“El ceramista necesita una pequeña fábrica”
Entrevista
y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
Que un artista le explique detalladamente su exposición a
un periodista cultural es un lujo. Si ese artista es el gran escultor peruano
Carlos Runcie Tanaka (Lima, 1958), el honor se multiplica varias veces y se
agradece profundamente.
La siguiente entrevista trata, fundamentalmente, sobre su muestra individual Litoral, que se realiza hasta el domingo
30 de julio en el Museo de Arte Contemporáneo, de Barranco, y que ha contado
con la curaduría del reconocido Jorge Villacorta.
En la impactante Litoral
encontramos obras muy importantes en la trayectoria de Carlos Runcie Tanaka,
quien ha participado en la Bienal de Venecia en 2001, en la Bienal de Sao Paulo
en 2004, en la Bienal de La Habana en 1991, 1994 y 2015, así como en ARCO
(Feria Internacional de Arte de Madrid) en 1997. También fue Mención Honrosa de
la Bienal de Ecuador en 2004, ha sido Artista Invitado en diez universidades de
los Estados Unidos y una del Japón, además de haber sido citado en diversas
publicaciones de arte del extranjero y haber expuesto su trabajo (individual o
colectivamente) en Estados Unidos, Italia, Portugal, México, Colombia, Ecuador
y en nuestro país.
Carlos Runcie Tanaka, además, posee un espíritu muy didáctico, porque tiene alma de profesor. Durante la entrevista habló de muchos temas: su intensa biografía (que lo llevó de estudiar filosofía en la PUCP a ser parte del taller El Pingüino en Miraflores y luego a convertirse en deshi en el Japón), las cerámicas en la cultura Chancay, Félix Oliva, Carlos Bernasconi, la Escuela de Artes y Oficios, el arte popular, Bernard Leach y Hamada Shoji, la cerámica como modo de vida y apostolado, acerca de los jóvenes profesionales sanmarquinos que están trabajando en el desarrollo del arte local, así como de la necesidad de un Centro de la Cerámica. Incluso, fue generoso en reconocer a otros ceramistas nacionales destacados: Grimanesa Neuhaus, Sonia Céspedes, Arturo Claudet, Julio Gutiérrez, José Luis Yamunaqué, Polo Ramírez, Kukuli Velarde, Christopher Davis-Benavides, Patricia Camet, Pablo Jerí y Gedeón Fernández.
Es un
gran gusto poder estar aquí, en el Museo de Arte Contemporáneo, con usted. Y le
agradezco esta deferencia que ha tenido de concederme una entrevista sobre su
última exposición, Litoral. Tenemos
acá muchos años de trabajo, en esta muestra. Podemos ver muchos tipos de obras
de distintos años y yo quisiera saber: ¿cuál es el común denominador de Litoral? ¿Cuál es el leitmotiv de Litoral, si es que hubiera alguno?
Litoral surge
entre una conversación con el curador Villacorta, que es un amigo de muchos
años, desde la infancia, y decidimos, al tener la oportunidad de hacer un
proyecto para el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, que se seleccionarían
obras que tengan que ver con una necesidad personal muy intensa, que es la
sensación de pertenecer a un territorio. Entonces, surge en las conversaciones
previas a la muestra y a decidir por dónde iríamos con el tema específico.
Surge el concepto de la costa del Perú. Yo he sido y me reconozco una persona
que trabaja desde la costa, en un país donde tienes la Amazonía y los Andes,
que están más lejanos en mi memoria y físicamente. Yo me ubico, más bien, en la
costa y desarrollo el trabajo del ceramista con la idea de las piezas que uno
encuentra en el arenal, con las piezas que uno va encontrando a la orilla del
mar, también. Es una memoria y una experiencia que voy arrastrando desde los
inicios con mi trabajo de ceramista.
También
fue parte importante de su infancia, porque a usted le gustaba mucho recolectar
conchitas en las playas del sur, a donde usted iba cuando era niño.
Hay una memoria y un recuerdo de esta actividad de infancia
y de juventud, en la cual me interesaba una suerte de recolección y una
admiración por la naturaleza. Durante los años de adolescencia, en el colegio, se
vuelve más presente, con la inclinación hacia la biología, hacia la
arqueología, también. En todas estas formas que voy elaborando posteriormente
hay un recuerdo de lo biológico, lo orgánico y la vida. Yo, ahora, veo en esta
selección de objetos una serie de criaturas que pueblan un determinado
territorio, que en mi cabeza y en la costa es el arenal, es el límite entre el
agua y la tierra. Hay un crustáceo, como el cangrejo, hay islotes, peñas, hay
formas como moluscos y hay cortezas y territorios también, secos. Parecieran barro
aluvional. Pero la cerámica ha sido importante para mí por distintos motivos.
Esos
que parecen huevos de dinosaurio, tienen muchos…
Sí. Hay formas que tienen un carácter casi prehistórico. En
todo caso, acá hay algo interesante: la mano del hombre se siente en algunos
momentos y en otros no. Son formas muy naturales, en las cuales se persigue que
no se sienta tanto ese tacto, ese modelado tan riguroso o racional. Aquí, más
bien, hay un expresionismo, si quieres, en la cerámica, que está ligado a mi
afinidad con el Japón y la cultura oriental. Y, probablemente, también, con los
procesos más geológicos del ceramista. Tal como la practico yo, la cerámica de
alta temperatura tiene que ver un poco con procesos muy fuertes. La cerámica es
roca volcánica que se deposita en lugares altos y viene siendo acarreada por agentes
de la erosión. Cuando uno la encuentra sedimentada ya en ríos y lagos, uno la
recoge, la amasa, la modela, la seca y la vuelve a introducir al horno. Es cerámica
para quitarle toda la humedad y es ese trabajo el que nos aproxima a ciclos muy
antiguos de la naturaleza, porque volvemos a darle la consistencia pétrea a la
arcilla. Se vuelve casi piedra, nuevamente. Sobre todo en las temperaturas
altas. En el Perú, por ejemplo, no hemos tenido esa tradición. Las temperaturas
que han alcanzado los antiguos peruanos llegaban hasta 900, 1000 grados. Quizás
la cultura Chancay, en algún momento, por errores de quema o por exageración o
por casualidades, algunas de las piezas llegan a tener mayor temperatura, pero
no era una tecnología manejada adrede. En todo caso, son casualidades…
No era
una técnica.
