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lunes, 12 de septiembre de 2011

Giovanna Rivero





“El sufrimiento no es otra cosa que un estímulo”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Una pistola apuntando firme y directamente al entrecejo del inocente lector. Esa es la inquietante portada de la novela híbrida Tukzon. Historias colaterales (2008), de la escritora boliviana Giovanna Rivero (1972, Montero, Santa Cruz de la Sierra), en su segunda edición. Al verla, con su K roja al revés -arriba del arma-, lo primero que pensamos es que se tratará de una típica novela policial. Pero no. El entrecejo del inocente lector recibe un letal disparo con mucho más que una historia de criminales y policías, o de agentes secretos y misiones insospechadas. Rivero se desplaza, fluidamente, en sus catorce capítulos -que bien podrían funcionar como cuentos independientes- utilizando una vasta gama de registros literarios. Nunca sabemos qué cosas nuevas le ocurrirán a la valiente protagonista en las páginas siguientes, mientras va tras el peligroso reportaje encomendado.


Además de esta fulminante novela, la autora, comunicadora social y catedrática ha publicado -entre libros de relatos, literatura infantil y novelas- Nombrando el eco (1993), Las bestias (1996), Las camaleonas (2001), La dueña de nuestros sueños (2002), Sentir lo oscuro (2002), Contraluna (2005), Sangre dulce (2006), Niñas y detectives (2009) y Crónicas de oreja de vaca (2011, en coautoría con la chilena Andrea Jeftanovic y el argentino Juan Terranova). Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías, tales como Antología del cuento femenino boliviano, Existencias Insurrectas, The Fat Man from La Paz. Contemporary Fiction from Bolivia, Antología del cuento erótico boliviano, Una revelación desde la escritura, Voces de las dos orillas, El futuro no es nuestro y Pequeñas resistencias 3: antología del nuevo cuento sudamericano. Del mismo modo, sus relatos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, húngaro y farsí. Ella -Premio Nacional de Cuento del periódico Presencia en 1993, Premio de Literatura de Santa Cruz de la Sierra en 1996 y Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo en 2005- vino como invitada a la FIL LIMA 2011 para presentar Tukson. Historias colaterales -obra que, incluso, ha provocado la creación, por parte del ilustrador boliviano Billy Castillo, de una estupenda historieta homónima, de casi sesenta páginas, este 2011-. La narradora boliviana es una de las voces narrativas de Latinoamérica que vale la pena seguir atentamente. Que siga disparando a quemarropa con sus libros -que son balas impías- al centro mismo de nuestras emociones, para revitalizarlas.

Muchas gracias por la oportunidad.
Gracias a vos.

Usted empezó escribiendo literatura erótica. ¿Cómo así gira hacia otros temas? Que tienen que ver, incluso, con inmigración.
En realidad, no hubo un giro tan radical, si lo pienso bien. Lo que pasa es que, a veces, las etiquetas cierran las posibilidades de lectura. Entonces, al lector le decimos: “Esto es literatura erótica”. Si el lector no es tan arriesgado, puede que acepte, en principio, esa etiqueta. Y se priva de abordar o entrar al texto por otras puertas. Sin embargo, si el lector es uno de esos muy desobedientes que dicen: “No me van a decir de qué se trata este texto, bajo qué prisma lo tengo que leer, sino que yo voy a descubrir el pacto”, entonces, por ahí puede suceder que lo que se propuso como un género erótico, tal vez no lo era. En mi caso, siento que en mis primeros textos -si bien tenían una fuerza erótica y sensual, también, muy marcada-, probablemente, lo que había era un trabajo del cuerpo, que es una transversal. El cuerpo ha seguido como uno de los tópicos que me interesa narrar, jugar, deformar. En Tukzon, por ejemplo -que coquetea más con la ciencia ficción-, está el cuerpo presente. Esta corporalidad en el género erótico era más obvia. Pero a medida que decidí llevar esa misma obsesión por la carne, desde un punto de vista gótico, apocalíptico, parecía…

Casi desfeminizándolo.
Casi. Incluso llevándolo al territorio de una nueva robótica. Parecía que era un cambio de género, pero, en realidad, lo que siento que ha pasado, es una intensidad en el cuerpo.

Como que recién, de repente, ha descubierto el tema principal que le interesa.
Sí. Como que recién supe, en realidad, que lo que me interesaba del cuerpo no era solamente la dimensión del placer sino, más bien, la del sufrimiento, la trascendencia, la dimensión política.

Si bien es un tema interesante, si solamente tratara sobre el placer sería un poco aburrido.
¡Claro! Y sería, para ser redundante, autocomplaciente. Un placer que no te permite trascender, que no te permite conocer los lados oscuros, en realidad, termina siendo una literatura de divertimento.

Hedonismo puro.
Exactamente.

Decía Edmundo Paz Soldán que él es de los que sabe que usted es uno de los secretos de la literatura boliviana, y que falta poco para que se le descubra más, a nivel latinoamericano. ¿Cómo se siente con estas afirmaciones?
Edmundo es un muy buen amigo. Aparte, un gran escritor y un excelente lector. Entonces, quiero creer que este cruce de variables -amistad, lectura y talento- le hace decir esto. También soy una persona que trabaja mucho. Pero trabajo no como un calvario, no atravesando el calvario críptico. Más bien, creo que el trabajo es como la sal en el mar. Me encanta diluirme en el trabajo literario. Y eso da frutos. Es una cosa matemática. Si no diera frutos, hay algo en el universo que no está funcionando.

¿Pero usted asume, como muchos escritores, que la escritura es un proceso doloroso o no la toma como tal?
Depende de qué es dolor. Porque el dolor, también, es un placer. Por ejemplo, me gustaba una declaración que hizo (Roberto) Bolaño en su libro Entre paréntesis: decía que a él le gustaba escribir en el verano sin aire acondicionado y en el invierno sin calefacción. Porque tenía que sentir que la escritura era una cosa material. También creo que la escritura tiene que ser una cosa material. Y, en ese sentido, el sufrimiento no es otra cosa que un estímulo. Es un modo del placer, también, el sufrimiento. Suena masoquista y enfermo, ja, ja… ¿En qué sentido la escritura puede ser algo dolorosa? En el de que tenés que vencer el miedo a crear algo. Porque, en realidad, hay un temor primigenio a crear algo. En el momento que uno crea algo, hay un compromiso vitalísimo, una ligazón irreversible con eso que has creado, con tu criatura, que puede ser genial o monstruosa. Eso, obviamente, es un dolor. Porque dejas de ser un niño, en un sentido existencial. Dejar de ser un niño, duele. Crear es dejar de ser un niño, en algún modo. En ese sentido, sí me gusta la idea del dolor.


Hasta las últimas consecuencias en la creación literaria

¿Cuál es el compromiso principal que usted asume cuando empieza a escribir?
El compromiso principal que asumo es el no temer, precisamente. Si yo escribo con miedo nada bueno puede salir. Puede salir algo aceptable, bonito, pero eso no es de mi interés. Mi interés es llegar hasta las últimas consecuencias. Entonces, mi compromiso con la creación es vencer los miedos. Es decir, no puedo escribir desde el temor, no puedo escribir desde ¿a quién le gustará? Siempre escribo como en contra. Digo: “Esto no le va a gustar a nadie y me importa un pepino”.

La literatura boliviana todavía no tiene tanta difusión a nivel latinoamericano y puede ser, también, mucho más exigente para un escritor boliviano salir adelante.
Sí. Y como sucede con todas las cosas extremas: son paradójicas. El hecho de que Bolivia no tenga una superdifusión o un gran mercado, o que no sea la esfera cultural más apetecida a nivel internacional, te da unos márgenes de libertad bárbaros. No le va a gustar a nadie, ¿so what? Es lo mismo. Si igual no hay un gran interés por Bolivia, ergo por mi obra, entonces, ¡qué importa los riesgos que tome! Los tomo todos. Esa es la paradoja: que esa misma aparente ignorancia, ese estar de espaldas al mundo te permite, en esa dimensión nihilista, hacer tu obra sin ese intervencionismo que, quizás, estando en circuitos más populares, podés sentir del mercado. Exigencias de las que no siempre somos conscientes.

Claro. Las que podría sentir un escritor argentino…
Claro.

…o mexicano.
La misma tradición llega a ser lo que te ampara, pero, también, lo que te puede cohibir. En Bolivia tenemos grandes escritores, pero no hemos sabido cómo capitalizar esos grandes escritores y convertirlos en una tradición. Creo que eso, también, es un vacío que hay que solucionar.


La soledad y las preguntas importantes

Me llamaban la atención algunas partes, sobre todo, de este cuento (o capítulo de Tukzon. Historias colaterales, como uno desee leerlo) Viaje a Broadway. Por ejemplo, en el segundo párrafo, que menciona: “En las grandes historias, las crónicas de viajes, las estoicas cruzadas en búsqueda de la libertad, uno siempre está solo. Nadie tiene un coyote. Vas, corres, huyes, aúllas”. ¿Siente, realmente, que es así?
Sí. Siento que es así. Soy una gran amante de la soledad. Pero la soledad como un camino, también, existencial. La posmodernidad nos ha llenado de miedo a la soledad. No como la primera filosofía, que hacía de la soledad tu modo de ser persona. En el contexto de la soledad es donde te planteabas las preguntas importantes. Como que la posmodernidad nos dijo: “Ay, no, el hombre, el sujeto, el pobre hombre ante lo trágico”. Entonces, pienso que un hombre épico, una mujer épica, abraza su soledad. La abraza como abrazarías a tu criatura. Tu gran realización, sea cual sea -el amor, la carrera, el simple hecho de existir, respirar-, en un ser biológico, tiene que tener una gran dosis de soledad.

También, en el tercer párrafo del mismo cuento (o capítulo), menciona que: “Me había venido de Bolivia pensando que ser escritora en cualquier otra parte del mundo tenía coherencia, siempre y cuando entendamos por 'coherencia' futuro; 'futuro' en el sentido de éxito. 'Éxito' en el sentido más vil, y así sucesivamente”. ¿El éxito está sobrevalorado en el mundo literario?
Yo creo que sí. Pero, además, está semantizado, a veces, de manera previsible, infantil y barata. El éxito está demasiado ligado a la idea de juventud. Además, la idea de juventud es como una cadena de vicios. Está totalmente contaminada por el mercado. La idea de juventud es una edad, no es una actitud, no es un riesgo a nivel político, precisamente, sino que ser joven es tener determinada edad, vestirte de determinado modo. Cosas demasiado baratas, kitsch. Entonces, el éxito -que está impregnado, a su vez, de la idea de juventud, de la idea de publicación más que de escritura, de la idea de popularidad más que de soledad- se torna una cosa barata. Tendríamos que revisar qué fue el éxito para los griegos y ver si podemos con esa idea más pesada de éxito.

