lunes, 15 de agosto de 2011

Ezequiel Martínez





“Hay que darle la posibilidad al lector”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


“¿Podemos hacer la entrevista antes de la presentación?”, me pregunta Ezequiel, editor jefe de la revista cultural Eñe del diario argentino Clarín y presidente de la Fundación Tomás Eloy Martínez. Le explico que prefiero hacerla al día siguiente con más tranquilidad, sin apuros. Él asiente, acordamos la hora, el lugar, y estrechamos las manos cordialmente. Me retiro unas tres filas atrás -él estaba sentado en la segunda del recinto-. Al minuto de nuestra breve y eficaz coordinación periodística, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez ingresa a la sala José María Arguedas de la FIL LIMA 2011 -ubicada en el céntrico distrito de Jesús María- para presentar su novela El ruido de las cosas al caer, ganadora del último Premio Alfaguara de Novela. Me quedo con una frase suya -realiza muchas reflexiones inteligentes sobre el quehacer literario- esta noche de cruel viento frío: “Las grandes novelas de Colombia se escribieron en México. Las grandes novelas de Perú se escribieron en París”.

A la mañana siguiente, en un conocido hotel miraflorino, espero en el vestíbulo a que Ezequiel baje. Turistas van y vienen, presurosos. Algunos, bien vestidos. Otros, con aspecto de mochileros que acaban de sobrevivir a una aventura salvaje en la sabana africana. Tras algunos minutos, llega él y me dice: “Disculpa la demora, es que había tráfico en el ascensor” y ríe. Con ese mismo buen ánimo empezamos a conversar sobre su reconocido padre escritor y periodista -el gran Tomás Eloy falleció el año pasado de un cáncer que soportó durante años. La FIL LIMA decidió rendirle un merecido homenaje este 2011-, de la entrañable relación que mantuvo con él -nunca perdieron contacto, a pesar del largo exilio paterno-, de su propia y exitosa carrera como periodista cultural, y de los muchos escritores importantes -como García Márquez, Vargas Llosa, Bioy Casares o Bradbury- a los que pudo entrevistar y acompañar en momentos muy humanos y ajenos a toda solemnidad. Algunas de estas memorables conversaciones figuran en El libro de las grandes entrevistas (2005). Ezequiel Martínez (Buenos Aires, 1961) abre las puertas y ventanas de sus mejores recuerdos.

¿Qué le suscita recordar la frase: “Vamos Ezequiel, tenemos que trabajar”?
Me suena todo el tiempo esa frase. Sobre todo después de intentar avanzar con la fundación que él me pidió que creara: la Fundación Tomás Eloy Martínez, que es un poco su legado. No es un legado que tenga que ver con un deseo de perpetuidad de él sino, más bien, de seguir dando la ayuda -que él daba cuando estaba vivo- a los jóvenes, a la gente que recién empieza. Él amaba mucho los libros, la literatura, y no quería que su biblioteca quedara dispersa sino que se pudiera seguir aprovechando, que le sirviera a la gente y que pudiera disfrutarla. Que estuviera unida en un mismo lugar, que va a ser la fundación. Y, después, la creación de un premio para jóvenes narradores, para proyectos avanzados de ficción y no ficción, que son las dos áreas donde él desempeñó su trayectoria. Justamente para estimularlos a que a través de ese premio pudieran dedicarse a terminar esa obra sin más distracciones, sin necesidad de estar pensando: “Tengo que trabajar en algo más para (vivir) y hacer, en los huecos que me quedan de tiempo, el (texto) que estoy haciendo”.

Que es el común denominador de la mayoría de escritores latinoamericanos.
Exactamente. Eso es en lo que él pensaba: las dificultades que hay para editar o darse a conocer o entrar en determinado circuito de circulación. Sobre todo ahora con Internet hay tanta cosa. Todo se dispersa y se diluye en esa montaña gigantesca -una cordillera más que una montaña- de textos. Hay muchísimos narradores, muchos que valen la pena, realmente, a los que les cuesta ser conocidos masivamente.

Sí. Por lo general, el escritor es tímido.
Es tímido. Muchos son escritores porque no les gusta hablar y les gusta estar encerrados, recluidos y escribiendo, diciendo lo que tengan que decir a través de la literatura.

