sábado, 23 de marzo de 2013

Antonio Orjeda


“Entrevistar a estas mujeres fue una terapia” 


 Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán 


Marco Antonio Orjeda Zamudio (Lima, 1968) es uno de los periodistas más queridos del Perú. Y no hay nada exagerado en tal afirmación. Los elogios que sus entrevistadas -las mujeres de negocios y emprendedoras sociales más destacadas del país, hoy conocidas como las Mujeres Batalla- le prodigan son constantes, desde hace una década. Por ejemplo, Azucena Gutiérrez, gerente de la cadena de juguerías Disfruta, dice: “¡Antonio es lo máximo! Apenas comenzó la entrevista, fue como si hablara con un pata. La conversación fluyó naturalmente, no me percaté que me entrevistaba. Es más, cuando terminó me pregunté: ¿y a qué hora empieza la entrevista? La pasé genial, en verdad. Además, ¡él vive contigo tu historia!”.

Por su parte, Carmen Hanza de Raffo, gerente de la cafetería gourmet Charlotte, señala: “Antonio me encanta como periodista. Siempre he seguido todas sus entrevistas y su libro Mujeres Batalla es sumamente ameno y entretenido. Hace muy buenas preguntas”. Asimismo, Mili Arellano, gerente de Perú Top Publications, asegura: “Tiene un talento increíble para hacer entrevistas tremendamente profundas, se documenta mucho sobre la persona, su vida, su trayectoria, y sabe encontrar el filón de riqueza personal y profesional de cada ser humano que tiene ante sí. Crea una atmósfera de empatía muy singular, como una burbuja. Y la gente se abre a él”.

Desde el año pasado, Antonio es director de la magnífica revista Mujeres Batalla, pero trabajó antes en El Comercio, desde 1994 hasta 2011. En dicho diario estuvo a cargo de la página Ejecutivas durante siete años -antes de ello escribió crónicas urbanas, críticas de rock y transitó por diversas secciones del periódico-. En 2012 fue coautor de Pecados capitales. 7 miradas para entender el éxito y el fracaso en el Perú, junto a Vanessa Antúnez, Julio Escalante y Luis Felipe Gamarra. También fue miembro del Comité Consultivo de CADE Emprendedores 2012. Mientras que en 2007 publicó el libro Mujeres Batalla, el cual fue un best seller que terminó siendo utilizado como material de trabajo en colegios, universidades y escuelas de negocios. Y en 2003 fue becario de la Fundación para el Nuevo Periodismo.

Durante la tercera semana de febrero, apenas publicada la octava edición de su revista, tuvimos la grata oportunidad de conversar con Antonio en su departamento miraflorino. Ahí descubrimos que, aparte de sus cualidades profesionales, de ser uno de los mejores entrevistadores nacionales, él es un hombre transparente, sin ningún temor a la autocrítica -por más dura que pueda ser-. Quizá eso lo emparenta con sus entrevistadas: la capacidad de ver lo bueno y lo malo de su personalidad y sus acciones, con nitidez y honestidad, sin buscar nunca engañarse a sí mismo ni a los demás. Él es consciente -al igual que sus formidables Mujeres Batalla- que esa es la mejor manera de crecer como ser humano cada día.

Muchas gracias por la oportunidad. Cuando eras chico dibujabas superhéroes y se los vendías a tus primos.
(Rostro sorprendido) Ja, ja…

¿Ahí comienza el Antonio Orjeda emprendedor?
Puede ser que sí. Lo que pasa es que mi papá recurrió a un mecanismo muy interesante para fomentar la lectura en mí: me pagaba por cada página que yo leía de un libro determinado.

Tu papá era profesor.
Mi papá era profesor de matemáticas. Y mi papá no leía mucho. Es más, hasta ahora. Pero eso es alucinante: sin él leer mucho, quería que yo lea bastante. Y él me pagaba por cada página leída. Y me daba un plus cuando, al terminar el libro determinado, yo le resumía el libro.

Eras un lector a sueldo.
Era un lector a sueldo. Y era divertido, porque siendo muy niño tenía dinero. Aprendí a ganarme el billete.

