martes, 15 de mayo de 2012

Zoé Valdés


“Mi literatura tiene que ver mucho con la libertad y la vida”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


La novelista, poeta y guionista cubana Zoé Vadés (La Habana, 1959) es una de las figuras más importantes de la literatura latinoamericana actual. Este 2012, el último galardón que ha recibido es el Grande Mèdaille de Vermeil de la Ville de París (lo han recibido antes Toni Morrison -Premio Nobel de Literatura 1993- y Paul Auster -Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006-, entre otros). En 1999, la autora fue condecorada como Chevalier des Arts et des Lettres de la República Francesa. Entre sus novelas, tenemos: Te di la vida entera (finalista del Premio Planeta en 1996. Traducida a once idiomas), La eternidad del instante (Premio Ciudad de Torrevieja en 2005), Lobas de mar (Premio Fernando Lara de Novela en 2004), La nada cotidiana (Premio Liberatur en 1997. Traducida a veintidós idiomas), La hija del embajador (Premio de Novela Breve Juan March en 1995), Sangre azul (finalista en el certamen de novela erótica La Sonrisa Vertical en 1987), El pie de mi padre (2000) y El todo cotidiano (2010). Algunos de sus poemarios: Vagón para fumadores (finalista del Premio Casa de las Américas en 1988), Todo para una sombra (accésit del Premio Carlos Ortiz de Poesía en 1985) y Respuestas para vivir (Premio de Poesía Roque Dalton y Jaime Suárez Quemain en 1982). También ha publicado el ensayo novelado La ficción Fidel (2008) y obtuvo el Premio Coral, en el Festival de La Habana de 1990, al mejor guión cinematográfico inédito por Vidas paralelas.

Asimismo, Valdés colabora en publicaciones españolas y francesas como El País, Le Monde, Le Nouvel Observateur, El Mundo, Qué leer, Libération, El Economista, Vogue, Beaux Arts y Elle. Además, ha codirigido -con Ricardo Vega- el cortometraje Caricias de Oshún, fue subdirectora de la revista Cine Cubano y ha sido jurado del Festival de Cannes en 1998. En 2005 fue reconocida con un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Valenciennes, en Francia. Actualmente, tiene un muy leído blog -que ha recibido casi tres millones y medio de visitas- y es una anticastrista a ultranza.

En 2011 la escritora cubana -que reside en Francia desde 1995- vino al Perú como invitada del Festival Eñe América, donde ofreció la conferencia Me moriré en París con aguacero. Durante dicho festival nos concedió la siguiente entrevista que, si bien tiene algunos momentos ásperos, comparte otros muy reveladores sobre su propia obra literaria y respecto a la historia y la política de su país -la fuerte presencia soviética que tuvo Cuba durante décadas es un tema del que, hoy, pocos hablan-. Finalmente, es enternecedora la manera en que la estupenda narradora y poeta caribeña muestra su lado más humano, al detallar fragmentos de su biografía -que, por momentos, ha sido dramática-.

Quería empezar la entrevista leyéndole este pequeño fragmento que usted seguramente va a reconocer: En este bar se hablaron nuestras almas / y se dijeron frases deliciosas. / En este bar pasaron tantas cosas / por eso vengo siempre a este rincón. ¿A qué le remiten estas…?
Primero, tiene que ver con mi obra Te di la vida entera: es la canción que cantaba Benny Moré, con la que mis padres se conocieron. Una de las canciones preferidas de mi madre.

En el fondo, Cuca y Juan Pérez eran un homenaje a sus padres.
Son personajes inspirados en mi madre y mi padre. Por ejemplo, Juan Pérez no tiene nada que ver con mi papá, pero mi mamá sí tiene mucho que ver con la Cuquita Martínez, que es el personaje de Te di la vida entera.

Me preguntaba si acaso usted, también, había tenido su primer bolero con alguien llamado Juan.
No (sonríe). No he tenido el primer bolero con alguien llamado Juan. De hecho, yo creo que mi primer bolero fue ya muy tarde y con mi madre. Tarde, en el sentido de que los boleros dejaron de oírse en Cuba. Temprano, porque desde que yo nací estuve oyendo los boleros cantados por mi madre. En realidad, fueron muy temprano para mí porque era muy pequeñita, pero muy tarde porque los boleros existían desde hace mucho tiempo y no llegaron a mí sino a través de la voz de mi madre. No de manera normal, no a través de la radio. Muchos boleros fueron prohibidos en Cuba.

