“Tener este potencial de juventud es como tener petróleo”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
De porte elegante, voz firme y maneras suaves, la cineasta francesa Florence Jaugey (Niza, 1959) ha marcado un hito cinematográfico en Nicaragua –su país adoptivo-: tras veinte años sin que dicha nación produzca cine de ficción ella ha estrenado La Yuma (2009), la historia de una joven boxeadora con muchas dificultades que enfrentar en su vida. Antes de este largometraje, la directora, guionista y productora gala había dirigido documentales y cortometrajes como Historia de Rosa (2005), La isla de los niños perdidos (2001), El día que me quieras (1999), Cinema Alcázar (1997) –que le hizo ganar un Oso de Plata en 1998 en el Festival Internacional de Cine de Berlín-, entre otros. Jaugey compitió con La Yuma en el XIV Festival de Lima. A nivel internacional, la cinta ha obtenido diversos premios. Entre ellos, el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gramado (Brasil), y dos a Mejor Ópera Prima: en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (Cuba) y el Festival de Guadalajara (México). Alma Blanco, la combativa protagonista del film, ha ganado cinco premios a Mejor Actriz en festivales de Francia (Marsella), España (Málaga), Brasil (Gramado), Colombia (Cartagena) y México (Guadalajara). Y Eliézer Traña -quien personifica a Yader, en cuyo gimnasio entrena Yuma- consiguió el premio a Mejor Actor de Reparto en el Festival de Cartagena. A pesar del notable éxito de La Yuma -que incluso ha llevado a Nicaragua a postularla como candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera del año 2011-, su directora nos explica lo mucho que le costó terminar este emotivo film en un país donde no existe industria cinematográfica, pero sí muchos problemas para la juventud. Los mismos que sufre y enfrenta Yuma desde la primera escena.
Mucho gusto de que esté usted acá. Quería empezar preguntándole: ¿cuánto de La Yuma tiene Florence Jaugey, ya que después de veinte años se realiza la primera película de ficción en Nicaragua y hay que tener mucha voluntad para eso?
Yo creo que si algo tengo de La Yuma es eso: la tenacidad y la voluntad. Me tomó diez años realmente montar la producción de esta película. La filmamos en treinta y dos días -un tiempo relámpago- porque no teníamos mucha plata, pero fueron diez años buscando fondos. Obviamente, durante esos diez años no solamente hice eso. No. He realizado muchísimos documentales. Me he nutrido de muchas cosas profesionales y experiencias humanas. El conocimiento de mi oficio también me ha ayudado muchísimo a la hora de tener que filmar La Yuma.
¿La Yuma es el reflejo de la realidad de la Nicaragua actual?
Creo que sí. Al menos esa fue la intención y -en un cierto sentido- está lograda, según los ecos y la retroalimentación que tengo del público, en general. Cuando la película se presentó en Nicaragua hubo una identificación increíble de parte del público nicaragüense con la película, con todos los personajes, con la forma de hablar, de ser. Por fin sintieron que su propia imagen, su propia realidad, tenía suficiente valor como para estar reflejada en una pantalla grande.
Más del cincuenta por ciento de la población joven de Nicaragua tiene menos de treinta años. ¿Cuál es el riesgo para la juventud con las pandillas que hay y (que) usted refleja en su película?
Lo que me motivó en realidad, al inicio, (es que) yo quería hablar de un Nicaragua contemporáneo. Un Nicaragua que no tenía que ver con la revolución, con la guerra, con temas que ya se habían abordado de Nicaragua. Era importantísimo enfocar la película hacia la juventud, en el sentido –justamente como dices- de que son la mayoría de la población y tienen muy pocas oportunidades. Por eso integré al guión un personaje de clase media. Los que sí no aparecen son la oligarquía, las clases altas, porque (para) los jóvenes de extracción popular es extremadamente difícil salir adelante. Tienen muy pocas oportunidades desde un inicio porque hay una educación muy mala, poco accesible, y la formación de ellos es nula o prácticamente cero. Para la clase media también (está) el personaje del novio de Yuma: un estudiante universitario que está terminando su carrera de periodismo y tampoco la vida es color de rosa (para él). Se siente que hubo mucho sacrificio de parte de la familia para que pueda llegar ahí. Y después, ¿en qué va a trabajar? Era muy importante enfocar ese sector de la población, porque la juventud no es solamente el futuro, es el presente. Yo soy originaria de Europa, donde la población es muy vieja. Tener este potencial de juventud es como tener petróleo. Es tener una fuerza de trabajo, algo que te puede levantar un país. Desgraciadamente, no se potencia a esa fuerza de inteligencia, de economía.
