“Un escritor debe escribir sobre aquello que solo él puede decir”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán
Cerdán
Hernán
Lara Zavala (México D.F., 1946) es un premiado narrador, ensayista, cronista de
viajes, editor y catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el área de Letras Inglesas. Por
su celebrada novela histórica Península,
península (2008) recibió la Medalla Yucatán, el Premio Iberoamericano de
Novela Elena Poniatowska, el Premio Real Academia Española, el Premio Universidad
Nacional en el área de Creación Artística y la Medalla Justo Sierra Méndez.
También
ha publicado De Zitilchén (1981), El mismo cielo (1987, Premio
Latinoamericano de Narrativa Colima), Las
novelas en el Quijote (1989), Charras
(1990), Contra el ángel (1991), Flor de nochebuena y otros cuentos
(1992), Después del amor y otros cuentos
(1994, Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares), Muñecas rotas (2002), Cuentos
jóvenes (2004), El guante negro y
otros cuentos (2010), Ah Kin Chi
(2011) y La prisión del amor y otros
ensayos narrativos (2014).
Lara
Zavala fue un escritor invitado por la Feria Internacional del Libro de Lima en
el año 2012 (esta entrevista corresponde a dicho año. Por diversos motivos,
recién he podido publicarla este 2017). Además, fue becario del International
Writing Program de la Universidad de Iowa en 1987, fue gerente editorial del
Fondo de Cultura Económica, director general de publicaciones y fomento
editorial de la UNAM y jurado de numerosos concursos literarios internacionales.
Amigo y
gran conocedor de la obra del legendario escritor mexicano Carlos Fuentes
(quien elogió la obra de Lara Zavala y escribió sobre ella), en la siguiente
entrevista nos detalla cómo era, en lo personal y en lo intelectual, el autor
de Cambio de piel (1967), La muerte de Artemio Cruz (1962) y La región más transparente (1958).
También nos acerca a su propia y reconocida obra narrativa, así como a su labor
como editor de destacados escritores hispanoamericanos.
Muchísimas gracias
por la oportunidad.
No, al contrario. Gracias a ti.
Es un gusto
conocerlo. Ya que usted ha venido a la Feria Internacional
del Libro de Lima para dar una conferencia sobre Carlos Fuentes, ¿cuál es la
importancia, la huella que ha dejado Carlos Fuentes en la literatura mexicana
contemporánea?
Una huella muy profunda que se remonta a los grandes novelistas
mexicanos del siglo XX que -decía yo en la charla- están signados por un
fenómeno social que ocurrió en México, que fue la Revolución Mexicana.
De alguna manera, la Revolución Mexicana le dio carácter a México en términos
sociales y estéticos. En términos sociales, porque esa revolución fue la
primera del siglo XX. Era una revolución no socialista, pero era progresista.
Era una revolución que tenía como fundamento el lema de “sufragio efectivo, no
reelección”. Era una revolución que se organizó en la dictadura de Porfirio
Díaz. Pero eso cambió todo el panorama del país y, en particular, del arte.
Porque a partir de esa revolución, en lugar de que México siguiera las
tendencias que estaban en boga en ese momento en Europa, Argentina, España -que
eran todos los movimientos vanguardistas-, en México se instauró esta idea de
que la revolución merecía ser contada y, en cierto modo, cantada. De tal modo
que surgen, cuando menos, dos movimientos importantísimos: uno es la novela de la Revolución Mexicana
que se extiende a lo largo de todo el siglo. Empieza con Mariano Azuela, pero
después sigue (José) Vasconcelos y Martín Luis Guzmán. Después Juan Rulfo…
Por cierto, Carlos
Fuentes comparó su prosa con la de Martín Luis Guzmán.
Exactamente. Sí, gracias. En ese momento, Fuentes se da
cuenta de que uno de los elementos importantes que él tenía que pasar en su
estudio enorme sobre el ser y el pensar en el sentir del mexicano, y para
entender el siglo XX, estaba inserta la revolución o el fenómeno de la
revolución. Él tenía -y eso es muy importante-, por un lado, ese bagaje en la
parte histórica, pero también era un hombre muy preparado en términos formales.
