domingo, 24 de noviembre de 2019

Gino Ceccarelli



“Lamentablemente, en el arte Lima sigue siendo el Perú”

Entrevista y fotografía por Gianmarco Farfán Cerdán

Muy pocos son los artistas peruanos que cuando dan sus opiniones políticas, sociales o sobre el racismo en nuestra todavía discriminatoria sociedad, no temen chocar con personas importantes o grupos de poder. Gino Ceccarelli Bardales (1960) es uno de ellos. Más allá de ser uno de los mejores y más prolíficos pintores del Perú, es un hombre con gran conciencia social, enemigo de las injusticias y sin pelos en la lengua. Dice lo que piensa y lo que siente, sin querer quedar bien con nadie. Aparte, la calidad de su arte ha sido elogiada en poemas por varios de los mejores vates nacionales del último medio siglo: Arturo Corcuera, César Calvo, Antonio Cisneros y Marco Martos. Un verdadero lujo. Hasta autores extranjeros, como el chileno Alberto Fuguet, han escrito sobre su labor artística.

Ceccarelli ha realizado más de 40 exposiciones (individuales y colectivas) de sus excelentes obras en 23 países: Francia, España, Estados Unidos, Portugal, Suiza, Colombia, Paraguay, Chile, México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina y el Perú. Fue seleccionado por la UNESCO para la exposición itinerante que recorrió 27 países de Europa y América en el proyecto Iberoamérica Pinta. Estudió en la Escuela Regional de Bellas Artes de Iquitos y en la Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, en el taller de Cristina Gálvez y en talleres de pintura y grabado en París.

Entre mayo y junio de este 2019 el Ministerio de Cultura, en la Sala Kuélap, albergó su impactante muestra de arte “Entre el semicielo y el semimundo” (una de las tres mejores del año, sin duda alguna), que recibió más de 18 000 visitantes. Una cifra muy inusual, pero sorprendentemente positiva para cualquier exposición artística realizada en Lima. Ceccarelli, además, fue director del Instituto Nacional de Cultura de Loreto durante cuatro años.

Fueron muchos los temas tratados en esta entrevista: su vida familiar, sus inicios como pintor, el arte (injustamente) centrado en Lima, la fama, sus profundos lazos con poetas peruanos formidables, la relación entre el Estado y el artista nacional, el auge imparable del arte amazónico, el rol necesario de la crítica de arte. Como siempre, todo analizado desde un punto de vista agudo, nada complaciente.

Existe esa coincidencia en Ceccarelli: puede pintar los cuadros más impresionantes y llenos de color (como “Maternidad”, “Cazadora de estrellas”, “Camino al río”, “Casa de la Luna” o “Santa sirena del Ucayali”), que reflejan con acierto los personajes y los mitos de la Amazonía, así como también puede cortar cabezas con sus palabras, criticando lo que viene funcionando mal (que no es poco) en nuestro país desde hace muchas décadas.

 
Muchas gracias por esta oportunidad. Admiro mucho tu trabajo desde hace años. Yo quería empezar mencionando que ahora estás en el Ministerio de Cultura, en la Sala Kuélap, con tu última exposición -que es realmente fantástica-, que es “Entre el semicielo y el semimundo”. ¿De dónde viene este título tan interesante, tan misterioso?
Aparte de ser muy poético. Porque tiene varios niveles de lectura. Ese es el mensaje. Es muy simple. Es una conversación que tuve hace muchos años con un curandero yagua, por el río Napo, una comunidad muy perdida, muy alejada. Y hablábamos de todo, de la vida, tomando, entre masatos, y yo le pregunté en qué estado estamos los seres humanos, para él. Y me dijo esta frase: “Entre el semicielo y el semimundo”. Rápidamente hice yo una relación con lo que es el purgatorio. Yo estudié mucho tiempo “La Divina Comedia”. Es más, hice una serie de treinta cuadros. Porque “La Divina Comedia” es una especie de iniciación shamánica, si quieres. Entrar en “La Divina Comedia” es casi eso. Y para él no merecemos ver el cielo y merecemos estar en la tierra real. Entonces, vivimos una especie de estadio intermedio, que le llamaba “el semicielo y el semimundo”.

Eso significaría que estamos purgando todos en esta vida.
Algo así. Debe ser. Además, creo que lo merecemos, porque estamos muy lejos de ser perfectos y de merecer el paraíso. Salvo algunos pocos de nosotros.

