“Los hombres no aguantan a la mujer exitosa”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
La destacada escritora Rosa María Britton (Ciudad de Panamá, 1936) fue una de las invitadas principales de la XVIII Feria Internacional del Libro de Lima, donde presentó su interesante obra Historias de mujeres crueles (2010). Autora de una quincena de libros de cuento, novela y teatro, ha obtenido el Premio Ricardo Miró en seis ocasiones (1982, 1984, 1985, 1986, 1987 y 1991), el Premio de cuento Walt Whitman (en Costa Rica) por La muerte tiene dos caras (1987) y el Premio Juegos Florales de México, Centroamérica, El Caribe y Panamá por su obra teatral Los loros no lloran (1994). Sus libros han sido traducidos al francés, italiano, inglés y sueco. Sus creaciones teatrales han sido puestas en escena en Panamá, Estados Unidos, Perú, Guatemala y Colombia. Además, es doctora en medicina por la Universidad de Madrid (España), con especialización en obstetricia y ginecología oncológica en el Brooklyn Jewish Medical Center (Estados Unidos). Asimismo, fue distinguida como Hija Meritoria de la Ciudad Capital (se le entregaron las llaves de la ciudad) en 1996 y es presidenta de la Fundación Biblioteca Nacional de Panamá.
En la siguiente entrevista (realizada en el año 2013), Rosa María nos detalla su
biografía llena de viajes, los autores que marcaron su obra literaria (Emile
Zola, Federico García Lorca, Julio Verne, Somerset Maugham, Jorge Amado, Naguib
Mahfuz), sus críticas a ciertas obras de los Premio Nobel Mario Vargas Llosa y
Gabriel García Márquez (sobre todo a este último), sus desacuerdos hacia los
constantes cambios que la Real Academia Española realiza en nuestro idioma, su
visión sobre la literatura infantil actual (que ha recuperado jóvenes lectores
en todo el mundo), el racismo y el machismo que aún imperan en Panamá, su
relación con el éxito, así como sus valiosas experiencias profesionales -como
oncóloga reconocida que es- frente al cáncer.
Muchísimas
gracias por la oportunidad. Es un gusto, para mí, poder conocerla. Yo quería
empezar comentándole: ¿es usted la Pío Baroja de Panamá?
Ja, ja, ja… Ni tanto, pero creo que soy mejor médico que
Pío Baroja. Y como ya se murió, no me puede rebatir, porque yo tengo una
especialidad muy fuerte, Pío Baroja era un médico general o algo así. Trabajé
toda mi vida en la medicina, muchos años. Quizá en aquella época no vivían
tanto como vivimos ahora.
¿Qué
siente que le ha aportado el ser médico a su faceta de escritora?
En realidad, me ha dado material para escribir. Pero
quizás la faceta de escritora es de mucho antes, porque en mi casa había muchos
libros. Y mi papá nos dejaba leer lo que fuese. No había ninguna
discriminación. Cogías el que estaba ahí. Y siempre he dicho que yo no conozco
a ningún chiquillo que se haya leído Naná
(1879) de Emile Zola antes de los diez años. Yo me leía todas esas novelas
escabrosas que mi papá tenía por ahí. Las escondía y me leía. En ese ambiente
de cultura descontrolada crecí. Así que eso influye. Posteriormente, como
médico, cada paciente tenía una historia distinta que contar. Y, cuando
empiezas a pensar los problemas del ser humano -sobre todo de la mujer-, me
vienen a la mente muchas de las cosas que he visto. Muchas de las cosas que ves
reflejadas en mis libros: alguito pasó que yo vi.
Además,
aparte de esta libertad literaria que le dio su padre en su casa, su madre la
llevaba a las obras de teatro.
Mi mamá, también. Los libros eran de los dos. Mi mamá me
compró un montón de libros. Por ejemplo, me compró la colección completa de Rocambole, que son 46 libros. Yo me leí
eso antes de los once años. Porque yo me fui desde los once años de Panamá y
todos mis libros se quedaron allá. Así que estoy definida a los tiempos que me
leí esos libros.
Se
fue a Cuba.
Sí, a Cuba. Mi madre decía: “¿Qué estás leyendo a esta
hora? Ten cuidado cuando saques los libros”, porque en aquella época había
mucho alacrán en Panamá. Y los alacranes son animales que les gustan las cosas
secas, los libros. No son sucios los alacranes de Panamá sino que tienes que
sacar el libro con cuidadito, porque había un alacrán parado encima, allí, esperándote.
Amenazante.
Ajá.
