martes, 3 de julio de 2012

Jorge Carrión


“Me considero un escritor que, además, viaja”


Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Hijo de andaluces, Jorge Carrión (Tarragona, 1976) es un crítico literario y escritor al que no le gusta mucho que lo califiquen de cronista, aunque lo sea -y de los buenos-. Cree convencido que para hacer un buen trabajo de crónica de viajes uno debe estar atento a todo: la realidad, los libros (que incluyen poesía, cuento, novela, ensayo), las historietas, la música, el cine, Internet, y más. Todo puede incluirse en la crónica -un género que por naturaleza no discrimina nada-, pero hay que integrarlo con inteligencia y arte. Carrión vino a Lima hace poco, para ofrecer un taller de crónica de viajes y dar conferencias gracias al Centro Cultural de España. Doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, ha publicado los libros de no ficción La piel de La Boca (2008) y Australia, un viaje (2008), el libro de artista GR-83 (2007), La brújula (2006) sobre crónicas de viaje, la novela corta Ene (2001), y la traducción de una famosa obra del siglo XIV del escritor catalán Bernat Metge: El sueño (2006). Asimismo, ha editado la antología de literatura joven Amor global y otras infamias (2003) y es co-director de la revista Quimera. También ha colaborado con revistas como Travesías, Etiqueta Negra, Punto de vista, Lateral, Señales, Brando y Letras Libres. Sus textos han sido antologados en Alemania, España, Cuba, Argentina y México.

Un cronista de viajes: ¿en qué consiste todo el background que debe tener para hacer esto que, a primera vista, es algo sencillo, pero, en verdad, es mucho más complejo de lo que el nombre pinta?
Yo estudié Humanidades, que en España es como la antigua Filosofía y Letras, es una carrera que habla de todo, pero de nada, y es cultura general. Creo que me fue muy bien para viajar esa visión. Me acuerdo que había una asignatura de Historia de África, una de Historia de la Ciencia, una de Psicología, aparte de las de Literatura, Arte y Filosofía. Esa visión como más amplia del mundo me fue muy bien para viajar. Lo que uno necesita para viajar es interés y cierta capacidad de absorción de la información. Si uno tiene eso, puede viajar.

¿Sentiste en algún momento que eras un periodista viajero o que eras un literato viajero?
Yo me considero un escritor. No sé tampoco exactamente qué es eso, pero desde siempre me considero un escritor y he hecho muchas cosas vinculadas con el periodismo, la gestión cultural, la docencia, la edición. Básicamente, me considero un escritor que, además, viaja.

¿Consideras que ahora -por la globalización- la crónica de viajes está en un boom o es una cosa separada, no tiene una correlación directa?
El boom, el auge del turismo como industria casi principal de nuestros días, ha hecho que todos los discursos vinculados con el turismo estén en auge: el televisivo, internáutico, escrito, fotográfico. Entonces, la crónica de viajes se engloba en eso. Pero la crónica en tanto literatura pone en crisis el discurso turístico. De modo que, si la producción periodística-turística está en auge, la crónica no debería estarlo, porque su condición es precisamente no ser moda sino ser un contradiscurso.

El cronista de viajes no puede ser un turista, no puede disfrutar tanto un viaje porque está en plan de análisis de todo lo que le rodea, todo lo que ve y todo lo que escucha. ¿Cómo hace para disfrutar de un viaje? ¿Es imposible disfrutar al cien por ciento cuando va en plan de “voy a hacer una crónica sobre este lugar”?
Es justo al revés. Todo depende de qué entiendas por “disfrutar”. No te puedes relajar, no puedes quizá descansar, pero “disfrutar” mucho, porque le sacas un rendimiento intelectual absoluto. Un día de playa y museos puede ser encantador y relajante, muy placentero si quieres, pero un día en que entrevistas a cuatro personas y te llevan a un barrio que no conocías que existía, y llegas a casa agotado, pero con cuatro apuntes y cuatro ideas, eso es mucho más. Puedo haber disfrutado mucho más, un disfrute intelectual. El viajero que está atento, trabajando, activo, saca un rendimiento mucho más grande de la realidad.

¿De qué lugar te ha gustado más escribir una crónica?
Creo que sobre Buenos Aires -que es mi último libro- porque era un reto escribir una crónica sobre la vida cotidiana en un lugar que no es el tuyo. Viví en La Boca unos meses y escribir un libro sobre un lugar en el cual solo has vivido vida cotidiana, no ha pasado nada excepcional, y que eso tuviera interés en sí mismo, era un reto. Entonces, La piel de La Boca, que es este libro pensado para lectores no solo españoles sino sobre todo argentinos, era el lugar que me ha provocado más placer. Además, es un libro que escribí después de haber intentado hacer un documental visual, que escribí a partir de imágenes y entrevistas filmadas. Es un libro mediatizado por la experiencia de la cámara de video. Eso me pareció muy interesante, me dio mucho placer. Primero, muchos dolores de cabeza para encontrar la forma, pero una vez que la encontré, mucho placer.

Muchas veces las crónicas suelen percibirse como finitas y cortas, destinadas para unas ocho, diez páginas, como podemos ver en Etiqueta Negra, por ejemplo. Cuando uno hace un libro de crónicas -como es tu caso- sobre Buenos Aires -y Australia, también-, ¿se acerca al ensayo quizá, un ensayo geográfico, un ensayo croniquero?
Hay un escritor español que se llama Eloy Fernández Porta que es muy buen teórico, y él llamó lo que yo hago “ensayo en movimiento”. Creo que es una buena definición. Porque yo he ensayado las tres distancias: la crónica breve -el relato-, la crónica intermedia que yo le llamo nouvelle -novela corta-, y la crónica larga que es el libro de Australia -que sería mi novela de no ficción-. En los tres hay ensayo. Porque el ensayismo, si uno recuerda los orígenes en (Michel de) Montaigne, tiene que ver con el movimiento de las ideas, con la divagación, y la divagación es textual, pero también física. Divagar es vagar. De modo que, recuperando esa idea de Montaigne, del ensayo como divagación y digresión, el viaje es muy digresivo y ensayístico. De modo que sí, es una forma óptima. Pero creo que ya hemos superado los géneros y que la crónica es ensayo, el ensayo es crónica, todo es novela aunque no tenga ficción.

