“La anécdota como tal, no aparece en mis novelas”
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
La talentosa narradora, poeta, historiadora y catedrática mexicana Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964) vino como invitada a la FIL Lima 2011 para presentar su última novela: Verde Shangai (2011). Anteriormente, publicó los poemarios Apuntes (1984, Premio de poesía Punto de Partida), La más mía (1998) y Los textos del yo (2005); así como las novelas Desconocer (1994, finalista del Premio Juan Rulfo para primera novela), Nadie me verá llorar (2000, Premio Nacional José Rubén Romero 1997, Premio Impac-Conarte-ITESM 1999, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2001), Cruzar el Atlántico con los ojos cerrados (2001), La cresta de Ilión (2002, finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2003), Lo anterior (2004) y La muerte me da (2007, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2009). También los libros de relatos La guerra no importa (1991, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí), Ningún reloj cuenta esto (2002, Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo 2001) y La frontera más distante (2008). Igualmente, su libro de investigación histórica La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México, 1910-1930 (2010). Esta respetada autora azteca recibió, en mérito a su destacada trayectoria, un homenaje por parte de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el año 2009. Asimismo, en 2005, cuando recibió el Premio Anna Seghers, de Alemania, el reconocido novelista Carlos Fuentes la consideró “una de las voces más importantes de la joven generación de autoras y autores mexicanos y latinoamericanos”. Al respecto, la obra de Rivera Garza ha sido traducida al portugués, alemán, italiano, coreano, inglés, francés y esloveno. Además, es profesora de Creación Literaria en el Departamento de Literatura de la Universidad de California, en San Diego; y publica la columna semanal La mano oblicua en la sección cultural del periódico Milenio. Finalmente, para estar a tono con estos tecnológicos tiempos, mantiene siempre actualizado su visitado blog No hay tal lugar. U-tópicos contemporáneos.
Muchas gracias por la entrevista. Es un gusto para mí, realmente. Quería empezar citándola a usted misma: mencionó alguna vez que una novela podía prescindir de todo, excepto de una postura respecto al lenguaje. Entonces, ¿cuál es la postura de Verde Shangai?
¡Qué interesante! Porque sigo creyendo eso, en contra de posiciones que consideran que el elemento más importante de la novela es la anécdota. Y yo creo que la anécdota es importante, pero no es la única ni la más importante de las funciones de la novela. En el caso de Verde Shangai, hay una serie de ejercicios que tienen mucho que ver con la reescritura. Tienen que ver con la función primordial de la lectura. No tanto del lector sino de la lectura como una parte generativa de la novela. Entre estos dos elementos es que está estructuralmente. La composición de la novela tiene que ver con estos elementos. Está, de una manera más directa, la reescritura de una serie de cuentos que formaron un libro mío que publiqué en el 91, que se llama La guerra no importa, y la manera cómo algo que se reescribe transforma la estructura del presente, cómo esta estructura del pasado logra alcanzar esta orilla del presente.
Colindancias y puntos de ebullición
¿Siempre tiene presente en la elaboración de sus textos literarios, tanto poéticos como narrativos, este constante ir y venir entre Estados Unidos y México? Quizá no de una manera consciente, pero, ¿siempre fluye en sus escritos?
Y no de una manera temática, tampoco. Yo nunca he escrito un libro, por ejemplo, que se llame Estados Unidos y yo. Tampoco en mis libros hay una referencia a ciudades norteamericanas, y ni siquiera hay utilización de palabras en inglés ni nada. Yo creo que sí está muy presente, sí ha marcado mucho mis libros esta vida fronteriza, pero más en el sentido de lo que tiene que ver con identificación de bordes y procesos de cruce. Es algo que me sigue interesando mucho.
La colindancia.
Lo que se hace en esos puntos es lo realmente relevante. No lo que alcanza las orillas sino lo que logra mantenerse en esta mitad que, para mí, siempre está palpitando, es donde está lo vivo.
Claro. A usted le gustan estos puntos de ebullición, no la definición.
