“La verdadera dinámica de la lengua está en su flujo cotidiano, su fricción permanente”
Entrevista y fotografía
por Gianmarco Farfán Cerdán
No hay duda que lo que hablamos dice
mucho de nosotros. En nuestro Perú, la jerga -ese lenguaje cotidiano no
oficial- que utilizamos a menudo en todos los sectores sociales, transmite
nuestra irrefrenable pasión por la comida y nuestras vivencias sobre diversos
tipos de discriminaciones, entre otros temas. Para indagar más profundamente en
ese amplio espectro de significados, el reconocido Julio Hevia ha publicado este 2008 un
libro fundamental: “¡Habla, jugador! Gajes y oficios de la jerga peruana”, el
cual podemos definir como un análisis certero e interdisciplinario de nuestra
oralidad.
Julio Hevia es psicólogo por
Sobre su libro “¡Habla Jugador! Los gajes y oficios de la jerga peruana”, que
usted dedica a todos los jugadores y jugadoras de la lengua.
Así es.
¿Cómo materializó algo que está en todos lados, pero nunca lo he visto en
el ámbito académico tan trabajado?
Leí alguna vez un texto sobre la obra
de (Jacques) Derrida -un texto que escribe Derrida y un discípulo de él, Geoffrey
Bennington-, en el cual el discípulo toma el cuerpo principal del libro y en
los márgenes escribe Derrida. Pero el libro (de 1991) es sobre Derrida y, en
los márgenes, lo que hace Derrida es hablar de sus marcas biográficas,
acontecimientos claves en su existencia, preferencias de autores.
Como un comentarista de su propia (vida)…
De sí mismo. O un comentarista del
comentarista. Él dice que no hay nada mejor que el margen para observar las cosas.
Entonces, podría tomar al pie de la letra ese asunto. Evidentemente, hay un
lado marginal en el hecho de hablar jerga. Lo hay. Es definitivo. Y lo hubo más
en otras épocas que hoy, en que se habría democratizado en gran medida. Pero también
hay una cierta distancia respecto al entusiasmo colectivo, cierto anticuerpo
ante los facilismos navideños, una cierta manera de no estar del todo o estar
de a pocos. Algunas veces he dicho a los alumnos que quizá lo que es
considerado un defecto en otra época termina siendo una virtud. Y ni siquiera
en otra época: a veces, simple y llanamente al otro lado de la puerta. Porque
el desajuste potencia la capacidad de observación que difícilmente tiene el
ajustado. El ajustado está muy ocupado en participar.
El ajustado social.
Exacto. El que está siempre en la
ubicación correcta. Voy a caricaturizarlo más: el self made man (expresión norteamericana que se refiere a una
persona que se hizo a sí misma) o el que ya realizó “el sueño americano”. El otro, lo quiera o no, observa más,
marca más su distancia. Me he nutrido harto de eso. Me hizo ir y volver de
cantidad de ámbitos. A tal punto que terminé siendo equidistante de todos los
lugares en los que anduve, los que aprecio casi de igual manera.
¿Y dónde ha encontrado más cantidad de jergas -calificativas-: de los
estratos altos a los bajos o de los bajos hacia los altos?
Últimamente, yo diría que hay un trabajo
también de descenso. Pero lo típico ha sido un trabajo en ascenso o un trabajo
casi hermético que -en el mejor de los casos- ha circulado más bien horizontal:
de barrio a barrio, de nicho a nicho. Y ha habido severas dificultades para
hacer transferencias tecnológicas -por así decirlo- en otros periodos. Hoy
quizá la tecnología, las nuevas sensibilidades juveniles, la saturación
informativa -o lo que (Gilles) Deleuze y (Félix) Guattari llamarían los “devenires menores”-, lo marginal, lo chicha, lo
underground, lo siniestro, lo barroco, adquieren un estatus relevante que,
paradójicamente, nutre esta idea a veces equívoca de la democracia: todos
tenemos lugar, todos tenemos un nicho. Ya nadie podría protestar porque a todos
les dan, tarde o temprano, un lugar. Entonces, de este escenario polifacético,
multiforme, incluso afín a las mutaciones y distorsiones continuas, la jerga se
ha potenciado a sí misma. Y se ha potenciado porque la gente joven tiene, por
necesidad o por un oportunismo marketero, un protagonismo que nunca antes tuvo.
Lo viene teniendo, tampoco es de hoy día. Pero desde que los rebeldes sin causa
o con causa se levantaron en el planeta Tierra, y conforme se fueron sucediendo
movidas…
Antes de James Dean.
