martes, 13 de agosto de 2013

Juan Miguel Villegas


“Mientras más me enamoro del periodismo, más poesía leo”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Juan Miguel Villegas Jiménez, periodista colombiano, fundador y director creativo de Agencia Pinocho -innovador y lúdico medio digital que ha ganado diversos reconocimientos en Colombia-, vino en junio último a Lima como invitado del II Encuentro Internacional de Periodismo Cultural Perú 2013. En este importante evento, realizado en las sedes del Centro Cultural de España y el Centro Cultural Petroperú, desarrolló la ponencia Hiperlocales con microscopio. La experiencia de Agencia Pinocho: el diario de lo que no es noticia. En ella, el hombre de prensa medellinense explicó que si bien su medio no aborda “noticias dignas de aparecer en los grandes medios”, lo que sí hace es aportar “otra manera de ver la realidad”.

Admirador del narrador y dramaturgo argentino Roberto Arlt, del escritor y periodista mexicano Juan Villoro, y de su compatriota y colega Luis Tejada -“El príncipe de los cronistas”-, Villegas afirma que le interesa, sobre todo, el periodismo fantástico. No obstante, manifestó que siente un respeto profundo por la prensa seria -aunque criticó el hecho de que “los medios (tradicionales) tienen una obsesión con la fama” que los ha llevado a darle excesiva cobertura a temas banales de farándula. Aparte, recomendó a los jóvenes periodistas que no basta solo con soñar la creación de un medio de comunicación digital, también hay que crear una comunidad de lectores o seguidores que lo sostengan a través del tiempo. Finalmente, y con orgullo profesional, señaló que el primer medio colombiano que tuvo una aplicación para Android fue Agencia Pinocho.

Durante su trayectoria de comunicador social, Villegas ha estado enfocado en el periodismo narrativo y la experimentación digital. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2004. Tiene un Diplomado en Comunicaciones Interactivas y Multimedia. Fue guionista y presentador del programa Relatos de Viaje, nominado a Mejor Programa de Televisión Regional de Colombia. También fue editor de la Red Iberoamericana de Periodismo Cultural y la Guía Nuevos Cronistas de Indias, ambas pertenecientes a la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Asimismo, fue editor del portal web del IV Congreso Internacional de la Lengua Española (2007), organizado por el Ministerio de Cultura de Colombia. Y ha sido profesor de Creación de Contenidos para Internet en la Universidad de Antioquia -la más antigua de Colombia a nivel estatal, fundada en 1803-. El periodismo latinoamericano y la literatura son los dos grandes temas predominantes en la siguiente entrevista.

Gracias por la oportunidad.
No, a vos, por la entrevista.

Agencia Pinocho ha tenido tres etapas diferenciadas. (Ahora, recibe) cobertura de prensa e invitaciones a eventos internacionales. ¿Lo pensaste?
No, realmente. Empezó simplemente como un juego. Aunque, obviamente, uno tiene esos momentos que llamamos epifánicos: uno siente que descubrió algo que lo va a conmover y que, igual, va a conmover a todo el mundo. El momento en que, al ya tener la visión, no veía a donde podía llegar, pero sí cómo quería que la gente conociera eso. En el momento de fantasear cómo quería contarle esa idea al mundo, me llegué a imaginar presentando la idea de periodismo fantástico en un concierto de rock, en una plaza grande. Eso fue como una primera visión lejana. Pero, inmediatamente, volví a la realidad, dije: “Esto es un juego”, con un blog que actualizo de noche, para que otros periodistas de Colombia y gente que había conocido en algunos talleres, en otras partes, se divirtieran, rompiendo la regla número uno del periodismo, que era “no mentirás”. Yo decía: “Aquí es el espacio para que hagamos lo que no nos dejan. Vamos a ponerle un cohete a la imaginación y vamos a dejar que vuele hasta donde quiera, pero que el lenguaje sea noticioso”.

