“Nunca he tenido una gran fascinación por el cine”
Entrevista realizada por Gianmarco Farfán Cerdán, Patricia Wiesse Risso-Patrón y Gerardo Saravia López
Foto por Gianmarco Farfán Cerdán
Éramos tres lobos al acecho ese jueves al mediodía. Entre tantas voces conocidas conversando en el concurrido Café de las Artes de aquel centro cultural sanisidrino, la única que deseábamos escuchar era la de Lucrecia Martel (Salta, 1966), la muy talentosa guionista y directora argentina de cine. Pero ella no llegaba. Mientras tanto, la escritora española Rosa Montero y la cineasta peruana Claudia Llosa -cuyo film La teta asustada ganó el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín en 2009- estaban a pocos pasos de nosotros, radiantes, divas, dando entrevistas a otros lobos al acecho, mejor dicho, a otros periodistas. Rodeados por muchos profesionales del cine de diversos países, esperábamos pacientemente a Lucrecia, de quien nos habían advertido que no soportaba preguntas poco inteligentes. Hasta que llegó, con su rostro alargado y sosegado de aplicada estudiante universitaria, nos saludó cortésmente a cada uno, y fuimos hasta una pequeña mesa del fondo. Allí, sentada, nos observó con detenimiento, extrañada de tener tres lobos juntos frente a ella, atraídos por la estela de su arte fílmico. Desde ese momento, en vez de escuchar aullidos periodísticos de película, ella respondería generosamente decenas de preguntas.
Y es que Lucrecia Martel es sinónimo de cine de gran calidad. Ha logrado que sus tres únicos largometrajes sean parte de la selección oficial del legendario Festival de Cannes. Con La ciénaga (2001), Martel recibió numerosos premios en La Habana, Sundance, Toulouse, y fue nominada al Oso de Oro en Berlín. Luego se fue consolidando con La niña santa (2004) -nominada a la Palma de Oro de Cannes- y La mujer sin cabeza (2008) -que le valió ser reconocida como Mejor Directora por parte de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York (ACE)-. También ha dirigido cortometrajes como El 56 (1988), Piso 24 (1989), Besos rojos (1991), Rey Muerto (1995) y Pescados (2010). Sus filmes han sido elogiados por el español Pedro Almodóvar, el franco-griego Costa Gavras y el italiano Bernardo Bertolucci. Además, la gran actriz argentina Cecilia Roth dijo que quiere actuar de “cualquier cosa con Lucrecia Martel”.
El año pasado, la Embajada Argentina de España, en colaboración con el Círculo de Bellas Artes de Madrid, dedicó en julio un ciclo cinematográfico a Martel, quien, además, ha sido jurado en el Festival de Cine de Berlín 2002, el Festival de Cannes 2006, el Festival de Venecia 2008, el Festival de Sundance 2008, y vino en 2010 a prestigiar el XIV Festival de Lima -también como jurado-.
En la siguiente entrevista, el mundo del séptimo arte se vuelve un tema más. Y es que sus profundas opiniones sobre política adquieren un protagonismo insospechado. Tras dialogar con ella, uno se queda pensando que no solamente se trata de una cineasta a seguir siempre, sino de una persona realmente comprometida y crítica con la sociedad que le tocó vivir.
Eres la segunda de siete hermanos…
Sí.
Tú decías que a la segunda hija no le prestaban tanta atención en la familia.
No.
Pero ahora viendo el panorama del cine argentino, te estás volviendo como la hermana mayor del cine argentino.
Ah, ja, ja, ja… Para mal, para mal.
Para mal. ¿Cómo te sientes al respecto?
No es así. Muchas veces la prensa más especializada necesita hacer esos órdenes de “el nuevo”, “el viejo”, “el más nuevo”, “el segundo nuevo”, pero la sensación que tengo es que hay muchísima gente produciendo -de generaciones más o menos cercanas- cine en Argentina, y hay bastante diversidad. Me parece que eso ya es un dato de buen estado de salud. Viendo este festival (de Lima) toda América Latina está en buen estado de salud con respecto al cine. Por lo menos hay una cantidad de cuestiones técnicas que, evidentemente, hemos superado. Y una cantidad de habilidades narrativas que hemos adquirido. Lo veo así.
Filmando a la familia
¿De quién era -cuando eras adolescente- la primera cámara que agarraste y empezaste (entonces) a filmar a tu familia?
Era de mi familia. La compró mi papá para nosotros y yo fui la primera que la aprendió a usar, la primera que la empezó a usar extensivamente. Compraron una Camcorder enorme, comparada con las que hay hoy. Ya ahí yo estaba más fanatizada.
Entonces, en tu familia, a tu papá sí le interesaba.
No, a él no. Lo que pasa es que somos siete. A mi papá lo que imagino que le interesaba era retratar a su familia.
Era una cuestión familiar.
Sí. De hecho cuando éramos más chicos él había comprado una cámara Super 8 y filmaba. Pero tampoco tanto. Lo hacía solamente como padre con los hijos, no con otra intención.
¿El primer contacto con la cámara cómo fue?
Lo que pasa es que no soy muy fetichista con eso. Mi papá nos dijo que la cámara era muy cara, que el que la quisiera usar se tenía que aprender el manual. Y yo hice eso: me aprendí el manual. Pero siempre agarré la cámara como si hubiera sido un auto. Me gustaba saber usar los botones. Después, medio que le fui encontrando un gusto, pero jamás lo relacioné con el futuro ni con hacer cine. Para mí era algo más técnico que narrativo o expresivo.
Pero sí ibas filmando las conversaciones familiares.
Filmé muchas escenas familiares, muchísimas. Porque era lo que tenía a mano. A todos mis hermanos y a mis viejos, como un registro. Sin tener mucha noción si era documental, ficción. Porque estaba ahí: tenía la cámara para probar cosas.
¿A los cuántos años?
Yo tenía quince.
¿Y cuándo es que te pica el bicho del cine?
De una manera un poco rara, porque me voy a Buenos Aires a estudiar, sin tener muy claro qué quería estudiar, y me anoto en un curso de dibujos animados. Pero por una cuestión técnica, porque tengo un gusto por aprender a usar las cosas, los aparatos. Entonces, me puse a estudiar eso. Había muchísimas técnicas en ese curso. Se enseñaba pixelación, un montón de cosas. Me dio curiosidad, era algo que estaba muy lejos de mis expectativas, de cuando vivía en Salta. Entonces, me puse a hacer eso y ahí empecé a conocer chicos que sí querían hacer cine, que estaban más en contacto con el cine, y con algunos de ellos me inscribí para dar el examen en una escuela de cine. Y entré, pero esa escuela dejó de funcionar porque había crisis económica. Así que finalmente hice cine por el contacto con otros que (lo) hacían. Fui aprendiendo de leer, ver películas y trabajar en cortometrajes.
Los cuentos de la abuela y los diálogos de mamá
¿Cuáles eran tus directores favoritos, tus mayores influencias?
Es que he visto muy poco cine. Nunca he tenido una gran fascinación por el cine. Me gusta, pero no me vuelve loca ni me parece lo más magnífico para hacer en mi vida, ni me muero por estar haciendo todo el tiempo películas.
O por ver todo el tiempo películas.
