“Es un precio alto el que ha pagado la prensa colombiana por actuar de un modo valiente”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
De hablar pausado y reflexivo, el escritor, catedrático y reconocido periodista colombiano Sergio Ocampo Madrid (Medellín, 1965), suele contestar todas las preguntas con inteligencia, profundidad y espíritu crítico. Incluso, en algunos casos, con necesaria crudeza. Sean interrogantes sobre política internacional -diseccionando la realidad de su país y el accionar de varios políticos latinoamericanos, con gran agudeza-, periodismo o literatura. Ocampo vino al Perú, en julio de 2012, como invitado de la XVII Feria Internacional del Libro de Lima, donde participó de la mesa redonda Tradición y novedad en la literatura contemporánea de América Latina: diversas miradas, así como de otra titulada Narrativa colombiana.
Asimismo, es autor del libro de cuentos A Larissa no le gustaban los escargots (2009) y la novela El hombre que murió la víspera (2011). Ha sido editor de El Tiempo, El Colombiano y subdirector de El Heraldo. Ha ganado dos veces el Premio Simón Bolívar al mejor cubrimiento de una noticia -1998 y 2005-, el Premio CPB de la Universidad Externado en 1996 y el Premio Semana Petrobrás de prensa en 2008. También ha sido consultor de la ONU en temas políticos y de género, así como consultor de la Fundación para la Libertad de Prensa en temas de acceso a la información. Y es fundador del Taller de Redactores Asociados (Tareas).
Valga aclarar que, dentro del análisis político internacional realizado por Ocampo durante esta entrevista (efectuada, exactamente, el domingo 22 de julio), todas las referencias que él realizó sobre el siempre polémico Hugo Chávez las hizo antes de que el mandatario venezolano empeorase su salud de modo irremediable -Chávez se mantuvo oficialmente a cargo del Gobierno de su país hasta su fallecimiento, el 5 de marzo de 2013. No obstante, ya había reconocido públicamente, en julio de 2011, que sufría de cáncer-.
Muchas gracias por la oportunidad. Usted es de Medellín. El hecho de ser de Medellín, que es la ciudad, lamentablemente, más violenta de Colombia, ¿influyó mucho en usted para entrar en el periodismo o no tuvo tanto que ver sino que fue una decisión influida por otros motivos?
Varias cosas con esa pregunta. La primera es que Medellín llegó a ser la ciudad más violenta de Colombia hace unos años, pero ya no lo es. Ha habido un descenso radical en los homicidios, en la inseguridad. La segunda es que Medellín, aparte de eso y desde mucho antes ha sido el gran foco industrial de Colombia, con unas clases medias muy fuertes, con unas élites muy cercanas a la cultura. Entonces, Medellín es un productor de cultura muy importante desde comienzos del siglo XX. Fernando Botero es un hombre de Medellín, Fernando Vallejo es un hombre de Medellín. León de Greiff, probablemente el poeta más importante de Colombia del siglo XX, es de Medellín, también. Entonces, es un poco injusto catalogar a Medellín o rotularla como una ciudad violenta a priori, desconociendo el acervo cultural y el profundo aporte empresarial, económico y de desarrollo, en general, para Colombia. Pero la consideración más importante es que yo solamente viví mis primeros cuatro años en Medellín, ja, ja… Yo soy un hombre educado en Bogotá.
Es más de la capital.
Sí, totalmente. Y soy un hombre profundamente bogotano en mi sentir. Me siento muy bogotano, muy conectado con Bogotá. Medellín es una referencia importante en mi vida, sin duda: por mis papás, mis abuelos. De ahí hacia atrás todos son de esa tierra, todos son antioqueños. Pero mi ciudad es Bogotá.
Se lo mencionaba porque Fernando Vallejo había sacado el libro La virgen de los sicarios (1994) que, además, fue refrendado por la película de (Barbet) Schroeder…
Sí.
…y que tuvo una difusión enorme a nivel internacional.
Claro.
Es una imagen que se vendió mucho acerca de Medellín.
Sí. Fernando Vallejo vive muy atormentado con el tema de la violencia, con el tema de Medellín, con una visión del mundo -particularmente del país y de su ciudad- que son terriblemente fatalistas. Reales, muy críticas -y eso está muy bien-, pero demasiado reiterativas y extremas. Con lo cual siento yo que terminan perdiendo alguna vigencia y fuerza. Se convierte, como decimos en Colombia, en “la misma cantaleta” desde hace treinta años hacia acá.
