domingo, 5 de septiembre de 2010

Mónica Lavín





“La literatura se propaga por contagio”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán

Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955) tiene la voz calmada de las personas nobles. Sus palabras destilan amabilidad e inteligencia. Quizá por eso esta prolífica escritora eligió a la genial Sor Juana Inés de la Cruz como protagonista de su último libro, una magnífica novela histórica: Yo, la peor (2009). Lavín ha publicado novelas, cuentos, ensayos, crónicas y columnas periodísticas. También ha realizado antologías de autores mexicanos, es catedrática y ha obtenido el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen por su libro de cuentos Ruby Tuesday no ha muerto (1996). Asimismo, ganó el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada (galardón que también han obtenido autores importantes como Sergio Pitol y Paco Ignacio Taibo II) por su novela Café Cortado (2001). Y fue finalista del Premio Antonin Artaud con su libro de relatos Uno no sabe (2003). Vino al Perú como invitada de la FIL LIMA 2010. En Yo, la peor Lavín revivió a la monja poeta, trescientos años después, para mostrarla como uno de los símbolos indudables del mestizaje mexicano y latinoamericano. Sin querer, Sor Juana fundió en su fascinante vida del siglo XVII –época absolutamente machista y represora- muchas facetas: intelectual crítica, mestiza, poeta y monja. Cuando la escritora azteca habla de Sor Juana lo hace con un respeto enorme, como quien habla de su madre. Yo, la peor va ya por su sétima reimpresión y de seguro vendrán más. Su impacto ha sido notable. Será que Sor Juana –figura de la literatura barroca mexicana- ha vuelto a la vida en dicho libro, en estos tiempos donde el mestizaje es la característica principal de las sociedades latinoamericanas. Acaso debía venir Mónica Lavín para mostrar a la autora de los versos Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis… en toda su intensa humanidad y santidad a la vez. Bienvenida nuevamente, valiente Sor Juana.


Es un gusto que esté usted en Lima con nosotros. Quería empezar la entrevista leyendo esto: De la más fragante rosa / Nació la abeja más bella / A quien el limpio rocío / Dio purísima materia. / Nace, pues, y apenas nace, / Cuando en la misma moneda, / Lo que en perlas recibió / Empieza a pagar en perlas. / Que llora el alba, no es mucho / Que es costumbre en su belleza / Mas ¿quién hay que no se admire / De que el sol lágrimas vierta? Cuando uno escucha estos versos que fueron escritos en el siglo XVII por Sor Juana Inés de la Cruz, no se imagina que ella pueda ser la protagonista de una novela titulada Yo, la peor.
(Sonríe) ¿No, verdad? Pero es ella y otros personajes que la rodearon, lo cual me parece una oportunidad cuando dices: “Voy a escribir una novela sobre un personaje que sí existió, que tuvo la altura de Sor Juana”. Una oportunidad de estar cerca. Siempre digo que después de escribir Yo, la peor ya no puedo leer a Sor Juana de la misma manera. Es como si la hubiera visto crecer: estar en la casa con sus abuelos, curiosear, ver la erupción del volcán Popocatépetl que estaba muy cerca de donde ella nació, ver cómo se asombró cuando llegó a Ciudad de México -tenía ocho años y era una ciudad señorial-. ¿Qué habrá pensado? ¿Cómo toda esa belleza, inquietud y curiosidad fue forjando esta alma inquieta, esta pluma talentosa y aguda?

¿En México existe fascinación por el personaje de Sor Juana como lo existe por Frida Kahlo?
Sí, pero de distinta manera. Siento que Frida Kahlo causa más fascinación en el exterior que en el propio México. Porque Kahlo lleva los símbolos de lo mexicano puestos. Cuando (era la época de) Sor Juana no había una idea de mexicanidad, pero ella es parte y cómplice de esta idea de lo mexicano, de lo que sí tiene que ver con España, pero también con lo prehispánico -ella hablaba el náhuatl, lo escuchaba- y con las voces negras y africanas que en ese entonces existían, porque había esclavos. Sor Juana, después de ser redescubierta a finales de siglo XIX no creo que sea una figura popular como lo es Frida Kahlo. De repente es una figura intelectual, para entendidos o gente que le gusta la poesía, a pesar de que su cara está en un billete de 200 pesos en México. Y todo el mundo sabe que la monja notable escribía y todos citan lo de Hombres necios que acusáis a la mujer…, pero no más. No es leída como debiera ser. Es una figura que causa asombro. Eso espera la novela hacer: desmitificar, bajar y derretir del bronce donde se coloca a los héroes, y ver que era una mujer a la que le tocó una época muy difícil. Porque las posibilidades de -si tenías inquietudes como ella- conocer, participar de la discusión de las ideas, la retórica de su tiempo: había todas las de perder. Pero su vehemencia, disciplina, rigor, agudeza y haberse movido de la manera adecuada, hizo posible que no exista otra figura en la colonia, ninguna otra, de su tamaño. Ni hombre ni mujer.

