miércoles, 25 de agosto de 2010

Huilo Ruales



“Vallejo es como nuestro padre”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


El poeta y narrador ecuatoriano Huilo Ruales Hualca (Ibarra, 1947) es talentoso y sensible. Ha visitado en varias ocasiones el Perú, pero esta es la primera vez que su país es el invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Lima -que ya cumple su edición 15-. Y Ruales es uno de los escritores más destacados de su nación. Algo sorprendente de él es su amplio conocimiento de la literatura peruana. Admira a nuestros escritores más que muchos de los mismos peruanos de hoy. La obra del autor ibarreño abarca varios géneros. En minificción ha publicado Esmog (2006). En cuento: Y todo este rollo a mí también me jode (1985), Loca para loca la loca (1989), Fetiche y fantoche (1994), Historias de la ciudad prohibida (1997), Cuentos para niños perversos (2005), entre otros. En novela: Maldeojo (1998, y traducida al alemán el año 2000) y Qué risa, todos lloraban (2008). En poesía: El ángel de la gasolina (1998), Vivir mata (2005) y Pabellón B (2006, ya traducido al francés). En teatro: Añicos, El que sale al último que apague la luz y Satango. El escritor ecuatoriano ha obtenido varios reconocimientos gracias a la calidad de sus obras: Premio Hispanoamericano de Narrativa Rodolfo Walsh en 1982 (en Francia), Premio Últimas Noticias en 1984, Premio Joaquín Gallegos Lara en 1987 y el Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinoza Pólit en 1994. Además, promueve a jóvenes literatos en su país y en Francia –donde radica-, a través de talleres. En un pequeño restaurante miraflorino, con la voz inconfundible y potente de Arturo “Zambo” Cavero interpretando el vals criollo Rebeca en la radio, empieza esta entrevista.

¿En Ibarra suelen surgir muchos poetas y narradores?
Que yo sepa no, pero hay algunos jóvenes aún inéditos que tienen ciertos trabajos interesantes que pueden convertirles a ellos en escritores importantes. Pero de ahí particularmente Ibarra no creo que haya sido el caldo de cultivo de la literatura ecuatoriana.

¿Cómo se considera usted: más narrador o poeta? Porque sus libros de poesía también son muy buenos.
Realmente no sé. Tal vez me siento de diferentes maneras. Cuando se trata de la poesía tal vez estoy menos corpóreo, más trashumante, porque me he encontrado con ella. Se tiende a pensar que si uno trabaja en varios géneros es porque tiene el dominio de todos, y tal vez es porque siente que no tiene dominio en ninguno. Creo que eso más bien me acompaña. A nivel de metodología, en un género se trabaja de una manera (diferente) de otro. Por ejemplo, la novela es un poco un trabajo aburrido porque es diario, como de funcionario, como ir a timbrar tarjeta y estar en una oficina. Exige la novela una especie de disciplina. Y lo otro es como que me visita, que hay la oportunidad. En consecuencia, en ninguno me siento como: “Este es mi centro y lo otro es aleatorio”. No creo que esté bien en ninguno.

En el año 1998 publica su primera novela Maldeojo y también su primer poemario. ¿Los trabajó ambos a la vez o se dio tiempo para cada uno?
En cuanto a poesía normalmente no trabajo un libro. Pienso que el libro más bien es una consecuencia de esa necesidad comunicacional, no del autor sino del lector. El lector ha creado la editorial y la editorial le gesta lo que necesita. El autor -al menos el de poesía- creo que no escribe libros sino poemas. Entonces, yo no he trabajado con un plan nunca sino que se han ido acumulando (poemas) en un momento dado: por las circunstancias comunicacionales se han convertido en libros. En Maldeojo me ocurrió la novela, es decir, comencé y casi la hice sin interrupción. Y después viene el trabajo artesanal, otra cosa de carácter intelectual, de depuración, consciente. En general, en la novela sí invierto el tiempo real, el propósito, hay el objetivo determinado –lógicamente, porque es una situación circular, hay que terminarla-. No he pensado como libro jamás (un conjunto de poemas acumulados). Incluso el poemario que va a salir no lo he concebido como tal.