Comentaste en tu exposición, en el Centro Cultural de España, que gracias a que tuviste a dos maestros reconocidos de tu país, te decidiste por este salto (de tomar mucho más en serio su entonces blog). Exactamente, ¿quiénes fueron esos maestros?
Sí, pues. Yo entré a la facultad buscando el cine y despreciaba un poco el ejercicio del periodismo, porque lo relacionaba -por mi formación de lector- con algo bastante aburrido. Mi familia es de lectores, pero de lecturas casi siempre divertidas. Aunque mi papá estudió Filosofía y Letras, lo que nos leía y nos compartía era ficción, cuentos de hadas o cuentos para niños, o nos leía aventuras de Las mil y una noches (compiladas en el siglo IX, en árabe). Era una cosa de mucha invención. Entonces, en mis primeros años de lector no había ese tipo de lectura, de conocimiento concreto del mundo. Lecturas científicas, tal vez sí, pero de divulgación, no de saber cómo funciona la política, la economía -temas que, para mí, eran un poco lejanos-. Y cuando entraba a los periódicos, siempre me aburría. Yo solo leía las tiras cómicas. Entonces, yo fui buscando una oportunidad para formarme como narrador audiovisual y pasé varios semestres en las universidades. Primero en una, luego otra, buscando una mejor calidad, y de pronto di con dos maestros, más o menos, simultáneos. ¿Qué me mostraron? Antes de decirte quiénes son y qué han hecho, lo que me mostraron es que el periodismo, cuando se vale de todos los recursos que tiene el lenguaje para contar, expresar, crear realidades, es otra forma de literatura. Eso, para mí, fue una cosa absolutamente nueva: sentir que el periodismo podía ser un tipo de narración tan fuerte, efectiva, apasionante, como la ficción. Entonces, a partir de ese momento, yo separé “literatura de ficción” de “literatura sin ficción” o “literatura de no ficción” -como se dice un poco en el molde anglosajón-. Para mí, fue una total revelación. Las primeras cosas que me sorprendieron fue leer a Gay Talese -sobre todo Nueva York: una jornada de hallazgos casuales (1961)-, Roberto Arlt, Luis Tejada -colombiano. Le llaman “El príncipe de los cronistas”-. Son personas que contaban cosas absolutamente cotidianas, pero que se divertían con el lenguaje, lo usaban y sacudían al lector. Los maestros, básicamente, fueron Juan José Hoyos -que es un gran maestro de muchas generaciones de periodistas colombianos, valorado en toda Colombia-…

Cronista.
Es cronista. Trabajó en El Espectador muchos años. Juan José tiene varios libros de periodismo. Uno se llama El oro y la sangre (1994), que narra las masacres de indígenas en una guerra por el oro. Fueron luchas, primero, entre indígenas, luego intervinieron blancos, y todo eso se lee, de alguna manera, como una novela.

Todo eso en Colombia.
En Colombia, sí. También tiene novelas, una que se llama Tuyo es mi corazón (1984), que se llegó a convertir en una telenovela en Colombia. Tiene otra novela, también de ficción, que se llama El cielo que perdimos (1990). Tiene varios libros de periodismo, varias antologías, y un libro que es una joya de la teoría narrativa para los periodistas: se llama Escribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo (2004). Para mí, ese es el gran legado de Juan José, porque pone en las manos de alguien que quiera escribir periodismo o hacer “no ficción”, todas las herramientas para construir escenas, describir personajes, usar el lenguaje. Pone a tu alcance todo el arsenal de un periodista narrativo, y se puede aplicar a otro tipo de narraciones.

¿Es tu libro de cabecera?
No es mi libro de cabecera, pero es como una especie de vademécum al que uno siempre va a ir. Es un libro grueso, entonces, siempre que tengas una duda, vas al índice y están todos los temas, a todo lo que te puedes enfrentar: la diferencia entre narrar y relatar, qué autores han explorado una vía y otra. El libro tiene muchos ejemplos. Es un libro que ha sido muy útil. Sobre todo cuando me he visto enfrentado a tener que transmitir el conocimiento o la pasión por el periodismo narrativo, como profesor o dando talleres, siempre voy a él. Porque tiene en la cabeza la historia del periodismo narrativo en Colombia y en el mundo. Él te va a hablar de Herodoto (484-425 a.C.), de cómo el autor de Robinson Crusoe (1719), que es…

Defoe.
…Daniel Defoe, como también hizo periodismo narrativo cuando escribió Diario del año de la peste (1722), sobre una peste que invadió a Londres, y te va a hablar de toda la tradición norteamericana, desde John Hersey. Juan José deja muy claro que lo que llamamos “nuevo periodismo” ha pasado varias veces en la Historia, que es cuando los periodistas saben y se apropian de la tradición literaria y potencian su lenguaje. Eso no pasó solo en el año sesenta sino que antes hay antecedentes. Me abrió todo un mundo. Y la otra (maestra) se llama Patricia Nieto. Es mucho más joven, todavía es profesora activa, debe estar entre los 45 años, más o menos. Ella fue discípula de Juan José Hoyos y tiene esa pasión, también, por el lenguaje, pero le suma a eso una formación muy intensa como investigadora social y politóloga. Mezcla todo el arsenal, toda la pasión por el lenguaje, con un método de investigación que es tan serio como el de la más seria de las ciencias sociales. Con Patricia uno se da cuenta que no solamente es una experiencia apasionante, no solamente se trata de pulir, mejorar, entrenar el lenguaje, sino que en el método está, tal vez, la mitad del trabajo. Y que si eso es riguroso, la escritura va a ser igualmente rigurosa. Todo lo que hagas con método y rigor en el proceso de investigación, se va a ver reflejado luego, a la hora de la escritura. Con ellos dos es una cosa que uno dice: “Yo fui a la universidad, básicamente, a encontrarme con ellos”. Hay algunos otros que fueron importantes en la carrera, pero con ellos dos queda como “ve y haz lo que quieras, que ya tienes un oficio en tus manos”.

