viernes, 21 de febrero de 2014

Juan Manuel Roca


“Donde no hay poesía, difícilmente hay arte”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Para el gran poeta colombiano Juan Manuel Roca (Medellín, 1946), las palabras son caminos creativos e inacabados que conducen a la belleza y, también, deben denunciar la violencia que enluta a millones en las guerras, así como criticar los terribles abismos sociales de las sociedades occidentales. Todo a la vez. Roca es uno de los poetas fundamentales de Latinoamérica, actualmente. Escucharlo es un verdadero lujo, entrevistarlo lo es mucho más. Sabiduría, conocimientos, conciencia social y espíritu crítico conviven en él, de manera natural.

Hoy, físicamente, ya no están el colombiano Álvaro Mutis, los peruanos Blanca Varela y Antonio Cisneros, el argentino Juan Gelman, el chileno Gonzalo Rojas, ni el mexicano José Emilio Pacheco, poetas entrañables. A ese maravilloso grupo de exigentes artistas de la palabra pertenece Juan Manuel Roca. Pero él continúa entre nosotros, felizmente. Con gran precisión, ha dicho el poeta y catedrático español Luis García Montero, ganador del Premio Nacional de Literatura 1994 y del Premio Nacional de la Crítica 2003, que “los libros de Juan Manuel Roca se llenan de parábolas, de monólogos, de oraciones, de crónicas, de ángeles. Son parábolas para hablar del hambre y de la injusticia más allá de los acontecimientos concretos, arañando el pliegue último de la condición humana. Son monólogos para comprender por dentro a los demás, un hacerse otro, otros, que nos ayuda a reconocernos a nosotros mismos”.

Su intensa y fructífera vida ha estado ligada a la poesía, la narrativa, el periodismo y el arte. A pesar de estar acostumbrado a los reconocimientos y premios, nunca se ha sentido amigo de los aplausos. En 2009 Roca obtuvo, por su poemario Biblia de pobres, el Premio Casa de América, en España. Al año siguiente, sería jurado del mismo certamen. Mientras que en 2007 le fue concedido el Premio Poetas del Mundo Latino, en México. Ese mismo año ganó el Premio José Lezama Lima, en Cuba. Asimismo, en 2006 fue nominado por la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad de la Sabana, la Universidad de Antioquia y la Universidad EAFIT al prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, de España. Y en 2005 entrevistó al escritor nigeriano Wole Soyinka, el primer africano en ganar -en 1986- el Premio Nobel de Literatura. En dicho diálogo, Soyinka explica sus conceptos poéticos y narra parte de su vida. En cierto momento, el autor de El león y la joya (1959) y Los intérpretes (1964) le manifiesta a Roca: “Cuando presenciaba conversaciones entre mi padre y su círculo de amigos, mi tío, mi tía, a la cual describo en mis memorias de infancia, comencé a reconocer las relaciones entre nuestra gente y nuestro entorno político y los objetivos de los gobernantes blancos. Durante esta época fue que comencé mi educación política y quisiera mencionar una anécdota: en el momento en que fue lanzada la bomba de Hiroshima escuché una conversación telefónica entre mi tía y el oficial de distrito, en la cual se acusaba a los europeos de racismo. Yo recuerdo que ella decía: ¿por qué no la tiraron en Alemania en vez de Japón? Esos ejemplos me hicieron reflexionar. Creo que tenía nueve años en ese entonces”.

En 2004 su libro Las hipótesis de nadie obtiene el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura. En 2002 fundó el periódico cultural Sagradas escrituras, junto al cubano Alberto Rodríguez y la colombiana Mariana Agudelo. Ese mismo año publicó Teatro de sombras con César Vallejo, que contenía poemas suyos, grabados de su compatriota Antonio Samudio y un prólogo del destacado pintor peruano Fernando de Szyszlo. En 2000 ganó el Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia por su libro Las plagas secretas y otros cuentos. En 1997 la Universidad del Valle le otorgó el doctorado Honoris Causa en Literatura. En 1995 publicó Museo de encuentros, libro de ensayos. Ese mismo año, su Cuaderno de mapas -grupo de poemas con linóleos del famoso grabador colombiano Fabián Rendón- recibe el primer premio en la XI Bienal de Grabado Latinoamericano y del Caribe, en San Juan de Puerto Rico.

En 1993, Roca recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Y en 1992 le fue otorgado el Premio al Mejor Comentarista de Libros Cámara del Libro, en Bogotá. Además, fue coordinador del Magazín Dominical del diario El Espectador. Libros suyos han sido traducidos al alemán, francés, sueco y holandés. Algunos de sus poemarios son Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975, con el que consiguió el II Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus), Señal de cuervos (1979, por el que recibió el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia), País secreto (1987), Ciudadano de la noche (1989) y La farmacia del ángel (1995). También ha escrito la novela Esa maldita costumbre de morir (2003, que fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos) y el Diccionario anarquista de emergencia (2008, en coautoría con Iván Darío Álvarez).

En la siguiente entrevista, realizada durante la XVIII Feria Internacional del Libro de Lima, el magnífico vate colombiano ahonda en Galería de espejos (2012), su estupendo libro académico que narra parte de la historia de la poesía de su país. María Mercedes Carranza, Rafael Pombo, José Asunción Silva, José Manuel Arango y Héctor Rojas Herazo son algunos de los poetas mencionados. Por otra parte, detalla su amistad con el recordado poeta Antonio Cisneros, su respeto y aprecio hacia la poesía peruana, y su admiración de toda la vida por el inmortal César Vallejo.

Muchísimas gracias por la oportunidad. Para mí, es un honor tenerlo aquí, en Lima, y estar frente a usted.
Muchas gracias por la invitación a esta entrevista. Para mí, es muy significativo estar en Lima, en Perú, en el homenaje a un gran poeta que admiro y quise muchísimo: Antonio Cisneros. Muchas gracias por esta invitación.

Muchas gracias a usted. Quería comenzar la entrevista por uno de los dos libros que está presentando, ahora, en la Feria Internacional del Libro de Lima: Galería de espejos. Que es, en verdad, un análisis de la poesía colombiana del siglo XX y, también, de algunos (poetas) del siglo XIX, como precursores.
(Roca asiente con la cabeza).

Hay varios autores que me interesan, pero me llamaba la atención el caso de María Mercedes Carranza, con quien usted ha tenido amistad -terminó suicidándose, lamentablemente- y que fundó la Casa (de Poesía) Silva. Tiene un lugar en las letras colombianas. Me llamaba la atención, sobre todo, por la cercanía que usted tenía con ella. Le dedica palabras muy amistosas, con una feliz nostalgia. ¿Cómo fue su relación con ella?
La relación con María Mercedes Carranza fue amistosa, muy generosa de su parte, desde la dirección de la Casa de Poesía Silva, que se convirtió como en una especie de receptáculo para todo lo que tenía que ver con la poesía en Colombia, dignificando el oficio de quienes escriben poesía. Creando, realmente, vínculos con un público lector que asistía masivamente a la Casa de Poesía Silva. Tanto a su fonoteca, donde están las voces de muchos grandes poetas de nuestra lengua y de otras lenguas, lo mismo que su biblioteca y su librería especializada en poesía. Nuestra amistad venía de antes de la fundación de la Casa Silva, que tiene veinticinco años de creada. Desde esa época, durante veintidós años, dirigí los talleres de poesía. Teníamos, además del vínculo amistoso, afectivo y generacional, el vínculo de ese espacio laboral. Yo conocí a María Mercedes Carranza hacia el año 73 o 74, que me trasladé de mi lugar de nacimiento, que es Medellín, a Bogotá. Fui a dirigir una galería de arte. Por esos años obtuve un premio con uno de mis primeros libros, que se llama Luna de ciegos: el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus.

Uno de los tantos premios que ha recibido usted.
Sí, así es. Entonces, cuando obtuve ese premio, ella un día apareció en la galería donde yo trabajaba y, con gran amabilidad y generosidad, dijo que quería conocerme, que había leído algunos de estos poemas y quería que habláramos un poco de poesía. Y ese diálogo se prolongó durante más de treinta años. Realmente, esa amistad fue crítica, a veces. En el sentido de que, como buenos amigos, nos atrevíamos a decirnos las facetas, de lo que escribíamos, que no nos acababan de complacer. Fue una relación muy edificante, en ese sentido. Pero, también, ese grupo de poetas que empezamos a escribir, más o menos, al mismo tiempo casi, no fuimos una coral cantando la misma tonada sino una serie de individualidades. En la cual, para mí, destacaba y sigue destacando la voz de María Mercedes: una poesía despojada, irónica, atravesada siempre por un aspecto crítico, una visión de nuestro país igualmente crítica. Y, por supuesto, unos nuevos usos del lenguaje que atemperaron un poco el exceso lírico de nuestra poesía, y el exceso, también, coloquialista y desenfadado de generaciones como la anterior a nosotros, que era la generación del dadaísmo.

Porque ella rechazaba algunas palabras.
Sí. Ese es un poema de ella, muy divertido, en que va fusilando las palabras, las va pasando al paredón, al vil garrote. Las va ahorcando y cercenando por inútiles. Es una idea que yo la entronco mucho con una visión que tenía nuestro más grande cronista, Luis Tejada -de la generación de los veintes-, que decía que había que darle el mismo rango estético a la rosa que a la zanahoria. Es que, generalmente, la rosa tiene ya de entrada un privilegio de belleza preconcebido y que es muy fácil. Inclusive, en un mal poema, (uno puede) llevarle rosas a la amada y aun siendo un mal poema, que no lo parezca tanto, por aparecer ese elemento sacralizado de la poesía que es la rosa. Lo difícil es llevarle un ramo de zanahorias y que eso tenga un rango estético. María Mercedes practicaba mucho eso. Entonces, fusila la palabra “patria”, la palabra “amor”, palabras que fueron desgastándose con el uso y abuso de una pseudopoesía, para que entre la cotidianidad en sus poemas. Y la lista de la plaza de mercado.

Ella mencionaba que no quería algunas palabras. Pero, ¿en verdad, existe alguna palabra inútil o todas nos sirven para algo?
Sí. Aunque, de verdad, hay palabras que hay que volverles a quitar una costra retórica que las va inutilizando, las va volviendo minusválidas. Por ejemplo, la palabra “patria”, que casi siempre está en los labios de los políticos, es una palabra a la cual es muy difícil quitarle esa costra de engaño y de idea mesiánica de pertenecer a una nación o a un lugar que espiritualmente nos reúne a todos. ¿Cómo quitarle esa costra para que deje de ser inútil y vuelva a tener una utilidad? La palabra “amor”, que es una palabra muy desgastada y que casi en los únicos sitios donde queda viva es más en el bolero que en la poesía. O la palabra “libertad”, que casi siempre está en boca de los carceleros. ¿Cómo hacer que esas palabras, otra vez, tengan una utilidad real en el lenguaje y que no sean deshabitadas, que no sean vocablos calcáreos que están huecos? Es una crítica que me parece interesante, para que la poesía busque la palabra justa, necesaria y no la palabra dicha por decir.

Por cierto, para Juan Manuel Roca, ¿cuál es su palabra favorita?
Hay palabras de una gran belleza sonora. Todas las que vienen, por ejemplo, del influjo árabe, del influjo muslime, como “alambre”, “Alhambra”, “aljaba”, “almacén”. Esas palabras tienen una sonoridad muy bella. Me gustan mucho las esdrújulas, como le gustaban tanto al gran poeta Gonzalo Rojas. Como la palabra “relámpago”, que él decía que era muy bella, como casi todas las palabras esdrújulas. Pero hay palabras del uso cotidiano que, inclusive, no tienen ninguna belleza y que me gustan mucho. Por ejemplo, la palabra “no”. En un país como el nuestro, donde muchos poetas y escritores son cortesanos y a todo le dicen “sí”; donde, frente a la realidad abyecta que vivimos y que nos han propiciado, en buena parte, los políticos y los partidos tradicionales en Colombia, ellos dicen “sí”. Me parece que una palabra tan significativa, breve, rotunda, como “no” empieza a tener un grado de belleza que ya no es ni por la sonoridad ni por la eufonía ni por la musicalidad de la palabra sino por lo que significa.

