martes, 8 de agosto de 2017

Hernán Lara Zavala




“Un escritor debe escribir sobre aquello que solo él puede decir”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán



Hernán Lara Zavala (México D.F., 1946) es un premiado narrador, ensayista, cronista de viajes, editor y catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el área de Letras Inglesas. Por su celebrada novela histórica Península, península (2008) recibió la Medalla Yucatán, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska, el Premio Real Academia Española, el Premio Universidad Nacional en el área de Creación Artística y la Medalla Justo Sierra Méndez.

También ha publicado De Zitilchén (1981), El mismo cielo (1987, Premio Latinoamericano de Narrativa Colima), Las novelas en el Quijote (1989), Charras (1990), Contra el ángel (1991), Flor de nochebuena y otros cuentos (1992), Después del amor y otros cuentos (1994, Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares), Muñecas rotas (2002), Cuentos jóvenes (2004), El guante negro y otros cuentos (2010), Ah Kin Chi (2011) y La prisión del amor y otros ensayos narrativos (2014).

Lara Zavala fue un escritor invitado por la Feria Internacional del Libro de Lima en el año 2012 (esta entrevista corresponde a dicho año. Por diversos motivos, recién he podido publicarla este 2017). Además, fue becario del International Writing Program de la Universidad de Iowa en 1987, fue gerente editorial del Fondo de Cultura Económica, director general de publicaciones y fomento editorial de la UNAM y jurado de numerosos concursos literarios internacionales.

Amigo y gran conocedor de la obra del legendario escritor mexicano Carlos Fuentes (quien elogió la obra de Lara Zavala y escribió sobre ella), en la siguiente entrevista nos detalla cómo era, en lo personal y en lo intelectual, el autor de Cambio de piel (1967), La muerte de Artemio Cruz (1962) y La región más transparente (1958). También nos acerca a su propia y reconocida obra narrativa, así como a su labor como editor de destacados escritores hispanoamericanos.


Muchísimas gracias por la oportunidad.
No, al contrario. Gracias a ti.

Es un gusto conocerlo. Ya que usted ha venido a la Feria Internacional del Libro de Lima para dar una conferencia sobre Carlos Fuentes, ¿cuál es la importancia, la huella que ha dejado Carlos Fuentes en la literatura mexicana contemporánea?
Una huella muy profunda que se remonta a los grandes novelistas mexicanos del siglo XX que -decía yo en la charla- están signados por un fenómeno social que ocurrió en México, que fue la Revolución Mexicana. De alguna manera, la Revolución Mexicana le dio carácter a México en términos sociales y estéticos. En términos sociales, porque esa revolución fue la primera del siglo XX. Era una revolución no socialista, pero era progresista. Era una revolución que tenía como fundamento el lema de “sufragio efectivo, no reelección”. Era una revolución que se organizó en la dictadura de Porfirio Díaz. Pero eso cambió todo el panorama del país y, en particular, del arte. Porque a partir de esa revolución, en lugar de que México siguiera las tendencias que estaban en boga en ese momento en Europa, Argentina, España -que eran todos los movimientos vanguardistas-, en México se instauró esta idea de que la revolución merecía ser contada y, en cierto modo, cantada. De tal modo que surgen, cuando menos, dos movimientos importantísimos: uno es la novela de la Revolución Mexicana que se extiende a lo largo de todo el siglo. Empieza con Mariano Azuela, pero después sigue (José) Vasconcelos y Martín Luis Guzmán. Después Juan Rulfo…

Por cierto, Carlos Fuentes comparó su prosa con la de Martín Luis Guzmán.
Exactamente. Sí, gracias. En ese momento, Fuentes se da cuenta de que uno de los elementos importantes que él tenía que pasar en su estudio enorme sobre el ser y el pensar en el sentir del mexicano, y para entender el siglo XX, estaba inserta la revolución o el fenómeno de la revolución. Él tenía -y eso es muy importante-, por un lado, ese bagaje en la parte histórica, pero también era un hombre muy preparado en términos formales. Había leído literatura inglesa, literatura norteamericana, literatura francesa. Entonces, su indagación empieza tratando de entender el ser y el sentir del mexicano contemporáneo. Pero, por otro lado, ya adecuando una serie de técnicas narrativas -como las de James Joyce, las de John Dos Passos, las de Balzac, de algún modo-, su obra empieza a crecer en términos de experimento y en términos sociales. Él es el último eslabón de una enorme estirpe que estuvo a lo largo de todo el siglo XX, que él prolongó un poco, y siempre con ese interés y obsesión de indagar el sentir, pensar y las crisis sucesivas de México, en términos individuales y políticos.