Por esas influencias, estos personajes que mencionas, me parece que Agencia Pinocho no va a ser solamente tu caballito de batalla sino que tienes en mente varias otras vertientes, tanto del periodismo como de la literatura, para más adelante.
Exacto. Acertaste. Digamos que Agencia Pinocho es como una especie de hijo que quiero ver crecer, expandirse, pero no todo lo que me interesa me lo cubre Agencia Pinocho. En algunas épocas, he escrito algunas crónicas que se salen un poco del molde de lo que es Agencia Pinocho. Sin embargo, siempre conservo una línea: temas muy personales. No necesariamente de asuntos autobiográficos sino de que si me atrae algo, me dejo ir por ahí.

Como ensayos.
No. Crónicas, historias. Te voy a decir temas de crónicas que he querido mucho, que ha sido muy divertido hacerlas y que muchos lectores en este momento todavía recuerdan. Por ejemplo, hay una crónica sobre la planchada de un sombrero: aprovecho el motivo de ese material que es el pelo de conejo comprimido, con el que se hacen los sombreros clásicos…

Oscuros con…
Sí. Eso es pelo de conejo. La humedad y el uso los va deformando. En Medellín todavía se conserva la tradición de que hay sombrererías -cada vez menos. Hace unos años había más, pero ya son muy escasas- y la gente, de vez en cuando, iba y tenía que poner a planchar el sombrero. Entonces, yo, haciendo la investigación -con Patricia Nieto justamente- sobre cómo se vestían y qué sobrevivía de la moda del Medellín de los años 30, 40, a principios de 2000, empecé a visitar barberías, sombrererías, sastrerías antiguas y empecé a tratar de armar un panorama. En medio de eso, me apasionó el tema de los sombreros y decidí hacer una narración de cómo se plancha un sombrero. Pero a medida que iba contando cada paso, iba contando cuál era la historia del sombrero en Medellín. No es un tema de actualidad: es un tema interesante. Además, había un poco de tensión, de suspenso, porque, de pronto, en medio de la planchada del sombrero llega un tipo y le entrega una plata al sombrerero y dice que vuelve más tarde, pero el sombrerero no quiere explicar muy bien de dónde viene esa plata ni qué relación tiene con él. Parece que es alguien que roba sombreros. Entonces, alrededor de un tema muy simple se puede armar todo un mundo. Te digo: yo no persigo a los políticos ni es mi interés hablar de esa gente, de grandes coyunturas económicas, sino que voy, más bien, como un curioso. Es el tipo de crónicas que me interesan. Por ejemplo, en este momento tengo otro proyecto: quiero recorrer varios puntos del departamento en el que vivo, Antioquia, varios pueblos, con cierto tipo de historias. Hay un tipo de personajes en los pueblos antioqueños que me interesa mucho. Y la aproximación no va a ser en el molde de Agencia Pinocho sino, más bien, un tipo de crónicas de otro estilo.

En el fondo, estás siguiendo la gran tradición de crónicas de Colombia. Quizá es el país con mejores cronistas de Sudamérica.
Yo diría que es uno de los que tiene una tradición muy fuerte, pero…

Ahora está Alberto Salcedo.
Sí. Alberto Salcedo Ramos ahora es como nuestro gran cronista, pero a pesar de que hay un movimiento muy fuerte de cronistas en Colombia, no se puede despreciar para nada lo que pasa en Chile, Argentina, México. Son países con tradición fuerte. Ni qué decir de Perú, con todo lo que ha pasado con la nueva ola de publicaciones y revistas, toda la escuela de Etiqueta Negra -que se ha expandido en varios sentidos-, de la que hay representantes muy grandes.

Pero Gatopardo estuvo antes de Etiqueta Negra.
Es cierto.