¿Eso significa que no hay políticas de Estado hacia la juventud?
Hay políticas, pero en palabras, a la hora de las elecciones. Pero eso es común en el mundo entero, no solamente en Nicaragua. Creo que en Perú pasa la misma cosa y hasta en los países desarrollados. Hay grandes palabras (discursos), especialmente en América Latina. En momentos de las elecciones se prometen mil cosas: campañas totalmente superficiales. Solamente para que las cifras estén diciendo: “Tantas personas ingresaron a no sé cuántos centros de enseñanza”, y eso no cambia nada.
De actriz en Francia a directora en Nicaragua
Siendo usted francesa, ¿cómo llega a Nicaragua y por qué se queda tantos años a vivir allá?
Yo llegué en el 83. Era actriz, hice un casting en París para trabajar en una coproducción entre Cuba, Francia y Nicaragua. Era la adaptación de El Señor Presidente, la novela de Miguel Ángel Asturias. Fui a filmar a Cuba y a Nicaragua el 83, en plena revolución sandinista. Me quedé totalmente impactada por ese momento histórico que estaba viviendo el país. Decidí volver a dar un taller de actuación, a hacer diferentes cosas culturales -de forma puntual-, hasta que trabajé en un documental y me enamoré del camarógrafo, ja, ja, ja, que es mi esposo, que está aquí, que hizo la cámara de La Yuma.
¿Es Frank Pineda?
Frank Pineda. Decidí quedarme. Juntos montamos una productora de cine y hemos producido de forma independiente muchísimos documentales y cortos. Y ésta es nuestra primera ficción.
A través de Camila Films, que es su productora. ¿Ha basado la filmografía de su productora en Nicaragua?
Sí. A partir del momento que vine para Nicaragua pasé del otro lado de la cámara. Dos documentales, dos cortometrajes, me escribí un papelito para actuar, ja, ja. Ya después pasé totalmente del otro lado.
Hay documentales que usted ha hecho que me llamaron la atención. Cinema Alcázar, por el que gana el Oso de Plata en Berlín el año 1998. Me pareció muy interesante la historia: una mujer llamada Rosa vive en un cine que fue destruido por un terremoto, pero ella nunca ha visto una película. ¿Cómo encontró a esta protagonista y qué otras cosas pasan en el cine, aparte de que viva Rosa?
Cinema Alcázar es una historia increíble. Es una ficción, en realidad. Cuando Ken Loach vino a filmar a Nicaragua La canción de Carla nos dejó los sobrantes de rollos de película de treinta y cinco milímetros. Lo que le llaman short ends, que son pedacitos que no se usan en un largometraje porque el riesgo es que la película se termine durante la escena, entonces los descartan. Pero es película virgen. Y nos la regaló. Con eso dije: “Vamos a hacer una película con esos tuquitos de película”. Teníamos un montón de dificultades técnicas. Uno: no podíamos usar planos secuencias, planos largos, porque hacíamos la claqueta y ya se había ido la película. Dos: no teníamos cámara silenciosa. Teníamos una cámara que hacía un ruido que parecía una máquina de coser. No podíamos hacer sonido directo. Y este cine yo lo conocía: Frank me lo había enseñado. En medio de Managua era -ya lo destruyeron- una ruina a cielo abierto. Toda esa ruina, después del terremoto del 71 -por ahí- fue ocupada por gente que no tiene casa. Hay huequitos que eran baños o la cabina de proyección. Ahí vivían familias. Entonces, decidimos hacer como un día en la vida del cine, con las familias que estaban viviendo ahí. Obviamente, sin sonido, porque no podíamos. Con escenas muy cortas. Con todas estas limitaciones técnicas que teníamos trabajamos con la gente allá. Solamente reflejando su realidad y después escribimos un comentario sobre el tema.
¿Los habitantes de este cine no estuvieron reacios a que los filmaran?
Sabían que los estábamos filmando. Todo es una cuestión de confianza. Eso hay que trabajar: qué vínculo establecer con la gente. Además, como era una ficción, tenían que volver a hacer las cosas varias veces. Necesitamos trabajar en complicidad.
¿Y en cuánto tiempo concluyó este proyecto antes de presentarlo?