…del horno. No era una técnica, no era un estilo de
trabajo. No habían conseguido esas arcillas de alta temperatura, que son las
que manejo yo, que son gres, que son arcillas refractarias que resisten a
temperaturas altas. Estoy más ligado a la tradición europea, oriental, donde
hay un recurso gradual en el trabajo de la cerámica, donde se descubren los
hornos, los recintos para quemar y se va mejorando la resistencia al fuego del
material. Se van encontrando, también, materiales que resisten al fuego. Dicho
sea de paso, el Perú es un país muy rico, un país minero y con vetas de arcilla
extraordinarias. Tenemos las arcillas de alta temperatura, que son las que
están en esta muestra. Quiere decir que sí están las arcillas. Lo que no hubo
fue la necesidad de llegar a alta temperatura en el trabajo de las sociedades
prehispánicas, probablemente. Y durante la colonia, con la venida de la cultura
occidental aquí, tampoco se extrema la producción cerámica de esos niveles. Lo
más cercano es un nivel… Un trabajo de mayólica, de producción de vidriado.
Probablemente hasta 1100 grados, 1050. No creo que sobrepase los 1050 grados.
Quizás al sur, en Cusco, tienen estas botijas vidriadas. Todas llegan a una temperatura
media, digamos. En mi trabajo de ceramista no aprendo a trabajar la baja
temperatura sino, inmediatamente, ingreso de frente, directamente, a trabajar
en un horno de gas, con arcilla de alta temperatura, buscando la resistencia
máxima del fuego y las arcillas.
¿Esto
tiene que ver con lo que usted estuvo en Japón a los 18 años con un maestro
(Tsukimura Masahiko)?
Esto es anterior, porque yo sigo estudios de filosofía…
En la
Católica.
…en la Católica, me retiro e ingreso a un taller que se
llamaba El Pingüino. Estaba en Miraflores y este taller tenía un horno de gas.
Había sido hecho el taller por dos peruanos: Mariano Llosa y Pedro Mongrut.
Mariano fue mi primer profesor de torno y en ese entonces era muy empírica la
información. Tuvieron el aporte de una ceramista norteamericana. Los ayudó a
construir un horno de gas. Entonces, tuvieron ya una gran ventaja sobre el promedio
de la producción local. Félix Oliva ya estaba trabajando, pero trabajaba con
hornos eléctricos.
También
era pintor Félix Oliva.
Claro. Pero la producción de cerámica en un horno eléctrico…
No es que no se pueda llegar a temperaturas (altas), pero no se logran las
pátinas y las características de fusión que logramos con un horno de gas. Es
como la cocina. Una cosa es quemar con brasa, con leña: el sabor es distinto en
los alimentos. Cocciones lentas, intensas. Otra cosa es usar una cocina
eléctrica o un horno eléctrico. Lo mismo sucede con la cerámica. Entonces,
todas estas pátinas que vemos, todos estos tornasoles, estos brillos, estas
metalizaciones, solamente se logran con esa llama que -yo digo- lame la
arcilla, que va sobre la arcilla y le da, le confiere ese lustre final. Eso
rara vez se puede lograr con un horno eléctrico. Entonces, mi dirección, desde
el primer momento, fue esta. No tuve una educación ni de Bellas Artes ni de un
trabajo de cerámica más tradicional y ligado al Perú. Si se quiere, más bien,
comencé con una tecnología de alta temperatura, que me ayudó desde el principio
a tener una afinidad con una parte importante para mí: mi herencia con el Japón.
Yo tengo un abuelo japonés. Sentí una afinidad muy grande con el Japón y, al
abandonar los estudios de la Universidad Católica, los estudios de filosofía,
decido hacer un viaje al Japón para ser un aprendiz de un maestro japonés.
Un deshi.
Un deshi. Entonces, lo importante de esto es que reconozco,
desde el principio, una manera, un vocabulario que me interesa, un lenguaje, y
lo voy a buscar al Japón. No en el Perú porque, curiosamente, tengo la
oportunidad de viajar al Japón.
¿Su
padre le apoyó en este viaje al Japón o usted se fue por su cuenta?
El viaje fue por invitación de un maestro para ser
aprendiz. Entonces, yo estaba pagado por un maestro. Es una mensualidad mínima,
porque tenía casa y comida para trabajar al servicio de él, a tiempo completo,
todos los días, durante dos años. Entonces, es un trato de trabajo y de
aprendizaje en el cual uno puede tener un entrenamiento que, yo diría, es una de
las maneras más interesantes para trabajar cerámica. Sobre todo si uno quiere
hacer el trabajo de este tipo: matérico, fuerte, intenso. Y qué mejor que escoger
el Japón para esto. Si uno va a la tradición japonesa, hay muchas formas de trabajar.
Así como acá tenemos, en el Perú: Pucará al sur, Cajamarca al norte, Simbilá en
la costa, Chulucanas, shipibo-conibo en la Amazonía. En Japón hay ocho hornos
tradicionales, pero todos queman con leña y cada uno tiene características
distintas por las arcillas locales de la zona y los esmaltes que producen, pero
es uno de los lugares más privilegiados si a uno le interesa la alta
temperatura de la cocción con leña para tener un conocimiento cabal de la
técnica, de la estética, de la filosofía del trabajo.
Fue en
Ogaya.