No, para nada. Voy poco al cine. Aparte, la relación que yo tengo con el cine es porque me gusta la vida, me gusta el mundo. La ciudad donde nací es una que tiene muchas cuestiones bien propias, bien latinoamericanas. Unos problemas de clase muy acentuados, una cuestión étnica muy acentuada y racista. Fueron todas esas cosas que me atraían -me parecía que estaban naturalizadas- y que no eran buenas, lo que me fue acercando al cine. Pero mi influencia, quien me habrá metido en el cuerpo el deseo de lo narrativo, creo que fue mi abuela. Nos contaba cuentos. Es más, yo creo que entré por ese camino: más de la tradición oral que del gusto por el cine.
Más lo ves como una herramienta para decir cosas que te gustan.
Para compartir. Este medio es una herramienta. Uno no elige mucho las herramientas, las herramientas te eligen. Porque si yo pudiera elegir, por comodidad, preferiría ser escritora: no tengo que andar con un montón de gente. Haciendo cosas me descubrí una cierta habilidad para hacerlo (el cine) y eso me abrió un camino expresivo, pero no soy la loca del cine.
Y aparte, ¿escribes?
Escribo para mí.
Lucrecia, tu abuela Nicolasa te contaba historias de Horacio Quiroga cuando eras chica. ¿Son las mismas historias de Quiroga las que te llevan a hacer el cine que haces?
Horacio Quiroga es un escritor argentino que tiene la particularidad de escribir cosas muy realistas, pero con un componente afiebrado, muy realista en tono, por momentos con datos muy fantásticos. Son historias físicas que uno le cuenta a los chicos medio para asustarlos, muy provincianas. Y con una especie de atmósfera de fiebre todo el tiempo. Eso era fascinante. Mi abuela nos contaba esos cuentos como si fueran cosas que le hubieran ocurrido a ella. Yo conocí a Horacio Quiroga a través de los cuentos de mi abuela. Me enteré que eran de Quiroga cuando fui grande. Porque mi abuela los contaba como si fueran de ella.
¿En tus próximas películas seguirás “robándole” los diálogos a tu madre como ocurría en La ciénaga?
Pienso que sí. Por eso también no me sirve mucho irme del país. Yo cuando estuve en París becada en la Cinefundación (de Cannes) no pude escribir nada. Me sirve escuchar a la gente, me sirve estar en la Argentina. Por eso te digo, mi influencia mayor es lo que me rodea, cuando veo películas (que) me encantan. En este festival he visto un montón. A lo largo de mi vida he ido viendo películas, muchas que me han encantado, muchas que no y, sin duda, todas las que me encantaron me deben haber influido. Incluso las que no me gustaron también me deben haber influido, pero ni sigo haciendo ni seguiré haciendo cine por “amor al cine”.
¿Algún director que hace un cine muy personal como el tuyo?
Me gustan mucho los westerns. Me gustan ciertos directores, tipo Sam Peckinpah, John Woo -algunas películas, al comienzo-, (Ingmar) Bergman, (Robert) Bresson. Curiosamente, no sé cómo logré llegar a esta altura de mi vida y no haber visto ninguna película de (Jean-Luc) Godard. Me parece fascinante John Cassavetes. De Cassavetes creo que he visto casi todo. Y de los directores nuevos, lo que voy viendo en los festivales. A veces siento que decepciono cuando me preguntan.
“La corrupción empieza en la familia”
Cuando uno conversa contigo o te escucha, haces mucho énfasis en la cuestión social. Quizás también en la cuestión política, sin embargo, tu cine es bastante intimista, subjetivo.
Es que las cuestiones políticas son íntimas. Lo peor de las cuestiones políticas y sociales es que uno las naturaliza en su cuerpo. Hay un montón de (cosas) que uno dice que son de un racismo profundo o de indiferencia hacia el dolor de los demás, y uno tiene eso totalmente naturalizado. Siempre parece que la instancia de lo público no es íntima. Eso es algo medio raro porque la vida pública también es íntima. En muchas situaciones uno comprende eso, tiene esa percepción. La corrupción empieza en la familia, no en la función pública. La corrupción empieza cuando una familia cree que lo más importante es sobrevivir como familia y no como un grupo humano más amplio. Entonces, hay muchas cosas que determinan la vida de una comunidad más amplia, y tienen origen en cosas muy individuales y familiares.
Pero para ti la familia es como un microcosmos, donde ocurre todo lo que en la sociedad se da.
Claro, pero te digo que no hago el esfuerzo, es sencillamente que (cuando) uno mira atentamente a una familia, eso sucede. No es que yo lo invento como metáfora de la sociedad. No. Sencillamente sucede. En una familia está todo concentrado. En la Argentina, cuando fue la crisis del 2001, mucha gente decía “que se vayan todos”, y que ningún político representaba a la sociedad: la clase política argentina representa perfectamente a la Argentina. Esa corrupción, ese “sálvese quien pueda” está en la sociedad, no es un problema de la clase política. En lo particular está lo más amplio.
Vivir es una cuestión política
Estos silencios -tanto de la familia como de las sociedades- que se ven en tus películas, y claramente en La mujer sin cabeza… ¿No eras consciente al inicio de que La mujer sin cabeza, en el fondo, era una historia política?
Yo siempre soy consciente, porque muchas de las anécdotas o cosas que hay en mis películas son noticias del diario, cosas que me contaron que pasaron, cosas del mundo. No son inventos en mi mente sin descanso, para nada. Escribir cada imagen convencida es reescribir lo que otros te contaron, las cosas que te acordaste. Uno reescribe todo el tiempo cosas que te va dando el mundo. Y respecto de que mi relación con el cine es política: lo sé perfectamente. La concibo de esa manera porque para mí vivir en el tiempo es una cuestión política. Aunque uno quisiera no puede renunciar a eso. Y no política en términos de conservadores, progresistas, izquierda o derecha, sino en términos (de) que el dolor de los demás -tarde o temprano- es tu dolor, la felicidad de los demás es tu felicidad. Uno no puede vivir aislado. Es imposible. Aunque lo intentemos es imposible. Nuestra naturaleza, nuestra vida, nuestra existencia, tiene sentido socialmente, no individualmente.
Y (en) tu próxima película, que es más fantástica, que se va a llamar Gente…
Sí.
…que estás trabajando. ¿También vas a seguir (allí) interactuando en política…?
Como más fantástica, no, o más absurda que las otras, no sé. Me gustan mucho los géneros, no el género muy duro, pero sí la mezcla, lo que más o menos hace ahora todo el mundo. Eso me gusta mucho y no siento ninguna inhibición ni límite ni pudor con respecto a eso. Hay escenas del cine de terror que me gustan. Te digo que (las escenas de mi nueva película) se asociarían más al cine de terror. En lo que yo hago, en estas tres películas, hay un montón de escenas que son más de películas de terror que de… Se parecen a un montón de cuentos que me contaba mi abuela, se parecen a un montón de cosas.
Las dictaduras latinoamericanas y el neoliberalismo
La dictadura te ha marcado muchísimo, a pesar que no has vivido la época más dura de la represión.
No la viví porque tenía diez años, pero sí fui testigo de eso. Me parece que lo que a todos nos molestó, dolió, respecto de la dictadura, es cuando vas creciendo y te vas dando cuenta todo lo que se intentó negar, ocultar. Toda la intolerancia de ese momento de la Historia, todas las muertes. Eso es muy doloroso para una sociedad. La cantidad de cosas que quedaron truncas, la cantidad de organizaciones sociales que fueron quebradas, desmanteladas. Las dictaduras han sido periodos muy duros, que tenían como objetivo implantar una economía, que es la que triunfó en todo Latinoamérica. El neoliberalismo es la economía que rige a todos nuestros países, y fue necesaria en cada país de Latinoamérica una dictadura para poder establecer esa economía sin resistencias. Uno no asocia eso. No asocia el momento de hoy a ese periodo. En Argentina no se podrían haber dilapidado todos los recursos naturales -como el petróleo-, no se podrían haber vendido la cantidad de empresas públicas que se vendieron en los noventas, si no hubiese habido una dictadura que desmanteló la capacidad de resistencia social. A nadie le gusta que te vendan lo que es tuyo. En los noventas se vendió así en cinco años. Voló todo.
