martes, 20 de agosto de 2013

Raúl Tola


“Soy un escritor antes que un periodista”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Mario Vargas Llosa ha dicho cosas muy positivas sobre Flores amarillas (2013), la tercera y última novela de Raúl Tola Pedraglio (Lima, 1975). Nuestro Premio Nobel de Literatura 2010, incluso, recomendó la publicación del libro a la importante editorial Alfaguara. El autor de La ciudad y los perros (1963) señaló que “Flores amarillas es un libro ambicioso, muy trabajado y entretenido, que se lee con un interés que no decae” y, también, que “me ha hecho pasar muy buenos ratos, y espero que ocurra lo mismo con los muchos lectores que merece tener”. De igual forma, los reconocidos narradores peruanos Jorge Eduardo Benavides -autor de las elogiadas novelas Los años inútiles (2002) y Un asunto sentimental (2012)- y Guillermo Niño de Guzmán -que escribió los estupendos libros de relatos Caballos de medianoche (1984) y Una mujer no hace un verano (1995)- se han manifestado con entusiasmo hacia esta obra literaria.

Por nuestra parte, podemos decir que Flores amarillas es una de las mejores novelas peruanas del año y coloca el nombre de Raúl Tola junto al de otros destacados narradores jóvenes como Diego Trelles Paz, Luis Hernán Castañeda, Daniel Alarcón, Santiago Roncagliolo, Carlos Yushimito y Evelyn García Tirado. La interesante historia de poder y declive de una familia descendiente de italianos en el Perú, los Versaglio, durante el agitado periodo de la dictadura militar de Manuel Odría, atrapa de principio a fin. Y eso que el libro tiene de más de 420 páginas.

Tola es un periodista con una sólida experiencia en televisión -desde 1999 ha laborado en cuatro canales-, siendo el rostro de los principales noticieros y programas dominicales, aunque empezó su carrera profesional en 1992, en la revista Sí, y estudió Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente, publica una columna semanal, titulada El diario negro, en el periódico La República, y conduce el programa de entrevistas Casa tomada en TV Perú. Por el lado literario, en 1999 publicó su primera novela, Noche de cuervos, que fue llevada al cine en 2001 por Aldo Salvini, bajo el nombre de Bala perdida. Luego, en 2002 publicó la novela Heridas privadas y en 2008 el libro de relatos Toque de queda -sobre la convulsa y violenta década de 1980 en el Perú-.

Conversamos extensamente con Raúl sobre su nuevo hijo literario -que le ha tomado cinco años de intenso trabajo y que ofrece numerosas referencias familiares e históricas-, de su firme decisión de volverse un escritor 100% profesional o morir en el intento, y del fascinante mundo del periodismo -que es su otra pasión, aunque esté lleno de envidias ajenas-.

Muchas gracias, Raúl, por la oportunidad de entrevistarte sobre tu nuevo libro, tu tercera novela, Flores amarillas.
Muchas gracias a ti por esta entrevista y por haber leído el libro.

Es una novela muy interesante porque se trata sobre un periodo de nuestra historia que, quizá, no se ha trabajado mucho (literariamente). Vargas Llosa creo que lo ha trabajado de la mejor manera en Conversación en La Catedral (1969).
Sí.

Pero luego de él, no ha habido alguien que se anime a ser comparado -por la época y la temática-.
Me daba un poco de miedo, incluso, tocar esa época que yo conocí tan poquito, que es tan confusa, que tiene tantos detalles. Escribir una novela de esta naturaleza tiene muchísimos riesgos. Uno de esos, el más palpable, es que aún hay personas -que están vivas- que vivieron en esa época. Y, por tanto, cualquier gazapo, error, resbalón en la investigación queda en evidencia frente a estas personas. Y frente a cualquier lector acucioso que haya conocido relativamente bien esa época. Para escribirla, por eso, tuve que emprender un proceso de investigación muy arduo. Y, además, someterla a lectura por muchas personas que conocieron la época, que pudieron hacerme comentarios para afinar esa época de nuestra historia que me ha parecido siempre fascinante. El gobierno de Odría me ha dejado la impresión -después de conocerlo un poco más de cerca por esta investigación- que, de alguna manera, esos años cincuenta, son el fundamento del Perú actual. En esa época se establece una forma de relación entre el empresariado y el poder que subsiste hasta nuestros días. Se presenta una forma de ejercicio del poder político que subsiste. Esparza Zañartu es producto del gobierno de Odría. Esparza Zañartu es, probablemente, en la historia del Perú…