Filmar: cuatro días. Dura diez minutos la película y teníamos muy pocos trocitos de película. Filmamos en cuatro días y después pasamos un año buscando la plata para terminar eso. Todas esas películas de ficción se hicieron un poco como La Yuma, con esa misma dificultad: no hay financiamiento y tiene que adaptarse a la realidad que hay para sacar la película.
Pero es su carta de presentación a nivel internacional, Cinema Alcázar.
Sí, porque ganó el Oso de Plata. A nivel centroamericano fue uno de los premios más importantes que se había ganado. Pero no creas, yo pensaba justamente (que) después de Cinema Alcázar iba a hacer mi largometraje. Dije: “Me gané un Oso, en tres años saco mi largo”. Me costó diez años.
De niños perdidos y jóvenes en las cárceles
También me llamaba la atención La isla de los niños perdidos. De diez jóvenes presos que participan en un taller de video dentro de la cárcel más grande de Nicaragua. ¿A ellos les dan opción de participar en el taller?
Ahí es diferente porque la cárcel es un lugar con mucha seguridad, militarizado, con una disciplina muy marcada. Tienes que trabajar con las autoridades del centro penitenciario. ¿Qué hicimos? Al momento que nos dieron la autorización de filmar trabajamos muy estrechamente con ellos y el departamento de educación penal. Nos propusieron las personas que ellos decidieron, por buena conducta. Nos presentaron cien jóvenes y nos dieron los expedientes. Yo abría el expediente y veo “asesinato atroz”. ¡Ay! Cerraba (ríe). Pero después decidí no mirar los expedientes, solamente ver las personas para no estar influenciada por el delito que había ahí. Platicar con ellos y ver la motivación de participar en el taller. De los cien elegimos diez. Después abrí los expedientes. Cuatro estaban por “asesinato atroz”.
Eran pandilleros antes.
Todos. Menos uno que estaba por un accidente de vehículo. Salió durante el taller. Pero todos estaban ahí por problema de pandillas. Por eso lo de La isla de los niños perdidos. Desde un inicio viven en medio de violencia. Es su forma de ser, de vivir. Cuando te cuentan cómo mataron a la gente, te das cuenta que ellos en sí no son así, pero es una violencia heredada y que viene de mucha droga. También están como más allá del bien y el mal. Es realmente terrible. Fue un trabajo muy interesante porque se involucraron muchísimo. Para ellos, a nivel de autoestima, fue enorme. Era la primera vez que se les daba la confianza, la primera vez que hacían un trabajo de un inicio hacia un final. Porque no saben hacer nada, nunca hicieron nada, nunca trabajaron. Solamente fueron vagos, delincuentes. Pero el hecho de haber realizado algo y decir: “Mire, yo hice eso. Soy yo el realizador de esa cosa”, era para ellos algo increíble.
¿Estos diez jóvenes hicieron una filmación?
Sí. Nosotros filmamos y ellos también. Realizaron cada uno un documentalito sobre un tema que escogieron. También se turnaron para ser camarógrafo de otro, para aprender a trabajar en grupo. Al momento de elegir, también por eso queríamos estar con los del centro penitenciario: porque había que tener mucho cuidado sobre los pleitos entre pandillas. Si había problema (de) que uno era de una pandilla que estaba en pleito con otra, no los podíamos poner juntos porque iba a terminar en desastre. Cuidamos todas esas cosas. Tres meses trabajamos con ellos. Muy interesante, muy instructivo. La mayoría de ellos todavía están allá porque son los que tenían veinte, treinta años de cárcel por delitos muy graves. A los que tenían delitos menores les pusimos abogados para agilizar el proceso. Algunos salieron, a unos los pusimos a trabajar con nosotros -al mes regresaron a la cárcel porque se volvieron a meter en problemas-. Es bien complicado, porque el problema es el seguimiento. Una vez que salen y...
La reinserción social.
La reinserción. La cárcel lo que te da es una disciplina increíble. Regresan a su casa y de nuevo (delinquen). Porque son niños mimados. Nadie les dice nada. Además, como estaban presos, cuando regresan (a sus hogares)… El consejo que les dimos es que no regresen al barrio, que se vayan a otro lado. Pero se aburren y las familias dicen: “No, vení para acá”. Y empiezan los pleitos entre pandillas y luego los pleitos en la calle.
Vuelven al lugar donde nunca se sintieron bien y van a recaer.
