domingo, 29 de abril de 2012

Luz Letts




Cuando uno pinta, cuenta una historia


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Luz Letts (Lima, 1961) es una de las mejores pintoras peruanas de las últimas décadas. Uno siente verdadero placer estético al apreciar sus magníficos cuadros Columpios (2009), Nudos (2009), El puente (2008), El juego de las sillas (2008), Cuento carnívoro (2007), Ruleta de las decisiones (2005), Mujer boa (2004), Los vigilantes (2001), Si naces para martillo del cielo te caen los clavos (1995) o La isla de las mujeres solas (1995). Su trabajo pictórico nos muestra un arte reflexivo, inteligente, creativo, de imágenes poderosas y lúdicas -pero nada inocentes- que se nos quedan grabadas en la memoria y nos hacen cuestionarnos a nosotros mismos como seres sociales. Nuestra talentosísima pintora ha expuesto numerosas veces en el Perú y el extranjero (Estados Unidos, Alemania, Francia, España, Canadá, México, Argentina, Panamá, Puerto Rico, República Dominicana, Chile, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Bolivia y Venezuela), en muestras individuales y colectivas. Asimismo, ganó la Segunda Bienal Nacional de Lima (2000), el Primer Premio de Pintura “Villa de Madrid”, en España (1998), y el Premio del Público al Mejor Artista Extranjero en el IV Salón del Dibujo Arawak de Santo Domingo, en República Dominicana (1996). Además, ha sido profesora en la Facultad de Arte de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y es ilustradora de libros para niños y adultos, así como escritora. En esta última faceta, ha publicado el cuento Plantas artificiales en la revista española Eñe, y ha sido premiada en el concurso Copé de Cuento, El cuento de las 1000 palabras de la revista Caretas y el concurso internacional de cuentos Flora Tristán. En la siguiente entrevista, Letts nos deja ingresar a su mundo profesional y familiar con una mirada crítica e irónica, analizando los colores fundamentales de su vida.


Muchísimas gracias por la oportunidad. Es un gusto para mí poder entrevistarla.
Gracias a ti.

¿En qué momento de su trayectoria artística, de su desarrollo pictórico, se siente?
Siempre en el comienzo. Claro, ya tengo tiempo exponiendo y todo, pero cada vez que empiezo algo, es como si empezara de nuevo. Es más, hasta en la pintura física misma siempre hay algo nuevo que descubrir, en la técnica. Siempre estoy comenzando otra vez.

¿Todos los días pinta o es una periodicidad distinta?
No todos los días. Es como que se juntan ideas hasta que se te llena la cabeza y ya tienes que comenzar a pintar. Es tratar de desalojar un montón de cosas que tienes en la cabeza. La pintura sirve para eso. Pero es como que varias etapas. En realidad, no sé por qué exactamente vienen las ideas. Es algo más allá. No es “¡ay, me provoca comerme este helado!” o “me encanta jugar a…”. No. Es algo más allá. Es como una necesidad. Ahí parte la idea y, después, el hecho de pintar físicamente el cuadro, ya es el “vacilón”.

Por lo que me cuenta, para usted un cuadro siempre tiene un inicio mucho más conceptual que emocional.
Sí. Es la mezcla de las dos cosas. Porque el concepto siempre tiene que estar ligado a lo emocional. Lo que pasa es que lo que hago es como un collage de ideas. Y me baso en estos personajes casi anónimos para presentar una especie de metáfora.

El hecho de que en sus cuadros, en la mayoría, siempre el uso de la luz sea reducido, o que sus hombres y mujeres tengan rostros oscuros y casi indefinidos, es parte de ese concepto que usted quiere transmitir.
Sí.

El anonimato.
Es la intención del anonimato. A la vez, el no tener una cara definida: es un sujeto, simplemente.

¿Cuáles son las influencias que usted ha tenido para desarrollar su arte?
Todas. Como pasé por la Universidad Católica, las académicas son de ahí, pero influencias, por todas partes: televisión, cine, cómics, fotos, revistas, todo lo que ves. Uno es un hambriento de lo que ve. De ahí sacas. Es como si fueras una licuadora: metes un montón de imágenes y después aprietas. Sale tu mixto.

¿Pero tiene algún pintor o pintora favorita?
Tengo muchos pintores favoritos. Cuando recién estaba estudiando lo que más me impresionaba era Francis Bacon, (Lucian) Freud. Siempre ese tipo de figurativo que va más allá de simplemente representar lo que ves. Siempre me ha jalado mucho.