Exactamente. Sí. En todo caso, los libros que me han conmovido, los que me han marcado, son esos libros. ¡Qué bonito eso: en punto de ebullición! Sí. Antes de que se haga humo, y antes de que se acabe el agua.
Es como una transformación.
Cuando la alquimia pasa, sí. ¡Ay, voy a utilizar eso! ¡Te lo voy a robar! Ja, ja, ja…
Una parte intrínseca -y difícil- del texto literario
Con todo gusto. Viendo otra de sus obras, Nadie me verá llorar: esta duda que usted tuvo para ponerle el título, que primero era Yo, Matilda Burgos. Y luego Agujeros luminosos. Y luego La enferma habla mucho. ¿El dudar de los títulos puede generar un cambio, también, en el contenido del libro? ¿A usted le pasó eso durante esta duda de “qué título le pongo”, o el libro ya estaba hecho?
Es bien chistoso: hay libros que he escrito que nacen con el título. Lo anterior, por ejemplo, es un libro que nació con ese título, que después quise cambiar, pero ya no pude porque había nacido con ese título. Y hay libros que estoy produciendo y no me doy cuenta del título sino hasta ya muy entrado el final. Nadie me verá llorar es un libro con cuyo título yo todavía no estoy en paz. Si se valiera cambiar los títulos en cada edición, yo los cambiaría, pero eso ocasionaría demasiado caos, ¿verdad?
Claro.
Cambiaría muchos títulos. Estoy muy inconforme con mis títulos.
Puede, como hacía Octavio Paz, cambiar el contenido durante años, pero no podría…
Pero no el título. Yo quiero hacer lo contrario, que se quede el contenido, pero cambiar el título (sonríe) y la portada. No es cierto. Yo creo que el título no nada más es una puerta, no es un resumen, sí es una marca. Es una parte intrínseca del texto. No debería ser un añadido. Por lo mismo, es tan difícil como el punto final, tan difícil como la primera frase -que, usualmente, no es la primera que uno escribe sino es la primera frase que, después de releer y revisar, gana ese lugar-. Pero no soy muy buena con los títulos. Esa es la verdad del asunto.
La locura como material narrativo e histórico
También me gustó muchísimo este libro histórico, como historiadora que es usted, sobre el manicomio La Castañeda, en México. ¿Es una parte de la historia que le llamó la atención solamente porque está ubicada en la época del porfiriato o, quizás, porque este tema de la locura a usted le atrae mucho?
El tema me ha atraído desde hace mucho tiempo. Y creo que no soy la única. Es un tema universal. La diferencia aquí es que he tratado de encontrar las palabras concretas, las palabras históricas que le dieron forma al padecimiento mental en esta etapa tan álgida y tan importante de la historia mexicana: entre 1910 y 1930. Lo que intenté es, en lugar de estar hablando sobre interpretaciones de otras gentes, de los médicos o los poetas, pues quise meterme con el lenguaje en formación, con el lenguaje de los pacientes. Meterse en eso es un viajezote enorme. En los expedientes hay cartas, descripciones concretas, diálogos, muchas cosas tachoneadas. Hay, evidentemente, un proceso muy vivo de cómo vamos definiendo como sociedad algo tan difícil como la enfermedad mental.
En este caso de la elaboración de un libro histórico, ¿usted, también, ve la escritura como un proceso de producción….
Sí.
…o solamente en el caso de los libros narrativos?
No. Y en este caso, especialmente, he escrito artículos académicos. Usualmente, a diferencia de las novelas, en el libro académico uno tiene que saber de qué se trata, cómo va a terminar y dónde entra la argumentación…
Todo.
…antes de escribirlo. Es la gran diferencia, creo yo. El parentesco más cercano con la epifanía del escritor es, en el caso del historiador, cuando entra al archivo, cuando encuentra el documento que no sabe que buscaba: eso se parece más a escribir una novela. Pero en el caso de este libro de la historia de La Castañeda, yo hacía un hincapié en que es un libro de historia. En el sentido de que su investigación está a prueba. Cada pie de página está comprobado. Sigue toda la metodología y el rigor del historiador, pero está escrito como una escritora. Está escrito con la noción muy consciente de que cuando escribimos como historiadores, también estamos lidiando con interpretaciones del mundo.