Sí.
En eso estoy hace más de un año. Y esta frase que vos me decís, él me decía en vida, también, cuando yo lo ayudaba con sus notas periodísticas, sus columnas. Estaba haciendo una investigación de algo y me decía: “Esta semana voy a escribir de tal cosa, ¿por qué no me buscas tal dato o entrevistás a tal persona para esto?”. Y me apuraba siempre. Era: “¿Ya lo tenés, ya lo hiciste?”. Por ahí no pasaba el día sino que me lo pedía en la mañana y en la noche ya reclamaba ese trabajo, ese “Vamos, Ezequiel, sigamos trabajando”.

Es una frase muy hermosa, sobre todo de un padre para un hijo, porque le transmite mucho de: “Hijo, tenemos que trabajar, tenemos que hacer cosas”.
Sí.

Indica que su padre era un hombre muy hacendoso.
Sí.

Muy laborioso.
Era muy trabajador, sí. Era muy riguroso con la información, el dato. Sobre todo en lo que tenía que ver con su trabajo periodístico. A veces -como te digo-, me daba un tema, yo lo investigaba, y si no estaba muy claro y preciso de dónde era la fuente, de dónde había sacado el dato o quién había dicho tal cosa, él prefería no poner nada. Entonces, me escarbaba mucho. Que tiene que ver con el rigor de la información que se iba a publicar. Para mí fue un orgullo, un aprendizaje, obviamente, maravilloso, trabajar con él, poder ayudarlo y compartir su quehacer no solo periodístico sino también literario. Porque juntos revisamos el original de la que fue su última novela publicada, Purgatorio.

De la cual hay un video en YouTube donde usted está con Michael Jacobs y lee…
Él lee…

…un fragmento.
…lee un párrafo, sí. Lee un párrafo de las escenas más delirantes -y que a él le divirtió mucho escribirla- de esa novela, donde está Orson Welles y demás. Eso fue una experiencia para mí. Porque fue la primera vez que él me pidió que lo ayudara a revisar una novela, algo que tenía que ver con su trabajo literario. Pasábamos tardes enteras con los originales, revisando, chequeando datos y viendo si había algún desfasaje temporal, que era lo que a él más le preocupaba, porque esa era una novela que tiene muchos saltos en el tiempo y tienen que encajar las piezas, todas, muy bien.

¿Usted era el hijo más cercano a Don Tomás Eloy? Porque son siete hijos.
Somos siete. Era el más cercano en cuanto a compartir la vocación. Yo soy periodista, hago periodismo cultural, nos movíamos en los mismos círculos, conocíamos a las mismas personas. Eso creaba un acercamiento, más allá, obviamente, de la cercanía afectiva que hay. Con todos los hermanos fue igual. En ese sentido, éramos todos iguales. Pero a mí me permitió, en ese caso, acercarme más desde lo profesional. A él le encantaban los chismes, entonces, cuando estaba en Estados Unidos y se enteraba de algo, leía algo, me llamaba, y me dice: “¿Es verdad tal cosa, vos te enteraste o supiste algo o leíste algún libro o ya viste qué salió nuevo?”. Le preocupaba mucho estar desconectado de la Argentina cuando estaba viviendo en Estados Unidos.

Tuvo que irse exiliado.
Primero exiliado, después ya fue por elección, en su última etapa en Estados Unidos. Pero sí, vivió nueve años en Caracas, Venezuela, forzadamente, porque no podía volver a la Argentina durante la dictadura. A él le preocupaba mucho no perder el hilo con la Argentina. Así como me llamaba a mí llamaba a mucha gente, todo el tiempo, para estar casi viviendo en la Argentina.


Tomás Eloy y Gabo: grandes amigos

García Márquez decía, justo en el homenaje del año pasado en la FIL de Guadalajara, que su padre era “el mejor de todos nosotros”.
Sí. Fue muy generoso García Márquez con esa frase y ese recuerdo. Ellos tenían una relación muy estrecha. García Márquez -no es una leyenda sino que es realidad- salta a su fama mundial con Cien años de soledad a través de mi papá, que está trabajando en Primera Plana, una revista legendaria de Argentina. Lo trae a Buenos Aires, lo pone en la portada de esa revista cuando él era un desconocido, y Cien años de soledad ahí empezó su ruta sola. Como que García Márquez, de algún modo, siempre le agradeció ese gesto cuando él era un autor poco conocido en América Latina y el resto del mundo. Conservaron esa relación y amistad a lo largo de los años. Después que García Márquez gana el Nobel se le ocurre en un momento: “Voy a hacer un diario, quiero volver al periodismo”. Se iba a llamar El Otro. Lo convoca a mi papá para que lo dirigiera, lo crearan juntos y demás. Después, como contó mi papá algunas veces, García Márquez ya andaba con El amor en los tiempos del cólera en la cabeza, y mi papá le dijo: “Dos amores simultáneos no se pueden tener…