Sí. Inclusive, hay canciones y películas con ese nombre: “No”.
Sí, es cierto. Yo creo que es una palabra que hay que valorar muchísimo.

Otro de los autores que me interesó de Galería de espejos es Rafael Pombo. Usted menciona que no ha existido en la poesía colombiana otro poeta más celebrado, que era un personaje “digno de una novela” (pág. 56). Además, me llamaba la atención que él decía -como muchos otros poetas, también, han mencionado- que no sirve para otra cosa que no sea para hacer versos y “que conozco muy bien que todo lo que me falta de talento lo tengo de imaginación, de tal modo que por eso me atribuyen algunos tener aquel” (pág. 61). ¿Cómo se le puede considerar a Pombo: el precursor de la poesía moderna colombiana?
Yo creo que este libro se fundamenta sobre todo en poetas, como bien lo decías, del siglo XX, pero, también, señalo algunos de los antecedentes de la poesía moderna en Colombia, de sus precursores, de sus hombres de Cromagnon, podríamos decir. Como José Asunción Silva, que es el primer poeta moderno de Colombia. Que al unísono con el resto del modernismo, fundamentalmente con Rubén Darío, hacen la primera revolución literaria en el continente. Alfonso Reyes, el gran crítico mexicano, decía que el modernismo fue un devolverle las carabelas a España, cargadas de un nuevo sentido de la lengua. La poesía en español no volvió a ser la misma después de la aparición de Rubén Darío y de José Asunción Silva. Modificó enormemente los usos del lenguaje, la música, la melodía, así vinieran de unas cabeceras de la poesía francesa. También está, por supuesto, Rafael Pombo, que para mí es el más grande de los poetas románticos de su momento en América Latina. A Pombo, en nuestro país, se le ha asignado casi solamente un espacio: el poeta que escribió para niños, que hizo versiones de poemas clásicos y con el cual nos formamos la mayoría de los niños de varias generaciones en mi país. Pero Pombo, aparte de eso, tuvo actividades políticas, salió del reducto privativamente individual y romántico de los poetas. Aparte fue un gran cronista y, fundamentalmente, un hombre que llenó de humor la poesía solemne que se hacía en Colombia. Pombo tiene muchas facetas. Si Pombo fuera cubano, podría estar en un nicho cercano al de José Martí. Sin embargo, en Colombia se le dejó solamente el espacio del poeta para niños, de grandes fábulas. Porque renovó la fábula, dándole un sentido realmente maravilloso al lenguaje y una lúdica nueva en el fabular. Pombo es un autor, también, de poemas dramáticos terribles, como La hora de tinieblas, que es un poema muy fuerte en que increpa a Dios o al Creador por haberlo traído al mundo sin su permiso. Algo que podría ser un lugar común, pero que expresado de la manera tan poderosa como lo hizo Pombo, es un poema realmente estremecedor. Que, en ese momento un tanto cerrado y de un virreinato tardío que se vivía en Colombia, generó tantas persecuciones. Inclusive, pedían que fuera excomulgado. Fue un poeta revolucionario en muchísimos sentidos y yo quiero rescatarlo, precisamente, para señalar su valor como esa pieza del rompecabezas, del mapa de la poesía colombiana. Ha sido fundamental para nosotros.

Y eso es lo que corresponde, muchas veces, al ámbito de la Academia: devolverle su lugar a los intelectuales o artistas que lo merecen. Porque, como usted menciona, en su país a Pombo todavía no le han dado el sitial que se merece. Con este libro (Galería de espejos) está contribuyendo a que se le devuelva algo.
Yo creo que sí, que la idea del libro es -sin un ánimo académico puramente, taxonómico, de ubicar movimientos, nombres, generaciones- el de preguntarnos por los cánones establecidos, para dudar de ellos o para reafirmarlos.

Además, todo canon siempre está sujeto a revisión.
Por supuesto. Yo creo que siempre es saludable pasar todo por un nuevo cedazo, que es la mirada contemporánea de cánones que están establecidos durante muchos años antes.

Otro autor que me interesó fue José Asunción Silva, que lo acaba de mencionar hace un momento. Que es el primer poeta moderno de Colombia y que tenía como uno de sus aportes a la poesía colombiana “el humor, la burla de un mundo trágico, un rasgo que le ha sido esquivo a nuestra lírica, casi siempre acartonada y solemne. Con sus poemas de Gotas amargas aparece, tal vez por primera vez, la ironía como una alta condición humana y filosófica” (pág. 70).
Sí. Fíjate que cuando se le asigna la creación de los antipoemas al chileno Nicanor Parra, que es un poeta contemporáneo, actual, que vive aún, uno piensa si eso ya no estaba inventado en muy buena parte de la poesía, y de la poesía colombiana, inclusive. No solo con Luis Carlos López, “el tuerto López”, que hacía un humor quevediano, una burla de sí mismo para burlarse de los demás; un gran cronista de su momento y un cronista moral de las costumbres colombianas -sobre todo de su ciudad Cartagena de Indias-. También con Luis Vidales y su libro Suenan timbres (1926). Pero el precursor de todo eso es José Asunción Silva con Gotas amargas (1908), en donde la ironía, el humor, se vuelven una materia poética realmente dignificada por el lenguaje. Gotas amargas es el precursor de eso, de una suerte de antipoesía que se ha venido practicando, posteriormente, con mucho predicamento. Pienso que Silva sea, tal vez, el primero en eso. Quizá antes que López Velarde, el mexicano, que Luis Carlos López y, por supuesto, mucho antes que Nicanor Parra.

De repente, lo que ha hecho Chile con Nicanor es un mejor marketing cultural, para posicionar a Nicanor como el creador de los antipoemas.
Claro.

En ese sentido, nuevamente, corresponde a los académicos colombianos estar ahí insistiendo y difundiendo.
Creo que sí. Y pasar un poquito un reflector sobre zonas oscuras u olvidadas.

Claro. Luego, otro autor que me interesó fue José Manuel Arango, que es casi contemporáneo suyo. Nació unos nueve años antes que usted. Menciona que es un surrealista y que publica Este lugar de la noche (1973), con imágenes como Los hombres se echan a las calles / para celebrar la llegada de la noche. A usted le entusiasmó leer este libro…
Sí.

…cuando recién salió y se lo comentó a otro colega poeta (Samuel Vásquez), también.
¡Cómo no! José Manuel Arango es uno de los más notables poetas de mi generación y, en general, de la poesía colombiana. Si bien él, cronológicamente, es unos años mayor que yo, curiosamente, publicamos nuestro primer libro el mismo año, en nuestra misma ciudad, Medellín, en el mismo mes, y no nos conocíamos. Viviendo en una ciudad que tampoco era extremadamente grande. No nos conocíamos aunque nos habíamos visto, pero yo no sabía que él era poeta. Seguramente, él ignoraba lo mismo de mí y de otro poeta muy importante, que es Raúl Henao. Ese año, el 73, salieron esos tres libros en Medellín, independientemente. Podrían parecer una colección, porque eran unas plaquettes, unos pequeños libritos, hechos por nosotros mismos, por los autores: Este lugar de la noche, de José Manuel Arango; Combate del carnaval y la cuaresma, de Raúl Henao, y mi libro Memoria del agua. De los tres libros que comento, me parece que los de un rango estético un poco más alto son los de ellos dos. No lo digo por falsa humildad. Realmente son dos libros muy importantes. Cuando yo leí Este lugar de la noche, para mí, fue un descubrimiento, un deslumbramiento. Una poesía llena de imágenes, con tal precisión, tal grado de musicalidad… Y esa exploración de la noche que hace en muy buena parte de sus poemas. La poesía de José Manuel, a contravía, por ejemplo, de la poesía que más nos interesaba a Raúl Henao -a quien sí conocía- y a mí -que era un poco de estirpe surreal y dentro de las lecturas del romanticismo alemán-, la poesía de él viene de otras cabeceras. De otros usos del lenguaje y otras influencias, que tienen que ver con la poesía anglosajona. Él fue un muy buen traductor de poetas norteamericanos como Denise Levertov, Sylvia Plath. Entonces, uno -sin que esto sea una crítica- entendía que, a veces, parecían poemas traducidos de otra lengua, lo cual le daba un tono muy personal y bello. José Manuel Arango -que murió hace algunos años, siendo muy joven todavía- es una de las cifras importantes de la poesía colombiana y, sin duda, cada vez tiene más reconocimiento.

Una penosa coincidencia: muere el mismo año de Héctor Rojas Herazo.
¡Cómo no!

El año 2002.
Sí. Son dos poetas que yo quiero muchísimo. Héctor Rojas Herazo es de la misma generación de Gabriel García Márquez, de la generación de la revista Mito (que duró de 1955 a 1962), y yo tuve una gran amistad con él y una gran admiración. Me parece que Héctor Rojas Herazo es uno de los grandes novelistas que ha dado Colombia. Sus novelas Respirando el verano (1962) y En noviembre llega el arzobispo (1966), sin duda que influenciaron en la obra de Gabriel García Márquez. Y, por supuesto, como poeta es muy notable. Sus libros Agresión de las formas contra el ángel (1961) o Desde la luz preguntan por nosotros (1956) o Tránsito de Caín (1953)…

¡Qué hermoso título!: Desde la luz preguntan por nosotros.
Era un gran titulador. Tránsito de Caín, Las úlceras de Adán (1995)… El que más me gusta: Agresión de las formas contra el ángel. Gran titulador.

¡Qué espiritual!: Tránsito de Caín.
Muy bello. Y él tiene una poesía muy personal. A veces, en su primera época, con atisbos de una influencia muy decantada de César Vallejo, que es el poeta peruano que más nos ha influenciado a todos los poetas colombianos. Muchísimo más que Neruda, muchísimo más que el resto de poetas. En lo de Héctor, por una especie de alquimia particular, se vuelve eso muy personal. Era un poeta realmente extraordinario. Además, su obra hablada era importantísima para nosotros, porque él verbalizaba su mundo interior con una gran belleza. Esos son dos poetas que murieron el mismo año. Héctor fue mi gran amigo, tal vez más que José Manuel, que era más cercano generacionalmente. Eran, de alguna manera, como una prótesis para ayudar a andar por el mundo, sus dos voces. La voz de Héctor: tan recia, poderosa, visceral, humana; y la de José Manuel: tan elusiva, fina. Fueron, para mí, dos golpes de estirpes distintas. Una más activa que la otra, pero las dos dentro de un marco importante para lo que yo empezaba a escribir.

Luego, otro libro que está presentando ahora es Las plagas secretas. Fue publicado originalmente el año 2001, pero Alfaguara, nuevamente, lo está publicando. Ha ganado el Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquía. Es una faceta conocida (de usted, pero menos que la poética). Internacionalmente, Juan Manuel Roca es “el poeta Juan Manuel Roca” más que nada. ¿Cómo fue esta experiencia de Las plagas secretas?
Yo, realmente, cuando empecé a finales de los sesentas a escribir, lo que escribía era, fundamentalmente, cuentos. De pronto, aparecieron para mi sorpresa libros tan maravillosos como el Gaspar de la noche (1836), de Aloysius Bertrand, o los pequeños poemas en prosa de Baudelaire. Aparece esa posibilidad de hacer unos textos anfibios entre el contar y el cantar, que es lo propio del poema en prosa. Uno cuando lee cuentos breves de Juan José Arreola, el mexicano, no sabe si está leyendo pequeños cuentos o poemas. Lo mismo con el Gaspar de la noche de Aloysius Bertrand. Entonces, me di cuenta que me interesaba tanto una cosa como la otra. Tanto lo que genera una posibilidad de contar, como lo que genera una posibilidad de cantar. Ahí abandoné un poquito la escritura del cuento para dedicarme mucho más al poema en prosa. Fui dejando de lado la cuentística.