¿Le parece a usted que Carlos Fuentes es el estudioso, a nivel social, más fuerte de la sociedad mexicana o está ahí Octavio Paz a la par, o hay otros ensayistas, novelistas?
México tuvo una característica, durante el siglo XX, muy curiosa: desde el principio, a lo mejor por la estructura que tenía el mismo PRI, había necesidad de jerarcas. Entonces, en la primera mitad del siglo XX el gran jerarca fue Vasconcelos. Después, a Vasconcelos le siguió Alfonso Reyes, que, por cierto, fue amigo de Carlos Fuentes. Su padre y el de Reyes eran amigos, eran diplomáticos ambos. Fuentes lo conoció desde que era niño. Octavio Paz es un líder intelectual. Son líderes intelectuales. Hombres que no se conforman con escribir una obra, tener una labor meramente estética sino que, al mismo tiempo, hay una constante reflexión.

Eran escritores comprometidos.
Exacto. Comprometidos más que políticamente: se convierten en guías sociales e intelectuales de México.

Eran tótems. Les preguntaban de todo.
Sí, exactamente. De todo. Es correctísimo lo que estás diciendo. A Paz todo el tiempo le preguntaban cosas. Cuando muere Paz, quien ocupa su lugar es Carlos Monsiváis. Pero Fuentes fue, en cierto modo, el primer discípulo de Paz. Que era mayor que Fuentes. Desgraciadamente, cuando vienen las posibilidades del Nobel, yo creo que vienen los celos naturales, profesionales y hay una ruptura. Cuando se da esa ruptura, Fuentes tuvo el tino de nunca comprometerse demasiado hacia el liderazgo de la cultura. Él era un hombre independiente con mucha influencia, en general. Porque escribía, prácticamente, en todos los periódicos, y era una hombre muy inquieto, pero nunca asumió ese papel de gran líder, de gran cacique intelectual, como sí fue Paz, (José) Vasconcelos, (Alfonso) Reyes, como fue después Monsiváis. Entonces, en esa ruptura, también, se establece una dicotomía, porque Octavio Paz se hace un poco más neoliberal. Aunque él tuvo intereses en la Guerra Civil Española, tenía ciertas tendencias de izquierda, pero cada vez se fue replegando. Un poco como le ha pasado a don Mario Vargas Llosa. Se ha ido replegando hacia el centro y un poquito hacia a la derecha.

Decepcionado, también, de la Revolución Cubana y todo lo que implicaba.
Sí. Todos ellos. También Fuentes estaba decepcionado de la Revolución Cubana. Todos ellos estuvieron muy pendientes…

El Caso Padilla…
Exactamente. Heberto Padilla.

…fue un detonador para eso.
Exactamente. Pero Carlos Fuentes, de algún modo, preservó una actitud de centroizquierda. Era un hombre progresista moderado: anti-Chávez, anti-Fidel, anti-Evo, anti-Unión Soviética y, también, anti-Estados Unidos. No se te olvide que una de sus grandes figuras en contra fue George Bush. Pero era un hombre más progresista, era un hombre de izquierda moderada. Esa es la diferencia que yo vería entre Octavio Paz y Carlos Fuentes. La región más transparente es del año 1958: a partir de ese momento que aparece en la escena literaria Carlos Fuentes, crece de una manera excepcional. Un escritor muy profesional, dedicado en cuerpo y alma a su oficio. Tuvo una pequeña debilidad: cuando en la época de (Luis) Echeverría lo nombró embajador en Francia, puesto por el cual él suspiraba porque era lo que hubiera sido la consagración de su padre, que era diplomático de carrera. Nunca tuvo ese puesto, entonces él, de alguna manera, dijo: “Si mi padre no pudo, yo seré”. Él, inmediatamente, se dio cuenta de que no era su papel. Cuando el expresidente (Gustavo) Díaz Ordaz entra de embajador en España, él renuncia, deja la embajada. Eso, más o menos, para tratar de decirte que sí fue un líder intelectual, pero no fue el líder intelectual oficioso, como podría ser el caso de las otras cuatro personas.

