miércoles, 3 de octubre de 2012

Luz Negib


“Lo que quiero transmitir es luz, color, alegría”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Luz Negib Torres tiene el gran mérito de haber sido la primera pintora peruana que expuso en Gran Bretaña, durante la revolucionaria década de 1960. Con exactitud, en la Drian Galleries de Londres, en 1965. Ella realizó sus estudios en la Escuela de Artes Plásticas de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) entre 1957 y 1962, obteniendo los primeros puestos de su promoción durante varios años. Luego se fue a estudiar grabado y aguafuerte, becada por el Consejo Británico, al Slade Collage of Fine Arts de la London University. También obtuvo una beca de estudios del Gobierno Italiano en 1963. Al regresar al Perú, se volvió docente de la PUCP.

Negib ha expuesto su pintura (en muestras colectivas e individuales) en Argentina, Colombia, Chile, España, Estados Unidos, Uruguay y Venezuela. Además, colecciones públicas y privadas de Argentina, Bolivia, Colombia, Dinamarca, Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Suiza y el Perú albergan obras suyas. Asimismo, hace nueve años se realizó la Retrospectiva 1963-2003 de su arte, en la galería Germán Kruger del Instituto Cultural Peruano Norteamericano, con más de cincuenta de sus pinturas.

La primera vez que tuve contacto con el trabajo de esta gran pintora fue en 2009: su exposición Torsos. Estados de ánimo, realizada en la galería ARTCO de San Isidro, me deslumbró. Sobre todo sus cuadros Pechos como palomas y Hay nidos en mi pecho. Desde entonces, quise acercarme mucho más a su labor. En esas búsquedas, descubrí un magnético cuadro suyo que hoy figura entre mis favoritos del arte nacional: Paisaje (1989). Y considero su serie pictórica Las flores del bien (1984) absolutamente exquisita y maravillosa.

Ya el reconocido crítico de arte Silvio de Ferrari ha manifestado, en 1993, sobre la propuesta de Negib: “Sin exceso de cerebralismos, sus pinceladas son un apasionamiento que va cubriendo verticalmente sus lienzos”. Ese mismo año, Élida Román, otra importante crítica de arte, afirmó: “A lo largo de toda su trayectoria Luz Negib ha observado una constante clara: la ambición por desnudar, despojar lo accesorio y encontrar esencias, alcanzar una síntesis veraz y exaltar, al mismo tiempo, cualidades de vida”.

Otro de los aspectos interesantes del recorrido profesional de Negib es que ella siempre está buscando nuevos retos: su perturbadora serie Brotes del recuerdo (2007) no se parece en nada a la serie Travesía dentro de un sueño (2000. Montañas de todos los colores reinando en el horizonte). Y ambas tampoco se parecen a las series Mariposas de Obsidiana (1995. Bello conjunto de cuadros), Selvas (1991. El cautivador e intimidante poder de la naturaleza), ni Las Doñas (1980. La cotidianidad de las mujeres de clase alta). Por tanto, nos encontramos ante una de las artistas más creativamente autoexigentes de la pintura peruana de las últimas décadas.

Para mí, es un gusto enorme estar en su casa. Muchas gracias.
¡Qué ocurrencia! Estoy encantada. Gracias. Siempre me gusta conversar con gente joven, para ver sus puntos de vista.

¿Cómo surge esta pintura onírica? Por ratos, a uno lo transporta a otra dimensión, que uno sabe que existe, pero quizás no la ve tan claramente, como un artista con su sensibilidad (sí) la puede ver.
Te diré que desde chica yo tenía un gran sentido, que viene a ser como un don, del color. Porque dibujar, puedes aprender a dibujar. Yo he sido profesora, también, y te digo que tú puedes enseñar dibujo y aprender dibujo. Pero la paleta con que uno nace, la forma de mezclar los colores, ha sido un don. Para mí, ese era mi don, a pesar de que quise ser música, pero la música no me daba.

¿Qué instrumento le gustaba?
Me gustaban todos. Me gusta el violín, el piano, la guitarra. Pero nunca he sido dotada para eso. Me era muy difícil. Yo pienso que si no hubiera sabido qué otra cosa hacer, entonces, sí. Para mí, la pintura era todo.