Era una niña genio. Porque a los tres años ya había aprendido a leer.
Sí. Incluso iba con su hermana a la escuela de la mano. Se llamaban escuelas Amigas y las viudas las dirigían. En particular, tomo a la viuda maestra como un posible personaje. Pero ella iba incluso sin permiso de los padres. Aprendió a leer, sí era una niña genio. Exactamente. No era una niña cualquiera sino con un coeficiente intelectual y un interés fuera de lo común.

En el fondo, lo mejor que pudo hacer Sor Juana para su época es quedarse en el convento. Porque si hubiera probado la vida mundana no hubiera podido crecer tanto como lo hizo en el convento, rodeada de toda esta intelectualidad casi secreta y muy pura.
Sin duda creo que ella lo sabía. El matrimonio –y lo dice en su Respuesta a Sor Filotea (1691)-: ella dice que no iba con las impertinencias de su ingenio. Lo más cercano a la posibilidad de estar con los libros era la vida conventual, a pesar de que había todo este rigor de las horas, de todos los rezos. Estas comisiones que ella tenía de escribir los villancicos le daban también la posibilidad de recogimiento y estar con los libros. A veces decimos: “¡Ay, cómo quisiera hacer vida monacal para estar leyendo y escribiendo!”

En los villancicos también había partes en latín. En veinte lecciones aprendió latín.
Se dice que aprendió incluso cuando estaba en la corte con los virreyes. Que el que fue su confesor -(Antonio) Núñez de Miranda, el jesuita-, pagó las veinte lecciones de latín que también le hicieron. Sí, leía latín. Que era imprescindible, además, para entrar en la lectura de ciertos textos.

Luego de escribir Yo, la peor usted ve a Sor Juana, ¿con ojos más compasivos, comprensivos o más que todo de admiración?
De admiración, desde luego. La admiración a veces coloca a los escritores o a la gente que ves como si fueran de otro mundo. Pero todos somos producto de nuestra circunstancia, y yo la veo ahora con complicidad, como si al leerla pudiera ver cómo amanecía de niña en aquella hacienda -porque existe, la puedes visitar cerca de Ciudad de México: Panoaya. La reconstruyeron-. Puedes ver por las ventanas cómo eran sus amaneceres. Es muy parecida la humedad a la que ahorita aquí (una fría mañana en Miraflores) estoy sintiendo en Lima. En este lugar húmedo, frío, crecen hongos -sanjuaneros les llaman-. Por ejemplo, la escena cuando la pongo a caminar con la hermana y recogen hongos, pues siento que la vi observar un hongo, tener curiosidad por esas laminillas detrás del caparazón del hongo. Como que ya es “mi” Sor Juana. Porque la literatura propone una forma de apropiación.

Una visión propia.
Sí. Propongo “mi” Sor Juana a los lectores, me siento cerca de ella. Y la palabra compasiva me gusta porque Faulkner dice –en su discurso cuando recibe el Premio Nobel- que la compasión tiene que ver más con la comprensión, con saber que todos tenemos flaquezas y grandezas. Y yo veo a Sor Juana también en sus flaquezas, no nada más en sus grandezas, después de la novela.

Este inicio tan llamativo de su novela, esta Invocación en donde uno no puede identificar muy bien, a primera vista, si es una persona que conoció a Sor Juana Inés o si es usted como narradora que se convierte en un personaje más de su novela. ¿Cómo se le ocurrió este inicio sorprendente?
Gracias. Fíjate que lo curioso es que en el proceso de escritura no se me había ocurrido al principio. Digamos que fue cuando ya estuve más cerca de Sor Juana, de su tiempo, su circunstancia, y me encontré este dato fascinante de que Santa Paula era patrona de las viudas. Ya había entrado en el lenguaje de la época, en el ritmo, dije -en estos momentos de oscuridad que siempre hay en la escritura-: “Necesito tener una luz, algo que me acompañe”. Siento que la escritura tiene que ver mucho con la racionalidad, pero con la intuición también. Había algo que me dictaba esta Invocación, esta necesidad de estar menos sola. La escritura es un proceso solitario, como bien sabes, y de incertidumbre. Y de repente era sentirme en medio de este México novohispano, este México de piedras, pero hablando con una mujer romana, cómplice de San Jerónimo. Todo escritor a lo mejor es un traductor de algo que pudo haber ocurrido y sentí necesidad de hacer la Invocación. Me sentí tan bien después de escribirla. Porque, como bien dices tú, nunca pensé en que “voy a ser un personaje”. Había una necesidad que la dictaba y después era como si yo fuera una más de esas mujeres de ese tiempo, pero que sabe cuál es el destino de Sor Juana y parece estar atestiguándolo antes de que sea. Juego con el tiempo. Entonces, ¿soy yo o soy un personaje?, pero sobre todo es esta manera de tejer complicidades: Santa Paula/Sor Juana/Mónica Lavín, la autora o Mónica Lavín, la narradora.