Y su
madre, además, la llevaba a ver las obras de teatro que…
Sí, toda la vida. Desde chiquita. Y parece mentira, somos
cuatro (hermanos): yo no sé por qué mi mamá se las cogió conmigo. Porque no
llevaba a mi hermana mayor, me llevaba a mí al Teatro Nacional. Desde los seis
años fui miembro de la Sociedad de Proarte de Panamá. Mi mamá me inscribió y me
acuerdo que, en aquella época, como estaba la (Segunda) Guerra Mundial andando,
todos esos artistas europeos se iban a América del Sur y pasaban por nuestro
país. Y compañías de teatro de México. Los
árboles mueren de pie (1949), Casa de
muñecas (1879): todo aquel mundo estaba a mi disposición. Y mi mamá me
llevaba a todo. Está muerta ahora y yo nunca pregunté por qué. Será porque mi
hermana no quería ir, no sé, no te lo puedo decir. Pero la que iba era yo. Toda
la vida. Mi mamá me arrastraba, íbamos para el teatro y a mí me encantaba. Y
fui muy morisquetera cuando estaba chiquita. Me encantaba recitar. Me paraba
arriba de una mesa a recitar los poemas grandiosos de Rubén Darío, pero con
unos gestos que tú vieras… Me encantaba actuar.
A
usted, la poesía de antes sí le gusta, pero he leído que la de ahora no le
gusta mucho, la que se hace actualmente.
No. Me quedé atrás. No entiendo esas poesías
descunchifladas, desconectadas. Son una maravilla, pero no las entiendo. Así
que yo trato de no meterme con las poetas. Además, me encantaba decir
“poetisa”. Eso de “poeta” me suena como…
¿Muy
masculino?
¡Hasta machismo en la poesía, pues! Me quedé con Gabriela
Mistral y compañía. Con Alfonsina Storni, con esas mujeres. Con esas poetisas
me quedé.
Que,
sobre todo, buscaban el ritmo en la palabra.
El ritmo en la palabra, el sentimiento. Y como recité
tanto, llegó un momento en que yo me
sabía todas las poesías habidas y por haber de Góngora. Y, por favor, Federico
García Lorca: Yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela, pero tenía marido… Mi mamá se me quedaba mirando:
“¿Tú qué estás recitando?”. “Federico García Lorca, mamá”. Una poesía muy buena.
Un
poquito adelantada para su edad.
Bastante (sonríe). Y me portaba muy mal en la escuela,
porque cuando entré a la escuela sabía leer bien. Con mi hermana mayor, que se
me pegaba al lado como un piojo, me portaba fatal, no prestaba atención. Las
monjas llamaron a mi mamá: “Rosa María no se aguanta. Cuando está leyendo se pone
a hacer morisquetas y a recitar el libro, en vez de leerlo”. Entonces, la monja
aquella -se llamaba la Madre Magda, nunca se me olvida- decía: “La voy a
castigar, se va a quedar afuera sentada del salón, leyendo”. Y traía un libro y
otro y otro. Así me pasé hasta el tercer grado. Porque era que entraba y me
botaban otra vez. Yo pienso que esa mujer me hizo leer todo Julio Verne. Tú
sabes que todo el mundo habla de Julio Verne, pero la papilla que le dan a los
chiquillos de Julio Verne no es Julio Verne. A Julio Verne le encantaban todos
los nombres científicos, las cosas que estaban en sus novelas.
En
latín.
Por ejemplo, 20 000
leguas de viaje submarino (1869), todo lo que encontraba tenía un nombre científico.
Eso me fascinaba. Yo tengo la colección completa de Julio Verne. Pero la
papilla que han hecho a los chiquititos, ¡qué va!
Una
versión simplificada para que los estudiantes entiendan fácilmente.
Sí. Todo el mundo habla de la literatura juvenil. No sé
lo que es eso. Yo quisiera poner a los chiquillos a leer Corazón (1886) de Edmundo de Amicis, cosas así. Pero no esas
tonterías que están dando ahora. Por eso es que me encantó la señora de Harry
Potter (J.K. Rowling). En realidad, los libros los he mirado por encima, pero
están muy bien escritos. Y el ver a esos niños chiquitos, que andan con esos
libracos y se los leen enteros, ¡aleluya, Dios mío! ¡Alguien los puso a leer
otra vez!
Sí.
Es un milagro, en verdad.
Es un milagro, sí. Fue un milagro que esa mujer pusiera a
leer a todos esos niños. ¡Son unos libracos! Yo veía en Panamá, cuando iban a
sacar el libro nuevo: ¡los chiquillos haciendo fila para comprar el libro! Y
chiquillitos. ¡Qué milagro! Por eso es que le dieron el Príncipe de Asturias.
Bien merecido.
Me
llamaba mucho la atención que habiendo sido tan buena lectora de poesía en su
niñez, de manera obligatoria en algunos casos, no desarrollara este género en
su quehacer literario.
Yo he escrito poesía: un solo librito. Y muy privado.
Como que no es lo mío. Yo necesito más palabras. No puedo condensarme en unas
cuantas estrofas. Por eso es que me gusta mucho la novelística, aunque me gusta
escribir cuentos. Y me salen muy bien, porque tengo unos cuentos que tú los
lees y los puedes contar después. Si tú no puedes contar un cuento después, no
es un cuento. Algunos cuentos que he leído últimamente, de algunos escritores, son
como una masturbación mental: de su sentimiento, su dolor y su no sé qué, ¡pero
eso no es un cuento! ¿Qué pasó al fin?
