viernes, 20 de julio de 2018

Julio Hevia



La verdadera dinámica de la lengua está en su flujo cotidiano, su fricción permanente”


Entrevista y fotografía por Gianmarco Farfán Cerdán


No hay duda que lo que hablamos dice mucho de nosotros. En nuestro Perú, la jerga -ese lenguaje cotidiano no oficial- que utilizamos a menudo en todos los sectores sociales, transmite nuestra irrefrenable pasión por la comida y nuestras vivencias sobre diversos tipos de discriminaciones, entre otros temas. Para indagar más profundamente en ese amplio espectro de significados, el reconocido Julio Hevia ha publicado este 2008 un libro fundamental: “¡Habla, jugador! Gajes y oficios de la jerga peruana”, el cual podemos definir como un análisis certero e interdisciplinario de nuestra oralidad.
 
Julio Hevia es psicólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, magíster en Comunicación y Cultura por la Universidad Federal de Río de Janeiro, psicoanalista de la Escuela Freudiana de Lima y catedrático en las facultades de Psicología y Comunicación de la Universidad de Lima desde hace más de veinticinco años. Asimismo, es consultor en temas de comunicación, publicidad y marketing. Ha publicado los libros “El limeño como estereotipo” (1986), “Pantallas, frecuencias y escenarios” (1994) y “Lenguas y devenires en pugna. En torno a la posmodernidad” (2002). Atento observador y estudioso crítico de los fenómenos sociales en nuestro país, conversamos con él sobre su último libro, el cual es una reveladora radiografía lingüística y social de cómo nos comportamos los peruanos con nosotros mismos. De cómo nos tratamos diariamente (y no pocas veces nos maltratamos) a través de la nunca bien valorada jerga. Hable, maestro.


Sobre su libro “¡Habla Jugador! Los gajes y oficios de la jerga peruana”, que usted dedica a todos los jugadores y jugadoras de la lengua.
Así es.

¿Cómo materializó algo que está en todos lados, pero nunca lo he visto en el ámbito académico tan trabajado?
Leí alguna vez un texto sobre la obra de (Jacques) Derrida -un texto que escribe Derrida y un discípulo de él, Geoffrey Bennington-, en el cual el discípulo toma el cuerpo principal del libro y en los márgenes escribe Derrida. Pero el libro (de 1991) es sobre Derrida y, en los márgenes, lo que hace Derrida es hablar de sus marcas biográficas, acontecimientos claves en su existencia, preferencias de autores.

Como un comentarista de su propia (vida)…
De sí mismo. O un comentarista del comentarista. Él dice que no hay nada mejor que el margen para observar las cosas. Entonces, podría tomar al pie de la letra ese asunto. Evidentemente, hay un lado marginal en el hecho de hablar jerga. Lo hay. Es definitivo. Y lo hubo más en otras épocas que hoy, en que se habría democratizado en gran medida. Pero también hay una cierta distancia respecto al entusiasmo colectivo, cierto anticuerpo ante los facilismos navideños, una cierta manera de no estar del todo o estar de a pocos. Algunas veces he dicho a los alumnos que quizá lo que es considerado un defecto en otra época termina siendo una virtud. Y ni siquiera en otra época: a veces, simple y llanamente al otro lado de la puerta. Porque el desajuste potencia la capacidad de observación que difícilmente tiene el ajustado. El ajustado está muy ocupado en participar.

El ajustado social.
Exacto. El que está siempre en la ubicación correcta. Voy a caricaturizarlo más: el self made man (expresión norteamericana que se refiere a una persona que se hizo a sí misma) o el que ya realizó “el sueño americano. El otro, lo quiera o no, observa más, marca más su distancia. Me he nutrido harto de eso. Me hizo ir y volver de cantidad de ámbitos. A tal punto que terminé siendo equidistante de todos los lugares en los que anduve, los que aprecio casi de igual manera.