Claro. Fíjate, una cosa que dice
Francois Truffaut, que es interesantísima, es que James Dean revolucionó la actuación
cinematográfica porque -entre otras cosas- era miope. Y la miopía lo hacía moverse
de una manera que no estaba programada en el guión. Según consigna Truffaut,
James Dean es el primer actor en la historia del cine que le da la espalda a la
cámara. A eso uno le podría añadir también, en la clase cinematográfica, que la
profundidad de campo la inventa Orson Welles porque no tenía más rollos para terminar
la película. La creatividad es afín a la necesidad y, en ese sentido, aparece
casi por derecho propio el tema del recurso en el Perú. La jerga, en ese
sentido, es un recurso.
Es una venganza, también.
Claro, es una venganza. Y yo diría una
cosa que he venido, últimamente, trabajando en clase: es el gran disolvente de
las diferencias. En el mismo sentido que los chistes son disolventes, la jerga
es un disolvente. Y el fútbol, cuando es exitoso, también lo es. ¡Qué sería de
la identidad brasilera sin cinco campeonatos mundiales y unas escuelas de samba
galopantes! Soy un ferviente defensor de la idea de que la jerga es un
intercambio de figuritas. Ese es el tema. Y tiene todo el sentido infantil que
la resonancia del término “figurita” genera.
¿Y qué opina de estos académicos que dicen que la jerga empobrece el
lenguaje? ¿Es una afirmación cierta?
Lo primero que digo en el libro es que
hay dos grandes prejuicios que se proyectan o tienden a colgarse -por así
decirlo- del tórax de este efecto coloquial: uno, que es absolutamente
hermético y, por ende, inaccesible. Y otro, que es la pura distorsión, la mejor
ilustración de una errancia caótica de la lengua. Sin embargo, no hay lingüista
en el planeta -de un tiempo a esta parte, o quizá desde el nacimiento de la
lingüística- que no acepte que la verdadera dinámica de la lengua está en su
flujo cotidiano, su fricción permanente, en el cruce de todas las fuerzas que
la habitan. De ahí que haya trabajado mucho en este libro el tema del devenir,
que es materia de un texto anterior. Si tú me preguntaras con que batería he
trabajado, hay harta literatura…
Muchas referencias culturales.
Así es.
Mediáticas también.
Así es. Mediáticas y mucho de
etnografía urbana, pero lo que me ha permitido entrar y salir de estas
coordenadas y procurar su integración -o, por lo menos, su juntura transitoria-
es la lectura que he hecho durante dos décadas del pensamiento francés
posestructural.
¿Qué diría Ferdinand de Saussure (considerado el fundador de la lingüística
moderna) si leyera su libro?
No sé qué diría, pero sí sé lo que dijo
(Jean) Baudrillard de Saussure: que en verdad era curioso que le gustaran tanto
los anagramas, pero que hubiera tanto del habla como fenómeno heteróclito.
Baudrillard sugiere allí la hipótesis de que lo que hubiera querido en verdad
Saussure era aproximarse con mayor frescura y menos escrúpulos metodológicos al
ámbito de lo coloquial. Sin embargo, apelas a un (Claude) Lévi-Strauss y te das
cuenta que no es gratuito que él haya clasificado a las culturas en orales y
escriturales, y le haya dado a las escriturales un rango de civilidad de las
que carecerían las culturas orales. En un primer texto que publiqué, titulado “El
limeño como estereotipo”, yo decía que…
¿Del año (19)86, verdad?
Exactamente. Si hay tres cosas que
hacemos acá, esas son, justamente: lorear, tragar y chupar. No solo son tres
actividades que se hacen con la boca sino que, por el mismo hecho de hacerse
con la boca, mueren en el acto.
Y es en esas actividades donde más jerga se habla.
Exactamente. Entonces, entre lo que he
llamado los grandes containers (contenedores,
recipientes) de la jerga están: el mundo de la bebida, de la comida, y una
serie de prácticas como el fútbol, la juerga nocturna, el “boleto” (estar de
amanecida), la violencia citadina, el sexo, que tienen que ser habladas.
Las mujeres son una fuente infinita de jergas.
Claro. Y, últimamente, hay una
variante interesante: la mujer se ha venido a sumar en términos activos y no
solamente como musas de la inspiración textualizada o verbalizada. Un amigo
jura que “forro” como equivalente a “calzón” es un invento femenino. Que él lo
escuchó por vez primera en boca femenina. Tú verás que este libro -buscando
referencias notables- es un poco como algunas cosas de (Guillermo) Cabrera
Infante o de (Julio) Cortázar, en el sentido de que puedes entrar al libro por
cualquier lado. No hay una secuencia fija que seguir.
Pero hay temas definidos.