Es el Montesinos de Odría.
…la conexión, el anticipo, o el antecedente más directo que tuvo Vladimiro Montesinos. Un funcionario oscuro que ni siquiera era funcionario público de carrera, era un tratante de vinos que armó una telaraña de inteligencia que parecía abarcarlo todo. Entonces, me pareció una época fascinante sobre la que yo quería escribir. Porque, además, es la época en la que mi abuelo vivió sus años de esplendor. Mi abuelo, a quien no conocí -él falleció cuando mi madre tenía doce años-, era un hombre poderoso, vinculado con el gobierno de Odría, era su proveedor…

¿Qué tan vinculado?
Muy vinculado. Él tenía una línea directa con el vicepresidente Zenón Noriega. Era tan cercana mi familia a Zenón Noriega que, en algún momento, el cuñado de mi abuelo, el hermano de mi abuela, organiza un golpe de Estado con Zenón Noriega, contra Odría. Un golpe de Estado que, tú lo has podido ver, está novelado ahí (en Flores amarillas).

Una novela autobiográfica casi.
Todas las novelas lo son, ¿verdad? Todas las novelas tienen conexiones directas con la vida de quien las escribe. Pero, por supuesto, como cualquier novela, como lo pongo en la advertencia, es exclusivamente un trabajo de ficción. Es cierto que he recreado hechos que pueden ser reconocidos en la realidad, hay nombres que pueden ser reconocidos como reales, pero una novela es mentira. Una novela no es un trabajo histórico. Por más que detrás de esta haya una investigación, más o menos, profusa.

Claro. Porque la ficción es la base de todo.
La ficción lo es todo. Se supone que en una novela todo es un mundo creado. Es un mundo que existe solamente dentro de esa novela, pero que es tan persuasivo, que esta mentira es creída por el lector como si fuera una verdad absoluta.

La verdad de las mentiras (como el libro de ensayos, de 1990, de Mario Vargas Llosa).
Por ahí va un poco la lógica. Sí. Y es una mentira que sirve como pretexto para hablar de muchas de las grandes verdades de la humanidad, además.

Cierto. A pesar de que es una novela que trata sobre la comunidad italiana, es muy significativo -o muy llamativo, para mí, al menos- que los personajes principales, los que sustentaban el poder político, fueran provincianos. Por ejemplo, José Luis Bustamante y Rivero, al que derrocan, era arequipeño.
Sí, exacto.

Odría era tarmeño.
Sí.

Zenón Noriega era cajamarquino. Esparza Zañartu era cajamarquino. Entonces, es muy interesante.
Sí. Lo que pasa es que todos somos provincianos. Mi familia, por ejemplo. Yo la planteé (Flores amarillas), desde un comienzo, como una combinación entre Conversación en La Catedral y El Padrino (1969), pero terminó ganándome algo que me parece que es la impronta de la novela, más allá de esas dos referencias tan potentes: se trata de una saga familiar. Y esta saga, que está contada en dos planos -el que ocurre en los años cincuenta, durante el gobierno de Odría, y el que ocurre en 1860, cuando está por ocurrir la unificación italiana-, parte de un personaje central, que es mi tatarabuelo Albano Versaglio, un guerrillero garibaldino que huye de Italia, perseguido por el imperio austro-húngaro. Él vivía en una zona de frontera. Este es un hecho real, además. Había guerrillas de partisanos lombardos y piamonteses que emboscaban a las tropas austro-húngaras con la esperanza de que el imperio austro-húngaro declarara, de una vez por todas, la guerra a Italia, que le permitiese emprender un proceso de unificación. Eso, al final, no ocurrió y la historia fue por otro camino. Se trató, más bien, de la iniciativa de (Giuseppe) Garibaldi la que permitió la unificación italiana que, además, comenzó por el sur, no por el norte. A pesar de que las tropas eran norteñas. Entonces, este personaje que descubrí que existía en mi familia, gracias a las entrevistas y conversaciones que tuve con mis tíos, me parece que se volvió capital en la novela.

