"No hay dos piedras idénticas, todas tienen
Entrevista
realizada por Gianmarco Farfán Cerdán y su hija Rebeca Farfán
Fotografía por Gianmarco Farfán Cerdán
Ver una escultura de Silvia Westphalen Ortiz (Roma, 1961) es
una invitación a descubrir la belleza que esconden las piedras cuando son trabajadas
con arte. Ella tiene un estilo muy característico, un sello personal absolutamente
identificable en sus poderosos trabajos con el mármol, el alabastro, el
travertino y el ónix. Silvia es una de las mejores artistas plásticas del Perú.
Su primera exposición la realizó en 1986, en Portugal. Desde
entonces, entre muestras individuales y colectivas ha expuesto también en Alemania,
España, Venezuela, Chile, Brasil y el Perú (en Lima, Cusco y Arequipa).
Además, en 1989 recibió el primer premio de escultura del
Programa Cultura y Desarrollo del Club Portugués de Artes e Ideas. En 1992
recibió una beca de la Fundación Calouste Gulbekian (de Portugal) para un curso
de escenografía en París. En 1998 fue premiada como Artista Ganadora de la I
Bienal Nacional en Lima. En 2012 participó de un proyecto cultural en la
reserva nacional Bahuaja Sonene, ubicada en los departamentos de Madre de Dios
y Puno. En 2013 participó en la feria Pinta, en Nueva York. Ese mismo año presentó
su trabajo artístico en el Pratt Institute de Brooklyn. En 2014 ganó el Premio Luces, del diario peruano "El Comercio", a Mejor exposición individual de escultura.
Por cierto, su ilustre apellido tiene un enorme peso en la
cultura peruana del siglo XX, ya que su padre fue Emilio Adolfo Westphalen
(1911-2001), uno de los mejores poetas que hayan nacido en el Perú, ganador del
Premio Nacional de Literatura 1977 y del Premio Internacional de Poesía Miguel
Hernández 1998. Asimismo, su madre fue la destacada pintora piurana Judith Ortiz
Reyes (1922-1976), que expuso sus obras en Estados Unidos, Italia, Chile,
España, México y Bélgica.
En la siguiente entrevista tratamos numerosos temas: la
influencia que ha recibido como artista por parte de la naturaleza, de las
culturas precolombinas y del trabajo de su madre Judith; de su cercanía con poetas
como Blanca Varela y Jorge Eduardo Eielson (gracias a la amistad de su padre
Emilio Adolfo con ambos), de su formación profesional en Portugal, del taller
de escultura que dio en China, de la residencia de artistas en Estados Unidos
en la que participó, de su taller en Lurín, de las piedras escogidas que
recibió de las reconocidas Lika Mutal y Johanna Hamann, de sus visitas a las
fábricas de mármol peruanas, de las canteras industriales de Portugal, de su
gusto por la “costra” del mármol, de cómo el dibujo va ganando más espacio en
su trabajo artístico actual, de su amor por los animales, de lo que
representaba su legendario padre Emilio Adolfo Westphalen y del apoyo entusiasta
que siempre recibió de él.
Muchísimas gracias por esta oportunidad,
Silvia. Un privilegio para mí y para mi hija también. ¿Cómo así todas estas
formas tan sinuosas de sus esculturas llegan a su imaginario de artista, en su
juventud? ¿Cómo entran estas formas dentro de usted?
El recorrido ya viene siendo largo. Estudié en Portugal y
allí empecé a trabajar, pero siento que siempre el paisaje del Perú me ha
influenciado mucho. Aun estando en Portugal siempre había esta impronta de los
paisajes peruanos y también mucha atracción por las formas naturales, las
formas de las plantas, de las dunas. También las formas de las conchas, de todo
lo que son las formas naturales. Siempre me han atraído mucho y como que trato
de reproducir esas formas en mi trabajo. Pero ha variado bastante mi trabajo a
lo largo de los años. Cuando empecé hice bastantes esculturas figurativas, creo
que influenciada por lo que veía en Portugal. Era escultura figurativa lo que
había a mi alrededor y ya después me fui decantando hacia las formas del
movimiento, del agua, de los ríos, del crecimiento de las plantas, de los árboles,
de los troncos, todo eso. También de haber viajado a la selva en el Perú, que
es realmente una abundancia de formas en todos sus estados. Me fascinan siempre,
mucho.