Claro. Nos dieron el paraíso y luego lo hemos destruido.
Sí, lo destruimos. Todos los días lo estamos destruyendo. Hemos llenado de plástico el paraíso. Somos la especie más desarrollada, más avanzada y la más depredadora, la que está destruyendo el planeta. Destruye su paraíso. El único sitio que tiene donde vivir lo está destruyendo a pasos agigantados por un simple tema, que es la codicia. El dinero, la acumulación. Es algo absurdo, pero hay gente que prefiere destruir el planeta por tener unos dólares más. ¡Bien cojudos que somos! Y festejamos.

Es una muestra del egocentrismo del ser humano.
Sí. La sed de la codicia en su máxima expresión, pues: contra las comunidades nativas… Es un factor nuevo que ha entrado. (El nativo amazónico) es muy comunitario, es muy social: yo cazo para todos, yo pesco para todos. No quiero tener la mejor casa para (lucirme ante) los demás. Que esté bien mi casa y ayudo a los demás. Hay una cuestión de compartir. Es muy primitiva, pero es lo más saludable que hay. Cuanto más hemos avanzado, más avanzó el egoísmo y la codicia. Hemos llegado a niveles de espanto.

Y tú justo muestras en varios de tus cuadros la contaminación petrolera.
Sí, es lo que me ha venido. Siempre me ha preocupado mi entorno social, un poco la cosa política también. Soy bastante activo en las redes. Por temporadas.

Sumamente activo. Posts todos los días.
Por temporadas. Ahora he bajado un poco. Más relax ahí. Hay épocas que sí. Lo que pasa es que la indignación es grande, la verdad. Yo no acepto la injusticia.

Eres un influencer.
No lo sé.

No estás pendiente.
Ni siquiera veo cuánta gente me ve. Pinto, miro, jodo, sigo pintando, digo lo que tengo que decir. Pero trato cada vez menos. Trato de no indignarme demasiado, porque no es bueno para la salud. Todavía tengo mucho que hacer.

En varias entrevistas has mencionado que te va a faltar vida para hacer todo lo que quisieras.
Sí, tengo demasiadas ideas. Tengo más de 120 cuadros en la cabeza. Con eso ya tengo como para un par de años de trabajo. Y cada día me vienen más ideas. Y no solamente pinturas. Hay esculturas, performance, libros, propuestas, proyectos. Hay un montón de cosas.

Tú pintas varios cuadros a la vez porque es tu estilo, tu forma de trabajar.
Sí, lo que pasa es que hay muchas ideas y, a veces, uno cuando empieza a pintar un cuadro, se te coló otra idea o, a partir de un trazo, de un color, se viene a la cabeza una nueva idea que está guardada por ahí, en el fondo o en el inconsciente. Y, entonces, necesito empezarlo. Y aprovecho la viada. En una semana puedo empezar cuatro cuadros o cinco y voy haciendo bocetos, voy haciendo acuarelas por acá, me siento un ratito. Soy muy activo. Aunque no parezca, mi trabajo es muy violento, muy rápido. Yo voy muy rápido. Y a pesar, incluso, que hay mucho detalle en algunos cuadros, todos esos detalles van muy rápido. Y es muy físico. Es decir, yo no puedo trabajar sentado. Necesito estar parado y me muevo, mezclo. Necesito mucha actividad física y termino agotado en la tarde.

¿Con o sin música?
Con música. A veces, silencio.

Y cuando es con música, ¿algún tipo de música en especial?
El cuadro me va pidiendo, pues. Por ejemplo, una serie que trabajé en París hace muchos años, que había mucho fondo negro, era una serie de sesenta cuadros y, prácticamente, todos los hice con la “Sinfonía Patética” y el “Réquiem” de Mozart, porque me daban el clima necesario. Otros me piden salsa, otros cuadros me piden música más ligera, mucha música clásica y mucho jazz, más que nada.

Esas hermosas mujeres amazónicas (de tus cuadros), ¿qué música te piden?
También pongo música amazónica, claro. Pero mis trabajos se acompañan bien con música clásica.

Es evidente que la Amazonía ha influido en ti, en la mayoría de tus obras, pero yo, más bien, quería preguntarte, ¿cuál ha sido la influencia que han tenido esos tres años en Barcelona y esos quince años en París en tus obras? ¿Hay esa influencia?
Sí. Mucho. En Europa dicen que mis personajes son indias, pero que mis colores son mediterráneos. Estos ocres, tierras, amarillos, esos contrastes, son muy mediterráneos. Son colores que se ven mucho en el Mediterráneo. Y también me han dicho que mis amazónicas tienen cuerpo de italianas. Piernas largas y todo eso. Pero eso no me preocupa.