No
hay historia.
Los cuentos de (Nikolai) Gogol, los de (Guy de) Maupassant,
que tú te pones a contar. Puedes contar a quien sea los cuentos de Gogol. O los
cuentos de Somerset Maugham. Horacio Quiroga, el rey del cuento. Esos cuentos
se pueden contar. Pero hay unos cuentos que (uno piensa): “¿Y qué fue lo que
dijo?”. Nada.
Sí.
Hay una especie de vaciamiento de las historias. Ahora, mucha de la literatura
no se basa en historias sino simplemente en emociones, sensaciones.
Masturbación mental, eso es lo que hoy es, ja, ja, ja…
Ja,
ja… Si bien usted se considera novelista, ¿el cuento qué significa para usted?
El cuento me gusta. Lo dijo Sergio (Ramírez en la FIL
LIMA 2013) el otro día y me quedé pensando: “Tiene razón”. Yo con el cuento
tengo el principio, el fin, lo que pasó en el medio y ya. Escribí unos cuentos
que se llaman Semana de la mujer y otras
calamidades (1995), hablando de cosas que he visto y sabía exactamente para
dónde iba el cuento. Tengo un cuento que era de una mujer gorda que se enamora
de un hombre bello y, entonces, ella trata mentalmente que eso va a funcionar.
Yo siempre decía que las gordas tienen derechos emocionales. Porque mucha
gente, cuando ve una mujer muy gorda (piensa): “A esa no hay quien la toque”. He
tenido muchas pacientes obesas que sufren enormemente por su gordura y su
incapacidad de tener amor en sus vidas.
Justo
ha mencionado a sus pacientes con las que ha tratado: cuando sabían que usted,
también, era escritora…
Les encanta. Y lo que más me gusta, cuando les pasa algo:
“Rosa María, ponlo eso en tus historias”. Y eso es lo que me dice mi marido:
“Esto está bueno para ponerlo ahí”. “Oye, mi vida, pero cómo voy a poner eso
ahí, que no…”. “No importa, ponlo” (sonríe).
Con
nombre y apellido quieren.
Sí. Mi hermana es otra que dice: “Eso no fue así”. Yo
digo: “Carmen Elena, es una novela. Estoy cogiendo personajes y los estoy
cambiando. La verdad de mis mentiras. Fue así, pudo haber sido así”. “Tú doras
la píldora, empiezas por otro lado, te bajas en bulerías”. Y a lo mejor hay un
rasgo de alguien. Por eso todo el mundo quiere buscarse en los libros. El
primer libro mío se llama El ataúd de uso
y era el pueblo de mi abuelo, porque yo le puse el nombre ficticio de “Chumico”.
Posteriormente, mi hermano estaba viendo los barcos que llegan de esos pueblos,
ve una balandra enorme -de las que llevan la carga al interior- y decía
“Chumico”. Y mi hermano se quedó mirando: “¡Qué raro!”. El señor que venía (en
el barco) era medio pariente -es que mi abuelo tuvo cuarenta mil hijos por allá,
por el monte-. Al traer unas cosas, dice: “Oye, ¿por qué le pusiste ese nombre
a tu barco?”. Dice: “Ah, primo, porque así se llamaba el pueblo antes. Le cambiaron
el nombre a Chimán”. Se le queda mirando: “Pero, ¿quién te dijo eso?”. Dice:
“Lo leí en una novela”. Yo le puse al pueblo Chumico y el pueblo se ha llamado
Chimán toda la vida. Fue capitanía de España. Pero él decidió que como la
novela decía eso…
Sí,
porque inclusive había leído, buscando en Internet, que hay una playa Chumico.
Hay muchos lugares. El Chumico significa un árbol que
tiene un fruto que después se seca y tú lo usas para refregar los platos. Hay
muchos Chumicos en Panamá. Y en Panamá el idioma indígena me imagino que tiene
mucha “ch”, porque hay Chame, Chumico, Chimán. Hay muchos pueblos con la “ch”.
Así que eso es parte de nuestra historia. Hay muchos Chumicos. Me dio la gana
de ponerle Chumico a Chimán y ahí quedó la cosa.
Acaba
de mencionar el tema de la lengua y usted va a estar presente en el VI Congreso
de la Lengua Española que va a ser ahora en (Panamá).
Yo tengo que moderar una mesa acerca de cómo escribir un
libro. Estoy muy honrada que me hayan designado, sinceramente, porque de Panamá
nada más han designado dos o tres, y siendo nosotros los anfitriones. Me parece
interesante. Tengo que averiguar quiénes son los que están en la mesa mía,
porque no los conozco. Voy a tener que buscar sus biografías. Va a ser una cosa
enorme. Y con todo el respeto a la Academia: no me gustan tantos cambios de la
ortografía, señor. ¡Basta ya! Porque uno escribe una cosa, aprende a poner un
acento… Hasta Word no acepta la nueva ortografía. Hay que cambiar Word
completo. Word va corrigiendo y no acepta la nueva ortografía. Me costó un
mundo poner los días de la semana y el mes en minúscula. Eso nosotros lo
poníamos en mayúscula. Y en todos los otros idiomas -francés, alemán-, todo es
mayúscula. Tenemos que ponerlo en minúscula. Yo creo que la lengua se traba un
poco con la Academia.