¿Desde los cuántos años, más o menos?
¡Uy! Era chibolo. Tendría que haber sido siete, ocho años. Si bien él me daba algo de propina, lo bacán fue que comencé a buscarme maneras de ganar dinero. Y una era: dibujaba muy bien. Me acuerdo que cuando entré a primero de media y me cambiaron de colegio, llegué con mis dibujos. A mis patas les gustaron los dibujos: se me ocurrió vendérselos. Me compró uno, los seguí vendiendo. A mis primos les vendía, también, dibujos. Incluso, les dibujaba la ropa: una camiseta, por ejemplo. Pero en esa época, por ignorancia, las pintaba con plumón. Y se borraban, pues. Por ahí debe estar algún polo con dibujos. ¡Qué bacán haberme recordado eso! Voy a buscarlos para enseñárselos a mi hija.

¿Y harías lo mismo con Miranda, tu hija: a los siete años le pagarías para que lea algún libro?
Creo que no. Quisiera que ella aprenda a leer por imitación. Me parece muy bacán lo que hizo mi viejo porque me enseñó el valor del dinero. No sé si era su objetivo, nunca se lo he preguntado. Es más, se lo voy a preguntar este fin de semana, ja, ja, ja… En el caso de Miranda, yo quisiera que ella lo hiciese por mero placer. Verme leyendo: el ejemplo es la mejor herencia que puede dejar un padre. Me gustaría que ella lea por placer más que por billete.

Y por el lado de tu mamá que, también, era profesora, ¿te daban ganas de leer por imitación o ella apoyaba la idea de tu papá?
No. Mi mamá no se metía. La influencia de ambos en mí ha estado marcada. No sé si lo habrían conversado, pero ambos maestros -mi vieja de educación primaria y mi viejo de matemáticas, en secundaria- hicieron lo mismo, que fue, de niño, llevarme a sus salones de clase. Me sentaba a un costado y ellos daban su clase.

Eras un alumno libre.
Era un alumno libre y era pajísima porque los veía chambear. De nuevo: el ejemplo, la mejor herencia de los padres. Yo no sé si ellos eran conscientes de lo que estaban haciendo. Recién ahora, de viejo, me pongo a pensar en que yo no sé trabajar a medias. Cuando trabajo me doy al 100%. Y hace poco, en realidad, tratando de entenderlo encontré que, de repente, el hilo podía estar por ahí: ver a mis viejos en sus clases y a sus alumnos atendiendo, siguiendo, disfrutando. A mi mamá la adoraban sus alumnas y a mi viejo lo odiaban un poco porque era un profesor exigente, difícil.

Y de matemáticas.
¡Y de matemáticas! Era chistoso porque a él lo odiaban y lo adoraban. Esa parte era muy divertida.

Era como un político: algunos lo odiaban, otros lo amaban.
Claro. Es que mi viejo era un tipo recto, pero, a la vez, bromista. Como mi viejo era un pata callejero -y es un pata callejero-, a sus alumnos, muchas veces, para enseñarles recurría a metáforas cotidianas. Entonces, la clase se convertía en un vacilón, y no hay mejor manera de aprender que como jugando. Y es matemáticas. Que te rieses no implicaba que podías faltarle el respeto. Porque mi viejo sí tenía fama de duro, de no ser un “profe” que se vendiese. Me tocó en el colegio experimentar con un mundo divertido. Lo que pasa es que yo terminé en el Alfonso Ugarte en los 80s.

Pero ¿dónde habías empezado?
Empecé en el Maristas. Hice la primaria en el Maristas de San Juan de Miraflores, que es el Maristas mixto, el Maristas pobre.

Somos de los Maristas.
Somos de los Maristas. Y de ahí, del primero al tercero de media lo hice en un colegio nacional de San Juan de Miraflores -que era donde yo vivía-, y cuarto y quinto en el Alfonso Ugarte, de San Isidro, que era una Gran Unidad Escolar. Un lugar, para mí, maravilloso. Era un antro. Mis viejos no esperaban que fuese a ser el colegio lo que fue. Yo agradezco a la vida el haber hecho ese par de años en ese colegio maravilloso, donde aprendí sobre la vida más que una formación escolar.