¿Se arrepiente de haber dejado un poco de lado la cuentística o no?
No. Porque después lo retomé. Tal vez sí por eso: arrepentimiento. Porque mucho tiempo después, y no propiamente frente al pelotón de fusilamiento…

Ja… Como García Márquez (en Cien años de soledad).
Ja, ja… Trabajé diez años haciendo un suplemento cultural, el Magazín Dominical de El Espectador y me di cuenta que, a lo largo de ese tiempo, había represado unas ideas que eran mucho más para el contar que para el cantar. Cuando me retiré del Magazín, escribí este primer libro de cuentos. Absolutamente nuevos, porque todos los que había tenido los había roto, los había desaparecido.

¡Los rompe! ¿No los guarda?
No. Radicalmente los rompí.

Puede ser una pérdida para la narrativa de su país, de Colombia.
Pues, hombre, no creo, la verdad. Ojalá fuera así. Entonces, me encontré con el deseo de hacer un pequeño libro de cuentos, que se ha ido ampliando en la edición de Alfaguara: hay nuevos cuentos. Y obtuve ese premio, para mi sorpresa, de la Universidad de Antioquia. Que me dejó, además, la mano caliente, como diría García Márquez, para escribir una novela.

Su única novela.
Mi única novela. Que, también, publicó Alfaguara.

Esa maldita costumbre de morir.
Esa maldita costumbre de morir. Se acabó la primera edición y no se ha reeditado, pero tiene surgimiento, precisamente, en estos cuentos. La idea de estos cuentos, en realidad, era no desvincular del todo el lenguaje lírico, poético, de lo que yo he intentado hacer en poesía. Es decir, no hay unos compartimentos tan claros, tan evidentes, que separen una cosa de la otra. Porque si alguna crítica tengo yo hacia la narrativa nueva de mi país, es que la gran mayoría de los narradores tiene una gran ignorancia sobre la poesía, sobre la lírica moderna, de Baudelaire a nuestros días. Y eso hace que, muchas veces, su lenguaje sea un tanto plano.

Pobre.
Pobre, en muchísimos casos. Porque vienen de influencias muy distintas a la lírica. Por un lado, vienen de influencias sociológicas, historicistas o periodísticas. Y, en muchos casos, ni siquiera de la literatura sino más del cine. Muchas veces, son como guiones inflados, porque lo que sacraliza para ellos no es el libro sino la pantalla. Entonces, me parece que ha perdido mucho el lenguaje, en ese sentido, y yo quise conservar, si es que se conserva. Yo tengo un camino lleno de dudas sobre lo que hago, no me creo que sea un gran poeta ni medio. “El gran poeta Juan Manuel Roca” (lo dice como si fuera la voz de otra persona) y yo digo: “Si me dicen gran poeta es porque no han leído a Rimbaud o a César Vallejo”, de una parte. Y, por otra parte, porque hay que desconfiar un poco, también, del aplauso. Pienso que el reconocimiento es necesario…

Le huye.
…pero hay que huirle. Porque las mismas manos que se juntan para aplaudirte, se pueden juntar para crear los barrotes de tu jaula.

Así es. No hay que creerse mucho ni tan poco.
Sí. Así es.

Justo mencionó el tema de la narrativa contemporánea. Los escritores con trayectoria, todavía, muchos se nutren de distintas fuentes, pero los jóvenes hacen que sus libros, sus novelas, parezcan -como usted dijo- guiones. Y, a veces, son un atropellamiento de diálogos sin mayor desarrollo de los personajes (ni de la trama).
¡Cómo no!

Es como que se confundieron y, en verdad, debieron estudiar cine y no literatura.
Muchas veces. Sí, es cierto. Y, sobre todo, que el cine -no tanto como la plástica, la pintura- sí es un alimentador de una gran enseñanza visual para la creación de imágenes, pero el cine no siempre construye una poética. Yo creo que se puede crear una teoría general de las artes, a partir de lo poético, para decir que donde no hay poesía, difícilmente hay arte. Llámese, precisamente, el cine, la narrativa, la dramaturgia. Lo que no contempla una poética, difícilmente puede llamarse arte.


El anarquismo: “un pensamiento absolutamente libre”

Uno (de sus libros) tiene el título más provocador y no es un libro de poesía. Es el Diccionario anarquista de emergencia, que escribió con Iván Darío Álvarez. Publicado el año 2008. Me gustó mucho lo que usted dijo sobre este libro, que “hablar de los vínculos del anarquismo y el arte daría para una historia de lo mejor del pensamiento humano. Federico García Lorca decía que todo artista lo es”. ¿Cómo así fue el surgimiento de este libro y qué repercusiones puede haber tenido ya en un país que usted mismo ha calificado -en Galería de espejos- como conservador, todavía?
Es un libro que tiene un grado alto, singular y delicioso -para los autores- de provocación. Ese fue un libro publicado, precisamente, en uno de los dos periodos presidenciales más nefastos y derechistas que ha tenido el país, que fue uno de los gobiernos de Álvaro Uribe -a mi manera de entender, desastroso-. Que produjo, también, una gran conservadurización del país y unos reacomodos políticos que me parecen absolutamente nefastos y retardatarios. Aparte de eso, fue un gobierno que hizo una contrarreforma agraria sin que hubiera una reforma, se adueñaron de tierras, se fomentaron ilegalmente los desplazamientos. (Apareció) una figura grotesca que se llama “falsos positivos”, que era simular matar guerrilleros que eran, en realidad, campesinos. Que nace casi en contravía de los pases hipnóticos, mediáticos, alrededor de ese Gobierno. Por una parte, eso. Por otra parte, porque permitió -como hablábamos antes, a propósito de María Mercedes Carranza- poner, desde un diccionario, en tela de juicio los significados de muchas palabras, para mostrarlos por el otro lado del catalejo. Cosa que ha hecho mucho el pensamiento estético del anarquismo. Si uno hace una filmografía privativamente del cine anarquista, encuentra hechos estéticos extraordinarios, además de hechos políticos. Si lo hace desde la poesía, también. Y desde la crítica de arte. Críticos como Herbert Read, por ejemplo. En novelas de espíritu anarquista como Farenheit 451 de Bradbury o como las novelas de (H.G.) Wells que anuncian el excesivo control del individuo, realmente, dan para mucho. Kafka tuvo vínculos, también, con los anarquistas. Y por no hablar de las gestas heroicas en la España de la Guerra Civil. El libro está divido en dos partes. Unas definiciones -algunas tomadas de textos anarquistas- de ideólogos de los movimientos anarquistas; pero, fundamentalmente, de poetas, pintores y músicos de los siglos XVIII, XIX y XX. La segunda parte son biografías de anarquistas. Está la biografía, por ejemplo, de Henry David Thoreau. Su libro maravilloso Del deber de la desobediencia civil (Civil Disobedience, 1849), que tiene entronques con el anarquismo pacifista de Gandhi. Inclusive, con el de Mandela.

Que ha sido, quizá, el único anarquismo exitoso.
Sí. El único anarquista exitoso -decía un teórico- ha sido Cristo. Llevamos más de veinte siglos… El único anarquista que ha triunfado ha sido Cristo. Verdaderamente, si te pones a pensar, era un pensamiento absolutamente libertario. Pero ahí aparece, por ejemplo, pintores como (Camille) Pissarro, músicos, intelectuales y novelistas como Boris Vian. Por supuesto, Jean Arthur Rimbaud, que estuvo en La Comuna (de París, en 1871) y que su pensamiento era absolutamente libertario. Alguien que dice: Patronos y obreros, todos plebe, innobles. Vale tanto la mano que cultiva como la que escribe. Por supuesto, un sinnúmero de pensadores anarquistas, como (Manuel) González Prada, Rafael Barrett, que hace un libro maravilloso sobre el Paraguay. Él era español, pero nacionalizado en Paraguay. El dolor paraguayo (1911), que es un libro extraordinario. Y muchos escritores, pensadores, músicos de rock. Pequeñas biografías para mostrar cómo, en Colombia, la izquierda nuestra ha sido muy dogmática. Porque no hubo un movimiento anarquista como en Argentina, como lo hubo en algunos episodios de la vida peruana, como lo hubo en México con los hermanos Flores Magón (considerados precursores de la Revolución Mexicana), que anticipan la revolución zapatista. Esa palabra que, a veces, parece terrorífica o terrorista, lo que ha producido es un santoral de gente realmente maravillosa.

Y que son un contrapeso necesario a la idea dominante de la derecha, que tiene muchos grupos económicos y políticos en el mundo.
Claro. Así es. Uno lee sobre el anarquismo -sin el prejuicio, las condenas y la satanización que han hecho de él, tanto la derecha como la izquierda- y encuentra un pensamiento absolutamente libre.

Y hay una figura que a usted le llamaba cada vez más la atención, que era Louise Michel.
Sí.

Que era escritora, poetisa y educadora. Que fue la primera en enarbolar la bandera negra. Que, bajo su impulso, se convertirá en el símbolo del movimiento anarquista.
¡Cómo no! Sí. Louise Michel es un personaje maravilloso de las luchas revolucionarias en el mundo. En cierta forma, ella era como el Jean Arthur Rimbaud del lado femenino. Hizo luchas incansables por la dignificación de las mujeres presas, de las prostitutas, con un sentido que avasalla todos los movimientos feministas. Louise Michel es un personaje extraordinario.

Del siglo XIX, sobre todo.
Siglo XIX. Una gran escritora, una gran apasionada de la escritura. Que nos enseñó cómo con la misma madera se hacen toneles y cadalsos. Que nos enseñó cómo mirar de una manera libre, tanto a la mujer como a las clases obreras. Es un personaje singular y muy bello Louise Michel.

La pregunta evidente: ¿Juan Manuel Roca es anarquista?
Yo les digo a mis amigos que, cuando sea grande, quisiera ser anarquista. Siento tanto respeto por el anarquismo que no soy capaz de decir que yo sea anarquista, porque no tengo la consagración por los demás que tiene un anarquista. Intento, de alguna manera, ser libre. Intento ejercer, de una manera no partidista, mi crítica desde un ámbito de la izquierda. Pero decir que sea anarquista me resulta difícil, porque tengo un gran respeto por los grandes anarquistas: por Buenaventura Durruti, (Mijaíl) Bakunin, como para yo comparármeles. Quizá podría ser un anarcólogo o un intento de estudioso del anarquismo. Aunque mi compañero del libro, Iván Darío Álvarez, sí podría ser un anarcólogo, porque conoce todos los movimientos, los lineamientos diversos de muchos órdenes -porque no hay un solo anarquismo-, de una manera más profunda que yo. En Colombia, hay una palabra para los viejos, que es “cucho”.

¿“Cucho”?
Un “cucho” es un viejito. Yo diría que soy un “anarcucho”.

Ja, ja, ja…
Un viejito con ganas de ser anarquista, ja, ja, ja…

En todo caso, usted es un izquierdista progresista.
Sí. Yo, de todas maneras, no puedo ver el mundo serenamente. Y más en el agobio que vivimos, con las clases políticas que tenemos, con una derechización internacional, con un apabullamiento de las viejas conquistas. Por supuesto que lo hago desde un ámbito que no es otro que el de la izquierda.