Nos deprimiríamos.
Nos deprimiríamos. ¿Tenemos los ovarios, las bolas para asumir eso otra vez?

Es que antes el éxito iba más relacionado con el prestigio. Ahora, es el éxito con el dinero.
Claro. O antes el éxito era el modo en que tu palabra, tu discurso, tu mensaje -para ponernos más críticos- podía atravesar fronteras espaciales, temporales.

Y épocas.
Épocas. Podía atravesar imaginarios y psiquis. Ahora no: el éxito es el modo en que tu palabra, en este momento, puede tener ecos, como en una discoteca.

Como peruano, me llamó sobre todo la atención esta parte en el quinto párrafo de Viaje a Broadway: “Dijo que en otras épocas, cuando Sendero, había empacado a centenares de peruanos con destino a Beijing, misión cuyo principal requerimiento consistía en una breve e inocua cirugía para rasgarse los ojos”. ¿Es ficción o está basado en algún hecho real?
Las dos cosas. Porque, al final, las leyendas urbanas, ¿hasta qué punto están basadas en la realidad y hasta qué punto la gente no completa eso para hacer tolerable la vida? Me parece que era a comienzos de los noventa, que leía crónicas en los periódicos o escuchaba a gente que decía que había una gran población peruana que estaba emigrando a todo el sector asiático. No solo porque había vínculos renovados con esa parte del mundo (debido a que el presidente de entonces -hoy condenado a veinticinco años de cárcel-, Alberto Fujimori, era de ascendencia japonesa) sino porque era una opción laboral, una manera, también, de huir de la violencia. Y que una cosa que le facilitaba ese viaje era rasgarse los ojos. Llegué a leer que había como un fondo del seguro médico social en el Perú, que podía proveer dinero para que se hicieran estas cirugías estético-sociales, ja, ja, ja… Yo no sé si lo que leí era cierto o no, pero permaneció en mí, como todo mi imaginario de viaje. La gente hace cosas para irse de sus países, cosas que no sospechamos. No solo en México cruzan la frontera de camisetas mojadas sino (que) hacemos cosas increíbles para irnos de nuestro país. Son mutilaciones cortar vínculos, afectos, dejar proyectos por la mitad. Esas mutilaciones, a veces, no se registran como dolores.


El vicio de la ficción y unas orejas de vaca


En Alcalá de Henares pudo desarrollar un proyecto que le permitió publicar Crónicas de oreja de vaca.
Sí. Crónicas de oreja de vaca, libro que está en coautoría con Juan Terranova de Argentina y Andrea Jeftanovic de Chile. Cada uno nos distribuimos la misión de describir la experiencia europea, desde su particular punto de vista, sentimientos. Juan y Andrea decidieron, optaron por la crónica más realista. Yo, también, inicialmente, dije: “Voy a escribir una crónica realista”, pero como siempre me pasa, la ficción es un vicio del que no puedo salir (sonríe). Estoy desgraciada con la ficción. Dije: “Voy a empezar con una crónica”. Cuando me acordé estaba metida en una especie de thriller -por eso se llama Alkalá Thriller mi parte-, en una mafia de cintas snuff, filmadas en Alcalá, en la que interviene desde (Enrique) Vila-Matas hasta nosotros, escritores. Decidí llevar a las últimas consecuencias mi ficción. Y decidimos titular al libro Crónicas de oreja de vaca jugando con dos posibilidades: una es la de crónicas de cabezas de vaca -es nuestra dulce venganza latinoamericana-, pero también es un guiño a un plato de oreja de vaca frita que es (terrible) para el hígado. No lo recomiendo. Sin embargo, uno no puede pasar por Alcalá sin envenenarse con esta dosis de colesterol. Entonces, esa experiencia fue linda porque pudimos comparar en nuestras vivencias los textos. Ver cómo la misma realidad se presta a corrientes estéticas tan diferentes, a miradas políticas de la historia tan distintas. Y somos coetáneos, coexistentes. Fue un proyecto muy bonito.


El corsé del realismo en las sociedades andinas

Qué bueno que le guste la ficción literaria, porque Latinoamérica, a lo largo de su historia y como parte de su tradición literaria, es demasiado realista.
Sí.

Hasta que aparece García Márquez.
Claro, el realismo, sobre todo en sociedades andinas como las nuestras. En Bolivia el realismo ha sido un corsé, evidentemente. No había una literatura boliviana representativa si no pasaba por reflejar el tema de las minas, la Guerra del Chaco, la Guerra del Pacífico. Sin esos hitos que, en realidad, son los relatos de la historia prestados a la literatura. Siento que es importante haber roto esos corsés y entrar a otras temáticas, otras pulsaciones que, de igual modo, pueden metaforizar la realidad. Idéntico, con la misma fuerza y, a veces, usando secretos de la psiquis que ante el realismo puro no se abren.


La dinámica del mercado literario y sus presiones

Usted creía que los escritores eran las personas que más problemas de socialización tenían.
Sí.

A la vista de todos los amigos escritores que usted tiene, ¿eso se puede confirmar?
Quizás fue una generalización muy osada (sonríe). En realidad, yo tengo problemas de socialización. No sé si por ser escritora o así hubiera sido cirujana, igual hubiera tenido. No sé si pasa por el arte. Pero sí creo que los escritores son peligrosos, en el sentido en que uno nunca sabe cómo se está procesando esa realidad. Los familiares aprenden a temerte y, después, a aceptarte. Ellos nunca saben, los pobres, cuando van a aparecer, de qué modo, transformados en qué: zorros, asesinos en serie. En realidad, lo dije en un momento en que me asustaba mucho ver la dinámica del mercado, los famosos networks. Siento que los hombres, como tienen mucha más práctica histórica, se mueven mejor. Un escritor puede recomendar con facilidad a otro escritor. Se le tuerce un poco la lengua si tiene que recomendar a una escritora, algo le duele.

Ja, ja…
Je, je, je, je… Entonces, eso lo dije en un momento en que estaba shockeada porque decía: “Yo no puedo, no voy a poder”, y creo que no me interesa poder con estos códigos del mercado. No sé cómo hacer. Más allá de saludar a un amigo con sinceridad, me cuesta el network. Sin embargo, a veces son tareas que hay que hacer. Sobre todo las mujeres: tenemos siempre el doble de tareas para hacer. Suena un poco patético (sonríe), pero sigue siendo verdad.

Ahora, muchos escritores entran a las redes sociales para promover su obra. Abren su página.
Pero incluso eso es, para mí, mucho más llevadero que ese otro contacto. Creo que la red (social), más bien, me ha hecho más fácil las tareas.

¿Usted tiene Facebook?
Tengo un Facebook. No entro todos los días. A veces, digo: “Fulano debe pensar que estoy enojada”. Pero me cuesta tanto responder. Creo que ahí viene mi sociopatía.

Uno no quiere dañar al otro con algún comentario.
Creo que es eso: un respeto mal entendido del otro. Que no quiero invadirlo, no quiero que mi presencia sea esa gota de todos los días. Deseo que las personas mantengan sus esferas y yo, también, la mía.


Textos académicos con rasgos literarios

¿Cuáles son sus proyectos a futuro: seguir en la ficción o explorar algún otro (camino) literario?
La ficción es mi oxígeno. Estoy jugada totalmente por la ficción. Sin embargo, estoy terminando un doctorado en literatura hispanoamericana en la Universidad de Florida. Siento un placer importante, también, cuando escribo…

¿Usted vive allá?
Sí, en Gainesville. …cuando escribo ensayos, los famosos papers que le llaman los gringos. Siempre tengo observaciones del mundo académico: “Que esto no es un paper estrictamente, que aquí hay rasgos literarios”, y la verdad es que no me importa. Me gusta mezclar, me gusta esa hibridación de los códigos: el académico con la literatura. Acercarme a textos que amo, de otros autores, para leerlos desde esa nueva perspectiva, con ese nuevo telescopio o microscopio, según cómo me acerque. Me gusta porque digo: “¡Qué bueno que tengo algunas otras herramientas para leer, que puedo mezclarlas con la literatura!”. Me parece un modo lindo de leer. No solo ese rigor académico que, a veces, es herético, sino entrar al texto en el género académico, pero metiendo ficción.

Además, “hibridación” es, ahora, la palabra clave en la literatura.
Así es.

Todos los escritores con los que he conversado últimamente están haciendo varios géneros, o su gran obra es una intergéneros.
Exactamente. Aparte de mi deseo natural de hacer una carrera para automedicarme. ¿Por qué? Porque, a veces, digo: “¡Ay, no! -la autocensura- ¿Cómo estoy escribiendo esto? Esto no va a funcionar”. Y, entonces, me acuerdo que (Gilles) Deleuze dice no sé qué y mezclo la receta de Luisiana con algún otro medicamento y puedo superar el tramo, la crisis literaria. He entrado a la academia para automedicarme. No sé qué va a salir de ahí (sonríe). Mientras tanto, me gustan esas posibilidades de tener como un paraguas y hacer tus mezclas, tu propio menú. Me gusta eso. Además, en Bolivia es necesario, sigue siendo urgente, el poder acercarnos a nuestra literatura, la latinoamericana y universal, en general. Pero a nuestra literatura, con una mirada mucho más consciente. El hecho de no tener una tradición compacta, parte de la culpa de ese vacío es no haber tenido una crítica sistemática, no solo esporádica, no solo uno u otro crítico. No haber tenido estos lectores que deseen, realmente, interpretar, leer o simplemente acercarse y tocar esta imaginación boliviana. Entonces, dije: “¿Por qué sigo esperando esos otros emblemas? No puedo esperar que el trabajo sucio lo haga otro. Si creo que hace falta, pues lo hago yo. Como salga”. En parte creo que es eso: que me interesa leer Bolivia con otros códigos, también. Ese fue mi deseo.