Y cuando uno, desde otro país, mira a Cuba, es imposible no pensar en Cuba sin su música, sus boleros.
Desde luego. Es una de las marcas principales de Cuba. La gran calidad que tuvo esa música de los cuarenta y los cincuenta, y la gran calidad y cantidad de músicos cubanos que hubo y existieron en esa época, dentro y fuera de Cuba. Sobre todo en México, porque muchos fueron a México, Venezuela.

Cuquita Martínez, en el fondo, es la personificación de una época previa al castrismo y de casi todo el castrismo. ¿Usted pensó que iba a durar tanto el castrismo en su país?
Yo nací en el 59. Lo único que he conocido ha sido el castrismo. Lo que me propuse, más bien, con la novela era contar varias décadas de Cuba en la piel de una mujer que se llama Cuca. Cuca es Cuba. Entonces, yo quería contar desde los años treinta que ella nace hasta los años noventa. Unas cuantas décadas no solo de cultura popular sino de sociedad habanera, sobre todo.

Cuquita Martínez es un cierto homenaje a su madre. Entonces, usted es María Regla.
Sí, pero yo no fui tan extremista como María Regla. Más bien, María Regla está inspirada en una prima mía, aunque, desde luego, tiene el sentimiento de la hija que de alguna manera se cuestiona: ¿dónde está su padre, por qué su padre se ha ido? En ese sentido, sí, pero yo no fui una extremista castrista nunca, no tengo nada que ver con eso. María Regla son varios personajes y desde luego que todos tienen mucho de mí, incluido Juan, el personaje del padre. Yo sí creo que hay una relación muy importante entre el autor y sus personajes, una relación autobiográfica. En el caso mío, los permeo bastante de mi personalidad y mi vida.

Claro. Es imposible leer su literatura y no darse cuenta de las hondas preocupaciones políticas que encierra. Tanto su obra novelística como su ensayo, poesía. Por otra parte, esta otra novela suya, El pie de mi padre, de una pobre Alma Desamparada que sueña con encontrar a su padre, es un tema muy tierno. Uno se pregunta si este sueño de encontrar lo perdido tiene que ver con algo perdido en Cuba.
Ahí te das cuenta que el personaje de Alma Desamparada, que busca todo el tiempo a su padre, tiene que ver con María Regla. En el sentido de que los dos personajes pierden al padre y no lo vuelven a ver hasta mucho tiempo después. Yo no sé si tiene que ver con la búsqueda de lo esencial cubano, pero sí tiene que ver, sobre todo, con la búsqueda de una identidad individual, cosa que se perdió en Cuba. Todas las identidades se amalgamaron para hacer una especie de masa colectiva informe o deforme. En este sentido, ha sido una necesidad de buscarse una identidad individual con una historia personal, dolorosa. Y, al mismo tiempo, darle importancia a algo que se perdió en Cuba, que es la familia y el sentido del respeto por los padres, por la autoridad familiar. Eso se ha perdido totalmente. La autoridad familiar la recuperó el Estado. La tenía Fidel Castro por encima de todos y, ahora, Raúl Castro.

Pérdida de la identidad familiar: si bien en Cuba puede ser algo mucho más notorio, también ha ocurrido en las demás sociedades del mundo. En Sudamérica, Europa, Asia: esta invasión de la tecnología, que ha pasado a ser como los nuevos padres.
Sí, pero no de la manera que ocurrió en Cuba. En Francia, por ejemplo, no viven las familias separadas por un problema político. Porque sencillamente el padre era comunista y la madre no lo era, pues no. La tragedia cubana, de los balseros cubanos, de tanta gente muerta en el mar por irse a Estados Unidos, a una tierra de libertad. De los padres que vivían en Estados Unidos, de los hijos que vivían en Cuba, que no se podían escribir porque el Gobierno no lo permitía, las cartas no llegaban. Esa tragedia es específica de Cuba. Que la tecnología el día de hoy haya dividido a la familia, ya es una cosa que la familia misma ha decidido, pero no porque nadie haya decidido por ella.

Entonces, los sueños de Alma Desamparada de reencontrarse con su padre son, en verdad, los sueños de Cuba por recuperar esa libertad.
No. Los sueños de Desamparada son los sueños de una novela. Yo no escribo novelas para hacer semblanzas con lo que pasa en Cuba. Yo escribo la historia de personajes que hablan de Cuba porque el contexto es cubano, pero no me impongo dar, cada vez, a algún personaje, una carga ideológica, política o de significación de ese tipo. No. Es una historia que cuento, como tantos escritores cuentan historias que podrían, también, ser inspiraciones para el lector, pero no me lo impongo.

