“En la vida, ganas o aprendes, nunca pierdes”
Entrevista
y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
El legendario saltador de alto Hugo Muñoz Llerena (Lima,
1973) volvió a fines de 2015 al Perú y se reencontró con sus familiares, amigos
y muchos aficionados al atletismo. Nuestro todavía hombre récord del salto alto
-con 2.30 metros- y récord sudamericano sub 23 estuvo en Lima con su bella y
gentil esposa estadounidense Jenna, así como con su preciosa y talentosa hija
Daniella.
Actualmente, Hugo está dedicado a entrenar, de manera muy
exitosa, a jóvenes atletas en los Estados Unidos. Manjula Kumara Wijesekara (bicampeón
asiático que participó de las Olimpiadas Atenas 2004, donde quedó en el puesto
20), David Guidry (campeón estatal indoor de Louisiana en 2015), Cole Moeller
(campeón estatal de Iowa en 2015), Melvin Broughton (campeón estatal de Alabama
en 2015), Tierney Lindner (campeona estatal de Wisconsin 2014) y Hunter Weeks
(campeón estatal de Michigan 2014) han sido algunos de sus pupilos.
Entre los atletas que entrena se encuentra, también, su
hija Daniella, quien muestra notables condiciones para el salto alto. Me
comentó su esposa Jenna que su hija y Hugo “son amigos”, lo cual hace más sencilla
y agradable la transmisión de conocimientos deportivos hacia su prometedora hija
adolescente. Y cuando le pregunté a Daniella por qué país competiría en el
futuro, si por la patria de su padre o los Estados Unidos, ella me dijo
convencida que prefería representar al Perú.
En la década de 1990, Hugo -que durante su destacada
trayectoria fue entrenado por los reconocidos Abelardo Castillo, Augusto Málaga
y Duberly Mazuelos- brilló internacionalmente en el atletismo, junto a otros
referentes peruanos como Gilda Massa, Marilú Salazar, Eduardo Acuña y Juan José
Castillo. Logró ser campeón sudamericano juvenil en 1992 y dos veces subcampeón
de los Juegos ODESUR (hoy llamados Juegos Suramericanos): en 1990, en Lima, y
en 1994, en Valencia (Venezuela). Asimismo, fue cuarto en el Campeonato Iberoamericano
de Mar del Plata (Argentina), en 1994.
Desde 1992, cuando batió en Lima por primera vez el
récord nacional absoluto -que pertenecía a Fernando Abugattas con 2.16 metros-,
a los diecinueve años, Hugo se convirtió en un nombre fundamental de nuestro
atletismo. Tres años después, elevó el récord nacional hasta los 2.30 metros y
no existe, todavía, el atleta que pueda quebrar su mítico registro (que es el
tercero mejor de la historia en dicha prueba, en el atletismo sudamericano).
Para fortuna de él, en su época competitiva había otros grandes saltadores,
como Santiago Lozada, Franco Moy y Valery Abugattas, quienes lo motivaban a
superarse constantemente.
En la siguiente entrevista -realizada una tranquila tarde de noviembre en la VIDENA-, Hugo explica detalladamente cómo transcurre su vida en los Estados Unidos, donde es entrenador de atletismo (además de ser docente de español en Katy High School) y revela, por primera vez para un medio de comunicación peruano, algunas situaciones polémicas que vivió durante su época de atleta de alto nivel. Cosas de las que se supo muy poco, pero se especuló demasiado cuando fue a competir en las Olimpiadas de Atlanta 1996 y Sydney 2000.
También dialogamos sobre la mentalidad comercial que
impera en el atletismo de alta competencia, el terrible escándalo de dopaje en
la federación rusa, la ocasión en que venció a Charles Clinger (quien era el campeón
estadounidense de salto alto en aquel entonces), la vida esforzada que debe llevar
un atleta peruano en el extranjero, el profundo amor hacia su hija y su esposa
(quienes comparten, también, su pasión por el atletismo), y algo sumamente
positivo e importante: cómo logró el subcampeonato mundial de jiu-jitsu, su
otro deporte favorito, hace unos pocos años.
Muchísimas
gracias. Para mí, es un honor, un lujo, estar acá. Tú eres parte de la historia
del atletismo peruano. Te admiro desde hace años, porque yo, también, he sido
atleta.
A ti las gracias, Gianmarco. El honor es mío de estar
acá, compartiendo contigo. Cada (vez) que yo le puedo enseñar a mi esposa y a
mi hija lo que es nuestro país, me hace muy feliz.
Quería
empezar por tu trayectoria en el atletismo, luego tocar un poco el jiu-jitsu y
luego, obviamente, el tema de tu hija que me parece fantástico por la
proyección que tiene. Uno, que sabe algo de atletismo, ve que hay proyección a
largo plazo.
Gracias.
Tú has
sido campeón sudamericano el año 1993 acá, en Lima, cuando, de repente no
esperaban que el peruano Hugo Muñoz fuera campeón. ¿Cómo recuerdas esa época?
La recuerdo con mucho cariño. Eran épocas bastante
distintas a las que veo hoy. Hemos avanzado, por lo que veo en el Internet,
realmente. Cuando los chicos van a las competencias, tenemos una mayor cantidad
de participantes. Y no solamente participantes, (son) chicos que están haciendo
un muy buen papel internacionalmente. Eso, como peruano, pues, me llena de
orgullo, porque es una gran señal de que estamos avanzando. Entonces, la época
del 93 la recuerdo con mucho cariño. Fueron épocas donde, definitivamente,
hacer atletismo era duro, pero así fue como lo hicimos y logramos resultados.
Para mí, las cosas son como son. No es que si hubiéramos tenido más, hubiéramos
hecho más o si hubiéramos tenido menos… Fueron difíciles, pero las vivimos y
las disfrutamos al máximo. Yo siempre trato de llevarme lo mejor de toda
situación y de todo el mundo. Trato de inculcarles no solamente a mis atletas
en los Estados Unidos, también a mi hija, que todo llega, en un camino que ya
he caminado nacional e internacionalmente.
Hugo,
justamente este año 1993 fue especial para ti, porque ganaste el Orlando
Guaita, en setiembre, con 2.20 m.
(Hugo asiente con la cabeza).
También
disputaste los Bolivarianos (en Cochabamba) con Gilmar Mayo, que era el récord
sudamericano, que al año siguiente hizo los 2.33 m.
Sí.
Disputaron
hasta el último (momento). Tú quedaste segundo ahí con 2.15 m. y Valery Abugattas
quedó tercero, también con 2.15 m.
Creo que sí.
Ganó
Gilmar con 2.20 m. Haber tenido al récord sudamericano ahí, compitiendo contra
él, habrá sido muy estimulante en esa época.