Horas y horas, la Mudadelia secando con el peine su pelo que es un animal aparte. Horas y horas, tejiendo el par de abultadas trenzas que le caen a los costados de su risa eterna. El resto del tiempo no hace sino ir y venir o apoltronarse en cualquier ángulo de la casona. Para nada. Para reírse sin que nadie pueda, como de un pantano, sacarla de la risa.

De la novela Qué risa, todos lloraban de Huilo Ruales, páginas 12 y 13.


¿Y su segunda novela Qué risa, todos lloraban la trabajó con una cronología o fue otra metodología la que usó?
En general estas dos novelas que he hecho, únicas que son conocidas -tengo otros trabajos, novelas grandes donde me he demorado años. Son inéditas-, han sido gestadas a partir de una especie de cuento, de primera creación arrebatada y rápida. Después les he trabajado extendiéndolas cuando las he tenido en mis manos. Pero las dos surgieron de una manera un poco en trance. Y después ya he ido armándolas.

Usted ganó el Premio Hispanoamericano de Narrativa Rodolfo Walsh…
Sí, claro.

…¿cómo fue ganar este premio y en París? Le abrió las puertas para la literatura. Por la puerta grande entró usted.
Relativamente, en el contexto ecuatoriano. Porque por allá ocurren tantas cosas que no se nota. Pero era un concurso hispanoamericano, donde hubo un buen índice de participantes y buen nivel. Yo era por entero desconocido y estaba en ese entonces en Ecuador, había regresado de Francia, y ocurrió esto. En Ecuador, donde nunca ocurre nada, fue muy sonado, y de inmediato me puso en la palestra. De pronto, creían que yo era un gran escritor, no una promesa literaria sino alguien ya cuajado. Y en realidad no soy cuajado hasta ahora, pero ya dejé de ser promesa. En ese tiempo creían que yo ya era lo que era. Tal vez soy ahora un poco. A partir de eso se abrieron, en efecto, todas las puertas para mí. Lo que pasa es que no las usé, porque volví a Francia y he estado aparte. Siempre he sido un poco de la tercera orilla.

¿De cuántos años se va a Francia y por qué motivo?
Más que irme a Francia, me fui del Ecuador. La necesidad era salir, no irme a tal parte. Las circunstancias me permitieron ir a Francia, que escogí en cierto modo por la novelería de cualquier escritor: París, Cortázar

La tierra de los escritores.
…Maupassant, etcétera. Porque hay siempre esa cosita de “a ver si por si acaso me encuentro con la sobrina nieta de Madame Bovary”, aunque haya sido ficción, je, je… En vista de que uno es tan inepto todavía para la literatura, a ver si entrando en esos espacios míticos para uno suscita por fin el brote de mi capacidad literaria. Motivado por la literatura, en suma. Por eso me fui para allá y no encontré lo que buscaba, naturalmente. Siempre ocurre así.

(Con ironía) ¿No encontró a la nieta de (Madame Bovary)?
No, desgraciadamente. Pero sí encontré, en cambio, a Anais Nin. A las Anaisnines un poco desperdigadas. Encontré algunas cosas que no fui a buscar, más bien.

Muchos escritores latinoamericanos habrá conocido allá.
No, porque soy bastante solitario. No he tenido ni las aptitudes comunicacionales ni el interés. He pasado más bien solo con los libros. Lo que más me ha ocurrido en Europa es la biblioteca. Sobre todo en el sentido de que es allá donde estamos reunidos todos. Aquí estamos totalmente separados -como lo sabemos- entre peruanos y chilenos, ecuatorianos y chilenos. No nos leemos. Solamente leemos lo que allá dictaminan, cuando ya le industrializan, como a los pollos KFC.

Europa es como la aduana para…
Exacto.

…los escritores latinoamericanos.
Y no solamente la aduana sino el engranaje productor del pollo crudo, pelado, listo. De alguna manera, los pollos -que seríamos nosotros- vamos emplumados y todo para allá, a ver si nos despluman y nos vuelven al origen como es debido. No sé si vivos, muertos, pero en todo caso convertidos en literatura. Y no sé si esa, en efecto, sea la mecánica. Leí a Carlos Monsiváis que hablaba en alguna entrevista sobre el hecho de que lo lamentable es que América Latina no ha logrado crear una industria o un sistema editorial para neutralizar esa necesidad de ir allá, para existir a nivel latinoamericano.