¿Y dónde ha encontrado más cantidad de jergas -calificativas-: de los estratos altos a los bajos o de los bajos hacia los altos?
Últimamente, yo diría que hay un trabajo también de descenso. Pero lo típico ha sido un trabajo en ascenso o un trabajo casi hermético que -en el mejor de los casos- ha circulado más bien horizontal: de barrio a barrio, de nicho a nicho. Y ha habido severas dificultades para hacer transferencias tecnológicas -por así decirlo- en otros periodos. Hoy quizá la tecnología, las nuevas sensibilidades juveniles, la saturación informativa -o lo que (Gilles) Deleuze y (Félix) Guattari llamarían los “devenires menores”-, lo marginal, lo chicha, lo underground, lo siniestro, lo barroco, adquieren un estatus relevante que, paradójicamente, nutre esta idea a veces equívoca de la democracia: todos tenemos lugar, todos tenemos un nicho. Ya nadie podría protestar porque a todos les dan, tarde o temprano, un lugar. Entonces, de este escenario polifacético, multiforme, incluso afín a las mutaciones y distorsiones continuas, la jerga se ha potenciado a sí misma. Y se ha potenciado porque la gente joven tiene, por necesidad o por un oportunismo marketero, un protagonismo que nunca antes tuvo. Lo viene teniendo, tampoco es de hoy día. Pero desde que los rebeldes sin causa o con causa se levantaron en el planeta Tierra, y conforme se fueron sucediendo movidas…

Antes de James Dean.
Claro. Fíjate, una cosa que dice Francois Truffaut, que es interesantísima, es que James Dean revolucionó la actuación cinematográfica porque -entre otras cosas- era miope. Y la miopía lo hacía moverse de una manera que no estaba programada en el guión. Según consigna Truffaut, James Dean es el primer actor en la historia del cine que le da la espalda a la cámara. A eso uno le podría añadir también, en la clase cinematográfica, que la profundidad de campo la inventa Orson Welles porque no tenía más rollos para terminar la película. La creatividad es afín a la necesidad y, en ese sentido, aparece casi por derecho propio el tema del recurso en el Perú. La jerga, en ese sentido, es un recurso.

Es una venganza, también.
Claro, es una venganza. Y yo diría una cosa que he venido, últimamente, trabajando en clase: es el gran disolvente de las diferencias. En el mismo sentido que los chistes son disolventes, la jerga es un disolvente. Y el fútbol, cuando es exitoso, también lo es. ¡Qué sería de la identidad brasilera sin cinco campeonatos mundiales y unas escuelas de samba galopantes! Soy un ferviente defensor de la idea de que la jerga es un intercambio de figuritas. Ese es el tema. Y tiene todo el sentido infantil que la resonancia del término “figurita” genera.

¿Y qué opina de estos académicos que dicen que la jerga empobrece el lenguaje? ¿Es una afirmación cierta?
Lo primero que digo en el libro es que hay dos grandes prejuicios que se proyectan o tienden a colgarse -por así decirlo- del tórax de este efecto coloquial: uno, que es absolutamente hermético y, por ende, inaccesible. Y otro, que es la pura distorsión, la mejor ilustración de una errancia caótica de la lengua. Sin embargo, no hay lingüista en el planeta -de un tiempo a esta parte, o quizá desde el nacimiento de la lingüística- que no acepte que la verdadera dinámica de la lengua está en su flujo cotidiano, su fricción permanente, en el cruce de todas las fuerzas que la habitan. De ahí que haya trabajado mucho en este libro el tema del devenir, que es materia de un texto anterior. Si tú me preguntaras con que batería he trabajado, hay harta literatura…

Muchas referencias culturales.
Así es.

Mediáticas también.
Así es. Mediáticas y mucho de etnografía urbana, pero lo que me ha permitido entrar y salir de estas coordenadas y procurar su integración -o, por lo menos, su juntura transitoria- es la lectura que he hecho durante dos décadas del pensamiento francés posestructural.