Empezando la novela, detalla mucho al personaje de Sor Juana cuando entra en la escuela Amiga con Josefa (su hermana mayor) y entonces le pregunta la maestra si sus padres han aprobado que Juana Inés vaya al colegio, y la pequeñita le dice algo al oído a Josefa. La hermana mayor le dice a la maestra que su abuelo sí sabía (que iría al colegio) porque le gustaban los libros, pero su mamá no. Esta precocidad, esta inteligencia de pequeñita, define casi totalmente lo que se puede esperar del personaje en las futuras páginas.
Sí. Fíjate que para mí fue muy interesante porque de Sor Juana se ha escrito muchísimo, y (Sor Juana Inés de la Cruz o) las trampas de la fe (1982) de Octavio Paz para mí fue el toque de piedra para meterme e indagar en Sor Juana a través de la novela. De la infancia no se ha escrito, prácticamente. Me parecía muy atractivo abordar una genialidad precoz. Esta niña que va a ganar un concurso con una loa a los siete años, y esta relación con el abuelo de la cual ella misma en su Respuesta a Sor Filotea -que para mí es el documento fundamental, porque es un texto autobiográfico- narra su verdad, con honestidad, cómo vivió su amor por el conocimiento. Ella era excepcional desde pequeñita. Alguien por ahí me dijo: “Tú tienes muchos cuentos que tienen que ver con los hermanos”, porque me interesaba en la novela una hermana que quiere ir a la escuela desde niña con la otra más grande, que tiene inquietud por qué significa el náhuatl. ¿Qué era para las hermanas esta pequeña distinta, con una agudeza que -como tú dices- ya define lo que será, sin que ella misma lo sepa?

Y el náhuatl, ¿es como el quechua en el Perú, la lengua oficial de la gente de la sierra de México? ¿O se enseña en las escuelas? Porque acá no se enseña (el quechua) en las escuelas.
Es una pena. No se enseña en las escuelas. El náhuatl era lo que se hablaba en el altiplano. Nuestras dos grandes lenguas eran maya y náhuatl. Y en la zona donde vivió Sor Juana -muy cerca del Distrito Federal- los aztecas hablaban náhuatl, pero ya no se les dice aztecas: mexicas. Los indígenas que trabajaban en la hacienda de su abuelo hablaban náhuatl. Eso es lo que ella oye, el náhuatl, porque es de esta zona del altiplano entre las dos sierras, en el centro del país. Y no se enseña en las escuelas. Hay un movimiento ahora porque tampoco es una lengua oficial, hay una preocupación porque no se diluya. Debe pasar lo mismo con el quechua.

Sí. Claro.
Hay una noción de que nuestro español hablado en México está lleno de vocablos náhuatl, giros. Muchísimas palabras que empleamos tienen raíces del náhuatl, porque es una lengua que hizo un mestizaje muy interesante por la fuerza que tenía y que desgraciadamente no sabemos. Hice un artículo que tiene que ver con los sonidos que escuchaba Sor Juana. Porque me parece que su voz poética también tiene que ver con su capacidad musical y aquello que oyó de la tierra de donde vino. El andaluz de los abuelos, el vasco del padre, el náhuatl de los trabajadores, más las voces negras de los esclavos eran una riqueza sonora… Después aprendió latín ya estando en la corte, dieciséis, diecisiete años. Pero todas estas voces las recoge y están en su poesía. Hay palabras en náhuatl. Pero de niña esto era intuitivo. Cuando escribes la novela sabes algunas cosas, no sabes todo acerca del personaje ni de cómo lo vas a abordar ni de las pasiones de los personajes colaterales. Es muy polémica la figura de Sor Juana, pelean los estudiosos. Unos dicen: “No es cierto”, (otros) “Sí es cierto”, pero uno como novelista dice: “Este artículo de esta persona dice que la loa que se atribuye a Sor Juana tiene palabras en náhuatl”. Dije: “Fascinante”. Ella no sabía que estaba mezclando todo. No era un propósito consciente, simplemente era lo que había oído. Me parece muy interesante que ella es semilla del mestizaje. En ella, aunque era criolla, ya está dándose -por los sonidos y la vida que le toca-, ya se está tejiendo una nación, una noción de diferencia con lo español.


María Luisa y Sor Juana: profunda amistad y admiración

También me llama la atención esta relación de admiración mutua que tienen (la virreina) María Luisa y Sor Juana. Es más, inclusive Sor Juana le escribe. Casi por momentos parecen líneas de amor.
Sí.

Si bien es una monja muy culta y tiene una sensibilidad muy fina, también suena muy romántico en el sentido de pareja, a veces, cómo le escribe…
Claro.