(Risas).
(Sonríe). …y yo solo con tu diario no quiero estar”. Así que ese proyecto se pinchó. Después, se vieron muchas veces. Mi papá estuvo en la celebración de los ochenta años de García Márquez en Cartagena. Fue una amistad que compartieron durante décadas, y lo mismo con Carlos Fuentes, también muy amigo. Con Vargas Llosa no fue tan estrecha, pero sí fue una relación de respeto, de admiración mutua, que se mantuvo a lo largo de los años.


La herramienta fundamental de TEM: el lenguaje

Me atrevo a decir -y creo que no es algo tan atrevido- que su padre era mejor prosista que Mario Vargas Llosa.
Gracias (risas). Yo no quiero entrar a comparar con nadie, pero… Claro, son de la misma generación, todos. Vivieron esa efervescencia.

Me encanta mucho la prosa de su padre porque es pulcra. Es difícil encontrarle un error.
Es que pensaba mucho.

Corregía mucho.
Si vos lo hubieses visto cuando escribía. Y no solo te hablo de una crónica periodística o sus novelas. ¡Un mail! Cuando tenía que mandarlo, por ahí se detenía quince minutos en una palabra, porque si no era la palabra que terminaba esa sinfonía dentro de esa frase, no se quedaba tranquilo. El lenguaje para él era una herramienta fundamental, muy preciosa y precisa. Para él era muy importante esto. Vos decís que por ahí no encontrabas un error: por ahí sí se pueden encontrar, pero que lo pensaba y lo trabajaba mucho, eso es cierto.

Sí. Sus columnas, que acá se publicaron durante un tiempo en El Comercio, yo las leía y decía: “¡Qué bueno!”. Y las comparaba con las de Vargas Llosa. Podía compararlas con las de cualquier otro, pero yo decía: “Esa es mejor”.
Muchas gracias. La verdad que daba envidia porque uno decía: “Ay, ¿por qué uno no escribirá así? (risas)”.

Justo yo quería tocar ese punto: por lo general, muchos hijos de grandes escritores sienten el peso del padre. En el caso del hijo de García Márquez (Rodrigo): termina siendo cineasta.
Cineasta.

Y en el caso de Juan Rulfo, creo que termina siendo fotógrafo (específicamente, su hijo Juan Francisco. El célebre escritor mexicano tuvo tres hijos más). Y me preguntaba: ¿usted también siente ese peso de Tomás Eloy Martínez?
Yo cuando empecé en periodismo -que él no vivía en la Argentina-, me puse a estudiar periodismo, y cuando ya empezaba a buscar trabajo y demás, él me decía: “¿Querés que hable con alguien?”. “No, yo quiero solo. Vos dejá. En todo caso yo te digo”. Y mi primer trabajo periodístico, la primera cosa que publiqué en una revista pequeña, fue porque alguien vio algo que yo escribía en otro lado y me llamó por mis propios méritos. Después, a Clarín, que es un diario muy grande, yo me anoté en una beca, en un concurso, tuve que hacer unas pruebas y nunca decía quién era mi papá porque quería estar seguro de mí mismo. Que me contrataran por mis propios méritos y no por ser “hijo de”. Una vez que esa etapa uno la supera y ya hasta tiene seguridad, ahí sí, obviamente, blanquié mi árbol genealógico y lo aproveché algunas veces. Entrevisté dos veces a García Márquez, muchas veces a Vargas Llosa, a gente del Boom. Ahí sí decía: “Yo soy hijo de él y quiero entrevistarlo, si puede…”, y era un “Ábrete, Sésamo” la sangre. El peso lo sentí cuando empecé porque quería estar seguro de que el trabajo me lo daban por mí y no por ser hijo de él.

Por su propio talento.
No sé si talento, pero por mi trabajo. Después, ya en una época estábamos compitiendo. Hay dos diarios grandes, los más históricos en Argentina: Clarín y La Nación. Él trabajó en La Nación, yo en Clarín. En un momento -yo estoy ahora en Eñe, que es la revista de cultura- lo llaman a él para crear una revista parecida a Eñe -que ahora es ADN, la revista de cultura de La Nación-. En un momento estábamos compitiendo. Él me preguntaba por gente y digo: “No te voy a decir a nadie porque no quiero que me robes a nadie” (risas).