Cuando uno (repasa) la literatura boliviana, muchas veces -igual como (ocurre) en la peruana-, sabe o intuye que hay demasiada carga del indigenismo. Tan realista y siempre con campesinos, personajes andinos. Ha sido tan pobrecito o maltratado socialmente (el hombre del ande) que hay que reivindicarlo en la literatura. Es casi una literatura sociológica. Hay mucha carga en los países andinos, como usted había mencionado. Ya debe desaparecer. Porque aun ahora sigue existiendo.
Claro. O quizás no desaparecer, pero aprender a combinarse, airearse, coexistir, aceptar ser contaminada. Porque lo que ha pasado con los cultores de ese tipo de literatura es que desdeñan, detestan, abominan cualquier posibilidad de trenzar eso con otras fantasías. En el momento que eso se abra, quizás vamos a descubrir que hay cosas nuevas bajo el sol. Porque otro discurso de la posmodernidad ha sido: “No hay nada nuevo bajo el sol. ¿Qué más podemos crear? Rehagamos, rehagamos, rehagamos”. Pero en el momento en que abramos estas zonas de pureza que nos quedan, estos residuos, podemos quizás descubrir algo nuevo.

Tiene usted un blog: Dark Paranoid Park.
Sí.

A través de su blog, ¿quiere usted estar en contacto con los lectores o quiere liberar todas estas ideas literarias que tiene?
Creo que es un poco lo segundo. Porque, de hecho, no escribo en el blog desde enero de este año porque me metí de fondo en una cuestión que estoy terminando (su doctorado). Cuando abrí el blog tenía un montón de ideas. Estaba enferma de ficción, pero no conseguía obtener un canal en ese momento. No estaba escribiendo un libro, entonces, dije: “Tengo que deshacerme de estos fantasmas para poder quedarme con lo que va a ser un libro, una historia, un relato”. Usé el blog en ese sentido terapéutico. De decir: “Vamos a dejar las descargas energéticas ficcionales en el blog”, para cernir los temas que me interesan para un relato mayor. Y funcionó. Desde enero lo he dejado en stand by. Vamos a ver hasta cuándo. Hasta que vuelva de ese exceso, ja, ja, ja, ja…

Muchísimas gracias.
Gracias.

Que siga disfrutando su estadía en Lima.
Gracias. Me encanta Lima. Bella, bella, bella.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Leonardo Valencia



“La voz propia nunca se encuentra”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Leonardo Valencia (1969, Guayaquil) dialoga con mucho conocimiento sobre literatura. Tiene numerosas ideas interesantes al respecto y las expresa con una rapidez abrumadora. Vino al Perú como invitado de la FIL LIMA 2010, donde presentó lo último de su obra narrativa. Doctor en Teoría de la Literatura por la Universidad Autónoma de Barcelona y Master en Edición por Publish/Oxford Brooke University, Valencia es uno de los escritores ecuatorianos contemporáneos más importantes. Ha publicado el libro de cuentos La luna nómada (1995), del que Enrique Vila-Matas dijo que tenía “el encanto de lo impredecible” y por el cual fue incluido en las antologías internacionales McOndo, Las horas y las hordas, Líneas Aéreas, B39 Antología de cuento latinoamericano, Cuento ecuatoriano contemporáneo y Pasión de papel. También publicó la novela El desterrado (2000), que la revista española Qué leer calificó como “una sorprendente ópera prima”. Su segunda novela, El libro flotante de Caytran Dolphin (2006), desarrolla en paralelo un innovador experimento narrativo en Internet: www.libroflotante.net. Igualmente, ha publicado el libro de ensayos El síndrome de Falcón (2008) -al que el gran escritor peruano Carlos Calderón Fajardo calificó como “un libro muy rico de reflexión, provocador y que estimula el debate al interior de países con realidades muy similares, como son Ecuador y Perú”- y la novela Kazbek (2008). Sus artículos se han publicado en Vuelta, Cuadernos Hispanoamericanos, Letras Libres, Quimera, Sibila, El País, entre otros. Asimismo, fue seleccionado para el Hay Festival de Bogotá 39 (2007). Se desempeñó como jefe de redacción de la desaparecida revista Lateral, es editor de la revista La Comunidad Inconfesable y ha traducido a Pirandello y Lampedusa. Además, tiene un blog de literatura desde hace cinco años: Tribu errante.

Mucho gusto. Usted es ecuatoriano, pero ha vivido en Lima (de 1993 a 1998) y reside en Barcelona. ¿Se considera un escritor cosmopolita?
En todo caso, soy un escritor desarraigado. La evidencia habla por sí misma. Creo que el cosmopolitismo no es prerrogativa de la persona que necesariamente se traslada de un país a otro. Ha habido grandes escritores que han estado radicados en su país y han sido grandes cosmopolitas. La gran referencia latinoamericana es José Lezama Lima, que nunca salió de Cuba, pero que se movía en la cultura universal con una gracia y una soltura impresionantes. Soy un escritor desarraigado, cosa que no considero una situación excepcional porque creo que es la condición que está viviendo nuestra contemporaneidad. Es decir, los desplazamientos migratorios están llevando a que mucha gente viva fuera de sus países en una situación que tiene sus matices, porque ya no son viajes de ida, abandono y distancia -que eran tan dolorosos-. Ahora son viajes de ida y vuelta donde hay diálogos, donde Internet permite las comunicaciones. Entonces, es un mundo -dentro de la dureza del desarraigo- un poco más feliz.

Su padre es de Cuenca y su madre es de Italia. ¿Usted ha querido experimentar ese traslado de un continente a otro por su cuenta?
(Muy sorprendido) ¿Y cómo sabes eso que mis padres son, ja, ja, de Cuenca sobre todo? Porque…

Lo leí en una entrevista.
Ah, ya. Más que experimentar, creo que uno de alguna manera tiene el impulso adquirido. Por el hecho de tener madre italiana íbamos periódicamente a Europa, a Italia. Mi padre, al ser cuencano y yo de la costa, tuve mucho diálogo con el mundo andino ecuatoriano. Eso te genera siempre un movimiento de desplazamiento. Pero no es que uno haya querido imitar inconscientemente esos pasos. Finalmente, he vivido en Lima y en Barcelona y ninguno de ellos ha vivido en estos países. Pero siempre te queda el impulso adquirido. El que hereda no roba, ¿no?

Claro. ¿Para qué libro exactamente sirvieron estas experiencias familiares de la Segunda Guerra Mundial?
Eso está muy claro en el caso de El desterrado. Es decir, que El desterrado no es una novela de mi familia, sino que es una ficción. Justamente porque nunca me terminaron de contar ni nunca terminé de entender cómo fue el drama de la Segunda Guerra Mundial. Porque yo escuchaba a mis tíos reírse de la guerra. Reírse. Se veía que no entendían lo que habían vivido. Ese es el tema fascinante: que realmente nunca sabemos con plena conciencia lo que estamos viviendo mientras lo estamos viviendo. Ese fenómeno me llamó mucho la atención y me estimuló la imaginación. Aparte que me pareció una época decisiva. El desterrado es una novela no explícitamente de tema político, pero tiene una gran carga política: la relación de un individuo frente a un mundo que lo arrastra con todo el peso de la historia.


Explorando la literatura

Y ahora con El libro flotante de Caytran Dolphin, que tiene una versión impresa y también una versión que se construye constantemente en Internet, ¿considera que está tratando de experimentar en la literatura o al menos en su literatura?
Sí. En principio, en la literatura siempre hay que explorar. La palabra experimentar tiene connotaciones extrañas que se prestan a malentendidos. Me gusta la palabra exploración. Cada libro debería ser una especie de reto por explorar un camino, dar un paso más de lo que has hecho anteriormente. Me gusta la idea de ir saboteando los libros que uno va haciendo, y esto me pareció una idea que la había venido pensando mucho, pero no encontraba todavía el camino. Porque se malentiende lo que es el uso de Internet con literatura como un simple divulgar algo, colgar materiales. Yo quería desarrollar algo que permita utilizar activamente todo lo que significa Internet. Esa posibilidad de interacción, de creación, de distorsión con un programa. Eso lo tuvo que hacer un artista digital -que es Eugenio Tisselli-, de manera que permita complementar la novela. Es decir, la versión digital complementa la novela. La novela impresa es fija, estática, esa no se modifica, pero la página web permite un doble juego, una interacción creativa -la gente puede escribir un texto-, pero también un sabotaje de un principio narrativo. El principio narrativo es el siguiente: la novela está narrada en primera persona. En principio, una narración en primera persona es un punto de vista, una versión. Y es una versión en la que ese narrador controla o tiene el control sobre un texto apócrifo, que es el que desata la narración. Y en la página web se puede sabotear eso. Entonces, me gustaba esa idea de rebatir a un narrador. Hay un juego narrativo en esa dinámica. Y la web me lo permitía.


Letras ecuatorianas para el mundo

¿En qué momento cree usted que está la literatura ecuatoriana, cuando Javier Vásconez sigue produciendo libros -dentro de un par de meses va a publicar otro nuevo- y María Fernanda Pasaguay está entrando en el tema homoerótico y también de las redes sociales con Ondisplay 2.0 (2009)?
No solamente ellos, hay muchos más autores: Telmo Herrera, Huilo Ruales, Carlos Arcos. Hay una lista muy grande. Ecuador está en un momento interesante. No me gusta hablar gratuitamente de booms literarios, porque son términos que se prestan nuevamente a malentendidos. Creo que hay un momento en el que se está normalizando la producción ecuatoriana y se empieza a dar a conocer fuera.

Pero hay un boom ecuatoriano. ¿Se puede llamar así?
Es que no me gusta el término “boom” porque eso obliga a reducirnos a ciertas figuras y en realidad hay que ir decantando el material. Hay un buen ritmo de producción, difusión de autores, variedad de registros, que nos sitúa ya en un plano de cercanía a otros países latinoamericanos que también tienen un gran ritmo de producción. Yo trataría de verlo en ese sentido. Es un buen momento para que el lector extranjero entre y vea que hay variedad de escrituras en Ecuador. Y sin olvidar el trabajo de la poesía. Hay mucha labor de poetas. Muchos de ellos han sido ya reeditados en Perú, con editoriales peruanas. Eso es un fenómeno interesante ahora: que varios autores ecuatorianos han sido editados para esta feria.