¿Qué diría Ferdinand de Saussure (considerado el fundador de la lingüística moderna) si leyera su libro?
No sé qué diría, pero sí sé lo que dijo (Jean) Baudrillard de Saussure: que en verdad era curioso que le gustaran tanto los anagramas, pero que hubiera tanto del habla como fenómeno heteróclito. Baudrillard sugiere allí la hipótesis de que lo que hubiera querido en verdad Saussure era aproximarse con mayor frescura y menos escrúpulos metodológicos al ámbito de lo coloquial. Sin embargo, apelas a un (Claude) Lévi-Strauss y te das cuenta que no es gratuito que él haya clasificado a las culturas en orales y escriturales, y le haya dado a las escriturales un rango de civilidad de las que carecerían las culturas orales. En un primer texto que publiqué, titulado “El limeño como estereotipo”, yo decía que…

¿Del año (19)86, verdad?
Exactamente. Si hay tres cosas que hacemos acá, esas son, justamente: lorear, tragar y chupar. No solo son tres actividades que se hacen con la boca sino que, por el mismo hecho de hacerse con la boca, mueren en el acto.

Y es en esas actividades donde más jerga se habla.
Exactamente. Entonces, entre lo que he llamado los grandes containers (contenedores, recipientes) de la jerga están: el mundo de la bebida, de la comida, y una serie de prácticas como el fútbol, la juerga nocturna, el “boleto” (estar de amanecida), la violencia citadina, el sexo, que tienen que ser habladas.

Las mujeres son una fuente infinita de jergas.
Claro. Y, últimamente, hay una variante interesante: la mujer se ha venido a sumar en términos activos y no solamente como musas de la inspiración textualizada o verbalizada. Un amigo jura que “forro” como equivalente a “calzón” es un invento femenino. Que él lo escuchó por vez primera en boca femenina. Tú verás que este libro -buscando referencias notables- es un poco como algunas cosas de (Guillermo) Cabrera Infante o de (Julio) Cortázar, en el sentido de que puedes entrar al libro por cualquier lado. No hay una secuencia fija que seguir.

Pero hay temas definidos.
Eso sí. Los temas son autónomos. Eso le permite al lector trazar su propio mapa. O mejor dicho, su croquis, para no hablar en términos tan oficiales.

¿La jerga afianza los estereotipos o ayuda a que no se sientan tanto?
Diría que hacen ambas cosas. Los ratifican en gran medida, pero también los multiplican y, en algunos casos, los debilitan. Por ejemplo, el estereotipo del pendejo se ha ido diluyendo entre el “pendex” y el “pendeivis”, y la variante del reflexivo “pendejear”. Una de las tesis que sostengo en este texto es que desaparecen los personajes para que se afirmen, se abstraigan o adquieran más relieve los atributos, los rasgos. Antaño teníamos un “rochoso”, hoy día solamente hay “roche”. Antaño teníamos un “conchudo” o un “fanfarrón”, hoy solamente hay “floros”, “floreros” y “roches”, a secas. Entonces, empiezan a multiplicarse las entidades y los calificativos son cada vez más situacionales. Por supuesto, en otro sentido, tienes cantidad de personajes a los que tengo especial afecto: el “palomilla de ventana”, el “Tarzán de maceta”, el “gil de combi”.

El “muñeco de torta”.
El “muñeco de torta”, el “galán de piscina”, personajes que están todos como recortados por la cintura. Son casi como los planos medios de la cultura coloquial y, por supuesto, grafican esta tendencia feroz que tenemos al “bajoneo”. La idea es “bajonear” (propiciar el declive del otro, desautorizar) al otro. Hacer de la “noica” (onda persecutoria) un recurso que te obliga a la anticipación continua y, en el camino, acostumbrarse también al “maleteo”. Las figuras del cuero, por ejemplo, tipo “maleta”, “chaqueta” y “cuero” propiamente dicho, dicen mucho de cuánto…

Perdón, “cuero” creo que vino de México primero.
Seguramente.