Te dio mucha calle.
¡Me abrió los ojos! Nosotros salíamos al recreo con las cosas porque los cuadernos, si los dejabas en el salón, te los rompían y los libros te los robaban para vendérselos al señor de la librería. Era un colegio donde las broncas eran cotidianas.

¿Tú eras “bronquero”?
No. Pero por ser nuevo en cuarto de media, para dejar de ser una “lorna” en potencia, obviamente, tuve que bronquearme. Me fue bien, felizmente. Entonces, todo fluyó. Era un colegio maravilloso. Yo, estando enfermo, iba al colegio porque me divertía mucho. Era un colegio absurdo. Te digo esto porque la hilazón con lo anterior es que ahí descubrí que los profesores tenían precio: les pagabas para pasar de curso.

Y eso solo es una escuela de la vida.
Por supuesto.

Hay gente que tiene precio y hay gente que no.
Claro. Era impactante. Porque, aparte, siendo hijo de maestros, esto era algo imposible. Pero ese colegio era tan aparentemente absurdo: era otro orden. Entrar al Ugarte era entrar a otro mundo.

Los Maristas eran algo más espiritual, ordenado.
Sí. ¡Claro! Yo veo a mis amigos del Maristas y los estimo mucho, pero lo del Ugarte era una locura. Era una locura ese colegio.

Tú eras fanático de los superhéroes.
Sí.

¿Lo sigues siendo?
No, ya no. Es que “fanático” implica seguirles la vida. Llegó un momento en que, la verdad, me sabía toda la historia de Batman, Spiderman, de todos estos patas, pero ya no. Pero sí me gusta tener muñequitos. La música me fue ganando. Más soy un melómano ahorita que un amante de los cómics o de los superhéroes. Pero sí me gusta el rollo de los héroes, sí me atrae. A tal punto que mi vida profesional es, justamente, entrevistar a heroínas, a mujeres ejemplares.

A eso iba, justamente. Has trasladado al superhéroe -que, en el fondo, es ficción- por héroes de verdad, de carne y hueso.
Así es.

En el fondo, el deseo de tener proyectados o visibles a gente con valores, principios, cosas admirables, se ha trasladado de la ficción, ahora, a la realidad.
Claro.

Y esta gente es como de ficción. Son héroes totales.
¡Claro!

Mujeres heroínas.

Y estas mujeres no tienen superpoderes, no vuelan, pero son hipervaliosas, pues. Es bien interesante porque uno va creciendo y te vas dando cuenta que el tema de los superhéroes es divertido, pero es divertido y punto. Más rico es disfrutar una historia real. Tener la dicha de entrevistar a mujeres sorprendentes en su cotidianeidad es tan enriquecedor… Yo soy un afortunado, en ese sentido. Porque, a la vez, entrevistarlas me nutre como persona, me ilumina.

La mayoría de gente piensa que tú solamente has entrevistado a empresarias y ejecutivas, pero poca gente sabe que, también, has entrevistado a la historiadora María Rostworowski o a la terapeuta Carola Cisneros. Entonces, tu rango de interés por las heroínas no ha sido solamente el económico o de negocios…
Así es.

…sino, también, mujeres que han aportado al país en distintos ramos, ámbitos.
Estoy aprendiendo a ser una persona agradecida: yo le agradezco mucho a Inés Temple, porque este concepto que ella sembró, de que cada uno es su propia empresa…

Usted S.A.
¡Ajá! Yo me apropié de ese concepto y a partir de ahí dije: “Una empresaria no es únicamente la persona que genera dinero, que construye un ente que genera dinero, una empresaria es aquella que se traza una meta, una empresa y va hacia ella”. La empresa de María Rostworowski es haber revolucionado la historia del Perú. La empresa de Susana Baca es musicalizar poesía. Susana Baca, para mí, es un caso espectacular, porque en el Perú -hoy ya no es tanto- solía ser muy difícil vivir de la música, y esa mujer se metió en lo más difícil. De verdad, era de origen humilde. Lo tenía (todo) en contra, en un país racista. Y, hoy en día, ella es una de nuestras máximas representantes. Creo que después de Juan Diego Flórez es ella, lejos, nuestra intérprete más internacional.