Y, además, viene de un polo cultural de Colombia, que no es Bogotá sino Medellín. De donde, también, han salido otros grandes, como Botero.
Claro. Antioquia ha producido gente maravillosa, como Baldomero Sanín Cano, Luis Tejada, Ricardo Rendón, Porfirio Barba Jacob, Carlos Correa -un gran pintor-. Filósofos como Fernando González, que pertenecen a una Antioquia vencida por el camandulero actual: los prelados, la curia, hasta llegar a Álvaro Uribe.

A Álvaro Uribe no lo quieren mucho en su país, a pesar de que la imagen internacional de Uribe sigue siendo positiva por el tema político, el manejo de las FARC. A pesar de todos los problemas que hubo de corrupción. Internacionalmente, a nivel político, Uribe tiene una imagen medianamente positiva.
Yo creo que está muy escindida esa imagen. Que la cosa mediática que funcionó en favor de este señor, de pronto, haya creado confusiones internacionales; pero el desprestigio internacional de Uribe es muy grande, también.


Los niños: los más agudos críticos literarios

Cambiando radicalmente de tema: alguien que es un anarcólogo como usted y que ha publicado una poesía tan maravillosa, ahora está escribiendo para niños: Genaro Manoblanca, fabricante de marimbas (2013). Usted ha comentado que le permitió “hacer una metáfora a partir de un músico que fabrica marimbas de chonta del Pacífico, en medio de la guerra”. Y que trataba de “cómo la música nos saca del infierno”.
Sí. Es un cuento que yo no creo que sea privativamente para niños, pero que ha sido muy bien recibido, precisamente, por los peores y más agudos críticos que hay en la humanidad, que son los niños. Porque no simulan cultura, no simulan sensibilidad sino que son.

Les gusta o no les gusta.
(Asiente con la cabeza) Les gusta o no les gusta. Ha sido una prueba de fuego, pero sé que, también, los adultos lo han gozado. Y, realmente, sí es una metáfora sobre eso: de cómo el arte nos ayuda a salir del infierno cotidiano. El arte no es una vía de escape, no es un escapismo, es la confrontación con las esencias -del ser humano- más valiosas. Y por esa vía yo sé que, por ejemplo, en mi región, en Medellín, se ha creado una red de músicos en los barrios populares -de música clásica-. Y yo sé que el acto de paz más significativo, más allá de los alardes que puedan hacer los gobiernos, está en esa creación de bandas musicales. Quien coge un clarinete, difícilmente coge una metralleta. Es, un poco, una metáfora sobre eso.

Ojalá fuera así siempre.
Ojalá fuera así siempre.


Su amistad con Antonio Cisneros, el “tsunami de alegrías”

En el terreno poético, usted tiene cercanía con nuestro país. Escribió sobre Antonio Cisneros Animalario de Antonio Cisneros, que era el prólogo que hizo para una antología realizada por José Ángel Leyva, A cada quien su animal (2008), sobre Cisneros. Y mencionaba que Cisneros “posee la salud del lenguaje y la salud del que duda (…)”, “Antonio Cisneros, (…) uno de los más notables poetas vivos del continente, un continente al que, sin duda, le iba mejor cuando el mundo era plano”. ¿Cómo fue su relación con Cisneros?
Fue una relación muy fraterna y parecía ese tipo de hermanos que tenemos antes de conocerlos. Yo lo conocía por su poesía desde la época en que publicó Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), que fue un campanazo para la poesía latinoamericana, una vuelta de tuerca. Premio de Casa de las Américas, en Cuba. A partir de ahí yo lo sentía parte fundamental de esa familia electiva, que es la familia que uno elige y no la que se le impone. Que siempre es mejor que la que se le impone por vía sanguínea.

Por lo general.
Por lo general, es así, es mejor. Por lo menos, yo me entiendo mejor con él que con toda mi familia. Cuando lo conocí ya personalmente, a mediados de los noventas, la empatía fue muy grande, porque venía del conocimiento de la persona por el conocimiento de su poesía, (algo) que me parece tan significativo, tan importante. Y, a partir de ahí, cada encuentro con Antonio, que fueron muchos -en México varias veces, en Venezuela, Colombia, Chile, Argentina, Perú-, siempre era una fiesta del lenguaje, del humor, de la vitalidad, de la fraternidad y una explosión de alegría. Antonio era como un tsunami de alegrías.

Era muy divertido.
Un hombre muy divertido, muy gracioso.

Raúl Zurita -que, también, ha sido gran amigo de Antonio Cisneros- me comentaba esta misma admiración, esta misma empatía que tenía hacia él. A veces, resulta difícil, porque los poetas o los narradores se ven con cierto celo.
Sí.

Pero entre usted, Zurita, Cisneros, había empatía. Ojalá fuera así siempre.
Claro. En general, los poetas y los narradores, con sus contemporáneos… Inclusive, hay quien dice que no se leen sino que se espían.

Excelente definición.
A ver qué está haciendo este, a ver qué está haciendo el otro. Pero no por el placer. Hay un “pirañeo” intelectual, un cierto canibalismo y una voracidad que, a veces, es vital, pero que, generalmente, es negativa.

La generosidad intelectual le cuesta a muchísima gente.
Sí.

Vargas Llosa y Carlos Fuentes han hecho tanto generoso elogio de muchos de sus contemporáneos y de gente más joven.
Sí.

No se ve eso mucho en críticos, académicos o escritores (contemporáneos) de menos edad. Y uno dice: “¿Dónde están los nuevos Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa que pueden promover carreras?”.
Sí. Yo creo que se ha constreñido mucho -en la misma medida en que se ha envilecido un poco- el oficio de escritor: hay que ser complacientes con los sellos editoriales. Entonces, se ha vuelto una competencia, una carrera de relevos. Todos quieren estar en la carrera. En esa medida -aunque hay casos maravillosos de generosidad, en la idea de ser pródigos con lo que hacen los otros-, lo dominante es que eso no aparece muy a menudo. Y es una pena, porque ¡qué mejor que festejar las cosas que valen la pena ser festejadas! Así como, muchas veces, se elogia cosas que no tienen mucho valor por amiguismo, se ocultan otras por “enemiguismo”. Que quizá sea peor que el amiguismo. Antonio Cisneros y otros poetas de mi generación -y de una anterior a la mía- tenían la posibilidad y el deseo de señalar, generosamente, lo que iba teniendo ocurrencia y no pensando que solo vale la pena lo que uno hace. Lo que hacen los demás hay que reconocerlo y celebrarlo. Por supuesto que mi vínculo con Antonio, también, viene de una importancia que yo le doy a la poesía peruana: me ha dado muchos momentos de compañía. La poesía, fundamentalmente, es una compañía.


Perú: el país de la poesía


¿También pudo conocer a Blanca Varela?
¡Cómo no! Entonces, (la poesía) es una compañía y una prótesis para andar por el mundo. Perú me la ha dado de manera fulgurante, con poetas como Eielson, César Vallejo -que, para mí, es el más grande poeta de la lengua-, Westphalen, Eguren, Sologuren, hasta llegar a la que mencionas, Blanca Varela, que me parece una poesía realmente extraordinaria, notable. Pero eso todo, también, atravesado por la presencia de un narrador que -junto con Juan Rulfo, el mexicano, son los dos narradores del continente que más aprecio- es José María Arguedas. Yo creo que un país que ha producido a Eguren, Sologuren, Eielson, Vallejo, Blanca Varela, Westphalen, César Moro, Antonio Cisneros, José Watanabe y algunos otros que se me escapan (Roca se queda pensativo)… Esto del listado, uno, lamentablemente, los hace y después queda con vergüenza de que se le han olvidado, quizá, algunos que podrían ser más importantes. Para mí, el Perú, en nuestra lengua, es el país de la poesía. Y no lo digo porque esté aquí sino que lo siento sinceramente. Y todo eso adosado a la figura pictórica -me interesa muchísimo la pintura- más importante dentro del ámbito latinoamericano, que es Fernando de Szyszlo. Yo creo que el Perú es una cantera inagotable de percepciones estéticas.

¿Y, también, supongo, le gustará la pintura de Tilsa Tsuchiya?
No he tenido oportunidad. Que sea una oportunidad. Ahora, registraré su nombre y buscaré.

Tiene mucho sentido poético. La pintura de Tilsa Tsuchiya le gustaría. Ella esconde mucho misterio, pero dice mucho. Es mágica.
Voy a buscar. ¡Qué bien!


“Yo quería ser César Vallejo”

Ciudadano de la noche, del año 1989: el segundo poema de ese poemario, César Vallejo invita a una cena, (tiene) muchas referencias a poemas de él.
Sí.

César Vallejo / invita a sus amigos a una cena. / Se pide ser puntual, traer pan y no usar collares / de granizo. / Hay suficiente frío en la alacena. / La voz anuncia que empieza a caer en París / un aguacero. / No le importe venir: / Los pronósticos del tiempo / No son los de la muerte (…). Es un elogio a César Vallejo, es un reconocimiento, es una hermandad de alma la que usted siente por él.
Sí, realmente. Yo no le encuentro una sola fisura o algo que me desaliente a volver a leer a Vallejo. Lo he leído a lo largo de toda mi vida. El primer libro de poemas que no publiqué, que fue anterior a mi primer libro Memoria del agua, no lo publiqué porque era excesiva la influencia de César Vallejo.

¿También lo rompió?
Sí. También lo rompí. Siendo muy joven, yo quería ser César Vallejo. Y un día me miré al espejo: “No soy cholo, no tengo la mirada melancólica de Vallejo…

Ni la frente amplia.
…ni la frente amplia ni la profundidad de sus imágenes ni su belleza formal ni su belleza ética”. Y, entonces, dije: “No, pues, si ya existió César Vallejo, me va a tocar conformarme con ser Juan Manuel Roca”.

Que no es poco.
Muchas gracias.

Quiero agradecerle infinitamente la entrevista. Ha sido una clase magistral. Yo sé que no le gustan los aplausos, pero ha sido un honor para mí.
Yo lo siento de tu parte muy sinceramente y me alegra mucho. Y me quedo muy contento, porque me “jalaste la lengua” de decir cosas que habitualmente no digo.

Es bueno “jalarle la lengua” a gente valiosa como usted.
Muchas gracias.

Muchas gracias.


domingo, 2 de febrero de 2014

Julio del Valle




“Yo creo en la inspiración, pero hay que alimentarla con un fuego”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Julio del Valle Ballón (Lima, 1967) busca incesantemente la profundidad en las palabras, indaga en su poder oculto. Y es poeta, filósofo y catedrático -desde hace muchos años- de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Filosofía Antigua, Filosofía del Arte e Investigación Académica son algunos de los cursos que allí ha dictado. Ha sido docente, también, en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Universidad de Lima, Universidad Peruana Cayetano Heredia y Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. De carácter reservado, inteligente y sensible, es autor de los estupendos poemarios Callado Cielo (1994, elogiado por Blanca Varela) y El instinto de la memoria (2008), los cuales fueron bien recibidos por la crítica literaria en su momento. Siempre le ha interesado “la parte reflexiva de la poesía”, como él dice. Algo que es muy evidente en sus trabajados versos. Y se define a sí mismo como “un poeta que intenta una poesía distinta”. Sus poemas aparecieron en diversas antologías durante los años noventa y en El Comercio, El Peruano, Socialismo y Participación, Lienzo, Portafolio y Boletín Quilca. Además, ha publicado artículos de filosofía, mayormente referidos a estética y poesía.