Eso sí. Los temas son autónomos. Eso
le permite al lector trazar su propio mapa. O mejor dicho, su croquis, para no
hablar en términos tan oficiales.
¿La jerga afianza los estereotipos o ayuda a que no se sientan tanto?
Diría que hacen ambas cosas. Los
ratifican en gran medida, pero también los multiplican y, en algunos casos, los
debilitan. Por ejemplo, el estereotipo del pendejo se ha ido diluyendo entre el
“pendex” y el “pendeivis”, y la variante del reflexivo “pendejear”. Una de las tesis
que sostengo en este texto es que desaparecen los personajes para que se
afirmen, se abstraigan o adquieran más relieve los atributos, los rasgos.
Antaño teníamos un “rochoso”, hoy día solamente hay “roche”. Antaño teníamos un
“conchudo” o un “fanfarrón”, hoy solamente hay “floros”, “floreros” y “roches”,
a secas. Entonces, empiezan a multiplicarse las entidades y los calificativos
son cada vez más situacionales. Por supuesto, en otro sentido, tienes cantidad
de personajes a los que tengo especial afecto: el “palomilla de ventana”, el “Tarzán
de maceta”, el “gil de combi”.
El “muñeco de torta”.
El “muñeco de torta”, el “galán de
piscina”, personajes que están todos como recortados por la cintura. Son casi
como los planos medios de la cultura coloquial y, por supuesto, grafican esta
tendencia feroz que tenemos al “bajoneo”. La idea es “bajonear” (propiciar el declive
del otro, desautorizar) al otro. Hacer de la “noica” (onda persecutoria) un
recurso que te obliga a la anticipación continua y, en el camino, acostumbrarse
también al “maleteo”. Las figuras del cuero, por ejemplo, tipo “maleta”, “chaqueta”
y “cuero” propiamente dicho, dicen mucho de cuánto…
Perdón, “cuero” creo que vino de México primero.
Seguramente.
(Se habla) en las novelas mexicanas.
Así es. Hay que superar un poco esta
temática de que gran parte de lo que se habla viene de otra parte, porque yo en
lo que más me fijé es: lo que viene de otro lado también es materia de un
marcaje, de una mimesis. Que “brother” se transforma en “broster” o que “sister”
se transforma en “cisterna”.
Se peruaniza.
Así es. Y que la “aguja” mexicana, que
tiene que ver con el “cuadre”, remite acá más bien a la miseria económica.
Tiene un efecto metonímico, que pasa del instrumento amenazante al efecto de
una operación probablemente desarrollada como ese instrumento amenazante.
Entonces, si algo he perseguido en términos de dispositivos o de operaciones
lingüísticas en el libro, es esa transformación continua que hace que la gente
no precise de conocer el origen de la genealogía de la expresión para
emplearla. Es más, yo diría a la inversa: precisa no conocerla para poder
trabajarla con limpieza, sin escrúpulos, sin convertirse en un erudito. La
gente que habla jerga no es erudita. Y si lo es, es solamente de la jerga que
habla en ese momento. Lo otro se expectora, evacua, renueva o se coloca en un
ánfora hasta una próxima reivindicación.
La feminización del sexo
En general, ¿en qué ha cambiado la sociedad peruana que usaba las jergas de
los años sesenta a la que se usa hoy en día?
Por ejemplo, en términos de prácticas
sexuales, lejos de que todo tenga que ver con la consumación, la penetración, la
posesión, hay una especie de feminización de esas prácticas que, a su vez, te
reenvían al hecho de que se ha descubierto el valor del proceso, de la
mediación.
Los “previos”.
Exactamente. Que no en vano tienen un
valor incluso social, y explica lo que alguna gente ha señalado respecto al
fenómeno del éxtasis. Por ejemplo, habría menguado un poco la cosa libidinosa
obsesa. Y la habría llevado más por una especie de sensualización del contacto,
de vínculos más fraternos. Lo que, en clave psicoanalítica, entraría por el lado
de la genitalidad. Por ejemplo, en el cambio del “polvo” al “agarre”. El tema
del “choque y fuga”, el “agarrón”, en desmedro de lo que se cree, de que todo
el mundo está apremiado. La idea es emplear el mínimo tiempo, desde esta
perspectiva posmoderna. Ha habido una puesta entre paréntesis de ese
productivismo y una revaloración de lo sensual.
A primera vista, uno pensaría lo contrario.
Exactamente. Pero hay más de un
indicador que doy en el texto que apunta a este regodeo en la pérdida, en lo
que podría ser el preludio, el interludio, la postergación continua, la no
búsqueda obsesa de un propósito, de una finalidad. El mero hecho de que el ocio
termine siendo en el mundo actual una suerte de desafío al propio ámbito de lo
laboral.