(Risas).
Pero era divertido, también. Me dio mucho placer poder compartir tantas cosas con él.

¿Y en algún momento usted se animaría a escribir literatura?
No. Empecé en periodismo porque me gustaba escribir. De chico escribí cuentos y todas esas cosas. Alguna novela por la mitad que quedó ahí, tirada. El periodismo me dio la gratificación de poder narrar y escribir. Por ahí viene de mi papá esta cosa del periodismo narrativo y contar historias con hechos de la realidad, pero contadas narrativa o literariamente. Con eso sentía placer, lo disfrutaba. Sentí que hay gente que nace con talento para escribir ficción y otra que no. Otros, como yo, que no. Entonces, no es que me di por vencido sino que fui consciente de que no era lo mío.


La cultura, el dinero y el prestigio periodístico

Ahora quería pasar a su lado como periodista cultural. ¿Ya cuántos años trabajando en Eñe y qué tal ha sido esta labor durante tanto tiempo?
Me encanta. En Eñe estoy desde que arrancó -van a ser ocho años, en octubre-, cuando se crea esta revista dentro del diario Clarín. Yo antes de eso estaba en la revista dominical del Clarín que se llama Viva y ahí, cada vez que había un escritor que hacer o algún tema de cultura, lo hacía yo. Cuando arranqué en periodismo hacía todo: asesinatos, choques, inundaciones. Como empezamos todos. Después uno va como puliendo el gusto o tratando de hacer lo que más le agrada. A mí siempre me gustó leer. Y en Viva empecé a hacer a muchos escritores y después, cuando el diario hace la revista Eñe, me llaman para editar las páginas de libros y literatura justamente, una de las secciones grandes de la revista. Es una gratificación enorme porque es poder trabajar en lo que a uno le gusta, en temas que a uno le gustan, conocer a gente fabulosa que uno admira. Si no fuera por esto no tendría la oportunidad de conocerla o entrevistarla o tener una charla. Se crean, aparte, relaciones muy buenas y se conoce gente interesantísima. Y, sobre todo, para estar al día de lo que está pasando, de lo que se publica afuera. Estas cosas como las ferias del libro, festivales literarios, son una oportunidad fabulosa para conectarse con gente que, de otra manera, uno no conectaría, o con literaturas que uno no conocería si no fuera porque circulan de esta manera. Eso todo gracias a Eñe que, afortunadamente, le va muy bien. Es una apuesta editorial hacer una revista así. No es que dé plata, no da ganancia.

La cultura, en general, no da ganancia.
No da, nunca da. No te vas a hacer rico con la cultura. Pero sí te da cierto prestigio periodístico.

Claro.
Te da un nivel que, en esta época en que la prensa es un poco más…

Muy farandulera.
…farandulera.

Muy banal.
De espectacularidades o de chismes o de mucha sangre…

Y vedettes.
…que la gente consume. Pero también hay que darle de lo otro. Hay que darle la posibilidad al lector. Al que le interesa otra cosa, ofrecérsela. Y por ahí este que lee el asesinato o ve a la vedette, alguien le contó que hay otra cosa. Es una cuestión de no darse por vencido en ese terreno, apostar a eso. Como decimos, aunque no te hagas rico te gratifica de otra manera.

Siempre hay gente interesada en los temas culturales.
Sí, siempre. Claro.


Enchufando la impresora con García Márquez

En personajes tan fantásticos como los que usted ha entrevistado. Mencionaba, por ejemplo, a García Márquez. Y dos veces. ¿Qué recuerdos de las entrevistas?
Son fabulosos porque la primera vez sobre todo, que fue en el año 94, él fue muy generoso. Yo me acuerdo que -en Cartagena de Indias lo entrevisté- habíamos acordado la cita con un horario, un día determinado. Me acuerdo perfecto, fue el ocho de junio del 94, porque cuando lo arreglamos por teléfono yo dije: “Ese día es mi cumpleaños”. Y me dice: “Acá lo vamos a festejar”. Yo pensé que era una frase hecha. Pero me llevó a almorzar a un restorán.