Uribe, Santos, Mockus, Humala y Chávez
¿Y usted siente ahora que con el gobierno de Juan Manuel Santos -quizás (desde) Uribe- la violencia en Colombia ha disminuido estadísticamente de una manera considerable o, todavía, no se puede decir que hay una disminución considerable?
Hay un mito ahí que ha hecho mucho daño. Y es que el grueso de la violencia en Colombia, estadísticamente, no es la violencia política, no surge de la violencia política. El grueso de la violencia en Colombia tiene un origen económico y social, y está dado más por la forma en que los colombianos aprendieron a relacionarse. A todo nivel. Lo que pasa es que la violencia política tiene mucha más prensa. Si la violencia política ha alcanzado grados de horror, de manifestaciones de brutalidad, es obvio que las tengamos que conocer, divulgar y denunciar. Entonces, el gran trabajo en Colombia para erradicar la violencia, si bien tiene una carga de responsabilidad gubernamental muy grande, no es algo que se pueda dejar solamente a los gobiernos. Es un profundo trabajo cultural que tenemos que asumir desde muy distintas esferas. Con Álvaro Uribe, la acción de la guerrilla se frena, se repliega. Hay unos indicadores positivos que mantenían muy asustados a los colombianos. Sin embargo, Álvaro Uribe no hizo la tarea completa porque si no las FARC ya no existirían. Y tuvo ocho años para hacerla. En Colombia mucha gente asume una frase que es: “Es que son apenas cuatro años. ¿En cuatro años que puede hacer un presidente?”. Álvaro Uribe tuvo ocho. Yo siempre contesto: “La República de Weimar, en Alemania, se formó en diez años. Alemania salió de la guerra en el 18”. Dejó de ser el reino que manejaba un kaiser, se convirtió en una república que muy pronto floreció y que, desafortunadamente, se encontró con los nacional-socialistas a los doce años y hasta ahí llegó la cosa. Pero los alemanes lograron reconstruir su país, de la Primera Guerra Mundial, en diez años. Entonces, ocho años debería ser muy buen tiempo, para cualquier presidente, para construir un proyecto nacional. Lo que siento es, en cuanto al presidente Uribe, que, por un lado, la tarea no quedó completamente hecha; y, por otro, que su megalomanía le impide ver que su tiempo terminó y que ahora corresponde que otro lo intente. Lo que él está haciendo es torpedear, boicotear permanentemente al actual Gobierno, del cual ni hago parte ni voté por él, pero considero que está haciendo algunas cosas bien. A pesar de que tiene a Uribe respirándole en la nuca permanentemente. Y eso tiene que ser muy difícil para cualquier jefe de Estado.
La imagen internacional, inclusive, es que Juan Manuel Santos, habiendo sido ministro de Defensa de Uribe, está siguiendo lo mismo, más o menos, que Uribe.
¡Sí! Eso es muy interesante porque Santos era como un heredero natural de Uribe, pero Santos era un hombre con libreto propio mucho antes de que Uribe hubiera aparecido en el panorama. Uribe es casi un accidente en la política colombiana. Uribe es un hombre con un discurso consecuente. ¿Y por qué es consecuente? Durante los últimos veinticinco, treinta años, Uribe tiene un discurso del uso de la fuerza, un discurso de la autoridad que tiene espacio en Colombia, debe tenerlo. Personalmente, comparto algunas de esas postulaciones filosóficas de que Colombia necesita una resolución de su conflicto, a menudo, por la fuerza. También creo que necesita unas dosis importantes de autoridad. En eso diría que comparto la visión uribista. Lo que no comparto es que por ir detrás de eso uno tenga que feriar y entregar el país en manos de los más corrompidos, que fue lo que hizo Álvaro Uribe. Eso me parece absolutamente inaceptable y siento que Uribe nos defraudó. Y que jamás debemos darle la oportunidad de volver al poder. No por este espejismo de la seguridad tenemos que terminar entregando los erarios públicos a los más corruptos.
Lamentablemente, este tema de la seguridad importa mucho.
Demasiado.
Al costo que sea. Por ejemplo, Bush fue reelegido precisamente por un tema de seguridad…
Tienes toda la razón.
…cuando no debería haber sido reelegido.
Claro.
Con Uribe pasa lo mismo.