Había leído literatura inglesa, literatura norteamericana, literatura francesa.
Entonces, su indagación empieza tratando de entender el ser y el sentir del
mexicano contemporáneo. Pero, por otro lado, ya adecuando una serie de técnicas
narrativas -como las de James Joyce, las de John Dos Passos, las de Balzac, de
algún modo-, su obra empieza a crecer en términos de experimento y en términos
sociales. Él es el último eslabón de una enorme estirpe que estuvo a lo largo
de todo el siglo XX, que él prolongó un poco, y siempre con ese interés y
obsesión de indagar el sentir, pensar y las crisis sucesivas de México, en
términos individuales y políticos.
¿Le parece a usted
que Carlos Fuentes es el estudioso, a nivel social, más fuerte de la sociedad
mexicana o está ahí Octavio Paz a la par, o hay otros ensayistas, novelistas?
México tuvo una característica, durante el siglo XX, muy
curiosa: desde el principio, a lo mejor por la estructura que tenía el mismo
PRI, había necesidad de jerarcas. Entonces, en la primera mitad del siglo XX el
gran jerarca fue Vasconcelos. Después, a Vasconcelos le siguió Alfonso Reyes,
que, por cierto, fue amigo de Carlos Fuentes. Su padre y el de Reyes eran
amigos, eran diplomáticos ambos. Fuentes lo conoció desde que era niño. Octavio
Paz es un líder intelectual. Son líderes intelectuales. Hombres que no se
conforman con escribir una obra, tener una labor meramente estética sino que,
al mismo tiempo, hay una constante reflexión.
Eran escritores
comprometidos.
Exacto. Comprometidos más que políticamente: se convierten en
guías sociales e intelectuales de México.
Eran tótems. Les
preguntaban de todo.
Sí, exactamente. De todo. Es correctísimo lo que estás
diciendo. A Paz todo el tiempo le preguntaban cosas. Cuando muere Paz, quien
ocupa su lugar es Carlos Monsiváis. Pero Fuentes fue, en cierto modo, el primer
discípulo de Paz. Que era mayor que Fuentes. Desgraciadamente, cuando vienen
las posibilidades del Nobel, yo creo que vienen los celos naturales,
profesionales y hay una ruptura. Cuando se da esa ruptura, Fuentes tuvo el tino
de nunca comprometerse demasiado hacia el liderazgo de la cultura. Él era un
hombre independiente con mucha influencia, en general. Porque escribía,
prácticamente, en todos los periódicos, y era una hombre muy inquieto, pero
nunca asumió ese papel de gran líder, de gran cacique intelectual, como sí fue
Paz, (José) Vasconcelos, (Alfonso) Reyes, como fue después Monsiváis. Entonces,
en esa ruptura, también, se establece una dicotomía, porque Octavio Paz se hace
un poco más neoliberal. Aunque él tuvo intereses en la Guerra Civil Española,
tenía ciertas tendencias de izquierda, pero cada vez se fue replegando. Un poco
como le ha pasado a don Mario Vargas Llosa. Se ha ido replegando hacia el
centro y un poquito hacia a la derecha.
Decepcionado,
también, de la Revolución Cubana y todo lo que implicaba.
Sí. Todos ellos. También Fuentes estaba decepcionado de la
Revolución Cubana. Todos ellos estuvieron muy pendientes…
El Caso Padilla…
Exactamente. Heberto Padilla.
…fue un detonador
para eso.