Por supuesto. Gilmar fue un atleta de nivel mundial. Una
vez que uno salta 2.28 m., 2.30m. para arriba eres una persona de nivel mundial.
Gilmar era dos años mayor que yo, un gran competidor y buena persona. Siempre
estuvimos en varias competencias. Creo que, también, estuvo en el campeonato
sudamericano (de 1993): me parece que en esa competencia no le fue muy bien,
ahí gané yo. Y después me lo he encontrado en unas cuantas competencias más. Salto
es salto, dependiendo del día que uno tenga. A veces se gana, a veces se
pierde, pero esa era una época de gran nivel en Sudamérica. Con Gilmar, unos
cuantos brasileros, Fernando Moreno de Argentina…
(Ricardo)
D’Andrilli.
A la larga, todos grandes amigos. Eso fue lo más bonito
que yo me llevé de este deporte. Pocas veces nos comunicamos. Todavía mantengo
contacto con casi todos ellos.
En
Facebook.
Sí. Y, la verdad, cuando tenemos contacto por el Facebook,
nosotros no hablamos de las marcas ni de lo que saltamos ni de los fabulosos
que éramos en esas épocas. Realmente no hablamos de eso. Hablamos de las
experiencias. La parte humana fue lo que nos llevamos y eso es lo más
rescatable. A la larga, el cuerpo nos ha dejado a todos. Todos hemos,
prácticamente, forjado caminos distintos, pero, al mismo tiempo, el amigo y la
persona siempre se han quedado ahí. Y el espíritu competitivo, todos nosotros
lo hemos transferido en una carrera profesional que nos ha llevado más allá del
salto mismo y manteniendo siempre esa amistad. Me parece una relación muy
bonita con todos ellos.
Las
nuevas generaciones, en este caso, Arturo Chávez Korfiatis, que es el campeón
bolivariano y peruano -aunque nació en Chile-…
No sabía eso.
Sí,
nació en Chile, pero está compitiendo por Perú. Él te admira y dice que quiere
batir tu récord, tu 2.30 m. Y está cerca, en 2.25 m.
Claro. La realidad: los récords se han hecho para batirse.
Y ojalá, porque yo creo que ya han sido veinte años o un poco más. Aferrarse a
un récord… El récord nacional es del país, no es de uno. Así que si viene una
persona y lo bate, ¡qué bien!, porque es señal de que estamos avanzando. Es
más, cada persona que viene a batir el récord de otro es como un tema de
agradecimiento. Porque si no hubiera ese récord, tú no te hubieras esforzado a tratar
de ser mejor.
Es
un estímulo.
Así es. Lo mismo pasó con Fernando Abugattas: gracias,
Fernando, por lo que fuiste, eres y serás, porque esa marca me ayudó a empujarme
a ser mejor cada día. Y cuando seguí avanzando, te llevas parte de esa persona
y de ese récord contigo. Entonces, ojalá. Porque una vez que eres parte de la
historia…
Nadie
te lo quita.
Yo viví eso, eres parte de una historia. Y cada persona
que lleva el récord, pues, se lleva a todos nosotros con él y todos avanzamos,
así que ojalá.
Decía
Javier Sotomayor que la mentalidad de los atletas, sobre todo de los que son de
alta competencia, era una mentalidad muy comercial, que se había elevado
demasiado. Dice: “Cierto que para muchos el atletismo es un trabajo, pero hay
algunos que exigen más de la cuenta para ir a competencias como mundiales y
Olimpiadas”. Este tipo de mentalidad comercial en torno al atletismo, ¿existía
en tu época o ahora es mucho más fuerte?
Por supuesto que existía. Y la realidad es que, a nivel
internacional, todos cobrábamos. Unos más y otros menos, pero todos cobrábamos.
En el tema de Javier y en ciertos países comunistas, yo, de repente, podría
entender que los atletas no veían el grueso de lo que cobraban por ellos. Pero
que el dinero salía de la misma billetera y salía acorde de los logros de cada
deportista, claro que sí. Probablemente, la diferencia entre ellos y otros
atletas que venían de países capitalistas sea que era una cosa directamente
entre el atleta y el manager. Me parece que en los países socialistas las cosas
eran distintas. De ese tipo de temas, yo solamente te puedo decir lo que de
parte del comité organizador de cada una de las competencias salía para los
atletas. Que llegue a un atleta o no, eso ya tenía que ser dependiendo de su
sistema. Personalmente, no me gustaría hablar de eso porque cada atleta, cada
federación y cada país tenían cierto sistema.
Y
qué opinas que ahora -en estos días ha sido una noticia muy triste, muy
negativa- a la federación rusa la van a suspender y la misma Yelena Isinbayeva
ha saltado a decir que ella sí está limpia, a diferencia de todos los demás que
están acusados de dopaje.
(Hugo se queda pensando en silencio, entristecido).
¿Llega
a un nivel tan fuerte la presión que toda una federación de un país puede estar
corrupta? Nunca había pasado algo así. En casos aislados (de atletas) sí, pero
no a este nivel, de federación.
El deporte como deporte solamente es una utopía. El
deporte, por historia, ha sido siempre utilizado con fines políticos y
económicos. A la larga, uno llega a un nivel donde, definitivamente, cobras
dinero y te vuelves un atleta profesional. Entonces, el doping es una
problemática de todos. Patrocinadores, entrenadores, atletas, federaciones,
dependiendo de dónde estés en el mundo, vas a darte cuenta que es una problemática
mundial. La realidad de esto es que sería ideal competir limpios. Yo tuve una
carrera limpia toda mi vida. Lógicamente, competí con muchísimos de esos
atletas. Algunos de ellos terminaron dando positivo. En nuestros países, por lo
menos en el Perú, en ese momento, se hablaba de eso. Pero, número uno, acá no
se tenían los laboratorios y no teníamos conocimiento (técnico) de eso,
realmente. No había, por ejemplo, ¿qué se toma?, ¿cómo se toma? Todas esas
cosas son hechas a un nivel médico, a un nivel laboratorio. En el Perú, los
atletas no tenemos ese tipo de información. Entonces, no fue algo que nos
afectó. Más por el tema de que la gente, simplemente, no sabía. En el doping, comparados
con otros países, podríamos haber estado en pañales. Y, de repente, hasta ahora.
Doping o no doping, la gente tiene que entender que es más un problema social.
¿Por qué? Imagínate que -sin nombres, ninguna referencia a nadie- tenemos un
atleta de muchísimo nivel acá, en el Perú. Llamémoslo Juan, es un atleta fenómeno.
La prensa lo adora y las cosas le están yendo muy bien. De un momento a otro,
Juan da positivo. El problema es este: ves chicos en las escuelas que dicen:
“Dios mío, yo quiero ser como Juan. ¿Qué hago? Voy a tener que doparme”.