Y Tania Libertad.
Claro. Pero Susana Baca es a nivel mundial. En Europa ella es muy reconocida. Una mujer valiente. Y eso es lo rico, pues: poder tener contacto con estas mujeres, con estas más que heroínas, mujeres ejemplares. Y es bacán porque yo siento que soy una persona que necesitaba ejemplos de coraje, gente que me estimule. Que, de alguna manera, me ilumine a hacer aquello con lo que yo soñaba y no me atrevía. Creo que es la razón por la cual mi búsqueda de héroes aterrizó, sin pretenderlo, a través de la página que tenía en El Comercio, que me permitía entrevistar a emprendedoras, empresarias, ejecutivas.

Y algunas veces, inclusive, te han retado. Me acuerdo perfectamente que Rowstorowski te dice: “Me han entrevistado muchas veces. No me vas a repetir las mismas preguntas que me han hecho”.
Claro. Y que te lo diga María Rowstorowski es como que ¡te tiemblan las piernas! Entonces, yo me acuerdo que le dije: “Espero estar a la altura”. Sí, fue muy rico entrevistar a esa mujer. Y que me ponga a prueba, también, fue espectacular. Porque hacer lo que hacemos -entrevistar- es un privilegio, pues. Y es muy rico cuando tú sientes que una entrevista está fluyendo, es útil, le va a servir al lector. Porque, al menos yo, básicamente, hago mi trabajo pensando en que le sea útil al lector. Esa es mi meta.

De la revista que ahora diriges, Mujeres Batalla, la referencia más directa es el libro, del año 2007, que también se llama Mujeres Batalla. Antes de publicar el libro habías tenido dudas, temores, pero ¿cuál fue el punto clave o el momento exacto en el que tú dijiste: “Adiós temores. He entrevistado casi 400 mujeres impresionantes en el Perú y ya tengo que sacar este material”? Porque no solo es un beneficio para el periodismo nacional sino para la gente que quiere emprender, para el tema de negocios, para todo este ámbito tan grande que ahora es el emprendedurismo.
Número uno: la revista no existiría si no me hubieran despedido, si yo no hubiera perdido la chamba. Porque, en realidad, yo trabajando en el diario había entrado en eso que llaman “zona de confort”.

Te habías aggiornado.
Así es. Entonces, ¿por qué me mando a hacer el libro? ¿Qué fue lo que me empujó? Fue el contacto con una lectora, una mamá que me escribió al correo de la página que yo tenía en El Comercio -Ejecutivas-. Una señora que me agradecía por la página y me contaba que estaba coleccionando las entrevistas que yo hacía para que su hija las lea. Obviamente, le respondí, le agradecí, le pregunté que me cuente qué edad tenía su hija y ella me dijo que tenía dos años. Cuando me dijo eso, yo me quedé helado. Por primera vez en mi vida sentí que mi trabajo era útil y esa fue la razón que me llevó a decidir hacer el libro. Porque si yo hice el libro, no fue por un afán personalista y hacer ningún tipo de aporte al periodismo. No creo que por ahí fuese la cosa, sino simplemente porque tomé conciencia de que hacer las entrevistas me había hecho bien. Yo era un tipo con la autoestima muy baja, con muchos miedos, y convertir mis miedos en preguntas y que esas mujeres me supiesen responder de manera tan maravillosa, me había comenzado a estimular, me había comenzado a mover los conchos. Entonces, cuando sentí que no solamente a mí sino a otras personas les podía ser útil esto, dije: “Hagamos el libro”. Y lo que hice fue seleccionar las entrevistas que yo consideraba más útiles. De nuevo, la palabra “útil”: la utilidad para mí es clave. No seleccioné las mejores -periodísticamente hablando- ni a los nombres más conocidos sino a las que yo consideraba más útiles. Por eso que a la hora de escribir el prólogo, también, yo había pensado hacer, originalmente, una suerte de ensayo sobre la mujer peruana. Pero en el proceso fui tomando conciencia de cuánto bien me había hecho el entrevistar, el exponerme a estas mujeres. Entonces, dije: “¿Por qué no contarle yo al lector, a la lectora, cómo me han hecho bien estas entrevistas, cuánto bien me han hecho?”. Y eso fue lo que hice, finalmente. Por eso que, al final, pongo que es una advertencia para el lector: enfrentarte a estas mujeres puede ser dañino para la salud de todo cobarde. Porque yo me consideraba un cobarde.