Pasa algo muy similar. Sí, tienes toda la razón. Hay una percepción de necesidad primordial de seguridad, que creo que tiene algo de falacia. Creo que termina no siendo real. ¿Por qué lo digo? Y lo digo con el profundo respeto de ser un hombre que vive en la capital y que no ha padecido la violencia guerrillera, pero lo que te digo es: el impacto de la violencia guerrillera en Colombia es minúsculo. Y ahí es donde está la trampa: que se ha pretendido concederle a la guerrilla un poderío enorme que no ha tenido en ningún momento. Inclusive, hace diez años, cuando secuestraban gentes en carreteras y todo, eso se debía más a una falta de presencia estatal. A una falta de seriedad de las políticas del Estado en su seguridad, que a un real poder militar y económico de la guerrilla. La guerrilla colombiana no tiene cómo prevalecer en plaza fuerte en ningún municipio de Colombia. Me explico: que tomen un municipio de cinco mil habitantes. No tienen cómo quedarse tres días ahí. El ejército los saca en día y medio. Quizás con un tremendo baño de sangre, pero de que los saca, los saca. Esto no era lo que ocurría en Centroamérica: en El Salvador y Nicaragua, que son los casos que más conozco yo, esta gente dominaba porciones reales de territorio. Y eran inexpugnables en esos territorios. En Colombia no pasa lo mismo. Entonces, hay mucho de manejo mediático de las cosas, de construir mentiras que terminan haciéndonos mucho daño. Pero para cerrarte la pregunta de Juan Manuel Santos: Santos era, de alguna manera, el que seguía después de Uribe. Pero, ojo: no porque fuera el bendecido de Uribe sino porque toda la trayectoria de más de veinte años en la vida pública apuntaban a que él tenía que ser.
El candidato natural.
Sí, exacto. Uribe es casi un accidente. Santos podría haber sido presidente primero que Uribe. Santos hizo toda la cola, esperó todo el tiempo. Y, finalmente, se atraviesa la propuesta de Uribe en un momento en el que el país está enfurecido por la acción de la guerrilla, por la enorme torpeza, la enorme brutalidad de las FARC, y este hombre sale con un discurso que es consecuente, que ofrece una salida distinta a la que, en ese momento, se está intentando, que ha sido el fracaso rotundo. Entonces, Santos tendrá que aplazar su aspiración. El verdadero candidato de Uribe, el que le podía haber cubierto sus espaldas, el que podría haber seguido por una línea absolutamente similar, burocrática, corrupta, de él, era un hombre que está preso en este momento: Andrés Felipe Arias. Ese era el que Uribe hubiera querido que ganara. Se sabía de antemano que entre Uribe y Santos iba a haber problemas. Yo nunca pensé que Uribe iba a mostrarse tan absolutamente enajenado como para hacer lo que está haciendo, pero era previsible.
No asume que es un expresidente, todavía.
Claro. No lo asume. Y ya lleva dos años por fuera de la presidencia.
Incluso, para la última elección en Colombia apareció esta posibilidad de Antanas Mockus…
Sí.
Mockus: ¿se le infló demasiado a través de la prensa? Inclusive en las redes sociales tenía una aceptación enorme y, a la hora de la votación, fue absolutamente menor de la esperada.
Sí, casi ridícula. Porque la paliza que le dio Santos fue de nueve millones a tres millones. Una paliza gigantesca. Es muy difícil poder establecer, con toda la certeza, qué fue lo que ocurrió. Pero, sin duda, Antanas Mockus era una opción muy interesante de poder. Básicamente, en un sentido: por primera vez -no exagero si digo en doscientos años de vida republicana- emergía un hombre, un proyecto político que no tenía nada que ver con los partidos tradicionales colombianos. Ni con el liberal ni el conservador que nos han gobernado. Desde que se murió Bolívar, Colombia ha tenido los partidos políticos más antiguos de América completa. Tampoco venía de la izquierda tradicional, de nuestro partido comunista. Era un hombre de una opción independiente, pero independiente ciento por ciento.
Filósofo, además.
¡Claro! Un hombre de la Academia. Un hombre al que no se le podía demostrar nada torcido por ningún lado. Mockus era una tremenda esperanza para el país. Yo voté convencido por Mockus las dos veces.
Sobre todo que proponía la no violencia.
Claro.
No seguir ese proyecto armamentista de Uribe.
Claro. Ese fue uno de los elementos de su derrota, también. Colombia todavía está muy enfurecida con la guerrilla y eso no lo han entendido los guerrilleros. Los guerrilleros no se dan cuenta de que su ascendiente sobre la población es del 0,001. Por eso digo que hay mucho de mito con respecto a las FARC. Por un lado, no tienen el poderío militar ni económico que se les quiere atribuir. Y, por el otro lado, no son una opción política para nadie porque hasta el colombiano más pobre las odia y les teme con toda su alma. Hay, todavía, tiempo en Colombia para un discurso de fuerza contra las FARC y Mockus no representaba eso. Aunque Mockus es un hombre de un pulso muy firme y no creo que hubiera sido un payaso o un pelele frente a la guerrilla. Pero la gran responsabilidad de lo que pasó con Mockus -sin que me atreva a decir que esa es la explicación de la debacle y la paliza en las urnas- es que resultó ser un pésimo candidato. Yo, que iba a votar por él y que voté por él, rogaba porque las elecciones se acabaran ya para que este tipo no siguiera diciendo estupideces frente a los micrófonos, para que no siguiera dando declaraciones.
