martes, 3 de mayo de 2011

Benjamín Prado





“Uno escribe para desobedecer las verdades oficiales”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El narrador, poeta y ensayista español Benjamín Prado (Madrid, 1961) transmite dos impresiones inmediatas cuando uno recién lo conoce: una, que quizás haya sido jugador de baloncesto -por su estatura-; otra, que es un músico de rock con algunos años y muchos viajes encima -por su semblante despreocupado-. Sin embargo, lo cierto es que Prado es uno de los autores más interesantes y prolíficos de la Madre Patria, con premiadas publicaciones en diversos géneros literarios.

Entre sus novelas encontramos Raro (1995), Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Dónde crees que vas y quién te crees que eres (1996), Alguien se acerca (1998), No solo el fuego (1999, XIV Premio Andalucía de Novela), La nieve está vacía (2000), Mala gente que camina (2006), y Operación Gladio (2011). Así como sus poemarios Un caso sencillo (1986), El corazón azul del alumbrado (1990), Asuntos personales (1991), Cobijo contra la tormenta (1995, Premio Hiperión), Todos nosotros (1998), Ecuador. Poesía 1986-2001 (2002), Iceberg (2002, Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla 2001), Marea Humana (2007, VIII Premio Internacional de Poesía Generación del 27). Su libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo (2003); sus ensayos Siete maneras de decir manzana (2001), Los nombres de Antígona (2001, Premio de Ensayo y Humanidades José Ortega y Gasset 2002); la biografía Carmen Laforet (2004, en coautoría con Teresa Rosenvinge); el tomo autobiográfico A la sombra del ángel. 13 años con Alberti (2002, que es, en el fondo, un homenaje al gran poeta Rafael Alberti); y el ensayo biográfico Romper una canción (2009, sobre la composición -durante siete meses y en varias ciudades de República Checa y España- de las canciones del exitoso disco Vinagre y rosas (2010) junto a Joaquín Sabina, con quien le une más de treinta años de amistad).

Asimismo, su obra ha sido traducida a muchos idiomas, escribe una columna semanal en el diario español El País, es tertuliano de Radio Nacional de España y dirige la mítica revista Cuadernos Hispanoamericanos (que existe desde 1948, y cuya edición 730 está dedicada a la literatura peruana contemporánea).

Prado estuvo en Lima recientemente, como invitado del Festival Eñe América. En este importante evento literario latinoamericano participó en el cara a cara Escribir es envolver la calle en un libro con el escritor peruano Fernando Ampuero y en la mesa redonda Perú en los Cuadernos Hispanoamericanos junto al narrador nacional Jorge Eduardo Benavides. Además, presentó su libro de poemas No me cuentes tu vida. Antología 1986-2011, bajo el sello editorial peruano Mesa Redonda. Lo que sigue es un ameno diálogo que abarca álgidos temas de política española, firmes defensas literarias, y encuentros suyos con algunas leyendas del rock.


Es un gusto que esté usted en el Festival Eñe, en Lima. Quería empezar la entrevista preguntándole acerca de su última obra, Operación Gladio, que es un tema político y tiene que ver con la Transición española.
Sí.

Si bien varios de sus libros tienen que ver con la historia política de su país, ¿cuánto tiempo le demandó la elaboración de esta última obra?
Demasiado. Tardé cinco años y pico en escribirla. Es una novela, en ese sentido, parecida a la anterior, Mala gente que camina. Son libros que requieren mucha documentación. Y mucha documentación requiere mucha destilación después. De manera que tardas mucho tiempo en reunir el material, darle un tamaño aceptable, y convertir todo eso en solo una novela. Porque yo quiero que lo que escribo sean solo novelas. No son ensayos, no son libros de historia. Porque no tengo ni la preparación ni las ganas de ser historiador. Que sean solo una novela.