La historia siempre es una interpretación.
Claro. Totalmente. Y, entonces, como tal, los mecanismos de la ficción me ayudan mucho para poder contar esa interpretación de esa historia del mundo.
Como que la narrativa es una interpretación más de lo humano, mientras que la historia es una interpretación más social.
Pero, por ejemplo, La Castañeda está muy basada, muy cercana a casos bien concretos. No es tanto una vista amplia sino una muy acotada por las experiencias personales de un puñado de pacientes. Me interesa mucho eso, tanto en las novelas como en la historia. Es decir, el punto de vista irreemplazable de una persona. Como una especie de Aleph, como una especie de caleidoscopio, después de regresar de las múltiples miradas del mundo.
Las nuevas tecnologías y la novela decimonónica
Su experiencia como bloguera y twittera: van a desencadenar en usted, en algún momento, escribir obras literarias…
Con esto.
…totalmente desarrolladas en el ámbito de las nuevas tecnologías.
Pero fíjate que Verde Shangai, la novela que estoy presentando, entre otras cosas, también resulta de mi experiencia con la escritura electrónica. Porque el tipo de narración, de fragmentariedad, de articulación que ocurre en Verde Shangai sería más difícil de pensar sin visualizar una pantalla llena de ventanas que se están abriendo y cerrando continuamente. Lo que vemos en la pantalla se yuxtapone, ocurre al mismo tiempo.
En tiempo real.
Sí. Exacto. Entonces, yo creo que mucho de esta estructura de composición está presente en Verde Shangai. Es justo como lo que hablábamos de las fronteras. El tema como tal, la anécdota como tal, no aparece en mis novelas, pero creo que la experiencia es una parte fundamental de la novela. Y, lo mismo, mi experiencia con la escritura electrónica es un esqueleto, una parte de los principios de composición de la novela. Aun cuando en la novela nadie tiene Twitter, Facebook, un blog, ni nada por el estilo. Pero no es tanto al nivel anecdótico que me interesa sino al nivel de cómo percibimos el mundo: cuando somos seres humanos que interactuamos con pantallas y ventanas que se abren dentro de pantallas que se cierran y se abren continuamente.
¿A usted le parece que todo lo que es cibernético, todo lo que tiene que ver con las nuevas tecnologías, es una amenaza parcial o total para la novela decimonónica, como la entendíamos?
Yo creo que es un reto para la escritura, en general. Y, de hecho, me atrevería a decir que no solo no es una amenaza: estas tecnologías realizan muchos de los sueños, las metáforas y los clichés de los que se hablaba, por ejemplo, en las novelas decimonónicas, cuando los escritores decían que oían voces. Eran voces que se comunicaban. Ahora, cuando estás en una cuenta de Twitter y ves tu timeline las voces son otros escritores, otras escrituras que están escribiéndose en el momento. Es decir, pareciera ser que estas cosas de las que se hablaba como entes abstractos y metafísicos, finalmente, las tecnologías las han hecho posibles como presencias y prácticas.
En simultaneidad, sobre todo.
Es una realización, una actualización, un consumar algo que era una promesa, de alguna manera. Y, claro, a lo que eso conduce, me entusiasma, me da una gran curiosidad. Me interesa mucho que mi escritura se vea afectada, también, por esa experiencia. Que no sea una escritura hermética que se quede a respirar su propio aire viciado una y otra vez, sino que esté viendo lo que está ocurriendo, cómo estamos interactuando con la lectura en nuestra época contemporánea.
Muchísimas gracias por la entrevista. Esperamos que siga disfrutando de Lima y pueda volver en otra oportunidad. Es una escritora muy buena.
¡Qué amable! Gracias a ti por la entrevista.
Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán
La talentosa narradora, poeta, historiadora y catedrática mexicana Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964) vino como invitada a la FIL Lima 2011 para presentar su última novela: Verde Shangai (2011). Anteriormente, publicó los poemarios Apuntes (1984, Premio de poesía Punto de Partida), La más mía (1998) y Los textos del yo (2005); así como las novelas Desconocer (1994, finalista del Premio Juan Rulfo para primera novela), Nadie me verá llorar (2000, Premio Nacional José Rubén Romero 1997, Premio Impac-Conarte-ITESM 1999, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2001), Cruzar el Atlántico con los ojos cerrados (2001), La cresta de Ilión (2002, finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2003), Lo anterior (2004) y La muerte me da (2007, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2009). También los libros de relatos La guerra no importa (1991, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí), Ningún reloj cuenta esto (2002, Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo 2001) y La frontera más distante (2008). Igualmente, su libro de investigación histórica La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México, 1910-1930 (2010). Esta respetada autora azteca recibió, en mérito a su destacada trayectoria, un homenaje por parte de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el año 2009. Asimismo, en 2005, cuando recibió el Premio Anna Seghers, de Alemania, el reconocido novelista Carlos Fuentes la consideró “una de las voces más importantes de la joven generación de autoras y autores mexicanos y latinoamericanos”. Al respecto, la obra de Rivera Garza ha sido traducida al portugués, alemán, italiano, coreano, inglés, francés y esloveno. Además, es profesora de Creación Literaria en el Departamento de Literatura de la Universidad de California, en San Diego; y publica la columna semanal La mano oblicua en la sección cultural del periódico Milenio. Finalmente, para estar a tono con estos tecnológicos tiempos, mantiene siempre actualizado su visitado blog No hay tal lugar. U-tópicos contemporáneos.
Muchas gracias por la entrevista. Es un gusto para mí, realmente. Quería empezar citándola a usted misma: mencionó alguna vez que una novela podía prescindir de todo, excepto de una postura respecto al lenguaje. Entonces, ¿cuál es la postura de Verde Shangai?
¡Qué interesante! Porque sigo creyendo eso, en contra de posiciones que consideran que el elemento más importante de la novela es la anécdota. Y yo creo que la anécdota es importante, pero no es la única ni la más importante de las funciones de la novela. En el caso de Verde Shangai, hay una serie de ejercicios que tienen mucho que ver con la reescritura. Tienen que ver con la función primordial de la lectura. No tanto del lector sino de la lectura como una parte generativa de la novela. Entre estos dos elementos es que está estructuralmente. La composición de la novela tiene que ver con estos elementos. Está, de una manera más directa, la reescritura de una serie de cuentos que formaron un libro mío que publiqué en el 91, que se llama La guerra no importa, y la manera cómo algo que se reescribe transforma la estructura del presente, cómo esta estructura del pasado logra alcanzar esta orilla del presente.
Colindancias y puntos de ebullición
¿Siempre tiene presente en la elaboración de sus textos literarios, tanto poéticos como narrativos, este constante ir y venir entre Estados Unidos y México? Quizá no de una manera consciente, pero, ¿siempre fluye en sus escritos?
Y no de una manera temática, tampoco. Yo nunca he escrito un libro, por ejemplo, que se llame Estados Unidos y yo. Tampoco en mis libros hay una referencia a ciudades norteamericanas, y ni siquiera hay utilización de palabras en inglés ni nada. Yo creo que sí está muy presente, sí ha marcado mucho mis libros esta vida fronteriza, pero más en el sentido de lo que tiene que ver con identificación de bordes y procesos de cruce. Es algo que me sigue interesando mucho.
La colindancia.
Lo que se hace en esos puntos es lo realmente relevante. No lo que alcanza las orillas sino lo que logra mantenerse en esta mitad que, para mí, siempre está palpitando, es donde está lo vivo.
Claro. A usted le gustan estos puntos de ebullición, no la definición.