…cómo se tratan. ¿Era consciente de esta ambigüedad -aunque en ningún momento se desliza nada de lesbianismo-, hay algo de eso en Sor Juana?
Hace un poco lo que dice Octavio Paz, que a ojos de lectores de esta época nos parece que hay algo amoroso ahí, rayando la pasión amorosa. Pero yo creo -y como se ha explotado mucho si esto era lésbico-, quiero pensar -o me gustó pensarlo así en la novela- en que no podía encontrar muchas complicidades femeninas Sor Juana. Me encantó descubrir que eran de la misma edad, que necesitaba hablar con alguien culto que estuviera interesado en libros y le trajera -era muy ambiciosa- noticias del mundo. Y resulta que la virreina escribía poesía, alababa a su vez a Sor Juana. Porque cuando hace el Neptuno alegórico para recibirlos (a los virreyes), aún no la conoce. Entonces, yo en la novela hago que eso sea el motivo por el cual la virreina se acerca. “¿Quién es esta monja a la que le mandaron hacer mi arco triunfal, el arco para la entrada y donde me da un lugar?”, eso piensa la virreina, según yo. Es por lo cual empieza una amistad. Descubren ambas que se admiran. Y la admiración siempre está muy cerca de lo amoroso. No se puede dar una relación amorosa si no hay admiración mutua. Y la amistad entre mujeres es algo que no ha sido tratado suficientemente. Pienso que aquí había una amistad más allá de todo, porque cuando se va la virreina -se regresa (a España)- es la que le publica sus obras allá. Claro que la deja un poco desamparada, porque en México siempre se necesitaba en esa época, Sor Juana o cualquier figura, estar en una red de poder que te protegiera, y más si eras mujer. Con voz pública, pues mayor (necesidad). La virreina siempre fue ese personaje importantísimo en su vida. Si hubiera habido una pasión amorosa, lésbica, eso podría haberse percudido en el camino. Hay una especie de línea constante de admiración, apoyo y solidaridad. Me encanta la poesía que le dedica a la virreina. Es fascinante. Cuando no la puede ver en cuaresma porque no pueden tener visitas, dice: “Tengo los deseos cuaresmados”. Habla del deseo. Todo eso me parece fascinante porque pienso que tenía que haber una comunicación muy profunda. ¿Con qué otras monjas se iba a entender? Alguna que otra sí, no eran incultas, el convento era un lugar donde se leía, ¿pero a su altura? Estaban señores. (Carlos de) Sigüenza y Góngora iba y hablaban de los cometas. Y Eusebio (Francisco) Kino, el jesuita. Pero, ¿qué mujeres? Yo pienso que excepcionales las que podían tener un diálogo al tú por tú con Sor Juana. En la virreina primera encuentra una especie de mamá, en la segunda encuentra una igual, con la diferencia de que tiene el poder y está afuera. Y creo que ella sí es consciente también de la utilidad. Hay esta afinidad, pero no es una amistad desinteresada. También hay un deseo, una certeza de que importa estar bien con la virreina. Ella trata luego de estar bien con la que sigue, le escribe poemas, pero ya no se da esta relación.

Esta afinidad intelectual era lo que las unía en el fondo, más que nada.
Creo que sí. Y que se admiraban. Esta afinidad intelectual hacía sentir a una y a otra menos sola. Porque la virreina era hija de un embajador, es…

Y poderosa. Dentro de un mundo de hombres.
Exacto.

Se sentían fuertes.
Les daba un poder… La novela también tiene que ver con el poder. El poder que tienen los arzobispos, los virreyes. Porque es muy interesante con lo que juego: es con lo que se encontró hasta 1968, un documento, Los enigmas de la Casa del Placer. Que era una especie de acertijo intelectual, poético. Sor Juana mandaba un acertijo y las monjas de Lisboa mandaban la respuesta en forma poética. Todo esto lo coordinaba la virreina desde España. Pero esto no circuló en tiempos de Sor Juana, sino ¡se encontró! un manuscrito que había circulado en 1721. Entonces, ella seguía tejiendo estos hilos de poder con la palabra. Me parece fascinante. Juego con eso como un arma de defensa intelectual frente a la represión de la Iglesia al final de la vida de Sor Juana.

Inclusive en un momento esta represión le lleva a decir -en su novela-: ¿quién dice que la mujer del Señor…
No debe pensar.

…no debe pensar, debe reprimir su intelectualidad?
Sí. Creo que ella era consciente. Era fuera de serie, muy autodidacta. Y todo era adversidad, no había universidad para las mujeres. Ella era consciente de que tenía capacidad intelectual, memoria y que era sobresaliente. Es muy difícil no ser vanidoso cuando eres sobresaliente. ¿Cómo haces para reprimir lo que piensas? Sobre todo cuando ya te han dado socialmente, ya has empezado a tener un reconocimiento y una estatura, un diálogo con el exterior que te está diciendo que eres una voz que le interesa a la época en la que vive.

Tan destacada que 300 años después seguimos hablando de Sor Juana.
Sí. Eso es fascinante. A pesar de que se silenció mucho rato. Sor Juana fue olvidada. Sí logró su objetivo esta represión porque se hizo (de ella) un ejemplo de abnegación, religiosidad, catolicismo. Y después, hasta fines del (siglo) diecinueve vuelven a hablar de ella. Empieza como espuma de leche y ya no se puede parar toda la especulación. Hay sorjuanistas, gente que dedica su vida para seguir estudiándola.