Estaban traduciendo una novela (suya) al francés. ¿De qué novela se trata esta nueva traducción?
Todos mis libros han sido traducidos al francés en las editoriales de Actes Sud, Gallimard, Calmann-Lévy y ahora estoy trabajando con la editorial JC Lattès. Esta obra se llama El todo cotidiano. Es la segunda parte de La nada cotidiana, que fue la novela que me dio a conocer en el año 95 en el mundo. Era una continuación de lo que le pasó a Yocandra, de lo que le pasó a todos esos personajes. Es sobre el personaje de la madre. Siempre está presente en mi obra, es muy importante para mí porque en mi vida lo fue. En mi obra siempre está la presencia materna de manera muy relevante.

Es cierto que su madre le dijo alguna vez: “Zoé ya deja de escribir y aprende a hacer croquetas”.
Es cierto, me lo decía. Más de una vez me lo dijo. Aprendí a hacer croquetas y a cocinar muy temprano.

Hasta ahora cocina para su esposo y su hija Attys Luna.
(Ella asiente con la cabeza).


El erotismo, el cine y la religión

Su esposo es cineasta, usted ha dirigido un cortometraje con él: Caricias de Oshún (2000). ¿De que trata este cortometraje?
Era una serie (L’érotisme vu par) que se creó en Francia para dar la oportunidad a seis escritores que dirigieran, por primera vez, un cortometraje. En esa serie está Michelle Houellebecq, Alina Reyes. Nosotros podíamos escoger la persona con la que queríamos trabajar. Yo escogí a Ricardo porque es cineasta. Era sobre el erotismo y la literatura: cómo podía contar un escritor el erotismo a través del cine.

¿Es fácil contar el erotismo para un escritor?
Es difícil, pero yo lo hice a través del cine. Es difícil porque hay que evitar caer en los maniqueísmos de que se convierta en un espectáculo comercial. Entonces, yo lo conté a través de un guaguancó, de una rumba, del baile, de la relación que se establece -erótica- entre dos danzantes, dos personas que bailan, y la diosa del amor Oshún, en la religión afrocubana.

Hay mucho movimiento religioso, casi como en Brasil. Creen en dioses, (y son) panteístas. Es una tradición…
Eso forma parte de la cultura.

De la idiosincrasia de Cuba.
Sí, claro. El cubano es mayormente católico, pero hay cristianos evangélicos y, sobre todo, hay gente que cree en el candomblé, que es lo que tiene más que ver, como usted dice, con Brasil. No con el vudú haitiano sino con Brasil.

Con los santeros.
Con los santeros, la santería.

¿Esta corriente santera que existe en Cuba está reflejada en sus novelas?
Cuando un novelista escribe, escribe historias, y esas historias están dentro de contextos, ya sean sociales o religiosos. No es que me proponga hacer una novela para contar la religión cubana o la ideología castrista o la dictadura castrista. Yo escribo una historia y dentro están esos elementos. La religión yoruba -así se llama- está muy presente en la vida de los personajes que cuento. Son personajes que vivieron en lugares donde yo viví. Es como cuando en Los cachorros o Los jefes o La ciudad y los perros uno va por la calle Pardo hasta el parque Central, hasta Diego Ferré: uno se da cuenta de cómo es el ambiente.


Su blog y la poca fiabilidad de Wikipedia

Se lo preguntaba por el hecho de que usted tenía catorce novelas, entonces, quería saber si alguna…
Yo tengo veintiuna.

¡Veintiuna! Yo había buscado en Internet (leo mi ficha sobre la autora): catorce novelas, un libro de cuentos, un ensayo novelado, cinco poemarios y un libro para niños. Al menos, en Wikipedia estaba así.
Pero Wikipedia no es una fuente fidedigna. En Wikipedia se agregan y quitan cosas y, a veces, ponen mentiras.

¿Se ha puesto, alguna vez, una mentira sobre usted ahí?
En Wikipedia sí. Y mi esposo ha tenido que quitarla.

¿Podría saber de qué se trataba? Ni me acuerdo.
Yo, las mentiras que me insultan, las olvido al momento.

Usted tiene un blog. En una entrevista que le hicieron, que está en YouTube, usted decía que había hecho el blog para decir lo que piensa. Y que nunca la iban a callar, que tendrían que matarla para callarla.
Así mismo. Sí. Hay muchos periódicos que, cuando yo decía las cosas, o me las cambiaban o no las publicaban, y dejaron de entrevistarme. Algunos periódicos.