Que era una gentileza.
Una gentileza. Después, nos fuimos a caminar por Cartagena, la ciudad vieja, con él por la calle, que es ya una nota solo ver eso y lo que pasa con la gente. Nos vimos tres días seguidos, finalmente. Estábamos con el fotógrafo. La verdad que fue muy generoso. Al año siguiente, yo paso por México, lo llamo por teléfono de caradura nomás, y digo: “Mire, estoy aquí”. Y me dice: “Pero, ¿otra entrevista? No. Yo jamás le he dado dos veces una entrevista al mismo periodista. Y menos dos años seguidos”. Pero me dice: “Vente igual, como amigo”. Y me invitó a su casa a tomar el té. Por supuesto, escribí una nota, también, de ese encuentro. Después, lo vi el año pasado en Cartagena, la última vez. Delante de un periodista sabe que se tiene que medir, salvo que sea alguien muy íntimo y de mucha confianza. Y él sabe que cualquier periodista que lo visite, todo lo va a transformar o en una crónica o en un relato de ese encuentro. Y hablamos de cualquier cosa, de música, de cómo escribíamos. Pasamos primero al living, al té, después fuimos al escritorio que tiene ahí en su casa de El Pedregal de San Ángel, en México, y tenía problemas con la computadora. Entonces, terminamos los dos tirados en el piso tratando -te estoy hablando de casi veinte años atrás- de enchufar la impresora, porque él decía que imprimía siempre todo lo que escribía, porque no le tenía mucha fe a la tecnología. Siempre tenía que tener todo en papel. Cosas anecdóticas. Hablamos de fotografía, de música.

¿Qué música le gustaba a García Márquez?
Música clásica, sobre todo. Él decía en esa época, cuando el CD estaba…

Recién…
…naciendo… Era más popular, pero era una cosa... De verdad que él prefería el sonido del disco de pasta (conocido como disco de vinilo, también). Nos puso un disco y dice: “Es totalmente diferente. Hay otra profundidad…

Es más profunda. Exacto.
…que la que está en el CD normal”. Ese tipo de cosas.

Estoy de acuerdo.
Por eso. Sí. Es probable. Fue un encuentro informal, pero eso también se lo debo agradecer (a TEM) porque yo era ahí hijo de mi papá. Él era generoso por esa (condición). Cuando me dedicó un libro me pone: “A mi sobrino Ezequiel”.

¡Qué maravilla!
Sí. Fue muy agradable todas las veces que lo vi. Y el año pasado, como dije, estuvo muy generoso en Cartagena, cuando la Fundación Nuevo Periodismo le hizo un homenaje: él estuvo ahí.


El antiamuleto casi desintegrado de Vargas Llosa

Usted en su blog En minúscula (la letra chica de las letras mayores) había publicado una anécdota -de una de las entrevistas que le hizo a Vargas Llosa- que me pareció genial, acerca del programa de mano de esa obrita de teatro…
Sí.

…que se le perdió y recién entonces ganó el Premio Nobel.
(Risas). Un antiamuleto, finalmente. Y es increíble porque si vos vieras lo que era ese programita de mano. Lo sacó de la billetera, me lo mostró.

¡Más de cincuenta años!
¡Más de cincuenta años en su bolsillo, caminando por el mundo con él! Una cosa deshilachada, en pedacitos, que era como un rompecabezas, que armó sobre el sillón. Lo sacó y lo armó.

¿Lo tenía pegado con cinta scotch?
No, era doblado, pero al desdoblarlo…

Ya estaba abierto.
…ya eran pedazos que se abrían. Entonces, él lo armaba y trataba de leer lo que llegaba a leer. Antes del Nobel creo que se lo habían robado -porque, también, alguna vez le robaron la computadora. Pobre-, y ahí sale el Nobel (risas).

¡Qué coincidencia!
Sí. A él lo vi cuando estuvo en Buenos Aires. También fue muy generoso, porque hubo una cena después de su discurso…

Ahora último, en la Feria (Internacional) del Libro (de Buenos Aires).
Claro. Después de su discurso, todos estábamos pendientes a ver qué iba a pasar ahí porque…

Estábamos asustados acá (el escritor peruano había tenido fuertes discrepancias políticas, días previos, con la intelectualidad oficialista argentina. Ella no quería que Vargas Llosa diera el discurso inaugural de la FIL de Buenos Aires. Querían vetar su presencia en el importante evento cultural), pensábamos qué…
Todos estábamos…

…le iban a hacer (risas).
(Risas). Por suerte fue todo muy civilizado y esa noche se armó una cena muy pequeña, éramos doce personas y él me invitó. Así que pude charlar un poquito más tranquilo y distendido con él.