Para que Octavio Paz -quizá el escritor o poeta más conocido de México- le haya dedicado un texto, ya son palabras totalmente mayores.
Hay un texto delicioso y fascinante por toda la sapiencia, la sensibilidad y el uso de la palabra de Octavio Paz. Porque se mete en su vida familiar, cotidiana, en entender qué era ser bastarda en la época. Por ejemplo, ¿cómo era el pensamiento colonial? ¿Cómo era la vida en el convento? ¿Qué es lo que se leía? O sea hacernos entender qué era la poesía barroca. Eso es verdaderamente fascinante. Yo no sabía que iba a escribir esta novela. Hice un texto para unos libros de cocina de una editorial, una colección de cocina virreinal. Una amiga era la experta, ya murió. Hay un recetario atribuido a Sor Juana en el Convento de San Jerónimo y ella fue la que me dijo: “¿No escribirías un ensayo, un texto para acompañar esto?”. Yo dije: “¿Sor Juana en la cocina?”. Eso yo nunca había pensado, más que la Sor Juana de la pluma. ¿En la cocina? Voy a leer Las trampas de la fe para entender la vida cotidiana, el origen, qué relación podía tener ella con el fogón, con los sabores. Y fue Las trampas de la fe la que sembró un deseo -no sabía todavía que iba a escribir la novela cuando se publicó eso-. Había fascinación por la circunstancia, el tiempo, el origen de Sor Juana. Y es Octavio Paz el provocador.


La gastronomía como percepción del mundo

Eso nos lleva a otro de sus temas de interés: la gastronomía. Como usted acaba de mencionar, ha publicado varios temas sobre gastronomía y sobre Sor Juana, entre Despertar los apetitos, Golosinas del convento, Sor Juana en la cocina, Entremeses y yucatecos y una colección de varios autores: Historia y leyenda del mazapán.
Sí, ja, ja… Ya me averiguaste ahí todo.

¿Cómo así se interesa tanto por la gastronomía? ¿Esto viene de su familia? Su abuelo cultivaba café, tenía…
El abuelo paterno tenía una finca cafetalera, que es motivo de otra novela…

De Café Cortado.
De Café Cortado. Y ya él no la conoció, porque lo mataron. Siempre me han gustado la comida y los sabores. Es uno de mis mayores gustos. Quizá porque en mi casa gustan de la comida, la conversación alrededor de la mesa y el rito de la sobremesa. El abuelo por el lado de mi madre era andaluz, y él era cocinero. Cuando me enteré que Sor Juana tenía abuelos andaluces me fascinó. Una receta de mi abuelo, de conejo, la meto (en la novela) pensando que a lo mejor a Sor Juana le daban conejo en la cocina. Porque el conejo se come en esa zona donde nació, pero guisado a la andaluza, para que tuviera coherencia. Me han interesado los sabores y siempre me ha gustado comer. Vengo aquí (al Perú), quiero saber qué se come, dónde, probar cosas. Una de las primeras cosas que hice como periodista en un texto era en una revista mensual que se llamaba Crónicas de la vida cultural de Coyoacán, que un amigo publicó hace muchos años -antes de que yo publicara cualquier libro-. Me dijo qué sección quería y escogí A la carta. Me iba a buscar lugares de comida en Coyoacán -un barrio de la ciudad de México- y lo mismo hablaba de un lugar popular que uno más sofisticado, y mi curiosidad siempre ha buscado pretextos para seguirle por ahí.

Más que nada de difusión gastronómica.
Sí. Porque cocino, pero sin ninguna sapiencia ni nada. Me gusta, es una curiosidad sobre la cultura, los sabores y la sensualidad alrededor de la mesa.

¿Piensa seguir publicando más textos sobre gastronomía?
Sí. Y me gusta mucho la crónica de viaje. Hice una sobre Nueva Orleáns y cuando me la pidieron dije: “La quiero hacer sobre música y comida”. Me deleita hacer eso. También tengo una novela que se llama Despertar los apetitos (2008), que (es sobre) periodistas de gastronomía. Me parece un género interesante. Y no me refiero solo a la comida sofisticada. El ámbito culinario tiene que ver con una percepción del mundo, una historia, una actitud. Me gusta mucho ese mirador para ver las diferencias, las cercanías entre unas y otras culturas, comunidades, espacios o como quieras llamarle.

La cocina como integración de las personas.
Sí. De hecho tengo un cuento que se llama La sobremesa, ahí juego con lo que pasa después de la mesa. Pero la seducción también se puede dar a través de los sabores, por eso escribí ese (texto) de periodistas de gastronomía. Fui a Canadá: un viaje de extremo a extremo del continente comiendo. Fue una oportunidad deliciosa y no sabía que iba a ser un germen de novela. Por eso te decía que los viajes son así, uno está ahí y no sabe qué va a pasar después con esa experiencia, cómo se va a cristalizar. Entonces, ahí sigo y colaboro en televisión: tengo una pequeña cápsula, se ha ido especializando en cultura gastronómica. O hablo de gastronomía y literatura, gastronomía y cine.

Usted tiene muchos intereses intelectuales.
Sí.

Y trata de difundirlos a través del periodismo, en este caso, y también de la literatura.
Exacto. Sí.

Su madre era una apasionada del arte. ¿De ese lado le viene también su interés por la literatura?
Sí. Mis padres viven, afortunadamente. Los dos son lectores. Pero mi madre tenía una gran afición por la pintura. Desde niñas a mi hermana y a mí nos enseñaba libros de arte. De hecho mi hermana es pintora. Entonces, siempre crecí con fascinación por la plástica. Sí por la literatura, pero como algo natural. Ahí estaban los libros, yo los veía leer y me gustó un día cuando estuve enferma y seguí leyendo. Pero toda la parte de la plástica, de la pintura, la escultura, esa es la semilla de mi madre.