Se conoce mucho a los escritores españoles, franceses, italianos, y a veces en mayor medida que los mismos escritores de nuestros países sudamericanos o centroamericanos.
Exactamente. Nuestra formación lectural es encaminada por el marketing editorial y, por otro lado, por su brazo armado que es la Academia. La Academia en mucho tiene la responsabilidad de habernos aproximado a obras que no necesariamente… A obras importantes sí nos han aproximado, lógicamente, pero hay una cantidad que no lo son y se consumen muchísimo.

¿Se considera un antiacadémico usted?
Sí. Por supuesto. Es un área, una disciplina inevitable, porque hay que diseccionar al pasado y todo eso. Su especialidad (de la Academia) es el pasado, es casi como una extensión del museo, a veces. Vive del pretérito la Academia. Del presente no. No es su fuerte sino el análisis de lo que ocurrió. Por eso en Europa la Academia, supongamos en Francia, se ocupa muchísimo de aquello que ocurrió. Y con actitud de pudor, temor, de reconocer lo actual, porque eso es un riesgo muy grande para ellos. La Academia no sabe de riesgos, somos los escritores los que sabemos de riesgos.

La Academia es como el abuelo.
Exacto. Habla de las preseas de aquel entonces, de las grandes batallas.

En Ecuador, leí que alguna vez usted comentó que no se habían dado muchas rupturas, innovaciones, en el ámbito narrativo ni poético. ¿Cree que con el trabajo que usted realiza está contribuyendo un poco a modernizar la literatura ecuatoriana?
Creo que yo mismo no, pero puede ser como una cantidad de luces que se van encendiendo. Es decir, (que) aparezca también este destello, la provocación. Sé que hay chicos que a partir de esa lectura están encontrando sus propios atributos, sus propias cualidades. Están gestando el porvenir de la literatura nuestra. De los elementos muy fuertes que existen: Internet. Eso, a una aldea como el Ecuador literario, una aldea cuyos parámetros siempre han sido aldeanos... Porque las lecturas que han tenido los escritores ecuatorianos, si bien es cierto han sido lecturas universales, en el momento de escribir se ha escrito con parámetros locales. Cuando es una aldea se escribe ubicando al lector que tienes. “Me va a leer tal”, casi señalando con el dedo. Entonces, escribes para él. No hay esa autonomía del escritor de un gran mundo abierto. Ahora los chicos con Internet están en contacto con el mundo, casi ya no leen a los ecuatorianos –salvo algunos-. Antes parecía que hubiese una prohibición y no lo era, sino que los parámetros eran locales.


Palaciodependencia

Hay gente que todavía cuando piensa en literatura ecuatoriana piensa en Huasipungo. ¿Esto para usted es un error?
Sí. Lo que pasa en el Ecuador… En Europa se habla mucho de esto, que en psicología se llama “el secreto de familia”. Y “el secreto de familia” consiste en que se esconde algo unas dos o tres generaciones antes, una gran vergüenza o algo y se ha callado. Parecería que eso está muerto y no lo está. ¡Está vivo! Hay que resolverlo confrontándolo, y si es necesario haciendo un duelo o lo que fuera. Pienso que en la literatura ecuatoriana hay un gran secreto de familia que es el hecho de, precisamente, esconder nuestra pequeñez, nuestra falta de desarrollo. En suma, bajo el gigantismo, una especie de hipertiroidismo de Pablo Palacio. Pablo Palacio y Huasipungo también, por otro lado; pero Pablo Palacio fue el adelantado, el genio, esa especie de tía millonaria que habla (Witold) Gombrowicz. Refiriéndose a Chopin, era la tía millonaria que tienen todos los polacos. Aquí es Pablo Palacio nuestro tío millonario ya extinto. De él vivimos, nuestra profesión es ser sobrinos de Pablo Palacio, y no podemos ser autónomos. Sí, hay que hacer un duelo de Pablo. Para darle la dimensión que se merece un escritor de su talla, un gran escritor contemporáneo, pero nada más. De tal forma que crezcamos y ya dejemos de estar emasculados afectivamente. Eso es un recurso de la mediocridad, pues. Creo que eso falta. Ahora está ocurriendo, gracias a esta universalidad, una especie de autonomía con respecto a eso.