Es como su padrino, sin querer serlo.
Eso sí hay que decirlo: Gatopardo rompió, empezó a abrir caminos y, aunque ya no es colombiana -porque Gatopardo se nacionalizó en México-, sí fue una inspiración para mucha gente. Y a Gatopardo sigue Etiqueta Negra

Tremendas crónicas que aparecían ahí, en Gatopardo.
Sí. Pero, también, la revista Rolling Stone venía haciendo un trabajo importante. Cuando vas a ver cuál fue la inspiración, yo creo que la gran fuente de todo esto es The New Yorker, la publicación norteamericana. Muchos de los que han creado revistas de periodismo literario siempre dicen: “Queremos hacer algo como The New Yorker”. Entonces, eso es un chiste: “Ah, quieren hacer otro The New Yorker”. “Hey, ¿en qué están?”. “Ah, no, esos son los que quieren hacer otro The New Yorker” (sonríe).

Como que el reto es demasiado alto.
El reto es demasiado alto, pero, de alguna forma, se han aproximado. Algo de The New Yorker tiene El Malpensante, algo de The New Yorker tiene Etiqueta Negra, algo de The New Yorker tiene Letras Libres -cuando se va por ese lado-. Ha sido una inspiración y hay un movimiento muy interesante, muy fuerte y vital en América Latina. También -y no es porque yo haya estado vinculado- el papel tan importante que ha tenido la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -que es su nombre completo y la sigla de FNPI- es crucial. Hay que reconocer que la idea de un hombre y la generosidad y la iniciativa pueden modificar el panorama de un continente.

Claro. No era un hombre, era un genio.
¿Hablando de García Márquez?

(Asiento con la cabeza).
Eso sí. Un hombre superlativo, pues. Y a él se unió, en la primera etapa, Tomás Eloy Martínez. En Colombia estuvo Ernesto McCausland, Eligio García Márquez, el hermano, que arroparon eso, desde el principio. Y Jaime Abello, como director. Lo que ha pasado, a través de la Fundación Nuevo Periodismo, es el acercar a los grandes maestros del periodismo narrativo en América Latina, España y mucho más allá. Porque a Jon Lee Anderson uno ya casi lo ve como latinoamericano, pero es norteamericano. Ryszard Kapuscinski era europeo…

(Jon Lee Anderson) habla bien el español, además.
Habla muy bien el español, sí. Todos ellos se han acercado a cronistas latinoamericanos que han hecho grandes cosas. Los creadores de Gatopardo pasaron por talleres de la fundación. Julio Villanueva Chang pasó por talleres de la fundación. De las generaciones más recientes, Marco Avilés. No todo lo que ha pasado con la crónica se le debe a la fundación, pero cuando tú trazas el mapa, en algún punto, se conecta todo lo más interesante que pasa con el periodismo narrativo latinoamericano con la fundación. A veces, porque se han formado o se han acercado maestros o, también, porque se les ha reconocido -que fue el caso de Leila Guerriero-. Leila nunca ha estado como alumna en un taller de la fundación, pero se ganó el premio CEMEX-FNPI. A partir de ahí quedó vinculada y ha sido maestra de la fundación. Esa es otra de las claves de la buena salud del periodismo narrativo en América Latina.

Me pregunto si tu paso oficial -porque, como dijiste, nunca uno deja de ser de la FNPI- por esta institución, por tener toda esta influencia de grandes nombres que están en la historia de la FNPI -porque muchos son, aparte de periodistas, escritores: se dedican a la narrativa…
Exacto.

…a la ficción-, te hizo acentuar tu amor hacia el periodismo o hacia el lado más ficcional.
Si algo me ha marcado este paso por la Fundación Nuevo Periodismo es el reafirmar una pasión, un interés y una inclinación hacia lo que se puede hacer, con la “no ficción” o “sin ficción”. Con las palabras. Estamos hablando de crónica, reportaje y perfil, aunque hay muchas otras maneras en que se expresa la “no ficción”. Pero en esa misma tarea -de uno pensar cómo puede contar historias, qué tipo de historias quiere-, uno no se desliga de la necesidad de beber de las fuentes donde están los mayores logros expresivos de las palabras: tenemos que ir, obviamente, a la literatura, a la poesía. Yo, mientras más me enamoro del periodismo, más poesía leo, porque siento que de ahí puedo coger fuerza. Es como ir a beber al volcán, pues. Como tomar el fuego de donde viene. Yo no soy un gran lector de novelas, pero cuando leo novelas me apasiono. Leo cuentos y poesía siempre, aunque en función de, luego, hacer periodismo. Trato de leer de todo.