Decía Fernando de Szyszlo que el arte, para él, era el encuentro visible entre lo sagrado y lo material. Para usted, ¿qué es el arte?
Para mí, el arte es algo que te lleva un poco más allá, que te cambia. Puede ser a peor, a mejor. Que te abre una ventana, sea en música, en cine. Hace que algo que estaba ahí, como en botón, se abra.

¿Hay algún cuadro que le haya cambiado la vida, suyo o de otro pintor?
Sí. Los de Francis Bacon me han cambiado la vida. Los de Velásquez, también. Miles… Los de (Francisco de) Zurbarán: pintura medio tétrica, española.

Casi gótica.
El Bosco. Todos esos cuadros me cambiaron la vida. Ahora, cuando los ves en fotos es una cosa, cuando los ves en persona, te cambian más la vida. Porque eso implica que te fuiste de viaje.

Ha tenido la suerte de verlos en museos.
Algunos, no todos.


La industria del arte en el Perú

Entrando al terreno local: decía Enrique Polanco que las galerías, actualmente, no se preocupaban tanto por la pintura con contenido. Inclusive, ahora estaban comidas por el mercado. ¿Usted está de acuerdo con esta afirmación?
Las galerías son sitios para vender arte. Es su función. Yo siempre he sido una persona bastante tímida, uno tiene que vivir de algo y tiene que vender sus cosas. Para mí, vender es casi… Me vuelvo un caracol (ríe). Entonces, la galería me parece un aliado para poder sacar mi arte. Pero el arte no solo está en galerías, está en la calle, en Internet. En todas partes. La galería tiene que vender si no, no existiría.

Es parte de la industria del arte.
Claro. No estoy en contra ni a favor. Para mí, es útil, porque yo no podría vender nada.

¿Cómo ve, al respecto, el arte peruano contemporáneo?
En el arte peruano contemporáneo lo bueno es que hay de todo. Yo veo bastantes cosas nuevas, se está oxigenando.

Las instalaciones, sobre todo.
Sí.

Que en los noventa no eran tan populares.
Sí. Claro que siempre somos el hijito de un arte mayor que se da en otras partes, pero, felizmente, eso con las comunicaciones ya se está nivelando. Cosas que se hacen acá son tan fuertes y buenas como las que se hacen en cualquier otro lado.

Cuando ha tenido la oportunidad de viajar a otros países y conocer a otros artistas, intercambiar experiencias, ¿ha sentido que los artistas peruanos están al nivel de los europeos o hay, todavía, alguna distancia que trabajar?
Hay de todo, como en todas partes. Depende a qué artistas conozcas. Lo que sí falta son más galerías, que traigan artistas de afuera, como que saquen artistas. Son muy pocas las galerías que hacen eso. Quizá una o dos. Intercambio: creo que eso nos falta bastante.


Letts y Tokeshi: armonizando vidas y colores

Usted está casada con otro pintor.
Sí.

Eduardo Tokeshi. Recuerdo que Fernando de Szyszlo decía que, casado con Blanca Varela, siempre la vida entre dos artistas era difícil. Porque los dos querían el espacio. Al final, uno de los dos terminaba haciendo primar su espacio sobre el otro, quitándole un poco el aire. En el espacio de ustedes, que son dos pintores reconocidos: ¿alguno de los dos se quita el aire o se llevan muy bien en el tema profesional?
Hay momentos. Ha habido etapas. No es tan fácil. Pero estamos tratando de, siempre, individualizarnos y respetar eso.

¿Cada uno tiene un taller dentro de la casa?
Al comienzo, cuando recién empezamos a vivir juntos, era un solo espacio. Ahora ya no. Sabiamente (sonríe) lo hemos separado.

Porque cada uno tiene su rutina.
Sí. Lo bueno es que tenemos universos creativos totalmente distintos. Y un respeto del uno por el otro bastante grande. Eso, de repente, ha hecho que podamos (convivir), pero no es fácil. Ahora está mejor el asunto.

¿Y alguno de sus tres hijos tiene el mismo interés por el arte que ustedes?
A los tres les gusta dibujar. Todo se recicla. Los vasos se vuelven soldados. Y, además, son bien musicales. Eso lo heredaron de Eduardo, porque de mí no. En la parte musical, yo soy nula.