Recuerdo que cuando entrevisté a Elmer Mendoza, él me decía que Carlos Fuentes es de esos escritores que ya no hay. A pesar de estos otros cuatro casos.
Sí.

Uno puede hablar de economía y él habla con gente del Fondo Monetario Internacional como si fuera uno más.
Es cierto. Hablaba cuatro, cinco idiomas, conocía perfectamente el mundo, le daban un trato como de jerarca nacional. Sus conferencias muy bien pagadas, andaba bien vestido. Elegante, polémico, gran conferencista, y eso que dices tú: con una dimensión amplísima de la cultura. ¡Amplísima! Le gustaba el cine, la ópera, la literatura. Un hombre muy rico. Y la historia, también.

Porque ahora, a diferencia de estos escritores comprometidos de antes, a nivel latinoamericano no se ven. Ahora los escritores están muy encerrados en su mundo. “Soy escritor y vivo de la literatura y no me interesa el mundo”. Ha cambiado en algunos la visión.
Ha cambiado un poco el panorama, porque si tú te fijas en Europa, hay algunos casos. Digo casos antiguos, como el de Bertrand Russell o el de André Malraux, el de Jean-Paul Sartre, que eran los líderes a la vieja usanza. Y el líder -eso que decías tú- (era) no solo el líder comprometido sino un poco creador de tendencias, de propuestas. Jean-Paul Sartre volanteando en las calles de París, Bertrand Russell en el tribunal, André Malraux como secretario de educación pública, con (Charles) de Gaulle. Eran esos hombres, otra vez, como en el Renacimiento, llenos de conocimientos, de ambición de todo tipo. Pero me da la idea de que, por ejemplo, en Europa…

Eran hombres totales.
Exacto. Pero en Europa ya cada vez existe menos eso. Si tú te fijas, acaba de morir, por ejemplo, ayer (31 de julio de 2012), el escritor norteamericano Gore Vidal, un hombre sumamente crítico con respecto al sistema, pero que nunca aceptó un puesto administrativo, nunca aceptó un cargo de carácter diplomático. Y mira que hablaba muy bien italiano, hablaba muy bien francés. Como dice el dicho en nuestro idioma, en español: “Zapatero a tus zapatos”. Ahora, de todos modos, van a surgir y surgen intelectuales así como dices tú: los hombres completos. En el caso específico, por ejemplo, de Venezuela, ahora uno de los escritores muy cercano a Chávez es Luis Britto García, que cuando tú hablas con él es impresionante. Luis Britto García sabe de cine y de literatura, de sociología, es un hombre comprometido, escribe bien, muy buen conferencista, con una gran facilidad de palabra. Siempre habrá esos casos.

Villoro, también.
¡Villoro! Villoro ahora, en cierto modo, es el que -yo le he puesto así- va a ser el sucesor de Monsiváis. Porque Villoro sí tiene el porte, la facilidad de palabra, la inquietud, la información, para empezar a formar opinión intelectual frente al gran grupo de mexicanos. Es una buena observación, así lo pensé. Con la muerte de Monsiváis, ahora le van a dar el turno a Juan Villoro.

Una buena predicción.
Sí (sonríe).

Y en su caso personal, ¿pudo desarrollar una amistad con Carlos Fuentes?
Afortunadamente, sí. Algo que no creas que era muy fácil. No era un hombre, qué te diré, de…

Parecía marcar distancia, desde la mirada.
Sí, exactamente. Era un hombre un poco reticente. Conocía muy bien su valor y no era, de ninguna manera, obsequioso. En ese caso, por ejemplo, Vargas Llosa es un poco más abierto. Pero una vez que podías entrar en él, había una fascinación que te hacía… Sobre todo en nosotros, los que ya somos grandes, pero éramos relativamente más jóvenes que él. Era como un hermano mayor. Él acaba de morir de 83 años. Yo, mi generación, Gonzalo Celorio, hemos sido sesentones. Yo ya tengo sesenta y seis años. Entonces, primero, nos imponía un gran respeto, si bien había una actitud hacia el maestro que era, pero sí, tuve la oportunidad de irlo conociendo poco a poco. Para poder conversar con él, dicen en México: teníamos que “echarle montón”. Teníamos que ser cuatro contra uno, porque él era como un gran espadachín que hablaba -como dices tú- de historia de México, literatura inglesa, ópera, literatura española y uno contra uno era muy difícil, pero cuatro contra uno, más o menos, le dábamos batalla, ja, ja...