Como Gabriela Alemán.
Como Gabriela Alemán, Cristóbal Zapata, Ernesto Carrión, Miguel Antonio Chávez. Entonces, nos encontramos con un momento interesante para Ecuador que necesita irse decantando, pero en cualquier caso ya se abrió esa puerta y es un avance en la difusión de la literatura ecuatoriana.


Cercano a escritores peruanos

Volviendo a Lima, me llamó la atención que usted durante su estadía acá pudiera hacer amistad -aparte de con muchos escritores peruanos- con Julio Ramón Ribeyro, y que pudiera conocer a Emilio Adolfo Westphalen. ¿Cómo fueron esas experiencias tanto en el plano personal como literario para usted?
Fueron experiencias humanas interesantes. Yo no he sido amigo ni de Ribeyro ni de Westphalen. He sido amigo de autores jóvenes, de generaciones más jóvenes, como Renato Sandoval, Mario Bellatin, Iván Thays, Lorenzo Helguero, un largo etcétera. Estos fueron dos grandes maestros (a los) que yo -con admiración y respeto- me acerqué, los escuché, los leí bien. La única palabra que crucé con Westphalen fue que le di un saludo y mi admiración, y la única palabra que me dijo –propio de un poeta parco- fue: gracias. Con Ribeyro fue otra cosa. Con Ribeyro pude tener una larga entrevista. Me pareció un gran escritor con una obra muy interesante y de alguna manera me permitió sabotear esta idea -para alguien que no es peruano- de ver el Perú con el icono representativo de Vargas Llosa. Ribeyro tiene una especie de situación muy crítica, con una noción muy autoirónica que me parecía muy interesante porque rebatía esta idea de la novela como el gran todo. El escepticismo de Ribeyro es muy sano.

Y habla de ambos escritores, de Vargas Llosa y de Ribeyro, en su libro El síndrome de Falcón.
Sí, les dedico dos ensayos a ellos.


La escritura y su laboratorio

Es director del Programa de Escritura Creativa de la Universidad Autónoma de Barcelona…
Ya no. Yo fundé ese programa en la Universidad Autónoma. Ahora dirijo el Laboratorio de Escritura de Barcelona.

Fue el programa de 2005 a 2009.
Sí.

Y ahora en el Laboratorio de Escritura de Barcelona, ¿realiza una labor similar?
Sí. Lo que hacemos en realidad -porque somos un equipo de escritores-: organizamos cursos de escritura, conferencias, actividades culturales, siempre en Barcelona y en torno a la cultura latinoamericana y también española. Es una dinámica que me resulta muy interesante. La dinámica de reflexionar sobre la escritura y trabajar con jóvenes escritores que quieren empezar a escribir. Me resulta muy estimulante. Más estimulante que dar una clase a cincuenta alumnos en una universidad.


Buscando nuevos registros narrativos

¿Siente que se ha asentado como escritor? ¿Ya encontró la voz propia que estaba buscando?
No. Creo que la voz propia nunca se encuentra. Es decir, al menos, el tipo de escritor que yo me considero. Siempre estoy buscando nuevos registros. Me da un poco como de temor coger y mantener un mismo registro de voz. Quiero divertirme escribiendo. También quiero sufrir escribiendo. La persona que cree que ha encontrado un registro de voz sigue en el mismo camino. Yo soy muy parco publicando. Prefiero que cada libro sea una aventura, lo que decía un famoso ensayista francés, Jean Ricardou. Él decía que no solamente es escribir sobre una aventura sino (que) es la aventura de escribir. Y en ese sentido, me interesa seguir explorando registros. Si tú observas mis libros vas a ver, por ejemplo, que El desterrado es una novela narrada en tercera persona, en un narrador omnisciente ambiguo. El libro flotante… está narrado en primera persona. Kazbek combina dos registros de narrador: en tercera persona, no ambiguo como el de El desterrado sino absolutamente seco. Totalmente. Y además hay un plano poético. Son dos voces que van chocando. Entonces, siempre estoy moviéndome entre voces, que a lo mejor puede ser un principio de unidad: el concierto de voces.

Cada vez que terminaba usted un libro -lo leí en una entrevista- necesitaba que alguien lo regresara a la tierra, al mundo real. ¿Cómo así era esta situación para sentir que el libro estaba cerrado, que había terminado?
Creo recordar que lo dije en alguna entrevista. El escritor, por lo general, cuando se mete en un mundo de escritura, tiene que volar mucho. Entonces -y ya estamos hablando del plano humano-, yo, personalmente necesito un ancla en la realidad. Ahí juega el factor afectivo. Siempre tienes una persona cerca de ti que es tu asidero en la realidad. Emocionalmente eso es muy importante, pero ya es en un plano más íntimo.


Al escritor latinoamericano le resultó insoportable tener que encontrarse, en vísperas del siglo XXI, con que Latinoamérica tenía que ser una cantera de historias fabulosas y exóticas. Y no sólo eso. En apariencia –y por una situación muy particular que detallaré- no podíamos entrometernos con ciertas zonas. Especifico: ciertas zonas impuras que no apelaran a la nostalgia de un mundo que tiene proyectos históricos y patrióticos. La lectura que se hacía o se hace de nuestros libros tenía como base esa nostalgia. Era como si no se nos permitiera salir de nuestras tierras, es decir, de una tierra llamada la tierra de los proyectos.

De El síndrome de Falcón (2008) de Leonardo Valencia.


Me llamó mucho la atención la portada de El síndrome de Falcón, que era de la película Call Northside 777 (1948). ¿Cómo así esta referencia cinematográfica dentro de El síndrome de Falcón?
Eso fue decisión del editor. Me enteré de la portada cuando el libro ya estaba impreso. Y la explicación de él fue que era un referente esa película. Si tú ves, los personajes están a punto de revelar una foto que va a ser decisiva para entender el caso de un asesinato. Y mi editor asoció que esa era la mejor imagen para tratar de transmitir la idea de un síndrome. Detectar un síndrome significa detectar un problema y, probablemente, su guía de solución. Esa fue la asociación que hizo el editor. Ese fue el enfoque. Es muy curiosa la portada, ¿no?

Uno podría pensar que es un libro relacionado con cine.
Podría ser. Sí, es verdad. Hay una lectura muy compleja ahí.


Editoriales-fábricas y editoriales de verdad

Mencionó que una editorial que publica más de veinte títulos al año pierde el gusto por la verdadera literatura. ¿Considera que esto está ocurriendo mucho en nuestros países latinoamericanos?
No. Eso es un problema más del medio editorial español. Editoriales que editan 50, 100, 200 títulos al año: eso ya es una producción en serie. Un editor literario -de los cuales hay muchos en Perú, también en España- de pequeñas editoriales que saben que no tienen muchos recursos, prefiere vivir cada libro. No son libros por cumplir una cuota sino libros que viven, que leen, que corrigen, que trabajan con autores, y eso exige un ritmo de trabajo fuerte. No es lo mismo dedicarle a un libro un mes que dedicarle tres o cinco días. Allí hay una diferencia importante, y eso se refleja en el cuidado de las pequeñas editoriales que tienden a ser las que realmente protegen y apuestan por autores, que viven con el libro y el autor. Me explico: comparten la experiencia, en vez de ser uno más de una serie de producción. Me ratifico en eso. Una editorial que tira por encima de muchos títulos al año, difícilmente creo que viva la literatura en términos reales.


Ishiguro: un espejo

¿Cuánto ha influido en usted la literatura de Kazuo Ishiguro?
Para mí es un autor muy importante, no en el sentido estilístico -porque su estilo es muy diferente al mío- sino en su manera de enfrentar el mundo por sus coordenadas culturales. Es un autor de distintas culturas. De origen japonés, de escritura inglesa, que ha tenido que ir luchando contra los tópicos de encasillamiento por su rostro, su nombre, su idioma, y cada libro ha sido una aventura para sabotear ese encasillamiento identitario.

¿Se identifica con él, en ese sentido?
Me identifico con él. Creo que es un autor que lo ha sabido hacer con mucha gracia, mucha solidez, y uno lo nota con una pulsión verdaderamente auténtica. Es decir, no publica un libro únicamente por contar una historia, sino que él trata de resolver problemas que se le han ido presentando en la escritura. En ese sentido es un escritor muy admirable. Siempre he admirado sobre todo una gran novela de él que se llama Los inconsolables (1995). Una novela que hay que entenderla en el contexto de las novelas anteriores que él había publicado. Esa para mí es una novela fundamental. Es una de las grandes novelas de fines del siglo XX.


La novela es un asidero frente al mundo

Había escuchado que va a publicar un libro o está pensando publicar un libro referido a Lima. ¿Es cierto?
Sí, referido a Perú. Forma parte del ciclo de novelas que estoy escribiendo que (se) inicia con Kazbek. Ya en Kazbek aparece un personaje que tiene relación con Lima. Estoy trabajando una serie de novelas en la que Perú, Lima, es un escenario importante.

¿Para cuando saldría publicado o todavía no…?
No me gusta dar fechas porque prefiero ir respetando el ritmo de trabajo del libro. Espero que sea pronto.

Ya la está escribiendo.
Sí. Ya estoy trabajando en esto. Lo que pasa es que es un ciclo de varias novelas y me he metido en un embrollo porque no era un plan. No es que yo preví esto y esas novelas, pero se dio cuando terminé la primera. Entonces, estoy terminando la segunda y voy trabajando partes de las siguientes. Si fuera por mí, no me desharía jamás de ellas, porque me gusta vivir dentro de ese mundo. Creo siempre que la novela es el espacio donde uno convive con la novela. El cuento, de alguna manera sirve para expulsar demonios -ya lo decía Cortázar-, para expulsar alimañas. La novela, en cambio, es un espacio de convivencia. Un espacio donde te gusta estar. Y me gusta vivir el tiempo de escritura de la novela.

¿Es un estado de ánimo, también?
Es un estado de ánimo y un asidero frente al mundo. Es decir, trabaja sobre algo que te permite dar un pie frente al mundo. Por eso me cuesta mucho separarme de una novela cuando la termino. También me gusta compartirla. Me gusta que haya lectores, pero esa es otra etapa.