¿Podría vivir ahora, después de tantos años de
trayectoria, lejos de la naturaleza o sin hacer esculturas que tengan tantas
referencias a la naturaleza?
No creo. Es algo como muy necesario para estar, como algo que
me gusta siempre poder ver. En eso, siento que somos muy privilegiados. El Perú
tiene unos paisajes, una riqueza natural y cultural… También esa ha sido otra
de mis fuentes. Las culturas precolombinas también me han tirado mucho, me
parece. Sí, han tenido también este contacto muy fuerte con la naturaleza. Ha sido
una conexión integrarse con lo natural, que me parece que es muy importante
también ahora, que siento que estamos destruyendo tanto esta riqueza natural.
Como que es sentirla y cuidarla.
Y también los trabajos de su madre Judith,
artista también, …
Claro.
…influyeron en usted.
Eso también me ha influenciado mucho. El haber estado
siempre con las obras de mi madre alrededor, el haberla visto trabajar también cuando
era niña. Sí, sus formas también se han grabado, de alguna manera, en mí.
En su inconsciente. Incluso yo diría, viendo
sus trabajos, que algunas de sus esculturas son como variaciones de lo de su
mamá.
Sí. Me doy cuenta de eso y sí, siento que es otra de las
influencias muy fuertes en lo que yo hago.
¿Le interesa volver a lo figurativo o ya es un
tema pasado en su trayectoria como artista?
No es algo que me viene fácil. Sobre algún tema de alguna
exposición he vuelto a trabajarlo, pero no es algo que me llame.
Y ahora está usted exponiendo en dos colectivas.
Una, en el Centro Cultural de la Católica, referida a Eielson, y otra, en el
Centro Cultural Inca Garcilaso, referida a Blanca Varela. Aparte de ahora estar
en estas exposiciones colectivas, ¿pudo usted conocer a ambos artistas, en
algún momento, en su juventud o en su niñez?
Sí, a Blanca Varela. Siendo muy amiga de mi padre, siempre
fue una presencia. Recuerdo de ella, desde niña, de visitarla también, de
acompañarla con mi papá en la época en que se hacía la revista “Amaru”, en la
que trabajaba con Blanca. Entonces íbamos a su casa. Y ya después, cuando he
regresado al Perú, también ha sido una presencia bien importante, una presencia
cercana. Y Eielson, cuando estuvimos en Europa, también eran amigos. Hemos
tenido bastante contacto con él. Incluso, nosotros cuando vivíamos en Roma él
nos prestó su taller en París, lo que también fue muy impactante, estar en
medio de sus obras, conocerlas más. Y me llamó siempre mucho la atención su
trabajo. Era tan diferente a lo que yo había visto antes. Y también cuando
vivíamos en México, él estuvo allá e hizo una exposición en el Museo de Arte
Moderno y ahí tuve otra vez oportunidad de ver su trabajo. Después, descubrir
su trabajo posterior también ha sido una sorpresa muy agradable. Estas cabezas (en
pinturas) que están en el Centro Cultural de la Católica, en este momento. Me
gusta muchísimo. Esta referencia también al paisaje de la costa del Perú, a las
culturas precolombinas. Me parece muy interesante su trabajo.
Además, recordaba que usted ha tenido esta
experiencia intercultural tan enriquecedora para cualquier artista, no solo del
Perú sino del mundo. En su caso, es fascinante. Dio un taller de escultura en
el Instituto Cultural de Macao, en China.
Sí.
Y también ha tenido mucho trabajo en Portugal,
ha expuesto mucho. ¿Cómo siente que es la escultura de diferente en China,
Portugal o Perú? ¿El acercamiento técnico es similar o hay algunas diferencias
ahí, que se podrían decir notorias, desde su experiencia?
En relación a Portugal, yo me formé allá y gracias a eso es
que justamente aprendí la técnica, que es la que yo utilizo hasta ahora. Que
permite trabajar el mármol de una manera, por un lado, muy rápida, y, por otro
lado, crear estas… Porque uno corta, porque son unos discos con diamante alrededor,
con eso uno va cortando y no está usando el martillo, no está percutiendo la
piedra. Entonces, se pueden crear formas como muy frágiles, muy delicadas, que
de otra manera no se podrían. Me pareció que había ahí algo que explorar. Esta
nueva técnica permitía hacer formas diferentes y eso me pareció fascinante. Comparado
con la escultura que uno siempre había visto, estas formas pesadas, muy rígidas.