Se contradecía.
Se contradecía. Demostraba que no tenía un manejo total de situaciones de Estado. Lo demostró con un tema como el de la extradición, que es un tema en el que los colombianos somos expertos en el continente, porque llevamos extraditando gente hace veinticinco años. Demostró que no sabía cómo era el mecanismo de la extradición. Terminó haciendo un elogio de Chávez en momentos en que estábamos saliendo del gobierno de Uribe, en el cual, por más antiuribista que uno fuera, uno reconocía que Uribe estaba asumiendo una posición de freno de contención contra el Chávez amigo de las FARC. Entonces, fueron demasiadas idioteces, estupideces, las que cometió. Él mismo dijo: “Yo soy el campeón de los autogoles”. Lo que pasa es que no pensamos que eso le fuera a costar tantos votos.
Sí. Porque Colombia con Venezuela había tenido bastantes roces y justo sale Mockus a decir eso. Era como: “¿Qué pasó acá?”
Claro. Y así como en Colombia difícilmente encuentras gente que quiera a las FARC, difícilmente vas a encontrar gente que quiera a Chávez. Es inaceptable que un jefe de Estado foráneo se quiera meter en tus procesos internos y esa era la clarísima intención de Chávez desde un comienzo.
Me acuerdo, inclusive, que en cumbres internacionales -y lo pasaban (por televisión) acá, también, en el Perú-, se veía que Chávez amenazaba a Uribe.
Claro.
Le decía: “Usted es mentiroso”. Y los dos se peleaban.
Claro. Un irrespeto total a las formas. Un jefe de Estado no puede tratar a otro de “asesino”, no puede tratar a otro de “narcoterrorista”, como le decía Chávez a Uribe con todos los micrófonos abiertos.
Con todos los presidentes de los otros países (presentes en las cumbres internacionales).
Claro. Antes había terminado incidiendo en las elecciones peruanas -Chávez- cuando dijo que si ganaba el corrupto (Alan) García, Venezuela iba a estudiar el curso de las relaciones con Perú. Si yo fuera peruano y aunque García no me gustara, terminaría votando por García.
Sí.
Chávez fue importante en las elecciones que ganó Santos. Porque desde que arrancó el proceso electoral insistió en que si ganaba Santos había un enorme riesgo de una guerra regional, cosa que es una absoluta ridiculez. Si tú ves las votaciones en las zonas de frontera de Colombia con Venezuela, que es una frontera gigantesca, de casi 2 300 kilómetros…
Mucha selva.
Selva, una parte. La gran mayoría no es selva. Hay una parte de llanos gigantesca. Es una frontera tan grande que va desde un desierto, arriba en la guajira, hasta las selvas, abajo. Pero pasa por los Andes, que es, además, la frontera viva, la frontera en la que venezolanos y colombianos son idénticos y no hay diferencias -ellos no las sienten-, y una zona de llanos enorme, en la que la identidad cultural es ser llaneros antes que colombianos o venezolanos. En esas zonas, la paliza que le dio Santos a Mockus fue brutal. De diez contra uno. Con lo cual el mensaje era muy claro: “Señor Chávez, si va a haber guerra, a nosotros, que somos los primeros afectados -porque somos los fronterizos-, no nos importa. No se meta”.
Defendían la soberanía.
¡Claro! Y en México fue lo mismo. ¿Te acuerdas? En México, de alguna manera, Chávez estaba respaldando a López Obrador -no en esta (elección) sino en las anteriores- y eso terminó incidiendo en el triunfo del presidente Calderón. En Honduras, Funes fue clarísimo desde que arrancó, diciendo: “Yo no tengo nada que ver con Chávez. Soy un hombre de izquierda. No tengo nada que ver”. Humala se desmarcó, desde el comienzo, de Chávez porque sabe que el influjo de Chávez es terriblemente negativo.
En la última elección.
En la última, sí.
En la anterior, él casi decía: “Yo soy su hijo”.
Claro. Sí. ¡Comprendió la lección! Presiento que comprendió la lección y, además, ya en el poder demostró que, efectivamente, ni era el hijo ni casi el gran amigo tampoco.
Y ahora se está volviendo más derechista de lo que era Alan García en su segundo Gobierno.