Exactamente. Sí. En todo caso, los libros que me han conmovido, los que me han marcado, son esos libros. ¡Qué bonito eso: en punto de ebullición! Sí. Antes de que se haga humo, y antes de que se acabe el agua.
Es como una transformación.
Cuando la alquimia pasa, sí. ¡Ay, voy a utilizar eso! ¡Te lo voy a robar! Ja, ja, ja…
Una parte intrínseca -y difícil- del texto literario
Con todo gusto. Viendo otra de sus obras, Nadie me verá llorar: esta duda que usted tuvo para ponerle el título, que primero era Yo, Matilda Burgos. Y luego Agujeros luminosos. Y luego La enferma habla mucho. ¿El dudar de los títulos puede generar un cambio, también, en el contenido del libro? ¿A usted le pasó eso durante esta duda de “qué título le pongo”, o el libro ya estaba hecho?
Es bien chistoso: hay libros que he escrito que nacen con el título. Lo anterior, por ejemplo, es un libro que nació con ese título, que después quise cambiar, pero ya no pude porque había nacido con ese título. Y hay libros que estoy produciendo y no me doy cuenta del título sino hasta ya muy entrado el final. Nadie me verá llorar es un libro con cuyo título yo todavía no estoy en paz. Si se valiera cambiar los títulos en cada edición, yo los cambiaría, pero eso ocasionaría demasiado caos, ¿verdad?
Claro.
Cambiaría muchos títulos. Estoy muy inconforme con mis títulos.
Puede, como hacía Octavio Paz, cambiar el contenido durante años, pero no podría…
Pero no el título. Yo quiero hacer lo contrario, que se quede el contenido, pero cambiar el título (sonríe) y la portada. No es cierto. Yo creo que el título no nada más es una puerta, no es un resumen, sí es una marca. Es una parte intrínseca del texto. No debería ser un añadido. Por lo mismo, es tan difícil como el punto final, tan difícil como la primera frase -que, usualmente, no es la primera que uno escribe sino es la primera frase que, después de releer y revisar, gana ese lugar-. Pero no soy muy buena con los títulos. Esa es la verdad del asunto.
La locura como material narrativo e histórico
También me gustó muchísimo este libro histórico, como historiadora que es usted, sobre el manicomio La Castañeda, en México. ¿Es una parte de la historia que le llamó la atención solamente porque está ubicada en la época del porfiriato o, quizás, porque este tema de la locura a usted le atrae mucho?
El tema me ha atraído desde hace mucho tiempo. Y creo que no soy la única. Es un tema universal. La diferencia aquí es que he tratado de encontrar las palabras concretas, las palabras históricas que le dieron forma al padecimiento mental en esta etapa tan álgida y tan importante de la historia mexicana: entre 1910 y 1930. Lo que intenté es, en lugar de estar hablando sobre interpretaciones de otras gentes, de los médicos o los poetas, pues quise meterme con el lenguaje en formación, con el lenguaje de los pacientes. Meterse en eso es un viajezote enorme. En los expedientes hay cartas, descripciones concretas, diálogos, muchas cosas tachoneadas. Hay, evidentemente, un proceso muy vivo de cómo vamos definiendo como sociedad algo tan difícil como la enfermedad mental.
En este caso de la elaboración de un libro histórico, ¿usted, también, ve la escritura como un proceso de producción….
Sí.
…o solamente en el caso de los libros narrativos?
No. Y en este caso, especialmente, he escrito artículos académicos. Usualmente, a diferencia de las novelas, en el libro académico uno tiene que saber de qué se trata, cómo va a terminar y dónde entra la argumentación…
Todo.
…antes de escribirlo. Es la gran diferencia, creo yo. El parentesco más cercano con la epifanía del escritor es, en el caso del historiador, cuando entra al archivo, cuando encuentra el documento que no sabe que buscaba: eso se parece más a escribir una novela. Pero en el caso de este libro de la historia de La Castañeda, yo hacía un hincapié en que es un libro de historia. En el sentido de que su investigación está a prueba. Cada pie de página está comprobado. Sigue toda la metodología y el rigor del historiador, pero está escrito como una escritora. Está escrito con la noción muy consciente de que cuando escribimos como historiadores, también estamos lidiando con interpretaciones del mundo.