Fuiste, inclusive, hasta Italia para investigar.
Fui a Italia. Conversé mucho, como parte del trabajo de investigación de la novela, para conocer bien los orígenes de mi familia y poder recrear esa época. En una de estas conversaciones, uno de mis tíos me contó que el primer Pedraglio -yo soy Tola Pedraglio- que vino al Perú era un guerrillero garibaldino. ¡Y me pareció fantástico! Era un personaje romántico que se remontaba a esa época.

Además, un buen antepasado para un periodista.
Rebelde, contestatario y viajero. Sí, es un antecedente que a uno lo llena de orgullo. Sentí que cuando me dio ese simple dato, la novela, necesariamente, se bifurcó. Se le abrió un frente que yo no me imaginaba, que era el de la venida de la familia en los años sesenta del siglo XIX. Entonces, ha terminado siendo una saga familiar. Una saga que, como tú dices, me llevó a este pueblo de donde proviene mi familia, para conocerlo. Es un viaje muy personal, también. No era solamente parte de la investigación. Porque tuve muchas sensaciones muy emocionantes cuando estuve ahí, caminando por un pueblo donde el 50% de las personas tiene mi segundo apellido. Un pueblito que queda en…

“En la punta de un cerro” (como afirmó en una columna de La República el 3 de agosto de 2013).
…en la punta de un cerro, desde donde se ve el lago de Como. Y por eso es que te decía que, en el fondo, todos tenemos un origen provinciano. Mi tatarabuelo, que es el punto de partida de esta saga familiar, era una persona que vivía en un pueblito de quinientos habitantes.

Mencionaste que tu familia había tenido bastante cercanía, en los años cincuenta, con el poder político.
Sí.

Pero a Zenón (Noriega) lo dejas como un personaje absolutamente despreciable en tu novela.
Zenón Noriega era una persona muy valiente. Por lo que he podido enterarme, era una persona que no le temía a su propia muerte. Él es quien detiene a Bustamante y Rivero cuando Odría da el golpe de Estado en Arequipa: Odría lo va a dar en Arequipa y Zenón Noriega se queda en Lima. Él es quien va con una tropa a Palacio de Gobierno y detiene a Bustamante y Rivero. Pero como de cualquier persona vinculada a una dictadura, a un manejo arbitrario del poder, como de cualquier persona ambiciosa, yo desconfío de ese personaje. Muchas de las escenas que se cuentan en la novela son ciertas. Muchas de las cosas que hace Zenón Noriega, muchos de los caminos que emplea el empresario que se vincula con él, son ciertos. Por eso, siento que es una época en la que las relaciones entre el poder político y la empresa empiezan a degenerar, hasta ser lo que ha sido el gobierno de Fujimori. No sé si lo calificaría como un ser despreciable… Me parece que era una persona muy ambiciosa, que traiciona a Odría, porque le trata de dar un golpe de Estado. Es decir, él pretendía volver a ser presidente, como lo había sido interinamente cuando Odría convoca a elecciones. Odría da el golpe de Estado y para dar alguna imagen de democracia convoca a elecciones. Se presenta otro candidato (Ernesto Montagne Markholz) y Odría lo mete a la cárcel. Entonces, él realmente compite contra sí mismo. Y en los seis meses que duran esas elecciones, Odría se retira del poder y deja como presidente interino a Zenón Noriega.

En la etapa de Odría, primero, es una Junta Militar, luego, viene la etapa constitucional.
Era Odría el presidente, en la práctica. Era Odría quien gobernaba, quien llevaba las riendas de ese Gobierno. Cosas fantásticas pasaron en esa época. Para bien y para mal, el Perú prosperó mucho. Era un país con muchísimo dinero, gracias a la exportación de las materias primas que se dispararon por la Guerra de Corea. Para bien, porque siempre es bueno que un país tenga más ingresos. Para mal, porque eso fue una fuente de poder para Odría. Tenía mucho más dinero a la mano.