¿Ahora hay más “vacilones” de los que había antes? Ese mismo tema del ocio trae
los “vacilones”, a las chicas para estar un rato.
Así es. Exacto.
¿Eso se da más ahora?
Cero compromiso. Cortos plazos,
experiencias ávidas de… A lo que apuntábamos era a esto: quizá en la medida en
que el futuro desaparece, la gente le pierde credibilidad, se caen los grandes
referentes, no hay Dios, no hay justicia, todo es corrupción.
Más pragmatismo.
Exacto. Entonces, la gente se apunta
mucho en el presente y, aparentemente, ese presente no es un tema de apremio. Al
contrario, la idea es estirarlo. Son estructuras que se van deformando,
estirando, contrayendo, en función de los intereses de cada cual.
Pero también hay una parte de “carpe diem” (“aprovecha el día”), disfrutar el momento.
Claro. Pero yo digo que una cosa no
niega a la otra.
La crueldad es peruana
Hay un tema de su libro que me llama mucho la atención: la crueldad.
¿Cuánto de crueldad tienen los peruanos al hablar jerga?
Creo que la crueldad en el peruano es
algo así como la crueldad en el niño. Es un tema estructural.
Inevitable.
La gente no es como debe ser, la gente
es lo que le toca. Y yo diría que, en cualquier contexto y coyuntura difícil,
la problemática determina un poco el modo de ser de la gente. Hay demasiadas
deficiencias.
Propias del tercermundismo.
Sí. Y, además, propias de un país maltratado
en términos culturales. Un país al que le cuesta trabajo creer en sí mismo.
¿Maltratado por la Historia?
Y por sus propias élites. Cuesta mucho
consolidar las marcas identitarias en este país, mucho más fácil es remarcar
las diferencias. Esto me hizo decir en algún momento que, probablemente,
nuestra cultura no sea una fábrica de diferencias sino una multiplicación de
ellas. No es que estemos parados en el mismo lugar en el que estuvimos hace
treinta o cuarenta años, pero todavía tenemos harto trecho por recorrer. El
fantasma etnocéntrico sigue siendo un lastre enorme.
Por algo Jorge Bruce escribió “Nos habíamos choleado tanto” (2007).
Está vendiendo como pan. Y siendo un
texto…
Psicoanalítico.
Claro. Pero voy a lo siguiente:
nuestro nivel de exigencia es bajo, nuestro nivel de competitividad es bajo. Los
circuitos tienen dueños. Hay oligopolios, oligarquías que se renuevan, que se
transmiten. En un país como este, la existencia de un balneario como Asia, lo
dice todo.
¿Qué cree que haya más adelante, con el aumento de los llamados “nuevos
ricos”: un balneario de Asia por el cono norte o el cono este?
Creo que hay dos líneas: la de la
afirmación de una cultura alternativa, divergente, distinta, pero también el
tremendo influjo, la tremenda seducción que suscita la cultura blanca. Hay esas
dos tendencias, de cuya coexistencia creo que va a salir una cosa interesante.
Apuesto por el tema de la bifurcación, de la multiplicidad.
¿Cuánto de racismo se expresa a través de la jerga en nuestro país?
Es imposible dimensionar el tema de la
discriminación en el sentido amplio, de todas las discriminaciones posibles:
por razas, clases, generaciones, sexo, sin respaldarme en el espectro
lingüístico del caso. Es un espectro lingüístico humorístico, con su filón cruel
-en algún caso- y otro que, de repente, pueda disfrazarse de tonalidades más “sweets”.
Un humor muy burlón.
Eso es parte de una cultura
escolarizada. Habría que ver cuánto del intercambio de figuritas conecta
también con un régimen escolar del que nunca salimos acá, en la medida que la
idea es burlarse, sistemáticamente, unos de otros y todos de cada uno.
Entonces, estas cuestiones que circulan por Internet, tipo “le dicen Nextel
porque nunca será Claro” o “negro en la tierra: petróleo” o “negro que corre:
llanta” suponen abstracciones más duras porque ya no apuntan a la burla del
personaje antropomorfizado sino que ya, directo, es objeto. Ha sido cosificado
sobre la base del entendimiento de que se están refiriendo a un sujeto de otra
raza. En otras épocas, apelaban también a esta defensa capitalina contra los
migrantes o la distancia respecto a la doméstica. Recuerdo: le dicen a una
chica de provincia: “¿A dónde vas? A Tengo María”, “¿Tienes plata? No tingo”. Ese
es un fenómeno estudiado en los quechuaparlantes. Se llama fluctuación
vocálica. Ahí, donde deben decir “tengo” dicen “tingo” y donde deben decir “tingo” dicen “tengo”. No es imposibilidad de
decirlo, es imposibilidad de decirlo en el punto correcto.