Exactamente. Pero Carlos Fuentes, de algún modo, preservó
una actitud de centroizquierda. Era un hombre progresista moderado: anti-Chávez,
anti-Fidel, anti-Evo, anti-Unión Soviética y, también, anti-Estados Unidos. No
se te olvide que una de sus grandes figuras en contra fue George Bush. Pero era
un hombre más progresista, era un hombre de izquierda moderada. Esa es la
diferencia que yo vería entre Octavio Paz y Carlos Fuentes. La región más transparente es del año 1958:
a partir de ese momento que aparece en la escena literaria Carlos Fuentes, crece
de una manera excepcional. Un escritor muy profesional, dedicado en cuerpo y
alma a su oficio. Tuvo una pequeña debilidad: cuando en la época de (Luis)
Echeverría lo nombró embajador en Francia, puesto por el cual él suspiraba
porque era lo que hubiera sido la consagración de su padre, que era diplomático
de carrera. Nunca tuvo ese puesto, entonces él, de alguna manera, dijo: “Si mi
padre no pudo, yo seré”. Él, inmediatamente, se dio cuenta de que no era su
papel. Cuando el expresidente (Gustavo) Díaz Ordaz entra de embajador en
España, él renuncia, deja la embajada. Eso, más o menos, para tratar de decirte
que sí fue un líder intelectual, pero no fue el líder intelectual oficioso,
como podría ser el caso de las otras cuatro personas.
Recuerdo que
cuando entrevisté a Elmer Mendoza, él me decía que Carlos Fuentes es de esos
escritores que ya no hay. A pesar de estos otros cuatro casos.
Sí.
Uno puede hablar
de economía y él habla con gente del Fondo Monetario Internacional como si
fuera uno más.
Es cierto. Hablaba cuatro, cinco idiomas, conocía
perfectamente el mundo, le daban un trato como de jerarca nacional. Sus
conferencias muy bien pagadas, andaba bien vestido. Elegante, polémico, gran conferencista,
y eso que dices tú: con una dimensión amplísima de la cultura. ¡Amplísima! Le
gustaba el cine, la ópera, la literatura. Un hombre muy rico. Y la historia,
también.
Porque ahora, a
diferencia de estos escritores comprometidos de antes, a nivel latinoamericano
no se ven. Ahora los escritores están muy encerrados en su mundo. “Soy escritor
y vivo de la literatura y no me interesa el mundo”. Ha cambiado en algunos la
visión.
Ha cambiado un poco el panorama, porque si tú te fijas en
Europa, hay algunos casos. Digo casos antiguos, como el de Bertrand Russell o
el de André Malraux, el de Jean-Paul Sartre, que eran los líderes a la vieja
usanza. Y el líder -eso que decías tú- (era) no solo el líder comprometido sino
un poco creador de tendencias, de propuestas. Jean-Paul Sartre volanteando en
las calles de París, Bertrand Russell en el tribunal, André Malraux como secretario
de educación pública, con (Charles) de Gaulle. Eran esos hombres, otra vez,
como en el Renacimiento, llenos de conocimientos, de ambición de todo tipo.
Pero me da la idea de que, por ejemplo, en Europa…
Eran hombres
totales.
Exacto. Pero en Europa ya cada vez existe menos eso. Si tú
te fijas, acaba de morir, por ejemplo, ayer (31 de julio de 2012), el escritor
norteamericano Gore Vidal, un hombre sumamente crítico con respecto al sistema,
pero que nunca aceptó un puesto administrativo, nunca aceptó un cargo de
carácter diplomático. Y mira que hablaba muy bien italiano, hablaba muy bien
francés. Como dice el dicho en nuestro idioma, en español: “Zapatero a tus
zapatos”. Ahora, de todos modos, van a surgir y surgen intelectuales así como
dices tú: los hombres completos. En el caso específico, por ejemplo, de
Venezuela, ahora uno de los escritores muy cercano a Chávez es Luis Britto
García, que cuando tú hablas con él es impresionante. Luis Britto García sabe
de cine y de literatura, de sociología, es un hombre comprometido, escribe
bien, muy buen conferencista, con una gran facilidad de palabra. Siempre habrá
esos casos.
Villoro, también.