Me gustó mucho leer que recibió un premio, el González Ruano, este artículo de Carlos Fuentes…
Sí.

…acerca de su novela Península, península. Que no solo es un elogio a su novela sino un elogio hacia usted, porque lo considera uno de los escritores mexicanos más cultos.
Sí, eso dijo, sí (sonríe).

Y, además, que tenía una prosa como la de Martín Luis Guzmán. ¿Cómo ha respaldado esta crítica a su carrera?
Eso es curioso. Te digo: él no era un hombre obsequioso, no era un hombre de falsos halagos ni mucho menos. Yo le di la novela -él, también, nos daba sus novelas a un grupo de amigos- y él la leyó por gusto. No me dijo nada. Un día que estábamos teniendo una comida me dijo: “Ya me voy porque tengo que escribir un artículo sobre Lara Zavala”. Así me dijo. ¡Imagínate! Yo me sentí realmente muy halagado. El hecho mismo de que me leyera, para mí era suficiente. Y, además, de que escribiera sobre mí… Ahora, ese artículo no incluye la gran novela hispanoamericana. Pero, te digo, eso fue de motu proprio. Después yo, por supuesto, le mandé una notita agradeciéndole muchísimo. Pero lo que más me gusta es el título: le puso El Yucatán de Lara Zavala. Que es un terreno, curiosamente, que él prácticamente no tocó, porque México es como ustedes (los peruanos). Es decir, nuestras unidades no son tan perfectamente establecidas. Nosotros fuimos ahora a Machu Picchu. De Machu Picchu a Lima hay una gran diferencia. Y cuando yo leo a Vargas Llosa sobre Piura, veo que, también, es otro mundo. Son mundos que, finalmente, se conectan. Pero ustedes o los bolivianos tienen algo, también, de la parte incaica. Toda la parte andina, de algún modo, está relacionada, incluso con su carácter. Pero Carlos no conocía bien eso, salvo, tal vez, ese primer cuento que fue muy sonado, que se llamó Chac Mool. Por lo demás, estuvo muy centrado en la Revolución Mexicana. Y la Revolución Mexicana se llevó a cabo, sobre todo, en el norte y centro del país. Las dos figuras: Villa y Zapata. A él le interesaba más, de algún modo, Villa, pero le interesaban también los presidentes: (Álvaro) Obregón, (Plutarco Elías) Calles. Entonces, yo creo que parte del gusto de él fue, precisamente, lo que se había descubierto como otro territorio.

Ahora que Carlos Fuentes ya no está entre nosotros y viéndolo desde un lado emotivo, lo mejor para él habrá sido reencontrarse con sus hijos.
Para él fue un severísimo golpe la muerte de sus hijos. De todos modos, como él comentaba, su voluntad férrea de ser escritor, a pesar de todo, lo mantuvo vivo y activo. Él comentó en una de las últimas entrevistas que su gusto por la escritura, finalmente, se reforzaba con el dolor de la muerte de sus hijos, porque sentía que, sobre todo su hijo Carlos estaba siempre con él cuando estaba escribiendo. Lo tomó de la mejor manera. Y fue un hombre que se dedicó en cuerpo y alma (a la literatura). Esa es otra de las cosas. También como Mario Vargas Llosa: (dedicado) en cuerpo y alma a su profesión de escritor, por encima de todo. Por encima del placer, la fama. Trabajaba todos los días con un horario, estando de vacaciones o no. No había vacaciones para él. Como comentabas tú, deja un vacío muy difícil de llenar. Es decir, ni Juan Villoro ni Jorge Volpi ni nadie de los autores más jóvenes tienen ese empuje y, sobre todo, esa ambición y ese talento. También hubo el “factor Carlos Fuentes”. Que estaba, en cierto modo, privilegiado desde su nacimiento: hijo de diplomáticos, aprendió rápido idiomas, tenía la vena literaria -que la pudo ejercer, sin mayor problema, con el apoyo de su padre-. Su conocimiento con Octavio Paz le permitió ascender, leer y saber qué leer. El factor Carlos Fuentes.

Inteligentísimo, además.
Inteligentísimo y te digo que una gran personalidad. Incluso, hasta buenmozo. Como Mario Vargas Llosa, también.