En Alemania fue docente de la Universidad de Heidelberg y la Universidad Técnica de Ludwigshafen. Tuvo la Beca DAAD entre 1999 y 2003, así como la Beca ICALA 2003-2004. Del Valle es doctor en Filosofía del arte y estética por la Ruprecht-Karls Universitat, de Heidelberg, en Alemania. Su tesis trató sobre la determinación de los conceptos de arte y genio en la filosofía de Immanuel Kant. Sus temas de estudio en filosofía han estado ligados con el arte y la concepción de la productividad artística. En la maestría de Germanística trabajó la obra de dos notables autores alemanes: el poeta Friedrich Hölderlin y el dramaturgo Georg Büchner. Actualmente, nuestro entrevistado es director del Instituto de Docencia Universitaria (IDU) de la PUCP. Allí, también, fue director de estudios de la Facultad de Estudios Generales Letras. Asimismo, dirigió la Colección Underwood entre 2007 y 2010, en la cual se publicó textos de muchos de nuestros mejores narradores y poetas en preciosos libros-objeto.

En la siguiente entrevista -realizada en octubre de 2013- dialogamos con Del Valle sobre literatura, arte, caligrafía china, los conflictos actuales entre escritores nacionales, el individualismo, las nuevas tecnologías -que alejan a la gente, paradójicamente- y el significado esencial de la felicidad en el posmoderno siglo XXI -aspirar a una vida que valga la pena-. Por el lado literario, Blanca Varela, Antonio Cisneros, Emilio Adolfo Westphalen, Rossella Di Paolo, Thomas Stearns Eliot, Saint-John Perse, Ezra Pound y Arthur Rimbaud fueron algunos de los grandes poetas mencionados. Y, por el lado filosófico y artístico, Yves Michaud, Gianni Vattimo, Gilles Lipovetsky, Fernando Savater y Marcel Duchamp han sido los referentes analizados. Muchos conceptos valiosos y preguntas profundas quedarán en los lectores tras adentrarse en las importantes reflexiones del bardo Del Valle.

Muchas gracias por la oportunidad. Quería empezar con su primer poemario, Callado Cielo. Fue una grata revelación, para mí. Muchos poemas (son) muy potentes. Eso me gustó muchísimo. Por ejemplo, Jardín, un poema corto, pero muy conciso, muy sólido: Callado, apenas haciendo alarde, el musgo / crece y cubre la tierra. / Descubierta en sus rasgos más íntimos / la rosa perpetua gusta engañarnos. / El tallo y la tierra: / lo que se esconde y lo que se muestra. / Si entramos en muchos detalles / dejamos de vivir tranquilos. Es muy sabio su final. Y tiene muchos finales así (en el poemario), con sabiduría, hasta cierto punto, oriental.
Sí. Allí hay varias cosas que sería pertinente comentar. La primera es que he estudiado filosofía, no he estudiado literatura. Acá, en la Católica, no estudié literatura, estudié filosofía. Y cuando publiqué ese libro estaba, todavía, en la maestría en filosofía. Pero yo entré a filosofía porque quería escribir mejores poemas. Puede parecer un poco extraño, pero siempre me ha importado la parte reflexiva de la poesía. Es una de las constantes de todo lo que hago.

Es evidente en sus textos.
Y, también, lo encuentras en la solapa. Ahí está mi leitmotiv, la pulsión interna para dedicarme a escribir poesía: creer, tener la convicción de que la poesía no solamente es palabra sino, también, sabiduría. Y que invita a pensar. No solamente a comunicar algún sentimiento sino, también, a pensar. Creo, firmemente, en una reflexividad poética. Creo, completamente, que hay un acto de saber en la poesía, que puede ser transmitido. Y transmitido poéticamente. Es algo que, probablemente, me venga del cariño y la pasión que tengo por la literatura griega antigua.

En ese punto usted se distancia notoriamente del tipo de poesía que se hace ahora, que es mucho más confesional, mucho más anecdótica.
Sí. En esa época, además, era yo era mucho más militante, como persona, con las convicciones poéticas que tenía. Me peleaba más. Y una de las cosas que digo ahí, en la solapa, es que este libro pretende ser una manera de presentar lo poético distinta al tono de moda de entonces -(año) 94-, que era una poesía más confesional, más expresiva en los sentimientos, más de un yo que cuenta su pesar y su enfrentamiento con la realidad, su vulnerabilidad en relación con sus relaciones amorosas, sociales. En buena cuenta -algunos decían en esa época-, “un yo más vomitivo”. Y, frente a esa poesía confesional, que tiene magníficos poemas, lo mío era algo distinto.

Una pequeña isla.
No me gusta la palabra “isla”, porque connota aislamiento. Y nunca he pretendido escribir para que no me entiendan. Siempre he pretendido escribir para que me entiendan. Me gustaría, en todo caso, construir archipiélagos. Que del libro -visto como una isla-, se puedan constituir otros cercanos con los mismos intereses. Para mí, ha sido eso siempre una cosa complicada, porque como estudiaba filosofía y, en ese entonces, sí estaba activo dentro del movimiento poético -hay poemas míos en antologías de esa época. No soy ajeno al reconocimiento, afortunadamente, de mi poesía-, me veían y me etiquetaban muy rápido como un poeta filósofo. Y siempre he rehuido, en realidad, a esa etiqueta, porque no es filosofía, es poesía. Solamente que es poesía con una atmósfera reflexiva, con imágenes que te inviten, que te seduzcan para pensar.

En ese punto, el adjetivo, si bien no le gusta tanto, es halagador. Porque, dentro de esta -que usted acaba de mencionar- poesía confesional, a veces, muy trivial de los noventa -y que se prolonga hasta ahora-, usted sí se plantea reflexionar. Como sí se hacía antes, en la poesía antigua.
O como se hace, todavía, en la poesía del siglo XX. Por ejemplo, mi referente es la poesía del siglo XX con esta carga de poesía más reflexiva, con una mirada lúcida y crítica de la sociedad y de la historia de su tiempo. Por ejemplo, (Thomas Stearns) Eliot, probablemente, sea la influencia más grande que he tenido. En Eliot, tú ves eso: una mente pensando poéticamente. Y eso me seduce completamente. Ahora, lo de la isla: siempre he tratado de luchar contra la idea de que no soy un filósofo metido en poesía sino un poeta que intenta una poesía distinta. En filosofía me sucedía lo mismo: me veían como poeta. Es como si costara, en realidad, aceptar que uno puede ser, según determinados momentos, personas expresivas distintas. Y siempre me ha costado ser visto como una isla, como alguien aislado, alguien ajeno. Siempre he buscado, más bien, integrar y convocar. Hay un poema en el segundo libro (El instinto de la memoria) que tiene un epígrafe de John Donne, que dice No man is an island: “Ningún hombre es una isla”.

Sí. Pero el hecho de que usted haya estado luchando contra que lo etiqueten, de un lado o del otro, habla, más que nada, de cómo funciona la sociedad.
Sí.

A la sociedad le encanta etiquetar rápidamente. Usted tiene que ser o A o B porque si no, no está en ningún lado. Entonces, eso es un problema, en general, de la sociedad: las etiquetas.
Soy muy sensible a eso y reacciono siempre mucho. Porque, por ejemplo, otra etiqueta es: estamos ahora conversando en una oficina, en un instituto de la universidad, y eso, también, choca un poco con la imagen del poeta. Es decir, tengo un trabajo, en este momento, vinculado con la calidad de las buenas prácticas docentes en una universidad. ¿Dónde está el poeta?

Claro. La gente quiere el poeta maldito.
(Asiente con la cabeza) La gente quiere el poeta maldito.

Bohemio, borracho.
No, tengo una linda familia, ja, ja, ja…

Demasiado perfecto.
No sé si demasiado perfecto, pero como que no encajo en el estereotipo del poeta maldito. Y, la verdad, no me importa, no me llama la atención.

Por ejemplo, en un caso como el suyo, podríamos mencionar a Juan Manuel Roca, en Colombia. También es un catedrático, grandísimo poeta y tiene una vida ordenada.
En algún momento, un poeta me dijo eso: “Tienes una vida demasiado ordenada”, ja, ja, ja…

Como que rompe con este mito que es el poeta, que le encanta a la gente elucubrar: “Cuando se emborrachó, ¿con quién estuvo?”, “A (Antonio) Cisneros lo vimos borracho, en Chile, diciendo sus poemas”. Y a la gente le gusta eso.
A mí me revienta.

Ver al bufón y no al artista.
Sí. A mí me revienta eso: el poeta como espectáculo público. No digo que no lo haga, ¿pero reducirlo a eso? Me revienta. Y soy muy sensible a la pose, además. En el primer poemario, donde era más militante y me enfrentaba con más facilidad a la gente, hay un conjunto de epigramas que están dedicados siempre a personas, y hay uno dedicado a una persona de entonces, con pose de poeta. Y se lo dije en público, en un recital. Ya no lo haría, pero para que veas.

Ya no son amigos.
No. Y, en ese recital, él me leyó un poema donde -pareces pitoniso tú- comenzaba diciendo: “No soy tu amigo”, ja, ja, ja…

Ja, ja… Fue una respuesta rápida.
Sí.

Sus referencias en el primer poemario son varias. (Una es) Emilio Adolfo Westphalen. Sí. Lo admiro. Por él entré a la poesía con pasión.

Este verso final de Yo creo que Westphalen ríe lento: “Westphalen será viejo pero anida en el árbol” es un homenaje hermoso hacia él.
Sí. Ese fue aquel poema que le gustó a Blanca Varela y que hizo que Blanca fuera tan generosa conmigo, con este primer libro. Ella lo recogió y lo difundió entre sus amistades, que eran los poetas más conocidos de entonces. Y fue por ella que este libro tuvo acogida en medios y una buena recepción.

¡Qué honor que Blanca Varela…!
¡Ah, sí! Para mí, un honor completo. Emilio Adolfo y Blanca han sido, para mí, dos referentes personales, humanos y poéticos, de primera línea. Les debo muchísimo.

Haberlos conocido, simplemente, ya es una dicha, un lujo.
No llegué a conocer a Emilio Adolfo Westphalen en persona. Sabía cómo estaba, gente que lo tenía a él más cerca me contaba. Pero a Blanca sí, a Blanca le debo mucho.

Es la más grande poeta…
Para mí, sí.

…del Perú.
Ella y después Rossella Di Paolo.

Es, además, inteligentísima Rossella.
Rossella es linda, tiene un alma enorme, es muy cálida. Sus dos primeros libros, para mí, entraron como una espada, directo al corazón.

Y, además, como crítica es brillante.
Es muy buena. Es lúcida, inteligente, sabe mucho.

Sí. He tenido la suerte de escucharla y me parece una maravilla.
Tienes que entrevistarla.

(Asiento con la cabeza). Otra de las cosas que me llamaba la atención, que usted ya ha mencionado: este cruce entre el filósofo y el poeta. Saint-John Perse, justo en el discurso de cuando gana en el año 60 el Premio Nobel de Literatura, menciona: “Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral metafísico, acude el poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera ‘hija del asombro’, según la expresión del filósofo antiguo, para quien la poesía fue asaz sospechosa”.
Completamente. Lo dice Saint-John Perse. Eso lo dijo 150 años antes que él Friedrich Hölderlin, que es otro de mis poetas favoritos.

Sobre el cual usted ha hecho una tesis.
Mi tesis de maestría. Darle el lugar a la poesía que, en algún momento, llegó a tener: una especie de fuente oracular de representación, comprensión del mundo y del ser humano. Eso se perdió con el tiempo. Y los románticos volvieron a tratar de meterla dentro del imaginario de Occidente. De ahí en adelante, con sus altas y bajas, aparece y desaparece esta figura del poeta que no solamente cuenta sino, hasta cierto punto, educa, forma la mente, el corazón.

Además que, en ese mismo discurso, Saint-John Perse decía: “Pero más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas: porque es parte irreductible del hombre”.
Sí. Es un momento donde la palabra encuentra su plenitud.