¡Villoro! Villoro ahora, en cierto modo, es el que -yo le he
puesto así- va a ser el sucesor de Monsiváis. Porque Villoro sí tiene el porte,
la facilidad de palabra, la inquietud, la información, para empezar a formar
opinión intelectual frente al gran grupo de mexicanos. Es una buena
observación, así lo pensé. Con la muerte de Monsiváis, ahora le van a dar el
turno a Juan Villoro.
Una buena predicción.
Sí (sonríe).
Y en su caso
personal, ¿pudo desarrollar una amistad con Carlos Fuentes?
Afortunadamente, sí. Algo que no creas que era muy fácil.
No era un hombre, qué te diré, de…
Parecía marcar distancia,
desde la mirada.
Sí, exactamente. Era un hombre un poco reticente. Conocía
muy bien su valor y no era, de ninguna manera, obsequioso. En ese caso, por
ejemplo, Vargas Llosa es un poco más abierto. Pero una vez que podías entrar en
él, había una fascinación que te hacía… Sobre todo en nosotros, los que ya
somos grandes, pero éramos relativamente más jóvenes que él. Era como un
hermano mayor. Él acaba de morir de 83 años. Yo, mi generación, Gonzalo Celorio,
hemos sido sesentones. Yo ya tengo sesenta y seis años. Entonces, primero, nos
imponía un gran respeto, si bien había una actitud hacia el maestro que era, pero
sí, tuve la oportunidad de irlo conociendo poco a poco. Para poder conversar
con él, dicen en México: teníamos que “echarle montón”. Teníamos que ser cuatro
contra uno, porque él era como un gran espadachín que hablaba -como dices tú-
de historia de México, literatura inglesa, ópera, literatura española y uno
contra uno era muy difícil, pero cuatro contra uno, más o menos, le dábamos
batalla, ja, ja...
Me gustó mucho
leer que recibió un premio, el González Ruano, este artículo de Carlos Fuentes…
Sí.
…acerca de su
novela Península, península. Que no
solo es un elogio a su novela sino un elogio hacia usted, porque lo considera
uno de los escritores mexicanos más cultos.
Sí, eso dijo, sí (sonríe).
Y, además, que
tenía una prosa como la de Martín Luis Guzmán. ¿Cómo ha respaldado esta crítica
a su carrera?
Eso es curioso. Te digo: él no era un hombre obsequioso, no
era un hombre de falsos halagos ni mucho menos. Yo le di la novela -él,
también, nos daba sus novelas a un grupo de amigos- y él la leyó por gusto. No
me dijo nada. Un día que estábamos teniendo una comida me dijo: “Ya me voy
porque tengo que escribir un artículo sobre Lara Zavala”. Así me dijo.
¡Imagínate! Yo me sentí realmente muy halagado. El hecho mismo de que me
leyera, para mí era suficiente. Y, además, de que escribiera sobre mí… Ahora,
ese artículo no incluye la gran novela hispanoamericana. Pero, te digo, eso fue
de motu proprio. Después yo, por supuesto, le mandé una notita
agradeciéndole muchísimo. Pero lo que más me gusta es el título: le puso El Yucatán de Lara Zavala. Que es un
terreno, curiosamente, que él prácticamente no tocó, porque México es como
ustedes (los peruanos). Es decir, nuestras unidades no son tan perfectamente
establecidas. Nosotros fuimos ahora a Machu Picchu. De Machu Picchu a Lima hay
una gran diferencia. Y cuando yo leo a Vargas Llosa sobre Piura, veo que,
también, es otro mundo. Son mundos que, finalmente, se conectan. Pero ustedes o
los bolivianos tienen algo, también, de la parte incaica. Toda la parte andina,
de algún modo, está relacionada, incluso con su carácter. Pero Carlos no
conocía bien eso, salvo, tal vez, ese primer cuento que fue muy sonado, que se
llamó Chac Mool. Por lo demás, estuvo
muy centrado en la Revolución Mexicana. Y la Revolución Mexicana se llevó a
cabo, sobre todo, en el norte y centro del país. Las dos figuras: Villa y
Zapata. A él le interesaba más, de algún modo, Villa, pero le interesaban
también los presidentes: (Álvaro) Obregón, (Plutarco Elías) Calles. Entonces, yo
creo que parte del gusto de él fue, precisamente, lo que se había descubierto
como otro territorio.