¿No es fanático, como otros escritores, de mezclar los géneros?
Sí están mezclados. Pero yo quiero que todo sea ficción. Tuve la idea de hacer una serie de novelas hablando de algunos temas de la historia española, más o menos reciente, como fondo. Temas de los que todo el mundo cree saberlo todo, pero de los que realmente hay muchos cabos sueltos que atar todavía. Además, casi todas ellas (están) protagonizadas o coprotagonizadas por el mismo narrador, que es Juan Urbano. El mismo que utilizo en mis artículos semanales en El País. Y cada una perteneciente a un género. De manera que, por ejemplo, Mala gente que camina era una novela histórica -en ese caso sí-. Operación Gladio es una novela de espías. Y la próxima que haga quiero que sea una de aventuras. Nomás quiero que pase por Latinoamérica. Como tengo que seguir una novela de espías, sirve para no olvidarme de que estoy haciendo ficción, de que no tengo que hacer demasiadas teorías. No tengo por qué justificarme desde el punto de vista histórico ni político. A veces vienen los periodistas y me dicen: “Pero es que esto…”. Y yo les digo: “Mira, pero es que esto es una novela”. Entonces, en las novelas, y más si son las de espías, uno arranca de elementos de la realidad, pero al final tienen que tener intriga, suspense, acción. Y, obviamente, como en todas las novelas de espías, ocurren de por sí en la zona más oscura de las sociedades. Allí donde están las malversaciones, los crímenes, los abusos de poder, la corrupción y demás. Evidentemente, tienen también un pie metido en esa agua oscura. Pero son solamente novelas.

Pero, ¿se podría afirmar que usted realiza novelas históricas, últimamente, o no?
Yo no diría que son novelas históricas. Para mí las novelas históricas son las que escribía Marguerite Yourcenar. A Memorias de Adriano me estoy refiriendo. Memorias de Adriano es una novela histórica. Yo, Claudio es una novela histórica. No creo que Mala gente que camina sea una novela histórica ni Operación Gladio sea una novela histórica. Son novelas más parecidas, en ese sentido, a las de Galdós, Stendhal, Balzac o Tolstoi. La guerra y la paz es una novela histórica. Yo creo que todo el mundo la recuerda, básicamente, como una novela de amor. ¿La cartuja de Parma es una novela histórica? Yo creo que no. Más bien se (le) recuerda como una novela sentimental, casi.

Se lo mencionaba porque al tomar usted como eje de la novela la Transición española -y (sobre) la Transición, aún el día de hoy, todavía no se ponen de acuerdo cuánto tiempo duró-…
Por eso merece la pena hacer una novela sobre ello. Dado que desde el punto de vista de la historia y del periodismo la Transición española obedece a una verdad inamovible, oficial, que no se puede tocar, creo que merece la pena escribir novelas que, de alguna manera, hagan visible la parte de transacción que tuvo la Transición -si uno se permite ese juego de palabras-. La novela lo que quiere contar, utilizando la Transición española como disculpa, es que toda historia tiene que ser revisada. Y todo eso porque la historia la escriben siempre los vencedores.

¿Para Juan Urbano cuál es el eje central de la Transición española?
Hay un personaje de la novela que dice que la Transición fue un triunfo de todos, pero que también tuvo sus perdedores. Los perdedores son toda la gente a la que la Transición no le devolvió, de alguna manera, lo que habían invertido. Hubo mucha prisa por pactar con todas las fuerzas de la dictadura que, evidentemente, no se iban a autodisolver sin pedir nada a cambio, y ahí se hicieron muchas concesiones. Que a lo mejor eran entendibles en el año 77, pero que no tienen ninguna razón de ser en el año 2011. Por eso la novela habla de los dos. Por una parte, habla de la Red Gladio, que es esa red anticomunista creada por la CIA, nada más acabada la Segunda Guerra Mundial, para evitar que la Unión Soviética extendiera su influencia por Europa. Llevaron a cabo más de cuatro mil atentados en toda Europa: Bélgica, Alemania, Italia, y también en España. Entre otros, participaron en el asesinato de los (cinco) abogados laboralistas de Atocha (el 24 de enero de 1977. Estos abogados militaban en el Partido Comunista de España). Famoso asesinato que se considera casi el imán que hizo a la gente salir a la calle a defender una democracia en la que muchos no creían y querían evitar. Y, por otra parte, se cuenta en la novela la historia de un republicano detenido en la frontera con Francia, internado en un campo de concentración, fusilado en una cuneta cerca de Madrid, enterrado en una fosa común. Y, veinte años después, (es) profanada su tumba para llevarlo, como a otros treinta y tantos mil republicanos o cuarenta mil, al Valle de los Caídos, a la necrópolis que se construyó el dictador (Franco) a sí mismo y que, inexplicablemente, sigue en pie.