Muchas represiones políticas.
Mucha represión política. Por supuesto, la prensa fue perseguida. Fue perseguido el APRA. Esos son los años en los que…

Y los comunistas (fueron perseguidos, también).
…Haya de la Torre está encerrado en la embajada de Colombia. Quizá por eso me obsesionaba tanto: porque yo viví muy de cerca la caída del gobierno de Fujimori, y me parecía que habían muchos paralelos y mucha similitud entre ambos gobiernos.

Por otra parte, del personaje eje de la novela, que es Severo Versaglio: logras que el lector se encariñe al comienzo con él y, luego -si bien no llega al nivel (mafioso) de El Padrino-, uno descubre el lado terrible de Severo, después de que ha hecho donaciones de campanas para la iglesia. Con el padre Heysen feliz.
Sí.

Y después que (uno) ve cómo trata a su esposa. De ahí viene el título.
Le regala una docena de rosas amarillas todos los días.

Todos los días doce rosas amarillas. Uno lee el título y no se imagina que dentro hay una especie de radiografía post-Vargas Llosa de los años cincuenta.
Sí. Severo Versaglio es un personaje, como tú dices, que primero genera ternura, después temor, después un poco de odio.

Cuando patea al emboscador moribundo.
Sí.

Uno no imagina que él, que acaricia las crines (de sus caballos), vaya a hacer eso.
Y, al final, tiene una agonía larga y penosa que, de alguna manera, frente al lector lo redime. Me interesaba generar eso que dices tú: las contradicciones propias de un personaje exagerado, como cualquier capo de la mafia. Y quizá por eso me interesa tanto la literatura sobre mafia, el cine sobre mafia, la televisión sobre mafia. Porque yo creo que el capo de la mafia ha terminado siendo, en la sociedad occidental, el estereotipo de las grandes contradicciones del ser humano. Elevadas al máximo por las responsabilidades y las decisiones que debe tomar un capo de la mafia. Los seres humanos estamos llenos de contradicciones. No somos buenos o malos sino buenos y malos, al mismo tiempo. Pero en el caso del jefe de una banda organizada o de alguien vinculado al poder, como lo estaba Severo Versaglio, estas contradicciones están potenciadas.

Y perdona, al final. A Lucas Méndez lo perdona.
¿Lo perdona? Yo no sé si lo perdona, realmente.

Cuando le dice que él sabía que había sido él quien había intentado matarlo.
Yo creo que en ese mundo de traiciones no existe el perdón, pero tampoco existe la condena sino la conveniencia, nada más. Creo que no lo perdona porque no está en ese nivel moral. Lo que decide es lo más práctico para él, que es convivir cerca de Lucas Méndez para tener más cerca a sus enemigos, para saber qué es lo que piensan, para tener mayor control.

Para que no se la vuelvan a hacer.
Para que no se la vuelvan a hacer y para anticipar, exacto, posibles atentados en su contra más adelante. Ahí están las grandes contradicciones del ser humano, en un personaje como este. En un personaje como Vito Corleone, como Tony Soprano. También me interesó mucho el cruce de géneros. ¿A qué me refiero cuando digo el cruce de géneros? Yo siento que hay literatura que se hace en el Perú y literatura que no se ha hecho, todavía. Literatura de géneros. Por ejemplo, hay muy poca novela negra en el Perú. Hay muy poca novela de investigadores privados. No es un personaje que sea especialmente atractivo dentro de la literatura peruana. Quizá el ejemplo más conocido y exitoso sea Abril Rojo, donde hay un caso y un investigador que lo resuelve. Tampoco hay literatura de mafia en el Perú. Porque a nadie se le ocurriría que la mafia italoamericana que dio origen a El Padrino, por ejemplo, existió en el Perú. Lo que tuve que hacer fue, si quería escribir una novela de mafia sobre el Perú, adaptar el género a la realidad peruana. Este es un mafioso muy a la peruana.