Porque en Agencia Pinocho, en muchos de tus breves textos hay una concisión muy cercana a la de la poesía. Se nota que eres un lector de poesía. Es más, a veces, me parece que eres un poeta metido a cronista.
No me identifico mucho con lo de poeta, porque cuando lo trato de hacer tiene resultados muy irregulares. Pero sí, a la hora de escribir cuentos breves, siento que estoy en mi elemento. He publicado tantas crónicas como cuentos breves -y no estamos hablando de una producción tampoco demasiado prolífica-. Siento que estoy en un punto en el que vienen muchas cosas y debo seguir explorando, pero, de vez en cuando, comienza uno a escribir y sin proponerse para dónde va, la cosa queda como: “¿Ve? Tal vez sea un poema”. Pero no me siento: “Hoy voy a escribir un poema” o “ahora voy a escribir un cuento breve”. Más bien, trato de sentarme, comenzar a teclear al computador -aunque tengo máquina de escribir y me gusta mucho, pero ya es una pieza de museo-, a ver para dónde voy. De pronto, voy a dar a algo que se parece a un poema o a cuento o a una idea para alguna crónica.

Por lo mismo, por influencias que has tenido desde tu casa, en la FNPI, de tus maestros que has mencionado, te resulta natural. De afuera, uno lo puede ver un poco más claro. Tus narraciones breves tienen de poesía, de breve crónica y de fragmentos periodísticos. Son noticias, pero a tu manera.
Sí.

Entonces, tiene varias cosas, pero a ti te resulta totalmente natural y quizá no lo ves tan así.
Sí. A veces, digo: “¿Qué me gustaría leer?” y trato de escribir eso. Cosas que me gustaría leer y que no leído en ningún lado. Maravillarme. Allí hay un concepto que me ha gustado y, en algún momento, exploré un poco sistemáticamente: la escritura automática. Comenzar a teclear, pero tratar de no racionalizar, a ver a dónde llevaba eso. A veces, comenzando por la escritura automática, de pronto, iba entrando a algo que tenía más forma, entonces me dejaba ir por ahí. Tratar de que la escritura -aunque es muy difícil- no sea algo tortuoso, es una lucha que creo que vale la pena dar. Porque siempre se dice del terror al papel en blanco o del sufrimiento del escritor, y es algo que uno vive. Escribir, yo no lo considero algo fácil. Escribir con una intención, una dirección, un orden, una estructura, es un trabajo. Y un trabajo serio. Tiene que ser una especie de mezcla de inspirado, de estar conectado con algo que está por encima de vos, pero, también, de un control mental y un orden. Y saber que estás haciendo, al mismo tiempo, una carpintería de algún trabajo -un poco de ingeniero- para que las cosas sean efectivas. Es difícil, pero trato de que no se pierda ese componente automático que echa a andar con una inercia propia y va cuajando a la hora en que estás escribiendo. Porque si se le quita eso, se le quita el corazón a la escritura.

Quisieras llegar al nivel casi de una escritura inconsciente.
Cuando uno entra en el modo “inspirado poeta” en el que se va, pues está muy bien hacerlo inconscientemente. Pero, por ejemplo, al escribir una crónica o un reportaje o una novela o un guión tienes que tener mucha conciencia. Yo, lo que quisiera es no perder las dos cosas, al (mismo) tiempo. Es como ir domando, ir cabalgando en un dragón. Que esté la cosa que echa fuego, pero sabes que la tienes que llevar por un lado para lograr un objetivo.

¿Lo siguiente que vamos a ver de Juan Miguel Villegas es una recopilación de Agencia Pinocho o su primera novela o su primer libro de cuentos? ¿Qué viene?
Yo, por ahora, lo que quiero es que Agencia Pinocho, ese hijo, eche a andar a pesar de mí mismo. Verlo crecer, que se vuelva una cosa sólida, que se expanda en muchos sentidos y que yo, incluso, pueda llegar a ser prescindible. Es algo que me gustaría que se consolide. Pero, al mismo tiempo, (me veo) explorando cuentos y narraciones breves. Por ahí puede resultar algo. Sin embargo, cuando a veces quieren una antología de Agencia Pinocho, no solo la escribo yo: los lectores, mi socio David Guzmán y mis amigos. Me gustaría, en algún momento, reunir lo mejor de la producción de Agencia Pinocho y hacer algo. Puede ser un libro digital, un libro impreso, estamos trabajando en esa idea. Por ahora, hay que tratar de seguir explorando las palabras, la investigación, la ficción y la “no ficción” con una vocación creativa.

Agradezco tu presencia aquí, para este II Encuentro (Internacional) de Periodismo Cultural y ojalá que puedas venir en próximas ocasiones.
Ojalá venga muchas veces a Perú. Mi casa, también, es Perú. Muchas gracias por la entrevista.

Muchas gracias, también.


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