Como material para hacer ficciones esta época, tanto como la Guerra Civil, es riquísimo.
Es riquísimo.

Aún es inagotable.
Sobre todo porque una cosa muy buena que puede intentar hacer una novela es rellenar los espacios en blanco que dejan los libros de historia…

Claro.
…de alguna manera. Pensar es un acto de desobediencia, casi. Tanto como están los poderes del mundo, en el que priman las corrientes de opinión y las verdades oficiales, las correcciones políticas y el pensamiento único, todo en términos perversos. Realmente, pensar es un acto de desobediencia. Escribir es un acto de insubordinación, casi. Indirectamente, uno escribe para desobedecer las verdades oficiales.


Biografías que son como novelas

Al respecto de la escritura, usted escribió un ensayo, Los nombres de Antígona, sobre cinco escritoras. Y una de ellas, es la esposa de Rafael Alberti…
Sí.

¿Cuál era el eje central que le llamó a escribir sobre estas escritoras? Aparte de que fueran de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Uno muy sencillo: son cinco escritoras que me gustan muchísimo, que comparten una vida tan dramática, tremenda, aventurera y llena de cielos e infiernos, que casi parecen mentira. Esas cinco biografías son casi cinco novelas, de alguna manera. Cuando se me ocurrió escribir el libro, escogí a las cinco que más me interesaban: la poeta rusa Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Carson McCullers, la propia María Teresa (León), Isak Dinesen. Son escritoras que me gustan muchísimo. Y creo, además, que simbolizan muy bien todos los horrores del siglo XX.

De paso que, también, ha sido una especie de homenaje a María Teresa…
Sí. Me parecía muy injusto que ella fuera -(algo) propio de un país, por aquel entonces más que ahora, machista como España- siempre citada como “la mujer de Alberti”. Esta escritora que publicó veintitantos libros: muchos de ellos no se han publicado en España nunca. Te digo que no es suficiente que regresen los escritores: tienen que regresar sus obras, para que la vuelta del exilio sea completa. Además, yo tengo una relación, como sabéis, muy estrecha con Rafael Alberti. Y a María Teresa la había conocido yo cuando estaba ingresada en un centro (de salud: la clínica Ballesol. Sufría del mal de Alzheimer), sin saber quién era realmente.


Rafael Alberti: la literatura como algo importante

¿Existiría usted como literato si no hubiera conocido a Rafael Alberti a los dieciocho años?
Más bien al revés: si no hubiera querido ser poeta, seguramente no hubiera conocido a Rafael Alberti a los dieciocho años. Fue un libro suyo lo que me llevó a él. Una casualidad. Lo he contado mil veces. Sobre los ángeles: lo leí y me metió en la cabeza el deseo de escribir. Y de escribir de otra manera, desde un punto de vista casi profesional. Y tuve la suerte, a los dos días de haber leído el libro, de encontrármelo en un bar. Las cosas ocurren muchas veces por azar.

¿Predestinado?
Sí, seguramente.

Porque Alberti le aconsejó que se tomara en serio su carrera y no tan en serio a sí mismo.
Siempre. Es un consejo maravilloso: “Tómate siempre muy en serio tu obra y muy en broma a ti mismo”.

Y le hizo caso, porque ha publicado más de veinte libros en veinticinco años de carrera.
Sí, la verdad que sí. Yo escribía antes más. Cuando me drogaba escribía más.

Ja, ja, ja, ja…
Porque escribía una novela al año. Pero porque el combustible me lo permitía, ja, ja… Ahora ya escribo una cada cinco años. Siempre acabo escribiendo alguna u otra cosa.

Los años también pasan factura.
No lo sé. Yo me encuentro muy bien, con muchas ganas de hacer cosas. Siempre estoy haciendo muchas cosas. Y con ganas de viajar y moverme. Ramón Gaya, pintor y finísimo escritor -en mi opinión-, tiene uno de esos aforismos estupendos que dice: “Ser fiel es lo contrario de detenerse”. Creo que es maravilloso, merece la pena tenerlo puesto así, al lado de uno, para no olvidarte. Alberti quería que los poetas se movieran. Uno de los peores insultos que le podría hacer a un poeta es decir que era “un poeta sentado”. Y es que “fulano es un poeta sentado” y ya había acabado con él, no le interesaba nada. La reflexión siempre es mejor si tiene un trasfondo de acción, si vas a los sitios a mirarlos. No es lo mismo venir aquí, cogerte un avión a Cusco y visitar Machu Picchu que leer el poema de Neruda (Alturas de Macchu Picchu de 1950. Neruda colocó doble “c” en Macchu) ni leer el poema de Martín Adán (La mano desasida. Canto a Machu Picchu de 1964). Cambia todo si vas a verlo. Incluso, entiendes mucho mejor los poemas de Neruda y Martín Adán.