Acá también.
¿Sí? Y en Uruguay están haciendo un esfuerzo, en muchos países. En Chile está pasando. Entonces, la dictadura no es el pasado. No habría este presente sin eso.
Es una continuidad de ese programa. El económico, por lo menos.
Claro. En lo económico, sin duda.
Libertad económica, pero en realidad las mismas causas.
Dependencia absoluta, endeudamiento, ciertos esquemas de corrupción…
¿Y cómo crees que Argentina ha procesado todo esto de la dictadura? Porque, por ejemplo, en un libro, La Voluntad (escrito por Martín Caparrós -ex integrante de Montoneros- y Eduardo Anguita -ex integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo o ERP-, en tres tomos)…
De Caparrós, sí.
…un poco que (se) describe todo esto. En la sociedad argentina hubo un apoyo quizás hacia la identificación con Montoneros, con el ERP, todo eso, pero de pronto la situación se vuelve inmanejable: entra Videla, llega el Mundial (de Fútbol Argentina 1978) y toda la sociedad -que en algún momento apoyaba a estas organizaciones (de izquierda), empezando por el propio Perón- le da la espalda a todos ellos y se vuelve acusadora…
Igual me parece que nunca hubo un apoyo muy masivo a esa organización. Cuando se instaura la violencia en la calle, hay responsabilidad política de todas esas organizaciones, pero una absoluta responsabilidad de parte del Estado de llevar a cabo esa organización de la sociedad con violencia y ocultamiento, mentiras, corrupción, en fin. Por todo lo que han hecho los gobiernos militares, la gente, finalmente, lo que desea es que se calme la cosa. Y muchísimas personas sin un compromiso político, sin conciencia, o con una conciencia muy laxa respecto de lo que significaba apoyar a la dictadura militar de manera silenciosa, la apoyó, fue cómplice de eso. El asunto es que hoy hablar de la dictadura parece una cosa muy demodé, pero hay ciertos mecanismos que siguen intactos. Por ejemplo, el mecanismo de hacer como que no pasa: sigue la pobreza. En Argentina hay un sesenta por ciento de pobreza y la sociedad no se ve a sí misma como pobre. No se identifica con un país con pobreza. No se identifica con un país con racismo.
Por ejemplo, en Perú siempre estamos con una serie de reclamos respecto a esa época. Un autor -creo que era Caparrós- decía: “Acá también seguimos hablando de las Madres de (Plaza de) Mayo, de todo eso, sin embargo, un poco como que están ocurriendo cosas aquí y ahora, hay gente que se ha quedado en ese tiempo…”.
Claro, perfectamente.
Nos hemos comido un cuento...
No sé si hemos comido un cuento, porque (se ha logrado) que se juzguen a determinados militares muy comprometidos en la tortura, y está bien. Eso ha sucedido y es un mérito de este Gobierno. El problema es que este Gobierno con política neoliberal -una política que respecto de la minería es exactamente igual a la de (Carlos Saúl) Menem- tiene ese discurso implacable respecto a esa época. Agradezco ese discurso implacable, pero me gustaría que en su política económica respecto a los recursos naturales -bienes que son de la sociedad- hubiese otro cambio de mentalidad, también. En este Gobierno está la ley de matrimonio gay, ha habido mucho progreso en la sociedad argentina. Ahora se está luchando por una ley de medios para soltar los monopolios tremendos que se armaron.
Buenos Aires no es Argentina
Cuando decía “comerse el cuento”, me refería más que nada a eso de comernos el cuento del sistema económico con inequidad social y todo eso. Antes veíamos a Argentina como una sociedad cohesionada, como una nación, pero hay mucha fragmentación, hay dos Argentinas. Nos parecemos (como países), en realidad, mucho.
Pasa que la imagen que da Argentina es la imagen de Buenos Aires, no es la imagen del resto del país. Mi ciudad se parece mucho más a Perú que a Buenos Aires. Buenos Aires tiene la mayor parte de la inmigración europea, pero el resto del país es distinto, sobre todo el norte. La cantidad de población que tiene los mismos problemas que hay en Perú es, en porcentaje, mayor que la otra.
¿En Salta es igual?
Sí. Los segmentos más pobres de la sociedad coinciden facialmente con los antiguos pobladores, étnicamente son distintos. La clase media, media alta, son más europeas. Hay cosas que son idénticas de conformación. Además de eso, el peso de la Iglesia Católica.
Igual que acá.
Ahora con lo de la ley de matrimonio gay la Iglesia Católica ha sufrido un revés gigantesco, pues se dio cuenta que hay una parte enorme de la sociedad que no está dispuesta a seguir siendo regulada en su vida privada por la Iglesia.
Ahí sí están un paso más adelante que nosotros. El peso de la Ley de Medios (en Argentina), en la mayoría de medios de comunicación acá, se vio como un anatema, un chavismo total. Intervención del Estado y algo totalmente…
No sabés la euforia que hay en un montón de sectores, universidades. Hay que ver después con qué políticas se sostiene eso económicamente, pero la cantidad de canales que parece que se van a abrir, la cantidad de accesos… Mi provincia, Salta: históricamente, el diario y la televisión han sido de una familia cuyo abuelo fue Gobernador, el hijo ha sido dos veces Gobernador. Entonces, esa es la ciudad donde no hay ninguna diversidad de opinión. Ahora aparecieron otros diarios, pero verdaderamente la única oposición o la única posibilidad de comunicación de libre prensa es a través de blogs en Internet. Esto es una locura. Hace treinta años que la provincia tiene esa situación. Esta Ley de Medios, si se logra sostener, va a desbaratar eso.
Ernesto Sabato decía que el mayor mérito de los Kirchner son sus enemigos. ¿Compartirías esa…?
Sí, absolutamente. Si hay algo que detesto es la gente que más y peor habla de ellos. Los mails que se mandan en Argentina, cadenas de mails hablando pestes de la presidenta y de toda la era Kirchner. Estando totalmente en desacuerdo (sobre) cómo este Gobierno maneja la minería, cómo manejan un montón de cuestiones…
Y los indicios de corrupción.
Por supuesto. Que no son tan indicios, que son ya evidencias de corrupción. Prefiero, frente a esa oposición, estar ahí, defendiendo algunas cosas de este Gobierno. Porque la oposición está liderada por una derecha descabezada, y la oposición más seria es mucho más moderada, se opone en cuestiones concretas, no se opone a todo, como esa oposición loca de derecha que hay, que denosta a la presidenta en su imagen, que denosta a todo su entorno. Yo no estoy de acuerdo. Eso es el fascismo de las décadas que ya pasamos. El mismo discurso, las mismas formas de poner frases de defensa a la democracia (y) estar atentando contra la democracia. Y, por otro lado, que el grupo Clarín, que ciertos canales de televisión, ciertos conglomerados de medios que eran monstruosos -gobiernan el país- se hayan sacado la careta como se (la) tuvieron que sacar, es fantástico. Ya nadie puede comprar el diario Clarín y pensar que ahí hay una noticia espuria. Nadie puede pensar eso.