Que dice “cuñadito”.
Que dice “cuñadito”, no dice “te voy a hacer una oferta que no podrás rechazar” (como Vito Corleone). Tiene este comportamiento tan de hombre poderoso peruano que maltrata y quiere a la gente que trabaja para él, y que espera fidelidad eterna.

Bien patriarcal.
Es muy patriarcal con su familia, pero, también, con sus trabajadores. Pensaba mucho en Tarantino cuando escribía la novela, porque Tarantino hace este cruce de géneros que me gusta mucho. Él se aprovecha de los peores géneros del cine para hacer grandes películas. Por ejemplo, estas películas de artes marciales muy malas son el germen de Kill Bill (Volumen 1 en 2003 y Volumen 2 en 2004). El spaghetti western es el germen de Django (Unchained, de 2012) Las películas pulp, estas películas mediocres, negras, son el origen de Pulp Fiction (1994). Y así, cada una de sus películas tiene un punto de partida -Bastardos sin gloria (2009), en el cine de propaganda nazi- en los géneros cinematográficos más despreciados. Pensé que los géneros no tenían por qué ser camisas de fuerza sino que podían ser pretextos, y pueden ser siempre adaptados a distintas realidades. En ese camino he tratado de hacerlo, también.

Hay un personaje peruanísimo, que va a atraer a la mayoría de lectores de tu nueva novela: Tatán. Que, al final, se queda con Dorita (la secretaria de Severo). Pero este impensable momento en que se vuelve guardaespaldas de Severo Versaglio… Uno dice: es descendiente de italianos, poderoso, patriarcal y amoroso con su familia, pero ¿cómo entró Tatán? Vemos en la novela cómo se relacionan, pero esto es impensable para mucha gente. Al final, inclusive, Tatán le agarra cariño a Severo.
Sí, claro. No te olvides que eran los años cincuenta: era una Lima muchísimo más pequeña y casi todo el mundo se relacionaba. Todas las personas que vivían en esa Lima podían tener algún tipo de vínculo. De hecho, no es el vínculo que planteo en la novela, pero Tatán tuvo alguna cercanía con mi familia, en algún momento. Lo mismo ocurre con Anacaona, que aparece en la novela. Lo mismo ocurre con La Faraona que viene aquí, a Lima, y termina enamorándose, en la novela, de uno de los personajes, como aparentemente ocurrió en la realidad, también. Es lo que te permite una ciudad mucho más pequeña que la Lima de ahora, que es este monstruo donde los limeños crecemos, no terminamos de conocerla y nunca la podremos terminar de conocer. Antes sí, uno podía abarcarla toda y eso te permitía una relación con los personajes más insospechados.

José Ovejero ha escrito un ensayo que se llama Escritores delincuentes (2012) y mencionaba justamente esta atracción que los escritores (sienten) por los delincuentes. A él le atraen por varios motivos, pero en tu caso, ¿cuál es el atractivo por este delincuente tan del pueblo, como lo es Tatán?
Yo me obsesioné con el personaje desde que leí la crónica sobre Tatán en Gato encerrado (1987) de Fernando Ampuero. Una crónica que pintaba a este personaje contradictorio, que era un ladrón, pero, al mismo tiempo, era generoso con los pobres. Que era admirado por las mujeres, perseguido por la Policía, que entraba y salía de la penitenciaría como quien entra y sale de su casa, que vivía en la penitenciaría como un rey -con una radiola, con alfombra, con comodidad. Iban mujeres. Incluso, mujeres encumbradas-. Que tenía un origen peculiar, porque su padre y su hermano mayor habían estado locos. Y que, además, tenía un mito que me parece increíble: que él inventó el Salto del Tigre, ja, ja, ja…

Ja, ja, ja…
Eso lo cuenta Ampuero en la crónica. Que él inventó esta maniobra, que es ponerse encima de un catre o de un armario y abalanzarse a la hora del sexo sobre la mujer, con tan buena puntería que, al primer intento, tienes que lograr el acoplamiento. Me parecía un personaje maravilloso que, además, había vivido en los años cincuenta. Se me había mencionado que Tatán tenía alguna relación con mi familia. Entonces, todos esos factores me terminaron forzando de incluir a Tatán. Además, me servía para resolver muchos de los cabos que deja sueltos la ficción. Hay una parte de la historia que me permite la presencia de este personaje -conectado con los bajos fondos- redondear. De hecho, su presentación frente a Severo Versaglio es parte del arranque de la novela y es parte, además, del arranque de la gran historia de traición que se resuelve al final, que es la que recorre de punta a punta toda la novela.

