“La muerte es algo que está muy presente, siempre”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
La vida de la fotógrafa peruana Beatrice Velarde es fascinante. Ha conocido 43 países gracias a su trabajo y en algunos de ellos ha vivido durante años. En la India, por ejemplo. Según la destacada fotógrafa, no hay otro país igual de diverso e inaccesible. Por eso, actualmente, está realizando en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega la exposición Sadhus, Divina Santidad, sobre estos llamativos personajes que son considerados santos en aquella ultrapoblada nación: los sadhus.
Aparte, gracias a su foto Monje budista sirviendo sopa de arroz, Velarde ganó el concurso internacional de fotografía e-Dreams (España, 2008), por lo cual recorrió durante dos años el mundo árabe, la India y el sudeste asiático. Además, ha sido corresponsal de prensa extranjera, fotógrafa forense, ha colaborado con Getty Images y ha expuesto su reconocido trabajo en Tailandia, Corea, México, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay. Asimismo, suele dictar talleres de fotografía en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en el Centro de la Imagen.
Mientras dialogamos con la fotógrafa en la sala de su acogedor departamento miraflorino, su esposo, el talentoso artista chileno Eduardo Echeverría, escucha atentamente todas las historias de su mujer -quien parece haber vivido muchas vidas en una sola-.
Muchas gracias por la oportunidad. Es un gusto estar acá. Quería empezar citando a Diane Arbus, para ir (luego) hacia la exposición. Arbus dijo alguna vez que “una fotografía es un secreto sobre un secreto. Cuanto más te cuenta, menos sabes”. Entonces, lo que yo quería preguntarle era, de sus fotos de la exposición Sadhus, Divina Santidad, qué es lo que le…
¿Quién da esa cita?
Diane Arbus.
Una capa. En ese aspecto, más allá de la exposición, yo te puedo decir que tengo la misma sensación que ella: que cuando más te metes, menos entiendes.
Sus fotos, ¿qué nos muestran de la India? ¿Qué secretos y cosas no podríamos ver de la India?
Tú me hablas de la exposición en sí.
(Asiento con la cabeza).
Es un mundo bien poco accesible. Los sadhus, para los hindús, son como santos o santones. Yo siempre los he visto como mendigos. Ahí (en el catálogo de la exposición) lo pongo: mendigos profesionales.
Vagabundos profesionales.
Sí. Me decían que el Kumbh Mela que se da cada doce años es el mega Kumbh Mela. Cada cuatro años se da uno chico y cada doce es uno grande. Y para esos bajan todos estos sadhus que viven ya más alejados. Estos mendigos cotidianos están afuera de los templos, pero los que viven en cuevas, bosques, que están superalejados, bajan de todos estos lugares para encontrarse con sus iguales en la Kumbh Mela.
Deben ser miles.
Miles, pues. Centenares de miles. Bajan todos y se congregan ahí. Yo no sabía esto hasta que he estado en la India y cuando me enteré, no podía perder la oportunidad. ¿Has visto ese texto (del catálogo donde dice) que tuve que enfrentar todos mis prejuicios? Y era una cuestión estética que me interesaba. Son unos personajes bien vistosos. Entonces, fui hacia allá, pero al principio no tenías dónde quedarte, como turista. Los pocos turistas que resistían se iban a veinticinco kilómetros, a una ciudad que se llama Rishikesh. Me daba claustrofobia, porque cien mil personas diarias circulaban por ahí. Los sadhus habían puesto sus carpas y se habían instalado los tres meses. Y no hay muchos hoteles. Los que había te cobraban… Porque era la temporada alta. Cada doce años tienes esa temporada, ¡imagínate cómo son los precios! Entonces, había dharamsalas donde la gente se podía quedar. Pero solamente hindús.
¿Un dharamsala es un hotel?