A la sombra del ángel es una defensa de la imagen equivocada que se hizo…
Sí.

…mucha gente de Rafael Alberti.
Una imagen creada por su última “familia”.

Por María Asunción Mateo.
Rafael era todo lo contrario a lo que esa gente ha querido hacer ver de él. Era un tipo divertido, generoso, desinteresado en el dinero -de una manera como yo no he visto-, abierto, respetuoso con cualquier joven que se le acercaba. Y ahora me paso la vida defendiéndole porque, al final, me tengo que pelear con gente que se mete con él. Con Antonio Muñoz Molina, que se mete con él en su última novela; con Andrés Trapiello, que se mete con él en su libro Las armas y las letras. No sé por qué ha conseguido esa gente que lo rodeó en sus últimos años una corriente de antipatía hacia él. Aparte de cargárselo como escritor, porque ha desaparecido. Te ibas con Rafael al último pueblo de España, te sentabas a tomar un café, y a los cinco minutos había diez personas haciendo fila para que les firmara un autógrafo. Es como ir hoy con Messi o con Cristiano Ronaldo, supongo, por la calle. Y, sin embargo, está desaparecido. No existen sus libros. Es un desastre. Yo defiendo al Rafael que conocí: una persona buena, generosa, optimista, un vividor. Yo le escribí un poema que se titulaba El vividor. Era un tipo…

Que vivía siempre.
…que hubiera dado la vida… La idea del poema es que es un tipo que a pesar de sus libros, su fama, a pesar de todo, hubiera dado la vida por vivir cinco minutos más.

Y encima Joan Manuel Serrat musicalizó uno de sus poemas.
Sí, La paloma.

La paloma. Entonces, teniendo esa aceptación, ¿por qué cierto sector de la intelectualidad española se ha dedicado a mellar a Alberti?
Primero, porque era comunista. Y la gente es bastante anticomunista en España. Porque él fue un “poeta en la calle” -como se llamaba a sí mismo- que se metió mucho en política. Hizo una campaña a diputado, en verso, que era maravillosa. El tipo llegaba a los pueblos y preguntaba: “¿Aquí que pasa?”. “Es que nos prometieron una carretera -o arreglar un puente o ponernos un alumbrado público- y no cumplen”. Entonces, Rafael se iba al hotel, escribía una de sus coplas de Juan Panadero -por supuesto, Juan Urbano es su hijo, su hermano pequeño- y, entonces, llegaba y leía un poema que la gente recibía de manera muy sorprendida. Porque ahí estaba un mito, estaba Alberti. Y Alberti no estaba hablando de Picasso ni de Lorca ni de Neruda ni de ningún otro de sus amigos: estaba hablando de ellos. Además, estaba hablando de su ciudad, sus problemas: su carretera, su luz del alumbrado o su puente. Y esa manera de Rafael de convertir la literatura en un mensaje directo, en algo que corre hacia el lector en lugar de tirar del lector hacia el libro, me parece muy interesante. No son ni mucho menos los poemas que más me gustan de Alberti sus Coplas de Juan Panadero (1949) -me gustan más Sobre los ángeles (1929) o Baladas y canciones del Paraná (1954)-, pero me parece muy interesante y bonita esa fe en la literatura que tenía Rafael. Me enseñó eso: a entender la literatura como algo importante, algo decisivo, que daba la categoría, el tamaño y el volumen a un país. Mucho más que su economía, que su producto interior bruto. El tamaño de un país se lo da el tamaño de su cultura. Yo estoy absolutamente de acuerdo con eso y el día que deje de estarlo me dedico a otra cosa.

¿Usted sufrió un accidente con Alberti?
Sí, nos dieron un golpe tremendo.