Es un discurso tan brillante…
Sí. Perse es genial.

Por otra parte, quería preguntarle a usted, como poeta, si ha sentido esto que voy a leer, que lo ha dicho Ezra Pound en una entrevista que se le hizo en 1963: “Toda mi vida creí que sabía algo. Después llegó un día extraño y me di cuenta de que no sabía nada. Y las palabras se han vaciado de sentido”.
Fuerte. ¿En el 63 lo dijo?

(Asiento con la cabeza).
Él tuvo una participación altamente criticable a favor de Mussolini en el partido fascista en Italia y sus arengas en la Segunda Guerra Mundial a favor del eje y en contra de aquellos que estaban en contra fueron muy desafortunadas. Creía en eso, pero se equivocó.

Borges apoyaba a Pinochet, también.
La política… Fue muy desafortunado, en el sentido pleno del término. No solamente inapropiado sino desafortunado: sin fortuna. Y pasó tiempos muy duros, después de la rendición de Italia y Alemania. Estuvo encerrado en una jaula, a la intemperie, en un campo de concentración para prisioneros y después fue condenado a muerte. La pena fue conmutada y fue dejado en libertad, después de un tiempo. La herida que debe haber llevado en el alma debe haber sido muy honda.

Pero usted ha sentido -como él decía-, ha pensado, en algún momento, que se le podían perder las palabras. ¿Tiene ese temor?
Tengo miedo, sí. Tengo miedo de perder el fuego interno que me hace amar la poesía, la filosofía y la docencia. Tengo miedo de que pierda sentido todo eso y me quede sin palabras y sin ganas.

¿Tiene una rutina usted para escribir o lo hace esporádicamente -cuando vienen las musas o el duende, como dicen algunos escritores-?
Yo creo en la inspiración, pero hay que alimentarla con un fuego. El fuego no prende solo. El fuego necesita una situación donde pueda prender y, para mí, eso es la inspiración. Yo, más bien, te diría que tengo momentos. Hay momentos donde hay necesidad de expresarme poéticamente. Siempre llevo, por ejemplo, este cuadernito (me enseña uno). Este es mi cuadernito donde voy apuntando las cosas que van saliendo.

(Observo la imagen en la portada de su cuaderno) ¿Es el mundo antes de Colón? ¿O es Perú antes de la conquista?
No, es Perú. El imaginario del Perú antes de la conquista, sí.

(Veo algunas páginas) Escribe con lápiz.
Sí, con lápiz. Me encanta la textura del lápiz. Y, además, sobre unas hojas que son especiales. Ve. Me encanta sentir la textura del papel, la textura del lápiz, cómo la palabra se va creando, se va deslizando. Eso es lo que me gusta de la caligrafía, por ejemplo. Me parece impresionante y tengo una devoción por la caligrafía china. Si puedes mirar, por ejemplo, el ideograma chino para escritura, es una danza. Es la danza del sentimiento, la danza del pensamiento. Y me parece que es nítido, es tal cual.

En las películas se ve que parece un ritual cuando están (escribiendo los chinos)…
Es un ritual. No es un acto mecánico, es algo que brota del alma. La palabra viene de adentro, tienes que saber sacarla, saber hacerla fluir, como si fuera una fuente de la cual sale agua. La escritura sería el agua, la fuente es tu interior.

¿Usted, también, escribe en chino?
No. Pero me encantaría aprender caligrafía. Me encantaría tener esa fluidez con el brazo al momento de dibujar palabras.

Debe ser un arte total.
Sí. Te contaba que (la poesía) me viene no por inspiración sino que hay momentos donde tengo una necesidad más imperiosa de escribir y en esos momentos soy más constante con la escritura. Y hay momentos donde la rutina del mundo te aísla un poco.

Te consume totalmente.
Por completo, sí. La familia, las deudas o, en la oficina, la responsabilidad de llevar adelante un instituto.


El instinto de la memoria: el pasado histórico y poético

El instinto de la memoria me parece, también por un tema de años, mucho más potente que el (poemario) anterior, Callado Cielo.
Son bien distintos.

Versos mucho más largos hay ahí. 

Sí. El tercero que viene va a ser distinto. Ya está comenzando a salir un poquito.

¿Para este año?
No. Esto (coge su primer poemario) fue el 94, esto (señala su segundo poemario) fue el 2008. Así que el tercero, todavía.

Está en proceso. Hay tres secciones bien marcadas en su poemario y, al final, tres poemas sueltos. Esta parte inicial de la (sección) Historia es buena, porque es una especie de análisis poético de la historia y de lo que usted piensa, mezclándolo con literatura. 

(Asiente con la cabeza).

Otra diferencia con su poemario anterior es que no tienen título (la mayoría de poemas).
Ese libro sale de un poema del libro anterior: El ángel y la historia.

Me gustaría citarlo como título, pero (este poema no lo tiene). De la página 23, dice: La historia, sin embargo olvida las arrugas y el pelo cano / De Odiseo, el astuto. / Nada dice tampoco de la piel y del cabello de Penélope, la siempre bella, / La esposa que durante veinte años ató y desató corazones / Como una tenaz hilandera. Una parca mortal… Tiene partes que me gustan mucho. Al final, dice: Muy pocos querrán leer esta historia. / Repara en el silencio de todos estos personajes idos / Y mira tus manos llenas de vida. / Vida. Me genera una reflexión este texto, porque hay una crítica muy clara a la belleza femenina y la masculina. Cada uno entiende, también, un poema distinto.
(Asiente con la cabeza).

Que la belleza masculina y femenina, sobre todo de los jóvenes, está sobrevalorada. Y los personajes literarios eran más memorables mientras más jóvenes y hermosos eran. Yo entendí esto. Aparte de varias cosas que podría destacar en este poema de la página 23.
No había pensado exactamente lo que has pensado y eso es lo fascinante que tiene la palabra poética. Esa es una parte, para mí, muy importante del poema, y cuando estoy en alguna lectura de poemas, leo normalmente esa parte. Me halaga que te hayas concentrado justamente en esa parte de ese largo poema, porque es la parte que me parece sustantiva. Tiene que ver con la historia, cómo la historia se cuenta. En eso estaba concentrada mi cabeza y mi corazón al momento de escribir ese poema. Porque la historia no es un recuento neutro de hechos. Los hechos del pasado son innumerables y de esos hechos tú retienes algunos, no todos. Y los que retienes, los retienes desde un presente que mira hacia el pasado. Entonces, la historia es siempre una construcción. Y ahí estoy contando una historia distinta. La historia cuenta la odisea, rescata la figura del héroe que regresa. Siempre me pareció estupendamente sugerente la figura del perro. Nadie cuenta la historia del perro. Es, ciertamente, una metáfora. Es decir, dónde se concentra el lente de la historia. La lupa de la historia se concentra en los personajes poderosos y olvida los que no están en primera línea de reflectores. Y ese perro es el que estuvo esperándolo veinte años, alegóricamente. Un largo tiempo, en todo caso. Pacientemente. Y lo reconoce (a Odiseo). Pero la historia habla de Penélope, no del perro. La historia no cuenta los pretendientes que mató Odiseo. No es que llega y se arregla la historia. Odiseo llega y hace una matanza, pero la historia no pone el lente en la matanza de Odiseo sino en la recuperación del trono y su esposa. Y eso es lo que me gusta enfocar desde la poesía: cómo puede colocar el lente donde la historia no colocó el lente y, por tanto, hacerte pensar desde la poesía respecto a la condición histórica de la humanidad, las características de esta condición histórica.

Justamente, Emilio Adolfo Westphalen mencionaba que “lo único que diferencia al poeta de los demás es que tiene la capacidad de estar atento a cosas que ocurren en el fondo de uno mismo”.
Sí. Genial. Me identifico completamente. Porque hay un asunto con la literatura que es, para mí, fascinante, y es mi motor de vínculo con la poesía: te conecta con el mundo a través de la sensibilidad. Y la sensibilidad siempre particular. La sensibilidad, en tanto particular, está siempre abierta a los detalles. Y desde una mirada funcional, instrumental o meramente conceptual que tienes del mundo, los detalles nunca aparecen. Un concepto es siempre algo universal. Un objeto instrumental es un medio para otra cosa, cumple una función. Pero la sensibilidad te conecta con las cosas particulares. Y la poesía, el arte, en general, es aquella herramienta que tienes tú para que la persona a la que está dirigido pueda conectarse con el mundo de una manera más particular, sin pensar en qué sentido, qué función tiene el mundo para él o ella, sino que está en el mundo y tiene un presente.

Hay otra parte del poemario, Heidelberg, que seguro es su…
Sí. Mi paso en Alemania.

…paso en Alemania. Y de este poema, Estación Central (en la página 45), me gustó mucho la parte final, que dice: Debo prevenir: Sólo a veces soy poeta y soy / Una fría bestia sensible / El olvido cotidiano es implacable. Nada / Sino costumbre es el calor, el aliento, el tacto, / La voz. Las palabras flotan en otoño / Como mansas hojas rojas y en invierno todo es recuerdo. Me hizo reflexionar que todo lo humano, al final, siempre está bajo el signo de la costumbre.
Bajo el signo de la costumbre, bajo el signo de la proyección que le quieres dar a tu vida. Es decir, la función que crees que tiene tu vida para conseguir fines. Y te olvidas de tu presente cotidiano. De tu presente, en general. Te olvidas de que tu cuerpo para caminar se asienta en articulaciones, que necesitas tus músculos, que necesitas tu estómago, tu hígado. Porque los ves solamente cuando te duelen y no a lo largo de todos los días. Todos los días están contigo, haciéndote posible las cosas que haces. Y eso permitía el invierno en Alemania: esa contemplativa melancolía.

La segunda página del poema dice: Hoy, digo, es un día para rumiar, / Y escribir versos; / Para recordar la presencia, / Para aligerar la distancia. / Eso es, / Nada más. Al final, la vida es un rumiar. Simplemente, rumiamos un rato. Podría ser así.
Yo creo, más bien, que rumiamos poco, porque estamos concentrados en alcanzar cosas. Nos detenemos poco. Me gusta esa posibilidad que te da el arte, en general: de que puedas detenerte, a veces, en la vida, para simplemente vivir tu presente. Lo demás te lo impide. Yo estoy pensando cotidianamente en el bienestar, la felicidad de mi hijo, de mi familia, de mi esposa. En que el seguro se pague, que la hipoteca se pague. Que de acá a diez años podamos hacer x, y, z cosas, académicamente, en los cursos que voy a dictar, en las tareas que me impone mi responsabilidad en la universidad. Entonces, siempre estamos proyectando cumplir cosas. En ese sentido, meramente respiramos y nos proyectamos. Y siguiendo el uso que le has dado a la palabra: rumiamos poco. Porque rumiar implica detenerse. Rumiar es al animal como, quizás, reflexionar es al ser humano. Nos detenemos poco para sentir y pensar, reflexionar nuestro presente y contemplarlo, disfrutarlo, analizar, criticar.

También mencionar el rumiar como algo muy breve. Uno rumia: se pasó nuestra vida.
Ya ese es otro tema. Un tema muy cercano a mí: la fragilidad de la vida, el instante. Es un tema que está muy presente en la literatura griega que me gusta, en la tragedia griega. En la capacidad de enfocar nuestra mortalidad, que es poner atención sobre nuestro presente, nuestra temporalidad. Y eso he tratado de que esté presente en el segundo libro (El instinto de la memoria): tener muy en cuenta nuestra temporalidad y poner, por tanto, en cuestión nuestras grandes ambiciones como seres humanos para dominar todo, para predecir todo.