Yo estuve en Ogaya. Otras zonas podían ser Corea, China,
que es de donde viene toda la tradición japonesa. Yo tuve la fortuna de estar
en Japón invitado por este ceramista y, obviamente, el apoyo de mi familia ha
sido siempre importante, porque yo tengo un taller en una casa paterna, en la
cual he podido desarrollarme y hacer que el trabajo crezca. Sin ese apoyo sería
imposible. Yo veo a los artistas jóvenes que quieren hacer cerámica. Lo primero
que les pregunto es si tienen una familia, si tienen un lugar, porque nadie
puede hacer cerámica sin un horno. Para un pintor es más sencillo, irse a una
habitación, alquilar un espacio, tener un bastidor, una tela, una pared o en el
suelo, lápiz, papel, crayola, pinturas. El ceramista necesita una pequeña
fábrica. Necesita un nivel no semi-industrial, pero un nivel de ciertas
maquinarias para transformar el material. Es como las artes del fuego, la metalurgia,
el vidrio, la platería, la joyería. No se puede trabajar solamente con el deseo
ni el ímpetu de las manos sin materiales básicos. Acá tenemos que tener
arcillas, laboratorio pequeño, investigar materias primas. Necesitamos
investigar esmaltes, preparación de esmaltes, preparación de arcillas, resistencia
al fuego. Que la elaboración del producto sea manual, con moldes o con un
torno. Son problemas más grandes que para un artista plástico que tiene otra
disciplina. Equivaldría a tener que hacerse una prensa de grabado.
Y no
hay una escuela de cerámica.
Donde uno pudiera ir y, simplemente, hacer el trabajo,
retirarse y ver la producción. Creo que en algún momento hubo una Escuela de
Artes y Oficios. Estoy pensando a principios de siglo (XX), probablemente. Creo
que sí existía una Escuela de Artes y Oficios, muy ligada a la manera española,
con tornos seguramente, con moldes. De ahí vendrán algunos de los ceramistas
que después hicieron mayólicas y vidriados en el Perú, pero eso no perduró. Vamos
a saltarnos en el tiempo… Hay un vacío interesante, porque es un país con una
tradición viva desde el momento prehispánico, sigue la transformación con el
arte popular, ya con injerencia distinta. El arte popular que conocemos, de
alguna manera, es completamente mezclado con influencia española: el toro de
Pucará. Entonces, ya hay un mestizaje muy fuerte…
Un sincretismo.
…y un sincretismo cultural importantísimo. Yo no diría que
es completamente oriundo, pero tiene un carácter muy fuerte, porque viene de la
tradición andina. Aflora, con toda la influencia. Cuando uno ve los textiles y
los bordados, me hace recordar las cosas que veo en Polonia, en Europa del
este, España. Estos brocados, estas flores que se trabajan en el ande como arte
popular. Entonces, hay que reconocer ese mimetismo. Lo anterior a esa
información occidental que es el mundo prehispánico se transforma en ese nuevo
lenguaje, pero ese lenguaje no tiene escuelas. Es una tradición oral, práctica,
de abuelos a padres, de padres a hijos y el oficio se continúa de esa manera. Y
tenemos grandes expresiones que han surgido de esa (tradición). Todo el barrio
de San Blas, con grandes maestros artesanos, fabulosos, que tenemos.
Y
tuvieron influencia en el inicio de su carrera. Los Mendívil…
La observación del arte popular fue clave para mí, como el
arte prehispánico, para poder definir lo que yo quisiera encontrar en la fuerza
de los objetos que quería producir. Lo que nos liga no es tanto la matriz
cultural ni social, sí la intensidad del logro del producto. No veo tan distinto
un cangrejo que produzco, de un toro de Pucará o de un auquénido prehispánico,
de una forma prehispánica. Formalmente, es abismal la distancia. Y ni para bien
ni para mal. Son maneras distintas, vocabularios distintos. Es como en la
música cantar una canción popular y tener, de repente, que cantar un aria,
cantar ópera o jazz. Todas son posibilidades sonoras importantes. En el Perú prehispánico,
lo que me queda es el sentido del símbolo. De observar la naturaleza,
capturarla, transformarla y dejar en el objeto, prácticamente, el alma de eso
que uno captura. No está muy distante a las enseñanzas que tuve en el Japón.
Los japoneses hacen lo mismo. Observan la naturaleza y aflora en lo que logran
hacer con su trabajo. Entonces, aquí, en estos objetos (el artista empieza a
recorrer una de las salas donde están sus obras y yo lo acompaño) hay un
diálogo interesante. En algunos momentos, el Japón es más intenso. Yo vería
esta pieza (una de sus obras que está al fondo de la sala) con los chorreados
de esmaltes, más cercano a un trabajo que esté emparentado con la tradición
japonesa. Inclusive la ruptura, la fisura de la cerámica. Están todas fisuradas
y resanadas y embutidas, nuevamente, con cerámica para lograr sacarlas otra vez
con cocciones sucesivas. Entonces, esa información ya tiene que ver con mi
experiencia en el Japón, con mi cercanía con el Japón. El lado más cercano al
Perú estaría en la materia. Esto (vamos hacia otra de sus obras, ubicada al
centro de la sala) no es muy distante a un pico de los Andes, al sentido de la
geología, a una montaña. La arcilla como montaña, prácticamente. Como fuerza de
resistencia, de emergencia y transformación constante. Es una pieza de poco
tiempo de vida, porque es la más reciente que he elaborado, es la última que he
hecho. La traje a la muestra, la incorporamos al final. Fue una sorpresa para
el curador.
¿Tiene
algún nombre?
La decidí nombrar Litoral.
Coincidiendo con el nombre de la muestra, le dije a Villacorta: “Este es mi
homenaje a tu trabajo”. Finalmente, tiene que ver con un territorio de
constante cambio. Y son varias quemas, varias cocciones, hasta lograr juntar
elementos que se vuelven compatibles por la fusión del calor, la porcelana con
el gres, con la arcilla roja de alta temperatura. Entonces, todos esos
materiales se funden, se juntan, se encuentran y desencuentran, se contraen de
distinta manera, se agrietan, se consolidan. Y eso lo hace el fuego.
Justamente
sobre esta pieza, que es la última que ha elaborado usted, más allá del tema de
cómo ha sido tratada la pieza, me llamaba mucho la atención que, comparando con
el resto de la exposición, es la pieza que no está completa. Es como si hubiera
estallado. Todas las demás piezas las podemos ver mucho más redondas o
(acabadas). Tiene una forma no definida.
Logran seguir una forma, aproximarse a una forma, sea
orgánica, circular. Tienen cierta destreza, también, en el trabajo manual de un
modelado. Puede ser un modelado quizás no figurativo, pero, de alguna manera, hay
forma comprensible, entendible y derivable. Podrían ser crisálidas, orugas,
rocas… En fin. Esta pieza es lo más cercano a una roca, a lo que sucede con la
naturaleza en sí y al interior. No olvidemos que la Tierra es un gran horno de
cerámica. Estamos sobre un horno. Yo diría que al interior de la Tierra es
magma. ¿No es cierto?