Claro. Lo que fue muy interesante con ellos es darles esta disciplina, diciéndoles: “Ustedes tienen una responsabilidad. Si ustedes no cumplen, todo el proyecto se cae”. Y lo asumieron muy bien. Era la primera vez que entraban en un ambiente laboral, de cierta forma. Pero nosotros no somos una estructura que los podamos acompañar siempre. A mí me ha encantado, pero…
Eso le correspondería más al Estado.
Sí. Nosotros somos cineastas. Moralmente nos sentíamos comprometidos con ellos. A algunos les fue bien, a otros...
La Yuma no tendrá final de telenovela
Volviendo a La Yuma: ¿cómo siendo Alma Blanco una bailarina profesional terminó como protagonista del film? Y encima como boxeadora. Una bailarina tiene movimientos coordinados y suaves, frágiles. En cambio, una boxeadora es toda ruda, agresiva.
Claro.
En verdad parece una boxeadora.
Sí. Es que Alma, primero, tiene un talento increíble. Es una persona que en la vida real tiene mucho que ver con La Yuma, además. Realmente escribí el papel pensando en ella. La conozco desde hace mucho tiempo. El hecho de ser bailarina le permitió justamente imitar -porque ella no es boxeadora- totalmente los gestos. Como una coreografía. Aprendió a boxear como una bailarina. Para ella era una coreografía. Y quién mejor que una bailarina puede hacer eso. Porque tiene un dominio de su cuerpo que no tiene otra persona. Cualquier otra no puede. Hemos hecho casting con boxeadoras y actrices. Y no. Era ella, definitivamente. Ha ganado cuatro premios de interpretación como mejor actriz hasta la fecha. Realmente es un talento, un potencial enorme.
Y todavía falta ver si se lo gana acá, en el Festival de Lima.
Se lo deseo, porque se lo merece.
También me pareció muy interesante que ella se estuvo preparando -dice- tres meses en Italia, antes de filmar en Nicaragua. Hasta le pusieron un entrenador durante quince días: el Polvorita.
Es el que está en la película. Está haciendo su propio papel en la película. Polvorita es un entrenador nicaragüense. Ella trabajó en un gimnasio en Italia, porque vive en Italia. Es nicaragüense, pero se casó con italiano y vive en Italia. Cuando llegó (a Nicaragua) Polvorita la agarró todos los días, incluyendo domingo y todo. En tres semanas sacó una boxeadora, entre los dos. Digo “lo hicieron” porque ella aportó mucho. Es muy difícil el boxeo, muy duro. Es un entrenamiento muy fuerte y la volvió realmente para eso. Él es entrenador de muchos jóvenes, históricamente. Es un entrenador muy conocido en Nicaragua y es el primero que incursionó en el boxeo femenino.
¿Quiere seguir haciendo películas de ficción? O, por todo lo que le ha costado: ¿prefiere probar otros géneros? ¿Seguir con el documental?
Ahorita quisiera pasar a un documental. Esto me daría tiempo y lugar para escribir la ficción. Necesitamos trabajar, nosotros vivimos de eso. A la película le ha ido muy bien en festivales, estoy viajando mucho y acompañando la película -que también es parte de mi trabajo-, pero no es la parte creativa. Entonces, me tengo que organizar un poquito para encontrar ese huequito para sentarme a escribir y entrar en un proceso creativo. Ojalá me aprueben pronto el proyecto de documental: es mucho más fácil de incrementar el presupuesto. Mientras esté filmando y editando este documental voy a poner en marcha el largometraje de ficción que tengo pensado. Tiene un argumento, pero hay que trabajarlo, y va a ser varios años. Pero sí quiero hacer otro (largometraje).
¿No le provoca en algún momento, más adelante, hacer una segunda parte de La Yuma?
Todo el mundo me dice eso. Es terrible.
Hay partes que no se han resuelto del film.
Todo el mundo quiere un final cerrado. Todo el mundo quiere que termine como una telenovela, ja, ja. Tengo cantidad de quejas sobre el final, no te imaginas. En la página de Facebook de la película hay 7 500 fans. Es impresionante lo que hay. Todos me dicen: “¿Cómo que ella termina en un circo? ¿Y por qué no se casa? ¿Y por qué no se hace boxeadora? ¿Cuándo habrá parte dos?”. Es tremendo. No habrá La Yuma 2. Habrá otra película.
Muchas gracias por la entrevista y le deseamos el mayor de los éxitos a La Yuma. Esperemos que haya más cine nicaragüense en los próximos años.
¡Oh, sí! Esperemos que dentro de dos años otras personas puedan sacar otra película. Ojalá.
Muchas gracias.
Gracias.