¿En Cuba?
En Cuba no, fuera de Cuba. Me imagino que era porque no les gustaban las verdades que yo decía sobre Cuba. Yo no fui la que abrió el blog, la que tuvo la idea fue mi hija. En el 2004 empezó ese blog, Ella tenía (un blog) de fotos y me dijo: “Es una buena idea -ella era chiquita-, mamá, que abras un blog”. Así lo abrí y así empezó. Me di cuenta que el blog servía para decir las cosas que yo no podía decir en ninguna otra parte, que tenía una independencia fabulosa. Tengo mi blog personal, donde puedo decir todo lo que quiero.

Llega a muchos más países de los que uno se imagina.
Llega a todas partes donde hay Internet.


Tensos minutos

¿Es cierto que usted fue parte del régimen?
Yo fui parte del régimen como lo fueron todos los escritores cubanos que vivieron en Cuba. Guillermo Cabrera Infante fue diplomático cubano en Bélgica. Juan Arcocha, escritor cubano, fue diplomático en París. Alejo Carpentier fue diplomático en París. Leonardo Padura fue dirigente importante de la UNEAC, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, que es el modelo soviético de cómo aglutinar a los artistas. Pedro Juan Gutiérrez trabajó como periodista en la revista Bohemia y creo que en la revista militar Verde Olivo. Todo el que ha trabajado en Cuba trabaja para el Estado. Yo trabajé en la UNESCO porque mi esposo fue nombrado por un escritor diplomático a la fuerza, lo mandaron fuera de Cuba, en la UNESCO, y trabajé como documentalista cultural, medio tiempo, durante cinco años. Después fui jefa de redacciones, subdirectora de la revista Cine Cubano durante cuatro años, en Cuba. A los treinta y cinco años me exilié. Yo no fui militante castrista ni del partido comunista ni de la juventud comunista, ni tuve ninguna relevancia en ningún acto que pudiera haberle perjudicado a nadie en Cuba porque no delaté a nadie ni me ocupé nunca jamás de ninguna actividad política dentro de Cuba. Justamente, porque no quería comprometerme. Eso siempre lo tuve muy claro desde adolescente. Tuve muchos amigos míos que tuvieron que irse de Cuba porque sus padres decidieron irse. A los que deprimieron, persiguieron, y todo eso lo viví directamente. Eso está claro en mi blog. Lo he contado en mis novelas, en La Ficción Fidel, que es un libro de ensayos sobre el castrismo y no sé por qué siempre aparece esa pregunta y no se la hacen, por ejemplo, a Pedro Juan Gutiérrez o a Leonardo Padura, que también fue funcionario, mucho más que yo, del régimen castrista. Con un cargo importantísimo que decidía qué escritores se publicaban y qué escritores no.

Mi pregunta no iba como una crítica. Yo no estaba tan enterado de estos (escritores) representantes de Cuba. A lo que iba era: ¿en qué momento…?
Yo no fui la representante social, fue mi marido, que fue nombrado. Yo tenía veintitrés años en ese momento. Estaba en la universidad.

Trabajó para el Estado.
No, yo no trabajaba para el Estado Cubano, yo trabajaba para la UNESCO. Nunca trabajé, en esos cinco años, para el Estado Cubano. Lo que hacía era como documentalista cultural. Mi trabajo era cultural, no tenía nada que ver con la política. Eso que quede bien claro porque en mi pasaporte de la época está. Lo puedo, incluso, probar.

No hay ningún afán de incomodar. Yo, a lo que iba…
Pero veo que se lo digo y usted sigue con que yo representaba al Gobierno Cubano.

De repente, me he expresado mal. Discúlpeme en todo caso.
No me importa. Está muy bien. Usted hace su trabajo de periodista y yo hago el mío de aclarar mi vida.