Voluptuosas.
Sí. La vida para mí ha sido un río muy natural y tranquilo. Yo no me he propuesto ser artista, yo no me he propuesto “voy a tomar el tema amazónico, el tema de los mitos”. Todo ha venido naciendo o sucediendo de manera natural. Más bien, yo me he dejado llevar por la vida. No ha sido una propuesta, una decisión personal: “Voy a hacer esto”. No. Yo he dejado que la vida me lleve hasta donde estoy.

Además, era inevitable porque, como tú contabas en algunas entrevistas, tenías mucha facilidad para retratar desde niño.
Sí.

Y tu padre te llevó a la escuela de Bellas Artes.
Es lo único que sé hacer mejor. Me gusta mucho.

A los nueve años te llevó tu padre.
Claro. Mi primera exposición fue a los once, ja, ja...

Es un apoyo familiar total.
Claro. También un poquito de castigo. Es decir, como pintarrajeaba toda la casa con tizas, lápices, de todo, entonces “anda mejor a dibujar allá”. Mi padre, como italiano, es un campesino italiano, pero tenía mucha sensibilidad social, mucha sensibilidad artística. ¿Qué es lo que pasa? Viajas por Italia, por donde vayas, a los pueblos más pequeños, ves bellísimas esculturas, la arquitectura es una maravilla, el orden. Toda la gente tiene obras, cuadros en su casa, por herencia o no sé, pero mucho arte ves en la calle, en las ciudades. Hasta en el campo, hasta en los pueblitos más pequeños. Es muy natural para un europeo, para un italiano, que un hijo se dedique al arte. No es un trauma, como pasa acá.

Como en el Perú.
“¡Mi hijo quiere ser artista!”, como si fuera casi…

Una maldición.
…un ladrón, un tipo marginal. ¡Qué peligro!

Debajo del puente lo imaginan ya.
Claro. Mi padre no tuvo eso, mi madre tampoco, felizmente. No sé si ellos hablaron… Al contrario, me han apoyado siempre.

Pero siempre hay alguien en la familia… Tu abuelo, bisabuelo, ¿alguien dibujaba, pintaba? ¿De dónde venía el lado artístico?
Ni idea. Hasta donde yo sé, nada.

Quería mencionar el hecho de que en tu exposición actual “Entre el semicielo y el semimundo” hubiera estado la ministra de Cultura Ulla Holmquist y también hubiera estado el presidente de Petroperú, es un honor que, evidentemente, tu pintura merece, pero ¿te ha hecho reflexionar ya al nivel que estás llegando como artista? Si bien es una cosa natural que se ha dado en tu vida, pero ¿eres consciente de que eres una de las caras visibles y más representativas del arte contemporáneo peruano?
Sí (sonríe). Lo pienso, pero no me preocupa demasiado. Más bien, creo que sí te hace, un poquito, ser más responsable. Es decir, sobre todo con la gente, con los jóvenes, que tienen mucha curiosidad. Ha habido mucha gente joven de Bellas Artes, estudiantes, han ido muchos colegios también a la muestra. Entonces, hay una curiosidad de conocer qué es lo que piensan, piden consejos. En ese sentido, hay que ser responsables. Por más que uno traiga ideas osadas o diferentes o contestatarias, como le llaman, pero con los jóvenes hay que ser muy responsables. Yo lo he sido. No he tenido grandes apoyos. Me hubiera gustado tenerlos, seguramente. No conocía grandes artistas cuando yo era joven, pero sí te da esa responsabilidad. Una de las responsabilidades que te da es de hacer mejor obra todavía. Hay cosas que tengo que replantear. De repente, por un tiempo, los mitos no van a estar muy presentes. De manera indirecta sí. Hay una serie de obras que quiero hacer. Nuevos colores quiero ensayar, nuevos espacios de búsqueda. En eso ando. A veces, es un momento de reflexión, pero está bien.