El poder conservatiza. Me llama mucho la atención que Perú se está alineando justamente con Chile, Colombia. Mejor dicho, Humala se da cuenta de que lo fundamental es la economía. Por lo menos, en lo macro. No tengo demasiada información para hablar de las cosas sociales de este Gobierno, pero sí es muy evidente que se está formando un bloque económico no tirando hacia el ALBA -como esperaría Chávez- sino hacia Chile, Colombia y México.
Las promesas electorales de Humala se han ido al tacho. En un año que recién va a tener el Gobierno, eso es lo que se le critica mucho: “Tú dijiste A, B, C y estás haciendo Z, X, Y”. Se ha ido al otro lado.
Sí.
Presidentes, paramilitares y narcos atentan o amenazan a la prensa
Quería entrar al tema periodístico netamente. Usted que ha estado en El Tiempo y en El Heraldo: en otras palabras, que ha estado dentro de la prensa nacional colombiana, ¿cómo ha visto la libertad de expresión? Hay casos como el de Cambio, que fue censurado, que fue cerrado en el año 2010.
Sí. No fue censurado como tal. Y te lo digo porque hay que establecer ese matiz. La censura es, fundamentalmente, un acto oficial. Y aquí son los dueños los que deciden. Son los dueños, en una decisión de tipo económico y, fundamentalmente, editorial, los que deciden acabar con el experimento de Cambio. Que venía haciendo unas cosas maravillosas, denunciando y…
Diecisiete años.
Claro. Realmente, no es censura, por lo que te dije. Porque la palabra censura es, estrictamente, una acción oficial. Me duele muchísimo la muerte de Cambio por muchas cosas. Creo que venían haciendo un trabajo excepcional, y no en los últimos años -contra el Gobierno corruptísimo de Álvaro Uribe- sino desde su origen. La revista Cambio fue fundamental para denunciar lo que en Colombia se conoció como la parapolítica. Y fue fundamental en la denuncia del Proceso 8 000. Ahí está su primera fase. El Proceso 8 000 en Colombia es un proceso con el cual los colombianos, por primera vez, nos atrevemos a decir, de viva voz, que el dinero del narcotráfico ha infiltrado totalmente la política colombiana. Cambio lideró eso. Entonces, es doloroso por ese lado, pero sobre todo es particularmente doloroso porque es el único caso en Colombia en el que yo veo que hay un atentado enorme contra la libertad de prensa, contra la libertad de expresión.
Era el mejor periodismo de investigación en Colombia.
No el mejor, pero uno de los que lo estaba haciendo. Ahora, no era el único. Para nada. La revista Semana también estaba ahí, haciendo cosas muy valientes, y algunos noticieros de televisión, también, estaban asumiendo unas posturas de independencia, de denuncia, muy importantes. El diario El espectador, que tiene 125 años, nunca ha dejado de ser un periódico muy crítico. A lo que voy, Gianmarco, es que la prensa colombiana es una buena prensa. Inclusive, si uno la compara con la de los vecinos -con todo el amor hacia el Perú que siento y con todo el respeto-, pues es una prensa de lujo la colombiana. Por ética, por apego a unos principios universales del periodismo. No es perfecta, para nada. Tiene enormes defectos. Hemos tenido épocas muy complicadas. Tenemos demasiadas muertes de periodistas. Pero es difícil encontrar en Colombia -aparte de estos hechos puntuales de amenazas a periodistas, de asesinatos, que me parecen la cosa más aberrante- hechos gubernamentales o privados contra la gran prensa. Sin embargo, ahora, cada vez que yo salga a decir eso internacionalmente, van a decir: “¡Ah!, pero y el cierre de Cambio ¿qué?”. Por eso me duele tanto que se haya terminado cerrando una revista en una decisión absolutamente torpe.
Se la pone fácil a los críticos de la prensa de Colombia.
Claro. En parte, por un pésimo manejo de la situación. Ellos tenían la potestad, como dueños, de cerrar un producto que, en realidad, no era muy rentable…
(Pero) era un símbolo.
Era un símbolo, claro, y además, lo hacen en el momento en que está más candente su cuestionamiento al presidente Uribe, por un lado. Y, por el otro, en que está más ferviente su deseo de quedarse con un tercer canal de televisión cuando están licitando. Quiero, de todas maneras, dejar constancia aquí: el cierre de Cambio es una decisión de los españoles dueños de El Tiempo, del Grupo Planeta. No es una decisión que se haya tomado El Tiempo, los dueños anteriores, la familia Santos, la que le dio vida a ese periódico en 1911.
¿No tiene nada que ver con Juan Manuel Santos?