Entonces, empiezan a utilizar sustancias para tratar de aumentar masa muscular,
para recuperarse y cosas así. Empiezan a tomar una dosis y no obtienen los
resultados que quieren. Empiezan a tomar otras dosis. Lógicamente, si lo están haciendo
así, no tienen ni siquiera un control médico. Como acá no tenemos laboratorios,
lo empiezan a hacer como lo hacen los chicos en los gimnasios. ¿Cómo le explico
yo a ese muchacho que se está metiendo, probablemente, los mismos fármacos -en
esta situación ficticia de un gran atleta peruano, Juan-, de que él, no importa
lo que se meta, nunca va a ser Juan? Porque no tiene la genética que Juan
tiene.
Claro.
La realidad es el daño que le puede hacer a una juventud
que quiere ser como su ídolo y que piensa que la razón por la que Juan es un
gran atleta es porque él utilizó esa sustancia. No. Juan tiene una genética
tremenda y, al mismo tiempo, usó sustancias prohibidas. Él fue lo que fue, el
número uno, porque tiene una genética tremenda. Encima de eso, hizo otras
cosas, por supuesto. Pero no importa cuánta química, cuántas sustancias
ilegales se meta un muchacho cualquiera en las escuelas: si no tiene la
genética él nunca va a poder ser como Juan. Entonces, termina dañándose
físicamente y puede causarse un daño irreparable, tratando de llegar a ser como
un ídolo. Ese es el problema. ¿Cómo le dices a una población de niños que
quiere ser como su ídolo, que la razón por la que él es como es no es por las
sustancias que está tomando para el deporte?
Es,
un poco, como el caso de Maradona. Hay gente que piensa que Maradona se metía
drogas y por eso fue un grande. No. Maradona era un genio y, aparte, se metía
drogas.
Así es. Eso es otra cosa. Maradona es Maradona. Es como
Pelé. Son personas que tuvieron una genética tremenda. El problema del doping
tiene varios ángulos de verlo. Va mucho más allá de solamente “se metió el
doping”. El problema es que cuando estas cosas salen a la luz tú estás hablando
con una población que dice que, de repente, para tener ese tipo de desempeño sí
lo hace. Lo que esos chicos no saben es que jamás van a poder ser eso porque no
tienen la genética. Y si te vas ya a un tema organizacional, lo que está
pasando con Rusia es porque algunos países ven el deporte con fines políticos
internamente o internacionalmente, lo ven como un negocio. No solamente ellos:
los mismos atletas. Entonces, ya estás hablando de otras cosas. Cada quien está
tratando de buscar una manera de alargar su carrera, de mejorar sus marcas. Eso
los va a hacer más cotizados, van a ganar más dinero, van a seguir teniendo
esta vida y van a seguir teniendo trabajo. La realidad es esa. Porque, en este
momento, muchos de esos chicos lo (único) que hacen es este deporte. ¿Cómo
hacen para mantenerse en esta élite? Probablemente, tengan que recurrir algunos
atletas -no digo todos- a sustancias prohibidas. Esa es la problemática.
Hugo,
ya hablamos de un tema álgido en el atletismo, que es el dopaje, y también quería
hablar de otro tema: las lesiones. Tú sufriste bastante por ese tema. Como le
pasó a Agassi, que era tenista. La alta competencia siempre es dolorosa. Casi
no hay atleta de primer nivel mundial que no haya sufrido una operación, dos,
tres cuatro, o la lesión uno, dos, tres, cuatro, durante años. Tú estuviste años
lesionado, te operaste el tobillo, tuviste ligamentos rotos, tendones rotos. ¿El
cuerpo llega a superar con los años eso o siempre queda una secuela?
Depende del tipo de la lesión, de la severidad de la lesión.
Y, al mismo tiempo, si requieres cirugía, lamentablemente, todo depende, otra vez,
de la severidad de la lesión. También, de qué tanto trauma ocasionan a tu
cuerpo cuando entran, arreglan y salen. Mientras más cuidadoso sea el doctor en
el momento que entra a tu cuerpo, arregla lo que tiene que arreglar y sale sin
causar daños, probablemente, más rápido te vas a recuperar.
Cecilia
Tait, por ejemplo, tuvo como siete operaciones.
Sí.
Una
voleibolista extraordinaria.
Sí.
No
hay alta competencia sana, saludable.
Lo que nosotros llamamos “estás mejorando” es realmente
“tú cuerpo está reaccionando a que tú lo estás tratando de destruir”. Por
ejemplo, necesitas una vacuna: si el virus te ataca directamente sin vacuna, te
mata. Entonces, ¿qué hacemos? Nos vacunamos. Te ponen una dosis muy pequeña del
virus cuando te vacunan. Tu cuerpo,
automáticamente, ve ese virus adentro y como no ve mucha cantidad, trata de
atacarlo. Para evitar que el virus te mate, tu cuerpo crea un sistema
inmunológico que va a hacerte resistente a ese virus. Es lo mismo que sucede
cuando entrenamos. Nos metemos cargas de trabajo y después nuestro cuerpo trata
de curarse a sí mismo. Mientras se va curando, eso es lo que nosotros llamamos
“estamos mejorando”. Esa es la realidad. Tú empujas tu cuerpo y se vuelve más
fuerte, más rápido, más resistente. Tus articulaciones están más preparadas
para el impacto y le sigues dando. Todo es un juego de números. Llega un
momento donde la edad (afecta), no somos eternos y tienes que empezar a
entrenar más inteligente que fuerte. Mientras más avanzas y más fuerte te
vuelves, tienes más edad. Va a llegar un momento donde, lamentablemente, tu
cuerpo te va a decir: “Hasta aquí nomás”. Algunos se pudieron retirar, por lo
menos, porque dijeron: “Mira, ¿sabes qué? Mejor ahí nomás si no voy a terminar
con tendones rotos o algo me va a pasar“. En mi caso, llegó un momento donde te
retiras porque algo pasa severamente y tu cuerpo te dice: “Ya no más. Se acabó”.
Hugo,
yo leía los periódicos (de los años noventa) y veía que en las Olimpiadas no te
iba bien. Siempre me quedó esa duda. Por ejemplo, había investigado que habías
clasificado a Sydney 2000 con 2.25 m.
Un mes antes. Así es.
Yo
me preguntaba qué le pasaba a Hugo Muñoz para que en ese lapso entre la
clasificación y el día de la eliminatoria en las Olimpiadas no rindiera lo que
él mismo podía dar.
Claro.
No
esperábamos nada del otro mundo, esperábamos solo lo que tú podías dar, que era
bastante.