Habrá que hacer en un tiempo, también, un duelo por Jorge Enrique Adoum.
Claro. En el caso de Jorge Enrique Adoum, en los poetas jóvenes no existe ese sobrinismo. Hay muchos que le cuestionan. No sé si porque está próxima su desaparición y con el tiempo le logren hacer una especie de Pablo Palacio o porque no se le da la dimensión que se intenta adjudicarle. Como que los jóvenes saben que no tiene esa dimensión oficial. Porque hay un oficialismo también en todo esto. Por ejemplo, el año anterior murieron dos poetas ecuatorianos, Francisco Granizo Ribadeneira y Jorge Enrique Adoum. Yo pongo en un texto, haciendo una nota editorial, que: “El poeta secreto, Francisco Granizo Ribadeneira, y el poeta famoso, Jorge Enrique Adoum…”, y no es que Francisco Granizo haya sido inferior. De acuerdo a mi lectura es muy superior a Jorge Enrique Adoum, pero era un poeta discreto, que estaba al margen.

No se marketeaba.
Exacto. En cambio, Adoum sí fue un diestro en las relaciones públicas, en el marketing y todo eso. Además, tenía una presencia, una sabiduría, un ritmo comunicacional, que le favoreció. Pero la poesía por sí misma no creo que le dé la dimensión que ha tenido para nosotros Pablo Palacio.

Y esto que me comenta de este poeta secreto, ¿piensan también las nuevas generaciones como usted?
Sí. Normalmente mis opiniones tienen empatía con las de los jóvenes. No las genero yo ni ellos sino que nos encontramos en esas opiniones.

A estos poetas o escritores jóvenes ecuatorianos, en general, ¿les recomendaría también irse a Europa como se fue usted hace treinta años?
Lo que pasa es que hay escritores, poetas, como Kafkas, que no necesitan desarraigarse con esta territorialidad. Son desarraigados de suyo, viven de alguna manera siendo Gregorios Samsas, sin moverse de su aldea, y son universales. En todas partes hay y pienso que esos casos no necesitan irse a ninguna parte, pero sí habría necesidad de que a la mayoría de jóvenes les ocurra el desarraigo real. No solamente por aquello de que el niño y el viajero tienen los ojos limpios, no solamente por eso, sino porque sufres una mutación, un cambio de piel al irte. No tanto con relación a la tierra tuya, que es superimportante porque ya le ves de otra manera para siempre, sino por el hecho de que te encuentras, te desencuentras y te encuentras. Porque la nostalgia, la pérdida, es una experiencia muy fuerte, muy importante. Y los hallazgos.

(Con ironía) Y de repente encuentra a la nieta de Madame Bovary que usted...
Exactamente ja, ja, ja. Exactamente.

Yéndonos ya al terreno de la dramaturgia: estas obras que usted ha escrito y que han llevado -tres- a escena, ¿todas tienen que ver con la realidad de su país o son de diversa temática?
Las tres, no son del Ecuador ni tampoco son. Mejor dicho, son de cualquier parte. A diferencia de la narrativa, están más próximas a mi poesía. Por ejemplo, en las tres me han pedido que hiciera…

Por encargo.
Sí. Eso quiere decir que no las hubiese hecho. Tengo otras que he hecho espontáneamente, que ahí están. Pero las tres me las pidieron. Añicos me la pidió el grupo Malayerba, un gran grupo que había en el Ecuador y que hay todavía. Me dieron la idea de que yo hiciera la obra, hice otra cosa que no esperaban ellos, pero que les encantó y llevaron a escena. Es sobre una mujer sola. Empieza cuando se cae un macetero de la ventana, se están abriendo las puertas, todo, y ¡pum! cae el macetero para abajo, unos tres pisos (hasta) hacerse añicos. Inaugura el desarrollo de la obra, una especie de locura, una especie de flashback, de retrospectiva de su vida. Ese drama, en absoluto es ecuatoriano ni francés ni nada. Es de cualquier parte. En el caso de Satango: me lo pidieron. Era hacer una pieza para un espectáculo múltiple, que siendo de teatro tenga también incorporada música y, si era posible, danza. Yo creé una pieza que se llamó Satango, en donde planteo que no sea el baile el tema, ni el canto, sino esta sensación de los hombres saliendo de los barcos. Es decir, saliendo del mar a pie con baúles y peces saliendo de los bolsillos. En esa sensación de que llegaron casi acuáticos, solitarios y con las maletas llenas de títeres. A ver si se inaugura el porvenir desde Europa.