Pero usted ha hecho música con su pintura.
Esa interpretación es muy linda (sonríe).

¿Podríamos decir que ha mantenido los mismos conceptos en su pintura desde sus inicios en los años sesenta, hasta ahora, o ha pasado por distintas etapas?
Yo tengo distintas etapas. Siempre con la cosa predominante del color, pero he tenido una época muy figurativa, que comenzó en el sesenta y nueve con La familia Pérez. Después siguieron Las Doñas, Diálogos de Adán y Eva. Primero fue (la serie) Caperucita y los lobos. (Augusto) Tamayo Vargas era un gran crítico. Muy lindo él, hizo varios prólogos míos. Él decía que yo trataba a la figura con un humor amable: no llegaba a ser una cosa irónica drástica. Eso eran Las Doñas: unas señoronas de Lima, reclinadas en sus sofás, sus camas, tomando el desayuno o jugando cartas. Me decía que tenía mucho que ver, quién sabe, con el humor de Bryce (Echenique). Puede ser.

¿Trataba ese mundo porque usted lo conocía directamente o le interesaba hacer algún tipo de ironía al respecto?
En realidad, era parte de mi mundo. Claro que sí. Porque, por ejemplo, cuando hago Los Pérez, hago al abuelo rural, a las tías distinguidas, a la pareja joven medio hippie, con los pantalones de esa época, la de los Beatles. Era con una cierta ironía, pero no una ironía cruel. Era exactamente como lo dijo Tamayo.

No había un toque ácido.
No. Era una ironía amable. Después comencé a entrar al paisaje con una serie que hice, que se llamó Mariposas de obsidiana, por un título de Octavio Paz. Son unas macrocomposiciones de mariposas. Casi son abstracciones del color de la misma mariposa. Después seguí con una trilogía al paisaje peruano. He ido decantando el paisaje. Por ejemplo, inicio Colca (1988) porque tuve la suerte de, mocosa, viajar mucho por el Perú, de arriba abajo, con una familia muy querida: los Solari Swayne. En esa época, no había todos los impedimentos que vinieron después. Cuando recién me caso, con mi esposo recorremos, en un pequeño Volkswagen, gran parte del país.

¿Por un tema turístico o laboral?
Laboral no. Era porque, sencillamente, mi marido, que es suizo, y yo, queríamos recorrerlo, ir a distintas partes. El auto mágico en esa época era el Escarabajo (de Volkswagen).

Muy resistente, por cierto.
Muy resistente. Ya después vinieron mis hijos y cuando comenzaban a ser adolescentes, estaba el terrorismo. Sencilla y llanamente, hubo un bloqueo de no poderlos mandar a ningún lado, no poder ir con ellos a ningún sitio a esa edad. Entonces, como una especie de homenaje, comienzo una trilogía sobre el paisaje peruano, por esa necesidad misma de transmitir lo que yo había sentido. No son paisajes figurativos, son emociones, otra vez: del Colca, de la selva, de la costa.

¿Se podría decir que, de alguna manera, quería mostrarles esos paisajes a sus hijos?
¡Exacto! Esa fue una forma de hacer eso: “Miren, así era la selva”. La selva que yo sentía. Y esa es una de las épocas que siento muy rica en mi pintura.

¿Y en sus hijos tuvo algún efecto? ¿Después quisieron conocer esa selva…
¡Claro!

…que usted les había pintado?
Ahora tengo un hijo ingeniero forestal.

Un efecto total tuvo.
Un efecto total. Claro. Pero ya ahí, comenzamos a viajar un poco. Me acuerdo que mi hijo quería, al comienzo, ser arquitecto, porque dibujaba muy bonito, pero ya como a los dieciséis años o diecisiete fuimos a Tambopata y había un equipo de ingenieros ahí, en un lodge que había en la selva. Ellos vivían gratis, pero daban asesoría científica a los turistas. Entonces, nos hicieron un recorrido maravilloso y mi hijo dijo: “Ingeniero forestal”, ja, ja…

¿Cuántos hijos tiene?
Tres.