Claro.
¿Qué
te pasó en esas Olimpiadas, Hugo, justo antes, para que no llegaras en tu pico
(de rendimiento)?
Las lesiones me empiezan a agobiar a los veintiocho años.
Yo me lesioné severamente a los veintidós. Yo salto 2.30 m. a los veintidós
años. En la época que salté 2.30 m. yo estaba entre los veinte mejores del
mundo. Y no solamente eso: las personas que eran del 73, los muchachos que
estábamos ya subiendo a saltar a una élite, estábamos saltando con todos (los atletas
mayores) y yo estaba entre los tres mejores talentos del mundo en ese momento,
por mi edad.
Por
proyección.
Claro, por proyección. Entonces, cuando estamos hablando
de dos Olimpiadas es: ¿qué pasó en una y qué pasó en otra? Yo me lesiono,
prácticamente, cuatro meses después de haber saltado 2.30 m., como en febrero,
marzo de 1996. Para empezar, en esa época, había problemillas de la federación
y en ese momento mi entrenador Abelardo Castillo tenía que conversar el tema
del dinero. Abelardo no podía entrenarme si es que la federación no llegaba a
un acuerdo con él. Lo que pedía y lo que no pedía eso es entre ellos dos. Yo
con él me siento muy agradecido. Que si pidió mucho o no, cada quien valora su
trabajo. Yo soy maestro de escuela, pero, al mismo tiempo, soy un empresario. Y
a mí nadie me va a decir lo que cuesto o lo que no cuesto. Yo no voy a
cuestionar a nadie cuando estamos negociando una oferta. Abelardo estaba
tratando de negociar en ese momento con la federación. Mientras tanto, yo
estaba sin entrenador. Ya estábamos como marzo y, realmente, no se podía
(solucionar el problema). Por lo mismo que competí internacionalmente
muchísimo, tengo amigos que eran de otras partes. Me acuerdo que hablé con
Charles Austin y me dijo: “Vente a entrenar acá”. Y ahí (en Estados Unidos) unas
universidades me estaban ofreciendo becas. Entonces, me dije: “Bueno, vamos a
ver”.
Perdón,
¿con quién conversaste?
Charles Austin, el que ganó los Juegos Olímpicos de
Atlanta.
El
moreno.
Claro. Ahora, eso no quiere decir que él me vaya a
entrenar. Eso es lo que mucha gente dice: “Te vas a entrenar allá con él”. No.
De repente, podemos entrenar unos cuantos días allá, pero en Estados Unidos las
cosas son así: cada quien hace lo que tiene que hacer y punto. Yo acá no tenía
entrenador y allá no tenía entrenador tampoco.
¿Nunca
pudiste entrenar con Charles Austin?
Sí, porque somos amigos y, prácticamente, estábamos en el
mismo pueblo. Lo que pasa es que yo estaba lesionado. Entonces, a veces, hacía
yo ciertas cosas con él. No es como uno lo piensa. Allá en Estados Unidos, cada
quien vive su vida. No es como acá. Él entrenaba en el mismo lugar donde yo
estaba y ahí coincidíamos varias veces. Aparte, al mismo tiempo, había universidades
que me estaban ofreciendo becas, pero yo ya me había lesionado acá. Yo
necesitaba una operación en el sitio, en el tobillo. Yo destrocé tendones,
destrocé cartílagos, había una rotura dentro del hueso.
¿Antes
de Atlanta?
Antes de Atlanta. De un momento a otro, me dijeron:
“Tienes que renunciar”. Nadie te garantiza que vas a poder llegar a unos Juegos
Olímpicos. Todo lo que he ganado, me lo he ganado a mérito propio. Y a todos
los campeonatos a los que he ido, desde que yo he sido chico… Sé que hay muchas
personas que hacen los torneos y, de un momento a otro, por alguna cuestión, llevan
a personas que no han hecho marca. Eso, en toda mi trayectoria deportiva, nunca
sucedió. En cada campeonato que yo he estado es porque he clasificado al campeonato.
A todos los campeonatos internacionales. Me fui allá, lesionado, traté de
entrenar con dolor. Tenía que, a veces, caminar primero para que el tobillo
calentara un poco, después empezar a trotar, pero trotaba medio cojeando, hasta
que calentara. El problema es que mi tobillo botaba el líquido, se inflamaba de
una manera impresionante y no lo recogía. Estaba todo dañado adentro. Yo
necesitaba una operación, pero no me podía hacer la operación porque yo había
clasificado a los Juegos Olímpicos.
Tú
querías estar allá.
Es que a mí…
Te
había costado.
…de la pista me tenían que sacar: la única manera. Me
había retirado, pero yo saltaba de vez en cuando y trataba de regresar. Llegó
un momento donde se me tuvo que romper el tendón de Aquiles. Para sacarme de la
pista me tenías que sacar en camilla. Esa es la mentalidad que yo tenía.
Hubo
gente acá que dijo que tú justamente para los Juegos (Olímpicos) como que te “chupabas”,
que era mucha responsabilidad.
Ja, ja, ja…
Yo
no creía eso. Yo decía: “Si alguien hace un marcón como el que habías hecho, no
se puede ir a la nada, pues. Seguramente, algo pasó”. Por eso te lo preguntaba.
Claro. Es que tienes que entender que en esa época acá
había fines políticos. Mucha gente estaba tratando de esperar que las cosas salieran
(mal).
Era
evidente que te tenían envidia.
Es algo muy triste. Yo no quisiera hablar que el Perú es
así. No, el Perú no es así. Mi país, mi Perú, es mejor que eso. Por desgracia,
hermano, hubo personas ligadas al periodismo que no aguardaban y decían: “¿Sabes
qué? Vamos a ver qué pasó”. No. Era hasta con mentiras, un montón de cosas. En
ese momento, yo había ido a Estados Unidos y tuve que venir para entrevistarme
con unas cuantas personas para tratar de desmentir ciertas cosas. Fue una
locura, la verdad. Al final de eso dije: “¿Sabes qué? Si yo he hecho tanto, si
yo entrené tanto por este país”… Yo he estado en un panamericano juvenil en
Jamaica, tenía dieciocho años: me dio neumonía. Estuve tres días con suero,
tirado en una clínica. No podía ni respirar. Era una clínica pública en
Jamaica. Me dijeron: “Usted no puede saltar”. Me acuerdo que Augusto Málaga
estaba ahí. Me decían: “Hugo, yo no voy a hacerme responsable de lo que te
pueda pasar a ti”. Los mismos doctores me dijeron: “De ninguna manera, tú no
puedes saltar”. He estado tres días internado en una clínica con suero, con un
montón de cosas. Estaba mareado. De verdad, cuando llegué no podía ni respirar.