Han querido hacer la idea de que libertad es sinónimo de “libertad de mercado”, como una ilusión de libertad que no existe.
“Libertad de mercado” ya es una paradoja de nuestro tiempo. Igual que la palabra “globalización”. Libertad de mercado: es libre el que maneja el mercado.
Que es una dictadura de mercado, oficialmente.
Claro. Entonces, ¿qué libertad es esa? En los ochentas y noventas, con mucha eficiencia, se logró hacer creer que “Estado” era una mala palabra. Y el Estado es la única institución que tenemos para distribuir un poco los bienes, un poco la justicia. Yo creo que eso, después de la era Menem, un poco se superó. Esa sensación de -acá debe pasar igual- (que) las compañías de celulares hacen cualquier cosa con los consumidores. Las empresas privadas, las que se quedaron con los servicios en Argentina, hacen cualquier cosa, pagamos unas cifras monstruosas…
Telefónica.
Si se aplica la nueva Ley de Medios en Argentina va a haber señal de WiFi de Internet gratis para todo el mundo. Eso le destroza el negocio a las compañías telefónicas. Para mí hay datos que son halagüeños y, por otro lado, (hay) una enorme necesidad de estar muy atentos para que no se manden “macanas” (hecho o situación que produce incomodidad o disgusto), o para frenar las “macanas” que se mandan. La presidenta estuvo a favor de que una compañía minera gigantesca que ha hecho desastres por todo el mundo se instale a explotar oro en un glaciar, lo que significa terminar con esa agua. La oposición está ahora intentando que (eso) definitivamente se impida, que haya una ley de protección de glaciares. Entonces, te das cuenta que es un Gobierno que da buenos pasos y da pasos para atrás. Ahí está el ciudadano que tiene que estar atento.
¿En tus películas intentas reflejar un poco este tipo de pensamientos? ¿Es una inquietud para ti?
Yo lo único que trato de hacer es lo que observo. Lo que me gusta y no me gusta: compartirlo. Una película es una cosa para compartir.
¿Y alguna vez has tenido (que escuchar que) hayan podido decir “está un poco complicada tu película”?
Eso va a pasar siempre para alguna gente. Cada uno de nosotros tiene que hacer su pequeña pelea, batalla, en distintos terrenos. Pino Solanas hace películas donde denuncia de manera explícita, precisa y clarísima para todo el mundo, situaciones que afectan a la sociedad. Yo lo hago en otro terreno, que afectan para mí la naturalización de la injusticia. Estamos en distintos terrenos. El asunto es que estemos todos bastante conscientes que no hay nadie que esté en condiciones de ponerse del lado del bien como si no tuviera complicidad en alguna de las patrañas que engendra el sistema. Es eso solamente.
Esa cosa ambigua, el doble discurso, todo eso…
Por supuesto. Lo importante es desnaturalizar la realidad. Que se entienda que la realidad es una construcción. Para eso hace falta armas menos sofisticadas, hiperclaras, ultradirectas, para desarmar la realidad, que es una cosa que hace siglos venimos haciendo. Hay que atacar con todas las herramientas posibles.
¿Y no crees que, a veces, en la cuestión del plano intelectual como que nos vemos un poco el ombligo? Esto, en relación a una respuesta que diste la otra vez en la conferencia: que en este ámbito, en este tipo de festivales, veías mucha gente de clase media, de pequeña burguesía, y que tampoco este es el universo total latinoamericano.
Sí, pero no me voy a poner a filmar a los pobres creyendo que con eso estoy haciendo lo contrario. Yo, en la clase social a la que pertenezco y donde observo las cosas, voy a dar la batalla. No me voy a meter a filmar a la villa (barrio de viviendas precarias, con grandes carencias de infraestructura) porque no sé nada de eso. Sí sé que problemas hay -la salud-, pero no sé cómo es levantarse sin haber comido, cómo es acostarse con un horizonte de vida de veintitrés años. No tengo idea. Es otro mundo. Y no me voy a poner -por hacerme la demagógica- a hablar con la voz de otro. Acepto mi condición de pequeña burguesía que hace cine en Latinoamérica y desde ahí voy a dar mi batalla. No voy a hacer otra cosa. Uno dice: “Pero es tan dura la realidad que no deberíamos tener otro compromiso”. Por supuesto que lo ideal sería que todos tuviéramos la capacidad de líderes sociales y transformáramos la sociedad desde las bases, pero si una no puede eso, donde sea su terreno tiene que dar la batalla. Y la batalla es desactivar la realidad. Que seamos conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción de la realidad. Si en estas películas, para mucha gente no es claro (eso), para otra gente sí. Y como somos tantos y tan diversos, hay que hacer (cine) para todos, para toda clase de gente. Es decir, no me preocupa para nada que lo que hago a mucha gente ni le interese ni (le) sea claro ni entretenido.
“La naturaleza es lo que nosotros nos proponemos”
Lucrecia, en tus películas la naturaleza suele jugar un papel intimidante.
Sí.
Para ti, en lo personal, la naturaleza es…
Para mí la naturaleza es lo que nosotros hemos inventado. No es otra cosa. No es algo en sí. La naturaleza no es la creación de Dios de la que cayó Adán y Eva. ¿Cómo la naturaleza nos afecta? Es cómo nosotros nos hemos introducido en ese mundo. Ayer veía un documental, decían “el peligro de los tiburones que atacan a los surfers en la playa”. Nosotros nos metimos en el mar de los tiburones: seguramente algún tiburón nos va a morder. Es como no querer entender las cosas. Con nuestra extrañísima especie racional generamos perturbación. La naturaleza es lo que nosotros nos proponemos. Un terremoto no es una catástrofe natural, porque ¿dónde hemos construido las ciudades? Somos nosotros los que construimos. Para mí la naturaleza es, sencillamente, la manera en la que nos hemos introducido en el paisaje. No hay una naturaleza ni bucólica ni terrible ni agresiva. Es cómo nosotros nos metemos ahí.
Entonces, la muestras en todos sus ámbitos.
Refleja lo personal que siento.
“El trabajo de uno es un compromiso”
La ciénaga ha sido considerada la mejor película argentina (de la década por la filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) el año 2009. Incluso fue considerada película latinoamericana de la década por la asociación Cinema Tropical de Nueva York). Tu primera película… Después de eso, ¡qué difícil hacer la segunda! ¿Cómo lo tomaste?
Eso es el juicio de afuera. Determina si lo que uno hace es o no es arte. El trabajo de uno es otra cosa. El trabajo de uno es un compromiso con lo que hace y con el público. Si resulta ser lo mejor, lo peor de la década, es otro problema. Uno tiene un compromiso con su trabajo. Ahora dirán que es la mejor de la Argentina, en diez años quizás no, será otra la mejor de la década, y así. Los juicios sobre las cosas cambian, pero la vida de uno se termina cuando se termina. Ese periodo es en el que uno se tiene que comprometer.
No te afectó esto.
Por supuesto (que) me encanta: llamo a mi mamá, le cuento por teléfono. Mi mamá se pone feliz, mis hermanos también, pero eso no me modifica en relación a mi trabajo. Mi trabajo es mi trabajo.
Como reto, no como…
Hay muchas personas (a las) que los motivos por los que les gusta La ciénaga son motivos por los cuales yo preferiría que les guste otra película. Me encanta, no puedo negar que me halaga, pero no me modifica en relación con mi trabajo.
Decías que no eres una loca cinéfila. ¿Y qué te gusta hacer?
Me gusta leer, me gusta más que nada conversar, charlar.