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
De porte elegante, voz firme y maneras suaves, la cineasta francesa Florence Jaugey (Niza, 1959) ha marcado un hito cinematográfico en Nicaragua –su país adoptivo-: tras veinte años sin que dicha nación produzca cine de ficción ella ha estrenado La Yuma (2009), la historia de una joven boxeadora con muchas dificultades que enfrentar en su vida. Antes de este largometraje, la directora, guionista y productora gala había dirigido documentales y cortometrajes como Historia de Rosa (2005), La isla de los niños perdidos (2001), El día que me quieras (1999), Cinema Alcázar (1997) –que le hizo ganar un Oso de Plata en 1998 en el Festival Internacional de Cine de Berlín-, entre otros. Jaugey compitió con La Yuma en el XIV Festival de Lima. A nivel internacional, la cinta ha obtenido diversos premios. Entre ellos, el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gramado (Brasil), y dos a Mejor Ópera Prima: en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (Cuba) y el Festival de Guadalajara (México). Alma Blanco, la combativa protagonista del film, ha ganado cinco premios a Mejor Actriz en festivales de Francia (Marsella), España (Málaga), Brasil (Gramado), Colombia (Cartagena) y México (Guadalajara). Y Eliézer Traña -quien personifica a Yader, en cuyo gimnasio entrena Yuma- consiguió el premio a Mejor Actor de Reparto en el Festival de Cartagena. A pesar del notable éxito de La Yuma -que incluso ha llevado a Nicaragua a postularla como candidata al Oscar a Mejor Película Extranjera del año 2011-, su directora nos explica lo mucho que le costó terminar este emotivo film en un país donde no existe industria cinematográfica, pero sí muchos problemas para la juventud. Los mismos que sufre y enfrenta Yuma desde la primera escena.
Mucho gusto de que esté usted acá. Quería empezar preguntándole: ¿cuánto de La Yuma tiene Florence Jaugey, ya que después de veinte años se realiza la primera película de ficción en Nicaragua y hay que tener mucha voluntad para eso?
Yo creo que si algo tengo de La Yuma es eso: la tenacidad y la voluntad. Me tomó diez años realmente montar la producción de esta película. La filmamos en treinta y dos días -un tiempo relámpago- porque no teníamos mucha plata, pero fueron diez años buscando fondos. Obviamente, durante esos diez años no solamente hice eso. No. He realizado muchísimos documentales. Me he nutrido de muchas cosas profesionales y experiencias humanas. El conocimiento de mi oficio también me ha ayudado muchísimo a la hora de tener que filmar La Yuma.
¿La Yuma es el reflejo de la realidad de la Nicaragua actual?
Creo que sí. Al menos esa fue la intención y -en un cierto sentido- está lograda, según los ecos y la retroalimentación que tengo del público, en general. Cuando la película se presentó en Nicaragua hubo una identificación increíble de parte del público nicaragüense con la película, con todos los personajes, con la forma de hablar, de ser. Por fin sintieron que su propia imagen, su propia realidad, tenía suficiente valor como para estar reflejada en una pantalla grande.
Más del cincuenta por ciento de la población joven de Nicaragua tiene menos de treinta años. ¿Cuál es el riesgo para la juventud con las pandillas que hay y (que) usted refleja en su película?
Lo que me motivó en realidad, al inicio, (es que) yo quería hablar de un Nicaragua contemporáneo. Un Nicaragua que no tenía que ver con la revolución, con la guerra, con temas que ya se habían abordado de Nicaragua. Era importantísimo enfocar la película hacia la juventud, en el sentido –justamente como dices- de que son la mayoría de la población y tienen muy pocas oportunidades. Por eso integré al guión un personaje de clase media. Los que sí no aparecen son la oligarquía, las clases altas, porque (para) los jóvenes de extracción popular es extremadamente difícil salir adelante. Tienen muy pocas oportunidades desde un inicio porque hay una educación muy mala, poco accesible, y la formación de ellos es nula o prácticamente cero. Para la clase media también (está) el personaje del novio de Yuma: un estudiante universitario que está terminando su carrera de periodismo y tampoco la vida es color de rosa (para él). Se siente que hubo mucho sacrificio de parte de la familia para que pueda llegar ahí. Y después, ¿en qué va a trabajar? Era muy importante enfocar ese sector de la población, porque la juventud no es solamente el futuro, es el presente. Yo soy originaria de Europa, donde la población es muy vieja. Tener este potencial de juventud es como tener petróleo. Es tener una fuerza de trabajo, algo que te puede levantar un país. Desgraciadamente, no se potencia a esa fuerza de inteligencia, de economía.