(Se habla) en las novelas mexicanas.
Así es. Hay que superar un poco esta temática de que gran parte de lo que se habla viene de otra parte, porque yo en lo que más me fijé es: lo que viene de otro lado también es materia de un marcaje, de una mimesis. Que “brother” se transforma en “broster” o que “sister” se transforma en “cisterna”.

Se peruaniza.
Así es. Y que la “aguja” mexicana, que tiene que ver con el “cuadre”, remite acá más bien a la miseria económica. Tiene un efecto metonímico, que pasa del instrumento amenazante al efecto de una operación probablemente desarrollada como ese instrumento amenazante. Entonces, si algo he perseguido en términos de dispositivos o de operaciones lingüísticas en el libro, es esa transformación continua que hace que la gente no precise de conocer el origen de la genealogía de la expresión para emplearla. Es más, yo diría a la inversa: precisa no conocerla para poder trabajarla con limpieza, sin escrúpulos, sin convertirse en un erudito. La gente que habla jerga no es erudita. Y si lo es, es solamente de la jerga que habla en ese momento. Lo otro se expectora, evacua, renueva o se coloca en un ánfora hasta una próxima reivindicación.



La feminización del sexo

En general, ¿en qué ha cambiado la sociedad peruana que usaba las jergas de los años sesenta a la que se usa hoy en día?
Por ejemplo, en términos de prácticas sexuales, lejos de que todo tenga que ver con la consumación, la penetración, la posesión, hay una especie de feminización de esas prácticas que, a su vez, te reenvían al hecho de que se ha descubierto el valor del proceso, de la mediación.

Los “previos”.
Exactamente. Que no en vano tienen un valor incluso social, y explica lo que alguna gente ha señalado respecto al fenómeno del éxtasis. Por ejemplo, habría menguado un poco la cosa libidinosa obsesa. Y la habría llevado más por una especie de sensualización del contacto, de vínculos más fraternos. Lo que, en clave psicoanalítica, entraría por el lado de la genitalidad. Por ejemplo, en el cambio del “polvo” al “agarre”. El tema del “choque y fuga”, el “agarrón”, en desmedro de lo que se cree, de que todo el mundo está apremiado. La idea es emplear el mínimo tiempo, desde esta perspectiva posmoderna. Ha habido una puesta entre paréntesis de ese productivismo y una revaloración de lo sensual.

A primera vista, uno pensaría lo contrario.
Exactamente. Pero hay más de un indicador que doy en el texto que apunta a este regodeo en la pérdida, en lo que podría ser el preludio, el interludio, la postergación continua, la no búsqueda obsesa de un propósito, de una finalidad. El mero hecho de que el ocio termine siendo en el mundo actual una suerte de desafío al propio ámbito de lo laboral.

¿Ahora hay más “vacilones” de los que había antes? Ese mismo tema del ocio trae los “vacilones”, a las chicas para estar un rato.
Así es. Exacto.

¿Eso se da más ahora?
Cero compromiso. Cortos plazos, experiencias ávidas de… A lo que apuntábamos era a esto: quizá en la medida en que el futuro desaparece, la gente le pierde credibilidad, se caen los grandes referentes, no hay Dios, no hay justicia, todo es corrupción.

Más pragmatismo.
Exacto. Entonces, la gente se apunta mucho en el presente y, aparentemente, ese presente no es un tema de apremio. Al contrario, la idea es estirarlo. Son estructuras que se van deformando, estirando, contrayendo, en función de los intereses de cada cual.

Pero también hay una parte de “carpe diem” (“aprovecha el día”), disfrutar el momento.
Claro. Pero yo digo que una cosa no niega a la otra.



La crueldad es peruana

Hay un tema de su libro que me llama mucho la atención: la crueldad. ¿Cuánto de crueldad tienen los peruanos al hablar jerga?
Creo que la crueldad en el peruano es algo así como la crueldad en el niño. Es un tema estructural.