Llegué con neumonía. Entonces, dije: “¿Dónde está (el estadio)? Porque yo tengo
que saltar. ¡Yo he venido acá a saltar! ¿Dónde están mis zapatillas?”. Me
decían: “No, tú estás loco. ¿Cómo vas a saltar?”. Hasta Augusto agarró y dijo:
“Mira, yo sé lo que es ser atleta. Si el chico quiere saltar, yo lo voy a
apoyar”. Hermano, fui y salté, me metí a la final allá. Quedé octavo. Estaba
viendo cosas y no solamente esa vez, varias veces, donde he saltado hasta
lesionado. Cuando gané, yo gané en la pista, y cuando perdí, perdí en la pista.
Yo nunca dije: “Ay, vino fulano de tal, no voy a saltar. Uy, me duele esto, me
duele el otro”. No, compadre. Nosotros saltamos. Yo ganaba bien en la pista.
Cuando perdía, perdía bien en la pista. Yo jamás hice eso de que si venía
fulano de tal o un brasilero, uno no va a saltar. O que estoy lesionado. Para
mí, o son excusas o no saltas. El tema de la lesión allá en Atlanta: yo seguí
entrenando como pude, traté de ponerme lo más fuerte que pude y dije: “Trataré
de hacerme una cirugía después”. Como un mes y medio atrás, me voy a la
Universidad de Rice, empecé a llamar a la federación. Yo estaba viviendo, en
ese momento, en San Marcos, Texas. Le dije a la federación: “Señores, yo
necesito, por lo menos, competencias antes de los Juegos Olímpicos”. “No, Hugo,
no hay presupuesto para eso. Estás loco. Ya te mandamos allá”. “¿Qué cosa me
mandaste? No me mandaste a ningún lado”. Me dieron seis mil dólares, una
cantidad de dinero que no es nada para todo lo que yo tuve que gastar entrenando
y viviendo allá. Yo vendí mi auto acá. Había patrocinadores que me ayudaron a
hacer ciertas cosas. ¿Ni siquiera hay competencias previas? Yo tuve que decir:
“Entonces, ¿qué hago? ¡Dios mío!”. Sin entrenador, viviendo allá, buscándomelas
y me tienen que decir, también, que no hay competencias. Había unas
competencias, chiquitas nada más, en universidades. A veces, en la Universidad
de Rice, que eran competencias de verano, donde podía competir cualquier
persona. Ahí yo llego, salto 2.25 m. un mes y medio (antes de los Juegos
Olímpicos). Trato de intentar 2.30 m., 2.31 m. y por compensación -tanto tiempo
entrenando, compensando una parte del cuerpo- me lesiono el otro tobillo sin la
severidad del izquierdo, que fue el que me lesioné acá, antes de irme. Cuando
yo llego a Atlanta, llego sin entrenador, sin competencias previas y con los
tobillos abajo. Cuando llego allá, les digo: “Señores, yo necesito tener unas
cuantas competencias acá, por lo menos. Vengo con los dos tobillos lesionados,
uno que me lo tienen que reconstruir y el otro que tuve una torcedura en el
momento del despegue. Tengo que competir”. Me dijeron: “Mira, Hugo, hay una
pequeña competencia allá arriba”. “Bueno, perfecto”. Me tengo que infiltrar
para tener una sensación de salto antes de llegar. Me dijeron no, que cómo es
posible, porque nuestro médico, el que llevaron, ese no infiltraba. Era
acupunturista. Agarro y digo: “Me duelen los dos tobillos ¡y no voy a poder saltar!”.
Me llevaron donde los (otros) doctores y el médico cubano me dijo: “Hugo, yo te
puedo infiltrar, sin problemas”. Hicimos una reunión, me acuerdo, con -ya que en
paz descanse- el señor Rudy Kreimer y me dijeron: “Hugo, la verdad es que nosotros
tenemos un médico. Tenemos que conversar”. Y dije: “Otro médico, pues”. El
médico (cubano) dijo: “Él necesita infiltrarse. Realmente está mal. No puede
saltar así”. Dijo (el médico peruano): “No, que esto, que el otro”. “¿Sabes
qué? Tú eres mi médico, es tu responsabilidad. ¿Qué hacemos?”. Hermano, llegó
el día de la competencia y tenía los tobillos destrozados. “Pues, vamos a tener
que infiltrarlo. Que lo infiltren”. ¡Y no he tenido ni siquiera un salto desde
hace un mes y medio y sin competencias previas! ¡Tenía los dos tobillos
destrozados! De un momento a otro, dije: “Hay que saltar, pues”. Lógicamente,
sin sensaciones, sin nada, me infiltraron los dos tobillos, pero tú no vas a
llegar a unos Juegos Olímpicos así. Yo traté de hacer lo que pude y lo hice
solo. Hubiera querido hacer mucho más por mi país y Dios sabe que yo adoro mi
Perú. La prueba de esto es que hoy estoy acá, con mi hija.
Claro.
Y en Sydney ya te dije lo que pasó. Después de Atlanta yo
tuve que irme y me fui solo. Mis padres, gracias a Dios, pudieron pagar la
operación para ir a las universidades a estudiar. Tenía que arreglarme el
tobillo, las lesiones. Entonces, tuvieron que hacer una operación. Todo eso fue
costeado por mi familia. Tantos años dándole todo al Perú, ¿me pegaron una
llamada, por lo menos, para decirme: “Hugo, ¿qué tal salió la operación?”?
Nada. Los únicos que fueron a visitarme y que me llamaron fueron amigos de
otros países que estuvieron allá. Nery Kennedy, el paraguayo de la jabalina,
después Edgar Bauman (que era récord sudamericano de jabalina con 84.70 m.) y
varios muchachos de la jabalina de otros países fueron a visitarme. Después el
doctor me dijo: “Hugo, tú nunca más vas a saltar”. Me recompusieron el tobillo.
Estuve todo un año haciendo una rehabilitación dolorosísima. Al año, la
Universidad de Idaho tomó el chance conmigo. El primer año me traté de
rehabilitar totalmente. El segundo año salté, pero porque me estaba pagando la
universidad. Salté sin curva 2.20 m., a puro talento, trabajo. Mi tobillo no me
iba a aguantar curva ya. Tuve que seguir rehabilitándome.
Sin
curva, tu rodilla sufre bastante.
Por supuesto, pero a mí me estaba pagando la universidad.
Llegué a clasificar a nacionales así. Al año siguiente, digo: “Voy a tener que
seguir saltando” y traté de hacer más agresiva una rehabilitación, un
fortalecimiento al tobillo donde podía aguantar una curva. Yo salto en la temporada
bajo techo y digo: “Ahora voy a salir a la temporada al aire libre”. Me preparé
un poquito para la temporada al aire libre.