Ahora que Carlos
Fuentes ya no está entre nosotros y viéndolo desde un lado emotivo, lo mejor
para él habrá sido reencontrarse con sus hijos.
Para él fue un severísimo golpe la muerte de sus hijos. De
todos modos, como él comentaba, su voluntad férrea de ser escritor, a pesar de
todo, lo mantuvo vivo y activo. Él comentó en una de las últimas entrevistas
que su gusto por la escritura, finalmente, se reforzaba con el dolor de la
muerte de sus hijos, porque sentía que, sobre todo su hijo Carlos estaba
siempre con él cuando estaba escribiendo. Lo tomó de la mejor manera. Y fue un
hombre que se dedicó en cuerpo y alma (a la literatura). Esa es otra de las
cosas. También como Mario Vargas Llosa: (dedicado) en cuerpo y alma a su
profesión de escritor, por encima de todo. Por encima del placer, la fama.
Trabajaba todos los días con un horario, estando de vacaciones o no. No había
vacaciones para él. Como comentabas tú, deja un vacío muy difícil de llenar. Es
decir, ni Juan Villoro ni Jorge Volpi ni nadie de los autores más jóvenes
tienen ese empuje y, sobre todo, esa ambición y ese talento. También hubo el “factor
Carlos Fuentes”. Que estaba, en cierto modo, privilegiado desde su nacimiento:
hijo de diplomáticos, aprendió rápido idiomas, tenía la vena literaria -que la
pudo ejercer, sin mayor problema, con el apoyo de su padre-. Su conocimiento
con Octavio Paz le permitió ascender, leer y saber qué leer. El factor Carlos
Fuentes.
Inteligentísimo,
además.
Inteligentísimo y te digo que una gran personalidad.
Incluso, hasta buenmozo. Como Mario Vargas Llosa, también.
Ahora, entrando ya
de lleno a su narrativa, me comentaba que ha escrito sobre Yucatán, que es la
tierra de su familia, tanto materna como paterna.
Sí.
¿Usted quisiera
ser el representante mayor de la literatura en su región?
Vamos a ponerlo de otro modo. Es cierto eso que, se ha
convertido en un poco el lugar común, que uno no escoge sus temas sino los
temas lo escogen a uno. Yo nací en la Ciudad de México, pero paredes hacia
adentro, en mi casa se vivía y se transpiraba el ambiente de la península de
Yucatán. Te digo que la península de Yucatán es territorio maya, en contra del
territorio azteca, que es el centro de la república. El centro nada más, porque
si te vas hacia el norte, hay territorio yaqui, territorio umayo, y si te vas a
otro lado están los bistecos y los zapotecas. Pero eso era algo interesante. Mi novela se
llama curiosamente Península, península,
porque habla de la península ibérica, que fueron los conquistadores, y la península de
Yucatán, que fue la conquistada y que era territorio de los mayas. Lo que
quiero decirte es que cuando empiezo yo a escribir es precisamente a los
treinta años, un poquito antes, el libro que te digo que me publicaron a los
treinta y cuatro años, que se llama De
Zitilchén (1981). Estaba muy de moda en México la novela urbana, cuyo mayor
representante era un escritor que ahora ha sido un poco olvidado, injustamente
olvidado, que se llamó José Agustín. Se llama. Vive todavía. También fue un
parteaguas en la novela. Después de la novela de Fuentes, el gran parteaguas
fue la novela de José Agustín, sobre todo una en particular, que se llama De perfil (1966), pero a lo que voy es
que estaba muy de moda, en ese momento, ese tipo de novela urbana. Y Agustín lo
hacía muy bien. De hecho, hubo muchísimos imitadores y epígonos de José
Agustín, pero el que sobrevive dentro de esa literatura que clasificó Margo
Glantz como “la onda” fue él. Fue el gran sobreviviente. Es el fundador, el