Muchos artistas llegan a cierto nivel de reconocimiento y les da por la vanidad y a otros les da, como tú has explicado, por la responsabilidad. Felizmente, tú lo has tomado por el lado responsable.
Claro, todo artista es un vanidoso. Unos lo disimulan mejor que otros. Eso es cierto, porque hay una dosis de ego que necesitas para dedicarte. Lo que tienes adentro, sacarlo, exhibirlo y ver la manera de vivir de eso. Es una dosis fuerte de ego y de aventura. Un espíritu aventurero muy fuerte. A mí esas cosas nunca me han preocupado. Incluso, en una exposición más grande que hice, en mi primera, que fue en el Museo de Arte Italiano. En Perú ya he expuesto, prácticamente, solamente en museos. Son siete exposiciones que he hecho en el Perú en toda mi carrera, tengo más exposiciones fuera. Cuando fue la gente, entonces me decían: “Pucha, la gente te (ha venido a ver)”, pero no me afecta mayormente eso. Me siento bien. No me cambia para nada.

¡Qué bueno! Acá entra el nexo que tú has tenido -y me parece fantástico- con la literatura peruana. Revisando uno de tus hermosos catálogos -porque son una maravilla-, hay muchos nombres importantes, pero tres que yo respeto mucho, y me parece genial que hayan escrito sobre tu arte y sobre ti, son: César Calvo, Antonio Cisneros y, sobre todas las cosas, Arturo Corcuera. Que me parece el mejor poeta, de los últimos cincuenta años, del Perú.
Los tres ya partieron, pero los tres han sido muy amigos míos. Más que todo por Calvo. Yo lo conocí muy joven a él. Yo tenía veintiún años. Y lo fui a buscar porque había salido Ino Moxo (en 1981), a hablar, porque había unas cosas que no me cuadraban en el libro. Comenzamos a conversar entre cervezas y en un bar en el centro que se llamaba La Capilla. Se llamaba, ya no existe.

¿Centro de Lima?
En el Centro de Lima, jirón Lampa. Y estuvimos horas y horas ahí, hablamos largo y nos convertimos en grandes amigos. A los pocos meses, él me prestó un apartamento que tenía en Chaclacayo para que yo vaya a pintar ahí, porque no tenía taller, y se apareció con sus maletas y convivimos prácticamente tres años. Y ya por él conocí a Arturo Corcuera, a Reynaldo. Con Toño Cisneros es diferente, más que todo por un tema periodístico. También fuimos muy amigos. Con Rodolfo Hinostroza también hemos sido grandes amigos. Lo he llevado a Iquitos. Incluso, cuando Toño fue a París, fue un par de veces a mi casa. Con la generación del 60 yo he tenido, a pesar que eran veinte años mayores que yo, un acercamiento muy fuerte, una identificación. Hasta me consideraban del grupo. De la misma manera -me pasan esas cosas-, cuando llegué a Barcelona, a las tres semanas yo era muy amigo y éramos un grupo que nos reuníamos todas las semanas en casa de Juan Marsé. Estaban José Agustín Goytisolo, estaba Félix Grande, Mariscal -que es un gran artista de allá-, el mismo Juan Marsé. Era todos los jueves a tomar vinos y a conversas y a pasarla bien. Me adoptaron en el grupo también muy rápidamente. Yo era mucho menor que todos ellos y era el único que no era escritor, además. Así voy conociendo gente, no sé cómo…

Pero seguro conoces mucho sobre literatura…
Sí.

…para que los escritores españoles también te hayan adoptado.
He leído mucho. Bastante. Eso es lo que más me apasiona. Y leo mucha poesía. Eso también es una de las fuentes de mi trabajo.

Porque los escritores, en ese sentido, son bien sectarios. Cuando ven que alguien no sabe de su mundo o área, lo apartan.
Sí, conozco. Con el mismo Marco Martos tenemos una amistad muy antigua, pues.

Que también ha escrito sobre tu trabajo.
Sí. Tiene muchas cosas escritas sobre mí.

Si bien lo que ha escrito César Calvo me parece muy bonito, pero que Corcuera te haya escrito “Fábula de Gino y la runamula”… El final me parece maravilloso. Dice: “Todo lo dotó a Gino de alas, le proporcionó óleos y aceites para el gran vuelo creador. / Los pelos de marta de su pincel se revuelven en un enjambre de luciérnagas”. Mejor elogio creo que para un pintor no existe.
Con Arturo hemos sido grandes amigos. Con todos, con Rosi, con sus hijos. Con Javier somos también una amistad muy antigua. Lo conozco desde muy pequeño. A las hijas también, a Rosamar, a Nadiana… No sé si has ido a la casa de Arturo, en Chaclacayo.