Me ha quedado la curiosidad: ¿por qué alguien que ha estado tantos años en el diario más importante del Perú tenía la autoestima baja? Porque otros están unos meses y se creen…
Ja, ja, ja…

…el periodista del siglo.
¡Qué gracioso! Yo, la verdad que nunca me sentí lo máximo por trabajar en el diario. Para mí, era chamba y punto. El tema de la autoestima baja uno la tiene por diferentes circunstancias que vienen de la infancia. Obviamente, uno en el proceso de crecimiento va encontrando sus mecanismos de defensa. Yo encontré los míos y construí una pose. Puedes construir la pose, pero eso no quita que, en el fondo, en realidad, tus miedos estén presentes. En mi caso, estaban muy presentes. Por eso te digo: para mí, comenzar a entrevistar a estas mujeres fue una terapia. Comencé a convertir mis miedos, mis complejos, mis taras, en preguntas. Y se las comencé a hacer a ellas. Y ellas me respondían con una naturalidad, con una contundencia que, sin pretenderlo, me estaban sanando. Eso es lo rico, eso es lo maravilloso de esta chamba. De alguna manera, hay un toque de egoísmo, si quieres, en este oficio mío. Porque en el placer de hacer este trabajo, también, subyacía esta necesidad de heroínas, de ejemplos que me estimulen, que me convenzan de que yo soy capaz de hacer cosas. De reencontrarme con este niño que se ganaba la plata solo. Finalmente, me hicieron mucho bien. Siento que, hoy en día, soy una persona que ha enfrentado sus miedos y lo sigo haciendo. Y el hacer la revista, obviamente, de nuevo me alteró la vida, porque jamás había sentido tanto miedo. Una cosa es tener el soporte de trabajar en el diario más importante del país y otra cosa es hacerlo por tu cuenta. Y es bacán esto, porque para hacerlo solo, yo solamente contaba con una cosa, que era mi prestigio.

Que no es poco.
Felizmente. Un prestigio que construí sin pretenderlo. Porque sin pretenderlo me terminé ganando el afecto y el respeto de mis entrevistadas. Entonces, ellas fueron mi principal punto de apoyo cuando me lancé a esa aventura de hacer la revista Mujeres Batalla.

Sobre la revista, Luis Felipe Gamarra decía que “su apuesta empresarial -la revista- no es común, es arriesgada y valiente”.
¡Qué honor! Y qué alegría que un colega tan bacán como Luis Felipe diga eso. Voy a buscarlo para unas chelas, ja, ja, ja…

Y una de tus entrevistadas de la primera edición, que era Albina Ruiz Ríos -fabulosa, por cierto-...
¡Uf, un mujerón!

Ella, también, decía: “Él es una persona muy dedicada a su trabajo, cree firmemente en lo que hace y emprende. Sobre todo cree en las mujeres emprendedoras y respeta el trabajo de cada una de ellas, y es un hombre con principios”. Entonces, es muy cierto esto de que te has ganado el afecto de tus entrevistadas.
¿Qué quieres que te diga?

Te aman.
Te escucho leer eso y la verdad que ¡uy! me pone…

Te pone sentimental.
Sentimental no.

Sentimental, en el buen sentido.
Claro. Es que, en realidad, yo siento que el tema me da cosa.

Te abruma.
Me abruma, claro. Porque es ¡wow! A veces, uno no está acostumbrado. Cuando uno tiene la autoestima baja le cuesta aceptar el cariño, el afecto, el respeto, la admiración. Cuando me dicen que me admiran, me abruma. La verdad que me raya mucho.

Pero nada es gratuito.
Sí, pues. Estoy aprendiendo a creérmela, obviamente, para bien. Porque, en realidad, sí me hace bien creer lo que dicen esas personas que no tienen por qué decirlo gratuitamente. Es muy rico. Se los agradezco infinitamente.

Tu tía Olga me comentó que, al principio, parecía que no ibas a ser periodista escrito, sino que -ella dice-: “Le gustaba mucho tomarnos fotos en toda pose. Yo pensé que sería periodista gráfico, pero no”.
Eso es cierto.