¿Se ve usted en alguno de sus hijos, en la manera de acercarse al arte cuando usted era chica?
No, es otra cosa ahora. Porque de cuando yo era chica a ahora, han pasado cinco siglos (sonríe). ¡La tecnología! Además, mi papá es ingeniero y mi mamá ama de casa. Los dos eran bien manuales porque les gustaba hacer de todo, pero no había esa cosa de fantasía. Y ese es un problema, me parece. Al menos, en el colegio.

Y esto de las nuevas tecnologías, que los jóvenes de ahora tienen tan a la mano y manejan tan bien, ¿a usted cómo le ha afectado en su trabajo artístico?
¡Ah, es una maravilla! Porque yo tomo muchas fotos, como mi pintura es figurativa, para tener una biblioteca de imágenes. Y, ahora, con las fotos digitales, con Internet, te puedes buscar fotos de lo que quieras.

¿Contrata modelos o amigos?
Mi hermana, por ejemplo. O yo misma. O amigos. Siempre hay alguno que cae (sonríe). Hasta Eduardo ha posado.

¡Qué bueno! Su esposo: ¿alguna vez han tenido la tentación de hacer un cuadro o alguna exposición juntos?
Claro. Por eso seguimos juntos: porque no lo hemos hecho (ríe). Siempre nos proponen exponer juntos. Ni hablar. Solo una vez expusimos juntos, pero no acá, en Panamá. Fue una exposición a la que mandamos los cuadros, no fuimos (ríe). No es conveniente. Este es el primer año que vamos a exponer, acá, individuales. Siempre tratábamos de…

Que no sea el mismo año.
…que no sea el mismo año.

Para uno apoyar al otro.
Pero ya que es el 2012 vamos a cambiar.

Por el año maya.
(Ríe) Pues, ya.

¿Alguna vez se han sentido como competencia?
No. Yo respeto y admiro tanto el trabajo de Eduardo…

En el ambiente de los artistas hay mucho ego.
Claro.

Yo soy más que el otro y el otro es menos que yo.
Tenemos los egos tan inflados que solo rebotamos (ríe). Porque si uno tuviera el ego más chiquito que el otro, de repente, lo pincha (ríe). Parece que lo tenemos bien grande.


Sus cuadros: ironías de la vida moderna

Quería conversar con usted sobre algunos de sus cuadros que me habían llamado mucho la atención. Por ejemplo, Las dos guerras (2010-2011), que es sobre dos mujeres con ropa militar que se están apuntando mutuamente con metralletas. En el piso hay muchas mujeres chiquitas, cargando unas a otras. Uno no sabe si están heridas o muertas. ¿Esto es una metáfora de algo en especial?
Sí. De lo absurdo que es la guerra. Es un cuadro hecho para la muestra (Ejército Rosa. La feminización de lo marcial. 1992-2011). Era la mujer en las Fuerzas Armadas, pero yo lo vinculé más a lo que viene a ser la guerra, en la que quien paga la peor parte casi siempre es la mujer. Esa era la idea. Es tan absurda la guerra que, por todos lados, sales perdiendo.

Así es. Sobre su cuadro Mujeres Palmera (2008): en cuatro pequeñas islas, cercadas por espinas y rosales, hay ocho mujeres, dos por cada isla. Y, en cada isla, sostienen a un hombre en una hamaca. Lo que me llamaba más la atención del cuadro, aparte de todo el entorno, es que las mujeres tenían cuatro brazos por lado. Me preguntaba si esto era alguna referencia a Vishnú, que es un dios del hinduismo, el dios de la preservación y la bondad.
Esa imagen de ese dios es algo que siempre se te queda en la cabeza. Para mí, la representación es algo así como un juego, una sutil ironía. Para que cada uno la interprete. Y es bien loco porque, para mí, ese cuadro era esa idea de la mujer perfecta. Tiene independencia, pero a la vez, tiene que estar perfecta, sostener una casa. Es irónico. Acaba siendo presa de este ideal de mujer que, en realidad, es imposible.

Es por eso que necesita tantos brazos.
Por eso necesita tantos brazos. Y, en realidad, las rosas son espinas. Es como si fueran estas mallas que hay en los campos de concentración. Esas son las cosas que yo pongo, sin embargo, la gente tiene su versión. Para unos son adornos. Para otro es: “¡Ay, qué lindo!”.