¿Eso significa que no hay políticas de Estado hacia la juventud?
Hay políticas, pero en palabras, a la hora de las elecciones. Pero eso es común en el mundo entero, no solamente en Nicaragua. Creo que en Perú pasa la misma cosa y hasta en los países desarrollados. Hay grandes palabras (discursos), especialmente en América Latina. En momentos de las elecciones se prometen mil cosas: campañas totalmente superficiales. Solamente para que las cifras estén diciendo: “Tantas personas ingresaron a no sé cuántos centros de enseñanza”, y eso no cambia nada.
De actriz en Francia a directora en Nicaragua
Siendo usted francesa, ¿cómo llega a Nicaragua y por qué se queda tantos años a vivir allá?
Yo llegué en el 83. Era actriz, hice un casting en París para trabajar en una coproducción entre Cuba, Francia y Nicaragua. Era la adaptación de El Señor Presidente, la novela de Miguel Ángel Asturias. Fui a filmar a Cuba y a Nicaragua el 83, en plena revolución sandinista. Me quedé totalmente impactada por ese momento histórico que estaba viviendo el país. Decidí volver a dar un taller de actuación, a hacer diferentes cosas culturales -de forma puntual-, hasta que trabajé en un documental y me enamoré del camarógrafo, ja, ja, ja, que es mi esposo, que está aquí, que hizo la cámara de La Yuma.
¿Es Frank Pineda?
Frank Pineda. Decidí quedarme. Juntos montamos una productora de cine y hemos producido de forma independiente muchísimos documentales y cortos. Y ésta es nuestra primera ficción.
A través de Camila Films, que es su productora. ¿Ha basado la filmografía de su productora en Nicaragua?
Sí. A partir del momento que vine para Nicaragua pasé del otro lado de la cámara. Dos documentales, dos cortometrajes, me escribí un papelito para actuar, ja, ja. Ya después pasé totalmente del otro lado.
Hay documentales que usted ha hecho que me llamaron la atención. Cinema Alcázar, por el que gana el Oso de Plata en Berlín el año 1998. Me pareció muy interesante la historia: una mujer llamada Rosa vive en un cine que fue destruido por un terremoto, pero ella nunca ha visto una película. ¿Cómo encontró a esta protagonista y qué otras cosas pasan en el cine, aparte de que viva Rosa?
Cinema Alcázar es una historia increíble. Es una ficción, en realidad. Cuando Ken Loach vino a filmar a Nicaragua La canción de Carla nos dejó los sobrantes de rollos de película de treinta y cinco milímetros. Lo que le llaman short ends, que son pedacitos que no se usan en un largometraje porque el riesgo es que la película se termine durante la escena, entonces los descartan. Pero es película virgen. Y nos la regaló. Con eso dije: “Vamos a hacer una película con esos tuquitos de película”. Teníamos un montón de dificultades técnicas. Uno: no podíamos usar planos secuencias, planos largos, porque hacíamos la claqueta y ya se había ido la película. Dos: no teníamos cámara silenciosa. Teníamos una cámara que hacía un ruido que parecía una máquina de coser. No podíamos hacer sonido directo. Y este cine yo lo conocía: Frank me lo había enseñado. En medio de Managua era -ya lo destruyeron- una ruina a cielo abierto. Toda esa ruina, después del terremoto del 71 -por ahí- fue ocupada por gente que no tiene casa. Hay huequitos que eran baños o la cabina de proyección. Ahí vivían familias. Entonces, decidimos hacer como un día en la vida del cine, con las familias que estaban viviendo ahí. Obviamente, sin sonido, porque no podíamos. Con escenas muy cortas. Con todas estas limitaciones técnicas que teníamos trabajamos con la gente allá. Solamente reflejando su realidad y después escribimos un comentario sobre el tema.
¿Los habitantes de este cine no estuvieron reacios a que los filmaran?
Sabían que los estábamos filmando. Todo es una cuestión de confianza. Eso hay que trabajar: qué vínculo establecer con la gente. Además, como era una ficción, tenían que volver a hacer las cosas varias veces. Necesitamos trabajar en complicidad.
¿Y en cuánto tiempo concluyó este proyecto antes de presentarlo?