Sí. Totalmente. Es la misma familia. Del 38 al 42 fue presidente el tío abuelo del actual presidente de Colombia. Aparte de lo de Cambio, yo sí siento que Colombia goza de una relativa libertad de expresión, por encima del estándar que le veo al resto de América Latina. Haciendo la total salvedad de que es muy grave que sigan presentándose estos hechos de acoso, de asesinato, de persecución de periodistas. Pero, también, haciendo una salvedad sobre esa salvedad, y es que: son los actores armados los primeros verdugos de la prensa colombiana. No es desde el Estado. Yo acabo de llegar de Guatemala, y en Guatemala tú sí ves que hay un Estado que está censurando, que está abiertamente enviando señales a la prensa, diciéndoles: “Por ahí no es. Los estrangulamos si siguen por ahí”. Cosa que ya hizo el señor Correa en Ecuador, cosa que intenta hacer la señora Kirchner en Argentina, cosa que ha logrado maravillosamente el presidente Chávez en Venezuela. Cerrando inclusive, como hechos de Gobierno, un canal de televisión, asfixiando a otro, quitando licencias de emisoras de radio. Eso no se ve en mi país.
En el año 2010 hubo este atentado de -han habido varios- 50 kilos de anfo en la estación de la sede de la cadena Caracol…
Sí. Yo te puedo hablar de atentados contra la prensa desde hace (tiempo). En el 87, 88: El espectador sufrió una bomba de Pablo Escobar. Y el periódico Vanguardia liberal de Bucaramanga sufrió otra bomba del narcotráfico. El periódico El colombiano fue baleado por el narcotráfico. Al señor Guillermo Cano de El espectador lo asesinaron. Es un precio alto el que ha pagado la prensa colombiana por actuar de un modo valiente. Sobre todo en la contención contra el narcotráfico.
Es una relación directa: narcotráfico versus prensa. En los ochenta sobre todo.
Exacto.
Pablo Escobar, el número uno del mundo en narcotráfico: Colombia comienza a sufrir como nunca.
Sí. Así es. Y aun así la prensa jamás llegó -no puedo ocultar que lo digo con un gran orgullo, no solo como colombiano sino como un tipo que estaba participando en eso, también- a extremos como los de Ciudad Juárez, en donde el año pasado el editorial de un periódico (El Diario) llegó a hacer una petición al narcotráfico de que no los molestara más y que les dijera qué quería de ellos. Fue terrible.
(Tuvo repercusión) a nivel internacional.
Eso es abrir la puerta más peligrosa de todas las puertas.
Le acababan de matar un reportero.
Sí, un periodista. Claro.
Usted ya el año 2008, según leí, pasó totalmente al lado de la literatura. Dijo que ya se iba a dedicar totalmente…
Sí.
…a la literatura. ¿Extraña, todavía, el periodismo?
No, para nada, je, je, je... Al contrario. A veces, siento que perdí mucho tiempo ahí. Que perdí muchos años dedicado a algo que me gustaba, pero que no era la vocación de mi vida. A veces, inclusive, hay una profunda desilusión de haber gastado tanto tiempo y no haber logrado nada. No haber logrado cambios en mi país significativos.
Un (solo) hombre es difícil -si no está en el máximo poder- que lo logre.
Claro. Pero siempre tienes la ilusión de que puedes colaborar en hacerlo. Inclusive, yo creo que estando en el máximo poder, también, es muy difícil, je je… En estos países nuestros es muy difícil, por la enorme dispersión.
¿Alguna vez usted, como periodista, recibió una amenaza de muerte?
Sí. Yo fui amenazado, evidente y claramente, dos veces. Y las dos por los paramilitares. Una, en el 2002, y la otra, en el 2005.
¿Por algún motivo, en especial?
La primera, por unos informes que hicimos sobre la Universidad del Atlántico. Un gran informe que hicimos sobre la infiltración del paramilitarismo en la Universidad del Atlántico, que estaba generando inclusive muertes de líderes estudiantiles, profesores. Es que previo al gobierno de Álvaro Uribe, cuando la guerrilla anda más desatada que nunca, en algunas zonas del país, particularmente en el Caribe colombiano, la influencia paramilitar es aterradora, en todos los niveles: la política, los órganos de control, los manejos de los presupuestos, la Academia. Te lo digo de esta manera: el último peldaño de la infiltración paramilitar en el Estado colombiano es llevar a la presidencia a Álvaro Uribe Vélez. Es una consagración de un proyecto que, afortunadamente, no logró cuajar del todo. Esperábamos que no logre cuajar del todo.
Igual, estuvo ocho años.