Muchas gracias por la entrevista y esperamos que siga disfrutando su estadía en Lima.
Gracias, Gianmarco.

viernes, 11 de junio de 2010

Antón Castro


“La literatura la vivo como si fuera una forma más de respirar”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El escritor y periodista español Antón Castro (La Coruña, 1959) vino a Lima para ofrecer una conferencia y un taller literario de varios días, invitado por el Centro Cultural de España. Tras su estadía en nuestro país se iría de inmediato a dar más talleres y conferencias a Buenos Aires, Argentina, y luego volvería muy brevemente a Lima. Castro ha publicado más de veinte obras, entre las que podemos mencionar El corazón desbordado (1990), Bestiario Aragonés (1991), Veneno en la boca (1994), Vidas de cine (2002) y libros para niños como Jorge y las sirenas (2009). Igualmente, ha dirigido el suplemento Artes y Letras en el periódico Heraldo de Aragón. Además, ha conducido diversos programas televisivos -actualmente trabaja en Aragón TV como presentador del programa Borradores, donde ha entrevistado a muchos importantes escritores y personajes del ámbito cultural de su país-. Por su trabajo cultural ha sido reconocido con el Premio de la Asociación de la Prensa de Aragón y también con el Premio de Periodismo Ciudad de Zaragoza. Por otra parte, Castro tiene un interesante blog epónimo desde el año 2005, el cual mantiene siempre actualizado. En la siguiente entrevista, el narrador ibérico nos cuenta sobre sus profundas motivaciones literarias y su labor como periodista cultural.


Antón, una frase tuya es que “a uno lo marcan los cuentos que lee”. ¿Cuál ha sido el primer cuento que te ha marcado, con cuál la literatura entró en tus venas?
Una de las primeras veces que tengo conciencia de leer un cuento creo que es un cuento que aparecía en nuestros manuales de literatura, cuando estudiábamos en educación general secundaria, que era Maese Pérez, el organista (1861) de Gustavo Adolfo Bécquer. Una historia realmente muy fantástica, a la vez de terror, a la vez de apariciones. Curiosamente ese cuento -a mí me gusta muchísimo el Bécquer narrador más que el Bécquer poeta- tiene mucho que ver con el mundo que me contaban en la infancia. Un mundo fantástico, de miedos, apariciones. Claro, eso no lo sabía en ese momento. Ni siquiera sabía que el mundo que me habían contado era ese, pero de repente vas avanzando en el tiempo, te vas dando cuenta, y dices: “Claro, esto es lo que me contaban”. Entonces, me pareció como si algo inconsciente que yo tenía dentro de mí, de repente apareciese en un cuento. Además, es un escritor que tiene una vida breve. En España es un escritor importantísimo porque es el emblema del romanticismo. Es como podría ser aquí (José) Santos Chocano.

Acá se le considera muy bien.
Exactamente. Es un hombre que además marca mucho la obra, por ejemplo, de Rubén Darío. Entonces, a mí aquel cuento me perturbó, me gustó muchísimo, y fue de las primeras veces que tuve la sensación de lo que era un cuento. Luego leí muchos cuentos. También hay otra cosa que me impresionó: recuerdo que en mi casa mis padres apenas leían, y de repente, en una oferta que salía del Círculo de Lectores, en una revista de las que yo leía, ofrecían un paquete de libros. Uno de los paquetes que ofrecían era Eugenio Sue, Madame Bovary (1857), Salambó (1862) de Flaubert, y me lo compré. La verdad es que leí con mucho placer todo aquello. Entonces, creo que la literatura empezó ahí y ya luego lo que empezó como un torrente fundamental fue la literatura latinoamericana. Sobre todo con Gabriel García Márquez. Leí Cien años de soledad (1967) y aquello me pareció como la explosión de lo que era la novela pero también lo que eran los cuentos. Porque Cien años de soledad es una novela muy unitaria, una novela cíclica, pero si te fijas está llena de personajes, y cada personaje tiene un montón de cuentos secundarios.

Aparte, es un gran cuentista García Márquez.
Por supuesto. A mí me impresionó muchísimo un libro que es Ojos de perro azul (1950). Aquel libro me reveló varias cosas: el mundo de William Faulkner, que él había asimilado con esa densidad, ese mundo de perturbación, esas pasiones telúricas. El mundo de Kafka, que ya estaba en varios cuentos. Y luego, me encantó su propio mundo, ese mundo del trópico. Siempre recuerdo uno de mis cuentos favoritos que era La siesta del martes -del libro Los funerales de la Mamá Grande (1962)-. De repente leo La siesta del martes y digo: “¡Qué maravilla!”.

Doce cuentos peregrinos (1992).
Ahí tenía cuentos preciosos. Uno de los cuentos peregrinos tenía piezas preciosas. Uno de los cuentos de Doce cuentos peregrinos primero apareció en un artículo (en 1976) en El País, se llamaba El rastro de tu sangre en la nieve. Era la historia de una mujer que se pinchaba con una especie de espina de una rosa y acabaría desangrándose.

Sí.
Nena Daconte creo que se llamaba la chica. Ahora hay un grupo de música en España que se llama Nena Daconte. Yo juraría que era una historia maravillosa, una historia de amor y desamor con ese fondo de nieve. Realmente García Márquez es un gran narrador, el hombre que construía todo un mundo, pero a la vez también tenía -como veías tú, por ejemplo, en sus libros previos- un proyecto en la cabeza que se llamaba La Casa, que luego le va a cambiar el título: Cien años de soledad. Pero hasta llegar ahí -que es un libro que escribe en un año y medio en México, encerrado en su casa- él va haciendo pasos: Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá Grande, todo ese mundo, e incluso La hojarasca (1955), La mala hora (1962), y todo ese mundo confluye en esa novela poderosa. Pero él va haciendo pequeños cuentos, pequeños fragmentos, y a mí eso de García Márquez me gusta mucho. Después de Bécquer, el paso siguiente que te descubre la literatura -para mí- con una potencia enorme, es García Márquez. Luego ya vienen escritores gallegos, muchos otros. Pero esos dos pasos son fundamentales. Y si quieres te cierro el ciclo de influjos: cuando descubro a (Federico) García Lorca. Sobre todo un libro que a mí me sorprendió, que se llamaba Romancero Gitano (1928). Es un libro de romances, en teoría. Pero son romances que mezclan, por una parte, el pozo popular, tradicional -lo que es el romancero hispanoamericano general- y la llegada de la poesía de vanguardia. Hace allí una fusión y tiene piezas preciosas. Y luego, en ese libro todos los romances son como historias llenas de magia, llenas de enigma. A veces no sabes lo que pasa, pero te seducen completamente, te subyugan porque tienen siempre una aureola mítica. Y eso es lo que le pasa a García Márquez, desde luego. Y también le pasa -en otro nivel- a Bécquer.

¿Te gusta leer cosas nuevas o releer clásicos?
Soy un escritor un poco clásico, si quieres un pequeño académico. No soy un escritor de rupturas. No. Soy un escritor que intenta afirmar un mundo. Me gusta descubrir todo el rato cosas. He llegado a Perú, y no sabía mucho quién era Nelly Fonseca, la descubrí, me puse a leerla como un loco. Hace años, no sabía mucho quién era Julio Ramón Ribeyro, hoy ya me voy de cabeza. No sabía mucho quién era Ciro Alegría, ¡bum!, allá me voy. No sabía mucho quién era John Fante, el maestro de Charles Bukowski, y allá me voy, porque me encanta. Es decir, me gusta siempre estar al tanto de lo que pasa. Ahora que he estado en Buenos Aires, pues he comprado lo que he podido. He estado buscando cosas y todo el rato quería saber lo que hacían los jóvenes, quiénes eran los autores importantes o escritores con personalidad. El mundo es ancho y ajeno, el mundo es inmenso, y la verdad es que lo mejor es descubrir cosas. Hay una serie de escritores que te conmueven, que son maravillosos, que te seducen siempre. Te seduce siempre Stendhal, Flaubert, Tolstoi en muchas cosas, Chéjov, algunos libros de Mario Vargas Llosa. Es tan bonito descubrir en cada lugar gente que escribe maravillosamente bien. Por ejemplo, me regalaron un libro que es una antología que ha hecho Eduardo Chirinos, que habéis publicado aquí. Es un libro -Rosa polipétala (2009)-, un título muy gracioso, y lo he estado leyendo. Descubrir cosas, encontrarme con escritores jóvenes, no jóvenes, me fascina.

Y en otro país tan lejano.
Eso ya me vuelve loco. Por ejemplo, soy muy aficionado a la fotografía. El otro día aquí estuve buscando a los fotógrafos peruanos. Ya sé que los grandes son Martín Chambi y los hermanos Vargas, pero a mí me interesan todos. En Argentina, una de las primeras cosas que he hecho es comprarme una historia general de la fotografía argentina. Lo que me interesa es hacer que el mundo sea cada vez más variado y rico. Porque el mundo es tan inagotable, ilimitado, infinito, que nunca lo puedes asumir ni asimilar por entero.

Para ti la literatura no es una manera de vivir el mundo sino una manera más de vivir el mundo.
Sí, por supuesto. La literatura para mí es muy importante, creo que soy un animal literario, tenga más o menos lectores, más o menos éxito. Creo que soy un enfermo de literatura, un letraherido -que dice a veces Vargas Llosa y que dice mucha gente-. Lo soy. Pero me interesa mucho la vida, los seres humanos. Es decir, la literatura es un elemento fundamental de la vida, pero no es el único. Me interesa el arte muchísimo, por ejemplo. Aquí he conocido algunos pintores peruanos, pero en Buenos Aires -que he tenido un poco más de tiempo- he descubierto a Antonio Berni, a los grandes ilustradores. Realmente me interesa mucho todo eso. Me gustaba Julio Ramón Ribeyro, por la visión que tenía del mundo, la capacidad de resumir las cosas en pocas frases. Esa relación que tenía como de tipo marginado, alguien que estaba fuera. El hombre escribía estupendamente bien, sabía crear personajes maravillosos. Y aquí hay otros muchos. Hoy, por ejemplo, he estado leyendo a Santos Chocano. Hay un personaje -que es un gran escritor también-, se llama Oswaldo Reynoso, también es de aquí…

En octubre no hay milagros (1966).
Exactamente, sí. También hablaban de otro libro suyo: ¿Los Inocentes (1961)?