Al final (dice ella), “es un orgullo para toda la familia”.
Habíamos llevado un curso de fotografía en la universidad… En realidad, soy bueno para tomar fotos. Pero ocurrió así y me encanta hacer lo que hago. Y me encanta que mi tía piense eso. Es rico sentir el cariño, el afecto, el reconocimiento de la gente. Es bacán porque yo nunca he hecho las cosas para que me devuelvan de esa manera. Cuando me llaman por teléfono para agradecerme por la entrevista, lo que les suelo decir es: “Agradécete tú, porque si tú no fueras tan valiosa, ten la certeza de que yo no te hubiera entrevistado”. Así es. Para mí, lo más importante es el lector. Al lector yo tengo que darle lo mejor, darle gente valiosa. Yo entrevisto a la gente que vale la pena.

Tu madre Ana María solía llamarte después que tú publicabas tus entrevistas los martes en Ejecutivas.
Sí.

¿Qué crees que hubiera dicho o qué te estaría diciendo ahora, en que vas ya en la octava edición de tu revista, apenas hubiera salido al kiosco?
Mi vieja era una llorona. Mi vieja estaría llorando. Ella falleció hace cuatro años. Me encantaría que esté viva para verle la cara. Eso sí.

He podido notar que tu familia ha sido muy fuerte en tu vocación. Se nota que te ha apoyado, ha creído en ti. Porque tu tía me decía: “Su opinión siempre fue y es muy centrada. Siempre pensamos que lo que él hiciera lo haría bien y no nos equivocamos. Mi hermana lo crió con muchos valores, por eso nuestra confianza”.
¡Ah, qué paja! Yo, en realidad, siempre he tratado de hacer lo que creía. La verdad es que era una persona que no solía pedir consejos. Lo que he logrado, lo que tengo, es mi chamba. Siento que es muy rico saber que mi familia lo valora.

Hubo una frase que tu hermana Patricia te dijo, cuando tú eras más joven...
Fue bien paja. Yo era adolescente y me dijo: “Tú nunca te equivocas, ¿no?”. “No, pues”. “Claro, como nunca haces nada”. Esa vaina me marcó. Fue muy fuerte. Por eso te decía que, para mí, fue muy importante recibir el correo de esa señora que me agradecía y me contaba que estaba coleccionando mis entrevistas. Porque fue la primera vez que sentí que, como periodista, mi labor era útil. Eso me permitió mirar hacia atrás y ver que mi chamba, en las diferentes secciones de El Comercio, tenía un filo social. Siempre traté de servir. Esto yo lo hice inconscientemente. Es muy rico darte cuenta de eso. Y ahora que hago la revista es bien sabroso sentir el reconocimiento de la gente que me escribe, que saluda a la revista y agradece que exista. De repente, una amiga me dice que su mamá se suscribió a la revista y me cuenta que en el almuerzo dominguero comenzó a hablar ella de la revista, que estaba suscrita, y de los casos que había leído. Y que, llegado el momento, incluso, me reventó cohetes por la chamba que hacía. Enterarme de esas cosas me abruma, ¡me saca de cuadro!, porque siento como que no estoy preparado para recibir ese tipo de halagos. Pero, obviamente, es muy rico. En ese sentido, agradezco mucho. Y agradezco más todavía porque ya soy papá, tengo una hija, Miranda, que el domingo 24 (de febrero) cumple cuatro años. Entonces, todas estas sensaciones ricas que estoy viviendo, lo más paja de vivirlas, es que siento que, de alguna manera, todo esto positivo lo puedo proyectar en ella. Ese es mi anhelo, mi sueño: darle a ella lo mejor. Y lo mejor es que vea a su papá haciendo las cosas bien.

Lo más probable es que Miranda vaya a ser, más adelante, también, una Mujer Batalla.
Sí, yo espero eso. Y lo más divertido es que hace más de un mes, yo un día estaba conduciendo, ella estaba atrás y, de repente, me dijo: “Papá, ¿si yo soy Mujer Batalla me entrevistas?”. Una chibola de tres años, ¿sabes? En ese momento uno siente como que todo vale la pena. Que todo el esfuerzo ha valido la pena. Que toda esta sacada de mugre, de no dormir, de vivir con tensión, que te falta la plata, todo vale la pena. Esa frase me volvió loco, pues, je, je… Sí, me volvió loco.