Entonces, de pronto, se podían hacer formas bien diferentes. Y en China, en
verdad fue un curso que, justamente cuando vivía en Portugal, me invitaron a
Macao, que había allí el Instituto Cultural de Macao, pero no he tenido tanto
contacto con la China continental, con ver escultura de allá. Fue así, como un
episodio bien corto.
Y su experiencia en la residencia de un mes,
que tuvo en Vermont Studio Center, en Estados Unidos, ¿cómo fue?
Sí, un privilegio. Muy interesante estar en contacto con
escultores de muy diferentes países. Era una residencia donde había pintores. También
había toda una sección de poetas y escritores. Pero, curiosamente, los escultores
nos hicimos muy amigos. Teníamos mucha afinidad: una italiana, un pakistaní, un
africano, un coreano. Gente muy distinta, pero teníamos algo en común. Y también
lo que cada uno hacía eran cosas totalmente diferentes. Fue un intercambio muy
rico, muy fructífero.
¿Le gustaría seguir yendo a talleres o a
residencias en otros países?
Sí, la residencia me parece que es algo fantástico, de obtener
ese contacto, de poder trabajar también en otro lugar. Esa vez, me había yo
puesto el reto de no trabajar en mármol justamente, probar otros materiales, y
fue lo que hice ahí durante ese mes. Entonces también fue cambiar lo que uno
hace, que siempre generalmente estás solo. Como escultor uno está solo en su
taller y ese contacto y ver el trabajo de otra gente, su manera de trabajar…
También allí, en ese caso, había artistas que venían justamente a ver el
trabajo que cada uno hacía y a intercambiar, a dar su opinión. Presentaciones
también del trabajo de todos los diferentes artistas. Fue algo que me gustó
mucho y me encantaría poder volver a hacerlo.
Y usted como escultora, imagino, como la
mayoría de artistas, disfruta la soledad.
Sí.
Porque para crear hay que estar en soledad.
Sí. De hecho, mi taller está en Lurín, porque necesito tener
espacio alrededor. Esa es una condición para los escultores, por lo menos en
piedra, que necesitas espacio. Porque hacemos mucho ruido y mucho polvo y para
los vecinos sería insoportable tenemos cerca. Pero al mismo tiempo estoy fuera
de Lima, entonces eso para mí es como un alivio salir de esta ciudad que puede
ser tan agresiva. Sí, no es que sea fácil.
Es una ciudad complicada.
Sí. Y estar en este ambiente que sigue siendo como un
pulmón verde. Hay árboles, hay la cercanía con el río Lurín. Increíblemente, de
aquí, del sur, de Lima estamos a veinte kilómetros nada más. ¡No hay agua de
Sedapal! Ahí cada uno tiene un pozo para tener el agua y estamos dependientes
de la llegada del río. Todo es esta expectativa de cuándo llega el río, porque
hay periodos en que ha habido sequía, que no llega el río, entonces no hay agua
en los pozos y hay que traer agua. En fin. Es increíble que estando tan cerca
de Lima no hay red de agua potable ni desagüe, pero, por otro lado, la ventaja
de estar justamente afuera de la ciudad.
Se ven los límites del Estado.
Sí.
¡Cómo falta infraestructura del Estado!
Exacto, sí.
Silvia, ¿qué momento le provoca más emoción: cuando
va a la cantera a seleccionar sus piedras o cuando comienza a esculpir? ¿Qué
momento le genera más expectativa, como artista?
Yo no voy a las canteras, porque aquí las canteras están un
poco inaccesibles. Es difícil el tener acceso y luego el transporte. Lo que
hago es ir a las fábricas de mármol, ellos son los que traen estos bloques
gigantes que luego cortan. Lo que pasa es que tienen mucho desperdicio
industrial, digamos. Tienen unos bloques que ya no les sirven, que son
demasiado pequeños, tienen algún defecto que para ellos no sirve, entonces yo
aprovecho esos pedazos. Pero tienen tal cantidad de formas, de piedras de
distintos colores, de texturas. Me encanta ir y siempre es un placer. Escoger
la piedra ya es todo un… Eso me ayuda muchísimo. Tienen que ser formas que me
interesen. No me interesa un bloque, un cubo, eso no. No me interesa, sino en
cuanto más formas. Me gustan mucho las partes exteriores de esos bloques que
traen, cortan. Lo que llaman “la costra”, que es la parte del mármol que tiene
todavía la textura así, natural. Me gusta mucho partir de esos pedazos de
piedra, así como en bruto, con texturas pronunciadas. Por suerte, en mi taller
tengo espacio justamente para tener las piedras a mi alrededor y, a fuerza de
verlas, voy viendo cuál empiezo. Siempre empezar una pieza nueva es así, bien
excitante, bien emocionante. Me gusta esa parte de empezar. Pero también me
impongo el tener que terminarlas. Para eso también ayudan las exposiciones y
las fechas que uno tiene que cumplir. Entonces (se dice a sí misma): “Ya, tengo
que terminarlas”.