Justo
aquí, el 2.23 metros (que logró en un torneo en Idaho y que fue récord nacional
bajo techo. Le enseño un texto periodístico al respecto, titulado El techo sigue subiendo, que fue
publicado en El Comercio el sábado 13
de febrero de 1999).
Claro. Sí, es verdad. Entonces, digo: “Voy a saltar al
aire libre”. En la primera competencia al aire libre, salgo y -fue en Stanford,
California, en Palo Alto- me encuentro con un montón de chicos del equipo americano.
Uno de ellos era Charles Clinger: tenía 2.36 m (de marca personal). Yo salgo,
lo engancho al primer intento y gano la competencia. Le gané al campeón
americano en ese momento y dije: “Voy a pedir 2.28 m.” Cuando pido 2.28 m. se
me queda con los talones. Dije: “Estoy de regreso”. Entonces, pedí 2.31 o 2.32
m. En el primer intento se me va el tobillo de nuevo. Ahí terminó mi temporada.
Pero
ganaste la competencia.
Gané la competencia. La realidad es que eso fue en abril
del 99. Yo digo: “Dios mío, solamente quiero un chance más, nada más”. Yo sabía
que ya mi cuerpo no me daba. Yo salté 2.30 m. a los 22 años. Yo he saltado 2.23
m. con tres pasos. Yo confiaba en mi talento.
¡Con
tres pasos!
Mi mejor marca con tres pasos es 2.23 m. Yo tengo 2.08 m.
con tijera.
¡2.08
m. en tijera!
Yo tengo mejor marca de 2.08 m. con tijera. Entonces, yo
decía: “Dios mío, yo quiero ir una vez más”. Pero en Sydney venía con tantas
lesiones y dije: “¿Qué hago?”. Mira mi escenario: quería ir, me había lesionado
de nuevo. No al punto de cirugía, pero ya no podía tener temporada al aire
libre. No solamente eso. Digo: “Quiero ir a los Juegos Olímpicos de Sydney”.
Piden 2.25 m. la marca B, 2.28 o 2.29 m. la marca A. En ese momento estaba
Alfredo Deza, Franco Moy y estaban acá. Franco estaba entrenando con mi
entrenador de acá, Abelardo Castillo. Alfredo Deza, unos años atrás, había
ganado el campeonato mundial de Annecy. Los dos tenían apoyo local. No
solamente económico, también moral, del país.
(Y
de) la prensa.
¡La prensa! Todo eso te motiva. Yo digo: “¿Qué hago? La
verdad: no tengo el dinero para las competencias, no tengo entrenador, estoy
lesionado y estoy en Moscow, Idaho, un pueblito chiquito en el norte de los
Estados Unidos, un pueblo estudiantil, y quiero ir a unos Juegos Olímpicos.
Todo lo que tengo es mi ética de trabajo y mi talento. Eso es todo”. ¿Cómo la
ves? Para clasificar a unos Juegos Olímpicos, (muchos) países invierten
millones de dólares en atletas solamente. Olvídate de algo más.
El equipo
médico, aparte de todo eso.
Claro.
Alimentación…
Estaba solo. Sin patrocinadores, sin dinero, sin
entrenador, sin nada, en el norte de Idaho. Solamente tenía mi talento y algunos
problemas personales, pero quería ir a unos Juegos Olímpicos. En el mundo,
solamente veinticinco personas iban a llegar (a competir en la prueba de salto
alto). Nadie más.
Hugo,
quizá ese tema le ha pasado a varios deportistas: cuando van afuera, desde acá,
desde el Perú, suelen pensar que “se va afuera, entonces allá le va todo
genial”. Al que se va piensan que allá la pasa bomba, la pasa en carnaval
permanente. Y no es así. Muchas veces, van a sacrificarse más, todavía.
Así es.
Que
es lo que tú has hecho y otros deportistas, también. Y cuando han querido
volver acá y decir: “Oye, yo estoy haciendo (bastante) por mi país, lejos, pero
estoy dando todo”, les dicen: “Pero tú estás allá, entonces, allá que te
arreglen”.
Sí, es verdad.
Y no
te apoyan.
Sí.
Eso
es lo que le ha pasado a muchos y me apena que me lo tengas que contar, porque
habiendo dado tanto -como tú dijiste-...
Lo que yo te estoy diciendo aquí se tapó y no lo querían
decir. Cuando yo llego a Sydney digo: “¿Qué hago?”. Yo puedo sentarme acá y
decir: “¿Sabes qué? Lo que estoy tratando de hacer es una locura, esto no va a
suceder. Así que, pues, no se pudo y listo, se acabó”. O puedo pensar: “Tengo
que hacer lo mejor de lo peor, voy a tratar, y esta locura se puede volver una
realidad”. Entonces, dije: “¿Qué hago?”. Número uno: me voy a conseguir un
trabajo en las noches, al mismo tiempo de ir a la universidad, porque tenía que
terminar mi carrera. Un trabajo en las noches para poder costearme lo que
necesitaba de viajes para competir, todas las cosas. Costos de entrenamientos y
competencias. Inclusive, me iba a quedar corto. Fuera de eso, la pista de la
Universidad de Idaho era demasiado dura, tenía que buscar una pista más suave.
Me fui a la Universidad de Washington State, a unas ocho millas y hablé con el
entrenador. Y el entrenador me dijo: “Hugo, aquí están las llaves”. Han ido
chicos que han sido parte de la selección americana, que han estado en la
Universidad de Idaho (y no los aceptaron). A mí, sí, me dijo: “Hugo, puedes venir
a entrenar cuando tú quieras”. Cuando vinieron otros muchachos de la Universidad
de Idaho, que también estaban tratando de clasificar a los Juegos Olímpicos
para sus propios países, él les dijo que no. Inclusive, había un muchacho que
lanzaba jabalina del equipo americano. Le dijo no. Pasó el tiempo y yo le
pregunto: “Rick, ¿por qué me dijiste a mí que sí y a otros no? Incluso, cuando
tú a mí, dos años atrás, me pediste para transferirme de universidad, me
estabas ofreciendo muchísima más beca y más cosas que la Universidad de Idaho,
yo te dije no. A pesar de todo, me estás abriendo las puertas de tu pista y de
tu universidad para que yo pueda venir a entrenar. ¿Por qué?”. Y me dijo:
“Hugo, yo sé que te estaba ofreciendo un montón de cosas y lo que tú me dijiste
a mí fue: ‘No, coach, disculpe, gracias
por la oportunidad, pero yo le di mi palabra a la Universidad de Idaho. No
podía hacer eso’. Yo eso lo respeto mucho. Yo te estaba ofreciendo muchas más
cosas que ellos nunca te hubieran podido ofrecer, pero que tú me hayas dicho que,
lamentablemente, no podíamos porque le diste tu palabra a la Universidad de
Idaho, eso lo respeto mucho”. Le agradecí tremendamente. Y, a veces, entrenábamos
ahí, estaba Dan (O’Brien), saltábamos un poquito.