Claro. Y, todavía, tiene un gran prestigio. Me aterra el prestigio que tiene Uribe afuera, por ejemplo. Lo bien que me hablan de Uribe aquí en Perú.
Quizá por el tema del terrorismo que, también, hemos vivido acá.
Entre los opositores venezolanos les encanta Uribe. En Guatemala, por ejemplo, entre la derecha hay una percepción muy positiva de Uribe como líder.
Es que la gente piensa en Uribe como el que puso orden en Colombia un poco…
Sí.
…dentro de tanto derramamiento de sangre.
Y yo cuando arranqué la entrevista te decía que era probable que sí. Y que, inclusive, compartía algunos de los postulados de su proyecto político, pero no de su moral pública. Porque yo sí creo que ha sido el Gobierno más corrupto de los últimos ochenta o cien años.
En esto se parece, por ejemplo, a Alberto Fujimori. Si bien puso orden, en temas de violencia política en el país, es el Gobierno más corrupto de la historia del Perú.
Claro. Y yo no creo que ninguno de estos países pueda justificar lo uno por lo otro. Definitivamente, no puede ser así. Que por una percepción de seguridad que no resulta siendo real -y la demostración es que las FARC están ahí, siguen con la misma fuerza con la que venían-, que por contener eso tengamos que permitir que se despilfarre el erario público y quede en manos de unos cuantos bolsillos privados. Yo no comparto eso.
El escritor que admira a Lugones, Vila-Matas y Banville
Para ir entrando al tema literario, que es su actualidad…
Sí. Y mi futuro, espero.
Y su futuro. Justo usted ha publicado un libro de relatos A Larissa no le gustaban los escargots…
Sí.
Y la novela El hombre que murió la víspera.
Sí.
¿Con cuál de estos géneros se siente usted más cómodo o se siente, más que nada, un narrador antes que un novelista o un cuentista?
No, yo me siento cómodo escribiendo, en general. Podría decirte que me siento mucho mejor escribiendo que hablando, por ejemplo. Difícil determinar si me siento más feliz escribiendo novelas que cuentos. Lo que te podría contestar con toda claridad es que siento que soy un hombre muy flojo para la poesía.
Es un género muy difícil.
Es muy difícil, sí. No creo tener la sensibilidad para ser poeta.
Tiene otro nivel de concisión.
Sí. Y, sobre todo, requiere algo en lo que yo me considero impedido: la poesía es, por definición, hermética. La poesía -en su forma más tradicional de expresarse- es críptica, oscura. Más que oscura es opaca. El término es preciso: es opaca. Porque te está entregando acertijos, mensajes, pero no te los da de frente, te los da llenos de retórica, de simbolismos. A mí me cuesta mucho trabajo eso. ¿En qué sentido? Yo creo que la lectura debe ser un ejercicio maravilloso de comunicación. Y en la medida en que se lo hagamos más difícil a un lector, pues no estamos cumpliendo totalmente el cometido de comunicar lo que tenemos en la cabeza. Por eso -y lo admito como total limitación-, considero que no podría hacer poesía. Sin embargo, para tratar de matizar eso, elaboro y juego mucho con el lenguaje, que es otra característica de la poesía. Me gusta que el lenguaje sea protagonista de las cosas que escribo.
Quiere darle algún sentido poético a las cosas.
Sí.
Es la esencia que debe tener toda buena novela o todo buen cuento o buen poema.
Los que me gustan a mí, así son.
Usted ha desarrollado un lado investigativo en su novela.
Mucho.
Por ejemplo, el personaje principal, Bruno Valenzuela, es un investigador total, un antropólogo.
Claro. Sí. La gran dificultad de construir a Bruno Valenzuela estriba en que Bruno no es un perdedor, por lo menos no intelectualmente. Yo creo que es más fácil perfilar un personaje fracasado, porque -como decía un crítico en Colombia- la literatura está plagada de fracasados, hablando de los personajes. Perfilar un personaje más inteligente que uno es bien difícil. Entonces, sí hubo un enorme esfuerzo de mi parte en que Bruno Valenzuela sonara inteligente, demostrara erudición. Y cuando lo logro, resulta que hay un maestro en Alemania que es su gran mentor, y ese tiene que ser más inteligente. Bastante tiempo me gasté prefigurando esos dos personajes.
¿Y está preparando algún otro personaje así, aparte, para alguna novela?
No.
Todavía.
Acabo de terminar una novela corta. Es un texto que oscila entre la novela negra y el surrealismo, pero no es ni lo uno ni lo otro. Entre otras, porque la novela negra casi siempre exige un policía…
Y un muerto.