Prohibiciones dolorosas

A lo que yo iba era: ¿en qué momento decidió escribir sobre la realidad cubana de una manera tan clara, tan radical?
Fue un proceso lento, desde mi niñez. Desde que a los siete años yo iba a la iglesia con mi abuelo: teníamos que ir a escondidas porque todo lo que tenía que ver con la religión estaba prohibido. Y cuando me fueron a dar la pañoleta de pionera comunista -que era obligatoria a los siete años, que me ponían en el cuello- me apartaron. Era una pañoleta roja. El director de la escuela era amigo de Julio Antonio Mella, uno de los primeros comunistas, creadores del partido comunista en Cuba. Lo mataron en México al lado de Tina Modotti. El director de la escuela, Jesús Escandel Rey, que era un señor mayor ya, que había sido amigo de Mella, preguntó: “¿Por qué la apartan a ella con otros estudiantes, con otros niños?”. La maestra dijo: “Porque van a la iglesia”. Entonces, el director nos miró y dijo: “¿Tú quieres ser hija de Dios o de Fidel?”. Estaban los familiares presentes, yo miré a mi abuela y mi abuela me hizo así (eleva dos dedos de su mano derecha) y yo dije: “De los dos”. Y me pusieron la pañoleta comunista. Ahí empezó un proceso de doble moral, doble lenguaje. Mi abuela me explicaba que había cosas que se podían decir en la escuela, otras que no. Perdí amigos que se tuvieron que ir a Estados Unidos porque pusieron a sus padres presos. Mi padre cayó preso durante cinco años por problemas políticos, sin juicio. Yo tenía que callarlo, no podía decir que mi padre no vivía con nosotras. Era mi padre, como quiera que sea. Mi madre me había dicho las razones por las que estaba preso. Todo eso fue creando en mí una especie de pozo de rebeldía que no podía aflorar, porque si lo afloraba, también me perjudicaba. Después, una parte de mí quería creer en las partes buenas de la revolución. Yo pensaba que aquello podía ser positivo, que eso era un momento, un periodo por el que había que pasar, pero, al mismo tiempo, estaba sufriendo lo que le estaba pasando a mi familia.

Tenía una lucha interna.
Una lucha interna que hemos tenido muchos. En el ochenta y nueve, ochenta y ocho, ya empiezo a tener relaciones con disidentes, empiezo -dentro de Cuba- a hacer una especie de trabajo clandestino, pero no con el objetivo de pertenecer a la disidencia sino de ser contestataria. Porque ya yo no soportaba muchas cosas que pasaban, sobre todo, dentro del ambiente cultural: películas prohibidas, artículos prohibidos, exposiciones de pintores prohibidos.

Vargas Llosa también estaba prohibido. Las novelas de Vargas Llosa.
Vargas Llosa prohibido, escritores prohibidos. Todo eso provocó que yo empezara en un movimiento contestatario, el de los años ochenta, que empezó con los pintores. Fue el movimiento pictórico de los ochenta.

Un movimiento civil.
Un movimiento civil, artístico, al que mandaron fuera con lo que se llamó “el exilio de terciopelo”. Mandaron a los protagonistas a que viajaran y se quedaran fuera, tranquilos, que no hablaran. Si no hablaban y se portaban bien, podían regresar a Cuba. Si daban declaraciones, hacían entrevistas y hablaban mal del castrismo, no podían regresar a Cuba. Así fue como desmantelaron ese movimiento, que era de una gran autenticidad artística, política y social.

Supongo que ha sido un logro para el castrismo anularlo, en ese sentido.
No solo lo anularon sino que crearon voces que contrarrestaron a todos esos artistas que estaban fuera. Por ejemplo, crearon a escritores y artistas que viajaran, que defendieran el castrismo fuera, en conferencias. Cuando uno está en una conferencia, siempre aparece uno que es un enviado de ellos y hace el contradiscurso. Todo eso lo han perfeccionado de una manera extraordinaria.


Los verdaderos reyes de Cuba: los soviéticos

Y esto que han podido (perfeccionar) durante muchos años, esto que usted me dice, esta especie de contrainteligencia cubana, era apoyada por los rusos.
Durante treinta años dependimos de los soviéticos. Treinta años de invasión soviética. Todo el mundo habla de las invasiones norteamericanas, pero nadie ha protestado por la invasión soviética que hubo en Cuba durante treinta años, donde un soviético era más importante que un cubano.

Se veían muchos ciudadanos soviéticos.
Sí. Tenían barrios residenciales y salarios especiales para ellos. Había una moneda especial para los técnicos soviéticos y vivían en apartamentos que los cubanos ni soñaban con poder vivir. Tenían automóviles Ladas, soviéticos, y tenían unas tiendas -que se llamaban Tecnitiendas- para ellos, donde podían comprar cosas que los cubanos no podían adquirir.

¿Eran barrios o departamentos como los que se puede ver en la película Guantanamera (1995)?
Eran barrios en Alamar.

Pero eran barrios completos.
Completos. La mayor parte de esos barrios, como La Habana del Este y Alamar, como ellos tenían automóviles, no tenían problemas de traslado. Frente a la playa, en lugares maravillosos. Muchos de los barrios que dejó la burguesía cubana, se los dieron a ellos. Destruyeron muchas de esas casas y allí vivieron durante treinta años. ¡Eran los reyes de Cuba!