Refugios para peregrinos hindús. Son unos lugares con patios, rodeados de habitaciones, donde en cada habitación hay varias familias. En el patio es como una estación de tren de India, así de gente. Pero solamente se pueden quedar tres días. Yo tenía un amigo yogui que su familia estaba ahí y consiguió que, por favor, por una excepción me dejaran (quedarme). A los tres días me echaron. Pasé de todo. En el interín, yo estaba con la costilla rota. Me había roto una costilla y me voy a Delhi a chequear, porque decía: “No puede ser que me esté doliendo tanto”. Llego a Delhi un viernes y me dicen: “Se tiene que internar y el sábado le hacemos la radiografía”. “¿Pero cómo me van a internar para hacerme una radiografía?”. Pero yo dije, al final, es para sacarle plata al seguro. “Ya, me quedo”. ¡Y me durmieron hasta el lunes! Me metieron no sé qué cosa y desperté el lunes. Los doctores se fueron de fin de semana y amanecí el lunes totalmente drogada. No podía ni caminar. Tomaron la radiografía y me llevaron hasta la puerta. No podía ni siquiera tomar el tren. (Fui) a la embajada de Perú. No podía hacer nada. Felizmente, en la embajada me acogieron. El cónsul me armó una cama en su oficina y me quedé.
Lo que no entiendo es en qué momento se fractura la costilla.
Eso es mucho antes. Te estoy contando de la Kumbh Mela. La cuestión es que regreso y…
Cuando va a tomar las fotos a los sadhus, ya estaba…
Ya estaba con la costilla rota. Pero cuando regreso de ahí, en Delhi, me ataca un mono un brazo. ¡Imagínate! Me pasó de todo. Y me vuelvo a ir con la familia del yogui.
¿Le muerde el brazo?
Sí, me lo mordió un mono. Me atacó. Lo tocabas (el brazo) y era como tecnopor. Y me voy donde la familia del yogui. En el mismo cuarto, en dos camas, dormíamos todos. Era el hermano de mi amigo, más los dos primos, la mamá, la tía. Todos en el mismo cuarto. ¡Era terrible la situación! Igual, yo todos los días iba chequeando a los sadhus, los iba viendo, a la distancia, buscando a los más pintorescos. Son inofensivos. Pero como no podía cargar la cámara en ese momento, era como que ayudaba para que se vayan habituando a verme. Hasta que encontré un grupo al lado de un árbol, cerca al Ganges. Un día me pasaron la voz y yo dije: “No”. Yo iba con mi bitácora, escribía. Hasta que en una de esas sí comenzamos a conversar y, al final, me integré ahí. Me paseaba por todos lados, pero mi base de operaciones terminó siendo con ellos. Y me quedé los tres meses con ellos, durmiendo bajo un árbol. Una cosa impresionante. Y te das cuenta que, en verdad, son unos personajes… No los entiendo mucho. Definitivamente, nunca los voy a ver como santos, pero sí era gente muy bien intencionada. Estos, en particular. Había de todo. De ahí a santidad, no. Igual aprendes mucho. Es un mundo inaccesible. Todos son hombres. Calatos, la mayoría. No hay mujeres. Las mujeres ni se acercan.
¿No han tenido ningún reparo de estar frente a una mujer desnudos?
No tienen ningún reparo de estar desnudos. Ninguno. Es su idea de desprendimiento. Mi propuesta (de la exposición fotográfica) a lo que va es que estos patas andan desnudos por símbolo de desprendimiento, pero si tú los ves están llenos de collares y relojes. Ellos, supuestamente, no pueden tener ni familia ni negocios ni nada, pero dicen que sí pueden tener dos celulares. Y están llenos de cosas. Entonces, al final, son superfashion. Por eso es que a la exposición le puse Divina Santidad: porque son santos que son unos divinos. Otras veces, están que se intercambian el collarcito, la pulserita, el relojito.
¿Tanto los jóvenes como los mayores?
Sí, los mayores más.
¿Más, todavía?
Tanto jóvenes como mayores. De los dos. Hay de todo.
Parecen personajes dignos de una película.
Claro. Ellos se la pasan fumando hachís.
Maquillados. No todos.
No están maquillados.
Acá (le enseño a Beatrice una de las fotos del catálogo de su exposición, donde aparece de pie -acompañado por un hombre y un niño sentados- un adolescente alto con turbante rojo, numerosos collares, y con la cara, las orejas y el cuello blancos, como si se hubiera echado talco). ¿Esto no es maquillado?
No está maquillado.