Pero,
¿llega usted al extremo de García Márquez, que casi le tiene terror al tema de
la ortografía?
El tema de la ortografía hay que conservarla. Y no soy
Juan Ramón Jiménez que quería -en vez de “gemir”- todo con jota. Me eduqué en
un colegio de monjas, de la primaria, donde te metían la ortografía en jeringa.
En la escuela de medicina, en Madrid -que hice los primeros años allá, después
terminé en Estados Unidos-, ponías faltas de ortografía en los exámenes y te
colgaban. Así eran de estrictos. Me parece que está bien. El idioma hay que
escribirlo. Yo soy como el profesor Higgins: hay que hablar bien. Él decía que
los ingleses no hablan inglés hace tiempo. A nosotros se nos ha olvidado la
ortografía. Sobre todo con el chateo y todas estas cosas. Es un horror lo que
hacen los niños. Y cuando tú vas a escribir un trabajo científico, tienes que
escribir bien. No estoy hablando de una disertación filosófica. Yo que escribo
tanto en inglés… Fíjate en la ortografía. Sobre todo en inglés, porque te
friegan. En el Congreso de la Lengua han cambiado tantas cosas que ya me tienen
mareada. Yo estoy como Pérez-Reverte: “Está muy bien lo que han hecho, pero voy
a seguir como soy”.
Además,
es un congreso que tiene mucha expectativa, porque el anterior se suspendió, el
de Chile. Y el anterior fue el de Cartagena de Indias, en el año 2007.
Entonces, ha habido seis años…
Y el de Chile fue porque hubo un terremoto en el medio.
Por
el terremoto.
Y esta es la razón por la que se hizo en Panamá, un país
muy chico. No tenemos suficientes escritores, como, por ejemplo, España o este
país (Perú), que tiene una historia muy rica de escritores y de literatura. Porque
estamos celebrando los 500 años del descubrimiento del mar del sur, el
encuentro de dos mundos, por eso lo hacen en Panamá. Supuestamente, viene el Rey
de España, si no anda por ahí cazando elefantes o algo así (sonríe). Es
interesante que nos hayan escogido y es un gran honor que Panamá sea anfitrión
de este magno evento. Nosotros vamos de fiesta en fiesta: este año que viene
celebramos los cien años del Canal. Eso es muy significativo. Y terminamos la
expansión del Canal, que es más significativo aún. Como que Panamá tiene una
efervescencia. Panamá se ha convertido en un monstruo chiquito.
Y
ahora han rematado ganándole a México…
¡Ay, Dios mío! Es que yo estaba anoche en una fiesta…
…en
fútbol.
…y yo decía: ¿quién ganó? Esta mañana me acerqué allí,
abajo (a la recepción del hotel): “¿Ustedes saben?”. “No sabemos nada”. Porque
anoche creí oír que la final iba a ser Estados Unidos-Panamá. Digo (sonriendo):
“¿Oí bien o estoy mal?”.
Ja,
ja… He leído que usted ha tenido una relación ya un poco antigua con el Perú,
que alguna de sus obras teatrales se ha estrenado acá.
Sí. Yo empecé siendo muy amiga del doctor Cáceres. Muy
amiga.
¿Artidoro
Cáceres?
Sí. El viejito, mi amigo del alma. Como yo he venido aquí
mil veces, a Perú, a conferencias de cancerología, aprovechaba para aprender un
poco de literatura y ver unas cosas. Y en esta última novela tengo hasta un
peruano, que lo mato con un rocoto, ja, ja, ja… Todas estas cosas son cómicas,
porque yo me río. ¿De dónde sacaste eso? Digo: “Alguien me regaló un rocoto y
se me ocurrió matar a alguien con eso”.
Ja,
ja… En esta última obra suya, Historias
de mujeres crueles, trata un tema muy serio, el de la mujer (engañada).
Claro. Es una mujer a la que le piden que escriba una
serie de historias… Esas revistas idiotas que te dicen cómo enamorar a un
hombre y cómo vestirte y cómo no sé qué. Todo “cómo”. Le piden que haga una
serie de historias, como de retribución, de una persona que está siendo
injuriada. Ella, también, tenía necesidad económica y aceptó -siendo una
escritora famosa-. Y empieza a escribir sus cosas. A medida que ella iba
escribiendo, me reía yo sola, porque se me ocurría cada locura que digo: “Dios
mío, esto de verdad que sería…”. Espero que ninguna otra mujer lo imite, cuando
van a vengarse de sus maridos. Porque, a veces, los hombres necesitan que se
les haga un “tatequieto” para que se comporten.