La historia siempre es una interpretación.
Claro. Totalmente. Y, entonces, como tal, los mecanismos de la ficción me ayudan mucho para poder contar esa interpretación de esa historia del mundo.
Como que la narrativa es una interpretación más de lo humano, mientras que la historia es una interpretación más social.
Pero, por ejemplo, La Castañeda está muy basada, muy cercana a casos bien concretos. No es tanto una vista amplia sino una muy acotada por las experiencias personales de un puñado de pacientes. Me interesa mucho eso, tanto en las novelas como en la historia. Es decir, el punto de vista irreemplazable de una persona. Como una especie de Aleph, como una especie de caleidoscopio, después de regresar de las múltiples miradas del mundo.
Las nuevas tecnologías y la novela decimonónica
Su experiencia como bloguera y twittera: van a desencadenar en usted, en algún momento, escribir obras literarias…
Con esto.
…totalmente desarrolladas en el ámbito de las nuevas tecnologías.
Pero fíjate que Verde Shangai, la novela que estoy presentando, entre otras cosas, también resulta de mi experiencia con la escritura electrónica. Porque el tipo de narración, de fragmentariedad, de articulación que ocurre en Verde Shangai sería más difícil de pensar sin visualizar una pantalla llena de ventanas que se están abriendo y cerrando continuamente. Lo que vemos en la pantalla se yuxtapone, ocurre al mismo tiempo.
En tiempo real.
Sí. Exacto. Entonces, yo creo que mucho de esta estructura de composición está presente en Verde Shangai. Es justo como lo que hablábamos de las fronteras. El tema como tal, la anécdota como tal, no aparece en mis novelas, pero creo que la experiencia es una parte fundamental de la novela. Y, lo mismo, mi experiencia con la escritura electrónica es un esqueleto, una parte de los principios de composición de la novela. Aun cuando en la novela nadie tiene Twitter, Facebook, un blog, ni nada por el estilo. Pero no es tanto al nivel anecdótico que me interesa sino al nivel de cómo percibimos el mundo: cuando somos seres humanos que interactuamos con pantallas y ventanas que se abren dentro de pantallas que se cierran y se abren continuamente.
¿A usted le parece que todo lo que es cibernético, todo lo que tiene que ver con las nuevas tecnologías, es una amenaza parcial o total para la novela decimonónica, como la entendíamos?
Yo creo que es un reto para la escritura, en general. Y, de hecho, me atrevería a decir que no solo no es una amenaza: estas tecnologías realizan muchos de los sueños, las metáforas y los clichés de los que se hablaba, por ejemplo, en las novelas decimonónicas, cuando los escritores decían que oían voces. Eran voces que se comunicaban. Ahora, cuando estás en una cuenta de Twitter y ves tu timeline las voces son otros escritores, otras escrituras que están escribiéndose en el momento. Es decir, pareciera ser que estas cosas de las que se hablaba como entes abstractos y metafísicos, finalmente, las tecnologías las han hecho posibles como presencias y prácticas.
En simultaneidad, sobre todo.
Es una realización, una actualización, un consumar algo que era una promesa, de alguna manera. Y, claro, a lo que eso conduce, me entusiasma, me da una gran curiosidad. Me interesa mucho que mi escritura se vea afectada, también, por esa experiencia. Que no sea una escritura hermética que se quede a respirar su propio aire viciado una y otra vez, sino que esté viendo lo que está ocurriendo, cómo estamos interactuando con la lectura en nuestra época contemporánea.
Muchísimas gracias por la entrevista. Esperamos que siga disfrutando de Lima y pueda volver en otra oportunidad. Es una escritora muy buena.
¡Qué amable! Gracias a ti por la entrevista.
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