creador y el sobreviviente de esa escuela, llamémosle la escuela de “la onda”,
en la literatura mexicana. Cuando yo me empecé a preguntar -lo que siempre les
digo a mis alumnos- sobre qué escribir, parte de mi creencia, de mi convicción,
es que un escritor debe escribir sobre aquello que solo él puede decir. Donde
está lo máximo de verosimilitud y de espontaneidad. Que nadie más, sin saber,
escribe sobre esto. En el sentido de que son partes de sus vivencias, sus
experiencias, de lo que has observado, de lo que has digerido, a lo largo de
una vida. Entonces, mi propuesta fue esa: voy a escribir un libro, que no sea
una novela, pero que parezca una. Yo escribí ese libro, se llama De Zitilchén. Yo le llamaría una
colección de cuentos vía novela. Porque eran nueve cuentos que no se repetían.
Cada cuento tenía un valor individual, pero mientras ibas tú leyendo le iba
dando un pequeño efecto acumulativo. Es un libro de cuentos, pero es casi-casi
una novela. Te describe un mundo. Y ese era el mundo que yo conocía, de primera
mano, por mis padres y que, después, lo reforcé porque mis abuelos vivían allí.
Mis padres nos mandaban de vacaciones y lo que más me llamaba la atención, al
principio, de manera inconsciente, era algo que se nota, por ejemplo, en la
parte de Machu Picchu: la interacción de blancos, indios y mestizos. Cómo viven
de una manera natural. Esta conformación que hace que los latinoamericanos
seamos diferentes de los españoles y de los indios. Somos otra cosa. Por ahí
empezó mi carrera. Pero no vayas a creer -ahora te voy a obsequiar un libro- que
me he limitado a eso nada más. Vamos a decir que es una de mis vetas. La
próxima novela que voy a sacar no tiene nada que ver con Yucatán, pero no la
podía yo escribir hasta que hubieran pasado ciertos años de distancia. Soy,
también, un escritor cosmopolita, en un buen sentido. Mi segundo libro se llamó
El mismo cielo (1987) y le puse El mismo cielo aprovechando las
experiencias personales, pero no de manera autobiográfica. El mismo cielo porque, según Jung, todos los habitantes del mundo
vivimos bajo un mismo cielo. Si vivimos bajo un mismo cielo, qué más da que un
cuento ocurra en Inglaterra, que otro ocurra en Francia y otro en Japón o
Vietnam. Finalmente, lo que rige para los seres humanos es, más o menos, lo
mismo.
Sobre Península, península me parece que tenía
un antecedente usted en una de sus obras anteriores, en el año 98 cuando
escribe Viaje al corazón de la península.
Sí. Este libro ya estaba pensado porque me dio ganas de
escribir una crónica sobre la península de Yucatán, precisamente de la zona de
mi padre y de mi madre. Entonces, digamos que fue un viaje preparatorio para
escribir Península, península. Recorrer
la península de Yucatán en calidad de cronista, haciendo alusiones a algunas
cosas que han ocurrido en la familia. Si tú vas viendo, la obra se va, otra
vez, como sumando. Empiezo con De Zitilchén,
que espero que tengamos la oportunidad de presentarlo aquí, en Perú, gracias a
la filial del Fondo, porque sale en el Fondo de Cultura (Económica). Lo que en
principio fueron nueve cuentos, ahora ya son diecinueve. Creció el libro sin
que haya yo modificado -como hace José Emilio Pacheco- ni una coma de lo que
escribí, pero he ido incorporando nuevos cuentos que ocurren en el mismo
ambiente o entorno. Antes escribí una novela, le puse como título el apodo de
un líder sindical independiente que se llamaba Efraín Calderón. Le decían de
apodo “Charras”, por lo de Juan Charras.