Claro.
Es fuego y eso aflora. Con erupciones, enfriamientos,
millones de años. Esas son las arcillas que uno recoge. Para trabajar estas,
que las volvemos a procesar en diez, doce, quince horas de cocción. Parece un
juego frente a los millones de años de enfriamiento de la naturaleza. Y
volvemos a repetir ciclos muy primigenios y primarios. Es una pieza muy básica.
Es una pieza que habla, justamente, de cómo se forman arcillas, cómo se
aglomeran, cómo el calor hace un trabajo.
A lo
que iba mi pregunta era que siento que esta última pieza es como un cambio
respecto a lo que usted estaba haciendo antes. Yo le preguntaba si, interiormente,
ha habido algún cambio. Me parece una pieza bastante distinta, una fuerza
distinta. Es muy expresionista, como me mencionó hace un rato.
Pero no está tan lejano a este proyecto de hace veinte años
(me muestra otras obras cercanas), que son masas de tierra también, que
quedaron sedimentadas y explotaron con la cocción. Tenemos una pieza que está
afuera, la llamo Tierra, además. Que
son estas…
Las esferas.
…esferas. Que está muy cercano a esto. Lo que pasa es que,
en este caso, la violencia del fuego fue más extrema y me dio una respuesta más
dura. Los últimos veinte años he estado más cercano a la instalación y a otros
materiales, además de la cerámica. La cerámica siempre sigue un río paralelo en
mi trabajo, que continúa, pero he estado explorando materiales como el papel,
el vidrio, el video, haciendo instalaciones de distinta naturaleza, textiles.
En algún momento, en este museo, para una feria de arte contemporáneo presenté
una especie de estructura suspendida con cintas de colores.
¿Hay
algún material que no haya trabajado?
Sí hay muchas cosas que no he preparado. El metal no lo he
trabajado tanto, salvo con soportes de mis piezas. La madera tampoco. Como
tarimas, pero no como elemento que he realizado una forma. No. Hay muchos
materiales. Yo, en realidad, no tengo un virtuosismo porque no tengo una
formación de artista académico. Mi vocabulario básico inicial es la arcilla. No
dibujo.
¿Pero
le gustaría probar más materiales?
No es una necesidad, salvo que la sienta, de verdad, para
expresar algo que tenga que hacer. No es que quisiera jugar y explorar con
todas las posibilidades que hay. Me interesan ciertos materiales que se
aproximan a una sensibilidad que vengo buscando. El cristal fue utilizado por
un motivo. Por la luz, por la transparencia, por la distancia justamente con la
Tierra y la cerámica. Salí de una operación al corazón y necesitaba ligereza, limpieza,
y uso papel y vidrio. Entonces casi no había cerámica. Todo giraba en torno al
blanco. El último proyecto es El río.
Papel y un elemento maravilloso, que es el fuego. Una vela. Un fuego como el
del ceramista. Estaba ahí ese fuego vivo. Qué curioso que la muestra que viene
después de ese proyecto, que concertadamente, es completamente distinto en
naturaleza, es una toma de espacio distinta. Ese fuego se ha transformado, en
esta muestra, en un fuego presente en la actividad del ceramista. Entonces,
esta pieza es la respuesta del mismo oficio a una persona que, en algún
momento, no lo deja, se aferra, pero ha estado distante también. Yo he dejado
de tornear, he dejado de hacer muchas cosas como ceramista y, a veces, intento
volver otra vez al taller, pero esa falta de continuidad crea respuestas de
este tipo. Cuando uno quiere elaborar una masa, una forma, si uno no está
siempre elaborando estas formas, que son repeticiones en un torno… Es como un
virtuosismo del registro de las manos sobre la masa que gira en el torno. En
este caso, la mano solamente coloca pedazos, trozos de arcilla y materiales
diversos para hacer un conglomerado, y eso sale del horno. Entonces, tienes
razón: es una pieza muy distinta por lo básico, diría yo. Por lo básico, porque
prácticamente es como volver a comenzar desde cero. Ya tenía un lenguaje con un
cierto grado de conocimiento de los modelados manuales, con rollos y con paleta
y piedra. Casi como la gente de Simbilá, golpeando las piezas, deformándolas,
formándolas. En este caso, los bloques. Cuando uno ve ese trabajo, no hay
recurso de técnica de modelado. Simplemente, hay materia aglomerada. Es muy
fuerte, muy intenso. Aquí hay un virtuosismo en el trabajo del modelado…
Del
cangrejo.
…del cangrejo. Acá hay un trabajo de mano muy fuerte. Las
tenazas…
¿Cuánto
tiempo le demoró este trabajo específico?
Depende, pero es un bloque de cerámica. La esfera es vacía
al interior, con paredes muy gruesas, pero el cuerpo de la cerámica es totalmente
macizo. Totalmente. Es un trabajo que puede servir para ver un poco, también,
que se puede elaborar con paciencia, con dedicación. Se puede trabajar ciertos
detalles en la cerámica. Es un material muy moldeable, muy trabajable, a diferencia
de la piedra. Acá la resistencia es distinta. Es más dócil, más dúctil y uno
puede elaborar muchísimas cosas con la arcilla. El problema es el fuego. Uno
puede elaborar, pero las cosas pueden explotar en el fuego con la cocción. Lo
que hay que saber es manejar las arcillas, manejar la cocción gradual para que
no revienten estas piezas al interior.
¿Siente
que, esencialmente, sigue siendo el mismo muchacho que a los doce años, por
primera vez, hizo una vasija en un torno?
Voy a responder la pregunta con una frase, además que la
escribí hace muchos años, que es: la aventura de la cerámica. Siempre dije:
“¿Qué es para mí la aventura de la cerámica?”. Y es la sorpresa. Todo el
tiempo, en todo momento, siempre trato que el trabajo me sorprenda. No puedo
ser el mismo de hace cuarenta años. Imposible. No puedo dar la vuelta atrás al
tiempo, no puedo regresar. Ya no. Uno avanza y arrastra ciertas cosas, otras
las deja, pero lo importante es que cada vez que uno se enfrente al material,
uno pueda dejar los conceptos atrás y, simplemente, vea cómo es la respuesta de
uno en ese determinado momento. Eso está muy explícito en este trabajo. En esta
muestra Litoral se sienten manos
distintas, cuerpos distintos, trabajos distintos. Hay formas tubulares
trabajadas con un torno…
Por
ejemplo, esto parece (señalo una de las obras del artista), si uno lo ve de
lejos, hasta una nave espacial.