Contaba Sergio Ramírez que cuando fue vicepresidente de Nicaragua, él escribía tres horas -de cuatro a siete de la mañana- literatura. Porque era algo que tenía que hacer. En una entrevista que le hice, me dijo que el escritor debe escribir bajo cualquier circunstancia. En tu caso, siendo un hombre de televisión y escribiendo una columna, seguramente tienes otras obligaciones periodísticas. ¿Cuál es tu rutina, tu disciplina para escribir?
Yo me he marchado del Perú, justamente, para alejarme de todas esas obligaciones, para vivir con lo justo, con lo que necesito, y para permitirme la posibilidad de ir a las bibliotecas públicas a trabajar, a leer y escribir, como quien va a la oficina. Me hace pensar en Vargas Llosa que cuando postuló a la presidencia del Perú, casi no podía leer porque no tenía tiempo y empezó a leer a Góngora, lo más culto.

Lo más pesado.
Lo más pesado, ¡justo en la campaña! Casi como si fuese un refugio del lenguaje. Yo he hecho eso. Me he ido del Perú para hacer este intento definitivo por hacerme un escritor profesional, que publique con una regularidad, más o menos, fija. Cada dos o tres años espero publicar una novela. Quiero escribir novelas ambiciosas. Y para escribir novelas ambiciosas hay que dedicarse a escribir. Hay que escribir, corregir, sufrir mucho. Y eso solo haces cuando le dedicas tiempo.

¿Es verdad que estás viviendo en un departamento (de Madrid) de veinte metros cuadrados donde solo entra tu cama?
Y el water, ja, ja, ja… Sí, es cierto. Queda en una zona muy bonita de Madrid, pero es pequeñísimo y, por tanto, el resto de la ciudad es el resto de mi casa. No tengo comedor, así que voy al bar de la esquina. No tengo jardín, así que voy a los parques públicos. No tengo oficina, así que voy a las bibliotecas. O a las librerías que, también, son lugares maravillosos para escribir. Hay algo maravilloso en esa experiencia: el darte cuenta que cualquiera puede vivir, exclusivamente, con lo justo, con lo necesario. Con un cuartito, un poco de dinero para alimentarte y muchas ganas de escribir. Es una apuesta entre romántica y vital, por eso la emprendí. La estoy disfrutando tantísimo, lo confieso.

Carlos Fuentes decía que la literatura salva. Para ti, ¿qué poder tiene la literatura?
Te puedo decir que los momentos más difíciles de mi vida los he podido salvar, superar, gracias a la literatura. Los momentos de mayor crisis en mi vida han sido los momentos en los que he necesitado más leer, escribir. La literatura te permite algo que, también, te permite el psicoanálisis: el orden dentro del caos. Es decir, una novela puede contar muchas cosas, pero tiene que contar cada cosa en su momento, una tras otra. No puede contarse todo al mismo tiempo. Entonces, yo creo que ese orden que te exige la literatura, en la vida sirve mucho, también. En los momentos de dificultad tienes que priorizar, tienes que ir paso a paso, no puedes pretender resolverlo todo al mismo tiempo. Te da serenidad, también, esa especie de lógica literaria que, para mí, ha sido muy útil.