Entrevista realizada por Gianmarco Farfán Cerdán, Patricia Wiesse Risso-Patrón y Gerardo Saravia López
Foto por Gianmarco Farfán Cerdán
Éramos tres lobos al acecho ese jueves al mediodía. Entre tantas voces conocidas conversando en el concurrido Café de las Artes de aquel centro cultural sanisidrino, la única que deseábamos escuchar era la de Lucrecia Martel (Salta, 1966), la muy talentosa guionista y directora argentina de cine. Pero ella no llegaba. Mientras tanto, la escritora española Rosa Montero y la cineasta peruana Claudia Llosa -cuyo film La teta asustada ganó el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín en 2009- estaban a pocos pasos de nosotros, radiantes, divas, dando entrevistas a otros lobos al acecho, mejor dicho, a otros periodistas. Rodeados por muchos profesionales del cine de diversos países, esperábamos pacientemente a Lucrecia, de quien nos habían advertido que no soportaba preguntas poco inteligentes. Hasta que llegó, con su rostro alargado y sosegado de aplicada estudiante universitaria, nos saludó cortésmente a cada uno, y fuimos hasta una pequeña mesa del fondo. Allí, sentada, nos observó con detenimiento, extrañada de tener tres lobos juntos frente a ella, atraídos por la estela de su arte fílmico. Desde ese momento, en vez de escuchar aullidos periodísticos de película, ella respondería generosamente decenas de preguntas.
Y es que Lucrecia Martel es sinónimo de cine de gran calidad. Ha logrado que sus tres únicos largometrajes sean parte de la selección oficial del legendario Festival de Cannes. Con La ciénaga (2001), Martel recibió numerosos premios en La Habana, Sundance, Toulouse, y fue nominada al Oso de Oro en Berlín. Luego se fue consolidando con La niña santa (2004) -nominada a la Palma de Oro de Cannes- y La mujer sin cabeza (2008) -que le valió ser reconocida como Mejor Directora por parte de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York (ACE)-. También ha dirigido cortometrajes como El 56 (1988), Piso 24 (1989), Besos rojos (1991), Rey Muerto (1995) y Pescados (2010). Sus filmes han sido elogiados por el español Pedro Almodóvar, el franco-griego Costa Gavras y el italiano Bernardo Bertolucci. Además, la gran actriz argentina Cecilia Roth dijo que quiere actuar de “cualquier cosa con Lucrecia Martel”.
El año pasado, la Embajada Argentina de España, en colaboración con el Círculo de Bellas Artes de Madrid, dedicó en julio un ciclo cinematográfico a Martel, quien, además, ha sido jurado en el Festival de Cine de Berlín 2002, el Festival de Cannes 2006, el Festival de Venecia 2008, el Festival de Sundance 2008, y vino en 2010 a prestigiar el XIV Festival de Lima -también como jurado-.
En la siguiente entrevista, el mundo del séptimo arte se vuelve un tema más. Y es que sus profundas opiniones sobre política adquieren un protagonismo insospechado. Tras dialogar con ella, uno se queda pensando que no solamente se trata de una cineasta a seguir siempre, sino de una persona realmente comprometida y crítica con la sociedad que le tocó vivir.
Eres la segunda de siete hermanos…
Sí.
Tú decías que a la segunda hija no le prestaban tanta atención en la familia.
No.
Pero ahora viendo el panorama del cine argentino, te estás volviendo como la hermana mayor del cine argentino.
Ah, ja, ja, ja… Para mal, para mal.
Para mal. ¿Cómo te sientes al respecto?
No es así. Muchas veces la prensa más especializada necesita hacer esos órdenes de “el nuevo”, “el viejo”, “el más nuevo”, “el segundo nuevo”, pero la sensación que tengo es que hay muchísima gente produciendo -de generaciones más o menos cercanas- cine en Argentina, y hay bastante diversidad. Me parece que eso ya es un dato de buen estado de salud. Viendo este festival (de Lima) toda América Latina está en buen estado de salud con respecto al cine. Por lo menos hay una cantidad de cuestiones técnicas que, evidentemente, hemos superado. Y una cantidad de habilidades narrativas que hemos adquirido. Lo veo así.
Filmando a la familia
¿De quién era -cuando eras adolescente- la primera cámara que agarraste y empezaste (entonces) a filmar a tu familia?
Era de mi familia. La compró mi papá para nosotros y yo fui la primera que la aprendió a usar, la primera que la empezó a usar extensivamente. Compraron una Camcorder enorme, comparada con las que hay hoy. Ya ahí yo estaba más fanatizada.
Entonces, en tu familia, a tu papá sí le interesaba.
No, a él no. Lo que pasa es que somos siete. A mi papá lo que imagino que le interesaba era retratar a su familia.
Era una cuestión familiar.
Sí. De hecho cuando éramos más chicos él había comprado una cámara Super 8 y filmaba. Pero tampoco tanto. Lo hacía solamente como padre con los hijos, no con otra intención.
¿El primer contacto con la cámara cómo fue?
Lo que pasa es que no soy muy fetichista con eso. Mi papá nos dijo que la cámara era muy cara, que el que la quisiera usar se tenía que aprender el manual. Y yo hice eso: me aprendí el manual. Pero siempre agarré la cámara como si hubiera sido un auto. Me gustaba saber usar los botones. Después, medio que le fui encontrando un gusto, pero jamás lo relacioné con el futuro ni con hacer cine. Para mí era algo más técnico que narrativo o expresivo.
Pero sí ibas filmando las conversaciones familiares.
Filmé muchas escenas familiares, muchísimas. Porque era lo que tenía a mano. A todos mis hermanos y a mis viejos, como un registro. Sin tener mucha noción si era documental, ficción. Porque estaba ahí: tenía la cámara para probar cosas.
¿A los cuántos años?
Yo tenía quince.
¿Y cuándo es que te pica el bicho del cine?
De una manera un poco rara, porque me voy a Buenos Aires a estudiar, sin tener muy claro qué quería estudiar, y me anoto en un curso de dibujos animados. Pero por una cuestión técnica, porque tengo un gusto por aprender a usar las cosas, los aparatos. Entonces, me puse a estudiar eso. Había muchísimas técnicas en ese curso. Se enseñaba pixelación, un montón de cosas. Me dio curiosidad, era algo que estaba muy lejos de mis expectativas, de cuando vivía en Salta. Entonces, me puse a hacer eso y ahí empecé a conocer chicos que sí querían hacer cine, que estaban más en contacto con el cine, y con algunos de ellos me inscribí para dar el examen en una escuela de cine. Y entré, pero esa escuela dejó de funcionar porque había crisis económica. Así que finalmente hice cine por el contacto con otros que (lo) hacían. Fui aprendiendo de leer, ver películas y trabajar en cortometrajes.
Los cuentos de la abuela y los diálogos de mamá
¿Cuáles eran tus directores favoritos, tus mayores influencias?
Es que he visto muy poco cine. Nunca he tenido una gran fascinación por el cine. Me gusta, pero no me vuelve loca ni me parece lo más magnífico para hacer en mi vida, ni me muero por estar haciendo todo el tiempo películas.
O por ver todo el tiempo películas.