Hay un plazo.
Hay un plazo, sí. Pero poder empezar una nueva siempre es un
deleite. Y otra cosa que quería contar es que he tenido una suerte muy grande
de haber recibido piedras de otros escultores. De Lika Mutal recibí las piedras
escogidas por ella. Me parece eso muy especial. Más recientemente, he recibido
también piedras que habían sido de Johanna Hamann. Me emociona mucho tener
estas piedras escogidas por estas otras escultoras que son muy especiales.
Poder hacer algo con ellas, siento como si estuviera colaborando, de alguna
manera, con ellas.
Es una cocreación.
Sí.
Claro. Yo recuerdo, en un video en YouTube,
volviendo a lo de las canteras, que ahí, en Portugal o en Brasil, usted sí iba
a las canteras.
En Portugal estábamos muy cerca de las canteras, estábamos
justamente a pocos kilómetros. Y allá son canteras ya muy industrializadas,
entonces tienen así, montañas de desperdicio industrial. Uno podía ir y escoger.
Sí, era una maravilla. Pero aquí es más lejos. La única vez que he ido para el
mármol travertino, que es el más común acá, es entre La Oroya y Huancayo.
Entonces hay que hacer ese viaje y luego es el problema del transporte, de
poder traerlo desde allá. Se me hace más difícil.
¿Cuál era su piedra favorita, de todas con las
usted ha podido trabajar a lo largo de su carrera?
En verdad me gusta mucho la variedad. Eso es lo que me
gusta más de trabajar en piedra, que no hay dos piedras
idénticas, todas tienen particularidades, todas tienen colores diferentes,
texturas, y eso es lo que me parece muy rico. Ya parte uno de algo que tiene
eso: tiene una forma, un color, vetas. Por ejemplo, esta piedra (que está en su
sala) es un ónix verde de Turquía…
¡Qué bonito!
… que me regaló una amiga. Sí, ese pedacito. Y he viajado
con él, me lo traje, me lo llevé a Portugal, después lo traje acá y como era
tan bonita la piedra no me atrevía a hacer nada. Y por fin ya dije: “Bueno,
tengo que hacer algo en vez de tenerla ahí” (sonríe) y ahí la tengo. Me
encantaría conseguir piedras así, de ese color. Y es, además, como un poco
translúcida.
Sí, es como que se ven las edades, un poco, de
la historia de la piedra.
Sí. También sé que en Brasil tienen un mármol azul que
nunca he podido trabajar, pero como que está en mis sueños algún día conseguir
un pedazo de mármol así.
¿Hay cosas que siente que le falta todavía
conseguir?
Sí. Eso es lo rico de la piedra. Siento que hay tanta
variedad. No es algo aburrido para mí.
¿Como mujer, nunca le ha tenido un poco de
temor a estos enormes trozos de piedra? Lo pregunto porque uno cuando ve a los
escultores, algunos son grandes, recios.
El hecho de trabajar con las máquinas facilita mucho el
trabajo. No tiene que estar uno golpeando. Igual se necesita fuerza y creo que
lo que ayudó mucho es que empecé muy joven, pues. Empecé a trabajar la piedra
en la época de la escuela y parecía algo muy natural. Y esa gran ventaja, de
que con estas máquinas uno puede… Yo siento como que si dibujara. Si fuera como
un lápiz con el que voy dibujando en tres dimensiones. Este disco que me
permite hacer trazos.
¿Siente la misma emoción de cuando empezó su
carrera? Digo, ya con tanta experiencia, trayectoria. ¿Siente esa misma emoción
o, incluso, de repente, ha aumentado ese amor por la escultura, a cuando usted
tenía veinte, veinticinco años?
Ahora lo siento, más bien, como algo que tengo que
disfrutar, porque también me doy cuenta que ya no tengo, efectivamente, la
misma fuerza o la misma resistencia que antes. Antes, cuando vivía en Portugal
trabajaba todos los días mañana y tarde y todo bien. Ahora siento que tengo que
descansar más, mis días ya no son tan largos y que eso va a ir menguando.