Sí. O una oruga, o yo le llamo “progresión orgánica”. Pero
hay estas estructuras torneadas, como floreros, que deberían ser verticales y
son puestos horizontalmente, son ensamblados con el fuego y adquieren esa
posición final.
Con esos
pequeños volcanes saliendo del tronco.
Así es. O que recuerdan, también, un poco como las conchas
y los organismos se prenden de las rocas en la orilla del mar. Ahí hay ciertas
referencias.
Referencias
marinas.
Estas formas son más bloques cerámicos, son bloques como
rocas (el escultor me muestra una serie de tablas delgadas de piedra puestas de
pie). Entonces, es muy básico el trabajo. Prácticamente, no hay modelado.
Simplemente, es el material que se sostiene a sí mismo. Acá hay un material (me
muestra otra de sus obras, mucho más pequeña) como un bloque cerámico horadado.
Hay distintas instancias, técnicas, maneras de hacer y en cada momento ha
habido una sorpresa, una dificultad y un riesgo para la elaboración. Esta es
una pieza (me muestra otra obra suya) elaborada tradicionalmente con rollos y una
paleta y piedra, no muy distinta a la manera como trabajan las tinajas grandes
en Simbilá, en el norte del Perú, pero terminan de otra manera. Parece un
pallar, parece una semilla.
Todas
estas referencias que siempre hay hacia formas primigenias, originarias,
marinas: todo remite a un origen de la humanidad o, incluso, del mundo…
Sí. Prácticamente, anterior al hombre.
Exacto.
¿Es usted un ceramista del origen del mundo?
No sé si podría definirme así, pero podría decir que me
interesan las cosas más allá de la superficie. Me interesa siempre lo que está
más allá o más adentro. Yo no puedo dejar de pensar que hay una reflexión
constante en cada objeto o criatura que logro sacar del horno. Finalmente,
pueden ser unos batanes como de agua que recogen la lluvia, una vasija muy texturada
y gruesa que puede ser un fragmento del planeta. Estos parecen fósiles (señala
otras obras suyas). Pero hay una necesidad de no llegar a un trabajo
formalmente definido. Curiosamente, es lo más lejano a la arquitectura, como la
concebimos, de construir con materiales. Es la arquitectura más primaria de la
formación del planeta. Esa arquitectura me interesa y, en ese sentido, me
interesa ese origen previo, esa respuesta directa del cuerpo al material. Acá
uno se da cuenta (señala una de sus obras). Prácticamente, donde la mano
presiona y el fuego abolla, hay una especie de sentirme cómodamente en un nivel
de trabajo en el cual no llego a tener un tipo de sofisticación que tiene que
ver con la elaboración y construcción específica de proyectos con el material.
Me quedo, más bien, en la zona donde el material debe hablar casi solo. Casi
desde su propia voz y la posibilidad de ser transformado con el fuego para no disfrazarlo
mucho. Es un espacio más natural.
Es un
material que habla per se, sin que haya
que explicar mucho.
Donde no haya que trabajarlo demasiado y aceptar lo que
pasa con el material. El material, a veces se deforma, se agobia.
Sigue
su propio rumbo.
Así es. Sigue su propio rumbo.
Incluso,
entendiendo la filosofía como una serie de preguntas que todo ser humano se
hace sobre el mundo, podríamos decir que su cerámica es una filosofía acerca
del mundo. En algún sentido es así. Va al origen, va a las preguntas básicas.
Por un lado, ha sido y es una aventura y un riesgo y una
alegría, también, interesante, abrazar el camino con la cerámica. Opté por la
cerámica como modo de vida. Yo tuve dos grandes maestros en mi momento de
formación intelectual y de crecimiento, cuando me retiro de filosofía. Tuve la
suerte, además, de elegir filosofía, porque si no hubiera ese sido el camino,
hubiera sido el camino de la música, que era lo que más me interesaba. Pero en
conversaciones con mis padres decidimos que seguiría humanidades, una formación
académica. Al no resistir la presión de la academia, decido optar por las
manos. El camino elegido creo que ha sido el más acertado para mí, porque
decidí volver con las manos, volver con el cuerpo y, en algún momento, dejar de
pensar tanto. Pero las piezas piensan, las piezas reflexionan en sí mismas. No
se puede separar tanto. Maestros que yo conozco a través de sus libros, sus
obras, en mis inicios, cuando tenía dieciocho, diecisiete años: Bernard Leach y
Hamada Shoji, británico y japonés. Justamente, los orígenes que yo tengo,
también. Soy peruano, pero tengo un abuelo que nació en Jamaica y tiene origen
británico, y tengo mi otro abuelo que es de origen japonés. Es interesante. Reconozco
a estos dos grandes ceramistas como si fueran mis abuelos. Recibo de ellos una
información muy importante, que es la cerámica como modo de vida, no solamente
como trabajo y como profesión sino realmente como un apostolado, como una
decisión de querer articular una vida con esos trabajos. Con esa disciplina
casi monástica de trabajar diariamente, constantemente, y producir objetos que
puedan sorprendernos.
Cuando
usted hace sus piezas, cuando ya las tiene terminadas o está en el proceso de
terminarlas, ¿usted le habla a sus piezas o siente que las piezas le hablan a
usted?