No, para nada. Voy poco al cine. Aparte, la relación que yo tengo con el cine es porque me gusta la vida, me gusta el mundo. La ciudad donde nací es una que tiene muchas cuestiones bien propias, bien latinoamericanas. Unos problemas de clase muy acentuados, una cuestión étnica muy acentuada y racista. Fueron todas esas cosas que me atraían -me parecía que estaban naturalizadas- y que no eran buenas, lo que me fue acercando al cine. Pero mi influencia, quien me habrá metido en el cuerpo el deseo de lo narrativo, creo que fue mi abuela. Nos contaba cuentos. Es más, yo creo que entré por ese camino: más de la tradición oral que del gusto por el cine.
Más lo ves como una herramienta para decir cosas que te gustan.
Para compartir. Este medio es una herramienta. Uno no elige mucho las herramientas, las herramientas te eligen. Porque si yo pudiera elegir, por comodidad, preferiría ser escritora: no tengo que andar con un montón de gente. Haciendo cosas me descubrí una cierta habilidad para hacerlo (el cine) y eso me abrió un camino expresivo, pero no soy la loca del cine.
Y aparte, ¿escribes?
Escribo para mí.
Lucrecia, tu abuela Nicolasa te contaba historias de Horacio Quiroga cuando eras chica. ¿Son las mismas historias de Quiroga las que te llevan a hacer el cine que haces?
Horacio Quiroga es un escritor argentino que tiene la particularidad de escribir cosas muy realistas, pero con un componente afiebrado, muy realista en tono, por momentos con datos muy fantásticos. Son historias físicas que uno le cuenta a los chicos medio para asustarlos, muy provincianas. Y con una especie de atmósfera de fiebre todo el tiempo. Eso era fascinante. Mi abuela nos contaba esos cuentos como si fueran cosas que le hubieran ocurrido a ella. Yo conocí a Horacio Quiroga a través de los cuentos de mi abuela. Me enteré que eran de Quiroga cuando fui grande. Porque mi abuela los contaba como si fueran de ella.
¿En tus próximas películas seguirás “robándole” los diálogos a tu madre como ocurría en La ciénaga?
Pienso que sí. Por eso también no me sirve mucho irme del país. Yo cuando estuve en París becada en la Cinefundación (de Cannes) no pude escribir nada. Me sirve escuchar a la gente, me sirve estar en la Argentina. Por eso te digo, mi influencia mayor es lo que me rodea, cuando veo películas (que) me encantan. En este festival he visto un montón. A lo largo de mi vida he ido viendo películas, muchas que me han encantado, muchas que no y, sin duda, todas las que me encantaron me deben haber influido. Incluso las que no me gustaron también me deben haber influido, pero ni sigo haciendo ni seguiré haciendo cine por “amor al cine”.
¿Algún director que hace un cine muy personal como el tuyo?
Me gustan mucho los westerns. Me gustan ciertos directores, tipo Sam Peckinpah, John Woo -algunas películas, al comienzo-, (Ingmar) Bergman, (Robert) Bresson. Curiosamente, no sé cómo logré llegar a esta altura de mi vida y no haber visto ninguna película de (Jean-Luc) Godard. Me parece fascinante John Cassavetes. De Cassavetes creo que he visto casi todo. Y de los directores nuevos, lo que voy viendo en los festivales. A veces siento que decepciono cuando me preguntan.
“La corrupción empieza en la familia”
Cuando uno conversa contigo o te escucha, haces mucho énfasis en la cuestión social. Quizás también en la cuestión política, sin embargo, tu cine es bastante intimista, subjetivo.
Es que las cuestiones políticas son íntimas. Lo peor de las cuestiones políticas y sociales es que uno las naturaliza en su cuerpo. Hay un montón de (cosas) que uno dice que son de un racismo profundo o de indiferencia hacia el dolor de los demás, y uno tiene eso totalmente naturalizado. Siempre parece que la instancia de lo público no es íntima. Eso es algo medio raro porque la vida pública también es íntima. En muchas situaciones uno comprende eso, tiene esa percepción. La corrupción empieza en la familia, no en la función pública. La corrupción empieza cuando una familia cree que lo más importante es sobrevivir como familia y no como un grupo humano más amplio. Entonces, hay muchas cosas que determinan la vida de una comunidad más amplia, y tienen origen en cosas muy individuales y familiares.
Pero para ti la familia es como un microcosmos, donde ocurre todo lo que en la sociedad se da.
Claro, pero te digo que no hago el esfuerzo, es sencillamente que (cuando) uno mira atentamente a una familia, eso sucede. No es que yo lo invento como metáfora de la sociedad. No. Sencillamente sucede. En una familia está todo concentrado. En la Argentina, cuando fue la crisis del 2001, mucha gente decía “que se vayan todos”, y que ningún político representaba a la sociedad: la clase política argentina representa perfectamente a la Argentina. Esa corrupción, ese “sálvese quien pueda” está en la sociedad, no es un problema de la clase política. En lo particular está lo más amplio.
Vivir es una cuestión política
Estos silencios -tanto de la familia como de las sociedades- que se ven en tus películas, y claramente en La mujer sin cabeza… ¿No eras consciente al inicio de que La mujer sin cabeza, en el fondo, era una historia política?
Yo siempre soy consciente, porque muchas de las anécdotas o cosas que hay en mis películas son noticias del diario, cosas que me contaron que pasaron, cosas del mundo. No son inventos en mi mente sin descanso, para nada. Escribir cada imagen convencida es reescribir lo que otros te contaron, las cosas que te acordaste. Uno reescribe todo el tiempo cosas que te va dando el mundo. Y respecto de que mi relación con el cine es política: lo sé perfectamente. La concibo de esa manera porque para mí vivir en el tiempo es una cuestión política. Aunque uno quisiera no puede renunciar a eso. Y no política en términos de conservadores, progresistas, izquierda o derecha, sino en términos (de) que el dolor de los demás -tarde o temprano- es tu dolor, la felicidad de los demás es tu felicidad. Uno no puede vivir aislado. Es imposible. Aunque lo intentemos es imposible. Nuestra naturaleza, nuestra vida, nuestra existencia, tiene sentido socialmente, no individualmente.
Y (en) tu próxima película, que es más fantástica, que se va a llamar Gente…
Sí.
…que estás trabajando. ¿También vas a seguir (allí) interactuando en política…?
Como más fantástica, no, o más absurda que las otras, no sé. Me gustan mucho los géneros, no el género muy duro, pero sí la mezcla, lo que más o menos hace ahora todo el mundo. Eso me gusta mucho y no siento ninguna inhibición ni límite ni pudor con respecto a eso. Hay escenas del cine de terror que me gustan. Te digo que (las escenas de mi nueva película) se asociarían más al cine de terror. En lo que yo hago, en estas tres películas, hay un montón de escenas que son más de películas de terror que de… Se parecen a un montón de cuentos que me contaba mi abuela, se parecen a un montón de cosas.
Las dictaduras latinoamericanas y el neoliberalismo
La dictadura te ha marcado muchísimo, a pesar que no has vivido la época más dura de la represión.
No la viví porque tenía diez años, pero sí fui testigo de eso. Me parece que lo que a todos nos molestó, dolió, respecto de la dictadura, es cuando vas creciendo y te vas dando cuenta todo lo que se intentó negar, ocultar. Toda la intolerancia de ese momento de la Historia, todas las muertes. Eso es muy doloroso para una sociedad. La cantidad de cosas que quedaron truncas, la cantidad de organizaciones sociales que fueron quebradas, desmanteladas. Las dictaduras han sido periodos muy duros, que tenían como objetivo implantar una economía, que es la que triunfó en todo Latinoamérica. El neoliberalismo es la economía que rige a todos nuestros países, y fue necesaria en cada país de Latinoamérica una dictadura para poder establecer esa economía sin resistencias. Uno no asocia eso. No asocia el momento de hoy a ese periodo. En Argentina no se podrían haber dilapidado todos los recursos naturales -como el petróleo-, no se podrían haber vendido la cantidad de empresas públicas que se vendieron en los noventas, si no hubiese habido una dictadura que desmanteló la capacidad de resistencia social. A nadie le gusta que te vendan lo que es tuyo. En los noventas se vendió así en cinco años. Voló todo.