Mencionaba
en una entrevista que había un problema de autoestima de la mujer panameña. ¿En
verdad, es un problema grave allá el maltrato, (el cual disminuye) la
autoestima?
Hay mucho, como en todos los países. Hay bastante
feminicidio para nuestro pequeño país. Cuando me pongo a ver las estadísticas
de Suecia, de cada cinco parejas, tres mujeres han sido maltratadas. Entonces,
nosotros no estamos tan mal. En Panamá, el problema del hombre es que es muy
promiscuo, tiene muchas mujeres. 175 mil chiquillos nacieron sin padre en dos
años. Un país de tres millones de habitantes. ¡Hazme el favor! Eso no puede
ser. Haz lo que te dé la gana, pero sin consecuencias. Yo no sé si en el resto
de América Latina estamos así: abandono de la familia, divorcio, disociación de
la pareja. Yo propuse en un congreso -por poco me pegan- que el matrimonio debe
ser un contrato de diez años, renovable por ambas partes, sino se acabó. Entonces,
todos: “¡Ay, Rosa María!, ¿pero tú dices eso?”. Imagínate que tres días después,
México: tres años tienes para pensarlo. Y si quieres divorciarte, nada más escribes
“me divorcio”. Lo mandas por Internet y no tienes abogado ni nada. En Ciudad de
México pusieron eso, porque estaban hartos de pagar jueces y abogados en
matrimonios desechos antes de los tres años. En México va en tres años. Yo
decía diez.
Me
llama la atención, mucho, que una señora que tiene más de cincuenta años de
casada propusiera eso.
Eso es lo que estoy viendo en mi oficina, mis amistades:
historias de horror y de espanto. Y no todo el mundo tiene esa suerte. Mi
esposo es americano, es muy tranquilo, le encanta Panamá, la playa y es muy
sedentario.
Es
más, él le dijo para ir a vivir a Panamá.
Él fue el que me arrastró a mí.
Claro.
Para ir a vivir a Panamá.
Es más panameño que cualquier panameño. Le encantan los
bochinches, le encanta comprar lotería y le gusta la comida panameña. Sinceramente,
yo pienso que es una especie de heroísmo: cincuenta años de casados. Después de
los veinte, ya como que somos hermanitos, tú sabes (sonríe).
Ja,
ja, ja…
Pero ahí vamos (sonríe). Llega un momento en que el
matrimonio se convierte en un negocio de amistad, no de que tú eres el que
manda o yo el que mando ni mucho menos. Si él se hubiera molestado conmigo, yo
que viajo tanto...
Eso
me sorprende. Un hombre estadounidense aceptando una mujer latinoamericana exitosa.
Por lo general, el hombre quiere brillar más que la mujer.
Le preguntaban a mi marido: “Oye, ¿y a ti no te molesta
que tu mujer haga mucho más dinero que tú?”. Dice: “¿Qué? Así vivimos mejor.”
Porque siempre hemos sido “lo de nosotros”. Eso sí hemos mantenido siempre. No “lo
mío” y “lo tuyo” y lo del frente. Ahora no, ni siquiera la gente hace eso,
porque no puede. Porque cuando te vas a divorciar, “que esto es mío, que esto
es tuyo”. Me tiene bien preocupada. Y, mirando desde lejos, el matrimonio como
institución que quisiera ser, no funciona. Tienes que casarte mucho más tarde,
cuando ya estás maduro, cuando ya sabes lo que quieres hacer. En Estados Unidos,
la mitad de la gente que se casa anda con contrato prematrimonial. Entonces, no
sé cuál es la solución. Me da lástima, porque los que “pagan el pato” de todo
este asunto son los niños, los que pagan los platos rotos.
Sí.
La poeta colombiana Piedad Bonnett me había comentado que el éxito ahuyenta,
como el dolor. Usted, en su carrera literaria, que es exitosa, ¿ha sentido (que
la envidian)?
El éxito, sí. Los hombres no aguantan a la mujer exitosa.
La mayoría de las colegas mías que se han casado, que son mujeres exitosas en
su profesión, acaban divorciadas. Eso sí te lo puedo decir: el éxito ahuyenta.
Sin embargo, si el hombre triunfa, se supone que la mujer está feliz. Pero si
es la mujer que triunfa, entonces… En el noticiero, una mujer que es la CEO de
no sé qué compañía, un monstruo americano, dice: “Yo tengo veinticinco años de casada.
A mi esposo le encanta lo que yo hago”. ¿Tú te acuerdas cuando el marido de la
Margaret Thatcher decía que a él le encantaba cocinar, y si ella quiere ser primer
ministro, fantástico? Esa mujer se murió amando a ese hombre. Ocurre, pero
tienes que tener cierta madurez mental para aceptarlo.
Claro.
Encima, el sobrenombre de Margaret Thatcher: la “Dama de Hierro”.
Sí. Ella hasta el final con su (Denis). Muchas de estas
mujeres fuertes están casadas. Golda Meir y la misma Angela Merkel. Tú ni te
enteras quién es el marido, pero ahí está, en algún lado. Todo el mundo se
asombra de que un hombre fuerte tenga a su mujercita esperándole, pero todo el
mundo se (espanta de) la mujer fuerte que el hombre la esté esperando.