Esa es una parte de la historia cubana que casi nadie conoce. Casi siempre ha habido un trabajo, de un lado, de mitificar a Cuba como el paraíso que no pudo ser, por culpa de Estados Unidos y, por otro lado, están los exiliados que critican al sistema cubano.
Es que Estados Unidos ni se mencionaba en esos años ni se mencionaba el bloqueo. Se vino a mencionar el bloqueo cuando se cayó el campo socialista y el muro. Cuando ya no recibía más la ayuda por una tubería de este gordo de la Unión Soviética. Entonces, él (Fidel Castro) se dio cuenta que tenía que aferrarse a la idea del bloqueo para recibir ayuda de otros países. Pero el bloqueo, la verdad que nunca lo mencionó hasta el año 89. Lo mencionaba esporádicamente, pero no le importaba porque él, sin hacer nada, tenía una deuda con los soviéticos impagable, una deuda extraordinaria. Durante treinta años nos mandaron de todo, pero de mala calidad, de la calidad que eran los productos soviéticos.


La literatura infantil y la poesía

Cambiando radicalmente de tema, tenía mucha curiosidad por este libro para niños que usted había publicado: Los aretes de la luna (1998).
Tiene una segunda parte que se llama Luna en el cafetal (2003). Va por una serie. Yo no he podido continuar con la tercera, porque me gusta estar bien centrada en el tema de los niños, no escribir cualquier cosa. Los aretes de la luna y Luna en el cafetal tienen como personaje central a mi hija Luna. Es una niña cubana que vive en el exilio con sus padres y va aprendiendo a través de las canciones, de los cuentos que le hace su mamá, lo que es Cuba, lo que fue el país donde nació, pero que no conoce porque se fue muy pequeña. Los aretes de la luna eran sus amiguitos y sus abuelos que habían quedado atrás, en Cuba. Y Luna en el cafetal es una historia de unos trabajadores que pierden las tierras. Era para explicar un poco lo que había pasado en Cuba con la revolución, pero de manera más metafórica. Diciendo que iban dar las tierras a los campesinos, se las quitaron, y lo que hicieron fue repartir parcelas pequeñísimas de tierra que pertenecían al Estado, para que ellos las trabajaran. El beneficiado siempre era el Estado.

Por otra parte, usted empezó en la literatura, al menos oficialmente, publicando poesía.
Sí.

¿Cómo así deriva de la poesía de esos años ochenta a ser una novelista exclusiva?
No soy una novelista exclusiva. Yo he publicado cinco libros de poesía, porque hay uno que se llama Anatomía de la mirada, que acaba de salir en la editorial Difácil en España.

Eso no, como le digo…
No aparece.

…no figura (en Wikipedia).
Entonces, ese libro es muy importante porque es ya muy directamente sobre el exilio, Cuba y el discurso social de los últimos años. Yo sigo escribiendo poesía. Lo que pasa es que la poesía es muy difícil terminarla. Es muy difícil creer uno mismo que un libro está terminado. Y cuando el poemario está terminado, es aún más difícil publicarlo. Aun siendo una novelista reconocida. Pero la poesía, he tenido la suerte de poderla publicar, y todavía más suerte de seguir teniendo deseos de escribirla.

¿Cuál disfruta usted más: su faceta de poeta o de novelista?
Las disfruto de manera igual. El trabajo es diferente. En el trabajo de la novela lo que disfruto es la historia. Descuido todo menos la historia y, al final, pues le doy un cuidado a todo, claro. Pero lo que me interesa mucho es crear la historia, los personajes, hablar con ellos. Con la poesía lo que me interesa es que mis sentimientos discurran a través de la palabra, del lenguaje, y que dejen de ser mis sentimientos para que un día puedan ser los de otros. Que en soledad puedan leerlos o que encuentren una semblanza con un tipo de pensamientos que tuve o una percepción de la realidad, del paisaje, de una pintura, una melodía. Eso, también, lo disfruto mucho. De manera más lenta, más rigurosa.

¿Busca mucho el ritmo en las palabras cuando escribe poesía?
Para mí, la literatura es ritmo. También es música, melodía. Incluso, en la novela. Hay maneras de decir las cosas que acentúan la pérdida del ritmo y otras que lo exacerban. Me gusta cuando hay escenas donde el ritmo es como golpes secos de tambor, y me gustan otras escenas donde pudiera ser que los movimientos fueran los de un vals o un guaguancó o una guaracha. Todo eso lo voy escribiendo y lo voy oyendo, porque yo escribo oyendo música.

Nunca escribe sin música.
Rara vez. Suele ocurrir, sobre todo, en los artículos de periodismo: sí los (escribo) sin música. Pero en la literatura siempre estoy oyendo música.