Acá también.
¿Sí? Y en Uruguay están haciendo un esfuerzo, en muchos países. En Chile está pasando. Entonces, la dictadura no es el pasado. No habría este presente sin eso.
Es una continuidad de ese programa. El económico, por lo menos.
Claro. En lo económico, sin duda.
Libertad económica, pero en realidad las mismas causas.
Dependencia absoluta, endeudamiento, ciertos esquemas de corrupción…
¿Y cómo crees que Argentina ha procesado todo esto de la dictadura? Porque, por ejemplo, en un libro, La Voluntad (escrito por Martín Caparrós -ex integrante de Montoneros- y Eduardo Anguita -ex integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo o ERP-, en tres tomos)…
De Caparrós, sí.
…un poco que (se) describe todo esto. En la sociedad argentina hubo un apoyo quizás hacia la identificación con Montoneros, con el ERP, todo eso, pero de pronto la situación se vuelve inmanejable: entra Videla, llega el Mundial (de Fútbol Argentina 1978) y toda la sociedad -que en algún momento apoyaba a estas organizaciones (de izquierda), empezando por el propio Perón- le da la espalda a todos ellos y se vuelve acusadora…
Igual me parece que nunca hubo un apoyo muy masivo a esa organización. Cuando se instaura la violencia en la calle, hay responsabilidad política de todas esas organizaciones, pero una absoluta responsabilidad de parte del Estado de llevar a cabo esa organización de la sociedad con violencia y ocultamiento, mentiras, corrupción, en fin. Por todo lo que han hecho los gobiernos militares, la gente, finalmente, lo que desea es que se calme la cosa. Y muchísimas personas sin un compromiso político, sin conciencia, o con una conciencia muy laxa respecto de lo que significaba apoyar a la dictadura militar de manera silenciosa, la apoyó, fue cómplice de eso. El asunto es que hoy hablar de la dictadura parece una cosa muy demodé, pero hay ciertos mecanismos que siguen intactos. Por ejemplo, el mecanismo de hacer como que no pasa: sigue la pobreza. En Argentina hay un sesenta por ciento de pobreza y la sociedad no se ve a sí misma como pobre. No se identifica con un país con pobreza. No se identifica con un país con racismo.
Por ejemplo, en Perú siempre estamos con una serie de reclamos respecto a esa época. Un autor -creo que era Caparrós- decía: “Acá también seguimos hablando de las Madres de (Plaza de) Mayo, de todo eso, sin embargo, un poco como que están ocurriendo cosas aquí y ahora, hay gente que se ha quedado en ese tiempo…”.
Claro, perfectamente.
Nos hemos comido un cuento...
No sé si hemos comido un cuento, porque (se ha logrado) que se juzguen a determinados militares muy comprometidos en la tortura, y está bien. Eso ha sucedido y es un mérito de este Gobierno. El problema es que este Gobierno con política neoliberal -una política que respecto de la minería es exactamente igual a la de (Carlos Saúl) Menem- tiene ese discurso implacable respecto a esa época. Agradezco ese discurso implacable, pero me gustaría que en su política económica respecto a los recursos naturales -bienes que son de la sociedad- hubiese otro cambio de mentalidad, también. En este Gobierno está la ley de matrimonio gay, ha habido mucho progreso en la sociedad argentina. Ahora se está luchando por una ley de medios para soltar los monopolios tremendos que se armaron.
Buenos Aires no es Argentina
Cuando decía “comerse el cuento”, me refería más que nada a eso de comernos el cuento del sistema económico con inequidad social y todo eso. Antes veíamos a Argentina como una sociedad cohesionada, como una nación, pero hay mucha fragmentación, hay dos Argentinas. Nos parecemos (como países), en realidad, mucho.
Pasa que la imagen que da Argentina es la imagen de Buenos Aires, no es la imagen del resto del país. Mi ciudad se parece mucho más a Perú que a Buenos Aires. Buenos Aires tiene la mayor parte de la inmigración europea, pero el resto del país es distinto, sobre todo el norte. La cantidad de población que tiene los mismos problemas que hay en Perú es, en porcentaje, mayor que la otra.
¿En Salta es igual?
Sí. Los segmentos más pobres de la sociedad coinciden facialmente con los antiguos pobladores, étnicamente son distintos. La clase media, media alta, son más europeas. Hay cosas que son idénticas de conformación. Además de eso, el peso de la Iglesia Católica.
Igual que acá.
Ahora con lo de la ley de matrimonio gay la Iglesia Católica ha sufrido un revés gigantesco, pues se dio cuenta que hay una parte enorme de la sociedad que no está dispuesta a seguir siendo regulada en su vida privada por la Iglesia.
Ahí sí están un paso más adelante que nosotros. El peso de la Ley de Medios (en Argentina), en la mayoría de medios de comunicación acá, se vio como un anatema, un chavismo total. Intervención del Estado y algo totalmente…
No sabés la euforia que hay en un montón de sectores, universidades. Hay que ver después con qué políticas se sostiene eso económicamente, pero la cantidad de canales que parece que se van a abrir, la cantidad de accesos… Mi provincia, Salta: históricamente, el diario y la televisión han sido de una familia cuyo abuelo fue Gobernador, el hijo ha sido dos veces Gobernador. Entonces, esa es la ciudad donde no hay ninguna diversidad de opinión. Ahora aparecieron otros diarios, pero verdaderamente la única oposición o la única posibilidad de comunicación de libre prensa es a través de blogs en Internet. Esto es una locura. Hace treinta años que la provincia tiene esa situación. Esta Ley de Medios, si se logra sostener, va a desbaratar eso.
Ernesto Sabato decía que el mayor mérito de los Kirchner son sus enemigos. ¿Compartirías esa…?
Sí, absolutamente. Si hay algo que detesto es la gente que más y peor habla de ellos. Los mails que se mandan en Argentina, cadenas de mails hablando pestes de la presidenta y de toda la era Kirchner. Estando totalmente en desacuerdo (sobre) cómo este Gobierno maneja la minería, cómo manejan un montón de cuestiones…
Y los indicios de corrupción.
Por supuesto. Que no son tan indicios, que son ya evidencias de corrupción. Prefiero, frente a esa oposición, estar ahí, defendiendo algunas cosas de este Gobierno. Porque la oposición está liderada por una derecha descabezada, y la oposición más seria es mucho más moderada, se opone en cuestiones concretas, no se opone a todo, como esa oposición loca de derecha que hay, que denosta a la presidenta en su imagen, que denosta a todo su entorno. Yo no estoy de acuerdo. Eso es el fascismo de las décadas que ya pasamos. El mismo discurso, las mismas formas de poner frases de defensa a la democracia (y) estar atentando contra la democracia. Y, por otro lado, que el grupo Clarín, que ciertos canales de televisión, ciertos conglomerados de medios que eran monstruosos -gobiernan el país- se hayan sacado la careta como se (la) tuvieron que sacar, es fantástico. Ya nadie puede comprar el diario Clarín y pensar que ahí hay una noticia espuria. Nadie puede pensar eso.