¿Y alguna vez le preguntó a García Márquez o a Vargas Llosa acerca de ese supuesto…
Se lo pregunté a…

…pleito que habían tenido?
…a Vargas Llosa una vez y dijo: “Que de eso se encarguen los biógrafos”. A García Márquez no me animé a preguntarle (y es que el escritor colombiano era quien había recibido el famoso puñetazo vargallosiano en el rostro. Las causas del lamentable incidente, hasta ahora, no están claras).


El niño grande que no habla de literatura: Bradbury

¿También entrevistó a Ray Bradbury?
También, sí. Otro personaje fabuloso. Muy generoso, también. Y muy simpático. Me causó una impresión de que a la edad que él tenía cuando yo lo entrevisté, hace muchos años -ahora está muy viejito-, era como un nene grande. Por ejemplo, su estudio estaba lleno de juguetes, naves espaciales y extraterrestres que colgaban. Parecía un cuarto de un adolescente o un niño. Y se divertía jugando con esas cosas. Me dio esa impresión: de un niño grandote.

¿Y toda la entrevista fue en inglés?
Fue en inglés, sí. Pero se entendía mi inglés. Tampoco es perfecto, pero nos entendíamos perfectamente.

¿Él tenía conocimiento de la literatura latinoamericana?
Poco. Borges, los grandes nombres. A Borges lo tenía. Bioy Casares, que hizo literatura fantástica, también. Pero creo que hasta ahí. No creo que tuviera un conocimiento demasiado profundo. Hablo de argentinos, en ese caso. No hablamos de literatura porque con él hay que hablar de marcianos y naves espaciales (risas).

(Risas).
Que es lo que a él le entusiasma.


Chateando con Bioy Casares

Ya que mencionaba a Adolfo Bioy Casares: también pudo entrevistarlo.
Lo entrevisté más de una vez. Es un personaje de una riqueza intelectual impresionante. Una historia de vida muy interesante. Lo entrevisté ya grande, las veces que lo vi. Incluso con Bioy Casares hice una cosa cuando recién aparecía Internet: esas entrevistas online, que ahora son muy comunes, a un autor. Se hizo un experimento en el diario: de hacer, por primera vez, que los internautas entrevistaran a un escritor, y lo hicimos con Bioy Casares. Yo fui a su casa, el equipo tecnológico montó todo. Él no entendía qué era eso que estábamos haciendo, me parece.

¿Pero aceptó de buena gana?
Aceptó. Era muy generoso. Nos sentamos -me acuerdo, tengo grabada la escena- y le explicamos: “Mire, en esta pantalla van a salir preguntas. La gente le va a preguntar cosas”. “¿Y dónde están?”, nos preguntaba (risas).

(Risas).
“No se sabe”. “¿Yo, qué tengo que hacer?”. “Usted conteste las preguntas y nosotros las vamos a ir tipeando”. Fue una cosa rarísima porque era presenciar en alguien grande la entrada de la tecnología y de este nuevo mundo virtual, a través de un personaje como Bioy Casares.

¿Y quedó satisfecho con el resultado?
Sí. Yo creo que nunca se dio mucha cuenta de qué estaba pasando (risas). Pero contestaba. Le leíamos las preguntas y las contestaba.


Mi homenaje a Borges

Luego, también, usted regó las flores de la tumba de Jorge Luis Borges en Ginebra.
Sí, esa fue una travesura mía. Porque cuando se cumplieron los diez años de su muerte, en el 96, la revista dominical Viva me envía y dice: “Andá a Ginebra a reconstruir la muerte de Borges”. En esa época era así el periodismo -generoso-, porque se podían hacer esos viajes y ese tipo de notas. Estaba en el cementerio Plainpalais que está en la parte vieja de Ginebra. Había unas regaderas ahí montadas, yo dije: “Esto será para regar las flores, ¿para qué otra cosa?”. Entonces, estaba el cantero de flores sobre la tumba de Borges y, en homenaje, las regué un poco, para que estén más frescas.

¿Y en vida lo pudo conocer?
No lo conocí en vida. Lo vi en alguna charla. A él le gustaba caminar mucho por el centro de Buenos Aires, cerca de su barrio. Lo vi alguna vez caminando por la calle Florida, pero no lo conocí. Y Cortázar es otro que no conocí, (pero) que me hubiese encantado conocer, también.