Sobre El instinto de la memoria: Una dulce manera de celebrar la finitud es el penúltimo poema. ¿Cómo cantar con voz nueva / Lo que desde siempre se ha cantado? / Sólo esperar una vez más / Una voz temperada y cruel, / El dulce vaivén de una campana / Sonando atroz / Entre la sangre y los nervios… ¿Cómo cantar con voz nueva lo que desde siempre se ha cantado? Ese es el reto permanente de la poesía.
Es el reto permanente: cómo decir algo nuevo cuando ya tanto se ha dicho. Por eso publico poco, porque no tengo afán de estar siempre diciendo cosas, porque no siempre creo que puedo decir cosas que valgan la pena. Cómo decir algo significativo cuando tantas cosas ya bellas, sabias y significativas se han dicho.

Blanca Varela, también, decía algo parecido.
Sí.

No publicaba mucho por un motivo semejante.
Quizá por eso congeniamos. Pero creo mucho en eso, Gianmarco. Es un asunto de humildad, también. Para qué hablar tanto cuando, a veces, callando puedes aprender tanto, también. Para qué mostrarte tanto cuando no necesitas mostrarte tanto. Y, por lo tanto, para qué publicar tanto cuando no todo lo que publiques puede ser significativo.

Quizá sea, también, que ahora los escritores y poetas -aunque en menor medida los poetas- son dominados por el mercado, que les exige publicar un determinado número de libros en un tiempo (programado).
No sabría cuánto seguirte en eso, porque cuando hablamos de mercado, obviamente, la literatura -la poesía dentro de la literatura- no entra en ninguna regla de mercado, porque no da beneficios económicos. El poeta no está tanto pensando en el rédito, en el retorno económico, sino que está pensando más en el orgullo, en la honra, en el reconocimiento.

En los laureles.
En los laureles, eso sí. Eso es más constante. Y eso hace, pues, que esté siempre muy activo en las disputas. Es un gremio, el de los poetas, donde hay mucha pelea, mucho conflicto por, a veces, tonterías.


Conflictos entre escritores peruanos

Son pleitos feos.
Son pleitos a muerte.

Ahora, con esto de los blogs y las páginas web, uno encuentra las peleas ahí, escritas (en Internet). Uno dice: “Pero, ¿para qué hacen esto? Al final, no es el motivo para (ser poetas o narradores)…”.
Algunos dicen cosas sensatas. A veces, con un poco de filo y de hígado. Yo, por ejemplo, confío mucho en el criterio de José Carlos Yrigoyen. Me parece que para leer poesía tiene muy buen ojo y es muy activo en las redes. No me brota con tanta tenacidad estar siempre constante opinando y discutiendo, pero aprecio a quien lo hace bien. A él, a Gustavo Faverón, por ejemplo. Lo hacen bien.

Además, hay que tener mucho hígado para aguantar tanta (pelea).
Sí. Yo creo que mi hígado está hipotecado a los problemas internos que pueda haber en una universidad como esta.

No sé por qué se complican la vida los narradores. Sobre todo narradores jóvenes. No voy a decir nombres, pero son terribles.
Es una comunidad de personas con egos muy grandes.

Parece que no tuvieran nada que hacer. En lugar de escribir una carta de cinco páginas de Word contra equis persona, deberían estar escribiendo poesía, narrativa.
Cada quien tiene sus propios demonios que conjurar.


Un oasis de magníficos libros-objeto

La Colección Underwood: me pareció tan bonito el proyecto. Duró de 2007 a 2010. Fueron veintiún ediciones.
Sí.

Publicó a Antonio Cisneros, Mario Bellatin, Carlos Calderón Fajardo, Mario Montalbetti, Carlos Yushimito -que usted me recomendó-.
Sí. Es muy bueno. Manuel Fernández, no te olvides. Acaba de sacar un libro fantástico.

Voy a leerlo. Inclusive, una revista cultural, Buensalvaje, ha recordado la aparición de Underwood. Hay un artículo ahí (en la primera edición, de setiembre-octubre de 2012, titulado A favor de los pequeños, de Alain Huaroto) que la ha recordado con cariño, pidiendo que ojalá vuelva la colección.
¡Qué buena noticia me das!

Si me podría comentar acerca de ese contacto con todos estos nombres tan importantes.
Para hablar de la Colección Underwood hay que hablar de dos momentos. En un primer momento, la colección estuvo a cargo de Ricardo Sumalavia, un gran amigo y estupendo narrador. Y cuando él se fue a hacer su doctorado en Francia, yo justo regresaba de hacer mi doctorado en Alemania y le dije a Ricardo: “Esto no puede simplemente quedarse”. Me pareció un proyecto para continuar. Y conseguí los fondos como para que fuera algo mucho más acabado y fuera como puedes ver en los ejemplares que están ahí (me señala uno de sus estantes). Cada ejemplar es como si fuera un objeto válido en tanto objeto. Es un libro-objeto: chiquito, formato bien cuidado, edición pulcra. Como proyecto la intención era, básicamente, tres cosas: una, calidad en los textos, ante todo. La consistencia, en los veintiún números, la recuerdo con mucho cariño porque es una consistencia vinculada con la calidad del texto. No cedimos en ningún momento a ningún tarjetazo, a ninguna recomendación, nada que no fuera la calidad del texto. No había casi presentaciones (públicas de los libros), no había casi notas de prensa, no se elevaba el nombre de la persona, porque lo que nos importaba -y me sigue importando- es que el texto valiera por sí mismo.

Y, además, era (algo) romántico, por el lado de que ni ustedes ni los autores ganaban dinero.
Nada. Cedían sus derechos gratuitamente. Y de los que estuvimos en el proyecto, en la segunda etapa -Mateo Millones, Joel Anicama, Antonio Tuya, y conmigo, los cuatro; yo era el responsable, pero con ellos se hizo el proyecto-, nadie cobró nada. Todo era por amor a la buena literatura.

Por amor al arte, como se dice.
Sí. Pero por amor al arte en el sentido coloquial y literal. En realidad, por amor. La palabra “amor” me parece que suena, quizás, muy cursi para muchos, pero es una palabra importantísima. Hay que tener amor por las cosas que uno hace. Y, en este caso, la Colección Underwood, durante el tiempo que estuvo, se hizo por amor a la buena literatura. Así de simple y así de complejo.

Sí. Parece una palabra simple, pero, en verdad, todas las cosas que están ligadas a la literatura, en países como el nuestro, donde no hay ni siquiera un retorno en el reconocimiento, es por amor puro…
Sí.

…a la literatura, como usted ha dicho.
Y no costaban los ejemplares, se repartían gratuitamente.

¿(Solamente) dentro de la Universidad Católica?
No. Teníamos puntos de recepción: La Casa Verde, El Virrey, San Marcos, la de Lima, la Villarreal, acá en la Universidad Católica, sin duda alguna, y en algunos puestos de librero. No te miento, Gianmarco: en cuarenta y ocho horas se acababa todo.

Me consta: yo no encontraba cuando buscaba (en mi época de alumno).
Apenas poníamos el cartel “Ya salió Underwood”, en cuarenta y ocho horas no quedaba uno solo de los que habíamos puesto a distribución.

Ojalá que, en algún momento, pueda volver a la vida el proyecto.
Sí. Lo tengo en la cabeza. Estoy descansando un poco. Porque fue un trabajo duro. Estar detrás de la edición de un texto no es un trabajo fácil.

Tiene que tratarlo como si fuera suyo.
O mejor que el mío, porque puedes tener algún tipo de concesión con lo tuyo, pero cuando estás dándole un retorno impreso a una persona que te ha cedido generosamente los derechos de su texto, tienes que hacerlo mejor. Y una de las cosas bonitas, por ejemplo, en los últimos meses de Antonio Cisneros, fue lo contento que él estaba con el texto suyo que publicamos. Tengo sus correos, las muestras de agradecimiento y de ternura que tenía él. Una de sus últimas alegrías fue que saliera la colección reunida. Porque se presentó en la feria del libro, la última donde él estuvo (año 2012). Él murió dos meses después. Cuando él ya estaba en su casa, le llevé la colección. Estaba feliz de la vida.

¿Era un personaje generoso con la gente joven?
Era un personaje especial, muy querendón y con sus cosas, como toda persona. Yo le recuerdo con muchísimo cariño, con admiración.

Lástima que ya no esté.
Sí.


Consideraciones sobre el arte moderno

Cambiando de tema, había leído de Yves Michaud, filósofo francés que ha escrito El arte en estado gaseoso, ensayo sobre el triunfo de la estética, del año 2003: “Los objetos de Duchamp no tienen mucha importancia. Cada uno de nosotros podemos hacer cosas del tipo que él hizo, pero en su caso lo que es apasionante es que pasó su vida entera haciendo pequeñas cosas sin significación ni grandeza, pero con una gran coherencia. Si lees y reflexionas sobre su vida, te darás cuenta que realmente es un gran artista. Sus obras no cuentan mucho”. Estas referencias al arte -que ya son arte moderno, no tienen que ver con el arte clásico-, a usted, ¿qué le suscitan?
Con Duchamp tengo un buen contacto. Es uno de los artistas que he considerado atentamente desde hace un tiempo.

El arte moderno quiere ser como Duchamp, muchas veces. Pero ya hubo un Duchamp.
Es irrepetible Duchamp. Cualquier imitador falla. Con Duchamp hay muchas cosas que decir. La primera es que Duchamp es muy importante dentro de la historia del arte, porque desacraliza el objeto artístico y hace posible que, según la intención del artista, cualquier objeto pueda ser considerado desde una perspectiva artística. Y eso es un cambio inmenso dentro de la consideración del arte a lo largo de la historia. Porque borra la distancia entre objeto artístico/objeto no artístico. Por lo tanto, borra la distancia entre qué es arte y qué no es arte. Eso le da al creador una libertad enorme. Pero, al mismo tiempo, genera problemas estructurales. Porque ¿dónde está la capacidad de discriminación de lo bueno, de lo artísticamente relevante? Puede ser que eso a Duchamp no le interese, pero es un tema interesante. ¿Qué cosa sería artísticamente relevante? ¿Qué sería significativamente relevante en el arte, cuando cualquier cosa, por la voluntad de una persona, podría ser considerado arte? Es un problema serio, porque buena parte de la importancia del arte tiene que ver con la significación de la propuesta artística o del objeto artístico, en sentido más restringido. Entonces, si cualquier gesto es artístico, ¿qué cosa no es artística? Y si no tienes una perspectiva respecto a cómo separar una cosa de la otra, entonces, deja de tener significado lo artístico. Porque, en todo caso, todo momento, todo segundo, todo objeto sería artístico. Eso es una idea sugerente, pero lo que marca al arte es algún tipo de especialidad, algún tipo de diferencia respecto a la cotidianidad de la vida, a cada momento de tu vida y a cada aspecto del mundo. Ese es el problema intelectual, desde la estética, que me interesa, pensando en Duchamp. Me parece sumamente sugerente, muy provocativo y me da qué pensar.

Además, ese tipo de reflexiones y ese tipo de arte, a partir de Duchamp, genera lo que ahora es el arte conceptual. Un arte que a muchísimos espectadores no les dice nada.
Duchamp abrió una caja de pandora. Abrió y de ahí han salido muchísimas cosas. Entre ellas, como tú bien dices, el arte conceptual. Y cuando tú dices que eso a mucha gente no le dice mucho, ¡es cierto! Desde la vanguardia artística, el arte se ha distanciado del público. Si tú preguntas a la gente común y silvestre de acá, a cualquier persona, ¿qué es arte?, su referente, probablemente, sea el arte que se hacía hasta el siglo XIX. Porque o bien no tienen contacto o el contacto que tienen no les es significativo respecto a la propuesta artística más reciente.

Se ha elitizado.
Completamente. Se ha intelectualizado y elitizado el arte, en general. La poesía, también. La música, también. Para bien y para mal.