Ahora, entrando ya de lleno a su narrativa, me comentaba que ha escrito sobre Yucatán, que es la tierra de su familia, tanto materna como paterna.
Sí.

¿Usted quisiera ser el representante mayor de la literatura en su región?
Vamos a ponerlo de otro modo. Es cierto eso que, se ha convertido en un poco el lugar común, que uno no escoge sus temas sino los temas lo escogen a uno. Yo nací en la Ciudad de México, pero paredes hacia adentro, en mi casa se vivía y se transpiraba el ambiente de la península de Yucatán. Te digo que la península de Yucatán es territorio maya, en contra del territorio azteca, que es el centro de la república. El centro nada más, porque si te vas hacia el norte, hay territorio yaqui, territorio umayo, y si te vas a otro lado están los bistecos y los zapotecas. Pero eso era algo interesante. Mi novela se llama curiosamente Península, península, porque habla de la península ibérica, que fueron los conquistadores, y la península de Yucatán, que fue la conquistada y que era territorio de los mayas. Lo que quiero decirte es que cuando empiezo yo a escribir es precisamente a los treinta años, un poquito antes, el libro que te digo que me publicaron a los treinta y cuatro años, que se llama De Zitilchén (1981). Estaba muy de moda en México la novela urbana, cuyo mayor representante era un escritor que ahora ha sido un poco olvidado, injustamente olvidado, que se llamó José Agustín. Se llama. Vive todavía. También fue un parteaguas en la novela. Después de la novela de Fuentes, el gran parteaguas fue la novela de José Agustín, sobre todo una en particular, que se llama De perfil (1966), pero a lo que voy es que estaba muy de moda, en ese momento, ese tipo de novela urbana. Y Agustín lo hacía muy bien. De hecho, hubo muchísimos imitadores y epígonos de José Agustín, pero el que sobrevive dentro de esa literatura que clasificó Margo Glantz como “la onda” fue él. Fue el gran sobreviviente. Es el fundador, el creador y el sobreviviente de esa escuela, llamémosle la escuela de “la onda”, en la literatura mexicana. Cuando yo me empecé a preguntar -lo que siempre les digo a mis alumnos- sobre qué escribir, parte de mi creencia, de mi convicción, es que un escritor debe escribir sobre aquello que solo él puede decir. Donde está lo máximo de verosimilitud y de espontaneidad. Que nadie más, sin saber, escribe sobre esto. En el sentido de que son partes de sus vivencias, sus experiencias, de lo que has observado, de lo que has digerido, a lo largo de una vida. Entonces, mi propuesta fue esa: voy a escribir un libro, que no sea una novela, pero que parezca una. Yo escribí ese libro, se llama De Zitilchén. Yo le llamaría una colección de cuentos vía novela. Porque eran nueve cuentos que no se repetían. Cada cuento tenía un valor individual, pero mientras ibas tú leyendo le iba dando un pequeño efecto acumulativo. Es un libro de cuentos, pero es casi-casi una novela. Te describe un mundo. Y ese era el mundo que yo conocía, de primera mano, por mis padres y que, después, lo reforcé porque mis abuelos vivían allí. Mis padres nos mandaban de vacaciones y lo que más me llamaba la atención, al principio, de manera inconsciente, era algo que se nota, por ejemplo, en la parte de Machu Picchu: la interacción de blancos, indios y mestizos. Cómo viven de una manera natural. Esta conformación que hace que los latinoamericanos seamos diferentes de los españoles y de los indios. Somos otra cosa. Por ahí empezó mi carrera. Pero no vayas a creer -ahora te voy a obsequiar un libro- que me he limitado a eso nada más. Vamos a decir que es una de mis vetas. La próxima novela que voy a sacar no tiene nada que ver con Yucatán, pero no la podía yo escribir hasta que hubieran pasado ciertos años de distancia. Soy, también, un escritor cosmopolita, en un buen sentido. Mi segundo libro se llamó El mismo cielo (1987) y le puse El mismo cielo aprovechando las experiencias personales, pero no de manera autobiográfica. El mismo cielo porque, según Jung, todos los habitantes del mundo vivimos bajo un mismo cielo. Si vivimos bajo un mismo cielo, qué más da que un cuento ocurra en Inglaterra, que otro ocurra en Francia y otro en Japón o Vietnam. Finalmente, lo que rige para los seres humanos es, más o menos, lo mismo.