Entonces también quiero aprovechar justamente mientras tenga fuerza. Y lo
disfruto mucho por eso también, porque siento que no va a ser para siempre.
No hay nada para siempre.
Sí. Pero, por ejemplo, los pintores pueden seguir pintando
hasta…
Claro, el trabajo es menos exigente físicamente.
Exacto, sí. Y me he puesto a dibujar también, gracias a la
pandemia. Aunque siempre ha sido algo que he hecho, pero en la pandemia por un
tiempo no pude ir al taller, entonces retomé el dibujo ya como práctica más
constante. Y, de hecho, es algo que ahora va tomando más de mi tiempo de
trabajo, el dibujo.
De repente, podría llegar el momento, de acá a
unos diez, quince años, que veamos una exposición solamente de dibujo de Silvia
Westphalen.
Podría ser, sí. Yo creo que sí. Incluso, ponerme a pintar
es algo que también ya como que estoy pensando en algún momento. Es curioso
porque yo siempre he tenido como esa idea: cuando ya no pueda hacer escultura,
puedo dibujar, podré pintar. Y hay una pintora que era Georgia O’Keeffe. Fue
perdiendo la vista y, al contrario, ella se volvió escultora al final de su
vida. Pero ella siempre cuidaba muchísimo sus manos para la pintura. Leí eso en
su biografía, que en los conciertos no aplaudía para no…
Para no desgastar sus manos.
Sí.
Buena estrategia.
Sí. Pero todos los recorridos son diferentes y cada quien va
encontrando cosas. Eso es también lo fascinante del arte, que siempre hay
materiales diferentes, cosas que uno puede hacer. También la cerámica me ha
tentado un poco cuando estudié. Cuando estaba estudiando hice un curso de
cerámica y en algunos momentos he hecho también, me ha gustado. También es algo
que pienso que podría ser… Quién sabe.
Sí. Usted es una artista y puede ir en
distintas áreas del arte.
Pero sí, ese amor hacia la piedra, sigue siendo un gran
disfrute para mí.
Quería preguntarle, en el tema de su padre
Emilio Adolfo Westphalen. Justo acá tengo su poemario “Las ínsulas extrañas”. ¿Cuánto
ha pesado en usted, como artista, como representante del mundo cultural en
nuestro país, todo lo que ha hecho su padre, que es una leyenda? Impresionante
todo lo que hacía, a pesar de que he leído en el libro de memorias de Arturo
Corcuera, que era muy callado su padre.
Sí.
Pero yo he leído todo lo que hacía: me he
quedado impresionado. El hombre hablaba poco, pero hacía tanto.
Sí.
Era impresionante la energía que tenía su
padre. Usted ha contado en alguna entrevista con Josefina Barrón, que su madre
era una trabajadora incansable. Pero su padre también era un trabajador
incansable.
Sí.
En otra área.
En otra área, sí. Solo que yo como niña o como joven no me
daba tanta cuenta. Porque lo hacía mucho en su… Era muy privado también mi
padre, entonces no lo veía tanto en acción, digamos. Era su trabajo mucho más
de ponerse a escribir. Y como decíamos, no era alguien que compartía mucho lo
que hacía, pero sí he podido acompañarlo y verlo. Tantos intereses que tenía y
tanto que ha hecho por la cultura. Sí.
Hay una cosa que yo quería resaltar, ya que la
tengo a usted en frente, que me parece algo increíble, extraordinario. Yo he
leído el libro de (César Moro). Y mi hija sabe, porque le he mostrado también
el libro de César Moro, de las cartas que dedicó a su padre Emilio Adolfo.
Sí.
Yo le he contado a mi hija y a mis propios
padres. Creo que de cien veces que le pidió ayuda César Moro a su papá, a
Emilio Adolfo Westphalen, 98 le habrá dicho que le iba a ayudar. Y él le
escribía diciéndole: “Gracias, Westi”… Y de varias otras formas le decía (con
amistosos diminutivos). ¡Qué buen hombre, que lo ayuda siempre! Porque él siempre
estaba en apuros, César Moro, y (le escribía a Westphalen): “Por favor, mándame
la quincena, mándame este mes”… ¡Qué ser humano tan maravilloso, aparte de ser
un súperpoeta! Ojalá así fueran todos los poetas. Porque no son así la mayoría.