Y de esos tres hijos, ¿alguno ha querido dedicarse a la pintura?
Claudio dibujaba muy bien. Michelle tiene un gusto increíble -la segunda-, para decoración, para todo. Y la tercera, la menor, es arquitecta de interiores. Siempre tuvo mucho sentido del color, también. Pero ninguno (eligió) pintura. Pintura sola, no.

¿Usted tampoco les recomendó?
No creo. No. En realidad, es un camino muy incierto. Nunca sabes dónde estás parado.

Usted decía que era una aventura.
Es una aventura constante porque no sabes a quién llegas. Y si llegas (sonríe).


Una pintora peruana exponiendo en Londres

¿Quiénes han sido sus principales espectadores o, en todo caso, la gente que ha apreciado más su arte?
Siempre hay gente sensible y culta. Este país es la dualidad en todo. Tienes los extremos. Yo creo que he tenido suerte en tener muy buenos profesores: Adolfo Winternitz, Fernando de Szyszlo. Después, tuve la oportunidad maravillosa -porque mi padre no la hubiera podido pagar- de ganar una beca…

Para Londres.
…para Londres. Y con un hombre maravilloso, que era el director del Consejo Británico: Harriman. Un tipo de una sensibilidad increíble. Había muy pocas galerías en esa época. Entonces, teníamos pocas opciones. Una de las opciones era el Británico: nos daban un espacio para exhibir cada año. A fines de año, de la Católica nos ofrecían la sala (del Británico) para presentar a los alumnos destacados.

Usted ha sido primera de su promoción dos años.
Sí, dos años. Después, Mención Honrosa y, después, otro premio más. Entonces, un día Harriman: “¡Qué barbaridad -me dice-, usted todos los años el primer premio!”. “Sí”, le digo. Era un inglés muy simpático, con mucho sentido del humor. Me dijo: “Postula para una beca”. “¿Sí? -le digo-, pero mi inglés no es muy completo”. Yo había estudiado en el (colegio) Roosevelt. Me dice: “A mí me gusta cómo pronuncias el inglés. Postula”. Y gané esta beca maravillosa en el Slade Collage de London University, que es uno de los sitios formidables para ir. La beca fue un año. Después, me las agencié para quedarme otro año trabajando en distintas cosas en la misma pensión donde vivía. Comencé a ayudar en la secretaría. También en la repostería. Gente simpatiquísima me dijo: “No, tienes que quedarte”. Tenía veintidós años y mi meta esencial era hacer una muestra en Londres. Y fui la primera artista peruana que hizo una muestra en Londres.

¡Qué bueno!
No había ninguna peruana antes que yo. Lindo, pues. Hasta que no la hice, decidí que no regresaba. Y me hubiera quedado, pero yo era hija única y mi papá estaba delicado. Para mí, mi papá era lo máximo.

Entonces, si no hubiera estado su padre un poco mal de salud, se hubiera quedado en Londres.
Sí, me hubiera quedado.

Además, como que el cielo de Lima y el cielo de Londres…
Se parecen.

…son bien parecidos.
Sí. La humedad, la neblina. Pero hasta ahí nomás (sonríe). La comida es un desastre. Al menos, lo era en esa época. Felizmente, ha mejorado.


Los orígenes: el abuelo tarambana tras la cupletera española

Usted tiene un apellido egipcio.
Claro. Mi abuelo es Negib Tanus, él es de El Cairo. Era. Yo no lo conocí. Mi papá sí nació en Arequipa. La llegada de mi abuelo al Perú es divertida.

¿Su madre de dónde es?
Mi mamá es peruana de origen colombiano, pero peruana. La familia de mi mamá es Torres González. Pero de mi papá, el abuelo vino y se quedó enamorado de Arequipa. Se casó ahí con la señora Tomasa Chávez Carbajal.