¿Es una versión libre de la conquista?
De la conquista de los argentinos y todos los latinoamericanos, incluso yéndose a España. Esto de desarraigarse, de irse en pos del Dorado, del maná, de la respuesta y lo que fuera. Y claro, él no la encuentra, falla, y por eso termina bailando con la sombra. Porque el tango es un baile solitario. Bailando la mujer solamente finge la sombra, el vacío. Bien pegados bailando en el abismo, en el filo. Por eso es imposible abrirse. Al contrario, superunidos porque se están jugando la vida.

Satango es una mezcla de Satán y tango.
Exacto. Porque ahí sale el peligro de Satán, ja, ja, ja…


La poesía es decir el silencio

Quería leerle justo este último poema de Pabellón B que me pareció una especie de arte poética, Abdicación (página 109): “Maestro, ya no puedo con mis brazos, con tu / peso. Así es que desciende y camina. No eres ni / siquiera un verdadero caballo. Yo tampoco un / verdadero poeta”. En el fondo está diciendo usted a los lectores y a sí mismo que el poema lo vence. ¿Es así?
Claro. Esta cosa que persisto incluso en el nuevo libro -se va a ver un poco más-, el hecho de que no es cierto que se escriba poesía. No. Se hace poemas. Y los poemas son un poco como la tentativa frustrada, es como echar al mar la red, porque se ve el destello de la poesía que está pasando. Se echa la red y nunca se coge a la poesía. Lo que se coge es el hedor, el destello, de ese animal inaprensible. En ese esfuerzo nos encontramos siempre. Y lo que traemos es eso: fracasé, vengo nuevamente con las manos vacías. Esta especie de tragedia hermosísima de intentar atrapar la palabra. Porque la palabra al final -a mi modo de ver- lo que trata es de ser silencio. La poesía es un esfuerzo extraordinario para lograr decir el silencio. Y eso no hay cómo. Porque al ser palabra ya no es silencio. A través de esta exaltación poética se intenta y se aproxima. Muchas veces hay poemas, poetas, y no por el número de palabras -pocas o bastantes-, sino porque casi logran decir aquello que no se logra.

Al final, parece que siempre quedan solamente gruñidos.
Exacto. Son como resplandores en las tinieblas que nos hacen percibir o crear algo. Por ejemplo, Roberto Juarroz, que es un poeta del silencio -se puede decir-: en él se siente que las palabras son sacadas así como en la guerra el pan. El oro cuesta menos, el pan costaba más. Se trata de no despertar al silencio. Cuidando que no se despierte este niño monstruoso y enorme que es el silencio. Que es el no ser, la nada.

En Pabellón B también hay poemas en los que (existe) crítica al catolicismo, crítica a los militares, reflexiones sobre la vida, el paso del tiempo, el amor. Explíqueme más acerca de qué trata todo este Pabellón B, que puede ser una cárcel, un hospital, pero en el fondo puede ser la vida misma…
Claro.

…una cárcel en la que pasa de todo.
Claro. Esa idea de que nacimos para entrar al Pabellón A, o sea el amor paterno, materno, el sentido de sobrevivencia, la consciencia o la percepción inconsciente de que es un sistema depredatorio la vida, el crecer. Hay que entrar de ley a un engranaje en donde o depredas o eres depredado. Entonces, dentro de todo ese movimiento, como que uno va aprendiendo a sobrevivir, en cierto modo. La sobrevivencia ideal, en principio, es entrar en el espacio de la norma, del éxito, del equilibrio planteado por la cultura, la sociedad. Los que no logran ese acceso, no entran al Pabellón A y son los que entran al Pabellón B. Pero una parte entra por libre albedrío, determinación. Porque saben que lo otro no vale -en ese caso estoy hablando de los poetas. Sobre todo que poetas no solamente son los que hacen poemas-. Pabellón B, por ahí tengo un trabajo que seguramente se va a hacer en teatro, pero es mucho más largo: esto de las camas, de las literas (en algunos de sus poemas), en un gran hangar, en donde cada uno dice algo. Y en conjunto se va construyendo una especie de coro, de gran himno, de esto que al final es la vida.