Inevitable.
La gente no es como debe ser, la gente es lo que le toca. Y yo diría que, en cualquier contexto y coyuntura difícil, la problemática determina un poco el modo de ser de la gente. Hay demasiadas deficiencias.

Propias del tercermundismo.
Sí. Y, además, propias de un país maltratado en términos culturales. Un país al que le cuesta trabajo creer en sí mismo.

¿Maltratado por la Historia?
Y por sus propias élites. Cuesta mucho consolidar las marcas identitarias en este país, mucho más fácil es remarcar las diferencias. Esto me hizo decir en algún momento que, probablemente, nuestra cultura no sea una fábrica de diferencias sino una multiplicación de ellas. No es que estemos parados en el mismo lugar en el que estuvimos hace treinta o cuarenta años, pero todavía tenemos harto trecho por recorrer. El fantasma etnocéntrico sigue siendo un lastre enorme.

Por algo Jorge Bruce escribió “Nos habíamos choleado tanto” (2007).
Está vendiendo como pan. Y siendo un texto…

Psicoanalítico.
Claro. Pero voy a lo siguiente: nuestro nivel de exigencia es bajo, nuestro nivel de competitividad es bajo. Los circuitos tienen dueños. Hay oligopolios, oligarquías que se renuevan, que se transmiten. En un país como este, la existencia de un balneario como Asia, lo dice todo.

¿Qué cree que haya más adelante, con el aumento de los llamados “nuevos ricos”: un balneario de Asia por el cono norte o el cono este?
Creo que hay dos líneas: la de la afirmación de una cultura alternativa, divergente, distinta, pero también el tremendo influjo, la tremenda seducción que suscita la cultura blanca. Hay esas dos tendencias, de cuya coexistencia creo que va a salir una cosa interesante. Apuesto por el tema de la bifurcación, de la multiplicidad.

¿Cuánto de racismo se expresa a través de la jerga en nuestro país?
Es imposible dimensionar el tema de la discriminación en el sentido amplio, de todas las discriminaciones posibles: por razas, clases, generaciones, sexo, sin respaldarme en el espectro lingüístico del caso. Es un espectro lingüístico humorístico, con su filón cruel -en algún caso- y otro que, de repente, pueda disfrazarse de tonalidades más “sweets”.

Un humor muy burlón.
Eso es parte de una cultura escolarizada. Habría que ver cuánto del intercambio de figuritas conecta también con un régimen escolar del que nunca salimos acá, en la medida que la idea es burlarse, sistemáticamente, unos de otros y todos de cada uno. Entonces, estas cuestiones que circulan por Internet, tipo “le dicen Nextel porque nunca será Claro” o “negro en la tierra: petróleo” o “negro que corre: llanta” suponen abstracciones más duras porque ya no apuntan a la burla del personaje antropomorfizado sino que ya, directo, es objeto. Ha sido cosificado sobre la base del entendimiento de que se están refiriendo a un sujeto de otra raza. En otras épocas, apelaban también a esta defensa capitalina contra los migrantes o la distancia respecto a la doméstica. Recuerdo: le dicen a una chica de provincia: “¿A dónde vas? A Tengo María”, “¿Tienes plata? No tingo”. Ese es un fenómeno estudiado en los quechuaparlantes. Se llama fluctuación vocálica. Ahí, donde deben decir “tengo” dicen “tingo” y donde deben decir “tingo” dicen “tengo”. No es imposibilidad de decirlo, es imposibilidad de decirlo en el punto correcto.



La interdisciplinariedad es el futuro

Siendo usted psicólogo y comunicador, ¿cómo se explica un psicólogo a sí mismo haber escrito un libro lingüístico?
Tiene que ver con una trayectoria y unas preferencias disciplinares o transdisciplinares.