Bióloga publica novela en Argentina

Y cómo usted que es bióloga de profesión ahora le dedica todo su tiempo a la literatura. ¿Cómo una bióloga termina de literata?
Ja, ja…

Que parecen tan…
Tan distintos.

…contrapuestos.
Me gustaba escribir desde adolescente, pero ni sabía cómo se hacía uno escritor. Me parecía que era un divertimento, no una cosa seria. Me gustaba, hacía mis cuentitos, me la pasaba muy bien, y la ciencia también me gustaba mucho. Quizás uno de mis problemas o circunstancias es que siempre me han gustado muchas cosas, pero ahora descubro que con la palabra escrita todas se pueden, ahí pueden estar todas. En cambio, en la biología no puede estar todo lo demás. A la hora de estar estudiando me gustaba la ciencia, el saber, causa-efecto, entender. Ahora comprendo que la literatura es una forma de entender o tratar de entender la conducta humana. Que es tan ambigua, tan inapresable, nunca la vas a poder definir exactamente, no hay nada que puedas comprobar, son verdades relativas. Por ello es, absolutamente, para mí más atractiva que la ciencia. Tengo sed de curiosidad para el entendimiento del mundo. Estudié biología, pero siempre pensando: “¡Ay, me debería salir y estudiar letras! ¿O qué debería hacer?”. Siempre como dividida iba a un taller de cuento con Mempo Giardinelli, argentino que vivía en México, y ahí iba escribiendo mis cuentos. Terminé biología, empecé a trabajar de bióloga. Pero siempre con una especie de cojera, no totalmente de pie en aquello. Luego descubrí que la ciencia es una pasión, igual que la literatura o cualquier arte. Y había que decidir entre las pasiones. De repente un trabajo de investigación muy específico me desalentó, no me vi ya como una investigadora especializada. Me iba a una maestría, tenía la beca y dije no. Y me fui hacia divulgación de la ciencia, talleres de ecología para niños, hice un libro para niños mezcla de cuento con ciencia, y así me fui deslizando al incierto camino de la escritura. Y a leer un poco, no con orden académico, porque yo no lo había tenido, sino por gusto. Me empecé a hacer amiga de algunos escritores, saqué mi primer libro de cuentos y seguí por ahí.

Y ahora ya está bien asentada porque Yo, la peor tiene seis reimpresiones.
Sí. Ya va en la séptima.

Séptima ya.
Es que no he actualizado la página (web). Va en la séptima. En Argentina va a salir.

Qué bueno.
Ninguno de mis libros se ha ido de México, por más que haya publicado en estas empresas grandes, españolas, que están en el resto de América. No había habido la oportunidad y con Yo, la peor pues ya salgo en Argentina y me da emoción, porque uno tiene sus lectores en su país. No se puede saber qué va a pasar.

Por lo visto, la Invocación funcionó muy bien, ja, ja…
Fíjate que sí, tienes razón, pero ya no puedo repetir la fórmula, ja, ja, ja. La puedo hacer, pero en silencio, sin que se publique, ja, ja, ja. Además, es un viejo ritual éste. Yo creo en los rituales. Eso es algo que me importa mucho en la literatura. Tiene que ver con la gastronomía. Para mí la mesa es un ritual que se va percudiendo con la vida urbana y de prisa hay que volver a jalar. Me importa toda la parte ritual de nuestra vida diaria, porque no necesariamente estoy refiriéndome a rituales que tienen que ver con etnias, sino a los rituales cotidianos que nos son tan importantes.

Y también usted promueve la lectura con este libro Leo, luego escribo del año 2001.
Sí. Me ha dado sorpresas porque es un libro que usan los maestros. Originalmente era pensado para que lo leyeran estudiantes… Nosotros le llamamos la preparatoria. De los 15 a los 18 años. Ese era el público en el que se había pensado. Y tiene que ver con mi experiencia de dar talleres literarios. Saber qué cuentos producen y funcionan como provocadores, como experiencias cimbradoras y memorables. Fue una oportunidad de juntar todo esto. Es un libro que circula en Centroamérica, que está en las bibliotecas de las escuelas en México. Uno nunca sabe qué va a pasar con los libros, es tan curioso. Hay unos que se mueren o que nadie sabe de ellos.

Tienen vida propia.
Tienen vida propia. Uno no hace nada y un día te enteras que ese libro le gustó a fulano de tal y permitió que leyeran a Chéjov a lo mejor, que nunca habían leído. Y te crea cómplices. Porque vas a un lado y te agarra un maestro -me encanta cuando los maestros se acercan-: “Su libro tal lo usamos”. De repente (otro maestro): “Es que falta ese tipo de material que haga puente entre maestros y alumnos”.

Qué bueno. Usted resulta siendo puertas abiertas para otros autores, sobre todo en escolares.
Sí. Y me gusta hacer eso con mis alumnos. Trabajo en una universidad de reciente creación, la Autónoma de la Ciudad de México, y hay una licenciatura en creación literaria.