¿Usted está preparando
algún nuevo material?
Lo que pasa es que no me gusta hablar de lo que estoy
preparando. Pero espero sacar una novela.
Hay escritores que
creen que es de mala (suerte el contar sus planes).
Lo primero, lo que sí ya tengo listo, es un nuevo libro de
ensayos, porque yo tengo un libro previo que se llama Contra el ángel, que son reflexiones literarias. Es un género que
me gusta, que hago con cierto decoro, y ese libro se va a llamar La prisión del amor y otros ensayos
narrativos. Ensayos donde no invento historias, pero el ensayo está
construido de tal modo, que tenga un poquito de suspenso y fuego literario. Que
tú lo vayas leyendo y no lo lees como si fuera un libro académico sino como un
ensayo literario, con los recursos literarios.
Me llama la
atención esto que usted menciona, porque veo que en muchos escritores mexicanos
hay esta huella cuentística.
Sí.
Y de hacer varios
géneros a la vez.
Sí.
Hay ese interés
variado en los géneros.
Sí. Más amplio. Aparte que yo, también, estudié letras. Para
mí, una de las cosas que mejor me ocurrieron fue haber asumido mi vocación de
literato. Yo, primero, estudié ingeniería. Yo estaba estudiando ingeniería…
Como Élmer
Mendoza, también (que estudió ingeniería electrónica).
Sí. Y como tantos escritores en México.
¿Hay una relación
entre la ingeniería y la literatura?
Pues no la hay, más que en una cosa: yo diría que sí te
ayuda a organizar tu mente casi en términos matemáticos, como en una buena
ecuación. Tú vas a despejar esto para, finalmente, llegar a x=5, y=3 y z=-1. O
lo que tú quieras.
¿Se demora mucho
armando la estructura de sus novelas?
Hay muchísimos ingenieros escritores. Pero yo, cuando estaba
en ingeniería me sentía, ahí sí, como pez fuera del agua. Y otros decían: “Es
que a mí no me interesa…”. Me podían gustar las matemáticas, me podían gustar
ciertas materias, así, en abstracto, pero pensar mi vida trabajando en una
fábrica me resultaba hasta un poquito chocante. En cambio, en las letras
siempre fui... Mi mejor descanso en casa, cuando estoy viendo la televisión y
me estoy aburriendo soberanamente: me refugio en un libro y esto sí me descansa
y me alimenta. Yo, realmente, me consideraría en este orden: primero, cuentista, después
novelista, ensayista y cronista de viajes. Pero están muy relacionados todos. Son
casi géneros hermanos. Ni siquiera primos hermanos. Es muy diferente, por
ejemplo, la poesía. Escribí una obrita de teatro, también. Salió el 2011. Fue
después de El guante negro… Se llama Ah Kin Chi. Profeta maya. Así salió, pero finalmente, como dice Borges,
empiezas a hacer un laberinto y de pronto resulta que ese laberinto tiene tu
cara. Así, empiezas con una obra y otra obra y, de pronto, dices: “Ah, caray,
mira, este rompecabezas ya tiene una piecita acá, tiene otra pieza acá”. Y te
felicito por la investigación. Está muy bien documentada.
Gracias. Usted ha sido editor del Fondo de Cultura.
(Asiente con la cabeza). Y de la universidad.
Y de la UNAM,
también.
No lo pongo mucho, pero soy editor, también. Y no malo. Cuando
estaba yo en la UNAM, yo creé una colección que se llamó Rayuela Internacional. Logré atraer a muchos escritores después del
Boom, que estaban desperdigados. Ahí te va a quiénes pude integrar: César Aira,
Luis Britto García, José Balza, Rafael Humberto Moreno-Durán, Ricardo Piglia… Cuarenta
autores. Es decir, hice un puente…
Hay nombres importantes.