Hay frases que nos marcan la vida, como la de tu hermana, ahora la de tu hija.
Sí.

Seguramente muchas de tu mamá, también, te habrán marcado.
No. Alucina que las frases fuertes en mi vida son esas de mi hermana y esta de Miranda. Mi vieja era una incondicional. Hiciese lo que yo hiciese, para ella iba a estar bien. Mi viejo era un poco bestia: su manera de estimularme era retándome a la mala. Hoy en día, entiendo qué quería hacer. A mi viejo lo quiero un huevo. Entiendo que él trató de estimularme para que yo sea mejor que él. Y cada uno tiene su método, pues. Yo agradezco su intención, lo que él quería hacer. Y si bien no creo ser mejor que él, para nada, sí cumplió su cometido: porque sí siento que he logrado alguito en la vida.

Quería terminar la entrevista conversando sobre la revista en sí. Hay muchos casos -como tú has dicho- en que son mujeres espectaculares, mujeres que valen la pena. Había pensado que eran mujeres de las cuales uno podría hacer un cortometraje o un largometraje de sus vidas.
Por supuesto.

Por ejemplo, el caso de Carmen Hanza o de Rosario Maggi. Son gente que uno dice: ¡Wow! Se han salido de una empresa -como en el caso de Maggi- exitosa, para ir a otra en la que no sabía nada, con sus hermanas. O el de Hanza, que estaba casi en la quiebra y de pronto le llega lo de la embajada (del Japón), de los rehenes: atenderlos durante cinco meses le salva las deudas. O el de Magaly Silva (la mejor tamalera del país)…
Por supuesto.

…que le pegaban, que sus hermanos eran drogadictos. Es impresionante la fuerza (interior que estas mujeres tienen). Uno dice: “¿De dónde la sacaron?”, porque otros se hubieran quebrado fácilmente.
Y, como te darás cuenta, no tienen superpoderes, no usan capas ni antifaces ni se disfrazan, no usan mallas. Son mujeres que, de repente, han pasado hoy por tu lado. Son personas, entre comillas, comunes y corrientes, como nosotros. Y si esas personas enfrentaron obstáculos tan bravos y los superaron, nosotros, también, podemos. Esa es la idea, ese es el objetivo de Mujeres Batalla: sembrar ejemplo.

Como Patricia Oyanguren, que su hija tenía cáncer y, de tener una vida cómoda en Arequipa, se va a la nada (en Estados Unidos)…
¡Un mujerón!

Extraordinaria.
¡Un mujerón! Una persona con la que te podías haber cruzado hoy en la calle y no te diste cuenta. ¿Por qué? Porque los medios de comunicación nos enseñan a darle importancia a lo estúpido, a lo vano, a lo grotesco. Nos estamos olvidando de lo humano. Estas señoras, estas mujeres, están ahí. Y si un periodista quiere hacer las cosas bien, las tiene que buscar, las tiene que entrevistar. Esa es mi chamba, ese es mi compromiso. Para eso lo hago. En un país machista, clasista, racista, tengo la suerte de encontrar una enorme cantidad de chicas para mostrar. La revista no únicamente te presenta a esas chicas que han hecho dinero: salen las emprendedoras sociales (también). Porque el rollo es hacer realidad eso que tenía en la cabeza. Hoy, he hecho realidad este proyecto de revista. El octavo número ya fue publicado, ya comencé las entrevistas para el noveno. Estamos por cumplir nuestro primer aniversario. Eso yo no lo habría hecho si es que no hubiese perdido la chamba. ¡Cuántas cosas podemos hacer y no hacemos sino hasta que las circunstancias nos obligan! De repente, pude haberlo hecho mucho antes, pero ocurrió así. Para adelante con todo.