¿Arequipeña?
Más bien, de origen cuzqueño. Mi papá nació en Arequipa, pero vino muy joven a Lima: Santiago Negib. Él era ingeniero en mecánica y electrónica. En realidad, vivió muy poco en Arequipa. Pero el abuelo, al que yo no he conocido, no vino vendiendo alfombras ni nada de eso sino que vino siguiendo a una artista española. Y (la familia de) mi abuelo -porque él estudiaba en Oxford- eran coptos, no mahometanos. En la época de la gobernación inglesa en Egipto, en El Cairo, los coptos eran la élite…

Gobernante.
…dirigente, mandante, y estaban muy en contacto con los ingleses. Una minoría regente eran los coptos en esa época. Además, los coptos son antiquísimos. El bisabuelo era un diplomático que mandaba a sus hijos a estudiar a Londres. Y ahí estaba estudiando Antonio, mi abuelo. Antonio: nombre cristiano, no mahometano. Este abuelo que era un tarambana, muy especial, salía a divertirse, pues. En una de esas que salía a divertirse conoció a una artista española cupletera, muy linda, que cantaba y todo. La comenzó a seguir en su gira hasta Buenos Aires. Así es la historia.

Enamorado totalmente.
Totalmente. Pero cuando se le acabó la plata, ahí se le acabó el amor inmediatamente (sonríe) y, entonces, él se vino. Le gustó Latinoamérica inmediatamente. De Buenos Aires se ha venido a caballo, por Salta, con un grupo de amigos, hasta La Paz. Y de La Paz ha cruzado a Arequipa. Le fascinó y se quedó en Arequipa. Nunca más quiso regresar.

¿Y su abuelo pudo concretar su amor con la española?
Se le acabó la plata, cuando la estaba (enamorando)… Él la sigue en la gira, grandes amores, todo.

Fueron pareja.
¡Lógico! Ya cuando llega a Buenos Aires, él no tenía un centavo. Él era el primogénito de una familia de hacendados acomodados que tenían naranjales y cosas. El abuelo le decía: “Regresa, regresa” cuando estaba en Arequipa. Y nunca quiso regresar. Nunca.

Le comentaba esto porque en esta época hay jóvenes con dinero que hacen algo parecido a lo que hizo su abuelo: siguen a un artista en varios continentes…
Claro.

…y nunca tienen mayor acercamiento, pero los siguen porque sienten admiración.
Por fans. No, esto era por amor. Él estaba como loco por la española. Era un tipazo: alto, con ojos azules. En ese momento él estudiaba en la (Universidad de) Oxford, tenía plata, rentas y todo, pero cuando comienza a hacer esta gira, pues se le va acabando. La española lo dejó plantado y él se vino.

¿Y por dónde le viene el lado artístico?
Él dibujaba muy bonito. Tenía esa caligrafía maravillosa que tienen los árabes. Y era muy bohemio. Dibujaba, escribía, después comenzó a dar clases de árabe a los Farah, a todos estos que…

Son empresarios ahora.
Claro, son empresarios. Es toda una historia divertida. Pero yo nunca he tenido contacto directo con la comunidad árabe. Conozco a muchos, sí. Conozco a los Majluf: una de ellas ha sido alumna mía. Pero no he tenido un gran acercamiento. Mi papá tampoco porque no aprendió el árabe. Si no sabes el árabe es difícil pertenecer a ese ambiente.

Pero usted, ¿siente que hay raíces árabes en su pintura?
No.

Todo es más que nada peruano.
Más peruano, sí. Hace unos cinco años estuve en Egipto: algo alucinante. Sobre todo Karnak, Abu Simbel, el Nilo, todas las pirámides. Pero no tenía ninguna relación directa con pertenecer a ese mundo. Yo miraba atónita, porque es maravilloso todo lo que hay que ver ahí.

Y es parte de su origen, también.
Claro. Pero no me he sentido compenetrada con el mundo egipcio, para nada.


Conceptos sobre arte y crítica a los curadores conceptualistas

Hay muchos de sus cuadros que, si bien tienen una temática -por ejemplo, en Torsos- que se basa en parte de la figura humana, usted menciona mucho este apego al paisaje que ha tenido en los últimos años. Torsos eran paisajes humanos.
Sí.