Son muy egoístas. Entonces, eso quería decir frente a usted, su hija. Todo mi respeto
para su papá como ser humano. ¡Qué increíble! En todo el libro de César, todas
las cartas, que son más de 500 páginas, hay un agradecimiento permanente, desde
el inicio hasta el final, hacia su padre. Todo mi respeto para su papá. Además
de todo lo que hacía, se daba tiempo para ayudar a sus amigos. Cosa que es muy
difícil en este medio cultural que es tan de puros egos.
Sí.
Eso quería comentarle a usted.
Sí, efectivamente. Esas cartas son maravillosas. Al mismo
tiempo, son muy conmovedoras, sí. Y también la dificultad de ser un artista, de
ser un poeta, ahí se da uno cuenta. De hecho, mi padre hizo una selección de
esas cartas. Hizo una edición así, pequeñita. Se llama “Vida de poeta”. Eso
pienso también de la suerte, por un lado, de ser un artista plástico: que uno
hace una obra que puede vender. Yo pienso siempre en los poetas, cómo hacen
para…
Para que te compren tu libro.
Sí (sonríe). No creo que haya un poeta que pueda vivir de
su poesía.
Solo los premios Nobel, de repente.
De repente, sí.
Usted pudo compartir muchos años con su papá. Su
mamá se fue un poco antes a otro mundo, pero ¿qué decía su papá sobre su
trabajo? ¿Qué le decía cuando veía sus esculturas?
Mi papá era muy… No era nada crítico, le gustaba todo lo
que hacía. Siempre me animaba mucho, sí. Siempre conté con su apoyo. Creo que
no había un lado crítico. Era así, siempre muy entusiasta.
¿Usted era la niña de sus ojos de su papá?
(Sonríe) Eso le gustaba mucho a él. Siempre ha sido mi papá
muy ligado a las artes plásticas, siempre las ha apreciado mucho. Y sí, le
gustaba que hiciera mi trabajo y siempre me apoyó mucho.
¡Qué bueno! Para despedirme, quisiera leerle un
poema que he escrito para usted, para su trabajo. Mi hija ha visto la
elaboración del poema. Yo se lo daré (en papel), pero quería que usted lo
escuchara. Para la hija de un súperpoeta. Es un honor. Se titula “Las piedras
viven en las manos de Silvia”. (Empieza así): “La voz de la piedra / habla a
través de las manos / de Silvia Westphalen. / Ella las transforma en olas del
mar, / en caracoles, / en galaxias marinas / donde el silencio es celestial, /
donde la armonía femenina de las / formas creadas con arte / llevan a la
contemplación, / a la reflexión sobre lo bello / que encierra toda piedra /
trabajada con amor. / Silvia y las piedras / se mimetizan, / una habla a través
de la otra / y viajan unidas / hacia lo primigenio”.
Muchas gracias.
Gianmarco: Para usted.
Silvia: Está muy bonito.
Gianmarco: Muchas gracias. Y se lo voy a
regalar (está escrito a lapicero en un papel) para despedirme. Muchas gracias
por esta entrevista, de verdad. Para mí ha sido un honor
Rebeca: Para mí también.
Gianmarco: Y para mi hijita también.
Silvia: Sí.
Gianmarco: Gracias por todo el trabajo que
viene haciendo y espero que siga haciendo muchas más exposiciones.
Silvia: Gracias también por la visita. (La artista mira a
Rebeca amablemente y le dice): Y alguna pregunta que se te ocurra, que
quisieras.
Rebeca: No lo esperaba (sonríe). ¿Usted siente
alguna conexión con los animales?
Silvia: Sí, también. Desde niña, me acuerdo, siempre quería
tener animales a mi alrededor y siempre me han interesado muchísimo. Incluso, cuando
era niña quería ser veterinaria. Después, cuando por fin tuve un perrito tuve
que acompañarlo al veterinario y me di cuenta que podía ser muy duro ver a los
perritos en… Sentí que eso no era mi camino, pero tal vez si hubiera sabido que
había una carrera que era zootecnia o zoología, me hubiera dirigido hacia allá
(sonríe). Me sigue encantando el contacto con los animales. Siento que es otra
manera de estar en contacto con la naturaleza.
Rebeca: Sí.
Silvia: Otra manera de…
Rebeca: Muchas gracias.
Silvia: De comunicar con la naturaleza.
Gianmarco: Muchas gracias, Silvia.
Silvia: De nada. Un gusto.
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