También.
Ese tipo de cosas es un poco la manera cómo te mueves por el mundo.

Pero él (Reynoso) es el mejor escritor de los underground.
Exactamente, sí.

Y por eso hay un encontrón con el canon oficial de acá. Pero en verdad es mejor que muchos de los que están allí aceptados. Eso pasa en todos lados.
Cuando hablas del canon hablas de Bryce Echenique, Vargas Llosa, de todos estos…

Aunque Bryce Echenique -Antón, sé que lo admiras- acá en el Perú, después del problema que tuvo con los 32 plagios (ver la siguiente entrevista de Perú.21: http://peru21.pe/noticia/460221/alfredo-bryce-plagio-homenaje y esta nota de El Comercio: http://elcomercio.pe/noticia/460270/alfredo-bryce-echenique-plagio-homenaje) se vino…
Ha perdido.

…bastante abajo. Y es muy penoso para nosotros los peruanos.
Y para nosotros, también. Porque piensa que en España a Bryce Echenique lo queremos mucho. Es un hombre…

Ganó el Premio (Nacional) de Narrativa de España (en 1998, por Reo de nocturnidad).
Ha sido Premio Planeta (el año 2002, por El huerto de mi amada), es un hombre que en España se le quiere mucho. Ha vivido mucho en Barcelona, ha tenido muchísimos lectores. Me acuerdo en los años después del primer Boom -que nos llegó con Lezama Lima, Borges, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz un poco; ese Boom que era Sábato, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, esos grandes autores del Boom- vino uno posterior, que eran los escritores que tenían una calidad enorme pero que eran como los hijos. Uno de ellos, desde luego: Bryce Echenique. Que no es mucho más joven que Vargas Llosa. Me parece que Vargas Llosa es del 36 y él es del 39. Pero es un escritor que nos marcó mucho, sobre todo a través de dos libros. Uno -su mejor libro para mí- que es Un mundo para Julius (1970), y otro La vida exagerada de Martín Romaña (1981). Fueron libros que en España se leían mucho por la visión que tenía, por el sentido del humor, cómo describía Lima, cómo describía la relación entre los seres humanos. Y ahora te puedo decir que una de las personas a quien ha plagiado por completo todo el texto -salvo dos palabras- es muy amigo mío, es un escritor gallego que se llama José María Pérez Álvarez.

¿Cuál texto ha plagiado?
Es un texto (titulado Las esquinas habitadas) que publicó en Jano (en marzo del año 2005), un texto además que he publicado en mi blog. Es un texto que tiene un folio y medio.

Bryce plagió a este señor.
Sí, entero. Le cogió el texto entero.

Si lo ha hecho con 32…
Con muchísima gente, sí. Lo sé, perfectamente. Le cogió el texto entero. Es decir, un texto literal en completo, y le cambió dos palabras. Es una cosa realmente tremenda, porque no es necesaria. Un hombre de su talento… Ahora yo -no quiero aquí meterme con él ni nada, sino al contrario, darle un punto de ternura- creo que esto que le está pasando es el relato de un hombre enfermo seguramente de alcoholismo. Es un hombre que ha perdido -para mí- el norte. No creo que sea un desalmado, que haga eso por pura perversidad -él no lo necesitaría, tiene talento para hacer otras muchas cosas-, pero yo creo que es el producto de alguien que de repente se abandona en algo, y además, padece una enfermedad que no sé si es exactamente descontrol, alcoholismo o algo así. La cosa va un poco por ahí. Incluso hay alguien que me ha dicho aquí que los plagios nacen de su enfermedad. Es un hombre que bebe mucho. Si puedo decir esto -dicho con la ternura debida-, tengo la sensación de que Alfredo Bryce Echenique ha perdido un poco el respeto a sí mismo. No sé si por dinero, creo que más bien deriva de una cuestión patológica, de una enfermedad. Yo escribí un artículo contra Bryce, de manera irónica, sobre este tema que te digo. José María Pérez Álvarez es autor de varias novelas. Una se llama Nembrot (2002). Es un escritor conocido, pero tampoco muy conocido. No es Juan Goytisolo. Has entrevistado tú a Juan Bonilla, tampoco es Juan Bonilla. Es un buen escritor pero no tiene esa proyección pública. Yo escribí un artículo diciendo que de repente –la ironía, entiéndeme- Bryce Echenique se había puesto generoso y cariñoso: le gustaba mucho ese autor y como veía que ese autor que era muy bueno no acababa de salir, lo había plagiado completo. Para que surgiese este follón (lío) y en este follón la gente conociese mejor a José María Pérez Álvarez. Lo escribí en un artículo, con un poco de ternura y de mala leche. Y sobre todo con la perplejidad de no entender por qué a un hombre sobrado de talento, trayectoria, libros, respeto internacional en el mundo de la literatura, le ocurre eso.

¿Qué te causa temor en tu relación con la literatura? Esta relación -que se nota es muy intensa por la vasta memoria que tienes sobre libros, autores, épocas y corrientes literarias-: ¿te causa algo de reticencia o te entregas por completo?
No, yo me entrego por completo. Hay veces que la vivo como dices tú, con esta pasión, esta sinceridad apabullante, a veces casi avasalladora. A veces no sé muy bien dónde está la ficción y la realidad -me refiero en mi propia vida-. Entonces, la literatura la vivo como si fuera una forma más de respirar. Me confío mucho en la vida, la literatura y la gente. Dentro de esta pasión me entrego a la literatura también con un gran candor. Miedo no tengo a nada. Hoy, por ejemplo, me ha pasado una cosa muy curiosa: he inventado varios personajes -lógicamente en mis libros-, he creado un fotógrafo que su procedencia sería de un pueblecito de Teruel. El fotógrafo se llama Manuel Martín Mormeneo. Acabo de recibir una carta de una señora de Bahía Blanca, en Argentina, que se llama Isabel Mormeneo, y quiere saber si ese personaje que me he inventado es un antepasado suyo. Estas cosas me pasan constantemente en la literatura. Todo el mundo quiere saber si algunos personajes que invento y son de determinados lugares tienen que ver con antepasados suyos, si son reales. Pero en general, hombre, intento no molestar, no zaherir a nadie cuando se puede ver que alguien está ahí detrás. Intento no meterme con nadie porque creo que tampoco es necesario.

De repente esas personas que te piden datos de tus personajes ficticios -creyendo que son verdad- en el fondo quieren perennizarse a través de algo. Y ven que un escritor los puede perennizar con su apellido, su familia, con algo que se parezca a ellos.
Eso tiene razón. Me pasó por ejemplo cuando inventé un personaje que ahora aparece en todos mis libros -en Golpes de mar (2006), en Fotografìas veladas (2008), antes apareció en Album del solitario (1999), en Los seres imposibles (1998)- y lo creé en un libro que llevaba su nombre: El testamento de amor de Patricio Julve (1995). Te hablo de un fotógrafo ciego de un ojo, cojo de una pierna, se llama Patricio Julve, que tiene sus raíces también en un lugar de Aragón -aunque soy gallego llevo treinta años en Aragón-. Y entonces, recibí muchas llamadas. Mucha gente quería saber si ese personaje era su bisabuelo… Todo el mundo tenía un antepasado fotógrafo. Es una cosa que me deslumbraba. Y lo más gracioso que me pasó fue que un catedrático de universidad –cuando a partir de este libro, la historia de un fotógrafo, se habla de sus fotos- me preguntó que teníamos que hacerle una gran exposición antológica a ese fotógrafo porque teníamos que recuperar sus obras y presentarlo al público. Una cosa que me pareció muy bonita es cómo los personajes de ficción de repente se convierten en seres reales y cómo la gente -como dices tú- quiere tener un parentesco con ese elemento de ficción. Porque de alguna manera estos personajes acaban teniendo cierta inmortalidad a través de los textos. Una de las cosas que hace la literatura, en mayor o menor grado, con mayor o menor éxito, mayor o menor reconocimiento público, es conferir a los personajes cierta aureola de inmortalidad. Están ahí.

Mencionaste a Teruel (ciudad de Aragón). ¿De qué forma y por qué te había marcado Teruel?
Teruel es una provincia despoblada, que tiene todos los paisajes. No tiene mar pero tiene lagos, llano, serranía, alta montaña, páramos maravillosos. De entrada es una especie de mosaico de naturaleza muy variada. Allí llegaba el mar. Hubo dinosaurios en la zona de Teruel. Entonces, por distintas razones -básicamente porque soy marido de médico- durante quince años he estado viviendo en distintos lugares de Teruel. Primero viví en un lugar que se llama Camarena de la Sierra, una zona de alta montaña. Estamos hablando de 1500, 1600 metros, no estamos hablando de las montañas de los altiplanos del Perú. Era un lugar absolutamente paradisíaco. Un lugar frondoso que tenía pequeños ríos que atravesaban el paisaje. Vivir con la naturaleza, vivir con esa sensación de grandiosidad, que no es un Machu Picchu pero es grandioso a nuestra medida. Uno vive los paisajes que vive. Uno no vive en los Andes, no vive en la cordillera, vive otra cosa. De entrada, ese lugar me fascinó. Y me pasó una cosa muy bonita -que luego fue casi un método de trabajo-: mi mujer pasaba a consulta, yo estaba en casa cuidando a los niños que teníamos entonces, y la gente salía de la consulta y me venía a contar historias -como estamos tú y yo ahora aquí-, me contaban todo…