¿Acá, tampoco (le señalo otra foto donde un hombre desnudo, de pie, con el cabello largo y amarrado, bigote, barba, y que tiene la cara muy blanca)?
No. Lo blanco es ceniza de sufones. Esta cuestión de los fuegos se la ponen encima. Es como nosotros, que nos ponemos bloqueador. Ellos se cuidan con esto. Los ojos no están maquillados, lo que pasa es que como le queda ese pedazo, parece. Son seguidores de Shiva. En la India hay un dios, un hijo que es Brahma, pero está representado entre 330 millones, entre dioses y demonios. Y cada uno tiene su diseño. Entonces, cada mañana los hindús van y hacen su ofrenda a los dioses y se ponen el símbolo de su dios. Todos diferentes. El de Shiva son unas rayas con tres puntos, pero Vishnú es un trinche.
Todo eso lo ha ido aprendiendo desde el año 2000, que llegó por primera vez a la India.
Sí. Pero te digo una cosa, para serte honesta: la religión hindú es lo que menos me interesa. Me interesaba mucho esta parte estética de ellos, pero como religión… En la India lo interesante es que si tú cambias de región -como irte de Ica a Lima o a Arequipa-, cambias de idioma, de religión. Te tomas un bus: al siguiente punto son musulmanes. Y de ahí te vas: son budistas, son sikh, son jainistas. Diferentes religiones. El hinduismo me parece muy empalagoso, lleno de rituales. Aparte, tiene esta cuestión del sistema de castas, que es terrible. Si te toca ser barrendero, tu hijo va a ser barrendero, tu nieto va a hacer de barrendero y toda tu descendencia va a ser barrendero.
Eso es según el hinduismo.
Ese es el hinduismo. Yo tengo mucha más afinidad, me parecen bien locos, los budistas. Me parece que están en otro vuelo. Las enseñanzas de Buda no las puedes comparar con Krishna, Shiva y todas esas cuestiones. Pero los musulmanes también me atraen, su cultura. Antes de llegar a India, el último viaje era de dos años. El primero estuve seis meses en los países árabes. Los musulmanes, no sé por qué, a pesar de las cosas con la mujer, todo, me encantan. Los sikh es otra religión, la de los turbantes, que yo me imagino que es una buena religión, porque realmente son supersolidarios. Son gente súper, no sectaria, siempre defendiendo al más débil. En los lugares donde ellos están la gente no pasa hambre en la India. Dan de comer gratis a multitudes. Es una buena religión. Entonces, sin querer queriendo, este último viaje de dos años era como un viaje a través de las religiones. Porque marcan la idiosincrasia de cada lugar y todo.
Claro. La religión en esos países pesa muchísimo más que acá.
En la India los católicos están en Goa, que es un antiguo enclave portugués de este tamaño (hace un círculo muy pequeño con sus manos). Es el Estado más chico de la India y es supertolerante. Ahí está la gente en heroína, en ácidos. Ese es el Estado donde van todos los turistas del desmadre. Es el único.
En la India surgieron el hiduismo, el budismo, el jainismo y el sijismo. Cuatro religiones.
Los jainistas, por ejemplo, son como esos que andan calatos. Ya son una cosa extrema. Caminan calatos con un pañuelo de plumas de pavo real que va limpiando la vereda, por si pisan accidentalmente un insecto. Y andan con esas cosas antisépticas, esas máscaras, por si se comen una bacteria.
Creen que van a encontrar ántrax.
(Creen) que van a poder hacer daño ellos. Es su forma de cuidar. No porque les pueda pasar a ellos sino por ellos cuidar. No pisar un insecto: ya son un poco extremos.
La India, siendo el segundo país más poblado del mundo, el sétimo más extenso, que tiene más de 1 240 millones de habitantes, y es tan religioso, tiene mucho analfabetismo y mucha pobreza.
Está a nivel de extrema pobreza y de superhambruna. Pero, también, es una potencia nuclear.
Hay dos Indias, en verdad.
Hay millones de Indias. A India no la puedes ver como una, si cada Estado es diferente. Lo primero que yo aprendí en India es no emitir juicios, porque hay muchas Indias, muchas facetas. Es un país impenetrable. Es imposible entrar. Puedes un poquito, por la parte más superficial. Yo he viajado por la india y cada vez que he ido entiendo menos y cada vez te das cuenta que es imposible penetrar. Es diferente a cualquier país. La otra vez saqué la cuenta y conozco cuarenta y tres países.