¿Y tiene alguna canción preferida para escribir?
¡Oh, muchas! Sobre todo boleros, desde luego. Me gusta mucho oír a Olga Guillot cuando escribo. Me gusta mucho oír a Benny Moré, Celia Cruz. Siempre estoy llenándome de energía por la música.

Que eran las canciones que su madre le cantaba cuando era niña.
Sí. Y que después yo, en el exilio, compré todos los discos, retomé toda esa música.


El cine: otra manera de narrar

Aparte de su faceta literaria, también ha sido guionista o lo es.
Sí.

Usted ganó un premio en el Festival de La Habana. ¿Cuánto se parece la literatura al cine?
Yo salí de la poesía rumbo al cine, y del cine a la novela. El camino que escogí para escribir novelas es a través del guión cinematográfico, que considero un estilo literario. Por una razón: el guión cinematográfico facilita que uno tenga un sentido de cuándo puede entrar un diálogo en una novela y cuándo no debe estar el diálogo, cuándo debe estar la descripción, cuándo debe haber el párrafo descriptivo, el párrafo largo, en una novela. El trabajo de guionista me permitió manejarlo mejor en la novela.

¿Cree que si no hubiera sido guionista, hubiera sido novelista?
Yo siempre escribía historias, pero cuentos, más bien. Lo que me interesaba era el cuento. Sin embargo, no he desarrollado bien el cuento. El cuento es, para mí, más difícil que la novela: hay que saber bien terminarlo. Probablemente, a través del cuento hubiera llegado a la novela, pero de seguro el cine me produjo la necesidad de contar historias largas.

¿Y no le provoca, de repente, ya que su esposo es director, algún día, dirigir un largometraje?
Ojalá, me gustaría muchísimo. Además, Ricardo tiene muchísimo talento. Es una persona de una gran generosidad. Creo que sería el mejor para, por ejemplo, hacer La nada cotidiana o La hija del embajador, que a él siempre le gustó mucho. Pero vamos a ver, porque hacer cine en estos momentos es bien difícil, sobre todo en la producción, pero me gustaría muchísimo.

Escuché a Fernando Pérez, el año pasado que vino a Lima, que decía que no había una industria del cine en Cuba, pero con coproducciones se podía tratar de sacar adelante un largometraje. ¿Esa es una manera, también, en que su esposo ha podido sacar adelante películas?
Lo hemos hecho con mucha dificultad porque no (hay que) olvidar que mientras los cineastas chilenos o argentinos en una dictadura eran apoyados en el mundo entero con sus producciones -España, por ejemplo, los apoyó mucho-, en el caso de los cineastas exiliados cubanos no ha habido ese apoyo. A los productores españoles les interesa más hacer cine mediocre en Cuba que gran cine del exilio cubano. Por eso ha habido tantas películas mediocres, hechas por directores cubanos mediocres: porque la gran cantidad de directores cubanos exiliados de buena calidad no han sido tomados en cuenta por producciones de fuera de Cuba: españolas, norteamericanas, incluso, independientes. No les interesa porque no quieren ponerse en contra del castrismo, mientras que el cine chileno o argentino denunciaba esas dictaduras. A esas producciones, como son de izquierda, no les interesa denunciar el castrismo. Lo que un día les revirará en contra. Porque yo pienso que en un momento determinado, el cine que se verá en Cuba, el cine que se verá en el mundo serán historias como La vida de los otros (2006), del director alemán (Florian Henckel von Donnersmarck) que se llevó el Oscar o las historias que pasaron con el comunismo en esos países del este, que ahora tienen tanta relevancia. Lo mismo ocurrirá con esas historias cubanas.

Sin embargo, el cine cubano, a pesar de haber tenido poco apoyo por parte de su Estado, ha dejado algunos clásicos, como Memorias del subdesarrollo (1968), por ejemplo, que es una gran película.
Una gran película de un gran cineasta. Sí. El cine cubano existía antes de 1959. En Cuba se hacían películas extraordinarias. Lo que nos dijeron de que en Cuba no existía el cine antes del 59: eso es falso. Había grandes productores, una gran cantidad de cines en La Habana, una gran estructura cinematográfica hecha y el pueblo cubano amaba el cine. De hecho, el público cubano es absolutamente cinematográfico, bueno, de calidad. Se hicieron películas con el director “Titón”, Tomás Gutiérrez Alea: Las doce sillas (1962), Memorias del subdesarrollo, Fresa y chocolate (1993). Fresa y chocolate ya es una coproducción, pero, en un momento determinado, el cine cubano se paró porque no había -en los años setenta, ochenta- producción. Además, había mucha censura. Hay que preguntarle a un director negro como Sergio Giral -hizo El otro Francisco (1975), vivió en Miami- cuántas veces no lo censuraron a él, el propio Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, el ICAIC. ¡Cuántas personas fueron censuradas con historias interesantísimas que querían hacer dentro de Cuba y no les permitieron!