Mercado editorial mexicano en crisis

México es un país donde se lee bastante, hay un buen mercado editorial, tanto para jóvenes como para adultos.
Pero no es suficiente. Por lo menos nos quejamos. Sí se ha avanzado mucho en los niños, ha habido una gran promoción en la lectura para niños, todo un trabajo editorial, feria del libro para niños que ya lleva veinte, veinticinco años. Se llama Feria del Libro Infantil y Juvenil, pero creo que todavía hay una parte del lector adolescente que necesita vincularse con los libros adecuados, que los maestros de secundaria también sepan cómo entusiasmarlos, porque es una edad en que es difícil ese recogimiento con la intimidad del libro. Poco a poco se ha ido avanzando. El problema es que las librerías en lugar de crecer han disminuido. También se está peleando una ley del libro, que sea un precio único del libro. La librería pequeñita no puede competir porque la gran librería…

Monopoliza.
…da descuentos, monopoliza. Nadie va a comprar un libro en un lugar más caro si lo encuentra al 30% en otro. Entonces, hay un conflicto con eso, con puntos de venta para los libros, bibliotecas. Siempre ha habido un programa de bibliotecas, hay una oferta de lectura, pero tú necesitas saber -si no eres experto y aún iniciado- qué libro tomar, a qué libro acercarme. Entre los maestros hay que hacer mucho también porque sean lectores. Creo que la literatura se propaga por contagio. Entonces, un maestro lector, un padre lector, un amigo lector, te va creando lectores porque recomienda un libro o lee un pedazo de un poema y eso crea entusiasmo. Te digo todavía que nosotros nos quejamos. Los tirajes de libros normalmente no rebasan los cinco mil. Un cinco mil ya es un buen tiraje.

No imaginaría esta realidad que me comenta cuando (uno) ve o lee en la prensa que tienen la mejor feria del libro de toda América Latina, y la segunda mejor todo Iberoamérica, después de la de Madrid. Y además que (México) es cuna de Juan Rulfo, Octavio Paz, Jaime Sabines. Imaginaba que el mercado editorial era más fuerte allá.
Sí. Es fuerte, pero también está en crisis. Lo que está sucediendo de interesante -no sé si es un fenómeno mundial-: en España también las editoriales pequeñas e independientes están surgiendo y se están uniendo. Te encuentras editoriales que hacen mil ejemplares, quinientos, cuidaditos; van a publicar poesía, cuento: estos géneros que no son los más taquilleros. Ese movimiento sí se está dando. Hubo por primera vez una feria del libro independiente en la Ciudad de México. Editoriales como Almadía, Sexto Piso, El Milagro, Tumbona Ediciones, son normalmente escritores los que las ponen o editores. O escritores que les gusta el trabajo editorial. Todo eso está pasando y me parece muy interesante. Comentabas la Feria del Libro de Guadalajara: es realmente una feria de la cual me siento muy orgullosa que exista en México. Porque en la Ciudad de México también tenemos una Feria del Libro de Minería, que lleva muchísimos años, pero…

¿De minería?
Le dicen de minería porque es en un palacio de minería. Le decimos la Feria del Libro de Minería, pero no son libros de minería (sonríe). A lo mejor hay alguno, pero la de Guadalajara es una cosa impresionante de organización, de presencia internacional. Tiene un premio. El que tenga la oportunidad debe ir, no se la puede perder.

Todos los escritores peruanos quieren ir allá cuando hay posibilidad.
Es que es fantástico. De veras. A la gente que vive en el D. F., que no es escritor, les digo: “Tienen que ir a Guadalajara a la feria del libro”. Te encuentras todos los libros, hay eventos. A lo mejor oyes una conferencia de Mario Vargas Llosa, está Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska o va un Premio Nobel como (Orhan) Pamuk -que fue el año pasado- o (José) Saramago -que fue en su tiempo-. Y te los encuentras en los pasillos. Aparte hay música, verdaderamente una experiencia. Y hay para niños, jóvenes, adultos. La Feria del Libro en Guadalajara ha hecho una relación de los ciudadanos -los tapatíos que les decimos- con los libros, porque desde niños han ido a esa feria, han crecido con eso. Una relación con el libro de la cual no son muy conscientes, a lo mejor. Cuando vas a esa feria, quieres que todas sean así. Y no es fácil.


Políticas culturales estatales

Eso demuestra una política cultural, hasta cierto punto, adecuada. Porque si los ciudadanos no son muy conscientes de que ya están metidos en el ámbito literario, cultural, (que) es inherente casi a ellos, entonces ha habido un buen trabajo del gobierno.
Yo creo que sí. No se ha hecho todavía todo lo que es. Cada vez hay un pasito más, pero nuestra política cultural de Estado siempre se ha preocupado porque dicen que quieren hacer un país de lectores. Es la meta. Entonces, pues ¡qué bien! No es necesario tener un país de escritores, pero de lectores sí. De gente que aprecie el arte, gente sensible.

Aparte, sí es un país de escritores.
Sí, hay muchos, porque somos muchos. Pero Perú no me digas que no. También.

Claro.
Desde luego. Pero sí hay toda una política de estímulos para escritores. De estímulos para artistas.