Me interesaba mucho este personaje de su portada del catálogo. ¿Tiene alguna historia en especial?
Sí, este es el Cheli. Cheli significa “aprendiz”. Antes de ser sadhus, los rapan el pelo. Su primera iniciación es así (señala la portada), con el pelo rapado.
Es un aprendiz de sadhu.
Claro. Entonces, después que recibe las enseñanzas, supuestamente, de su maestro sadhu, ya nunca más se corta el pelo. Deja que le crezca, pero al principio se lo rapa como una iniciación.
¿Y su maestro tiene que ser de su familia o puede ser un extraño?
No son de la misma familia. Ellos renuncian, salen de la familia y, entre ellos, hacen su propia familia. Este, por ejemplo, era el más joven, tenía catorce años. Puri Ghidi se llamaba.
Bien delgado.
Y estos son sus dos protegidos, que eran mayores que él.
¿Cómo? Él los protegía a ellos dos.
Sí, él era el maestro de estos dos.
¿Y cómo llegan a ese estado?
¡Incomprensible! Este (señala a otro personaje del catálogo) era el único que hablaba inglés y que me traducía todo. Él me enseñó muchísimo. Cuando nos conocimos, siempre me decía: “Sister and brother”. Y me enseñaba hindi. Todos los días tenía que aprender hindi, con lo poco que me importaba. Porque el hindi para coloquiar, para comunicarte…
¿Hindi?
Hindi, el idioma de la India. Sé algunas cosas, pero él me enseñaba el “Shiva language power”, el hindi. Todos los días tenía que aprender y no me interesaba en lo más mínimo. El hinduismo es la única religión, de todas esas, que no me produce ninguna inquietud.
Pero igual tenía que escucharlo.
Lo repetía como un loro. Me enseñaba como si estuviera aprendiendo el Padre Nuestro. Aparte, si quería ser mi gurú, estaba todo bien. Si lo hacía feliz… Con él yo compartía el árbol. Era mi roommate de árbol, ja… Este de acá (Beatrice señala otro personaje de su catálogo) tenía una amante. Se llamaba Kanga Akiri. Se pasaba todo el día con nosotros, pero en la noche lo echaban del sitio, porque no podía dormir con su amante.
¿Él iba a buscar a la mujer?
La mujer estaba con él todo el día. ¡Todo el día! Le soportaban a la mujer durante el día, pero en la noche, chao. ¿No ves que en medio del desprendimiento tenían tele? Se mudaban. Este era un grupo -con los que yo me quedé- que venía del centro de la India. Tenían como un ashram. No es que vivían aislados en una cueva sino que era casi una comunidad. Y venían en camión, con todo: su tele, sus alfombras para instalarse bien, sus telas.
Toda esta experiencia la está plasmando, ahora, en un libro.
He cancelado la presentación. Iba a ser el 5 (de mayo), pero la verdad es que quiero revisarlo mejor. Los últimos meses he escrito bajo tanta presión que la exposición mía la tenía abandonada. He ido el sábado desde la inauguración. Entonces, la he postergado hasta después. Está escrito ya todo, pero quiero revisarlo, dejarle la carnecita.
Editarlo.
Claro, editarlo. Pero el tema con los sadhus es un capítulo. Uno de los tantos. El libro no es sobre esta experiencia. Está dividido en dos partes. La primera, cuando fui la primera vez, había cumplido recién treinta años. Y me quedé un año. Y después regresé. Diez años después, justo cuando había cumplido cuarenta, y me quedé ocho meses. Pero era (parte de) este viaje que hice, de dos años. Porque venía de los países árabes, antes de Grecia, conozco el sudeste asiático. Entonces, son diez años de diferencia en que yo cambio, el país cambia, la fotografía cambia. Al principio, fui con una cosita (cámara fotográfica) así, hace quince años, y la segunda vez fui con una más moderna, ya digital. Pero, al principio, estaba con que rebobino el rollo, y después estoy cargada de tecnología. Hay una diferencia entre los dos (viajes) y está bien divertida.