Las piezas tienen una voz propia. Es un diálogo interesante
y las piezas se mueven solas, finalmente, y deciden su colocación, solas. En un
momento, hay una batalla interesante entre el ceramista y el horno. El horno
tiene que ser, finalmente, un aliado y no un enemigo, y uno tiene que poder
conversar y aprender. (El escultor sigue recorriendo la sala, explicándome sus
obras) Al interior de esta vasija tenemos un pigmento negro. Es un óxido
cobalto muy fuerte. El brillo lo da la pátina con el horno, la cocción de alta
temperatura. Pero cuando sale con varias quemas y múltiples cocciones, porque
esto se quema a través de unos tres o cuatro años. Esto no se hace solamente
como un producto que uno quiere sacar sino que es un producto que va
conversando con uno, y a medida que uno va avanzando, decido colocarlo de esta
forma. Lo interesante es cómo hay una especie de conversación constante y una
necesidad de salvar a la criatura que va naciendo en el horno. Es importante. No
es fácil, porque es un proceso muy costoso. Para cualquier ceramista hacer eso
significa que uno no puede mantener su taller completamente libre de esa
preocupación para ir haciendo productos distintos. En mi caso, yo he hecho vajilla
utilitaria, cerámica ornamental, y me permite,
de alguna manera, tener una línea de trabajo que haga que estas piezas no
sufran la existencia que tienen. Es una suerte poder hacer eso. No se puede
hacer tan fácilmente. No todo el mundo puede separar objetos y decidir
guardarlos durante tanto tiempo para llegar a utilizarlos. De eso soy muy consciente.
Tan consciente que he conservado todas estas piezas cuarenta años. Algunas desde
el inicio. No he querido destruirlas ni dejarlas. Realmente las he conservado
con mucho cariño, como si fueran hijos cada una de ellas. Y están muy cuidadas
para que no se rompan. La cerámica es frágil si uno no la sabe manipular. Se
puede caer, se puede golpear. Es como tener, adoptar un bebé y querer verlo
crecer. Entonces, no es tan sencillo, pero eso es parte del apostolado, del
modo de vida, de la decisión de hacer esto y creo que ha sido uno de los
motores más importantes en mí. La pasión por esta transformación, por ese
quehacer con la cerámica. No hay que pensar tanto para elaborar algo sino que
debe surgir la forma de la manera más natural posible en el quehacer del
ceramista. No es fácil. Es un concepto muy difícil, un concepto que tiene que
ver con parámetros orientales, con parámetros de filosofía, también, de
occidente. Hay que saber cómo lograr eso. Cómo se puede lograr que el trabajo
tenga la fuerza…
Que
tenga mucha espontaneidad.
Que tenga una voz propia y que tenga espontaneidad, que
tenga soltura, que no sea tan manipulado por la mano, por la decisión. Algunos
casos son fortuitos. El hecho de la deformación de esa pieza (señala otra de
sus obras), que es hermosa. La forma perfecta que iba a ser -quizás como la que
está allá, de una forma que terminaba en una punta aquí- termina deformándose,
pero me hace pensar en cómo la naturaleza actúa: la formación de las cordilleras,
los cerros, las formaciones minerales.
También tiene sus propios caprichos.
Claro. Eso es importante. En este caso (el artista señala
otra obra suya), hay un mayor control. Pero el control se descontrola con el
exceso de la cocción aquí. Acá el fuego es más violento hacia la pieza y en
esta (señala otra obra) no permite una dureza de línea casi trabajada. De alguna
manera, parecen piedras ovaladas botadas por la naturaleza. Estas las produje
en México en el año 91. Pero, en realidad, lo importante de Litoral es cómo uno puede comprender
varias cosas. En mi caso, haber trabajado el material de la arcilla más allá de
las posibilidades como las conocemos, con la utilidad. Acá hay un ritual
personal muy intenso, una necesidad personal de que la arcilla y el trabajo de
la cerámica tengan un reconocimiento especial que tiene que ver con el trabajo.
(Nos vamos a la segunda sala de su exposición artística) Que tiene que ver con
una necesidad de que tenga el respeto y la igualdad frente a las demás artes
visuales.
Pocos
artistas lo logran con la cerámica, como usted.
Es difícil el material, porque la gente recuerda lo más
utilitario, la fragilidad. El otro día, en una entrevista me decían: “Pero es frágil”.
Le digo: “Más frágil es el papel que utilicé en la última instalación”. (Llamada
El río) Con un pequeño fósforo se
puede incendiar todo y desaparecer. La cerámica no se va a incendiar. La
cerámica se va a transformar nuevamente y va a tener otra posibilidad. Un
coleccionista y amigo que es editor de una revista importante de Washington, Estados
Unidos, de una revista de escultura, Sculpture
Magazine: su casa se incendió y lo único que quedó vivo fue un pequeño
cangrejo que le había obsequiado. Ese cangrejo cambió su color marrón por un
color grisáceo con la ceniza y el fuego. Me dijo: “¿Lo podemos limpiar? Te lo
envío”. Y le digo: “Lo que ha pasado es que ha sufrido otra vez temperaturas
como si estuviera en mi horno. Lo que tienes que hacer es conservarlo como testimonio
de la resistencia de un material, de la resistencia de la vida”. Es un
sentimiento lo más cercano a sentir que el territorio está vivo. En conversaciones
con Jorge Villacorta, mi amigo, curador, le digo: “Litoral está cambiando constantemente. La costa no es solamente
costa. Viene el agua, la erosiona, cambia de forma. En el invierno cambian los
colores, la humedad la absorben las lomas, el desierto. Cambia todo”. Lo mismo
sucede con estos organismos que están acá (señala algunas de sus obras): han
ido cambiando el proceso y/o la relación con los materiales y eso es muy
importante. Es importante ver cómo es viable un trabajo con la cerámica en un
país como el que tenemos, que tiene un legado prehispánico maravilloso. Es
decir, debería haber muchísimas más personas que deberían animarse a trabajar
la arcilla y poder transformarla. Sé que es difícil, se requiere medios, se
requiere de posibilidades. Yo tuve la suerte de tener una familia que comprendió
la importancia de este trabajo y la necesidad mía de tener retos y tener
logros, pero también pienso que, por un lado, hemos sacrificado otra suerte de
comodidades por lograr acumular este trabajo. Con estas varias toneladas de
arcilla que tenemos acá, hubiera producido productos industriales de menor
costo y menor formato para distribuirlos rápidamente, pero lo que decidí fue
apostar por otro camino más duro, más honesto para mí y más difícil.