Filmar: cuatro días. Dura diez minutos la película y teníamos muy pocos trocitos de película. Filmamos en cuatro días y después pasamos un año buscando la plata para terminar eso. Todas esas películas de ficción se hicieron un poco como La Yuma, con esa misma dificultad: no hay financiamiento y tiene que adaptarse a la realidad que hay para sacar la película.
Pero es su carta de presentación a nivel internacional, Cinema Alcázar.
Sí, porque ganó el Oso de Plata. A nivel centroamericano fue uno de los premios más importantes que se había ganado. Pero no creas, yo pensaba justamente (que) después de Cinema Alcázar iba a hacer mi largometraje. Dije: “Me gané un Oso, en tres años saco mi largo”. Me costó diez años.
De niños perdidos y jóvenes en las cárceles
También me llamaba la atención La isla de los niños perdidos. De diez jóvenes presos que participan en un taller de video dentro de la cárcel más grande de Nicaragua. ¿A ellos les dan opción de participar en el taller?
Ahí es diferente porque la cárcel es un lugar con mucha seguridad, militarizado, con una disciplina muy marcada. Tienes que trabajar con las autoridades del centro penitenciario. ¿Qué hicimos? Al momento que nos dieron la autorización de filmar trabajamos muy estrechamente con ellos y el departamento de educación penal. Nos propusieron las personas que ellos decidieron, por buena conducta. Nos presentaron cien jóvenes y nos dieron los expedientes. Yo abría el expediente y veo “asesinato atroz”. ¡Ay! Cerraba (ríe). Pero después decidí no mirar los expedientes, solamente ver las personas para no estar influenciada por el delito que había ahí. Platicar con ellos y ver la motivación de participar en el taller. De los cien elegimos diez. Después abrí los expedientes. Cuatro estaban por “asesinato atroz”.
Eran pandilleros antes.
Todos. Menos uno que estaba por un accidente de vehículo. Salió durante el taller. Pero todos estaban ahí por problema de pandillas. Por eso lo de La isla de los niños perdidos. Desde un inicio viven en medio de violencia. Es su forma de ser, de vivir. Cuando te cuentan cómo mataron a la gente, te das cuenta que ellos en sí no son así, pero es una violencia heredada y que viene de mucha droga. También están como más allá del bien y el mal. Es realmente terrible. Fue un trabajo muy interesante porque se involucraron muchísimo. Para ellos, a nivel de autoestima, fue enorme. Era la primera vez que se les daba la confianza, la primera vez que hacían un trabajo de un inicio hacia un final. Porque no saben hacer nada, nunca hicieron nada, nunca trabajaron. Solamente fueron vagos, delincuentes. Pero el hecho de haber realizado algo y decir: “Mire, yo hice eso. Soy yo el realizador de esa cosa”, era para ellos algo increíble.
¿Estos diez jóvenes hicieron una filmación?
Sí. Nosotros filmamos y ellos también. Realizaron cada uno un documentalito sobre un tema que escogieron. También se turnaron para ser camarógrafo de otro, para aprender a trabajar en grupo. Al momento de elegir, también por eso queríamos estar con los del centro penitenciario: porque había que tener mucho cuidado sobre los pleitos entre pandillas. Si había problema (de) que uno era de una pandilla que estaba en pleito con otra, no los podíamos poner juntos porque iba a terminar en desastre. Cuidamos todas esas cosas. Tres meses trabajamos con ellos. Muy interesante, muy instructivo. La mayoría de ellos todavía están allá porque son los que tenían veinte, treinta años de cárcel por delitos muy graves. A los que tenían delitos menores les pusimos abogados para agilizar el proceso. Algunos salieron, a unos los pusimos a trabajar con nosotros -al mes regresaron a la cárcel porque se volvieron a meter en problemas-. Es bien complicado, porque el problema es el seguimiento. Una vez que salen y...
La reinserción social.
La reinserción. La cárcel lo que te da es una disciplina increíble. Regresan a su casa y de nuevo (delinquen). Porque son niños mimados. Nadie les dice nada. Además, como estaban presos, cuando regresan (a sus hogares)… El consejo que les dimos es que no regresen al barrio, que se vayan a otro lado. Pero se aburren y las familias dicen: “No, vení para acá”. Y empiezan los pleitos entre pandillas y luego los pleitos en la calle.
Vuelven al lugar donde nunca se sintieron bien y van a recaer.