Han querido hacer la idea de que libertad es sinónimo de “libertad de mercado”, como una ilusión de libertad que no existe.
“Libertad de mercado” ya es una paradoja de nuestro tiempo. Igual que la palabra “globalización”. Libertad de mercado: es libre el que maneja el mercado.
Que es una dictadura de mercado, oficialmente.
Claro. Entonces, ¿qué libertad es esa? En los ochentas y noventas, con mucha eficiencia, se logró hacer creer que “Estado” era una mala palabra. Y el Estado es la única institución que tenemos para distribuir un poco los bienes, un poco la justicia. Yo creo que eso, después de la era Menem, un poco se superó. Esa sensación de -acá debe pasar igual- (que) las compañías de celulares hacen cualquier cosa con los consumidores. Las empresas privadas, las que se quedaron con los servicios en Argentina, hacen cualquier cosa, pagamos unas cifras monstruosas…
Telefónica.
Si se aplica la nueva Ley de Medios en Argentina va a haber señal de WiFi de Internet gratis para todo el mundo. Eso le destroza el negocio a las compañías telefónicas. Para mí hay datos que son halagüeños y, por otro lado, (hay) una enorme necesidad de estar muy atentos para que no se manden “macanas” (hecho o situación que produce incomodidad o disgusto), o para frenar las “macanas” que se mandan. La presidenta estuvo a favor de que una compañía minera gigantesca que ha hecho desastres por todo el mundo se instale a explotar oro en un glaciar, lo que significa terminar con esa agua. La oposición está ahora intentando que (eso) definitivamente se impida, que haya una ley de protección de glaciares. Entonces, te das cuenta que es un Gobierno que da buenos pasos y da pasos para atrás. Ahí está el ciudadano que tiene que estar atento.
¿En tus películas intentas reflejar un poco este tipo de pensamientos? ¿Es una inquietud para ti?
Yo lo único que trato de hacer es lo que observo. Lo que me gusta y no me gusta: compartirlo. Una película es una cosa para compartir.
¿Y alguna vez has tenido (que escuchar que) hayan podido decir “está un poco complicada tu película”?
Eso va a pasar siempre para alguna gente. Cada uno de nosotros tiene que hacer su pequeña pelea, batalla, en distintos terrenos. Pino Solanas hace películas donde denuncia de manera explícita, precisa y clarísima para todo el mundo, situaciones que afectan a la sociedad. Yo lo hago en otro terreno, que afectan para mí la naturalización de la injusticia. Estamos en distintos terrenos. El asunto es que estemos todos bastante conscientes que no hay nadie que esté en condiciones de ponerse del lado del bien como si no tuviera complicidad en alguna de las patrañas que engendra el sistema. Es eso solamente.
Esa cosa ambigua, el doble discurso, todo eso…
Por supuesto. Lo importante es desnaturalizar la realidad. Que se entienda que la realidad es una construcción. Para eso hace falta armas menos sofisticadas, hiperclaras, ultradirectas, para desarmar la realidad, que es una cosa que hace siglos venimos haciendo. Hay que atacar con todas las herramientas posibles.
¿Y no crees que, a veces, en la cuestión del plano intelectual como que nos vemos un poco el ombligo? Esto, en relación a una respuesta que diste la otra vez en la conferencia: que en este ámbito, en este tipo de festivales, veías mucha gente de clase media, de pequeña burguesía, y que tampoco este es el universo total latinoamericano.
Sí, pero no me voy a poner a filmar a los pobres creyendo que con eso estoy haciendo lo contrario. Yo, en la clase social a la que pertenezco y donde observo las cosas, voy a dar la batalla. No me voy a meter a filmar a la villa (barrio de viviendas precarias, con grandes carencias de infraestructura) porque no sé nada de eso. Sí sé que problemas hay -la salud-, pero no sé cómo es levantarse sin haber comido, cómo es acostarse con un horizonte de vida de veintitrés años. No tengo idea. Es otro mundo. Y no me voy a poner -por hacerme la demagógica- a hablar con la voz de otro. Acepto mi condición de pequeña burguesía que hace cine en Latinoamérica y desde ahí voy a dar mi batalla. No voy a hacer otra cosa. Uno dice: “Pero es tan dura la realidad que no deberíamos tener otro compromiso”. Por supuesto que lo ideal sería que todos tuviéramos la capacidad de líderes sociales y transformáramos la sociedad desde las bases, pero si una no puede eso, donde sea su terreno tiene que dar la batalla. Y la batalla es desactivar la realidad. Que seamos conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción de la realidad. Si en estas películas, para mucha gente no es claro (eso), para otra gente sí. Y como somos tantos y tan diversos, hay que hacer (cine) para todos, para toda clase de gente. Es decir, no me preocupa para nada que lo que hago a mucha gente ni le interese ni (le) sea claro ni entretenido.
“La naturaleza es lo que nosotros nos proponemos”
Lucrecia, en tus películas la naturaleza suele jugar un papel intimidante.
Sí.
Para ti, en lo personal, la naturaleza es…
Para mí la naturaleza es lo que nosotros hemos inventado. No es otra cosa. No es algo en sí. La naturaleza no es la creación de Dios de la que cayó Adán y Eva. ¿Cómo la naturaleza nos afecta? Es cómo nosotros nos hemos introducido en ese mundo. Ayer veía un documental, decían “el peligro de los tiburones que atacan a los surfers en la playa”. Nosotros nos metimos en el mar de los tiburones: seguramente algún tiburón nos va a morder. Es como no querer entender las cosas. Con nuestra extrañísima especie racional generamos perturbación. La naturaleza es lo que nosotros nos proponemos. Un terremoto no es una catástrofe natural, porque ¿dónde hemos construido las ciudades? Somos nosotros los que construimos. Para mí la naturaleza es, sencillamente, la manera en la que nos hemos introducido en el paisaje. No hay una naturaleza ni bucólica ni terrible ni agresiva. Es cómo nosotros nos metemos ahí.
Entonces, la muestras en todos sus ámbitos.
Refleja lo personal que siento.
“El trabajo de uno es un compromiso”
La ciénaga ha sido considerada la mejor película argentina (de la década por la filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI) el año 2009. Incluso fue considerada película latinoamericana de la década por la asociación Cinema Tropical de Nueva York). Tu primera película… Después de eso, ¡qué difícil hacer la segunda! ¿Cómo lo tomaste?
Eso es el juicio de afuera. Determina si lo que uno hace es o no es arte. El trabajo de uno es otra cosa. El trabajo de uno es un compromiso con lo que hace y con el público. Si resulta ser lo mejor, lo peor de la década, es otro problema. Uno tiene un compromiso con su trabajo. Ahora dirán que es la mejor de la Argentina, en diez años quizás no, será otra la mejor de la década, y así. Los juicios sobre las cosas cambian, pero la vida de uno se termina cuando se termina. Ese periodo es en el que uno se tiene que comprometer.
No te afectó esto.
Por supuesto (que) me encanta: llamo a mi mamá, le cuento por teléfono. Mi mamá se pone feliz, mis hermanos también, pero eso no me modifica en relación a mi trabajo. Mi trabajo es mi trabajo.
Como reto, no como…
Hay muchas personas (a las) que los motivos por los que les gusta La ciénaga son motivos por los cuales yo preferiría que les guste otra película. Me encanta, no puedo negar que me halaga, pero no me modifica en relación con mi trabajo.
Decías que no eres una loca cinéfila. ¿Y qué te gusta hacer?
Me gusta leer, me gusta más que nada conversar, charlar.
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