Después de escribir este libro, los lingüistas lo van a llamar a sus coloquios.
En la misma presentación (Hevia me muestra la solapa de su libro) he hecho una suerte de compendio de mi trayectoria académica. Aparece, en primer lugar, lo que tiene que aparecer por cuestiones cronológicas: la profesión de psicólogo. Pero todo lo demás, incluso los títulos mismos de los libros, no llama a pertinencias psicológicas. Parto de una crítica -que, en mi caso, ya es histórica- a los fundamentos ideológicos de la psicología, a un cierto esquematismo, y al carácter a veces tozudo con el que insisten en un conjunto de reduccionismos. Que, en lo sustancial, van a ser caracterizados por hacer girar toda entrada a fenómenos complejos, a la pura motivación, al puro espectro actitudinal o al perfil de la personalidad. Entonces, la psicología está demasiado descontextualizada en una serie de aspectos. Ha detectado mecanismos interesantes que pueden ser transversales o quizá universales, pero le falta rollo etnográfico, le falta encuadre histórico, le falta respetar variaciones culturales. Mi llegada a las comunicaciones es relativamente temprana. Trabajo en comunicaciones desde los ochenta. Acá, en la de Lima, tengo más de veinticinco años trabajando y desde el primer trabajo que hice, “El limeño como estereotipo”, yo estaba moviéndome en un rollo inter o transdisciplinar. Para muestra un botón: vamos a la bibliografía (empieza a buscar las páginas respectivas).

¿Su estilo barroco (de escribir) va a continuar en futuras obras que se refieran a temas lingüísticos?
Quizá madure más mi estilo, pero lo sustancial va a permanecer. Algunas cosas de estos matices ya los puedes encontrar anunciados más herméticamente en textos previos. Quizá el que más se parece a este puede ser “El limeño como estereotipo”. Pero mira (me enseña la página 345, la primera de la bibliografía): Gonzalo Abril: semiólogo. Pablo Alabarces: sociólogo metido en fútbol. Francesco Alberoni: un filósofo y tratadista de temas de moral. Verena Alberti es una filósofa metida en el tema de lo grotesco. (Arjun) Appadurai: sociólogo. (Philippe) Aries: historiador. (Marc) Augé: antropólogo. (John) Austin: lingüista.

Usted es interdisciplinario.
Sí. Me parece que es casi inevitable hacerlo así (y sigue revisando la bibliografía). (Gastón) Bachelard: esteta. (Elisabeth) Badinter: feminista. (Mijaíl) Bajtin: semiólogo muy metido en el ámbito del marxismo. (Étienne) Balibar: este es el que escribió con (Louis) Althusser “Para leer El Capital” (1965). Roland Barthes: semiólogo. (Jorge) Basadre… Entonces, más que en términos de disciplinas teóricas, te diría que mi búsqueda tiene que ver con bloques temáticos.

Lo último que le quería comentar: “¡Habla, jugador!” es el libro culto de la jerga peruana.
Espero que lo sea. En gran medida, oculto también. Culto y oculto. Como digo en algún momento de la introducción (va a la página 17 del libro)… Esto (lee la parte final del último párrafo): “La jerga, entonces, sería el lugar donde una cultura, menos cool o menos culta, más se muestra cuando más se oculta”. Este tema del secreto… Pero un secreto que termina secretando cosas. De un pretendido hermetismo que, mal que bien, cede a los intersticios y los intercambios. Por ahí va la figura que quizá he rescatado de tiempo atrás en la jerga. Una de las razones por las que demoré su materialización como producto más acabado era que -esto puede sonar a pretexto- todavía no veía condiciones. El SENAMHI no estaba conmigo todavía. Había mucho nubarrón en el horizonte y recién un mundo como el actual, mayormente acostumbrado a una crisis continua, descreído, escéptico -pero todavía suficientemente lúdico-, podía recibir con beneplácito este texto.


Nota: esta entrevista fue publicada, originalmente, en la revista digital “Sociedad Latina” en noviembre del año 2008.

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