También
hay un tema de simbología. Pocos artistas podrían llenar de símbolos muchos de
sus trabajos y dar el nivel de producto artístico, de obra artística. Eso
también es difícil. Por eso no hay muchos Carlos Runcie Tanaka en el Perú.
Pero debería haber más. Hay gente que no conocemos y no los
hemos descubierto aún sino que hay que potenciarlos. Yo sí tengo que agradecer
a esa familia, tengo que agradecer a la sociedad, al Perú, que me ha cobijado y
me ha permitido hacer este trabajo. Sin Perú no hubiera ido a este trabajo. Yo
me quejo, a veces, que el Perú no tiene suficiente potencia para mí, para tener
un horno más grande para hacer esculturas de diez metros de altura. Menos mal
que no porque haríamos un forado en los montes y usaría toneladas de arcilla. De
repente, cambiamos el ecosistema. Si he producido tanto, tanta masa de arcilla
en cuarenta años, con ese horno pequeño que tengo en mi taller, ¡imagínate si
hubiera podido tener un horno gigante, industrial! Hubiéramos depredado gran parte
de los cerros. Parece broma, pero es cierto. Hay que darles instrumentos también
a las personas que quieran acercarse a la cerámica. Hay pocos lugares en el
Perú donde se enseña cerámica, actualmente. Uno de ellos es la Universidad
Católica, que tiene un curso de escultura. Es un curso electivo, me parece. Todos
los muchachos que hacen ahora cerámica -hay varios talleres en Barranco- tienen
muy buena voluntad, vienen de la escultura, de las artes plásticas, de una
formación académica, dibujan, pintan, esculpen con otros materiales, pero
quieren ser ceramistas. Tienen la intención. Yo pienso que deberían tener
posibilidad de un aprendizaje como el que yo tuve, porque no solamente se puede
enseñar la cerámica con manuales, libros, técnicas, fórmulas. Eso es
importante, también, pero creo que la disciplina del taller, los retos del día a
día son distintos. Lo más importante es quizás lograr tener, como bien me
comentaste, un Centro de Cerámica. No todo el mundo va a tener los recursos
para tener un horno en su propia casa, con su taller. Es muy costoso. Pero sí
se podría tener un centro donde la gente pudiera ir y experimentar. No
solamente los ceramistas, pero los artistas visuales y arquitectos.
O alquilar
el espacio.
Alquilar el espacio, poder tener las facilidades del horno,
o tener técnicos que pudieran ayudar a un pintor a hacer un gran mural con
estos materiales. Puede ser que el ceramista no llega a hacer su mural, el
pintor sí puede idear un mural. Eso enriquecería, de todas maneras, a todo el
mundo. Hay un grupo de ceramistas que estamos conversando. Por mencionar
algunos nombres, está la señora Grimanesa Neuhaus, que tiene un trabajo de
cerámica utilitaria muy bello y de diseño basado, más bien, en la tradición
colonial española. Estos trabajos muy decorados, muy ornamentados, que tienen
que ver, a veces, con la tradición del sur, con Pucará, con Cusco. Ahí está
Sonia Céspedes, que tiene un trabajo como el mío, a alta temperatura también,
con exploración de materiales, muy técnica, que tiene una gran escuela-taller
de cerámica. Y Arturo Claudet es un escultor joven. En el Cusco tenemos a
(Julio) Gutiérrez, que es un gran ceramista, que hace cerámica vidriada, siendo también
la herencia de la colonia y la ornamentación sobre la superficie de los cántaros
y los platos. Tenemos la gente de Chulucanas. A José Luis Yamunaqué, Polo
Ramírez, en fin. Mencionamos en algún momento al gran maestro Félix Oliva,
quien con Carlos Bernasconi tenían el taller Billar T. Cuando yo empecé, muy
joven, ellos eran los maestros, los grandes ceramistas. Yo aprendí viéndolos
también. Pero se necesita juntar esfuerzos. No vamos a ningún lado si no
podemos, de alguna manera, agrupar esos esfuerzos. En la Católica olvidé mencionar
que el profesor que es en gran parte responsable por los buenos artistas
plásticos que quieren ser ceramistas ahora es Ignacio Guzmán, junto con Jorge
Izquierdo, otro escultor. Entonces, hay esfuerzos aislados. Yo creo que tendrían
que juntarse. Así como hay un Centro de la Imagen, de la fotografía, debería
haber un Centro de la Cerámica. Y por qué no, un Centro de los Textiles,
también. Imagínate, ¡sería extraordinario! El día en que tengamos muchas más voces
hablándonos desde este material, probablemente, no va a ser tan extraño ni tan
difícil que la gente lo asimile como una obra más dentro del universo de la
producción de las artes visuales y la plástica en el país. Todavía hay mucho
más camino por recorrer. Está cambiando, la gente comienza a interesarse. No es
que no haya un coleccionismo interesado en la cerámica o en el objeto. Siempre
hay el temor a la fragilidad, a la pérdida del objeto, pero todo se puede
perder. En un momento, un dibujo se puede quemar, se puede rasgar, la tela puede
ser cortada. No somos eternos.
Nadie.
Nadie. Nosotros ni los objetos ni nada. Y el mundo cambia
constantemente. Algún día este planeta, Dios no quiera, que explote como esa
pieza (señala una de sus obras), porque ahí estamos yendo.
Claro.
A la autodestrucción.
Así como manejamos el planeta, va a terminar de otra
manera. Entonces, lo más interesante es esa conciencia y esa necesidad de
juntar esos esfuerzos. Hay ceramistas en el extranjero que yo respeto muchísimo.
Kukuli Velarde. La conocemos a Kukuli. ¿La conoces?
Sí.
Importante. Christopher Davis, de repente no lo conoces
tanto. Habría que buscarlo. Es muy buen ceramista. Lo puedes buscar en
Internet, Davis-Benavides. Y es peruano-norteamericano, radicado cincuenta años
en Estados Unidos, catedrático, extraordinario. Quizás el ceramista con la
mayor autoría y educación para ayudarnos en la currícula de estudios para un
centro de cerámica. Si yo lograra hacer algo así, lo llamaría de todas maneras
como un asesor fundamental. A él y a su hermano, Alfredo Davis, que tiene que
ver con el arte popular, con la investigación. Hay mucha gente en el Perú. Solamente
se necesita tener las condiciones y el espacio y la voluntad, tanto desde las
autoridades del Gobierno como de los privados, las empresas, para juntar
esfuerzos. El sector minero que produce estos materiales, ¡por favor! Juntarnos
y decidir ayudar a la educación con un Centro de la Cerámica. Espero verlo
antes de que me transforme como los materiales, en algo más, en otra criatura
más.