Si bien eran, aparte, sensaciones, emociones…
Sí, pues.

…eran paisajes de color…
Claro.

…de olor. Eran unas manifestaciones (artísticas) muy poderosas.
Es lo que trato de (hacer). Para mí, hay que enriquecer el elemento que aparezca conceptualmente. Primero, si no es una sensación que se convierta en una idea, o una idea que se convierta en una sensación, no me vale. Tengo que tener los dos feelings tremendos. En los torsos apareció la idea primero, pero después esa idea fue cobrando emoción, sensaciones y, entonces, convertí cada torso en un estado de ánimo. Y así me pasa con todo lo que hago. A veces, es una sensación de querer usar el rojo, por ejemplo. Voy a una tela en blanco -porque la tela en blanco te habla después-: tú haces cualquier cosa en una tela y lo que has hecho ahí comienza a responderte. No es que tenga un boceto, casi nunca hago bocetos. Yo me lanzo sobre el lienzo. Eso es lo que hago. Te cuento porque me acabo de acordar: ¿cómo comienzo la serie Caperucita y los lobos? La comienzo así: en una tela grande agarro rojo y ¡ta, ta!, tiro el rojo a Caperucita, ja, ja, ja… De ahí salieron todos los demás (cuadros). Muy rara vez he hecho bocetos.

Es una pintora emocional.
Emocional, sí. Para mí, es así.

Decía (el crítico de arte) Luis Lama que usted es “una mujer realmente enérgica en lo que cree y en lo que hace”. ¿Así lo siente?
Exagera. A veces, creo en lo que hago, otras veces, tengo grandes dudas.

¿Siente que la pintura peruana está desarrollándose o se ha estancado en los grandes artistas de hasta los años ochenta?
No. Yo creo que tenemos muy buena pintura. Lo que pasa es que ahora la influencia de los curadores conceptualistas es demasiado fuerte. Ya tú sientes que es, más bien, el curador el artista. Hay demasiada imposición de ideas y conceptos en la gente joven. Hay cosas muy panfletarias que ya pertenecen a otra cosa, no pertenecen al arte en sí. De repente, estoy equivocada. De repente, sí habría que ser más conceptualista y mandar mensajes directos. Pero para eso, en otras artes me parece que puede hacerse mejor.

¿Se podría decir que ahora hay demasiado peso de la idea sobre la creatividad?
¡Claro! Te tienes que elaborar toda una trama.

Un marco teórico.
Un marco teórico, todo. Lo que te quita totalmente…

Conexión. No hay conexión.
No hay conexión, no hay esa cosa casual, sensual, con el color, la tela, con lo que hagas. En escultura, cerámica, en todo. Si te vienen con tanta parafernalia en la cabeza ya se convierten (los trabajos artísticos) en una cosa fría. Puede ser que esté equivocada.

Hay, también, cierta influencia de Szyszlo en su manera de usar los colores, si bien no en la temática. ¿Usted lo siente así o le parece que no?
No. Yo creo que para los dos el color es lo máximo, es importantísimo. Pero, en realidad, Szyszlo tiene un solo cuadro. Toda su pintura es un solo cuadro. Cosa que me parece genial porque siempre es reconocido por ese cuadro. Que puede ser en cualquier año o momento. Pero yo no puedo pintar así. Yo siempre estoy buscando una nueva sensación, una nueva imagen. ¿Tú encuentras que hay un hilo conductor en mis cosas? Me dicen que sí. Élida (Román) me dice que sí, que el hilo conductor está ahí, en el trazo, en el color, pero siempre son temas distintos, pues. En ese sentido, toco ideas distintas: paisajes, mariposas. Yo diría: “Caracho, ¿por qué he hecho cosas tan diferentes?”. Como que me aburro copiando mi cuadro todo el tiempo.

Pasa que ahí, como que usted manejara conceptos psicoanalíticos sin, de repente, ser muy consciente. Estos cuadros oníricos… Por ejemplo, acá (señalo varias pinturas de un catálogo suyo).
Sí.