No. Pero tú sí has ido bastante. Vi tus fotos en Facebook.
Iba mucho y de muy joven. Podía llegar todos los fines de semana. Incluso, cuando yo vivía en Francia, venía a Lima por dos, tres semanas e iba a alojarme a casa de él, en una especie de torreón con cuarto, que era mi cuarto, separado para cuando yo pasara por Lima. Paraba más en Chaclacayo que en Lima cuando venía por acá.

¡Y qué increíble que sus hijos (estén ligados al arte)! Rosamar, sobre todo, y Javier en el cine. Rosamar es una artista fantástica. En tu caso, tus hijos, ¿alguno ha seguido tu arte?
Mi hijo hace un poco de música, mi hija dibuja, pero los dos son economistas. Mi hijo es experto en finanzas internacionales. Pero tiene un espíritu de artista, porque permanentemente va a galerías, museos. Está muy interesado en la vida cultural. Porque la mamá de ellos también ha sido muy ligada a la cultura.

¿Ha sido artista su mamá?
Escritora. Lingüista y filóloga. Semióloga también.

¿Puedo saber su nombre?
Ana Gabriela Fuentes. No llegó a publicar, pero sí es una persona que está muy vinculada al mundo de la cultura, del arte, la literatura también. Mi hija está en París y mi hijo está en Luxemburgo.

¿Los llevabas tú cuando eran niños a las galerías, a los museos?
Sí, claro. Bastante. Sí iban conmigo. Les gustaba y les gusta hasta ahora.

¿Han venido para esta muestra en el Ministerio de Cultura?
No han podido. Ahora no pueden viajar tan fácilmente. Ya tienen trabajos serios. Mi hijo es manager de un banco allá, en Luxemburgo, pero sí está pendiente, pregunta, manda videos, fotos. Tenemos una comunicación muy bonita.

Y el Facebook te mantiene en contacto.
El Facebook también. Las redes, el teléfono. Estamos permanentemente comunicados. Eso es lo bueno.

También quería mencionar que Alberto Fuguet, el escritor chileno, había escrito sobre ti. Quería leer el fragmento final de lo que había escrito y de ahí preguntarte algo. Fuguet decía en el texto “Sudar colores”: “Cecarelli es de esos pocos artistas con que uno se topa que no solo no le teme a la vida o se esconde o angustia por ella sino, muy por el contrario, la celebra, la goza y tiene claro que no tiene demasiado tiempo para sacarle todo el provecho. Quizá por eso pinta. Para vivir aún más”. ¿Realmente por eso pinta Gino Ceccarelli?
Sí, me conoce. Lo que pasa es que hicimos una amistad muy simpática con Alberto allá, en Iquitos. Porque había el proyecto de hacer una película, que quería hacer él y, al final, se truncó. Viajaba mucho, nos hicimos muy amigos. Él ya conocía mi trabajo. Porque yo he hecho varias exposiciones en Chile: en Santiago, Valparaíso, Viña del Mar también. Cuando nos conocimos fue grato. A mí me gusta la obra de él. Nos hicimos muy amigos. A todo esto, hace años que no lo veo. A veces, a los mejores amigos no se les ve muy seguido.

Sí, pues. Pero siguen siendo los mejores amigos.
Sí. Me encontré después de casi veinte años con mi amigo Ricardo Ramos Tremolada, que está en Lisboa. Cuando teníamos veinticinco años, sacábamos un suplemento cultural que se llamaba “Hipocampo”. Y fue un trabajo de un año, una maravilla que hicimos ahí. Trabajamos durísimo y fuimos amigos para siempre. Después de veinte años llego a su casa y me recibe como si nada: muchos vinos y mucha conversación. El cariño igual, hasta ahí.

¿Qué se publicaba en “Hipocampo”?
“El Caballo Rojo”, una revista cultural que dirigía Antonio Cisneros, había cerrado. Entonces no había ese espacio. Te hablo de los años ochenta. No había un espacio para el mundo del pensamiento, de la cultura, de la reflexión, del arte. Y nosotros decidimos tomar un poco la posta en “La Crónica”, que era diario del Estado. Acababa de entrar el primer gobierno de Alan García, entonces nos dieron las facilidades de sacar un suplemento allí. “La Crónica” no lo leía nadie, pero el domingo que salía “Hipocampo” se vendían más de veinte mil ejemplares.

Excelente.
Y fue un buen trabajo porque jalamos a mucha gente. Entre ellos, Marco Martos. Un montón de escritores. Yo llamaba a todos mis amigos y escribían ahí. Fernando Vivas empezó a escribir de cine allí. Yo lo jalé, pues. Lo busqué porque sacaba una revista en la Católica que se llamaba “Hablemos de cine”, algo así. Eran muchachos. Lo jalé y comenzó a escribir. Y fue una experiencia muy interesante. Yo no guardo ningún (ejemplar). No tengo costumbre de guardar nada. Por ahí debe haber algunas cosas.