Y
saltaba bien, además.
Sí, era decatleta, pero saltaba fenómeno. Así solucioné
el tema. Por lo menos, para tener una pista un poquito más suave para mis
condiciones. Pero ¡no tenía entrenador! Entonces, ¿yo que hice? Me compré una
cámara de video. En esa época no había YouTube, no había esas cosas. Empecé a
filmar mis entrenamientos y mandé una cantidad de e-mails a amigos que habían
competido conmigo, entrenadores de federaciones internacionales de otros países,
y les dije: “Muchachos, voy a tratar de pelearla una vez más, voy a tratar de
llegar, y quiero pedir un favor: ¿ustedes me podrían ayudar, por lo menos, a
ver la técnica? Necesito ojos y trataré de crear mis ojos con ustedes”. Y un
montón de gente de Europa, Latinoamérica, Estados Unidos, me dijeron: “Hugo, te
apoyamos”. Un montón de gente empezó a ayudarme: entrenadores y saltadores de
alto nivel -ya se habían retirado algunos-. Yo mandaba mis videos y al día
siguiente me llegaban un montón (de e-mails) con correcciones. “Hugo estás
acelerando…”, “Hugo, estás aquí, en la curva, veo que este ángulo no está
bien”, “Corrige esto, corrige lo otro”.
¿Todos
los días hacías esto?
Todos los días hacía esto para tratar de llegar. El que
quiere, puede. Todo esto, mucha gente lo puede ver como: “Estás loco, ¿cómo vas
a llegar a unos Juegos Olímpicos así?”.
Pero
es parte de tu perfil, también, porque tú eres comunicador.
Sí.
Entonces,
utilizaste lo que poca gente utilizaría (en esa época): la tecnología.
Así es. Y tuve que hacerlo. No tenía otro chance.
Y
sirvió.
Así es. Pude hacer las correcciones que tenía que hacer.
Eras
un millennial.
Claro. Estaba yéndome contra Alfredo (Deza), que tenía un
contrato con la Bellsouth por medio millón de dólares, por lo que escuché. Franco,
también, tenía cierta ayuda acá con su club y un montón de cosas.
Tenía
toda la prensa.
Todo.
Todos
estaban con Alfredo.
Así es. Y yo estaba solo allá. Entonces, yo tenía que
pelearla. Es más, si yo no hacía marca, no iba. No quiero tener problemas, no
quisiera ser negativo, pero creo que a él le estaban tramitando un wild card y eso sí me lo contó acá un
entrenador de la Federación Peruana de Atletismo. Si yo quería ir, tenía que ir
con marca internacional. Pero estaban tramitando un wild card para otra persona.
Estabas
yendo con marca B.
En ese momento fui con marca B. Lo que sucede es esto: yo
salto 2.25 m. a punta de garra, pero la realidad es de que si tú ves los saltos
que tuve todo el año, yo tenía saltos de 2.08 m., 2.10 m., 2.15 m., 2.17 m., 2.08
m., 2.05 m. Era demasiado irregular. Después de la operación que yo tuve, nunca
más quedé bien. Yo era demasiado inconsistente.
¿Eso
fue antes de Sydney?
Claro, estamos hablando de la primera operación que yo
tuve después de Atlanta. Entonces, yo estaba demasiado inconsistente.
Hugo,
solo para tenerlo claro: después de Atlanta hubo una operación.
96.
96.
Y de ahí te operaste en…
No. De esa nunca más salí bien. Después tuve ruptura de
tendón de Aquiles, tratando de regresar (al nivel competitivo). Quise competir un
poquito, me terminé rompiendo el tendón de Aquiles y ahí se terminó todo. Mi
esposa me dice: “Es la única manera que tú hubieras dejado esto”. Yo no iba a
dejar de hacer esto si no me rompía.
¿También
ha sido atleta tu esposa?
Ella ha sido campeona estatal en el high school, de vóley y básquet, y compitió en una universidad en
vóley por un par de años. Después se dedicó a sus estudios.
(Gracias
a ustedes dos, Daniella va a tener) un superbiotipo.
Ahí está. Sí.
Y de
ahí…
Clasifiqué a Sydney, pero yo ya no estaba constante. La
altura de inicio fue 2.15 m., que fue la segunda mejor marca de salto que yo
tuve en todo el año, antes de saltar 2.25 m. La peleé. Hice todo lo que pude y
lo dejé todo.
Y en
Atlanta la marca de inicio fue…
2.10 m.
Y
ahí también (blanqueaste).
Claro. Porque en Atlanta estaba destrozado físicamente,
con los dos tobillos y todo lo que te conté.
En Sydney
fue más duro, todavía.
¡En Sydney fue muchísimo más duro! La altura era mucho
mayor, de inicio. Y a pesar de yo haber saltado 2.25 m., en ese momento mi
tobillo ya venía… Yo nunca más quedé igual. Tú podías verme un día saltar 2.25
m. y al día siguiente me veías saltar 2.08 m. Mi tobillo ya no llegaba a
ángulos.
Era
un tema de cuerpo ya.
Físicamente, ya no podía. Yo estaba tres veces más fuerte
de cuando salté 2.30 m.
Claro,
mentalmente estabas más fuerte, pero ya tu cuerpo no te daba.
Mi cuerpo ya no me dio. Esa es la realidad. Di todo lo
que pude.
Porque
tu carrera, en verdad, hubiera sido más larga si no hubieras tenido estos
problemas.
Por supuesto.
Estás
residiendo en Estados Unidos durante años. Quería preguntarte qué tan
importante había sido el apoyo de tu señora Jenna en este desarrollo. Ahora ya
tienes allí un nombre, una familia -tan importante para tu actividad deportiva
actual, ya no competitiva, pero sí activa-. ¿Qué tan importante ha sido (Jenna)
y, encima, con…
Daniella.
…una
niña tan talentosa?
Mi familia, mi esposa, mi hija, son mi vida. Sin el apoyo
de ellos, de mi esposa, yo no podría hacer lo que hago y no sería tampoco lo
que soy. Ellos han sido mi pilar. Yo le estoy eternamente agradecido a mi
esposa por siempre estar conmigo, apoyarme y creer en mí, con todos mis
proyectos y temas de negocios, de profesión, de vida. Sin ella no podría
hacerlo. Y compartimos los mismos valores para formar una familia con la que he
sido bendito, gracias a Dios.