Yo veo una parte del cuadro El grito de (Edvard) Munch en la manera…
¡Ah! En el gesto dramático.

Claro, en el gesto dramático.
Claro, sí. Lo que sí es cierto es que mi pintura es muy gestual. Por ejemplo, acá (me señala un texto de uno de sus catálogos): un comentario muy lindo de Jorge Villacorta sobre que, en cierta forma, como yo trabajo parece pintura zen. Esta cosa del gesto irrepetible, pues. Que si no lo captas y no logras ahí la cosa, se acabó. Imposible de copiarlo igualito. Después es otra cosa. Él habla de eso, de que tengo mucho de cosa zen. Pero yo muy zen no soy.

¿Usted es una pintora abstracta?
Yo creo que sí, que soy una pintora abstracta. No soy una pintora no figurativa. Eso no. Porque la pintura figurativa es una cosa y la pintura abstracta es otra. La abstracta es una abstracción de algo: de una idea, una forma, un objeto, un paisaje. Una decantación de eso, una transformación. La pintura no figurativa son líneas, cuadrados. Es una cosa totalmente no figurativa. Ahí no aparece la figura. Yo sí, en todo, sigue siendo (lo principal) la figura. Mira estos dibujos (me muestra otro catálogo suyo): son a la pluma. He hecho mucho trabajo a la pluma. El uso del espacio, para mí, es muy importante. Uno no debe saturar, debes dejar que el espacio hable. Eso es lo que yo daba en mis clases. He sido profesora varios años.

Usted ha enseñado, aparte de la Católica, en Huamanga.
He enseñado en la Católica, en Art Center, en Miraflores. He enseñado en Huamanga un año, fue una experiencia muy linda.

¿Y cómo sintió los paisajes serranos?
Aparecen en (la serie) Colca, aparecen en otras cosas. Yo los digiero primero. Nunca he sido pintora de caballete en el paisaje, de sentarme a copiar un paisaje.

Los procesa…
Los proceso.

…internamente.
Claro. Esa es la forma como trabajo.

Viendo sus cuadros, es un trabajo interior.
Interior, claro. Fuerte. A veces, tengo unos bloqueos horribles que duran meses y soy totalmente infeliz. Ya después, cuando algo se comienza a abrir, ahí sí, entonces, es la dicha total. Pero no es todos los días.

Hay pintores que se imponen una rutina diaria. Usted no es así.
No puedo. Más bien, pinto por rachas. Totalmente. Todo lo hago así, por rachas. También cocino por rachas, ja, ja, ja… En realidad, es así. Si comienzo a sentir que ya está apareciendo, que estoy sintiendo lo que quiero, entonces, es muy lindo. Porque ahí sí le doy, le doy, le doy. Pero hay épocas en que no aparece esta cosa. Siempre estoy pintando: en la cabeza estoy pintando, estoy pensando qué hago, cómo siento. Pero no una cosa conceptual, sino (que) pienso en un color. Ponte, una gama de azules.

¿Cuál es su color favorito?
El rojo. Pero no solo el rojo. El amarillo. Todos los colores.

¿Y ahora está en algún proceso o está preparando algo?
Sí. Hace rato que tendría que estar preparando más cosas. Lo que pasa es que ya el físico no es el mismo (sonríe) y no puedo trabajar como trabajaba. Mira (me muestra uno de sus catálogos): este es Los Pérez. Este es en el 69, la primera familia Pérez Equis. Acá están todos juntos, y todos después aparecen separados en un cuadro aparte. Los nietos, las tías… Esas tías que te hablé. La pareja: yo y mi marido. Los pantalones de la época. Esto fue en el 69. La gente era muy graciosa porque decía: “¿Han ido a la casa de Los Pérez? (sonríe)”, en una galería maravillosa que tenía Carlos Rodríguez Saavedra, arriba de la galería Trapecio, que ya cerró. Mucho antes que hubieras nacido, estaba la galería de Carlos Rodríguez. ¡Lindísima! Exhibí ahí Los Pérez y la segunda muestra fue Tola, la muestra que siguió. Tola es muy buen pintor. Estos son mis desnudos (me muestra otras pinturas suyas). Este es Adán y Eva.