Quería terminar, mencionando el tema de tus múltiples influencias familiares. Que tu padre tenía un restaurante italiano en el que invitaba vino a los niños, tus amigos, cuando eras niño.
Más a los hijos (ríe).

Y que tu bisabuela materna era una india omagua.
Sí.

Todo este crisol de culturas… Imagino que siendo tan fuertes las culturas italiana y amazónica, ¿hay momentos en que te puedes separar de eso? Porque debe ser increíblemente fuerte tener todo esto en la mente.
Es tan fuerte que se hace inconsciente. No eres consciente en tu quehacer.

¿Nunca has tratado de escapar de eso?
Aquí he vivido mucho tiempo también, en Lima. Pero no me siento limeño para nada. Al contrario, no sé si tú sigues un poco (mi Facebook), yo soy crítico de la cultura limeña, del acento limeño.

Todo el tiempo.
Que me parece feísimo. Ese “aj”… Esas aspiradas que hay de asco. Y más ese acento quejón y lloroso y engreído que tiene el limeño cuando habla. No todos, pero…

Pero es un sector de Lima.
Son sectores de Lima, eso es cierto.

Clase media, alta.
Ese de clase media, alta, es feísimo. Yo me divierto con eso. Reivindico, pues, el acento amazónico, que me parece mucho más delicioso y poético, si quieres.

Más musical también.
Muy musical. Como los buenos versos: siempre son musicales. Pero no me preocupa eso. Por eso cuando me preguntan ¿cuál es tu nacionalidad? En realidad, yo nací en Brasil.

En un pueblo que un día aparecía y otro día desaparecía.
Sí. Benjamin Constant. Es una gran ciudad ahora. Cuando me preguntan ¿qué nacionalidad tienes? Yo siempre digo “amazónica”.

No eres peruano, entonces.
Peruano, amazónico, medio brasilero y medio italiano también. Pero amazónico. Uno es producto, al final, de sus obras también. De lo que haces. Tú eres quien haces y qué es lo que haces. Eso es, un poco, el reflejo de lo que eres. No necesariamente lo que uno anda diciendo o pregonando. Porque, a veces, tus actos demuestran todo lo contrario o demuestran otras cosas. Que los cuadros digan lo que tengan lo que decir. Ahora, en esta exposición he tenido la suerte de que, hasta el día de ayer, han ido casi 18 000 personas a ver la muestra. Me sorprendió mucho la enorme asistencia que ha tenido esta exposición. Y algunas veces que he ido, me parecía… Voy a mediodía y parece que fuera la inauguración, porque hay 200, 300 personas dentro de la sala. Y sábado y domingo han pasado más de mil personas por día. A veces, me pongo detrás de las tres, cuatro guías que yo había preparado y tenían un trabajo bien pesado. Me ponía a escuchar los comentarios que hacían. Preguntaban si Ceccarelli está vivo todavía o se murió. Y yo les pedía a las guías -que es lo que yo hago, a veces- que le pregunten a la gente qué entienden de ese cuadro, qué cosa les dice el cuadro, que ellos busquen la historia al cuadro. Mi cuadro es narrativo, si quieres. Y es un poco lo que es la literatura oral, que es lo que prima en la Amazonía. Son narraciones. Entonces, eran unas historias maravillosas. A veces, mejores que las mías. De niños que imaginaban, por ejemplo, ¿por qué están cargando a la sirena? La están sacando del agua. ¿Por qué se llama “Cazador de sirenas”? ¿Qué cosa ha hecho? ¿Está muerta, está viva, por qué? O de “La gran boda”: ¿por qué ella está triste y él está alegre? ¿Qué ha pasado? Y la gente entra a unas historias que son de maravillas. Entonces, la capacidad de fabulación que tiene el peruano, en general -y mucho, sobre todo, gente de provincias-, me parece impresionante. Conozco más la cultura amazónica que la andina, pero el amazónico es muy plástico. Tiene mucha facilidad para el baile, la coordinación, la música y para la plástica. No es casual que en los últimos diez años haya una especie de boom de la pintura amazónica, del arte amazónico.