¿Y usted en qué pabellón está?
Yo en el B, ja, ja. En el B oteando el A, como lo hacía (Malcolm) Lowry, como lo hace (Leopoldo María) Panero. Porque van y vienen. Observan el A. Porque la tragedia de estar en el B sería no darse cuenta que hay el A. Y sobre todo no juzgarle, solamente percibirle.

Es como mirarse los pies uno mismo.
Exacto. Sí.


El tigre y yo

Se refiere en El pájaro o yo sobre la pérdida de la infancia. Los versos del poema dicen: "Uno de los dos tenía que morir / en esa tarde de la infancia y flamante catapulta. / Con la boca seca como llena de plumas / y de los dedos chorreando una sangre invisible / regresé a casa sabiendo que quien vence / aunque sobreviva pierde para siempre". Esta sensación de dolor permanente que deja la pérdida de la infancia, ¿es algo recurrente en su narrativa o su poesía?
Sí. La escritura, en mi caso, se suscita a partir de esta constatación de la pérdida.

Es su tema principal, entonces.
Creo que sí. Es una especie de herida no cicatrizada jamás. Para mí es superimportante el hecho de que cuando me preguntan: “¿Cuándo cree que empezó el asunto de la escritura?”, digo que tal vez empezó cuando era bien pequeñito, fui al circo, y detrás del circo había un pequeño zoológico, con unos animales desechos, maltratados, entristecidos.

En Ibarra.
Sí. Y yo me acerqué a la jaula del tigre y nos vimos. El tigre me vio y yo le vi. Y en ese instante -aunque no con las nociones que yo tendría después- sentí que él estaba fuera de la jungla. No estaba saltando en su sentido noble de sobrevivencia y realización. Saltando, cuidando, acechando para coger su presa de carne fresca, de conquista, en ese equilibrio extraordinario que tiene la naturaleza, la vida. Estaba totalmente negado, encarcelado para siempre. Eso me dijo su mirada. No lo entendí así, pero lo sentí profundamente.

Esa mirada de impotencia.
Sí, impotencia. Y también entendí, tal vez, de que estamos solos.

La crueldad del ser humano.
Tal vez no llegué a eso sino al hecho de que ese tigre estaba solo. La conciencia de la soledad. Sentí eso.

¿Y ahora se siente así como el tigre?
Claro. Creo que desde ese día sentí que estábamos solos.


Eskeletra y talleres literarios

Acerca del sello editorial Eskeletra, también su taller literario, ¿cómo así desarrolla estas labores de grupos literarios, talleres, y su sello editorial?
La editorial Eskeletra tuvo un pasado de grupo literario y ahora es una empresa. Es la más fuerte del país en cuanto a libros se refiere, de literatura. Éramos un grupo de compañeros que escribíamos y sacamos una revista que se llamo Eskeletra y tenía un eslogan que era “Escribir a fines de siglo”, porque era antes del 2000. Después estuve en Europa y le convirtieron en editorial. Ya no tuve nada que ver. Ahora la revista nuevamente está saliendo. Entonces, eso casi no altera en nada lo que hago porque es como todas las crónicas o reportajes que escribo para diferentes revistas. En cuanto a los talleres, en cambio, es mi mecanismo económico. Doy talleres, seminarios, y de eso vivo, económicamente hablando.

En Francia y en Ecuador también.
Sí. Esta vez que vine (a Ecuador) –que he estado tres meses- no he hecho ni un solo taller, porque he estado ocupado en otras cosas. Pero normalmente vengo, sale algún anuncio, hay alumnos y dirijo el taller. En Francia tengo talleres, también. Es una especie de ganapán.

De algo hay que vivir.
Exacto. Así es.