Los libros que otros no necesitan

Cambiando de tema, usted decía que “la biblioteca más importante de Cuba es la itinerante, los libros que van de un lado a otro, que cuando los coges son ya un trapito”. Y lo decía por esta condición (de censura) que había de determinados autores.
Porque los libros existen de manera itinerante. Todos los libros que no se encuentran en las librerías ni en las bibliotecas porque están prohibidos, la gente consigue entrarlos en Cuba a través de los turistas, se los prestan de mano en mano. Es donde puedes encontrar títulos que no se encuentran de manera oficial dentro de Cuba.

¿Usted ha prestado muchos libros?
Me han prestado muchos, también. Y he enviado muchos libros para Cuba: algunos han podido entrar, otros no. Otros los han botado a la basura en la aduana, en el aeropuerto.

Otra curiosidad: ¿usted robaba libros de la biblioteca?
Robé dos libros de economía en el pedagógico superior con otra muchacha y nos sancionaron por eso. Nos descubrieron y nos sancionaron. ¿Nos descubrieron? No. Ella delató el asunto. Era una estupidez porque esos dos libros nos los llevamos, para poder estudiar, a la casa. Al otro día los íbamos a devolver. Ella se adelantó, le metieron miedo y lo denunció. Después, le he robado libros a gente que no le interesaban los libros. Yo estuve en una embajada una vez, había una gran cantidad de libros ahí y le pregunté al señor de la embajada: “¿Usted ha leído esos libros?”. Me dijo: “No, porque están ahí desde que yo vine” y que el otro (embajador) los había dejado. (Pensé:) “A este hombre no le interesan los libros”. Me llevé uno que me interesaba mucho.

A veces, ocurre eso: las cosas están en el lugar…
Inadecuado.

Exacto. Y la persona que realmente lo quisiera…
No lo tiene. No lo puede tener.

…no lo puede tener. Para ir terminando la entrevista, tengo que preguntarle si había podido afilarse la nariz con la pinza, como Amy de Mujercitas (Valdés consideraba a Amy su alter ego, por eso la imitaba cuando era niña).
Ja, ja, ja… No. Mira cómo la tengo (sonríe). Nunca logré hacerlo. Y no me interesa hacerme cirugías, ya lo que se cayo se cayó, y lo que fue así, como nací, que se quede así.


Letras peruanas y cubanas

¿Qué opina usted de la literatura peruana? De lo que ha podido conocer de nuestra literatura.
Yo siempre he leído mucha literatura peruana porque tengo muchos amigos escritores peruanos. Ayer, mi conferencia trató sobre César Vallejo. He leído mucho a Arguedas.

Lo menciona en su blog, también: una nota sobre Vallejo (post del 15 de abril de 2011).
Sí. He leído muchísimo de todo lo publicado usualmente, los clásicos peruanos, y ahora voy descubriendo jóvenes. Solo lo puedo hacer a través de lo que se publica en España o lo que se traduce en Francia porque no tengo directamente la conexión aquí. Ahora me regalaron algunos libros de poetas peruanas, y claro que me interesa mucho porque es un país que ha tenido grandes escritores. Siempre ha tenido una tremenda fuerza del verbo y de la palabra. Eso lo respeto y lo aprecio mucho.

Después de José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante, ¿hay alguna figura señera en la literatura cubana en estos momentos o hay varias?
Lydia Cabrera es una persona que se habla poco de ella: antropóloga, grandiosa escritora, de la altura de Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy. José Triana, que vive en París, es un grandísimo dramaturgo. Eduardo Manet, que es un grandísimo dramaturgo, novelista. Otro novelista, también, poco conocido es Juan Abreu: vive en Barcelona, con novelas extraordinarias publicadas en Mondadori. Es un gran escritor de peso, de reflexión. Un escritor erótico, también. Lo que se da muy difícilmente en la literatura cubana.

¿Y cómo definiría la literatura de Zoé Valdés?
No podría hacerlo. Sería impropio que me definiera a mí misma. Mi literatura tiene que ver mucho con la libertad y la vida. Son las dos palabras que más me interesa que definan mi obra: libertad y vida.

Muchísimas gracias por la entrevista.
Gracias.

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