Y tienen
el mismo amor al deporte, por lo visto.
Sí, mi esposa ha sido campeona en el Estado de Idaho de
básquet y vóley cuando estaba en el high
school. Después llegó a jugar vóley en la universidad, en Estados Unidos. Así
que ella entiende todo lo que uno tiene que hacer y las decisiones que tiene
que tomar para salir adelante en el deporte. Ahora, gracias a Dios, estamos
tratando de transferirle todo esto a Daniella.
Justo
para entrar al tema de tu hija, quería comentarte: tú ya a los 16 años saltabas
2.05 m., a los 17 estabas en 2.12 m. En verdad, eras un chico tremendamente
talentoso, prodigioso. Viendo el potencial de tu hija, ¿cómo le puedes advertir
estos riesgos de que algunos chicos -que tienen mucho talento- se sobreexigen
durante la adolescencia (en el entrenamiento), revientan cuando empieza la
adultez y se acabó la carrera? ¿Cómo lo puedes llevar, en el caso de Daniella?
Gracias a Dios tengo una linda relación con ella. A mi
esposa y a mi hija yo siempre les cuento todo. Nosotros somos muy abiertos, en
ese sentido. Daniella sabe las cosas que hice bien y que me ayudaron a surgir
en este deporte y en la vida. Y las cosas que hice mal, también. Porque esas
cosas no las vamos a hacer. Ella es bastante juiciosa y madura para la edad que
tiene. Es una chica como cualquiera, muy alegre, muy sociable, pero muy
responsable, al mismo tiempo. Daniella está entre las mejores estudiantes de su
escuela. Es más, cuando tomaron el año pasado el examen estandarizado del
Estado, Daniella tuvo un score
perfecto en inglés y en matemática. La Universidad de Duke le ofreció que
tomara el SAT a los doce años, como un tema de motivarla y para ver cómo se
desempeña. He sido bendito, realmente. Me da alegría que ella es como es y sabe
que nosotros vamos a estar ahí, ayudándola y siempre apoyándola en todo lo que
sea positivo para ella, deportiva o académicamente.
Quería
preguntarle algo a Daniella, directamente.
Por supuesto.
Daniella,
primero, bienvenida al Perú, igual que a tu mamá Jenna, y a Hugo, que es una
leyenda en nuestro país. Quería preguntarte, ¿qué sientes teniendo un
entrenador como tu padre, que ha tenido tanto reconocimiento y que recibe tanto
cariño siempre? Tú lo puedes ver por el Facebook. Ahora que estás en Lima, te
das cuenta, totalmente, de que a tu papá lo quieren. Se cruza con los señores
que trabajan acá (en la VIDENA) y lo quieren. Sus entrenadores han pasado, pero
no han querido interrumpirlo (durante la entrevista), lo respetan. ¿Qué sientes
de tener a tu papá detrás tuyo en este inicio en el atletismo, que es un
deporte tan hermoso?
Daniella: Mi papá es una persona muy buena, a mí me
encanta mi papá. Es muy cariñoso y es mi entrenador favorito de todos mis
deportes: vóley, básquetbol. Ese sentimiento es muy especial. A mí me encanta el
salto alto, pero me encanta el salto alto con mi papá.
¿Te
gustaría, más adelante, tener una carrera como la que tuvo tu papá en el
atletismo?
Daniella: Sí, por supuesto.
¡Qué
bueno! Muchas gracias, Daniella. Yo quería terminar esta entrevista
preguntándote por esta otra área tuya, en la que has destacado -pocos lo saben-
quizá más que en el atletismo, porque has sido subcampeón mundial.
Sí.
En
el jiu-jitsu.
Sí.
De
repente, el atletismo ya no puedes (practicarlo competitivamente), por lo mismo
que me has contado de tus problemas con los tobillos, pero el jiu-jitsu, ¿sigues
(practicándolo), después de ser subcampeón mundial? ¿Cómo fue toda esa
experiencia? ¡Debió haber sido algo extraordinario!
Sí.
Encima
que has entrenado con los Gracie.
Sí.
Que
es la familia símbolo (del jiu-jitsu).
He entrenado un poquito con ellos, pero mi profesor es
Jeff Messina. Mi cinturón: violeta. Yo quedé segundo en el campeonato mundial
máster en California hace dos años. Mi mestre, mi profesor Messina me ayudó muchísimo,
para serte honesto. Una de las cosas en que me ayudó muchísimo este deporte, el
jiu-jitsu, es (que) yo crecí hasta como entrenador, para ver cositas de
preparación mental en un deporte de combate, las cosas que tienes que hacer
previamente para llegar a una competencia de tan alto nivel. Tú tienes que
prepararte de una manera que cuando llegues a esa competencia, nada te pueda
sorprender. Si es un deporte de combate, a ti tienen que haberte dado más duro
en el momento del entrenamiento, haber tenido que sentir más presión que lo que
puedas sentir en la competencia. Nada te puede sorprender. Es que en la época
que yo competí, a veces, nos mandaban a competencias de nivel mundial con competencias
previas (en las) que estábamos acá (en Lima) saltando solos y no había nadie. Lógicamente,
cosas así te van a chocar. No puedes llegar a una competencia de alto nivel sin
haberte preparado física, mentalmente, de la misma manera. Tienes que haber
tenido competencias previas a ese nivel y haber entrenado duro, tratando de crear
simulacros hasta de la manera en que vas a sentir. Eso me sirvió muchísimo. Y me
di cuenta, también, de muchas cositas que faltaron en la época que yo saltaba.
Pero todas las cosas son positivas. Para mí, ahora es tratar de pasarle (a
Daniella) todas esas experiencias, yo no diría malas ni buenas, de las cosas que
me fueron bien y de las que aprendí. En la vida, ganas o aprendes, nunca
pierdes. O ganamos o aprendemos, nosotros no perdemos.
¡Qué
buena filosofía!
Así le damos y así le pegamos. ¡Qué bacán!
Hugo,
yo quiero agradecerte este valiosísimo y extenso tiempo que me has dado. Para
mí, es un honor. Además, tú has sido del Champagnat, también.
Sí, claro. He sido del Champagnat. Claro que sí.
Es
impresionante tu técnica. Uno la puede seguir viendo, todavía, ahora que hay
YouTube.
Sí, ja, ja... Ya ese video es casi blanco y negro, ja,
ja, ja….
Ja,
ja, ja… Muchas gracias, Hugo.
A ti, Gianmarco. Te pasaste. Gracias, hermano.
De
verdad, tienes una bella familia. Te lo digo frente a tu hija y tu esposa.
Te lo agradezco, de verdad que sí. Gracias, hermano, y seguimos
en contacto por el Facebook. Ahí estamos.
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