¿Era una costumbre en Teruel?
No. Es que mi mujer les dijo que su marido era periodista y escritor. Y que por qué no me venían a ver y contarme cosas. Entonces yo sacaba la cuaderna -como tú tienes ahora aquí- y empezaba a tomar historias. A veces me servía una frase: con una frase creaba un mundo. Y de esa estancia que fueron tres meses en tres años sucesivos –88, 89 y 90- yo escribí un libro que se llamaba Los pasajeros del estío (1990). Un libro muy especial, publicado en una editorial que se llama Olifante. Ahí nació la relación con un mundo muy sudamericano, porque a Teruel lo veía con esa textura sudamericana, esa envoltura mítica. Ese lugar que no sabes por qué hay tanto misterio, por qué la naturaleza es tan deslumbrante, por qué los personajes son tan extraños, y yo con eso hice mi primer libro. Luego nos fuimos a otro pueblo que se llama Cantavieja, que es una montaña impresionante, y ahí surgió El testamento de amor de Patricio Julve. En este caso ya no venía la gente a contarme historias. Era yo el que salía a las calles a hablar con la gente, a hacer un trabajo documental que luego llevaba a mi terreno. Hacía periodismo en el método de trabajo pero luego inventaba y creaba historias. Aunque algunas historias, la mayoría de gente me decía -cuando salió ese libro el año 95, que tuvo tres ediciones y publicó Destino-: ”es que tú has traído el mar a Teruel”. Porque como yo era gallego, yo al mar y tal. Teruel me marcó tremendamente porque es un lugar muy vinculado con la guerra civil, con distintos reyes medievales, con los maquis -esa gente resistente que cuando triunfa Franco se van al monte y hacen la guerra de guerrillas desde el monte-. Tenía un montón de cosas. Todo ese mundo me marca muchísimo, me gusta muchísimo y la verdad es que me dio todo. De niño me encantaba el paisaje con locura. Yo hacía dos cosas: me iba al bosque y me internaba a pasear solo, con un miedo infinito pero me apetecía hacer eso. Llevaba siempre una especie de amuleto. Luego en mi casa, cuando llovía, teníamos una especie de voladizo que nos cubría, y yo aplicaba el oído en la tierra, me quedaba allí tumbado, acurrucado como en posición fetal y escuchaba el estremecimiento de la tierra. Me quedaba ahí. Escuchaba el golpe de la lluvia contra el suelo, esa especie de golpe de tambor. Escuchaba -vamos a poner un poco de imaginación-…

Es una imagen bien cinematográfica.
…cómo se estremecía la tierra. Esto lo hacía yo cuatro o cinco veces al año como mínimo, porque me encantaba. De repente se pone a llover, se despiertan unos olores de borrasca, y yo me aplicaba ahí, me quedaba así acurrucadito, como si no hubiera nacido. Y escuchaba, veía, cómo caía la lluvia, escuchaba la música, para mí era una sensación maravillosa. Es decir, ahora, muchos años después me acuerdo de esa imagen como una que define mi amor a la naturaleza, mi búsqueda de captar el misterio, mi relación casi telúrica con la tierra, como superficie matricial, como matriz del mundo.


“…Avanzó hacia el interior de las rocas como si quisiera recorrer por última vez los escenarios de una pasión extinta ya, pero que no acababa de consumirse en su interior con calma y sin avivar el espanto de la decepción…”

De Golpes de Mar de Antón Castro


Hablaste de Golpes de mar que antes se llamaba Marinos y mujeres
Sí.

…y dijiste que era tu autobiografía como escritor, y que te costó más de veinte años terminarla, en tres versiones distintas. ¿Cómo se escribe un mismo libro tantos años? Uno a veces siente que pesa el libro porque lo tiene ahí…
Cuando digo que es mi autobiografía de escritor quiero decir que es el primer libro que escribo o empiezo a escribir -por lo menos en los primeros cuentos- y es el último libro ahora. Ya he publicado otro más, pero hasta el año 2006 es el libro que me acompaña siempre. Yo primero publico en el año 87 cuatro cuentos que se llamaban Mitologías -que era el germen de Golpes de mar-. Diez años después, en el año 97, en gallego esta vez, publico un libro que ya tenía once cuentos y se llamaba Vida y muerte de las ballenas. A esos cuatro cuentos iniciales yo le añadí otros siete. Y ahora, diez años después, el 2006-2007 publico Golpes de mar, la edición definitiva en castellano.

No va a haber una segunda edición definitiva.
Creo que no voy a ampliarlo más. Es decir, ya está redondeado el tema. Y entonces, ¿qué ocurre? Primero aparecen cuatro cuentos. En el segundo libro, en gallego, aparecen once. Cuatro y siete. Ahora aparecen dieciséis, pero he quitado algunos cuentos del libro segundo y he añadido otros cuentos nuevos. Es decir, es un libro que al principio escribí en gallego, lo traduje, lo publiqué en gallego, y finalmente he seguido trabajando ya en castellano y he completado Golpes de mar. ¿Por qué digo que es mi autobiografía de escritor? Porque es el libro que -de alguna manera- condensa mis obsesiones, mi mirada sobre el mar, los autores que me han gustado -y muchos están ahí presentes-. Es un libro de muchos homenajes, explica cómo un escritor que empieza con veinte años, veintidós, veintitrés, veinticinco, empieza a trabajar y va ampliando el mundo pero sigue siendo ese escritor siempre. Es un libro que me gusta mucho. No tiene nada que ver con mi autobiografía personal. Sólo hay un texto autobiográfico ahí, se llama Dos tardes con Beatriz de Sousa. Es mi libro que refleja más cómo soy yo. Cómo miro, cómo me interesan los personajes, el mundo del mar y el mundo irlandés, el amor, la muerte -casi como temor y mito-. Me parece que ese libro, si tuviéramos que hacer un autorretrato de Antón Castro como escritor, posiblemente sería el más perfecto. Aunque hay otro libro mío que me gusta mucho también, el último, Fotografías veladas. Otro libro mío que me encantaría regalar a todos los lectores -pero está agotado y la editorial no lo quiere reeditar- es el que más éxito ha tenido, se llama El testamento de amor de Patricio Julve: se inicia en 1835 y termina en 1996. Tiene como 160 años de historia, y son 160 años a través de distintos relatos, de un hilo conductor que sería ese fotógrafo Patricio Julve, a través de un paisaje muy teruelense, plenamente. Un paisaje montañoso, escarpado, fascinante, que se llama el Maestrazgo (una comarca histórica).

De Golpes de mar me llama mucho la atención que tiene un ritmo muy pausado y es muy poético. Por ratos hubiera sido un poema y por ratos una narración…
Sí.

…pero va combinado.
Eso es una cosa que hago siempre. Hay mucha gente que dice que mis textos son siempre muy poéticos. Yo escribo con esa naturalidad. Me interesa muchísimo el mundo de la poesía. De repente he empezado a escribir poesía de nuevo. Porque empecé escribiendo poesía de joven pero estuve como veinte años sin la poesía y ahora quiero hacer poesía. He escrito ya unos poemas. Pero hay una textura de la prosa que me gusta mucho. Intento que la carga poética no perturbe, que no moleste sino que dé matices nuevos. Para mí es muy importante en lo que hago la narratividad, la amenidad, el que te interesen unos personajes, lo que se cuenta, las situaciones, el color, el olor, el sabor. Y todo eso, ¿cómo lo doy? Primero, con un tratamiento especial del tiempo, que casi siempre en mis libros es muy intemporal -nunca sabes con certeza en qué momento están pasando las cosas-. Hombre, sabes que estamos en el siglo XX posiblemente pero no sabemos en qué nebulosa exacta está. Y me interesa mucho la poesía. Esas imágenes que de repente te abrazan, te envuelven, te crean un clima especial. Y sobre todo te meten en un lugar que estás cómodo, que estás bien. Mis textos son muy líricos, como dices; son reflexivos sin ser filosóficos, muy poéticos y narrativos. Yo no quiero que nadie se aburra nunca con mis textos.

Entrando a tu lado periodístico: cuando entrevistas a escritores – porque también entrevistas a gente de otros ámbitos de la cultura-, ¿has pensado que alguno de ellos te puede decir un secreto que tú no sabías o quisieras saber sobre literatura?
Mucha gente. Porque todos vivimos la literatura de manera especial, quiero decir que todos tenemos una pulsión íntima, reflexiva. Siempre hay mucha gente que te descubre cosas. Siempre aprendes. Incluso aprendes de escritores que tú sabes que son malos. Hay muchos escritores de éxito que son muy malos escritores, la relación con el lenguaje es muy mala. Son escritores que ni tienen un don poético, y sin embargo funcionan muy bien porque la gente busca en sus textos otra cosa. Busca entretenimiento fácil, fragmentos de historia, creaciones inmediatas. La verdad es que siempre me ha interesado mucho cómo los diferentes escritores van construyendo su mundo, qué es lo que les interesa. Hay escritores que te interesan mucho más. No es lo mismo entrevistar a Enrique Vila-Matas -que tiene una relación con la literatura increíble, llena de hechizos, de sortilegios, con una poderosa carga de azar- que entrevistar a escritores que no tienen un mundo literario. Son escritores que ven la literatura como instrumento para otra cosa. Me gustan más los escritores que tienen la enfermedad de la literatura, que tienen una relación muy especial, llena de recodos, secretos, laberintos, encrucijadas, con la literatura. Eso es lo que me gusta.

¿Entrevistar a Antonio Gamoneda también resultó igual de grato que entrevistar a Vila-Matas?
Sí. Es muy diferente. Hay como dos Gamonedas. La primera entrevista que le hice a Gamoneda no fue la que le hice en el año 2008 -coincidiendo con la Exposición Internacional de Zaragoza- sino que lo entrevisté por primera vez en el año 88, hace 21 años. Lo entrevisté en un viejo café de Zaragoza que está dentro de un restaurante donde va mucha gente. Es un lugar muy literario. Por allí ha pasado todo el mundo de la cultura, del arte, de las variedades. Todo el mundo ha pasado por allí. Lo entrevisté allí. Yo lo conocía, él acababa de publicar un libro que era como su antología poética total, se llamaba Edad (1987), por la que había recibido el Premio Nacional de la Crítica. Había sido una revelación que se conociera como un poeta de provincias y de repente sale con toda la fuerza del mundo. Un poeta de León, aunque él nació en Oviedo. Me perturbó mucho aquel hombre. Primero porque no era un poeta fácil, lo veías torturado. Era un poeta del conocimiento, del silencio, la muerte, de un paisaje desabrido, de nieve, un poeta del páramo. Estos poetas donde los elementos simbólicos son símbolos –valga la redundancia- de sentimientos del alma: la soledad, la pérdida.

Conceptuales.
Sí. Muy conceptuales. Él es un poeta que construye unas imágenes deslumbrantes, muy buenas, estupendas. Pero por otra parte es un poeta de todas estas cosas: soledad, vacío, pérdida, desamor, conocimiento, un poeta del hielo. Del hielo como elemento fundamental de la nieve, como elemento fundamental de desamparo en el mundo. Me sorprendió muchísimo aquello. Cuando lo he vuelto a entrevistar muchos años después, cuando ya era Premio Cervantes, él se acordaba. Nos hemos escrito muchas veces. Inclusive le he traducido algún poema al gallego. Es un hombre con su mundo, sigue un poco en sus trece. Me pasó una cosa muy curiosa cuando lo entrevisté esta vez. Él es un poeta que tenía una vena social, también. Leyó un poema sobre la memoria, sobre el rescate de la memoria en Galicia, en España, sobre los muertos -la gente que ha sido enterrada y no sabemos dónde-.