¿En qué año fue?
Eso fue en el año 87, quiero recordar (exactamente, el 18 de julio de aquel año. Fue un accidente automovilístico donde Alberti se fracturó una pierna y rompió el cristal del automóvil con la cabeza. Además de Benjamín Prado, Teresa Rosenvinge y Elisa Molina estaban con él cuando ocurrió tan infausto hecho. Luego escribiría el poema Accidente en el hospital, recordando lo sucedido).

¿Esto causó muchos estragos en su salud?
Realmente, Rafael nunca volvió a estar en movimiento como lo había estado, y cuando te paras eres más fácil de atrapar.


El hombre que se conmovía con la palabra “poesía”

Sí, por supuesto. Por otro lado, (usted) tiene varios libros de poesía, pero Cobijo contra la tormenta tuvo, inclusive, el permiso mismo de Bob Dylan para…
Eso fue divertido.

…el título (del poemario).
Soy muy fan de Dylan. Y yo siempre decía: “Mira, no escribas nunca nada que te avergonzase un día de darle a Bob Dylan”. Entonces, yo decía eso, la gente se moría de la risa. Pasó el tiempo, seguí escribiendo, lo seguí diciendo, se siguieron riendo. Algunos de mis libros se tradujeron en Estados Unidos, Inglaterra, al inglés. Y una vez yo iba siguiendo a Dylan, (durante) una gira que hizo Andrés Calamaro de telonero. Después de cada concierto, Andrés me dejaba su backstage y yo entraba a ver a Dylan subir al escenario. El último día le di un par de libros míos traducidos al inglés, de manera que se cumplió la profecía. Y es verdad que otra vez lo había visto en Sevilla y se lo conté. Sí, eso fue bonito porque me acerqué a él, rodeado de guardaespaldas, me miró con una desconfianza infinita hasta el momento que yo le dije: “Mire, es que yo soy español, soy escritor y voy a publicar un libro de poemas que le quería titular como a una canción suya: Cobijo contra la tormenta, Shelter from the storm (1975)”. Entonces, el tipo cambió inmediatamente. Se volvió simpático. Hizo un gesto a los guardaespaldas y me dijo: “Ah, ¿y por qué le vas a poner ese título?”. “Me parece una definición muy bonita de la escritura: un lugar donde esconderte de todas las tormentas que le lanzan rayos a uno”. Me dijo: “Ah, es muy interesante. No lo había pensado de esa manera. ¿Y cómo es el libro?”, y me siguió preguntando. Tuve mis cinco minutos de gloria con Dylan. Lo que me pareció más simpático es que a él la palabra “poeta” lo convirtiera en un hombre más dulce. Normalmente, la gente sonríe cuando oye la palabra “banquero”, “dinero” o “poder”, pero que a él le conmoviera la palabra “poesía” me parece que es un punto a su favor.

Claro. Porque ahora, además, no se estila hacer música con poesía. Ahora las letras son demasiado -en general, tanto en Europa como en Latinoamérica- crudas, muy poco artísticas.
Siempre hay excepciones que confirman la regla. A mí me gusta mucho, por ejemplo, de España, estos chicos del grupo Pereza. Creo que escriben canciones que tienen mucho…

Con los que usted ha tocado.
Sí. Por cierto, en el Festival de Granada, no sé si es el 11 o 12 de mayo, tengo una conversación pública con Vargas Llosa y al día siguiente actúo con los Pereza. Lo cual creo que explica bastante mi esquizofrenia. Pasar de tener una charla pública con el joven cadete (Vargas Llosa) a actuar con una banda de rock n’ roll leyendo poemas -y hasta canturreando alguna cosa- es notable.

Pero no canta mal usted.
Esa mentira te la agradezco mucho. A mí me gustan mucho las canciones que hacen los Pereza. Me interesa mucho lo que hace mi excuñada Christina Rosenvinge, por ejemplo. Creo que escribe buenas letras. Hay gente interesante. Es verdad que lo que se lleva es un poco la música de usar y tirar, pero hay gente interesante, y no te digo ya Joaquín (Sabina), ya Serrat. A mí solamente me interesa la música que tiene alguna calidad poética en sus letras. Obviamente, para irme a bailar con mi mujer puedo bailar cualquier cosa. Y seguro que la pólvora que te pone en los pies alguna canción estúpida no es desdeñable, pero yo prefiero las otras.