Hay
una frase en su país, que era: “Para mejorar la raza, cásate con un gringo”.
Sí. Eso era mucho en los años cuarenta, cincuenta, por las
bases (militares) americanas. Mucho, mucho, mucho. Te puedo hablar de los años
treinta, cuarenta. Muchas de las mujeres de alta sociedad se casaban con
oficiales norteamericanos. Eso era la gran cosa. Y aún hoy en nuestro país, si
alguien se casa con una persona muy blanca, dicen: “Ahí sí vas a mejorar la
raza”. Siempre. Eso es una cosa muy desagradable, pero sí lo decimos. Y cuando
yo me pongo a decir eso: “¡Ay, Rosa María, pero no exageres!”. Digo: “¡Sí! ¡Hazme
el favor! Será que tú tienes muy mala memoria”.
En
ese punto, ¿muchas mujeres de Panamá, de repente, han querido sentirse más
norteamericanas que panameñas, más norteamericanas que latinoamericanas?
Nosotros somos Panamá. Panamá se distinguió, primero, por
el Canal de Panamá, que nos marcó para siempre. Segundo, por la moneda.
Nosotros no somos ni Centroamérica ni Sudamérica. Geográficamente, pertenecemos
a Centroamérica, al istmo centroamericano, y políticamente, desde el siglo XIX,
a la Gran Colombia. Nosotros éramos distintos a todo el mundo. La comida en
Panamá es distinta a la de todo Centroamérica. Nosotros comemos cosas que nadie
más en Centroamérica come. Primero, cuando llegaron los chinos a construir el
ferrocarril trajeron el arroz. Y nosotros comemos arroz tres veces al día. Y en
Centroamérica comen arroz de vez en cuando. Nuestra tortilla es distinta
totalmente, es de maíz amarillo y es frita. No es lo que hacen en Centroamérica.
Nosotros comemos muchas lentejas y frijoles, cosas que no come Centroamérica. Tú
le dices a un panameño común y corriente: “Oye, eso no es de aquí” (y le
responden) “Ay, ¿qué te pasa a ti?”. Acuérdate que hasta el mango vino de la
India. Eso no es de nosotros. En Panamá todo el mundo se cree que el mango es
nuestro. Aquí llegó y aquí se quedó. En todas las conferencias dicen
“Centroamérica y Panamá”.
Se
lo preguntaba porque, teniendo esa mentalidad -Panamá, de un lado y en el otro,
Latinoamérica y Estados Unidos-, a la hora de expresarla en su literatura debía
ser complicado, complejo.
Es complicado. A veces, nosotros tenemos mucho spanglish, muchas palabras que hemos
sacado del inglés, que son parte de nuestra (cultura). En Panamá sacamos todo
lo que decimos. Por ejemplo, decimos “chingongo” por chuin-gong y cosas así. La “washa” es la ruedita de corcho, del
caucho, que pones para una pluma. Y el Canal nos marcó por una cosa, también: porque
aunque tenía la discriminación racial del Canal, que duró hasta los años
cincuenta, los gringos sí entrenaban a la gente. La gente que entraba a
trabajar, del color que fuese, sí estaban entrenados. Había equal opportunities. Y cuando se fueron
en el 99, que entregaron el Canal, siguió andando. ¿Y quién estaba ahí
trabajando? Los que estaban trabajando con los gringos. Casi todos eran
panameños. Desde que se firmaron los Tratados Torrijos-Carter, casi todos
fueron entrando panameños. ¿Y quién se quedó con el Canal? Los panameños. ¿Y
quién entrenó a los panameños? Los gringos. Ese mérito hay que dárselos
muchísimo. Otros entornos coloniales, por ejemplo, los british en la India, ¡siempre dejan algo muy bueno! Los británicos
dejaron en la India una cosa importante: el amor desmesurado a los árboles y al
medio ambiente, a los jardines. ¿Tú has ido a la India? Tiene unos jardines que
son de locura.
No
he tenido esa suerte.
Esos jardines los dejaron los british en el año 60, cuando se fueron, y están igualitos. Esa
cierta cosa que el colonialismo nos deja. Una de ellas, en Panamá, fue que
hablábamos inglés, todos, y que teníamos oportunidades iguales. Y en la zona
del Canal le daban trabajo al más negro, al más oscuro, al más gordo, al más
todo. Cosa que no hace la sociedad (panameña). Por ejemplo, yo, cuando he
hablado así en público, todo el mundo dice: “No, porque tú hablas (así)”. Digo:
“Mira, los periódicos ponen un anuncio: queremos una secretaria que sepa hablar
inglés, francés, alemán, que maneje el Internet, que haga esto, que haga lo
otro, que sepa no sé qué y con buena presencia. ¿Eso qué significa?”.
Es
un racismo escondido.