¿Y ya pudo aceptar la era digital con naturalidad? Porque escuché que usted se había deprimido cuando recién apareció la fotografía digital.
¿Cómo sabes eso?
Porque usted estaba más con lo analógico y por eso es que, un poco, entró a la fotografía forense.
¡Has estado averiguando bien! Sí. Más que estaba con lo analógico, es que yo tengo una técnica con la fotografía, de luces y sombras. La tenía mucho más marcada con lo analógico. Con el sistema de zonas, de exposición. Tenía mi técnica. Las cámaras digitales, por más que las calibraba y las seteaba como me gustaba hacer, te corregían. Todo el tiempo me corregían. Nunca podía hacer lo que yo quería, porque la cámara metía su cuchara. Y todo el mundo se volvió fotógrafo de pronto. Pasé una época en que no quería saber nada del tema. Yo siempre tenía una fantasía… Sophie Calle, una artista francesa que tiene proyectos bien locos: ella dice que no es fotógrafa, que ella es artista nomás, pero hace mucha fotografía. Ella mandaba que un detective la siguiera, que ella no supiera, y después, que le mandaran las fotos. Su madre había contratado un detective. A mí siempre me pareció genial, pero por más que tanteaba, comentaba, a ver si alguien lo hacía, nadie nunca me puso un detective. Cuando empezó esta cuestión de lo digital, dije: “Es buen momento de hacerme yo detective”. Yo viví en Chile dos años y había ido a una escuela de detectives allá, porque hay bastantes. Pero pensarían, pues, que yo soy una espía, porque me miraban así como: “No se puede. Ahora no se puede”. Me metí (a una escuela de detectives en Lima), pero recontrachicha. ¡Divertidísimo! Ha sido el año más divertido. Tipo Sherlock Holmes recontrachicha. Lo más chicha que te puedas (imaginar), en la escuela que era en jirón Camaná, con policías que te enseñaban, primer curso: los derechos que uno va a violar. El siguiente curso era cómo violarlos y el tercer curso era cómo salir bien parado si te pillan. Te estoy hablando de gente de la PIP (Policía de Investigaciones del Perú). De PIP y de Inteligencia. Había un curso que se llamaba “Armapol” y era como artes marciales para policías. Artes marciales, pero con pistola. No había sitio en la escuela, entonces, nos llevaban a un parque. Yo era la única mujer. Y salíamos corriendo: “¡No se puede! ¡Sí se puede! ¡No se puede!”. Y yo, en el medio. Decía: “Que no salga nadie de El Comercio porque me conocen todos. Que no me encuentren”. Atravesábamos así, la plaza San Martín. ¡Era una cosa increíble! ¡Divertidísimo! Y allí todos querían ser detectives privados, porque ahí estaba el billete: para ver ampays, ver si te sacan la vuelta. Ni cagando en esas huevadas. ¡Qué mal karma! ¡No me voy a meter! Tipo La Urraca (Magaly Medina). Y ahí fue que me metí a la parte forense. Fue muy interesante. No sabes lo que era. Cómo nos tenían en la morgue. No sé si se ha cambiado, porque justo gané un premio, que fue el de este viaje.
E-Dreams.
Sí. Pero no sabes lo que era. Allí tomaban con negativo. Esperaban cubrir 36 muertos -olvídate, ya estaban apestando- para mandar a revelar el negativo. Cuando tenían el revelado con las copias, esas copias las escaneaban hasta la OEA.
¿Con rollo Fuji?
No sé qué rollo era. Cualquiera de los rollos, pero la cuestión es que las escaneaban supermal. Ni siquiera estaban en red. Las mandaban al patólogo. Y cuando él terminaba, las mandaban al médico forense. Pero yo decía: “Tómenlo en digital y de frente mandan a todos por la red”. Eran tan malas las fotos, que había gente que no reconocía a sus muertos, pues. Era terrible el tema.
En una (entrevista) usted dijo que siempre ha estado rodeada de la muerte.
Sí. Para mí, la muerte es algo que está muy presente, siempre. Aunque últimamente la tengo medio olvidada. Debería tenerla más presente. Porque ser consciente de ella es lo que te permite vivir más. Día por día.
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