“El escritor, por vocación, está insatisfecho”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
Domingo 15 de setiembre de 2013. San Isidro, cielo opaco, once de la mañana. Con mi grabadora ya lista en la mesa de centro, espero unos minutos en el sofá cómodo y blanco a que el escritor peruano Diego Trelles Paz (Lima, 1977) baje a la sala de su casa para entrevistarlo. Yo, ya había estado aquí antes, el año pasado, para entrevistar al catedrático y excelente cuentista argentino Pablo Brescia, acerca de su estupendo libro Fuera de lugar (2012). En aquella ocasión, antes y después de entrevistar a Brescia, Trelles conversaba y le hacía bromas con total confianza al autor bonaerense. Se notaba que eran amigos de años. Además, le recordó que tenía una entrevista literaria con otro medio de comunicación más tarde. Esa era la imagen que yo guardaba de Trelles: gentil y buen anfitrión. Al retirarme de su casa, le comenté que podría entrevistarlo en unas semanas más sobre su novela Bioy (2012) -la cual acababa de ganar el Premio Francisco Casavella, en España-. Él accedió. Incluso, me dijo que regresara a su casa en unos días más para facilitarme, generosamente, un ejemplar de su libro de relatos Hudson El redentor (2001) y otro de su novela El círculo de los escritores asesinos (2005. Luego traducida al italiano), con el fin de que tenga una visión más completa de su obra narrativa. Volví por los libros y quedamos en coordinar la fecha exacta de la entrevista por teléfono o Facebook -en esta red social, Trelles comenta frecuente y atinadamente los últimos acontecimientos culturales y políticos del país-. Un año después, recién pudimos concretar el diálogo literario.
Durante esos largos doce meses, Diego adquirió mayor relevancia como escritor, puesto que sumó a su premio en España el ser uno de los once finalistas del prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2013 -gracias a Bioy, también-. Los mexicanos Juan Villoro y Alberto Chimal, el chileno Alejandro Zambra y el español Luis Mateo Díez fueron algunos de los otros finalistas de este certamen -el cual ganó el puertorriqueño Eduardo Lalo con Simone (2012)-. Hasta hoy, el único autor peruano que ha obtenido el Rómulo Gallegos, en 1967, es el Nobel Mario Vargas Llosa, por La casa verde (1966).
Algunos años atrás, Trelles publicó El futuro no es nuestro (2008), una antología de nueva narrativa latinoamericana, que ha sido editada ya en ocho países -incluso, se tradujo al inglés y al húngaro-. Tuvo excelente recepción por parte de la prensa y del ambiente cultural de la región. Autores tan valiosos como la chilena Andrea Jeftanovic, la boliviana Giovanna Rivero, el argentino Andrés Neuman, el peruano Carlos Yushimito, el panameño Carlos Wynter Melo, la puertorriqueña Yolanda Arroyo, el ecuatoriano Miguel Antonio Chávez o el mexicano Tryno Maldonado, figuran en este libro.
Otra faceta interesante del autor peruano es su relación con el cine: en 1999 escribió y dirigió Como si la muerte fuera para ellos, su primer cortometraje, realizado en 16 milímetros -Trelles estudió cine y periodismo en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Lima-. Asimismo, colaboró con críticas de cine para el diario El Comercio y la revista Caleta -en esta última publicó reseñas musicales, también-. Y su atracción por la música lo llevó a formar parte, en la década de 1990, de la banda de rock grunge Plaza Cutervo.
A lo largo de la presente entrevista, Trelles -que es doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad de Texas, en Austin, y fue catedrático en Estados Unidos y el Perú- explicó sus motivaciones narrativas y su método onettiano para escribir, analizó su propia obra, así como diferentes conceptos vertidos por sus referentes literarios, reveló sus parciales reticencias hacia las nuevas tecnologías, y recordó a los grandes escritores que ha podido conocer y entrevistar.
Son notables los hechos literarios vividos por Trelles -todo lo que le ocurre con Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas y Augusto Monterroso, por ejemplo-. Al parecer, él estaba destinado -en el sentido que le otorgaban los antiguos griegos a la palabra “destino”- a convertirse en escritor. En la actualidad, tiene los objetivos muy claros y es consciente, además, del gran sacrificio que implica llegar a ser un escritor importante, con una voz propia. Y está decidido a serlo. Diego Trelles Paz es un narrador a tener en cuenta, que ha llegado para ocupar un lugar en la literatura peruana y latinoamericana. Merecidamente, sus novelas van recibiendo el reconocimiento internacional y diversos relatos suyos han aparecido ya en antologías de Estados Unidos, Argentina, Italia y México.
Muchísimas gracias por esta oportunidad, Diego.
Gracias a ti.
Roberto Bolaño ha contado que el intercambio epistolar que tuvo con Enrique Lihn le salvó la vida en un momento muy duro de su existencia, cuando él vivía solo y estaba deprimido. Yo me preguntaba: y este intercambio que tuviste con Roberto Bolaño, epistolar, que fue en el año 2003, ¿tuvo algún efecto en ti, como escritor?
Sí, definitivamente, porque el año 2003 es crucial en mi carrera literaria y mi aprendizaje como escritor. Porque fue el año en que terminé la maestría, me fui de Estados Unidos, dejé Texas por un año y me dediqué completamente a escribir. Me dediqué todo un año a escribir El círculo de los escritores asesinos. En realidad, yo venía bastante confundido -“huérfano” es la palabra que empleo-, en el sentido de que sentía que me faltaba algo, una especie de voz que fuera distinta a la de aquellos autores que yo había leído y admirado, pero a los cuales yo sabía que no podía seguir. No con la misma estética. Me faltaba ese respirador artificial. Y la llegada de Bolaño -sobre todo con sus libros, pero después por causas que fueron azarosas-, tener la oportunidad de hablar con él, virtualmente, para mí, fue vital. Sobre todo el consejo que le da a un chico que tiene veinticinco años.
¿Fue un intercambio por correo electrónico o por carta?
La cosa sucede así: el año en que yo voy a Burdeos ocurre la guerra de Irak. Entonces, yo mando una carta a Caretas en contra de la guerra y la publican. Curiosamente, era una carta que no estaba de acuerdo con lo que proponía Vargas Llosa. Y la carta sale con la fecha y el lugar: Burdeos. Y quien la lee, porque la suben a la red, es Robert Amutio, que ya era el traductor de Bolaño, y yo había publicado el que, de repente, es el primer artículo sobre Bolaño en el Perú, sobre Los detectives salvajes (1998). Que yo había leído el 2000, por recomendación de Oscar Malca, un amigo, gran escritor.
Luego, haces tu tesis de maestría sobre Los detectives…
Hice mi (tesis de) maestría después sobre Los detectives salvajes. Exacto. Entonces, Quehacer la sube y, también, la sube Caretas, la carta. Robert Amutio se da cuenta que la persona que había escrito el artículo sobre Los detectives salvajes era yo, y que estaba en Burdeos, como él. Él vive en Burdeos. Entonces, él me escribe un mail y nos reunimos, nos conocemos, compartimos admiración por muchos escritores. Él ya había traducido a varios escritores latinoamericanos y ahí se me ocurre preguntarle si es que yo podía escribirle a Bolaño. Le dije que me diera un correo postal porque yo iba a hacer lo mismo que él había hecho con Enrique Lihn, pensando que era una manera de expresarle mi complicidad. Pero cuando él responde, le responde a Amutio por mail y le dice que parecería que yo no tenía mail, lo cual era medio irónico. De ahí es cuando recién yo le respondo y se da este breve intercambio epistolar. Es un año clave porque ocurrieron muchas cosas. No solamente escribí la novela: Bolaño se muere a los pocos meses de este intercambio de cartas, que termina cuando yo le pido ir a Blanes (para conocerlo) y ya no me responde más. Yo dije: “No querrá”. Después de dos, tres meses, me llega un mail de Amutio, muy pequeño, que me decía que se había muerto.
¿Te afectó mucho?
Me afectó mucho, sí, pero me sorprendió más. Sabía que estaba mal, pero no sabía que estuviera a punto de morir. De hecho, me afectó un montón, pero (se queda pensando un momento, muy seriamente)… no me di cuenta, en el momento, de todo lo que me había afectado. Me sirvió mucho lo que él me dijo. Muchísimo. En la crónica que se llama Nunca fui a Blanes (aparecida el domingo 11 de agosto de 2013 en el periódico argentino Página 12), creo que está expresado de la manera en la que yo quería que se exprese. Mis sentimientos eran esos. Nadie me había dado un consejo a esa edad. Ese consejo. Y menos un escritor que ya en ese momento, para mí, aunque no fuera tan famoso -no era lo que es ahora-, había significado el lugar donde apoyarme, que se acabe la sensación de orfandad, encontrar mi propio camino. Porque él me dijo que escriba mi novela, con humildad y valentía. Entonces, sí fue importante. Ahora, Bolaño no es el único escritor en el cual yo me he apoyado -y esa es una cosa que me gustaría remarcar-, porque mi literatura no viene de una sola influencia. Aunque la suya fue importante.
Tienes muchas influencias, es evidente: cinematográficas, literarias.
Y es curioso porque el año anterior yo le había hecho una entrevista a Monterroso en su casa, gracias a Wilfrido Corral, que es un profesor ecuatoriano, crítico, académico, muy importante, que trabajaba al lado de Monterroso.
Y que enseña en Estados Unidos.
Sí, enseña. Está en Estados Unidos. Un compañero muy amable, acaba de sacar un libro sobre Vargas Llosa, otro sobre Bolaño. Una persona muy lúcida. Fui a visitar a Monterroso y me pidió que no lo entreviste, pero fue una conversación muy amena. No me dejó grabar. Entonces, no grabé, pero (lo conversado) era para mi tesis sobre Los detectives salvajes, que iba a hacer una comparación con Monterroso, con Lo demás es silencio (1978). Curiosamente, a los cinco, seis meses, se muere Monterroso. Entonces, en La República yo publico una crónica de la visita, que, también, se puede ver en la red. Enrique Vila-Matas ve lo de Monterroso, ve lo de Bolaño y me escribe. En ese mismo 2003. Me escribe un mail…
¿Vila-Matas te escribe primero?
A mí, sí. Yo pensé que era un falso, pensé que me estaban haciendo una broma.
Tantos impostores también que es Vila-Matas (en su literatura).
Sí, claro. Yo le respondí una carta muy larga, que empezaba diciendo: “Yo sé que tú no eres Vila-Matas, pero en caso de que seas…”, y después él fue a Burdeos porque tenía que presentar un libro. Ahí lo conocí y lo entrevisté para Quehacer. Entonces, ese año 2003 cambiaron muchas cosas. Terminé mi novela. Se dio todo un proceso bien interesante. Y la época en la que tuve que corregirla -porque El círculo… tenía muchas más páginas- fue un año muy duro. Ese fue el año en que, realmente, creo que aprendí el oficio de la escritura. Pasé de lo intuitivo a lo técnico, a lo metódico. Me sirvió mucho.
Acabas de mencionar que El círculo de los escritores asesinos tenía más páginas -y es una novela que no es corta-: Cormac McCarthy, de las novelas largas, había dicho: “No se volverán a escribir libros de 800 páginas como se hacía cien años atrás y hay que habituarse a ello. Si crees que podrás escribir algo como Los hermanos Karamazov (1880) o Moby Dick (1851), adelante, pero nadie lo va a leer. No importa lo bueno que sea o lo agudos que sean los lectores. Las intenciones y los cerebros son diferentes”. ¿Tú estás de acuerdo con esa opinión de Cormac McCarthy?
Yo estoy de acuerdo con casi todo lo que dice Cormac McCarthy. Sobre todo porque da tan pocas entrevistas y creo que las he leído todas. Esa pregunta, si mal no recuerdo, es una en la cual le preguntan por qué no hace cuentos. Y él dice algo así como que -es lo que acabas de leer- cualquier cosa que no te tome…
Años…
…años…
…de trabajo.
…de trabajo y que te lleve hacia la locura, no vale la pena hacerla. Yo escribo cuentos y escribo novelas, pero ante todo creo que soy un novelista. Y sí estoy de acuerdo, porque si hay novelas de mil páginas, como 2666 (2004), o de 600 u 800 que son leídas. Generalmente, son novelas que ya tienen detrás una carrera, a un autor importante que puede darse esta bondad, esta facilidad de escribir tanto. Pero si no es así, no te va a publicar nadie y, probablemente, no vas a vender nada. Esto es absolutamente cierto, porque estamos en una época que tiende hacia la ligereza.
La civilización del espectáculo (2012).
Un poco. Aunque con sus bemoles. Hay ciertas cosas en las que no estoy de acuerdo (con el libro de Vargas Llosa). Sí tenemos una situación en la cual la gente lee todos los días, pero en las redes sociales -lo cual no critico-. Es muy interactivo todo. Te abandonan rápido. Es difícil tener un lector que se siente a leer tu libro físicamente. Es casi heroico. Le das 800 páginas y se vuelve loco. No publicas más, porque es una inversión. Si una editorial se manda con 800 páginas y tú no la haces, olvídate.
El lector regala tu novela (a otros) si es muy larga.
Claro. Y depende mucho de lo que diga la gente, la crítica. Es bien raro que con una novela de 800 páginas y uno que diga que es muy mala la gente te siga.
Por otra parte, Vargas Llosa había mencionado en La verdad de las mentiras (1990), que “los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que viven”. Y, más adelante, menciona: “En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo insatisfecho”. ¿Qué late en ti antes de escribir una novela? ¿Qué deseo insatisfecho hay en ti?
Yo estoy de acuerdo con esa teoría de Vargas Llosa. Una teoría que no es nueva, porque es el germen de la explicación del arte. Es la idea de que uno puede ser un pequeño dios y transformar todo a través de la ficción. Es decir, a través de la posibilidad de utilizar la mentira, persuadir a los lectores de que hay un mundo posible que es distinto y que este mundo ficticio es real. Eso es algo que está presente en casi todos aquellos que contamos una historia. Siempre he visto a la literatura como una forma de salvación. No quiero decir con esto que la cosa sea extrema, que uno tenga que ser un psicoesquizofrénico o un drogadicto para que la literatura sea una especie de religión. La literatura sí es una religión, en el sentido en que te esclaviza. Al menos, de mi parte, no es una elección fortuita ni poco azarosa. Yo creo que la literatura te toma. Toma tu cuerpo. Es decir, yo siempre he hablado de la literatura como algo que es -si uno elige hacerla de manera seria-, más bien, esa decisión valiente y meditada. Lo que te va a llevar a darte cuenta que es un sacrificio. No solamente en términos económicos sino, también, genera un desgaste mental. Entonces, cuando yo me planteo las historias -que es la pregunta principal que me haces-, lo que procuro hacer es hablar de aquellas cosas que me llaman la atención. El escritor siempre está viendo los detalles, siempre está viendo debajo de la epidermis de cualquier cosa. Pero no con un afán didáctico. Los peores escritores son aquellos que te quieren explicar y convencer de algo. No quiero convencer ni explicar a nadie algo. Lo que sí quiero hacer es, dentro de ciertas realidades que no me satisfacen, mostrar aquello que no es tan fácil ver. Vamos al punto de las temáticas, de las motivaciones: me interesa todo aquello que esté relacionado con la literatura. Pero la literatura como un campo de batalla, lamentablemente. Y me interesa mucho, también, el trasfondo político. Aquello que explica lo que somos, dentro de un pasado. Porque el trasfondo político, la violencia, en mi caso específico, no es algo que haya nacido en mi literatura con Bioy. Es algo que está desde Hudson El redentor. Lo que pasa es que en Bioy es el tema principal la violencia. En los anteriores (libros) no. Puede ser, en El círculo de los escritores asesinos, que esté en los pies de página, en lo que se dice de ciertos personajes. En Hudson… está en todo el entorno macro, que es el del fujimorismo.
Ya que mencionas tus novelas, Ricardo Piglia afirmaba que “lo que define a la novela son los personajes”. Que para él, una novela funcionaba cuando un personaje generaba situaciones, y estas situaciones daban pie a intrigas y, a la vez, daban pie a otros personajes. En tu caso, ¿la novela empieza con los personajes o empieza con la historia?
Yo estoy de acuerdo con Piglia. ¡Tú estás citando a todos aquellos a los que yo sigo!
He estudiado tus referentes para (realizar esta entrevista).
Estoy de acuerdo. Yo siempre recuerdo -y en mis clases comento este ejemplo- el gaucho Martín Fierro (1872), de José Hernández, que es un poema fundacional para entender la gauchesca argentina. Hernández hace una cosa alucinante -en realidad, esto lo escuché de un profesor que me enseñó mucho, pero Borges y Piglia han hablado de esto-. Hernández quiere que nos identifiquemos con la causa del gaucho que está siendo perseguido por el Gobierno, que lo mandan a la guerra, que le despojan de su mundo ideal en las pampas, que lo alejan de su familia y lo engañan. En algún momento, hay una fiesta y el gaucho Martín Fierro entra y, sin motivo alguno, mata a un negro. Entonces, Hernández lo que hace en ese momento es poner a su personaje contra el lector, porque nadie se va a sentir identificado con la muerte que este héroe ejecuta sin motivo alguno. Eso es una clase de literatura, para mí. Y responde un poco tu pregunta, porque en la literatura los personajes te van exigiendo el derrotero que debes seguir. Lo que hace un buen escritor es no esconderse en una falsa moral y decir: “No, pues. Acá mi héroe va a ser sacrificado. No lo va a querer nadie”. Al contrario. El autor, el creador, el literato, debe saber escuchar las voces de sus personajes que van adquiriendo vida. Porque hay una cierta complicidad entre tú y ellos. La buena literatura es aquella que no se arredra, que no es condescendiente, que no busca el favor fácil del lector. Y eso yo lo tenía muy claro en Bioy, por ejemplo. Desde la página inicial, donde está la advertencia que dice…
Tan dura esa página inicial.
Sí, claro. Porque dice: “Mira, esta es la montaña rusa. ¿Vas a seguir o no?”. Y, efectivamente, cuando yo escribí esa novela no pensé en que iba a ir contra el buen gusto o iba a sacrificar mi personaje -probablemente lo hice- sino que estaba pensando en la historia y en cómo hacer para que este país sumido en el limbo que era el Perú en esa época, fuera retratado de la manera más justa posible, sin romantizar. No se puede hablar de la época del conflicto interno sin violencia.
Inclusive, la novela empieza con violencia -Bioy- y termina con violencia.
Incluso, las palabras iniciales se repiten al final. Hay una estructura circular. Yo creo que me quedé corto. ¿Cómo se narra la violencia? Es difícil de imaginar, si no hay palabras para expresarla. La idea era violentar no solamente las estructuras sino, también, el mismo lenguaje. Un buen literato lo que hace es escuchar a sus personajes. Y si el personaje es la peor basura del mundo, hay que darle ese respeto. No necesariamente yo estoy de acuerdo con lo que hacen mis personajes. Mis personajes deben tener vida propia. Eso es lo que debe buscar el escritor.
Por otra parte, ¿cómo armas tu día como escritor? Piglia menciona que “mi manía es que me levanto temprano, no atiendo teléfono ni leo mails. Para mí, es la condición necesaria para trabajar. Un espacio para aislarse de todas las situaciones cotidianas que interfieren”. ¿Cómo es tu rutina? ¿También te aíslas del mundo, como Piglia, para poder armar tus textos?
Vargas Llosa tiene ese mismo método del horario, que es el que refiere Piglia: te levantas seis de la mañana -hasta la una- y que nadie te interrumpa. Me parece estupendo como un ideal, porque si todos fuéramos así, yo produciría más. Pero no, más bien, me encuentro cercano al método onettiano, que es el más desordenado y caótico. Aquel en el cual, a veces, tienes que dejar de escribir por un tiempo, porque no encuentras esa motivación ni ese estado de gracia en el cual te permites sumergirte. Eso es lo que hago. Yo, cuando estoy escribiendo una novela, me sumerjo en ella. A veces, puedo pasar ocho, diez horas escribiendo. Cinco días en un solo párrafo. A veces, no puedo escribir en un tiempo. Lo que sí es cierto es que cuando estoy escribiendo, estoy como en un estado de…
Trance.
Es un poquito exagerado, pero sí. No me importa no estar aislado. De hecho, yo suelo escribir en la casa -en la que tenga, porque no he vivido mucho tiempo en ningún lado- o en los cafés. Que haya ruido no significa que yo no esté concentrado. Es más, a veces, me sirve distraerme para no perderme. Pero no tengo ningún horario. Debería tener, pero no tengo y no creo que tenga (en el futuro). El ritmo en que he producido me satisface, pero no es la mejor forma. Un escritor profesional debe hacer la escritura como un trabajo, de lunes a domingo. Yo no. Siempre he sido muy rebelde.
Pero dentro de este desorden onettiano que cuentas, ha habido mucha producción.
Sí.
Has encontrado un orden dentro de tu caos. Has producido bastante. No solo cosas tuyas sino la antología…
He hecho mucho. Sí. Tengo tres novelas, una antología, estudios -dos: uno sobre Los detectives salvajes, que va a salir publicado, y uno bastante largo, que se va a publicar, sobre la novela policial-. Tengo artículos, he hecho una película… Es que soy inquieto.
Has entrevistado a Vila-Matas, a Monterroso.
He entrevistado a mucha más gente. Lo que pasa es que…
A Alan Pauls (y Edmundo Paz Soldán).
…dentro de mi desorden, yo no soy un vago, para nada. Soy desordenado, pero no vago.
Claro. No son sinónimos.
Claro. Y tienes que entender que me fui joven de acá, del Perú. Había escrito Hudson El redentor. No lo había publicado, pero lo había escrito. He estado fuera del Perú doce años: un año en Francia y el resto en Estados Unidos, en Texas y cerca de Nueva York. Y ahí, lo que me posibilitaba esto era tiempo para leer, escribir. El tiempo es muy importante y la distancia es importante. Una de las cosas por las cuales, en realidad, me voy del Perú, es porque todavía necesito continuar con mi travesía vital. Es algo que me había prometido siempre. Y, lo segundo, es que esa distancia me ayuda a aclarar mis ideas. Otra cosa es que el escenario literario local parece un campo de batalla. Y esas cosas distraen, a veces.
Es muy reducido.
Insignificante, pequeñísimo, pero es muy combativo. Lo cual me parece estupendo, porque me da ideas para mis novelas y libros de cuentos. Pero yo respeto mucho la bibliografía. Prefiero demorarme diez años en publicar algo, si es que lo que voy a publicar me deja satisfecho. Para bien o mal, todo lo que he publicado, hasta ahora, me tiene satisfecho. Aunque el escritor, por vocación, está insatisfecho. En todo. No solamente con el mundo sino, muchas veces, con lo que produce. Por eso, a veces, te dicen que lo más importante es que en un momento dejes que la novela, el libro de cuentos, el ensayo, se vaya.
¿Crees que estás encontrando tu propia voz? ¿De acá a un tiempo se va a poder hablar de una narrativa trellesiana?
Creo que en mis tres libros, si uno los lee de corrido, va a encontrar que esa búsqueda estética ya está teniendo cierto cuerpo, está encontrando una forma. En mi opinión, Bioy es aquello que siento más cercano a lo mío.
Fue Larrita el que empezó a llamarme Ganivet. Su admiración por España era absoluta. De hecho, no tenía problemas en declararse hispanófilo, darle vivas a Pizarro y celebrar en voz alta nuestra Conquista. Citaba a los escritores Manuel Gálvez y Ricardo Rojas mientras disertaba sobre el primer nacionalismo argentino: el germen del fascismo gaucho. Cuando hablaba de Leopoldo Lugones parecía un hijo enamorado de su padre. Adoraba a Lugones con el mismo fervor con el que odiaba a Neruda. Alguna vez propuso en una de sus crónicas formar un Club de Enemigos de Neruda. Nadie respondió a su llamado pero él no se dio por vencido. Aunque su única acción subversiva ocurrió en un cine miraflorino con ocasión del estreno de un esperpento italiano llamado Il Postino, Larrita llegó al cine con un kilo de tomates y un par de gafas negras. Tal vez pensó distraer a los curiosos si, además de los tomates, llevaba puestos lentes de sol en plena noche. De manera que ni bien apareció el actor que hacía de Neruda en la película, Larrita empezó con la descarga de tomates sobre el ecran gritando con desmesura: “¡Muerte al poeta de quinceañeras! ¡Muerte al narigón almidonado! ¡Muerte a los Veinte poemas! ¡Muerte a Gabriela Mistral! ¡Viva Gonzalo Rojas! ¡Viva Enrique Lihn! ¡Viva Jorge Teillier! ¡VIVA EL GRAN NICANOR PARRA!”.
Tuvo suerte. Por fortuna la pantalla no se rompió aunque él terminó preso. Una señora, su mecenas, logró sacarlo de la comisaría declarándolo enfermo y pagando una coima a los policías. La ironía más extraña de la vida de Larrita era que esta mujer se llamaba Matilde, como la musa de Neruda.
Páginas 38 y 39 de El círculo de los escritores asesinos (2005).
Hay un salto de calidad entre Hudson El redentor y El círculo de los escritores asesinos. ¿En qué punto? En que cuando tú lees estos dos textos, hay muchas más referencias metaliterarias (en el segundo). Es mucho más literario. Obviamente, tú has crecido como escritor, también.
No creo, francamente, que El círculo… sea metaliterario. En realidad, no lo creo, aunque pueda ser injusta mi apreciación. Mis novelas siempre tienen trama. Eso es básico. No soy un escritor que trabaje sobre la digresión, como otros muy interesantes lo hacen. Yo me siento más cercano a Piglia. En las novelas de Piglia siempre hay una historia y en las de Bolaño, también. Hay referencias, citas, juegos metaliterarios, pero las novelas tienen trama. En El círculo… existe la metaliteratura, pero es fundamental para comprender a los propios personajes, las motivaciones que hay detrás. Esta gente está enferma de literatura. En el fondo, lo que están es peleándose por la mujer. Es la misma situación que ocurre en Hudson…: Laurita rompe el círculo amical del barrio. Y en El círculo… es Casandra. Ahora, sí estoy de acuerdo que hay una evolución entre Hudson… y El círculo… Creo que, también, hay una evolución entre El círculo… y Bioy. Hay gente que le gusta más El círculo… que Bioy y viceversa.
Quizá por el hecho de que es más amable El círculo… que Bioy.
Definitivamente.
Además que en El círculo… tú interpelas al lector. Es más, le invitas, desde la primera página (a través de uno de los personajes)…
En El círculo… es uno de los personajes. Que está en este juego nabokoviano de hablarle al lector, burlarse y hacerle chistes, que me parece superinteresante porque la intertextualidad me gusta. Es más, hay personajes de El círculo… que aparecen en Bioy. Hay personajes de Hudson… que aparecen en El círculo… Probablemente, eso se dé siempre, porque uno viene de una rama de escritor. Y eso lo hace desde Faulkner hasta Vargas Llosa -que reaparece a Lituma, reaparece a Rigoberto-. Lo hace Piglia con Emilio Renzi. Y lo hace Bolaño, también. ¿Por qué? Porque son guiños.
Claro. Es como tener a un miembro de tu familia siempre en tus fotos.
¡Claro! Uno desciende de cierto tipo de escritor que te forma. Hace poco, en Arequipa, me dijeron de ese libro (Hudson El redentor) que tenía una bella aspereza. Me interesaba mucho lo que dijeron porque es un libro áspero. Porque, evidentemente, es un primer libro, pero hay cierta melancolía, ciertos esbozos de una narrativa -la mía- que se van perfilando. Es un libro que podríamos catalogar de “realismo urbano”. Pero intenta desmarcarse muy rápidamente de todos los tópicos del “realismo urbano”, desde la portada. Era la época en que (Alberto) Fuguet estaba en gracia y a mí no me interesaba lo que hacía Fuguet. Me gustaban sus portadas, pero yo sabía que no podía hacer las portadas de gente matándose o gritando porque no me iba a tomar nadie en serio. Yo no quería que Hudson El redentor se redujera al efectismo del “realismo urbano”.
En Hudson El redentor, este personaje que le da el nombre al libro de relatos, Hudson, a pesar de su fracaso -porque, en el fondo,…
Cierto.
…es un escritor fracasado- es entrañable. Uno lo siente muy humano. Está tratando de vivir dentro de su fracaso. Entonces, el haber creado un personaje entrañable, también, hace a un libro interesante. Aparte de los otros relatos que tienen un montón de personajes llamativos, como el Chato, el Mango, el Negro Raymond. Uno puede estar en contra o a favor (de ellos) como lector, pero igual les siente mucha vida.
Sí. Gracias. Definitivamente. Yo ya desde entonces trabajaba mis personajes. Me daba cuenta que no podían ser esquemáticos, no podían ser buenos ni malos, maniqueístas. Esas son nociones básicas para un narrador. Y son los errores básicos de un narrador primerizo. Y, a veces, de un narrador no primerizo, que lleva años escribiendo los mismos (personajes). Los seres humanos tenemos contradicciones fundacionales, que nos hacen imperfectos y, al mismo tiempo, esas imperfecciones nos pueden volver queribles. Es importante Hudson El redentor por más que, a veces, se desborda la técnica. Hubo un crítico que sacó un término -que era JUM- que me parecía absolutamente irrespetuoso y miope, porque lo que postulaba era que todas las novelas juveniles urbanas y marginales eran iguales. JUM: Juvenil Urbano Marginal. El crítico que lanzó este término era irónico. O pretendía serlo. Pero descalificaba a la novela por sus temas, lo cual me parece un error. Era la época en que se hacía mucho “realismo urbano” y teníamos novelas muy efectistas, de fraseo corto, de referencias a cosas que estaban de moda en esa época: el walkman, los polos de tal marca. Muy ágiles, muy hijas de (Charles) Bukowski. Y, en el plano iberoamericano, de (José Ángel) Mañas, del primer Ray Loriga, y de Fuguet. Pero a mí nunca me interesó esa literatura. No porque fuera mala sino porque no era el tipo de literatura que me había formado. Yo quería hablar de un barrio que funciona como una cárcel, donde sus jóvenes no tienen camino.
Magdalena.
Magdalena. Y dentro de un trasfondo, de un escenario, que es el de la dictadura (de Alberto Fujimori). Para esa novela me ayudó mucho, además de Vargas Llosa, (Manuel) Puig. Porque si el fútbol está presente, si las conversaciones de radio están presentes, si la cultura popular está presente, es por mis lecturas de un escritor fundamental -bisagra entre el Boom y lo que viene después-, que es Puig. Porque con Puig uno entiende, aprende, que puede hacer literatura de todo. Que no hay temas prosaicos ni objetos de segunda mano. La necrológica, la revista de modas, la confesión en la misa y el parte policial: de todo eso se puede hacer buena literatura. Lo que pasa es que muchos de los escritores anteriores del Boom pensaban que la literatura era esta cosa solemne, con mayúsculas, y que había temas elevados y temas que no lo eran.
(Temas) sagrados.
Sagrados. Entonces, es la misma distinción entre la alta cultura y la baja cultura, que ya está desfasada.
Podríamos decir, inclusive, que Puig es a la narrativa latinoamericana como lo es Parra a la poesía. Parra incluye, también, todo…
Sí, pues.
…en su poesía.
Sí, creo que es una buena forma de verlo. Porque durante años a Parra no se le entiende. España le da el Cervantes hace poquito, pero se lo debió dar hace mucho. Nunca entendieron la poesía de Parra. Para ellos, eso no es poesía.
Cuando ya podría haber muerto, inclusive.
Claro. Acaba de cumplir 99 años… Entonces, con Puig aprendí la utilización de esos objetos mal llamados “el arte de segunda mano”, que es la cultura popular. Eso está presente en Hudson… y en casi todo lo que he escrito. Porque se puede hacer literatura de todo. No es fácil, esa es la diferencia. Por ejemplo, hacer literatura sobre el mundo cibernético es difícil. Yo intenté un poco eso en la tercera parte de Bioy, cuando aparece el blog. Son pequeños retos que uno se pone. Pero no es fácil hacer, por ejemplo, literatura de mensajes telefónicos, porque se ve muy prosaico, porque es difícil hacer de eso algo lírico o que no disuene. Pero Puig lo demostró, con novelas espectaculares, en las que él novelaba desde partes policiales hasta necrológicas.
Los rituales de un escritor y las nuevas tecnologías
Tú has mencionado, en algún momento, que no te atrae para nada el libro electrónico.
No me atrae, pero en absoluto. Eso no quiere decir que no comprenda las bondades. Es evidente que, por ejemplo, cuando uno se muda, si puedes llevar en una Tablet o en un Reader toda tu biblioteca, vas a gastar mucho menos dinero. Yo, cuando regresé de Estados Unidos, ¡imagínate!, no sabía dónde meter mis libros porque no quería sacrificarlos. Es que el pragmatismo, para mí, nunca ha funcionado tan bien. Soy, más bien, una persona que respeta y venera ciertos rituales, que se han inculcado desde muy joven. Me gusta mucho leer libros, tocarlos, olerlos, verlos en mi cuarto y en la noche contarlos. Ver que estén en orden. Soy un amante de la biblioteca. Me encanta la biblioteca. Pero no tengo nada en contra de la gente que lee en su Reader. La idea es leer. Lo del coleccionista (de libros) viene de uno, nada más.
Además, mantienes una página web que está muy bien, a pesar de que no…
Está desactualizada la página web, por culpa del blog y del Facebook.
(Sin embargo), permite encontrar muchas referencias sobre tu trabajo rápidamente.
Sí, es cierto. Pero está desactualizada por una razón: porque yo no sé hacer nada. Soy una bestia absoluta. Con las justas el blog. A veces, no entiendo nada. Si yo supiera cómo actualizarla, lo haría. De hecho, voy a hacer algo al respecto, pero me van a ayudar. Es básico, para que tu trabajo llegue a más lectores de afuera, que tengas una (página web). Hay escritores que siguen escribiendo a mano. Y me parece bien, pero son métodos de cada uno.
Lo social y lo político importan, también
Habías mencionado, en algún momento, que “el nivel de racismo y exclusión dentro de la sociedad peruana ha sido y sigue siendo tan violento que, al final, todo termina contaminado”. Esta contaminación a la que te referías, ¿se siente, todavía, en la literatura peruana? Yo hablaba del país, de la realidad de ahora.
Yo hablaba de cómo nos llenamos la boca de un mejoramiento económico y de progreso y, sin embargo, al mismo tiempo, vemos que la exclusión se mantiene y que el racismo es, incluso, más fuerte. Seguimos viviendo en un país que paga a sus trabajadores un salario mínimo de 250 dólares. Lo cual es ciencia ficción, porque el progreso y la inyección de capitales funcionan para los que se enriquecen y no para los que tienen hambre. Es curioso, la gente piensa que el hambre no es una forma de violencia.
Es la peor forma de violencia.