La interdisciplinariedad es el futuro
Siendo usted psicólogo y comunicador, ¿cómo se explica un psicólogo a sí
mismo haber escrito un libro lingüístico?
Tiene que ver con una trayectoria y
unas preferencias disciplinares o transdisciplinares.
Después de escribir este libro, los lingüistas lo van a llamar a sus
coloquios.
En la misma presentación (Hevia me
muestra la solapa de su libro) he hecho una suerte de compendio de mi
trayectoria académica. Aparece, en primer lugar, lo que tiene que aparecer por
cuestiones cronológicas: la profesión de psicólogo. Pero todo lo demás, incluso
los títulos mismos de los libros, no llama a pertinencias psicológicas. Parto
de una crítica -que, en mi caso, ya es histórica- a los fundamentos ideológicos
de la psicología, a un cierto esquematismo, y al carácter a veces tozudo con el
que insisten en un conjunto de reduccionismos. Que, en lo sustancial, van a ser
caracterizados por hacer girar toda entrada a fenómenos complejos, a la pura
motivación, al puro espectro actitudinal o al perfil de la personalidad.
Entonces, la psicología está demasiado descontextualizada en una serie de
aspectos. Ha detectado mecanismos interesantes que pueden ser transversales o
quizá universales, pero le falta rollo etnográfico, le falta encuadre histórico,
le falta respetar variaciones culturales. Mi llegada a las comunicaciones es
relativamente temprana. Trabajo en comunicaciones desde los ochenta. Acá, en la
de Lima, tengo más de veinticinco años trabajando y desde el primer trabajo que
hice, “El limeño como estereotipo”, yo estaba moviéndome en un rollo inter o transdisciplinar.
Para muestra un botón: vamos a la bibliografía (empieza a buscar las páginas
respectivas).
¿Su estilo barroco (de escribir) va a continuar en futuras obras que se
refieran a temas lingüísticos?
Quizá madure más mi estilo, pero lo
sustancial va a permanecer. Algunas cosas de estos matices ya los puedes
encontrar anunciados más herméticamente en textos previos. Quizá el que más se
parece a este puede ser “El limeño como estereotipo”. Pero mira (me enseña la página
345, la primera de la bibliografía): Gonzalo Abril: semiólogo. Pablo Alabarces:
sociólogo metido en fútbol. Francesco Alberoni: un filósofo y tratadista de temas
de moral. Verena Alberti es una filósofa metida en el tema de lo grotesco.
(Arjun) Appadurai: sociólogo. (Philippe) Aries: historiador. (Marc) Augé:
antropólogo. (John) Austin: lingüista.
Usted es interdisciplinario.
Sí. Me parece que es casi inevitable
hacerlo así (y sigue revisando la bibliografía). (Gastón) Bachelard: esteta. (Elisabeth)
Badinter: feminista. (Mijaíl) Bajtin: semiólogo muy metido en el ámbito del
marxismo. (Étienne) Balibar: este es el que escribió con (Louis) Althusser “Para
leer El Capital” (1965). Roland Barthes: semiólogo. (Jorge) Basadre… Entonces,
más que en términos de disciplinas teóricas, te diría que mi búsqueda tiene que
ver con bloques temáticos.
Lo último que le quería comentar: “¡Habla, jugador!” es el libro culto de
la jerga peruana.
Espero que lo sea. En gran medida,
oculto también. Culto y oculto. Como digo en algún momento de la introducción (va
a la página 17 del libro)… Esto (lee la parte final del último párrafo): “La
jerga, entonces, sería el lugar donde una cultura, menos cool o menos culta, más se muestra cuando más se oculta”. Este tema
del secreto… Pero un secreto que termina secretando cosas. De un pretendido
hermetismo que, mal que bien, cede a los intersticios y los intercambios. Por
ahí va la figura que quizá he rescatado de tiempo atrás en la jerga. Una de las
razones por las que demoré su materialización como producto más acabado era que
-esto puede sonar a pretexto- todavía no veía condiciones. El SENAMHI no estaba
conmigo todavía. Había mucho nubarrón en el horizonte y recién un mundo como el
actual, mayormente acostumbrado a una crisis continua, descreído, escéptico -pero
todavía suficientemente lúdico-, podía recibir con beneplácito este texto.
Nota: esta entrevista fue publicada, originalmente, en la revista digital “Sociedad Latina” en noviembre del año 2008.
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