Por la guerra civil.
Por la guerra civil, sí. Y la verdad es que su poema fue impresionante. A la gente le impresionó. En España ha habido hace poco un debate, una especie de malentendido. Porque le preguntaron (a Gamoneda): “se muere Mario Benedetti”. Y entonces él dice -con muy buena educación- que es un poeta necesario, que su conciencia cívica ha sido muy importante, que es un hombre al que le tiene mucha admiración, pero que lo que él hace para él no es poesía, es otra cosa. Lo que vino a decir -más o menos- es que Mario Benedetti no era uno de sus poetas afines, él prefería otro tipo de poética. Le pasa a mucha gente. Mario Benedetti: hay gente que le gusta mucho y hay gente que no le gusta nada. Entonces, a raíz de eso ha sido muy insultado, muy vituperado…

Pero tiene unos poemas muy buenos, los últimos que escribía Benedetti…
Sí.

…no eran de “codo a codo”, eran mucho más elaborados.
No. Exactamente. No era aquello de “si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos…”. Eso sería lo que se ha llevado a la música…

A los colegios, también.
A los colegios, también. Hay una cosa que no le puedo negar a Mario Benedetti -me puede gustar más o menos-: es un hombre que manejaba el lenguaje muy bien, tenía una facilidad… Era un poeta que tiene capacidad de convertir la poesía en un instrumento, que la gente hace suyo y lo vive de manera especial.

Como Ernesto Cardenal, también.
Y Ernesto Cardenal. Sí. Es muy difícil hacer tuya la poesía de Antonio Gamoneda. Me refiero a hacer tuya en un sentido colectivo, popular, es otra cosa, es un poeta…

Es muy individual.
Muy individual. Es un poeta que te obliga a pensar, un poeta que muchas veces no entiendes lo que dice pero te gusta cómo lo dice, y eso te lleva a pensar, a indagar. Porque hay una cosa que también me gusta: esa poesía que tú no entiendes nada de lo que te cuentan.

Todo es pura metáfora.
Sí, que es pura metáfora, que es encadenamiento de imágenes, que es un poco el aroma del lenguaje. El lenguaje tiene aroma, sabor, un montón de cosas.

Leíste un texto tuyo (en el taller literario que ofreció en Lima), “Las cartas de mi padre”, y fue muy emotivo. Digamos que ese agradecimiento que le haces a tu padre y que te decidiste por la literatura cuando viste que tu madre estaba emocionada por uno de los textos que habías escrito: esas dos imágenes son tus pilares emocionales para la literatura.
Sí. Mi padre apenas sabía leer. Mi madre leyó poco -fue al colegio tres o cuatro meses-, pero esa primera imagen, que de repente nos cambiamos de pueblo y yo de repente me pongo a escribir en la mesa de la cocina y hago una narración contando cómo recordaba nuestra vida anterior, y se la leo y mi madre se pone a llorar, eso me pareció tremendo. Entonces, efectivamente, fue como una revelación. La literatura agita, excita, moviliza estos sentimientos tan profundos, esta emoción. Eso para mí fue como si hubiera descubierto la piedra filosofal. Fue muy importante porque en ese momento mi padre ya había vuelto a casa, pero cuando mi padre estaba en el extranjero -mi padre escribía muy mal y empezaba sus cartas así-: “Querida familia, espero que vuestra salud esté bien, quedando la mía bien, también”. Siempre empezaba así las cartas. Y a mí me llamaba el rey de la casa. Había un momento que contaba cómo le iba, si trabajaba de barrero de sábados, si había hecho tal jardín, tal otro, y al final preguntaba por el rey de la casa. Y el rey de la casa, el chico pequeño, era yo, que tenía entonces entre seis y diez años, en esa franja de edad. Para mí era muy emocionante. Mi padre: nunca le he oído una palabra de cariño. Por ejemplo, me ves que soy muy afectuoso con toda la gente, que le animo y tal: mi padre era todo lo contrario. No nos animaba nunca a nosotros, parecía como si fuéramos un poco extraños para él. Éramos sus hijos pero a la vez era como si no le hubieran enseñado cómo hay que ser cariñoso.

No había comunicación física.
Le costaba, le costaba. Porque mi padre se marchó de casa a los seis, siete, ocho años, a trabajar de criado. No había vivido ni con sus hermanos ni con sus padres. Y cuando vuelve a vivir con sus padres y hermanos es muy poquito tiempo: tiene 23 años. Quince años ausente de casa, y se casa. Realmente, lo que es el núcleo familiar no lo llega a tener. Sin embargo, una cosa que me impresionó mucho de él y que me ha pasado también, es que él tenía a su padre –que al final de su vida padeció un cáncer- y lo iba a ver todos los días. Y todos los días se sentaba al pie de su cama, le daba plátanos, hablaba con él, intentaba mantener una conversación. La imagen más poderosa que tengo de mi padre -al margen de las cartas, de ir con él alguna vez, que me llevaba de la mano- era ver cómo cuando mi abuelo tenía setenta años, se estaba muriendo, él iba todos los días. Salía del trabajo e iba diez, doce kilómetros en su bicicleta -o en lo que fuera- a verlo y estar con él. Fíjate hasta qué punto estaba poseído y perturbado (su abuelo) por su enfermedad que -nosotros vivíamos en un segundo piso- un día llamó, empezó a subir escaleras, llamó en el quinto, otro día llamó en el cuarto y otro día llamó a la peluquería. Le abrieron, no vio nada. Iba tan absorto en sus pensamientos que entró hasta donde estaban peinando a las mujeres y la peluquera, con mucha tranquilidad, le coge del hombro y le dice: “Señor Benito, me parece que usted se ha equivocado de casa, usted vive abajo”. Esas imágenes son muy importantes para mí. Ya sabes que los escritores -cuando antes me preguntabas si me habían revelado cosas- tienen una relación muy especial con la literatura. Hay gente que la literatura ha sido un exorcismo contra la pobreza, hay gente que ha sido una manera de escapar de malos momentos, ha sido una manera de sublimar el amor, y ha sido también -a veces- un refugio contra ti mismo, contra la parte más destructiva. La literatura en mí tiene muchos lugares, muchas esquinas. Dos fundamentales son estas que tú has avanzado: esa vez que escribo un texto y se lo leo a mi madre, y esas cartas de mi padre -que eran un folio por las dos caras escritas- que leíamos ante la ventana de la cocina. Me emocionaba tanto cuando mi madre leía las cartas en voz alta -casi a trompicones-, tanto que se me caían las lágrimas. Yo era un niño. Mi madre me veía y, ¿qué me decía?: “¿Qué te ha pasado, te ha caído una mota en un ojo?”. Y yo le digo: “Sí, mamá. Un mosquito se me ha caído en el ojo”. Porque no quería decirle que lloraba de la emoción de oír las cartas de mi padre, pero eso era lo que me pasaba.

La última pregunta: ¿qué te pareció esta experiencia por Sudamérica?
Sólo había estado una vez en Latinoamérica -el año 97 en La Habana- y ahora ha sido maravilloso. Voy a empezar por Perú, porque he estado en Lima -he hecho algunos pequeños viajes, pero básicamente he estado en Lima- y la verdad es que he entendido mejor muchas cosas. Los peruanos son gente más humilde, aparentemente, que también te da -desde el silencio, desde esa mirada profunda- un gran cariño. Es gente muy meticulosa, y me ha tratado todo el mundo maravillosamente bien. En términos de experiencia: preciosa. Los talleres: me lo he pasado muy bien. No porque yo pensara que acertábamos sino porque tenía la sensación de que la gente estaba muy a gusto, muy feliz. Un poco rompiendo lo que sé que a veces son los talleres literarios canónicos. Hicimos unos talleres muy constructivos, muy diferentes, donde la gente dio lo mejor de sí mismo, con una gran creación general, colectiva. Donde hicimos un viaje por la literatura de todos los tiempos, por todos los géneros, a través de los textos. Para mí eso fue maravilloso. Y luego, el encuentro con la gente en la conferencia fue muy bonito porque yo estaba muy pendiente de la gente -teníamos una hora y pico, nos hubiéramos quedado ahí hasta mañana- y se veía feliz. No veías a nadie que se durmiera -siempre hay alguien que se duerme-. Creo que fue muy bonito, muy emocionante, y veía que la gente disfrutaba. Para mí fue estupendo y la ciudad me encantó, me encanta. Y en Buenos Aires me la he pasado muy bien -aquí tuve tres intervenciones, en Buenos Aires cinco-. Primero, un encuentro con los editores, luego, una charla con la gente del Centro Gallego, dos talleres de televisión y una charla. Hubo menos gente en Buenos Aires, una ciudad mucho más complicada. Quizá los argentinos no tienen ese cariño hacia el extranjero que se muestra aquí en Perú. Aquí la gente, los periodistas, todo el mundo, es muy cariñosa. Los argentinos están muy contentos de haberse conocido y menos contentos de conocer al que viene. A mí me da igual, yo he sido muy feliz. En general, me han tratado muy bien, han sido muy cariñosos y ha sido una experiencia maravillosa. Son dos ciudades muy diferentes. Buenos Aires es una ciudad enorme, grandísima; esta es una ciudad más destartalada pero con muchísimas riquezas, un pasado fantástico y -sinceramente te lo digo- he sido muy feliz. Mi mujer dice que este es uno de los viajes de su vida, que se lo ha pasado muy bien, que nos hemos sentido muy queridos y que al estar aquí se han consumado muchos sueños, muchas imágenes que teníamos a través de la literatura, a través de personajes como Martín Chambi, que tanto me gusta.

Muchas gracias por la entrevista, Antón, y esperamos que puedas volver en alguna otra oportunidad al Perú.
Yo espero que pueda volver, que ya estén aquí mis libros y la gente me conozca un poquito más. Muchísimas gracias.

Gracias.


Nota: esta entrevista fue realizada en el año 2009.