¡Racismo! Ni tan escondido. Y muchas de estas son señoras
de origen antillano negro. Esa gente trabajaba en la zona del Canal, porque ahí
les dieron equal opportunities. Eso
es una cosa que siempre digo. Y muchos de ellos se fueron para Estados Unidos
después, cuando se fueron los gringos. O se los llevaron. Las bases (militares),
cuando cerraron, toda esa gente que trabajaba ahí, se los llevaron para allá.
Muchos vienen ya a retirarse a Panamá, pero sí fueron bastante justos con el
personal de trabajo.
Hay
otra parte de su biografía que me llamaba mucho la atención: usted, que ha
vivido en España, Estados Unidos, Cuba y Panamá, justo ha estado durante la
vigencia de dictadores...
¡Sí!
…de
estos países.
Me tocaron todos juntos. Primero en Cuba, que empezó
Fulgencio Batista y Zaldívar, que acabó con nosotros y que después de la
matanza de Plaza Cadenas cerraron la universidad. Tuvimos que irnos, pues. Mi hermana
tenía un novio que estaba involucrado en la resistencia de los muchachos y
usaba unas faldas enormes que se llamaban “engañadoras”. Mi hermana andaba con
armas colgadas debajo de la “engañadora” para llevárselas al novio. Entonces,
cuando nos dimos cuenta, dijo mi papá: “No, fuera de aquí las dos”. Y nos
mandaron para España a estudiar. Estaba papi Franco allá, que nos apañó. Había
que reportarse a la guardia civil cada tres meses. Y ahí, en la España de los
tiempos de Franco, que no había nada, todo era estraperlo, había que
contrabandear todo. Pero era una España muy tranquila, muy culta, porque se
quedó en el siglo XIX. Por eso cuando se murió papi Franco, se desataron, se
abrió, como dicen, el destaje. Después me fui para Estados Unidos y cuando
regresé a Panamá estaba (Omar) Torrijos y después (Manuel Antonio) Noriega. Así
que son cinco en mi cuenta. Entre ellos, Fidel Castro. No se muere, ¡Dios mío!
Es una momia ya.
¿Eso
cómo pudo haber influido en su literatura?
¡Muchísimo! Tiene que influirte. Tú lees mis libros, ves
cosas de Cuba. Ahora mismo estoy escribiendo una novela sobre unos cubanos que
conozco, que se fueron en unos barquitos de esos, haciendo agua, del paraíso de
Fidel. Tú te paras en el malecón de La Habana y miras ese mar: hay que tener mucho
huevo para tirarte en ese mar tan encrespado, huyendo. Es una vida que no va
para ningún lado. Mira a los cubanos que vienen a trabajar. Ecuador les abrió
las puertas a los cubanos y los trajo a trabajar a montones. Terminan su tiempo
de trabajo, que son seis, siete meses y ¿para dónde se van? A pie para Panamá.
A Panamá están entrando, al día, más de cien cubanos. Caminando por la selva
esa que nos separa de Colombia hasta llegar a Panamá.
¡Cien
al día!
Cien al día o más. Y son ingenieros, médicos, asistentes
sanitarios. Todos son profesionales. Trabajan en Ecuador un tiempo y de ahí se
vienen para Panamá.
Eso
va a traer un problema.
No, porque llegan a Panamá y siempre tienen alguien que
los mantenga -de Estados Unidos- y son gente preparada. La inmigración pobre es
la que produce problemas. Ya nos van a caer todos los españoles encima. En España
no hay trabajo. Si es inmigración educada, en algún lugar se coloca. Muchos de
ellos se quieren ir para Estados Unidos, desde luego.
¿Qué
autores -poetas, narradores- ha podido usted disfrutar de nuestro país?
Yo tengo tres personajes en mi vida: Jorge Amado, Somerset
Maugham, el famoso inglés, y Naguib Mahfuz -porque Mahfuz es igualito que Jorge
Amado hablando de la gente pobre, del pueblo-. Son los que me han influenciado
en los últimos años. Yo quisiera escribir como ellos. Sobre todo como Jorge
Amado. Son novelas que te traen una sonrisa a los labios, que no te mortifican,
que sientes que estás leyendo algo delicioso, comiéndote un postre. Hasta soy
miembro de una sociedad de Jorge Amado y me condecoraron porque hice una
celebración muy grande en los cien años de Amado, en Panamá. Naguib Mahfuz es
mi gran narrador egipcio. Somerset Maugham: gran cuentista inglés. Marguerite
Yourcenar… Yo he leído mucho. De los latinoamericanos, me gusta mucho Vargas
Llosa. Algunas de sus novelas. Algunas otras no me gustan. Y que no me oiga,
porque él es amigo mío. Por ejemplo, no me gustó (Travesuras de) la niña mala (2006) y me copió un título, porque yo
escribí una obra de teatro que se llama Esa
esquina del paraíso, en el año 85, y luego Vargas Llosa sale con un libro…
El
paraíso en la otra esquina
(2003).