Le
quiero agradecer muchísimo, la verdad es que yo, si bien no he seguido su
trabajo desde hace tanto…
Eres más joven, Gianmarco.
…sí lo
he seguido en los últimos años. Yo respeto mucho su trabajo, lo respeto mucho
como artista. Para mí, esto es un lujo, un honor, y le agradezco, enormemente,
esta entrevista.
Gracias, Gianmarco. Solamente quiero añadirte para cerrar:
¡qué bueno que haya el interés de una generación de jóvenes como ustedes! No
solamente apuestan por la cultura sino que ya tengan instrumentos. Porque tú,
creo que perteneces a San Marcos, ¿no es cierto?
Estudié
en San Marcos periodismo y también psicología en la Católica.
Claro. Pero hay un grupo de profesionales en el sector de
la cultura y la gestión cultural, que todos vienen de San Marcos. ¡Es una
maravilla! Creo que ni la Católica. De la Católica no salen tantos como de San
Marcos.
Salen
más creadores.
Salen más creadores porque tenemos la facultad de artes
plásticas. Es que hay historia del arte en San Marcos, ¿no es cierto?
Sí, es
cierto. Es parte de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Es una
especialidad, una carrera.
No es un curso, es una carrera. Ahora hay críticos de arte
jóvenes que están acá en el MAC o en otros museos.
Curadores.
Quiere decir que sí tenemos una producción educativa, que
es como una producción de piezas de cerámica. Producimos gente que puede llenar
el vacío y la carencia que hemos tenido. Ahora sí pueden trabajar en galerías,
museos, que es importantísimo.
Se
necesita gente que promueva el arte por todos lados.
Se necesita eso, pero el factor humano está y está
creciendo cada vez más. Ojalá que sí se tome en cuenta la discusión de la
cerámica. Todavía no han salido tantas personas que escriban y reflexionen
sobre la cerámica. Jorge Villacorta es una persona, Gustavo Buntinx. Desde el
arte popular hay mucha gente. Stastny antes… Y muchas personas que han
aportado.
Francisco
Stastny.
Pero la cerámica contemporánea necesita, también, gente que
escriba. Creo que van a salir ya, poco a poco, muchachos. Están haciendo un par
de libros ahora en la Católica, que necesitan la tesis sobre cerámica. Quiere
decir que, eventualmente, habrá crítica de arte más específica sobre la
cerámica. Así como uno habla de Ramiro Llona, de José Tola, ahora vamos a
hablar de…
De
Polanco.
…un punto de vista distinto al otro. ¡Ah! Me he olvidado de
mencionar a Patricia Camet: es una gran ceramista. He visto su trabajo, que
también expone, está en el circuito de las artes plásticas constantemente. Es
una protagonista muy importante. Y gente
como Jerí en Ayacucho, olvidado. Pablito Jerí: gran escultor que viene, además,
de una formación académica. Ha seguido artes plásticas, pero trabaja artesanalmente,
siguiendo su tradición de Quinua. Gedeón Fernández está acá… Es decir, materia
prima, cantera, hay de sobra en este país, lo que se necesita es…
Más
difusión.
Juntar pensamientos, más difusión, promoción, que se vea y se
respete, porque esa es la única manera, quizás.
Y que
entren a los espacios, a las galerías, a los museos.
Una vez que eso suceda, yo creo que la gente va a pedir más
y va a comprender también mejor ese trabajo, por diferencia con el otro. De
repente, en una próxima muestra se da Gedeón Fernández, José Luis Yamunaqué,
donde la cerámica es de baja temperatura, que tiene que ver con una raíz
cultural peruana milenaria. Entonces, puede ser interesantísimo, porque ahí sí
se puede dialogar, hablar de diferencias técnicas, diferencias de opciones.
Como un pintor que escoge el óleo, el otro escoge la acuarela, otro escoge el
dibujo. Igual en este caso. Todavía estamos empezando. Poco a poco. Se debe
lograr, en algún momento. Tengo que agradecer al Perú. Yo sí creo en un Dios
que mueve todo. Así como hay un Dios del fuego para mí, para ayudarme a crear
estas piezas, hay algo que se mueve y nos ayuda y es importantísimo. Tengo
mucha fe siempre en perseguir esa espiritualidad con la vida y el trabajo, sin
ser tan religioso. Lo he dicho otras veces, pero sí hay un sentido espiritual
muy intenso y un sentido de hacer la vida viable con las demás personas. La
familia es muy importante para mí. El MAC Lima ha brindado el espacio y los
muchachos han ayudado muchísimo a hacer este trabajo. El curador Jorge
Villacorta ideó una tesis importante para mostrar la cerámica. Fue una idea de
él. Me dijo: “No vamos a hacer instalación. Vamos a presentar al ceramista”.
Que está muy bien. Ha sido una opción correcta, buena y tenemos el apoyo
importante de una empresa, que ojalá siga haciéndolo siempre: Repsol Perú. Es
la que ha auspiciado un proyecto de esta naturaleza y eso es bueno, porque
estas tarimas han sido hechas específicamente para la instalación. Yo diría que
son esculturas en sí mismas. Recuerdan las tarimas que utilizo en mi taller
cuando salen las piezas del horno. Cuando veo todas estas piezas acá, siento
como que el horno sea todo el hangar gigante y ha botado estas piezas y las
está moviendo sobre el suelo de mi taller, sobre estas tablas de pino que
coloco siempre para aislar el calor de la cerámica del piso frío. Esto es muy
interesante. Fue una conversación con Villacorta y decidimos mantener el nivel
horizontal, el territorio horizontal de la marea baja, de la arena y de
observación al suelo, como comentaste. Como una persona que recoge crustáceos.
Ojalá que la gente lo perciba así y te agradezco, nuevamente.
Muchas
gracias y espero que no sea la última vez que conversemos.
Gracias por la paciencia.
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