…y, además, hice que se conocieran entre ellos.
César Aira,
inclusive, dicen que puede ser un Nobel más adelante.
Sí. No sé si tiene calidad de Nobel, pero es muy factible
que pueda ser un (Premio) Juan Rulfo. Lo que era el Juan Rulfo, que fue un
premio internacional muy (importante). Ya varias veces se ha barajado su nombre.
Ahora se llama el
Lenguas Romances.
Sí, exacto. A Juan José Saer también lo publiqué.
¿Y usted los
buscaba?
Yo los empecé a convocar y todos aceptaron. Y la colección
son, por lo menos, cuarenta autores. Todos latinoamericanos. Lo que no recuerdo
es a qué peruano… Bryce ya era un poco como del post-Boom y era amigo y todo,
pero nunca le pedí nada a Alfredo Bryce Echenique. Debo tener por ahí a algún
peruano.
¿Esta colección de
Rayuela Internacional venía por la
UNAM o por el Fondo de Cultura (Económica)?
Por la UNAM. Ahora, en la UNAM me inventé dos colecciones.
Una que se llama Pequeños Grandes Ensayos,
que son libritos chiquitos donde están dos o tres ensayos, a veces de un mismo
autor y a veces de un mismo tema. Yo les llamo poliédricos. O sea, cuatro lados.
Y una (colección) que le puse Licenciado
Vidriera, en homenaje a Cervantes, precisamente para rescatar la narrativa
hispanoamericana del gran padre, el inventor del cuento, en cierto modo, en
español. No fue el inventor, pero el primero que lo ejerce y él lo dice, es
Cervantes en sus Novelas ejemplares,
que son textos medianos. No son estrictamente cuentos, lo que dicen relato o
novela breve. Yo le puse “Relato Licenciado Vidriera” y ahí he rescatado,
también, unas joyitas enormes. Primero, puse esta de Rayuela Internacional, hice unas antologías bilingües, hice una
colección de autobiografías.
Antología del cuento inglés del siglo XX.
De esa fui yo el recopilador. Y luego fui al Fondo (de
Cultura Económica). En el Fondo estuve nada más un año, pero ahí sí peligró
muchísimo mi vocación porque era un trabajo de tiempo completo. Yo llegaba a
las diez de la mañana, salía a las diez de la noche, exhausto. Firmaba
contratos, revisaba textos, hacía todo lo que hace un editor. Es como lo de
profesor. Si yo hubiera querido ser profesor nada más, ya era otra historia.
Igual editor. Primero, es escritor, después, para sobrevivir, no te queda de
otra que buscar otros oficios.
Y en el Fondo de
Cultura Económica, ¿tuvo oportunidad de conocer a Blanca Varela, en esa época?
A Blanca Varela no la conocí. Yo creo que estaba en la UNAM
cuando le dieron el Premio Octavio Paz a Blanca Varela. La fui a escuchar.
Porque ella,
también, trabajó en el Fondo de Cultura Económica.
Sí, como treinta años. Yo creo que ahí la contrató Jaime
García Terrés, seguramente. Era una extraordinaria poeta. Pero sí te digo: uno
tiene que cuidar la jerarquía de sus oficios. Porque tienes que sobrevivir de
algo. Como dijo un amigo mío: “Yo ya no quiero construir pianos para otros, yo
quiero tocar mis propias piezas”. Tú construyes el piano y, a ver, te las doy a
ti para que tú toques.
Señor Lara, ha
sido un placer.
No, Hernán. Dime Hernán. Te felicito por tu (entrevista)…
Gracias.
Te dejo esto (su libro El
guante negro y otros cuentos). Te voy a dar el librito de teatro (Ah Kin Chi. Profeta maya).
Para cerrar
oficialmente: muchas gracias por la entrevista.
No, gracias a ti. Y por tu cuidado, te felicito, de veras.
Es muy interesante que te prepares bien.
Muchísimas
gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario