“La literatura tiene un poder redentor”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
El escritor y exvicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, 1942), es uno de los maestros contemporáneos de la narrativa en nuestro idioma. Sus obras están traducidas a más de quince idiomas. Autores relevantes como los mexicanos Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, o los argentinos Tomás Eloy Martínez y Ricardo Piglia han elogiado su talento y calidad personal.
Ramírez ha ganado el Premio Alfaguara de Novela 1998 gracias a Margarita, está linda la mar -obra que obtuvo, también, el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas el año 2000- y vino este año a la XVIII Feria Internacional del Libro de Lima para presentar su libro de relatos Flores oscuras (2013). Algunas otras obras suyas son: Charles Atlas también muere (1976, cuentos), ¿Te dio miedo la sangre? (1976, novela), Castigo divino (1988, novela, Premio Dashiel Hammett, en España), Un baile de máscaras (Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia en 1998), Mentiras verdaderas (2001, ensayos sobre la creación literaria), Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista (2003), El reino animal (2006, cuentos), Tambor olvidado (2008, ensayos), las novelas El cielo llora por mí (2009) y La fugitiva (2011, Premio Metrópolis Azul 2013, en Canadá), así como los libros para niños El perro invisible (2008) y La jirafa embarazada (2013).
Además, fundó la editorial Nueva Nicaragua y el periódico El Semanario. Y es colaborador de los diarios El País (España), La Nación (Argentina), El Periódico (Guatemala) y La Opinión (Estados Unidos). Finalmente, obtuvo -por unanimidad de los seis miembros del jurado- el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2011, en Chile. El académico chileno Juan Durán-Luzio, presidente del jurado, señaló de Ramírez que “su obra es merecedora del premio por la solidez y el valor ético del conjunto de su literatura, que desde sus comienzos ha brindado un testimonio coherente y lúcido, tanto de la sociedad nicaragüense como del ámbito geográfico y cultural de Centroamérica”.
Muchísimas gracias por la oportunidad, señor Ramírez. Es un honor.
(Él asiente con la cabeza).
Usted había dicho hace un tiempo: “Siempre he dicho que para entrar en la literatura y en la revolución, partí de la misma sensibilidad y de la misma ansiedad por cambiar el mundo. Siempre quiero cambiarlo como en los años de mayor ardor, en eso no ha variado mi ambición”. ¿Siente esa misma pasión desde los años sesenta -en que empezó a escribir-?
Yo digo que sí, pero con una diferencia: antes yo quería cambiar al mundo, ahora quisiera verlo cambiado. Porque ya siento que no soy capaz de ninguna acción ni capaz de hacer este intento de transformación. Creo que mi tiempo ya pasó, el tiempo en que yo hice todo lo que mi voluntad y mi convicción me dictaron. Esa convicción sigue intacta, sigue en mí: de que el mundo tiene que ser cambiado, de que es posible la justicia, de que es posible la equidad. Y me gustaría que mis descendientes vivieran en un mundo mejor del que me tocó a mí.
Ahora, está tratando de cambiar al mundo, pero desde una manera íntima, con su familia. Está escribiendo libros para niños. Acaba de publicar La jirafa embarazada, que la han motivado sus ocho nietos.
Ocho nietos tengo, sí (sonríe). Entonces, tengo también otra manera de ver al mundo. Siento que me prolongo y eso me da una gran satisfacción: el saber que dejo tras de mí una prolongación de mí mismo, afectiva, intelectual, física. Es para ellos, para esos niños, que yo quisiera que hubiera un mundo diferente.
Es por ellos, también, que ya no sale tanto de Nicaragua, como antes, que sí viajaba mucho más.
Ahora viajo mucho. Yo paso casi medio año viajando por razones culturales, de ferias del libro, invitaciones que recibo, entonces viajo mucho, pero siempre preservo la otra mitad del año, porque es cuando tengo que dedicarme a escribir. Es bueno promover los libros, pero sin escritura no hay libro que promover.
Me pareció fascinante que usted, durante su época de vicepresidente, se levantara a las cuatro de la mañana y escribiera durante tres horas, religiosamente (todos los días). Esa fuerza del escritor, ¿cómo la pudo mantener en esa época?
Lo que pasa es que cuando uno decide cumplir con su oficio, tiene que buscar las horas para hacerlo. La escritura se hace trabajando y, por lo tanto, hay que buscar las horas para ese trabajo. Yo, hoy me siento muy satisfecho de que tengo el tiempo a mi disposición. Escribo en la mañana, dispongo del día para mí, para escribir, pero hay muchos escritores que escriben en las circunstancias más difíciles, como me tocó a mí cuando estaba en el Gobierno, que me tenía que levantar a media madrugada. Hay otros que llegan de hacer un oficio burocrático, cansados en la noche, a su casa y se ponen a escribir. Entonces, demuestran que ese es su verdadero oficio, que es su verdadera vocación. Hay que escribir, cualquiera que sean las circunstancias.
Carlos Fuentes, en un artículo que publicó en El País, Sergio Ramírez y la revolución sandinista, tuvo palabras muy elogiosas hacia usted, cuando dice: “Los sandinistas, nos dice Ramírez, supieron entender a los pobres desde la lucha, pero no desde el poder. Se rompió el hilo entre el Gobierno y la sociedad. El modelo escogido no ayudó (…) Sergio Ramírez no se rebajó a recoger los cacahuetes del poder. No se arrodilló ante el dinero. Tenía la fuerza de un proyecto propio, personal, irrenunciable: la literatura”.
Es que la literatura salva, como dice Carlos. La literatura tiene un poder redentor. En primer lugar, sobre quien escribe. Entonces, es un oficio noble, un oficio envidiable. Yo me envidiaría a mí mismo si no fuera yo. De que tengo esa vocación y esa voluntad de ser escritor, que es otra manera de buscar cómo transformar el mundo.
Y usted, cuando publicó gracias a Carlos Barral, ¿cómo recuerda esos inicios?
Fue cuando publiqué ¿Te dio miedo la sangre? Esta novela yo la había escrito en Alemania en los años setenta. Un tiempo viví en Alemania, del 73 al 75, y ahí nomás me vi involucrado en la revolución y me olvidé de la novela. Fue publicada en Venezuela por la editorial Monte Ávila, una editorial estatal, y concursó en el Rómulo Gallegos. Carlos Barral era jurado, la novela no ganó, tuvo el voto de Barral y lo que hizo fue llevársela a Barcelona para publicarla. Entonces, fue un galardón, para mí, que Barral se interesara en la novela.
Claro, porque es el mentor de tantos…
Sí, claro, de muchos escritores.
Existe mucho esto de los celos, las peleas y las disonancias entre los escritores. Pero usted, ¿suele llevarse bien con los (otros) escritores?
Yo procuro llevarme bien. Es imposible no despertar contradicciones, celos, envidias, pero de parte mía no doy pie para eso. Me gusta llevarme bien con los mayores que yo, los respeto mucho. Los que me enseñaron, como Carlos Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa: los considero a todos mis amigos. Tengo mucho agradecimiento con ellos porque fueron una verdadera escuela. Y, a los más jóvenes, pues busco cómo apoyarlos, cómo animarlos. La literatura no termina conmigo, eso sería una pretensión estúpida, entonces, yo procuro que haya terreno fértil para los escritores que vienen detrás.
Cuando usted gana el Premio Alfaguara en el año 98 con Margarita, está linda la mar, Tomás Eloy Martínez escribió que “la novela de Sergio Ramírez, cuyo bello título es un verso de Rubén Darío, Margarita, está linda la mar, traza un arco patético entre las esperanzas de la ciencia y de la poesía en la Nicaragua de comienzos de siglo y la vida esperpéntica de medio siglo más tarde, cuando Anastasio Somoza es el amo y señor del país”.
Tomás, sí (se queda pensativo. Martínez falleció en enero de 2010)…
¿Qué tan terrible fue la influencia de la dinastía de los Somoza?
Imagínate, ¡medio siglo que marcó a Nicaragua! Una familia absolutista, autárquica, gobernando, entregándose entre ellos el poder, sucediéndose unos a otros, con abusos de todo tipo, devastación de las riquezas del país en favor de ellos. Eran dueños de todo. Hasta que necesariamente tenía que venir una revolución. Entonces, eso me marcó, por supuesto, desde mi infancia. Yo solo oí hablar de (la familia) Somoza hasta que me tocó cooperar en el derrocamiento del último de los Somoza.
¿Por qué cree que en Latinoamérica, en general, hemos tenido tantos dictadores y, en muchos casos, con complacencia de un buen sector de la población?
Yo digo que es parte de una cultura rural. Todavía seguimos siendo, en muchos sentidos, países rurales, de la creencia en el caudillo, y esto solamente es una herida que se va a poder curar cuando las instituciones sean más fuertes. La fortaleza de las instituciones va a derrotar a los caudillos. Por el momento, me parece que siguen surgiendo caudillos bajo ropajes del siglo XXI, pero, al fin y al cabo, son caudillos.
¿Podríamos decir que el último gran caudillo, en ese modelo que usted describe, habría sido Hugo Chávez?
Chávez sí es el gran caudillo del siglo XXI en América Latina. Claro. Un hombre con mucho carisma, con mucho sentido del poder, autárquico, (que ejerció) fascinación sobre una parte de la población de Venezuela y (recibió) la animadversión de otra parte. Porque es una población dividida frente al caudillo, como ocurre siempre.
¿A usted le sorprendió ver el casi protectorado de Chávez, que incluía a varios presidentes latinoamericanos, a Ortega?
En determinado momento el presidente Chávez decidió usar el petróleo como una herramienta de cooptación política. Claro, si tú ofreces petróleo a cambio de amistad política, la vas a tener. Además de que había una identidad ideológica, el populismo de izquierda, entre Ortega, Chávez y los demás gobernantes contemporáneos suyos.
Ahora, está presentando en Lima Flores oscuras. Estos perdedores de los que se habla en el libro, esta parte religiosa, de Judas, estos temas, ¿lo van a seguir persiguiendo en sus próximas obras?
Esos u otros. Uno vive rodeado de fantasmas. Algunos desaparecen, otros aparecen, regresan los antiguos… El universo del escritor es muy vasto, muy complejo, muy variado, y no sé lo que me depara el futuro, qué clase de libro voy a escribir, hasta que no me siente a escribirlo.
¿No tiene un fantasma que le haya perseguido más que los demás?
Pues el fantasma de la escritura (sonríe). Es el más persistente de todos.
Muchísimas gracias.
Muchas gracias, hombre. Encantado.
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