Este tiene muchos muertos, pero casi siempre te exige un policía. Y yo preferí irme por el lado de un periodista fabulador, un periodista judicial, que defiende su derecho a la creatividad, je, je… Uno de los grandes males de los cronistas, por ejemplo, es que escriben maravillosamente bien, nos cuentan unas historias fantásticas, pero muchos adolecen de falta de rigor: inventan una cantidad de cosas… Ese es mi personaje de esta novela.
¿Y cuáles son los referentes literarios que usted tiene, ahora que está en su etapa plena de escritor? Había leído que usted no reconoce influencias, pero sí que ha aprendido de muchos escritores.
Sí. Yo no me considero un estudioso, totalmente juicioso, de la literatura; entre otras, porque siento que me impide poderla disfrutar y sentir como me gusta disfrutarla y sentirla. Entonces, en lugar de decir “es que me he especializado en Coetzee”, te puedo decir que, para mí, una enorme influencia proviene de Thomas Pynchon o algún otro de la escuela norteamericana actual. Te podría decir que hay textos que me han marcado profundamente. O en su totalidad, como logros integrales de literatura, o por personajes específicos, frases, párrafos, que son absolutamente memorables. Por ejemplo, hay un cuento de Leopoldo Lugones que me parece una cosa tormentosa, que se llama Yzur (de su libro Las fuerzas extrañas de 1906). Ese es un cuento que me deja marcado: cómo me gustaría poder escribir algo como eso. El año pasado tuve la oportunidad de acercarme a un libro de un autor catalán -se llama Bartleby y Compañía (2001)-: Enrique Vila-Matas.
El de Dublinesca (2010).
Sí. Ese libro me parece un portento absoluto. Lograr escribir algo como eso -que ni siquiera es fácil, que ni siquiera es para un público abierto-, tomar la decisión de escribir sobre los escritores que, en algún momento, se silenciaron o los silenció la vida o las circunstancias, o tomaron la decisión -como Salinger- de solamente tener una obra casi…
Y apartarse del mundo.
(Asiente con la cabeza) apartarse del mundo. Ese libro es iluminador. En El mar (2005) de (John) Banville, me parece que el manejo de la prosa es absolutamente exquisito, es una cosa envidiable, que no solo sientes un gran placer leyendo eso, emoción, sino que dices: “¡Qué envidia no haber escrito algo como esto yo!”. No es ni siquiera la historia, no es ni siquiera la forma en que se estructuran los personajes ni la forma en que se cuentan las cosas, en El mar. Te podría hablar de cosas como esas, más que decirte que admiro a Banville.
Más determinados libros que autores.
Sí. Textos específicos, párrafos específicos de algunos autores.
¿Pero alguna tradición en especial: la norteamericana, la europea?
No. Ninguna en particular.
¿Influye (como colombiano) lo real maravilloso en usted?
No. Es muy difícil. Por lo menos, creo que en Colombia, y me atrevería a decir que en América Latina, es casi un suicidio escribir real maravilloso. Es que ya García Márquez no dejó nada sin agotar ahí. El hombre lo agotó todo. Magníficamente, además.
Como creo que decía Juan Gabriel Vásquez: son herederos (literarios) por ser del (mismo) país, pero los escritores colombianos no hacen una literatura para nada parecida a la que hacía…
Para nada.
…García Márquez.
Nosotros tuvimos una mesa sobre literatura colombiana hace tres días, aquí en la Feria del Libro (de Lima), el día que se inauguró, el miércoles. En la noche, tres autores colombianos decíamos que tener ese grueso tronco que significa (García Márquez)…
Casi el padre…
Sí, claro. Quítale el casi, inclusive. Ese grueso, robusto, frondosísimo árbol que es García Márquez, por un lado, te cobija; pero, por el otro lado, te produce una sombra impresionante. Y ya hubo toda una generación de escritores magníficos que sucumbieron ante esa sombra. Afortunadamente, ese tiempo pasa y lo que estamos disfrutando es el cobijo de un tronco literario que puede generar una tradición enorme. Colombia va para adelante. Puedo decir que siento a Colombia como uno de los (países) latinoamericanos que está a la vanguardia en literatura, en cuanto a producción literaria, en cuanto a industria editorial. A pesar de la terrible noticia de que Norma cerró el año pasado (2011), que era nuestra gran bandera internacional. Pero hay una gran fuerza en las editoriales independientes, que parece que nos va a llevar a algún lado.
¡Qué bueno! Le deseo el mayor de los éxitos en su carrera literaria y que siga volviendo a las ferias del libro futuras de mi país.
Muchas gracias a ti por esta oportunidad.
Muchas gracias.
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