Es un melómano. Y, además, viene (usted) con la música de los sesentas, setentas, que era mucho más comprometida.
Siempre. A mí la última cosa que realmente me impresionó fue Nirvana. Después me han gustado muchas cosas, pero la última que me voló un poco la cabeza fue Nirvana.


Sobre el genio que saltó desde el piso nueve

Lo mismo dijo Charly García.
¿Ah, sí?

“A mí me gusta solo de Nirvana para atrás, porque ahora ya no hay…”
Me alegra porque yo soy muy de Charly. A mí Charly me parece fabuloso.

Sí. Es un genio.
Es un genio. Soy de Charly total.

Puede tocar cualquier género. Y lo hace bien todo.
Sí. Siempre haciendo cosas que no hace nadie más que él.

Sí.
Claro, mientras mantenga su buena puntería para las piscinas, además (el año 2000, García se lanzó del noveno piso del hotel mendocino Aconcagua, en Argentina, hacia la piscina que quedaba en el segundo piso).

Ja, ja, ja… Sí.
Duro es el día que caiga fuera, pero mientras que no, ja, ja, ja…


Entre gruñidos grunge y un canuto

Exacto.
Sí. A Kurt Cobain lo conocí por una novia que tenía yo por aquella época.

¿En persona?
Sí, trabajaba en Geffen (Records, el sello discográfico de Nirvana). Lo fui a ver las dos veces que tocó en Madrid. Y en una de ellas esta chica que era la que casi lo acompañaba por Madrid, me metió después en el camerino…

¿No era Courtney Love?
No. Si hubiera estado Courtney Love hubiera huido yo del camerino.

Ja, ja, ja…
Sin ninguna duda. Aunque tengo que decir que el primer disco de Hole me gustó mucho.

Tiene buenas canciones.
Es un disco espléndido. Me metió allí un tipo extraño. Los otros hablaban todo el rato, Dave Grohl y el otro… Ese nombre absurdo, que era (Krist) Novoselic o algo así.

Medio serbio.
Medio serbio. Hablaba mucho y él (Cobain) estaba tumbado allí. De lo que sí puedo presumir es de que Kurt Cobain me pasase el canuto (cigarrillo de marihuana).

Ja, ja…
Ja, ja… Eso sí. Hay poca gente que se haya fumado un canuto a medias con Kurt Cobain. Es verdad que el tipo no me dedicó más allá de dos gruñidos, ni siquiera palabras, pero la marihuana me la pasó. O sea que sé algo de eso.

Algo compartió con Kurt Cobain.
Sí.


De Cusco a Charlotte Gainsbourg

Cambiando de tema, su libro de relatos Jamás saldré vivo de este mundo, que contó con diversos autores (Almudena Grandes, Javier Marías, Juan Marsé y Enrique Vila-Matas), y que en uno de sus cuentos incluye a un hombre que viaja al Perú…
Sí.

¿Cómo así se le ocurrió…?
Porque ese libro es muy latinoamericano, en realidad. Porque muchos relatos pasan por aquí: uno en Perú, otro en Costa Rica, otro en México. La verdad que casi todo lo que cuenta ese relato sucedió. Hasta tal punto que algunas de las personas que se creyeron ver en el relato, se enfadaron conmigo. Y es verdad que fue muy intensa aquella visita. Creo (que en) aquella época era mucho más loco que ahora, me metía en los sitios más raros y peligrosos, en algún caso. Y me buscaba las peores compañías porque siempre eran las que conocían los mejores bares. Y todo lo que cuento: la pelea de perros, toda esa cosa por Cusco, todo eso ocurrió, realmente. Es un libro con autores invitados. ¿Sabes? No se le había ocurrido a nadie fuera de los discos.

Sí.
Y, realmente, es una copia del natural ese relato. También es…

Es como un featuring
Sí.

Un featuring de los demás autores.
Sí. Más o menos. Como cuando toca Elton John el piano en un disco de Dylan o Slash la guitarra, ese tipo de cosas.

Claro.
Me encantan esos discos donde, de pronto, aparece Keith Richards. Coño, ¿qué hacen aquí Ronnie Wood, Keith Richards?

Unas colaboraciones increíbles.
Sí, Beck con la hija de (Serge) Gainsbourg (llamada Charlotte). Esas cosas siempre me llaman la atención.

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