El periodismo: conocer gente e historias interesantes

Tú has sido durante muchos años hombre de televisión: canal N, canal 4, canal 5 y, ahora, canal 7. ¿Sientes que tu narrativa, de repente, cierta crítica o algunos colegas no la han valorado por un tema de envidia?
Es probable, pero yo no puedo juzgar a las personas que critican por envidia. Solo ellos saben si lo hacen por envidia. Lo que sí hay es mucho prejuicio. Eso sí me atrevo a decirlo. Siento que hay quienes creen que porque uno trabaja en televisión, lo que hace es un hobby, una frivolidad, cuando escribe. “Lo que trata de hacer es ganar un poco más de dinero montándose en su fama y vendiendo libros gracias a esa fama”. Y esa nunca ha sido mi intención, de ninguna manera. No escribo con esos propósitos subordinados. Escribo porque me apasiona escribir, construir historias, aprovecharme del lenguaje. Porque me apasiona lo que he hecho en este libro (Flores amarillas), que es crear un mundo paralelo, personajes que responden a mis propias obsesiones, a mis propias necesidades.

¿Desde los cuántos años escribes? ¿Eres un escritor antes que un periodista?
Yo creo que soy un escritor antes que un periodista. Me enamoré de la literatura cuando estaba en primaria y ese amor fue creciendo año tras año. En los años universitarios trataba de sacar libros de la biblioteca de la Católica para leerlos y devolverlos al día siguiente, por ejemplo. Me siento un escritor antes que un periodista porque, además, leo y escribo antes (de lo) que hago periodismo. El periodismo es mi otra pasión. No es una pasión menor, no es solamente un trabajo alimenticio. Lo disfruto muchísimo cuando lo ejerzo, pero es cierto que la literatura es prioritaria. Te mentiría si te dijera lo contrario.

Ahora estás llevando el programa Casa tomada que, además, tiene un título absolutamente literario, porque es de un cuento de Julio Cortázar.
Sí.

Antes has entrevistado a mucha gente importante, también, pero ahora último has entrevistado a Cecilia Tait, Christian Bendayán, (Osvaldo) Cattone, Miki González, Gastón Acurio. ¿Te fascinan los personajes o las historias del personaje?
Las dos cosas. Uno de los grandes privilegios que tengo yo de ser periodista es que puedo conocer gente interesante, historias interesantes y, además, ser pagado por eso. Es, de verdad, una gran suerte. Cuando escribes una novela y construyes personajes tan distintos como lo son Severo Versaglio, Tatán, Albano Versaglio -no he llevado la cuenta de cuántos personajes hay en esta novela, pero deben haber, por lo menos, cincuenta-, tienes que entrar y salir de la piel de cada uno de ellos. Cada uno tiene una forma especial de expresarse, moverse, vestirse. De la misma forma en que uno entra y sale de los personajes, entra y sale de las entrevistas. Porque tiene que, de alguna manera, ser empático, meterse en la piel de los entrevistados. Soy una persona muy curiosa, me apasionan muchísimas cosas muy disímiles, y creo que cada uno de los oficios que emprende el ser humano, cada uno de los ámbitos en los que se desarrolla, tiene su propio encanto. Desde la física nuclear hasta los albañiles, cada uno de esos oficios, de esas ocupaciones, tiene su propio encanto. Cada uno genera una pasión por un motivo distinto, y lo que trato es de montarme en esa pasión, ponerme en la piel de mi entrevistado. Y eso corre paralelo con la literatura, también.

Yo imagino que siendo tan, evidentemente, respetuoso de la obra de Vargas Llosa en tu novela -desde el inicio, inclusive (con la cita a la primera página de Conversación en La Catedral)-, uno de tus momentos cumbres como periodista habrá sido cuando lo entrevistaste en Manhattan después de que ganó el Premio Nobel.
Cuando caminé con él por el Central Park entrevistándolo. Sí, fue un momento increíble. Él ha sido muy generoso conmigo. Me ha acogido con mucho cariño en Madrid. Él, su familia. Él leyó esta novela y me la comentó en dos páginas de una carta maravillosa, donde me hacía apreciaciones, comentarios, sugerencias. Alababa algunas cosas de la novela. La sugirió para que la publicaran en Alfaguara España, por eso ha sido publicada en Alfaguara Perú. Para mí, es una figura importantísima, literaria y cívicamente. Fue importantísimo estar con él en Manhattan al día siguiente que ganó el Premio Nobel, pero también fue importantísimo estar con él en Estocolmo, cuando ganó el Premio Nobel, estar en el salón del teatro principal de la ciudad cuando él recibe el Nobel. Yo estaba muy emocionado en ese momento, como la gran mayoría de los peruanos. Sentía la emoción que casi cortaba el aire. Para mí, no solo es una persona importante sino que me ha ayudado y le estoy profundamente agradecido.