Vallejo, Arguedas y Vargas Llosa

¿Qué opina acerca de la literatura peruana, qué ha podido conocer acerca de nuestros escritores?
De la misma forma como Carlos Monsiváis se permite aclarar, esclarecer, que nosotros somos -todos los latinoamericanos-, de alguna manera, consecuencia cultural de México porque nos formamos con el cine mexicano, con ciertos personajes fundamentales como Cantinflas, Santo, una serie de cosas en el ámbito popular; asimismo, creo que nos hemos formado los escritores ecuatorianos con la presencia de la literatura peruana. Por ejemplo, Vallejo es como nuestro padre, es alguien de la familia. Han crecido ya dos, tres generaciones de escritores con Vallejo. Vallejo es de uno. Eso no ha pasado a los peruanos con ecuatorianos. No se puede decir que Pablo Palacio ha permitido crecer a los narradores de aquí. José María Arguedas ha sido superimportante, porque mientras (de) Huasipungo su importancia ha sido como novela sociológica -a través de la cual se ha visto que el indio sufre o lo que fuera-, con Arguedas, al terminar de leer un libro de él, no siente uno decir “pobre indio” sino “ese soy yo”. Casi con altivez.

Orgulloso.
Exacto. Eso nos enseñó José María Arguedas.

Muestra el mundo andino de una manera muy bella, también.
Claro. No con esa fatalidad vista por el blanco, esa conmiseración. Acá no, acá es como desde la sintaxis, desde el interior mismo, que podemos acceder a un mundo maravilloso. Entonces, también José María Arguedas. Y se puede decir que cuando Vargas Llosa viene a enseñarnos, aclararnos, provocarnos, en cuanto a la estructura novelística, es un acontecimiento superfundamental para nosotros. Y ahora yo doy en el taller siempre lo de Jorge Pimentel: hay un poema que precisamente ese (Ruales se refiere al poema El Lamento del Sargento de Aguas Verdes) y otros leyó (Roberto) Bolaño con (Mario Santiago) Papasquiaro, descubrieron Hora Zero y a partir de eso se creó lo de infrarrealistas.

La poesía de usted, ¿la siente cercana a la de Jorge Pimentel?
Sí. Es que me gusta que la poesía no sea buscando un lirismo que se vuelva hermético y distancie. En cambio, acá hay una aproximación captando justamente la poética. Y por otro lado, hablando de los (escritores) actuales, Mario Bellatin, peruano-mexicano, es una maravilla. Y así hay una serie que conozco, que he leído y que leemos allá. Mariátegui, también. Hay muchos. Incluso Gabriela Wiener, que escribe superbien, o la revista Etiqueta Negra. Estos nuevos cronistas urbanos, eso es una maravilla.

¿En Ecuador no hay mucha crónica urbana?
Soy uno de los que estoy iniciando. Pero de ahí no hay. Recién está ahora empezándose a hacer.

Muchísimas gracias por la entrevista y esperemos que se difunda más la literatura ecuatoriana y su poesía, que es muy buena.
Muchas gracias.

4 comentarios:

  1. Linda la entrevista al Huilo, gracias por publicarla. Definitivamente es un escritor que vale la pena leer. Me quedé pensando en cómo hacerle el duelo a Palacio. Saludos desde Quito.

    ResponderEliminar
  2. Qué bueno que hayas disfrutado de esta entrevista. Espero que Huilo Ruales vuelva al Perú en otra oportunidad, para presentar sus nuevos libros. Su poemario "Pabellón B" fue un verdadero descubrimiento para mí y lo recomiendo a cualquier lector de poesía. Saludos desde Lima.

    ResponderEliminar
  3. Entrevista lúcida y reflexiva de Huilo Ruales , el es todo un fenómeno de la literatura ecuatoriana, bien por entrevistar a un verdadero artista, felicitaciones.

    Dice unas cuantas verdades que pondrán incómodos a algunos por acá ( lo del Adoum ).

    Recomendables : Maldeojo, Historias de la Ciudad Prohibida, Que Risa Todos LLoraban, El Angel de la Gasolina. Para lectores que buscan literatura diferente.

    Acá en Ibarra su obra inspira no solo a las nuevas generaciones de escritores sino también a autores de cómic como yo.

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias por tus comentarios, Darwin. Asimismo, me alegra bastante saber que la influencia de Huilo Ruales va más allá de la literatura ecuatoriana y está alcanzando ya a otras artes, como el cómic. Un abrazo desde Lima.

    ResponderEliminar