Es la peor forma de violencia. Es la que puede explicar muchas de las cosas que le han ocurrido a este país. Entonces, ese es el estado de las cosas, ese es el estado de este país perverso. Es perverso, en el sentido en que puede entrar todo el dinero del mundo, pero las estructuras de discriminación y exclusión se mantienen y son férreas. Hay mucha gente que va a combatir para mantenerlas, a cualquier costo. Estamos en un país absolutamente escindido que utiliza el chauvinismo para crear esta ilusión de igualdad y compañerismo y que las cosas estaban mejorando. Yo no creo que las cosas estén mejorando, aunque hay mejoras mínimas. Y no van a mejorar mientras no tengamos la idea de que todos somos ciudadanos de este país y que tenemos los mismos derechos y deberes. Que no se debe excluir a nadie.
Que no hay “ciudadanos de segunda clase”.
Que no, pues. Tontería que dijo Alan García. Es vergonzoso. “Ciudadanos de segunda clase”: ¿de dónde saca eso ese señor? Eso es lo que cree mucha gente, mucho político cree eso, lo cual es terrible. Entonces, yo hablaba del país. Expreso mi punto de vista como ciudadano en las cosas que escribo. Y en mi literatura se pueden leer ciertas situaciones. Lo que yo no hago en mi literatura es tratar de ser el consejero de la gente que lee. La literatura ha evolucionado a un punto en el cual el lector y el autor tienen el mismo poder. Y debe ser así. Ya no estamos en el siglo XIX, en el cual el autor le decía al lector cómo leer y de qué manera reaccionar. Eso es muy claro en las cosas que yo planteo. En El círculo… eso es claro. En Bioy -y casi en todo lo que escribo- hay esa voluntad de que la literatura sea un arte compartido.
Cuando uno te escucha hablar sobre estos temas ya no solo literarios sino sociales, es como escuchar a un escritor que se rige bajo este concepto de “escritor comprometido”. ¿Tú crees todavía en eso? ¿Un escritor tiene que ser una antena de la sociedad? ¿Tiene que criticar lo que hay que criticar en la sociedad, como se creía hasta hace poco? Porque, ahora, muchos escritores solo viven dentro de su literatura, desconectados totalmente del tema social. ¿Sientes que eres una especie de “escritor comprometido” post-sesentas?
No, porque yo creo que la escritura comprometida no ha hecho libros muy interesantes. Me interesa, más bien, que se diferencien las dos caras de una misma persona. Uno es artista y puede ser un ciudadano con cierto compromiso político, con cierta visión de las cosas. Pero no es loable contaminar tu literatura con un compromiso político que quiera convencer a nadie de algo. Eso es un poquito manipulador, a veces. Y no es tan fácil distanciarse. Pero como ciudadano, por supuesto: uno debe tener la posibilidad de decir las cosas en voz alta. Y estoy un poco en contra de ese cinismo mediante el cual evadimos hablar de ciertos temas, sobre todo en personas que tienen alguna notoriedad pública. Yo tengo cierta notoriedad pública por mi literatura, pero no uso la literatura para ganar adeptos, para que piensen como yo o sigan mi línea política. Para eso he estado yo como ciudadano. Son dos cosas distintas. Ahora, si como escritor que vengo a esta entrevista, me pides mis puntos de vista, los voy a dar. Pero en mi literatura trato de ser muy cuidadoso en eso, porque lo que genera es, a veces, mala literatura: una literatura que genera opiniones en vez de sugerir. Y yo respeto la fortaleza del lector, la fomento. No me interesa mucho cuál sea el perfil político de mi lector, si es que lee con responsabilidad. Puedo estar en desacuerdo con esta persona, pero el arte es una apertura, algo que llama a meditar. Sugiere, no machaca. Entonces, evidentemente, se pueden percibir ciertas tendencias políticas de acuerdo a lo que escribo, pero son percepciones. No quiero que sean certezas. No. Me sentiría muy mal si alguien me dice que yo escribo literatura comprometida, proselitista. La mayoría de los autores que ha tenido (este tipo de literatura) no hace cosas que me interesen.
Pero es evidente que eres de izquierda.
Sí, claro. Absolutamente. Es obvio que soy una persona que tiene una preocupación social, un humanista. Soy de izquierda, evidentemente.
Diego, muchísimas gracias por la entrevista. Ha sido un gusto. Estamos seguros que vas a seguir trayendo muchas cosas positivas para el país, gracias a tu literatura.
No, gracias a ti, Gianmarco. Mi compromiso, el único que tengo, es el de la literatura. Como te dije hace unos minutos, la literatura esclaviza. Es, más bien, una situación que va del goce a la tortura, por momentos. Pero en esa dialéctica es donde creo surgen las obras. Es una apuesta que uno hace. Y yo estoy feliz con ser escritor. Afortunadamente, no vivo de la escritura. Ojalá que, en algún momento, viva de la escritura. Nunca pretendí hacerlo, lo cual me da cierta independencia y la posibilidad de planificar mis obras, de seguir una bibliografía coherente. Y eso es lo único que quiero hacer: seguir escribiendo, leyendo y contribuyendo como persona para que las cosas cambien.
Que buena es una entrevista cuando el entrevistador es bueno.
ResponderEliminarFelicitaciones, Gianmarco.
Muchas gracias por tus felicitaciones, Carolina. Seguiré ofreciendo lo mejor de mí, como profesional, para todos mis gentiles lectores. Bendiciones para ti.
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