“Un escritor es un trabajador de las palabras”

Hay muchas personas que se deslumbran por el aura que tiene el escritor, y quieren ser escritores por esa misma aura.
Por lo extraliterario.

Exacto. Pero tú, por lo que me cuentas, por lo que estás haciendo ahora, de que te has ido a vivir a Madrid, indefinidamente…
Sí, no tengo fecha de vuelta.

…y que vuelves periódicamente para tu programa (televisivo)…
Sí.

…ese aura nunca te atrajo.
Es probable que eso provenga un poco de Europa, que se planteó durante muchos años el concepto de que los artistas eran seres casi tocados por los dioses. Yo creo, más bien, en el concepto que tienen en los Estados Unidos de los escritores y de los artistas: un escritor es un trabajador de las palabras. Nada distingue a un escritor, a un artista, de quien ejerce cualquier otra profesión. Uno tiene que ir a trabajar. No existe, creo yo, la inspiración. Uno tiene que ir a trabajar como el que va a su bufete de abogados o al consultorio médico. ¿O acaso un doctor opera mal porque no está inspirado? ¿O acaso un abogado defiende mal a su cliente porque no está inspirado? No. Yo no creo que exista la inspiración. Lo que existe es el trabajo duro, la planificación, la investigación y la pasión.

Finalmente, he leído que estás preparando una novela acerca de peruanos que han estado en campos de concentración.
Sí. Es un poco siguiendo la vertiente de Flores amarillas, en doble sentido. Porque es producto de una investigación, también, muy minuciosa -quizá hasta más ambiciosa que esta- y porque me interesa mucho revelar el hecho de que es falso lo que, muchas veces, los peruanos sentimos: que no estamos en el mundo. Es decir, los peruanos, a veces, nos sentimos al margen del mundo. Las guerras, por ejemplo: nos parece que transcurren en lugares alejadísimos, casi en otros planetas, y es completamente falso. Yo, por ejemplo, el año pasado regresé de viaje de trabajo desde Europa y en el aeropuerto de Madrid me encontré con veinte compatriotas que estaban vestidos, todos, igual: con botas de desierto, traje de campaña y gorritos militares. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté por qué estaban todos ahí, qué hacían, y estaban yendo de vuelta a Lima. Eran, todos, peruanos que trabajaban como subcontratados en agencias de seguridad en Irak. Ellos cuidaban la embajada de los Estados Unidos en Irak. Entonces, ¿qué te quiero decir con eso? Que hay peruanos en todos los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad. Y que los peruanos deberíamos sentirnos directamente parte del mundo, responsables de parte de lo que ocurre en el mundo. La prueba de eso es que hay peruanos vinculados con la unificación italiana, que hay peruanos que padecieron el régimen nazi, que no solo fueron personas europeas las que padecieron los horrores de los campos de concentración sino que, incluso, nuestros compatriotas estuvieron metidos ahí.

¿Acaso has descubierto un Oskar Schindler en tus investigaciones?
Leí hace poco que existía un personaje, que aún está vivo, increíblemente…

Que sea peruano.
Peruano, médico, que repartía a diestra y siniestra certificados médicos para que pudiesen emigrar judíos. Ese personaje me parece increíble. Pero no es uno de los dos personajes principales de la novela. Aunque, sin duda, ahora que lo he descubierto quisiera incluirlo.

Puede ser el germen de otra (novela), de repente.
Sí, quién sabe. Pero en esta novela estoy seguro que lo voy a incluir.

Raúl, muchísimas gracias por tu tiempo.
No, a ti. Muchas gracias, además, por esta conversación tan enterada, tan acuciosa y por haber leído con tanto cariño -como he visto que has leído- Flores amarillas. Y con tanto entusiasmo.

Es una novela que vale la pena. Como ya dijo Vargas Llosa: merece muchos lectores.
Muchísimas gracias.


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