Claro. Lo que fue muy interesante con ellos es darles esta disciplina, diciéndoles: “Ustedes tienen una responsabilidad. Si ustedes no cumplen, todo el proyecto se cae”. Y lo asumieron muy bien. Era la primera vez que entraban en un ambiente laboral, de cierta forma. Pero nosotros no somos una estructura que los podamos acompañar siempre. A mí me ha encantado, pero…
Eso le correspondería más al Estado.
Sí. Nosotros somos cineastas. Moralmente nos sentíamos comprometidos con ellos. A algunos les fue bien, a otros...
La Yuma no tendrá final de telenovela
Volviendo a La Yuma: ¿cómo siendo Alma Blanco una bailarina profesional terminó como protagonista del film? Y encima como boxeadora. Una bailarina tiene movimientos coordinados y suaves, frágiles. En cambio, una boxeadora es toda ruda, agresiva.
Claro.
En verdad parece una boxeadora.
Sí. Es que Alma, primero, tiene un talento increíble. Es una persona que en la vida real tiene mucho que ver con La Yuma, además. Realmente escribí el papel pensando en ella. La conozco desde hace mucho tiempo. El hecho de ser bailarina le permitió justamente imitar -porque ella no es boxeadora- totalmente los gestos. Como una coreografía. Aprendió a boxear como una bailarina. Para ella era una coreografía. Y quién mejor que una bailarina puede hacer eso. Porque tiene un dominio de su cuerpo que no tiene otra persona. Cualquier otra no puede. Hemos hecho casting con boxeadoras y actrices. Y no. Era ella, definitivamente. Ha ganado cuatro premios de interpretación como mejor actriz hasta la fecha. Realmente es un talento, un potencial enorme.
Y todavía falta ver si se lo gana acá, en el Festival de Lima.
Se lo deseo, porque se lo merece.
También me pareció muy interesante que ella se estuvo preparando -dice- tres meses en Italia, antes de filmar en Nicaragua. Hasta le pusieron un entrenador durante quince días: el Polvorita.
Es el que está en la película. Está haciendo su propio papel en la película. Polvorita es un entrenador nicaragüense. Ella trabajó en un gimnasio en Italia, porque vive en Italia. Es nicaragüense, pero se casó con italiano y vive en Italia. Cuando llegó (a Nicaragua) Polvorita la agarró todos los días, incluyendo domingo y todo. En tres semanas sacó una boxeadora, entre los dos. Digo “lo hicieron” porque ella aportó mucho. Es muy difícil el boxeo, muy duro. Es un entrenamiento muy fuerte y la volvió realmente para eso. Él es entrenador de muchos jóvenes, históricamente. Es un entrenador muy conocido en Nicaragua y es el primero que incursionó en el boxeo femenino.
¿Quiere seguir haciendo películas de ficción? O, por todo lo que le ha costado: ¿prefiere probar otros géneros? ¿Seguir con el documental?
Ahorita quisiera pasar a un documental. Esto me daría tiempo y lugar para escribir la ficción. Necesitamos trabajar, nosotros vivimos de eso. A la película le ha ido muy bien en festivales, estoy viajando mucho y acompañando la película -que también es parte de mi trabajo-, pero no es la parte creativa. Entonces, me tengo que organizar un poquito para encontrar ese huequito para sentarme a escribir y entrar en un proceso creativo. Ojalá me aprueben pronto el proyecto de documental: es mucho más fácil de incrementar el presupuesto. Mientras esté filmando y editando este documental voy a poner en marcha el largometraje de ficción que tengo pensado. Tiene un argumento, pero hay que trabajarlo, y va a ser varios años. Pero sí quiero hacer otro (largometraje).
¿No le provoca en algún momento, más adelante, hacer una segunda parte de La Yuma?
Todo el mundo me dice eso. Es terrible.
Hay partes que no se han resuelto del film.
Todo el mundo quiere un final cerrado. Todo el mundo quiere que termine como una telenovela, ja, ja. Tengo cantidad de quejas sobre el final, no te imaginas. En la página de Facebook de la película hay 7 500 fans. Es impresionante lo que hay. Todos me dicen: “¿Cómo que ella termina en un circo? ¿Y por qué no se casa? ¿Y por qué no se hace boxeadora? ¿Cuándo habrá parte dos?”. Es tremendo. No habrá La Yuma 2. Habrá otra película.
Muchas gracias por la entrevista y le deseamos el mayor de los éxitos a La Yuma. Esperemos que haya más cine nicaragüense en los próximos años.
¡Oh, sí! Esperemos que dentro de dos años otras personas puedan sacar otra película. Ojalá.
Muchas gracias.
Gracias.
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