De todas estas casi 400 historias que tienes durante tantos años de entrevistador a exclusividad -lo cual es un mérito, porque poca gente se dedica realmente a ser entrevistador. Lo ven como parte de hacer otra cosa, “me va a sumar para un reportaje” (por ejemplo), pero no como un género en sí-, ¿cuál es tu entrevista favorita? Tengo una suposición, una deducción. Yo dije: “Antonio Orjeda abrió su revista, la edición uno, con Azucena Gutiérrez”. ¿Acaso es la de Gutiérrez tu entrevista favorita?
Mi respuesta no va a ser diplomática ni de a vainas. No estoy eludiendo tu pregunta y no estoy pretendiendo ser diplomático con todas ellas al decirte que, en realidad, no tengo una preferida. Hay entrevistas que yo siento que me han quedado redonditas, pero, en realidad, siento placer al ir desgrabando las entrevistas. Mi placer está en saber que esta entrevista va a valer la pena, va a serle útil al lector. Si la respuesta no es la que esperabas, lo siento. En realidad, es así. No hay. Yo entrevisto a personas, ninguna me ha decepcionado, todas son valiosas. Claro, cuando entrevisto a una chica que ha sido de origen muy humilde, que enfrentó mil circunstancias y que hoy le va muy bien, la gente suele aplaudir. Más bien, suele no entender cuando entrevisto a alguien de condición económica acomodada. Porque dicen: “¿Cuál es el mérito de esa chica?”. Mi idea, también, es romper con este racismo al revés, de ida y vuelta, que hay en el país. Entonces, no tengo una entrevistada número uno.

Si bien lo que dices es cierto, de este prejuicio que hay contra la gente que tiene dinero, sean hombres o mujeres, en el caso de tus entrevistadas que han tenido dinero o, al menos, un buen apellido -a veces, no tenían dinero sino un buen apellido y muchísimos problemas económicos-, eran pioneras. Me acuerdo de la hermana de Susana de la Puente…
Caridad.

Caridad de la Puente Wiesse. Ella era una pionera total en el ámbito de los seguros…
Así es.

Nadie en el país estaba en esta posición (empresarial que ella tenía, siendo mujer). Eso es un gran mérito.
Claro.

No verlo es un prejuicio…
Por supuesto.

…que mucha gente tiene, todavía.
Es más, yo era un cúmulo de prejuicios. He sido un tipo muy tonto. Yo era del equipo de los que no entendía por qué había que entrevistar, destacar a un emprendedor que arrancaba teniendo todo el apoyo económico de su papá y de su mamá. Caridad de la Puente es una persona a la que le agradezco infinitamente, porque me ayudó a darme cuenta cuán tonto era, y cuán tonto era seguir siendo tonto. Yo a ellas (sus entrevistadas) les agradezco que me permitieran convertir mis traumas, mis complejos, mis taras, en preguntas. Me devolvieron respuestas tan bacanes, tan saludables, tan salvadoras… Yo agradezco a la vida esta chamba. Ellas me han ayudado mucho. Me han permitido convertirme en el periodista especializado en entrevistar a mujeres emprendedoras. Es bien loco. Jamás pensé eso.

Te han hecho un mejor ser humano, además.
Definitivamente. Y me están permitiendo ser un mejor padre.

Exacto.
¿Qué más puedo pedir?

Antonio: muchísimas gracias por la entrevista. Ha sido un verdadero gusto conocerte y poder entrevistarte.
Gracias.

Y muchos éxitos con todas las nuevas ediciones que vengan de Mujeres Batalla.
Gracias. Prometo luchar a muerte para conseguirlo.

Excelente. Gracias.

2 comentarios:

  1. Sr. Marco Antonio Orjeda Zamudio,
    Mi nombre es Jorge Suazo T.
    Me gustaría comunicarme con Usted, por lo que cuento con un producto inédito, el mismo que me gustaría logras contactarme con alguna de las Señoras emprendedoras para que pueda participar como inversionista u socia, para la fabricación y comercialización de dicho producto o quizá su persona conoce alguna otra persona que tenga interés en invertir, estoy llano ha hacerle la exposición del producto, las forma y/o estrategias de venta, etc.
    Soy el profesor Jorge Suazo T.
    Cel. 956564498 Mail: lecturafacil105@hotmail,com
    Graciar por escucharme, hasta pronto.

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