Muchos concursos.
Concursos y hay un sistema. Se llama el Fondo Nacional para la Creación y las Artes…

En el Perú casi no hay concursos.
¿No? Hay uno para escritura de mujeres. Yo una vez mandé un cuento.

Son contados.
Y eso es importante, porque los concursos son estímulos que hacen que tengas un reflejo de lo que está pasando, dan vigor y un termómetro de la actividad (literaria).

Sí. En tanto en México hay concursos por cada Estado.
Por cada Estado. Cada Estado tiene su estatal, luego están los nacionales y los internacionales.

Eso para la realidad peruana es un sueño.
Pues se logrará, ¿no?

Esperemos. Aún así todavía salen buenos escritores en nuestro país.
Sí. Hay una tradición importante.

Me llamaban mucho la atención estas posiciones casi opuestas de Yo, la peor –que es una temática religiosa, histórica, literaria- y un cuento suyo que había leído, Los jueves (de su libro La isla blanca de 1998). No la imaginaba a usted escribiendo Los jueves y también Yo, la peor.
Ja, ja, ja…

Los jueves es muy sensual y provocador, muy fetichista por momentos.
Eso es más bien lo que he escrito. Yo, la peor es lo raro en lo que he escrito. Siento que Yo, la peor me pone en una circunstancia que ni yo misma imaginaba y eso me gusta. Me gustan los retos y poder escribir. Tengo una novela para jóvenes que se llama La más faulera (1997). Es una novela sobre básquetbol. Y los cuentos tienen que ver con lo cotidiano contemporáneo, no hago cuento histórico. Me han dicho que la parte sensual, a veces la crudeza, la soledad, están ahí. Y de repente me veo en este retablo novohispano en el que me pone Yo, la peor y también me gusta masticarlo, estar ahí. Creo que eso tiene que ver con el periodismo, que a uno lo lanza a resolver esto, “y ahora vente de entrevistar, ahora escribe de esto”, que es parte de lo que he hecho como trabajo.

¿Todo periodista debe ser un intelectual, cree usted?
Todo periodista debe ser un curioso. Un sediento de la información para armar, tener una visión personal y una búsqueda de originalidad en cómo proyecta lo que está diciendo.


Poesía: palabra mayor

Ya que usted ha probado tantos géneros –crónica, cuento, novela, ensayo-, ¿por qué no se ha atrevido con la poesía?
Para mí son palabras mayores. Me parece que la poesía es todo un trabajo de decantación, de precisión, de una filigrana muy cuidadosa. ¿Por qué escribe uno poesía o por qué escribe narrativa? Creo que tengo la necesidad de contar historias, que el verso no se amolda a lo que quiero decir. Es mucho más riguroso, más preciso, por lo tanto más incisivo, más brutal, más memorable. Se puede escribir narrativa mala y la poesía es implacable. Un poema malo yo ya no lo llamaría poesía. La poesía es la expresión más sugerente. Por eso me gusta la minificción, también. Porque tiene hermandad con la poesía. Apenas dice unas cosas, pero tiene que estar levantando ámpulas con esa capacidad de sugerencia propia de la poesía y del cuento, más que de la novela. El cuento le hace más guiños a la poesía, pero de todos modos no me es suficiente. Escribí algunos poemas de adolescencia y quizás tenga pudor con la poesía porque me parece difícil, riesgosa.

Mucha elipsis hay que utilizar.
Exacto. Por otro lado, todo narrador tiene que leer poesía, porque la palabra, el juego, sus resonancias, allí están: en la poesía. Es parte de lo que debe de ver un narrador: poesía.

A pesar de no ser poeta en Yo, la peor muchas de sus páginas son muy musicales. El lenguaje utilizado tiene ritmo. Uno podría leerlo en voz alta y suena bien.
Es que creo en la música de la prosa. Yo creo en leer en voz alta como hacía Flaubert, que suene y tenga un ritmo que vaya con lo que se está contando. Para Yo, la peor tal vez influyó el que yo leía la poesía de Sor Juana, no para analizarla sino para entrar en una especie de trance, de ritmo, de música, de lenguaje y, aunque sea una novela escrita con español del siglo XXI, entrar en una música de otro tiempo.

Como irse vistiendo un poco de su propia ropa.
Exacto. Y de una manera no muy consciente. Cada historia pide su música, su lenguaje, su extensión. Y esto es lo que pedía Sor Juana: Yo, la peor.

Muchísimas gracias por la entrevista y esperamos que pueda volver en otra oportunidad a nuestro país para disfrutar de sus conocimientos y su literatura.
Pues me encantará. Gracias a ti.

2 comentarios:

  1. Es un poco extraño leer las palabras de mi Profesora, en cada oración escuchó su voz.
    Gracias por publicar la entrevista, saludos desde México.
    Atte. Una estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

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  2. Me alegra que te haya gustado la entrevista que realicé a tu distinguida y muy gentil profesora.

    Agradezco tus saludos desde México, también. Es un país al que aprecio bastante, dado su alto nivel -desde hace muchas décadas- en temas literarios y culturales. Es un referente para América Latina en esos importantes asuntos.

    Recibe un gran y cordial abrazo desde Lima.

    Muchas bendiciones para ti.

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