Rember Yahuarcani, Brus Rubio.
Rember, Brus, Harry Chávez, Graciela Arias. Hay un montón de gente y allá hay más. En Tarapoto se está gestando un movimiento de grandes artistas, muy interesante. En Moyobamba también, en Chachapoyas también hay buenos artistas. Quiero ir a Puerto Maldonado, ¿qué es lo que está pasando con el arte amazónico en esa zona que muy poco sabemos, muy poco conocemos? Por ejemplo, en Tarapoto hay un gran movimiento de los cuerpos pintados, que a mí me gusta mucho.

El body painting.
Sí. Es un arte efímero, porque desaparece al día siguiente, pero hacen maravillas. Son gente muy despreocupada de hacer grandes propuestas, de trabajar con grandes galerías o vender. Se divierten y lo hacen bien. Gente muy humilde y hacen buenos trabajos. Técnicamente, son muy buenos. Lo interesante también es que hay mucha variedad en cuanto a propuestas estéticas, no solamente como tema. Si ves el trabajo de Rember, Brus, Harry Chávez, Christian…

Bendayán.
Claro, de Bendayán y otros más, son propuestas muy variadas. El abanico es grande. No es una sola corriente. Se va a gestar algo más interesante todavía. Ya no es una moda el arte amazónico sino que es como un movimiento.

Mencionaste que hay una fuerte corriente de cuerpos pintados, de body painting ahí, en la Amazonía. Es algo que ellos han hecho desde siempre. Porque siempre se han pintado.
Sí, esa es una cosa que se ha aplicado. Los yaguas, los huitotos, los ticuna… Hay ciertos tatuajes que se hacían. Es de manera muy natural. Ahora, si la influencia viene ancestral o europea, no importa. Se están haciendo cosas bien y la oferta es muy grande. Son decenas, quizá más de cien artistas, ahorita, que andan por toda la Amazonía y están haciendo trabajos de calidad. Eso es lo que aprecio. Voy a ver la manera de rescatar y hacer que lleguen un poco más a grandes plazas. Porque, lamentablemente, en el arte Lima sigue siendo el Perú. En Barranco, Miraflores, San Isidro están concentradas las diez galerías importantes. Deciden lo que pasa en el Perú.

En ese punto me interesaría tu opinión porque siempre es discordante o muy propia, no busca caer bien a nadie. Eso me parece genial. Por lo mismo que no tienes lazos tan limeños.
Sí.

En tres distritos -exactamente, Barranco, San Isidro y Miraflores- se concentran la mayoría de exposiciones. Al final, en las pocas revistas o periódicos que tienen alguna sección de cultura y que publican listas de arte, aparecen exposiciones únicamente de estas galerías. Y del centro de Lima, solamente del MALI.
No hay una guía de arte del Perú. Todo está dedicado a Lima. Entonces, si un artista ahorita decide ir a vivir a provincia, en dos años desaparece. Se olvidan de él y chao. Si no estás en Lima, no existes. Hay que ser bien francos. A mí no me da temor, tú sabes, decir las cosas de frente. Y el arte peruano, más si es contemporáneo, se concentra en Miraflores, Barranco, San Isidro. Y se acabó. Es como si el Perú perteneciera a tres distritos, que es una millonésima parte del territorio peruano. Y también hay mucha pereza de muchos críticos, curadores, historiadores, de ir a buscarlos a provincias. Se sientan acá a esperar que se aparezcan los artistas y esa no es la labor realmente. Pienso que hay que ver el ámbito en el cual se desarrollan las cosas. Por ahí alguno viaja cuando ya es conocido, pero nadie va a buscar. Vayan a buscar lo que está pasando con el arte nacional, lo que está pasando con los artistas en Cajamarca, en Chota, en el resto del Perú. Lima y el resto del país… Las “zonas alejadas del Perú”. ¿Qué es eso de “alejadas”? Alejadas de Lima, ¿no? Todavía es un concepto que se maneja. Yo soy muy cuidadoso en eso. Hay cierta pereza. El crítico está sentado a ver quién expone en una buena galería y hacer un comentario bueno o no, si le agrada o no, pero son incapaces de viajar. Hay que decirlo. Hay que viajar y hurgar qué es lo que pasa en Tumbes…

Pero ni siquiera dentro de Lima, porque hay diez, doce distritos que organizan exposiciones y solo comentan de tres distritos, que son los que has mencionado. Y del centro de Lima: del MALI. Nada más. Se acabó.
Hay un artista que me ha criticado. No ha ido a mi exposición, pero me ha criticado, lo cual me parece sumamente divertido. Es de una osadía maravillosa. Hasta ingenuo, tierno. Criticas esa exposición sin ir a verla. Eso me parece una maravilla.