Sobre Península, península me parece que tenía un antecedente usted en una de sus obras anteriores, en el año 98 cuando escribe Viaje al corazón de la península.
Sí. Este libro ya estaba pensado porque me dio ganas de escribir una crónica sobre la península de Yucatán, precisamente de la zona de mi padre y de mi madre. Entonces, digamos que fue un viaje preparatorio para escribir Península, península. Recorrer la península de Yucatán en calidad de cronista, haciendo alusiones a algunas cosas que han ocurrido en la familia. Si tú vas viendo, la obra se va, otra vez, como sumando. Empiezo con De Zitilchén, que espero que tengamos la oportunidad de presentarlo aquí, en Perú, gracias a la filial del Fondo, porque sale en el Fondo de Cultura (Económica). Lo que en principio fueron nueve cuentos, ahora ya son diecinueve. Creció el libro sin que haya yo modificado -como hace José Emilio Pacheco- ni una coma de lo que escribí, pero he ido incorporando nuevos cuentos que ocurren en el mismo ambiente o entorno. Antes escribí una novela, le puse como título el apodo de un líder sindical independiente que se llamaba Efraín Calderón. Le decían de apodo “Charras”, por lo de Juan Charras.

¿Usted está preparando algún nuevo material?
Lo que pasa es que no me gusta hablar de lo que estoy preparando. Pero espero sacar una novela.

Hay escritores que creen que es de mala (suerte el contar sus planes).
Lo primero, lo que sí ya tengo listo, es un nuevo libro de ensayos, porque yo tengo un libro previo que se llama Contra el ángel, que son reflexiones literarias. Es un género que me gusta, que hago con cierto decoro, y ese libro se va a llamar La prisión del amor y otros ensayos narrativos. Ensayos donde no invento historias, pero el ensayo está construido de tal modo, que tenga un poquito de suspenso y fuego literario. Que tú lo vayas leyendo y no lo lees como si fuera un libro académico sino como un ensayo literario, con los recursos literarios.

Me llama la atención esto que usted menciona, porque veo que en muchos escritores mexicanos hay esta huella cuentística.
Sí.

Y de hacer varios géneros a la vez.
Sí.

Hay ese interés variado en los géneros.
Sí. Más amplio. Aparte que yo, también, estudié letras. Para mí, una de las cosas que mejor me ocurrieron fue haber asumido mi vocación de literato. Yo, primero, estudié ingeniería. Yo estaba estudiando ingeniería…

Como Élmer Mendoza, también (que estudió ingeniería electrónica).
Sí. Y como tantos escritores en México.

¿Hay una relación entre la ingeniería y la literatura?
Pues no la hay, más que en una cosa: yo diría que sí te ayuda a organizar tu mente casi en términos matemáticos, como en una buena ecuación. Tú vas a despejar esto para, finalmente, llegar a x=5, y=3 y z=-1. O lo que tú quieras.

¿Se demora mucho armando la estructura de sus novelas?
Hay muchísimos ingenieros escritores. Pero yo, cuando estaba en ingeniería me sentía, ahí sí, como pez fuera del agua. Y otros decían: “Es que a mí no me interesa…”. Me podían gustar las matemáticas, me podían gustar ciertas materias, así, en abstracto, pero pensar mi vida trabajando en una fábrica me resultaba hasta un poquito chocante. En cambio, en las letras siempre fui... Mi mejor descanso en casa, cuando estoy viendo la televisión y me estoy aburriendo soberanamente: me refugio en un libro y esto sí me descansa y me alimenta. Yo, realmente, me consideraría en este orden: primero, cuentista, después novelista, ensayista y cronista de viajes. Pero están muy relacionados todos. Son casi géneros hermanos. Ni siquiera primos hermanos. Es muy diferente, por ejemplo, la poesía. Escribí una obrita de teatro, también. Salió el 2011. Fue después de El guante negro… Se llama Ah Kin Chi. Profeta maya. Así salió, pero finalmente, como dice Borges, empiezas a hacer un laberinto y de pronto resulta que ese laberinto tiene tu cara. Así, empiezas con una obra y otra obra y, de pronto, dices: “Ah, caray, mira, este rompecabezas ya tiene una piecita acá, tiene otra pieza acá”. Y te felicito por la investigación. Está muy bien documentada.

Gracias. Usted ha sido editor del Fondo de Cultura.
(Asiente con la cabeza). Y de la universidad.