Jorge Amado: prócer de la literatura brasileña

Todas las entrevistas que usted realizaba a personajes tan importantes… Jorge Amado, también.
A Jorge Amado, también lo agarré. Los agarré a todos viejitos…

(Risas).
(Risas). A Jorge Amado lo entrevisté en su casa de París. Ya estaba muy viejito él. Estaba su mujer, que ya murió, ahí, al lado. Lo ayudaba. No había pasado un año desde que lo entrevisté y murió. Lo agarré ya muy mayor. Pero es otro personaje maravilloso y con una vida impresionante.

Sobre todo que muestra muy bien la cultura brasileña…
Sí.

…en su obra.
Sí. Un prócer en la literatura brasileña. Fue un placer conocerlo, también, y compartir esos ratos con él.

De todas estas entrevistas que usted ha realizado, algunas están en (El libro de) las grandes entrevistas.
Sí. Ahí está la de García Márquez y una que le hice, creo, a María Elena Walsh (autora de Como la cigarra y Serenata para la tierra de uno, que la maravillosa voz de Mercedes Sosa inmortalizaría), que también murió a principios de este año. Hay dos mías ahí, sí.

¿Con cuál se queda usted?
¡Qué pregunta! Aun sin ser de un gran escritor, de un personaje tan mundialmente conocido, de cada pequeña entrevista uno saca cosas interesantes, alguna anécdota divertida o que te enriquece. O alguna enseñanza. Todas las disfruto. Soy de -algo que se ve que vos también hacés- prepararme mucho para una entrevista. Trato de leer lo más que se pueda. No me gusta mucho hacer estas entrevistas de ruedas de prensa que van pasando un periodista tras otro cuando un escritor gana un premio. Porque siento que el escritor tiene como un casete, que tiene que estar contando siempre las mismas cosas, y vas a leer la misma entrevista repetida en diferentes medios, finalmente. Lo he hecho, también, porque no hay otra posibilidad, a veces, de estar con un escritor si no es así. Me gusta fuera de ese contexto, fuera de alguna campaña de prensa por algún libro, hacerla tranquilo, en su casa, o en algún lugar…

Que esté relajado.
Relajado.

Que se sienta bien.
¡Claro! Siempre confabulo con el fotógrafo para que diga: “¿Necesitás más fotos?”. Así lo vemos al día siguiente y lo vemos en otro lado, ya sin grabadora y sin nada. Y te ponés a hablar y te van diciendo cosas que, por ahí, te sirven muchísimo para la nota y la entrevista. Casi todo lo que te estoy hablando -desde Ray Bradbury hasta Vargas Llosa, García Márquez-, esta cosa de poder verlos el día siguiente con la excusa de una foto, te sirve. Con Vargas Llosa una vez en París, por ejemplo, con el fotógrafo, finalmente terminamos caminando por los jardines de Luxemburgo. Él con jogging porque es de hacer…


Vargas Llosa al volante: insultos en Berlín

Corre.
Trota. O ahora camina. Y lo mismo una vez anterior con él, cuando lo entrevisté en Berlín, paseamos por el centro, por la puerta de Brandenburgo, fuera de lo que ya era la entrevista.

Se mete en la cotidianidad de estos personajes.
No sé si llegás tanto a la cotidianidad, pero…

Al menos durante un par de días.
…en un contexto más descontracturado, más informal, donde no están tan pendientes de lo que están diciendo. O porque podés charlar de cosas superficiales o triviales, pero que enriquecen, de todos modos, la entrevista o la nota.

Sí. Da todo el contexto.
¡Claro!

Todo el ambiente.
¿Qué pasa con la gente en la calle con un personaje así? ¿Cómo se mueven ellos en la calle? Por ejemplo, con Vargas Llosa: él nos llevó en la camioneta en Berlín hasta Brandenburgo, a mí y a la fotógrafa. Verlo manejar -eso lo escribí en Etiqueta Negra, en esta edición homenaje que sacaron después del Nobel- por Berlín y la gente insultándolo porque maneja muy mal. Es medio torpe (risas). Esas cosas son muy ricas para una nota.

Lo humanizan mucho.
Lo humanizan, exactamente. Claro.

Le quiero agradecer su tiempo.
No, por favor.

Muchísimas gracias por la entrevista y que siga entrevistando a gente tan importante.
Espero yo, también (risas). Ojalá. Muchas gracias.

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