

Además, mantienes una página web que está muy bien, a pesar de que no…
Está desactualizada la página web, por culpa del blog y del Facebook.

(Sin embargo), permite encontrar muchas referencias sobre tu trabajo rápidamente.
Sí, es cierto. Pero está desactualizada por una razón: porque yo no sé hacer nada. Soy una bestia absoluta. Con las justas el blog. A veces, no entiendo nada. Si yo supiera cómo actualizarla, lo haría. De hecho, voy a hacer algo al respecto, pero me van a ayudar. Es básico, para que tu trabajo llegue a más lectores de afuera, que tengas una (página web). Hay escritores que siguen escribiendo a mano. Y me parece bien, pero son métodos de cada uno.


Lo social y lo político importan, también

Habías mencionado, en algún momento, que “el nivel de racismo y exclusión dentro de la sociedad peruana ha sido y sigue siendo tan violento que, al final, todo termina contaminado”. Esta contaminación a la que te referías, ¿se siente, todavía, en la literatura peruana? Yo hablaba del país, de la realidad de ahora.
Yo hablaba de cómo nos llenamos la boca de un mejoramiento económico y de progreso y, sin embargo, al mismo tiempo, vemos que la exclusión se mantiene y que el racismo es, incluso, más fuerte. Seguimos viviendo en un país que paga a sus trabajadores un salario mínimo de 250 dólares. Lo cual es ciencia ficción, porque el progreso y la inyección de capitales funcionan para los que se enriquecen y no para los que tienen hambre. Es curioso, la gente piensa que el hambre no es una forma de violencia.

Es la peor forma de violencia.
Es la peor forma de violencia. Es la que puede explicar muchas de las cosas que le han ocurrido a este país. Entonces, ese es el estado de las cosas, ese es el estado de este país perverso. Es perverso, en el sentido en que puede entrar todo el dinero del mundo, pero las estructuras de discriminación y exclusión se mantienen y son férreas. Hay mucha gente que va a combatir para mantenerlas, a cualquier costo. Estamos en un país absolutamente escindido que utiliza el chauvinismo para crear esta ilusión de igualdad y compañerismo y que las cosas estaban mejorando. Yo no creo que las cosas estén mejorando, aunque hay mejoras mínimas. Y no van a mejorar mientras no tengamos la idea de que todos somos ciudadanos de este país y que tenemos los mismos derechos y deberes. Que no se debe excluir a nadie.

Que no hay “ciudadanos de segunda clase”.
Que no, pues. Tontería que dijo Alan García. Es vergonzoso. “Ciudadanos de segunda clase”: ¿de dónde saca eso ese señor? Eso es lo que cree mucha gente, mucho político cree eso, lo cual es terrible. Entonces, yo hablaba del país. Expreso mi punto de vista como ciudadano en las cosas que escribo. Y en mi literatura se pueden leer ciertas situaciones. Lo que yo no hago en mi literatura es tratar de ser el consejero de la gente que lee. La literatura ha evolucionado a un punto en el cual el lector y el autor tienen el mismo poder. Y debe ser así. Ya no estamos en el siglo XIX, en el cual el autor le decía al lector cómo leer y de qué manera reaccionar. Eso es muy claro en las cosas que yo planteo. En El círculo… eso es claro. En Bioy -y casi en todo lo que escribo- hay esa voluntad de que la literatura sea un arte compartido.

Cuando uno te escucha hablar sobre estos temas ya no solo literarios sino sociales, es como escuchar a un escritor que se rige bajo este concepto de “escritor comprometido”. ¿Tú crees todavía en eso? ¿Un escritor tiene que ser una antena de la sociedad? ¿Tiene que criticar lo que hay que criticar en la sociedad, como se creía hasta hace poco? Porque, ahora, muchos escritores solo viven dentro de su literatura, desconectados totalmente del tema social. ¿Sientes que eres una especie de “escritor comprometido” post-sesentas?
No, porque yo creo que la escritura comprometida no ha hecho libros muy interesantes. Me interesa, más bien, que se diferencien las dos caras de una misma persona. Uno es artista y puede ser un ciudadano con cierto compromiso político, con cierta visión de las cosas. Pero no es loable contaminar tu literatura con un compromiso político que quiera convencer a nadie de algo. Eso es un poquito manipulador, a veces. Y no es tan fácil distanciarse. Pero como ciudadano, por supuesto: uno debe tener la posibilidad de decir las cosas en voz alta. Y estoy un poco en contra de ese cinismo mediante el cual evadimos hablar de ciertos temas, sobre todo en personas que tienen alguna notoriedad pública. Yo tengo cierta notoriedad pública por mi literatura, pero no uso la literatura para ganar adeptos, para que piensen como yo o sigan mi línea política. Para eso he estado yo como ciudadano. Son dos cosas distintas. Ahora, si como escritor que vengo a esta entrevista, me pides mis puntos de vista, los voy a dar. Pero en mi literatura trato de ser muy cuidadoso en eso, porque lo que genera es, a veces, mala literatura: una literatura que genera opiniones en vez de sugerir. Y yo respeto la fortaleza del lector, la fomento. No me interesa mucho cuál sea el perfil político de mi lector, si es que lee con responsabilidad. Puedo estar en desacuerdo con esta persona, pero el arte es una apertura, algo que llama a meditar. Sugiere, no machaca. Entonces, evidentemente, se pueden percibir ciertas tendencias políticas de acuerdo a lo que escribo, pero son percepciones. No quiero que sean certezas. No. Me sentiría muy mal si alguien me dice que yo escribo literatura comprometida, proselitista. La mayoría de los autores que ha tenido (este tipo de literatura) no hace cosas que me interesen.

Pero es evidente que eres de izquierda.
Sí, claro. Absolutamente. Es obvio que soy una persona que tiene una preocupación social, un humanista. Soy de izquierda, evidentemente.

Diego, muchísimas gracias por la entrevista. Ha sido un gusto. Estamos seguros que vas a seguir trayendo muchas cosas positivas para el país, gracias a tu literatura.
No, gracias a ti, Gianmarco. Mi compromiso, el único que tengo, es el de la literatura. Como te dije hace unos minutos, la literatura esclaviza. Es, más bien, una situación que va del goce a la tortura, por momentos. Pero en esa dialéctica es donde creo surgen las obras. Es una apuesta que uno hace. Y yo estoy feliz con ser escritor. Afortunadamente, no vivo de la escritura. Ojalá que, en algún momento, viva de la escritura. Nunca pretendí hacerlo, lo cual me da cierta independencia y la posibilidad de planificar mis obras, de seguir una bibliografía coherente. Y eso es lo único que quiero hacer: seguir escribiendo, leyendo y contribuyendo como persona para que las cosas cambien.