El
paraíso en la otra esquina (sonríe). Esa no me gustó. Me gustó
mucho La fiesta del chivo (2000). Y de
García Márquez me gustó Cien años de
soledad (1967). Los cuentos de García Márquez son increíbles, son unas
joyas, Después, todo lo que está escribiendo en su biografía y eso (la
escritora pone rostro de cierto desagrado)... Detesto Memoria de mis putas tristes (2004): ¡hazme el favor, pederastia
disfrazada de novelística! Detesté Del
amor y otros demonios (1994): pederastia, también. Y no solamente lo digo
yo. Algunas mujeres en Colombia lo han dicho. Escribir de un hombre de noventa
y dos años con una niña de catorce. ¡Hazme el favor! ¿Cómo se llama eso en
español?
Pederastia.
Del
amor y otros demonios, también, es de una niña y un viejo. Tampoco
me gustó. También hay mucha pederastia en El
amor en los tiempos del cólera (1985). Nadie se fija que el tipo viola a su
pupila y luego la abandona chiquilla y después sigue con su amor, con la mujer
esta, en el barco. Esa parte nadie la comenta. La primera que se atrevió fui
yo.
Lo
que pasa es que, quizá, este tema del hombre mayor y la mujer menor, aunque sea
a la buena o a la mala, está bien enraizado en la cultura latinoamericana.
Quizá por eso.
Sí, pero no tanto. Oye, no. (Los hombres) gustan de las
muchachas bonitas, pizpiretas, de veinte, veinticinco años, pero no una niña de
doce, catorce, que es núbil, que todavía no se ha desarrollado. Nos vamos
pareciendo a los árabes. Eso no me gusta. Yo veo muchas desgracias, en mi
oficina, de ese tipo.
El cáncer: entre la genética y los hábitos alimenticios
Muchas
veces se dice que (psicosomáticamente) se generan, los distintos tipos de
cánceres, de muchas penas reprimidas del alma.
Nada que ver. El cáncer sale porque sale. Si tú fumas, te
da cáncer. Te puede dar cáncer del pulmón, de vejiga, del estómago, de todo.
Claro.
Aparte de esos motivos que son ya conocidos.
Si comes mucha comida asada… Claro, si la paciente enferma
y tiene apoyo familiar, entorno, le va mucho mejor que la que se deprime, la
que no tiene nadie que la apoye.
(La
que) está sola.
Sola. Las mujeres que no aceptan, por ejemplo, que se
tienen que quitar un seno porque tienen cáncer y el marido las deja. No les va
muy bien que digamos. Tú me dices que si estás feliz no te va a dar cáncer, eso
no es así. Hay cánceres, “los” cánceres, no me gusta decir “el”. El origen de
algunos es viral, el cáncer semiputelino. Entonces, cuando tú naces, tienes tu
entorno completo de tu genética puesto ahí. Te pueden leer tu mapa genético
cuando naces. Te dicen: “Tú tienes tendencia a cáncer, a esto, a otro”. Tienes
tendencia a cáncer al intestino si empiezas a comer muchas carnes asadas. Pero
no puedes dar un mapa genético. ¿Por qué? Porque después, cuando estás
creciendo, vas a pedir un seguro de vida y te dicen: “Bueno, deme su mapa genético.
No lo aseguramos ni para esto ni para esto ni para esto”. Así es que,
definitivamente, después que te da la enfermedad, el apoyo que tengas a tu
alrededor es muy importante.
Usted
que ha tratado tantas mujeres con estos problemas de cáncer, ¿nunca le ha dado
el temor, de repente, como “un día me puede tocar a mí”? Es que lo ha tenido
tan cerca.
Le puede dar a cualquiera. Lo he tenido tan cerca… Toda
la gente que trabaja en el oncológico, no sé cuántos hemos tenido que se han
muerto de cáncer, los médicos. De unos cánceres bien raros: al intestino, de la
columna vertebral y de la garganta. Pero la genética tiene mucho que ver, tu
familia. En mi familia hay una sola persona que se murió de cáncer: mi tío. Murió
a los ochenta y no sé cuántos años y era un fumador empedernido. Pulmón. Mi tío
era un “fumón”, pero de esos bravos, de Boston.
En el
Perú “fumón” significa que fuma droga.
Cuando estábamos en la escuela de medicina, nosotros fumábamos,
matábamos a las moscas de los muertos, de los cadáveres que nos mandaban a
disecar. Matábamos las moscas con el cigarrillo. Dejé de fumar cuando yo estaba
embarazada, tenía como un mes de embarazo, y en ese momento salió el reporte de
que el cigarrillo y el embarazo no iban. (Dije): “Carajo, pues, lo voy a dejar”.
Y fui y me compré unos chicles. Eso fue en el 67. Y más nunca me ha dado por
fumarme un cigarrillo. Gracias a Dios. Pero todo en exceso mata.
Yo
le quiero agradecer muchísimo la entrevista. Ha sido un gusto, para mí, poder
conocerla.
Y me gustó a mí, también.
Muchísimas
gracias.
¡Cómo no!
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