Eres joven y, por lo tanto, estás muy ligado a la tecnología. ¿Cuáles son tus fuentes principales mediáticas, de información, para sostener tus crónicas?
Primero, la asociación directa a la realidad, la libreta de apuntes de lo que has visto. En segundo lugar, las lecturas que uno hace en el viaje: siempre se lleva tres, cuatro libros -vinculados a ese tema- que le pueden iluminar. Y después Internet. No solo Google Imágenes sino, también, Google Videos o YouTube. Muchas veces hay videos en Internet sobre un personaje, una situación o un paisaje que te pueden ayudar. Yo tengo una crónica breve sobre Marina d’Or, que es un macrohotel español, con una playa artificial muy mal hecha: descubrí cómo estaba de mal hecha esa playa porque había un video en YouTube que era de un nativo de allí que filmó la playa, y cuando llueve se desarma (estaba construida sobre un lecho pedregoso). Entonces, fue YouTube el que me dio la clave. Uno tiene que estar muy abierto a todo, y muy atento a ver de dónde puede venir la fuente. Estamos en un mundo sobresaturado de información y fuentes, y muchas son válidas o parcialmente aprovechables. Hay que estar alertas a ver de dónde viene el input.

¿El Perú te provoca en algún momento para hacer una crónica?
Sí, sin duda. El tema es que yo me muevo por dos impulsos: uno, el del encargo. En ese sentido, he propuesto una semblanza, una entrevista a Antonio Cisneros: he leído su poesía y es poesía de viaje. Toda su vida viajó y toda la vida escribió sobre viajes. A ver si me la conceden, me la encargan, sino supongo que no la haré. Para mi obra personal he tomado apuntes para un libro que estoy dirigiendo hace años que se llama La vuelta al mundo, que son fragmentos de todo el mundo, y he tomado apuntes de Perú en Cuzco, Lima. Por ejemplo, voy a escribir sobre la librería El Virrey que me parece una librería muy interesante, pero particularmente no tengo ningún tema.


En Lima, para llegar al poeta Antonio Cisneros, hay que atravesar algunos estratos de leyenda (obviamente urbana). Que si es un hombre difícil, que si bebe demasiado, que si su genialidad, que si su egocentrismo. Así que cuando llamo a su puerta del barrio de Miraflores, a pocas calles del océano, estoy a la expectativa. Acabo de leer la nueva edición de su antología personal Propios como ajenos, cuyo prólogo finaliza así: “Ahora sobrevivo en Lima, con mi mujer, mis tres hijos y mis cinco nietos. El muchacho que fui se ha convertido en un viejo patriarca. Escribo poco, mantengo a duras penas mi tan poquita fe y temo cada día.” Me espero una casa llena de gente, pero no oigo ruido de fondo cuando me atiende la voz de la empleada: “Suba.” Es una edificación de tres plantas, unidas por la escalera que subo, siguiendo una voz masculina muy grave, que resuena desde lo alto: “Jordi, siéntate, ahora bajo.” No hay nietos de por medio: nada es más ajeno a este salón que la infancia y el movimiento (…).

Fragmento de Whisky con Cisneros, de Jorge Carrión. Publicado en el blog del autor español.


La juventud: ¿te parece que es la mejor época para ser un cronista, o te ves como un cronista a lo Kapuscinski? Hasta anciano siguió viajando por el mundo y escribiendo acerca de la realidad de todos los lugares.
Yo me veo escritor. Entonces, no sé que voy a hacer con esa escritura. Cronista es una palabra que no me interesa aplicarme a mí mismo, y como escritor sí me veo escritor de viajes o de movimiento toda la vida. No sé si me voy a cansar de viajar. De escribir, seguro que no. De viajar, creo que tampoco. A ver qué pasa.

Leyendo (tu texto) El grito se nota que hay partes poéticas que fluyen en ti. Cuando se acabe tu época de cronista -si bien no te gusta mucho esa palabra-, ¿piensas, de repente, dedicarte a la poesía? Porque ya siendo cronista eres un narrador, pero veo un aire poético fuerte y sólido, unas luces por ahí muy buenas.
Es que tengo un problema, a los veintipocos años leí muy en serio a Paul Celan, tanto la obra como la crítica sobre su obra, y creo que Celan llegó tan lejos, que yo no sé como ir más lejos. Leyendo la crónica, el viaje, se me ocurren caminos donde puedo avanzar. Leyendo poesía no se me ocurre por dónde. Entonces, eso me impide escribir poesía. No me siento poeta. Creo que es algo extremadamente difícil, al menos no he visto la forma por dónde yo podría aportar algo. Lo que sí me interesa mucho es la literatura como poesía, la ambición poética, simbólica del lenguaje, y en eso sí que trabajo. La verdad es que no me veo publicando poesía. Al revés, veo -si superamos definitivamente los géneros- que alguien entienda que un texto mío en prosa, una crónica, por ejemplo, es un poema. Pero no escribiendo poesía tal como se entiende, en verso.

Muchas gracias por la entrevista y que disfrutes tu estadía en el Perú.
Gracias a ti.

Nota: Esta entrevista fue publicada en setiembre de 2008 en la revista digital Sociedad Latina.

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