Gianni Vattimo, filósofo italiano, mencionaba acerca del arte, que “las obras que no son tranquilizadoras, que no ayudan a dormir, esas que provocan un choque y que nos sacan del horizonte familiar, son aquellas que logran crear un mundo, una nueva forma de ver el mundo. Eso es Shakespeare, es Dostoievski, Thomas Mann”.
Completamente de acuerdo. Pero allá hay dos momentos. Uno, esas grandes obras que te abren un nuevo mundo. Lo que uno puede identificar como una obra genial: algo radical y que te muestra un nuevo mundo. Eso es Shakespeare, completamente. Pero, también, me parece importante que, dentro de ese nuevo mundo que se abre, estén los otros artistas que van dándole más consistencia a ese nuevo mundo abierto. A mí sí me gusta rescatar no solamente la idea del genio que rompe con la tradición sino la idea de los artistas talentosos que van poblando este nuevo mundo con objetos o propuestas artísticas significativas. No tengo yo un culto al genio, en ese sentido. Me parece igualmente importante el que te abre el nuevo mundo como aquel que lo va llenando y completando de forma interesante, significativa, bella. Hay un tema con la belleza que a ti te interesa, porque lo has ido tocando en entrevistas anteriores. En la última con Gerardo Chávez salió nítidamente. Es interesantísimo el concepto de belleza.

Es que la belleza genera casi la mayor parte del arte.
Sí.

Sea literario, pictórico, escultórico.
Pero no del arte moderno. Porque el arte de vanguardia, del siglo XIX en adelante, lo que se llama arte moderno, en general, en plástica como en poesía, es un arte que se comienza a construir en antagonismo con la belleza. El famoso verso de Rimbaud en Una temporada en el infierno (1873), al comienzo mismo del texto del libro: Una tarde senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. Así comienza Una temporada en el infierno, expulsando a la belleza. Y lo interesante quizá en nuestro momento, ahora, primeras décadas del siglo XXI, es que hay atisbos suficientes para considerar un retorno de la belleza. Y eso me parece altamente sugerente, me motiva.

Porque no todos tendrán el mismo punto de vista de Rimbaud, por más que lo admiren o reconozcan que es un grandísimo poeta.
Rimbaud es un maestro, pero yo creo que es hora de regresar un tanto a la consideración del objeto bello. Ya es hora de regresar. El modelo clásico de belleza se agotó. Indudablemente, Rimbaud fue muy eficaz, él y otros, Baudelaire también. Faltaba sangre en las venas a ese modelo, probablemente. Pero después de 120, 150 años, creo que necesitamos regresar a cierta pretensión de belleza.

Además, porque uno ve instalaciones en espacios gigantescos (en galerías o museos), uno llega y dice: “Lo que yo siento es frío, por el aire acondicionado, pero esta propuesta artística no me dice nada”. Yo prefiero ver a Sabogal…
Sí.

…o ver un cuadro de Luz Letts, de Enrique Polanco, de Víctor Humareda, y no una instalación que es una tela con una silla medio rara. No me dice nada.
Pero ahí el punto es, justamente, la significación. Puede la propuesta no ser bella, puede pretendidamente no ser bella, puede estar en contra de la belleza la propuesta, pero debe decirte algo. Debe ser significativa. Entonces, yo no pediría que todo se ajuste a determinada regla, sea esta la que sea, la belleza u otro concepto, o un material. Cualquier modelo siempre es un límite. Es una constricción, por lo tanto. Pero sí apelo a la significatividad del acto artístico.

Tampoco soy reduccionista. Ahora, uno puede ir al ICPNA y ve la exposición maravillosa de Margarita Checa.

(Del Valle asiente con la cabeza).

Y siente que esas esculturas de seres humanos en madera dicen algo. ¡Qué emocionante!
Sí.

Quizás se ha quitado toda la emoción o la mayor parte de la emoción en el arte moderno y es por eso que hay tantas críticas e insatisfacción del público.
Sí. Pero ahí, también, interviene la sensibilidad de cada quien. Hay propuestas artísticas que no están alineadas con tu sensibilidad, por tanto, no te dicen nada, pero a otros sí. Yo me acuerdo de, por ejemplo, una instalación que vi en un museo de arte contemporáneo, que era para helarte los huesos. La artista es una mexicana, se llama Teresa Margolles. Tú entrabas a una sala grande, enorme, de diez metros de alto, más o menos, y de un diámetro de diez metros, más o menos. Un espacio imponente. Y había vaciado ese espacio de todo tipo de accesorio. No había ningún mueble, salvo una banca de cemento en el medio, y todo lo demás era en tonos blancos: el piso, la pared, el techo. Y, de una esquina, unas burbujas descendían, como si fuese una catarata de burbujas. Te podías quedar parado, te podías quedar sentado, pero la vista se dirigía hacia el ruido de las burbujas al caer, su dinámica. Tu vista se concentraba en esas burbujas que caían de una esquina. Y sentías un frío enorme, una sensación de incomodidad. La propuesta no era nada agradable. Era repelente, hasta cierto punto. Y se volvió más repelente cuando tú consultabas el texto explicativo, que te contaba la propuesta de la autora, que te la resumo muy brevemente: tenía que ver con el sentido de la fragilidad de la vida a través de la presencia constante de la muerte. ¿Y cómo se hacía constante esa presencia? A través de las burbujas. Tiene que haber detergente, de alguna manera, para que se formen burbujas en ese fluido. El detergente que había utilizado esta artista mexicana era el mismo que habían utilizado en la morgue central de Ciudad de México para lavar los cadáveres. Ese mismo detergente lo había utilizado. Y esas burbujas que caían, con textura de burbuja -es decir, redondas, livianas, gráciles; en ese sentido, limpias-, estaban constituidas por la sangre lavada de los cadáveres de la morgue. Entonces, cuando tú leías eso, el sentimiento se hacía más intenso.

Quería salir corriendo, seguro.
Es un sudor frío, inmediato, en tu cuerpo. Pero ella no estaba pensando en la belleza, de ninguna manera. La propuesta no era agradable. Era altamente significativa. No te dejaba libre, no te dejaba quieto. Y eso rescato mucho del arte y eso es lo que quiero, también, hacer con mi poesía, siempre que publico: que sea significativa para aquel que lee. Lamentablemente, quizás me encuentre pocos lectores que le dediquen tiempo como para tener tantas notas como tú (en los poemarios) y que se vuelva significativa, pero esa es siempre mi intención.

Lo importante es que cuando uno encuentra algo bueno, trate de que eso se difunda. Eso es lo que trato de hacer.
Sí.


El individualismo, la comunicación en el siglo XXI, la felicidad

Con toda la gente que entrevisto. Gilles Lipovetsky, acerca del tema de la individualidad, dijo en La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo (1983), que “el ideal moderno de subordinación de lo individual a las reglas racionales colectivas ha sido pulverizado, el proceso de personalización ha promovido y encarnado masivamente un valor fundamental, el de la realización personal, el respeto a la singularidad subjetiva, a la personalidad incomparable sean cuales sean por lo demás las nuevas formas de control y de homogeneización que se realizan simultáneamente”. Eso es un signo de los tiempos actuales. ¿Será, también, un signo de los tiempos futuros?
Es una pregunta desafiante. Hay una individualidad exacerbada, ciertamente. Hay una tendencia a una forma peculiar de aislamiento -porque las comunicaciones te permiten conectarte- y es una época de comunicaciones muy intensa. Por lo tanto, tendrías que estar conectado, pero esa conexión es un tanto extraña.

Ficticia. Estamos más conectados, pero menos comunicados.
Es curioso eso. Tú lo has dicho mejor que yo. Estamos conectados, pero quizás menos comunicados. Tanto que puede, en algún momento, haber sido una situación cómica y ahora puede ser una situación cotidiana: que dos personas estén en un restaurante hablándose por teléfono cuando están uno frente al otro.

O con mensajes (de texto).
O mensajeándose cuando podrían, fácilmente, hablar con el otro. No sé si eso implique menos comunicación. Quizás sea la perspectiva de aquel como yo, quizás como tú, que no es nativo digital, por ejemplo. No lo sé.

Entendemos la comunicación como un acto físico (corporal), no como un acto tecnológico.
Quizás sea ese el signo del tiempo futuro. ¿Cómo habrá de venir? No lo sé, pero quizás se redefinan los criterios de qué cosa entender por comunicación. Lo que no creo que vaya a resultar ajeno en el futuro es que haya siempre algo significativo que te saque de tu cotidianidad y te haga pensar quién eres. Sea bajo el medio que sea. No creo que eso desaparezca. Espero que no desaparezca, porque ahí está el nervio de aquello que nos vincula, que es el gusto por las artes.

Fernando Savater, en su ensayo El contenido de la felicidad, del año 1986, menciona que “la felicidad como anhelo es así, radicalmente, un proyecto de inconformismo: de lo que se nos ofrece nada puede bastar. Se trata del ideal más arrogante, pues descaradamente asume que tacharla de 'imposible' no es aún decir nada contra ella. Imposible, pero imprescindible: irreductible”. ¿Qué sensación tiene usted acerca de la felicidad?
Savater siempre me ha parecido muy sugerente. Lo leía con mucho afán hace bastante tiempo. Él ha leído muy bien a Aristóteles. Sin embargo, lo que él dice allí de la felicidad no lo comparto del todo. Yo creo que la felicidad tiene que ver con tu proyecto vital. Y, en ese sentido, aspirar a la felicidad puede ser una aspiración un tanto arrogante. Hay que saber entender en qué sentido “arrogante”. Pretender a la felicidad como una plena sensación de éxito y una ausencia completa de infortunio es algo que excede la medida humana, porque estamos sometidos siempre a la contingencia de la vida. Si, por ejemplo, tú llegas en un momento de mucho contento personal y, en ese mismo momento, alguno de tus seres queridos está pasando por un serio infortunio o una desgracia, no veo cómo esa desgracia no te afecte. Pero no depende de ti que suceda. Hay tantas cosas que no dependen de ti en el mundo… Entonces, una total autonomía para decir “yo soy completo, independientemente de lo que pase conmigo”, me parece un imposible. En ese sentido, pretenderlo sería una arrogancia. Hay maneras, quizás, más humildes de entender la felicidad. Por ejemplo, estar satisfecho con lo que has hecho en la vida. Y aceptar las altas y bajas, sin que eso te convierta en un ser desgraciado. Para mí, una persona que ha llegado a ochenta, noventa años, con cierta lucidez, con algunos achaques físicos, que ha tenido una larga vida, fructífera, que ha hecho cosas que han valido la pena, que se la ha jugado honestamente en la vida, yo miro ese momento postrero de su vida y digo: “Esa persona, ¡qué vida feliz ha tenido!”.

Porque valió la pena.
Porque valió la pena. Quizás esa sería mi manera más humilde de entender la felicidad: que valga la pena lo que has hecho. Ciertamente, eso implica que la felicidad no la identifico con un contento. Estar alegre no es lo mismo que estar feliz. Eso me queda clarísimo. Yo puedo estar contento, muchas veces, y eso no implica que esté feliz. Cargo la felicidad de un sentido de proyección vital, como un balance.

¿Y la poesía lo hace feliz?
Esa es una linda pregunta. Yo creo que si hiciese un balance, si lo llegase a hacer en los momentos postreros -espero que sea bastante tiempo después-, en mi balance estaría, para sentirme satisfecho, decir que he escrito los poemas que he querido escribir.

Muchísimas gracias. Ha sido un placer escucharlo y aprender de usted.
Yo te agradezco a ti, por haberte tomado el trabajo de leer los libros, de apuntar tanto como has apuntado y haber entendido lo que he querido mostrar.

Yo solo trabajo sobre lo que vale la pena. Muchas gracias.
A ti.