Es una necedad total.
Sí.

También hay un tipo de periodismo cultural -debo ser crítico con mis compañeros de labores- que se dedica a hacer crítica de arte a través de fotos. Le mandan la foto de la exposición y ya hacen toda la crítica de arte, cuando es totalmente distinto verla por foto (que en directo). Se pierde todo.
Es parte del folclorismo.

Y hacen la crítica y los listados anuales. Pero, ¿cómo es posible, si el tipo ni siquiera ha ido a la exposición? Le han mandado las fotos y se acabó. Eso también está mal.
Sí, eso es muy malo. Tienen que ir a ver, a visitar los talleres de los artistas, ver la calidad del trabajo que tienen, con qué materiales trabajan, cómo es. Conversar más. No solamente es un punto de vista lejano y neutro, que yo desde mi sillón puedo hacer mi clasificación. ¡Tienen que ir! Como lo haces tú o como lo hacen otros también. Hay que ir a ver, tocar, acercarse, cómo maneja el color, los formatos que trabaja, si están bien montadas las exposiciones, si hay un problema de luz. Todo eso le sirve al artista también. Les guste o no, hay gente que es muy crítica, está en su derecho y me parece bien, pero tienen que ir a ver, pues. Yo no puedo hablar de un libro de poesía solamente por haber visto la portada.

Exactamente.
Un poco eso es lo que pasa.

Y mi última pregunta. Tú que has estado en los dos lados, en el del Estado, cuando has sido director del Instituto Nacional de Cultura de Loreto, y como artista, ¿cómo sientes que es esa relación entre artista y Estado? ¿Cómo has sentido que se desarrolla eso en nuestro país?
Yo fui director del INC de Loreto en una época cuando el presupuesto era malo. El presupuesto para el departamento de Loreto no pasaba de 7000 soles por mes. Yo ganaba 1600 soles por mes. Era por servicios no personales, a pesar de que yo entré por concurso. ¿Qué apoyo yo podía dar a los artistas o a la cultura en el departamento, que es un tercio del Perú? Tenía seis personas que trabajaban conmigo doce (horas)… Un arqueólogo, una administradora, el resto eran gente que estaban así, improvisados, que tenían mucha vocación por el arte, pero no lo conocían a profundidad. No había presupuesto para viajar a lugares como Contamana, la frontera. ¿Qué es lo que pasa en la frontera? No solamente a nivel de arte sino a nivel de la cultura. Y la cultura, tú sabes, que atraviesa de manera transversal todas las demás formas de conocimiento. Entonces, traté, primero, de conseguir un local decente, tener mucho más personal, tener computadoras, más información y planos. Y había que trabajar, pues, con las otras autoridades, convencer de que destinen un poco de presupuesto, de que apoyen un proyecto. Se logró algo. Yo creo que avancé bastante, pero era difícil. Ahora hay un poquito más de facilidades, pero igual es muy difícil. Claro, seguramente yo lo veo diferente, porque yo nunca postulé a una beca, nunca tuve un beneficio de parte del Estado. Nunca busqué nada. Siempre he viajado con mi plata, los proyectos los he hecho con mi plata. Además, no tengo el reflejo de ir a buscar, de hacer un proyecto para pedir apoyo. Pero sí hay gente que sí necesita apoyo. Hay proyectos que merecen un gran apoyo. En general, casi todos, pero es difícil. El presupuesto no llega y hay mucha incomprensión. Hay un sentido del desperdicio de la cultura. Hay prioridades más importantes. Siempre se habla eso, pero tampoco se avanza en otros lados. El problema es muy complejo, pero creo que el Estado sí sirve. El Estado mismo también debe hacer proyectos de avanzada y consultar con artistas. No es solamente sentarse a esperar que los artistas se aparezcan con proyectos, a ver si les apoyan o no. Yo creo que sí debe sentarse el Estado, el Ministerio (de Cultura), con los artistas, y no solamente de Lima, para poder avanzar.

Gino, te quiero agradecer tu tiempo…
De nada.

…y tu buena disposición. Nuevamente, te felicito por la magnífica exposición que has presentado en el Ministerio de Cultura.
Gracias.

Y esperamos que sigas exponiendo muchos años más y sigas haciendo tan buen arte como lo vienes haciendo.
Te agradezco, Gianmarco.

Gracias, Gino.

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