¿Es usted y su esposo?
No, ja, ja... Ya quisiera. Es cualquiera.

Porque hay pintores que sí son autorreferenciales…
Sí.

…en sus pinturas.
Que se adoran. Pero yo no (sonríe). Yo no me adoro. Este (otro cuadro) sí es un autorretrato que hice hace años en la Católica. Estaba de pelo corto. También ganó un primer premio.

¿Cuáles considera usted influencias directas en su pintura? Hay algunos pintores que dicen que no les influye la pintura (de otros) si no otras artes. ¿A usted la influye solo la pintura?
No. Yo pinto con música. Me encanta Mozart, me alegra. O los Gipsy Kings, también (sonríe). Entro en una dinámica de pintar así (agita rápidamente la mano derecha): ¡chá, chá, chá, chá! Eso me ayuda mucho. ¿A quiénes admiro? Por ejemplo, me aloca Turner.

William Turner.
Me fascina la pincelada, todo. Y lo abstracto que era. Después, Picasso. Un monstruo. Un tipo que siempre se renueva. No hace un mismo cuadro. Esa forma de ver la pintura, para mí, es más interesante. No copiar tu estilo sino que nazca del trazo, en el gesto. Pero que tu temática sea diversa. Yo necesito diversos temas para pintar. Quién sabe no es tan factible económicamente ni nada. A mucha gente le gusta (decir): “¡Ah, ese cuadro!”. Ya sabes de quién es. Aunque la gente dice que sí sabe cuando hago un cuadro, ellos saben que soy yo, pero no. Para mí, no es fácil tener una sola línea.

Es que hay una sensación mística en la mayoría de sus últimos cuadros, y creo que eso es lo que mucha gente percibe.
¿Sí?

De ahí es este aire onírico.
Puede ser.

Como que te hablan de otra dimensión. Entonces, quizás, uno siente eso.
Claro. Yo pienso que era esencial, para mí, hacer una pintura que transmitiera el gozo de la vida de por sí. Es tan difícil. ¡Para qué incidir en tragedia! No puedo hacer esas cosas. Aunque ahora estoy pensando, también, en una serie que tiene connotaciones con la fugacidad de todo.

Porque hay pintores que se nota que se nutren del dolor, casi a exclusividad.
Claro.

Así hay muchos pintores. Son pocos los que dicen que más tratan de reflejar la alegría de la vida. ¿Es esto un problema de enseñanza en las escuelas o es un mito de los pintores, escritores? El “tienes que sufrir para poder escribir. Tienes que sufrir para poder pintar”.
Uno sufre desde que nace. Se te mueren las personas que amas, se van, se enferman. Se te pasa la juventud, ya no tienes la misma fuerza. El sentimiento trágico de la vida está encima de uno, totalmente. No quiero hacer cuadros así. Ya eso viene, eso está ahí. Entonces, casualmente, lo que quiero transmitir es luz, color, alegría. Aun en mis dibujos en blanco y negro. Eso es, para mí, mucho más importante, muchísimo más. Esto (me muestra uno de sus trabajos), en la primera Bienal de Lima lo expusieron.

Parece un cometa sobre el mar rojo.
Sí. Es un Ícarus (serie pictórica de 1997): Luz que madura hasta ser cuerpo (título sacado de un verso del poema Manantial de Octavio Paz). Mide tres metros cuarenta y dos. Yo siento que el color debe darte algo, debe darte alegría. Acá (abre un catálogo suyo) estoy con mis hijos. Están chiquititos: Claudio es el forestal. Jimena, la menor. Y Michelle. Y mi esposo (sonríe). Con el mismo cuadro atrás. Este cuadro lo tiene el (Centro Cultural) Británico. Ya me lo arregló Inti Quiñones, un cubano restaurador, linda persona.

Quiero agradecerle la entrevista. Para mí, es un gusto enorme, señora Negib, haber podido conversar con usted.
¡Qué lindo! Han sido tus preguntas muy lindas.

Muchas gracias.

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