Sobre el cuadro Las musas (2008): pequeñas sirenas en movimiento, donde parece que han empujado a un hombre al suelo o, también, podría ser -si uno “volara” un poco más- que lo estén empujando dentro del mar.
Has “volado” en lo correcto (ríe).

Esta idea de que las mujeres no se acercan al hombre: en sus cuadros, por lo general, no hay un contacto hombre-mujer sino un danzar juntos, pero manteniendo su espacio. ¿Es parte de eso Las musas o no? Como en Pesca artificial (2008), también: están cerca del hombre las mujeres, las sirenas, pero cerca, nada más. No se funden.
Yo siempre juego. En Las musas juego mucho con la imagen de estas sirenitas atractivas y lindas. Son como puntos de luz. Cuando viene la idea es como un golpe. Sin embargo, es…

Una revelación.
…una revelación favorable. Por eso se llama Las musas y es como que (el hombre) se ha caído a un mar o a un chapuzón. Las mujeres o casi todas las imágenes que uso son para jugar con las convenciones. En este de la Pesca (artificial): es lo que veo en Lima. Siempre he dicho que soy una pintora urbana y que son las ironías de que (la mujer) debe estar perfecta, debe tener competitividad y todo. Es jugar con darle la vuelta.

Tiene una denuncia social.
De repente, ver que es chistoso tratar de ser perfecto y buscar estas utopías. Tú abres una ventana y cada quien quiere ver su paisaje.

El humor es uno de los mejores ingredientes para el arte.
Para mí, es no solo para el arte.

Para la vida.
Sí. Me gusta el humor y, también, el reconocerse. Lo que decía: se prende el switch. Estaba ahí, pero no te habías topado con esa imagen. Eso es lo que más me gusta del arte: siempre te está sorprendiendo, siempre te voltea la página.

¿Cuáles son sus próximos proyectos o está trabajando en algo?
Tengo una exposición en julio. Una individual.

¿Se prepara con mucho tiempo?
Solía hacerlo (ríe). Esta está más en mi cabeza que en el cuadro en sí, todavía. Pero ahí va. El concepto, la idea, todo está bien ordenado. Hay fichero para cada cosa, pero el asunto material, todavía.

¿Seguirá siendo el protagonista (de sus cuadros) el hombre con camisa?
El hombre y la señora. La mujer, también. Con su vestido blanco y pelo negro. Lo mismo de siempre.


Otra pasión: la literatura

Usted está escribiendo ahora algunos textos. ¿Podría contarnos un poco acerca de eso?
Sí. Yo siempre he escrito. Me gusta escribir cuentos, escribir cosas. Ahora, un amigo me dijo para escribir un cuento de terror: me gustó mucho.

¿Javier Arévalo?
Javier Arévalo.

Y esta experiencia de escribir, ¿desde cuándo empezó en usted? ¿A la par con la pintura?
A la par con la pintura. Es más, me acuerdo una vez que tuve un examen… Esos exámenes medio tétricos que hay en la carrera de artes, donde me dijeron: “¿Tú por qué no te vas a literatura?”.

¿Y lo pensó o no?
No. Ni se me pasó por la cabeza. Estaba bien convencida de que lo que quería era pintar. Pero cuando uno pinta, cuenta una historia, y cuando escribes, es como que describieras una escena. Son complementarios.

Y este texto de terror, ¿cómo se llama?
El asedio de las sombras.

También ha ilustrado muchos libros.
No un montón, pero sí he ilustrado libros para niños y, también, libros de texto. La ilustración me encanta. Me encanta hacerla, verla y coleccionarla.

Cuando ha ilustrado libros para niños, ¿se los mostraba antes a sus hijos para que los vieran, como una especie de jurado previo?
Tengo un libro, que todavía no está impreso, pero está ya escrito y dibujado. Es la historia de los tres (Elisa, Martín y Alina), de una anécdota que pasó. Pero el que me publicaron fue la historia de Martín. Entonces, las otras dos están esperando (ríe).

Celos de hijas.
Sí. Como que han tenido mucho que ver estos cuentos infantiles con los chiquitos. Han sido cuentos que uno les iba inventando. Esos que se han quedado por ahí, en los escritos.

Deben ser cuentos creativos, siendo para hijos de artistas.
Y son bien críticos, recontracríticos.

Muchísimas gracias, señora Letts.
Gracias a ti.

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