Y de la UNAM, también.
No lo pongo mucho, pero soy editor, también. Y no malo. Cuando estaba yo en la UNAM, yo creé una colección que se llamó Rayuela Internacional. Logré atraer a muchos escritores después del Boom, que estaban desperdigados. Ahí te va a quiénes pude integrar: César Aira, Luis Britto García, José Balza, Rafael Humberto Moreno-Durán, Ricardo Piglia… Cuarenta autores. Es decir, hice un puente…

Hay nombres importantes.
…y, además, hice que se conocieran entre ellos.

César Aira, inclusive, dicen que puede ser un Nobel más adelante.
Sí. No sé si tiene calidad de Nobel, pero es muy factible que pueda ser un (Premio) Juan Rulfo. Lo que era el Juan Rulfo, que fue un premio internacional muy (importante). Ya varias veces se ha barajado su nombre.

Ahora se llama el Lenguas Romances.
Sí, exacto. A Juan José Saer también lo publiqué.

¿Y usted los buscaba?
Yo los empecé a convocar y todos aceptaron. Y la colección son, por lo menos, cuarenta autores. Todos latinoamericanos. Lo que no recuerdo es a qué peruano… Bryce ya era un poco como del post-Boom y era amigo y todo, pero nunca le pedí nada a Alfredo Bryce Echenique. Debo tener por ahí a algún peruano.

¿Esta colección de Rayuela Internacional venía por la UNAM o por el Fondo de Cultura (Económica)?
Por la UNAM. Ahora, en la UNAM me inventé dos colecciones. Una que se llama Pequeños Grandes Ensayos, que son libritos chiquitos donde están dos o tres ensayos, a veces de un mismo autor y a veces de un mismo tema. Yo les llamo poliédricos. O sea, cuatro lados. Y una (colección) que le puse Licenciado Vidriera, en homenaje a Cervantes, precisamente para rescatar la narrativa hispanoamericana del gran padre, el inventor del cuento, en cierto modo, en español. No fue el inventor, pero el primero que lo ejerce y él lo dice, es Cervantes en sus Novelas ejemplares, que son textos medianos. No son estrictamente cuentos, lo que dicen relato o novela breve. Yo le puse “Relato Licenciado Vidriera” y ahí he rescatado, también, unas joyitas enormes. Primero, puse esta de Rayuela Internacional, hice unas antologías bilingües, hice una colección de autobiografías.

Antología del cuento inglés del siglo XX.
De esa fui yo el recopilador. Y luego fui al Fondo (de Cultura Económica). En el Fondo estuve nada más un año, pero ahí sí peligró muchísimo mi vocación porque era un trabajo de tiempo completo. Yo llegaba a las diez de la mañana, salía a las diez de la noche, exhausto. Firmaba contratos, revisaba textos, hacía todo lo que hace un editor. Es como lo de profesor. Si yo hubiera querido ser profesor nada más, ya era otra historia. Igual editor. Primero, es escritor, después, para sobrevivir, no te queda de otra que buscar otros oficios.

Y en el Fondo de Cultura Económica, ¿tuvo oportunidad de conocer a Blanca Varela, en esa época?
A Blanca Varela no la conocí. Yo creo que estaba en la UNAM cuando le dieron el Premio Octavio Paz a Blanca Varela. La fui a escuchar.

Porque ella, también, trabajó en el Fondo de Cultura Económica.
Sí, como treinta años. Yo creo que ahí la contrató Jaime García Terrés, seguramente. Era una extraordinaria poeta. Pero sí te digo: uno tiene que cuidar la jerarquía de sus oficios. Porque tienes que sobrevivir de algo. Como dijo un amigo mío: “Yo ya no quiero construir pianos para otros, yo quiero tocar mis propias piezas”. Tú construyes el piano y, a ver, te las doy a ti para que tú toques.

Señor Lara, ha sido un placer.
No, Hernán. Dime Hernán. Te felicito por tu (entrevista)…

Gracias.
Te dejo esto (su libro El guante negro y otros cuentos). Te voy a dar el librito de teatro (Ah Kin Chi. Profeta maya).

Para cerrar oficialmente: muchas gracias por la entrevista.
No, gracias a ti. Y por tu cuidado, te felicito, de veras. Es muy interesante que te prepares bien.

Muchísimas gracias.

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