martes, 19 de mayo de 2015

Iván Fernández-Dávila


“Lo que me importa es resaltar estados emocionales”



Entrevista y foto por Gianmarco Farfán Cerdán


Un futuro referente del arte peruano. Eso es Iván Fernández-Dávila Ocampo (Lima, 1983), sin ninguna duda. No cualquier pintor tiene once exposiciones individuales en su haber a los 31 años. Cuando de aquí a unas décadas ya no estén Revilla, Szyszlo, Shinki, Chávez, Letts, Negib, Quintanilla o Tokeshi, Fernández-Dávila será uno de los nombres claves del arte nacional. Al respecto, el legendario Enrique Polanco escribió la presentación de Iván para su primera exposición, lo cual fue el augurio de una trayectoria importante que se va cimentando año tras año con pasos muy sólidos.

Iván ha expuesto en muestras individuales en Estados Unidos, Argentina y el Perú. Y el próximo año expondrá en México. Asimismo, ha formado parte de exposiciones colectivas en los cuatro países mencionados, además de Alemania, Italia y Francia. También estudió Letras y Humanidades en la Pontificia Universidad Católica del Perú, ha publicado el poemario Séptima epístola a Martín Adán (2008) y tiene un blog epónimo donde comparte su trabajo.

Dialogamos en el señorial y barranquino Museo Pedro de Osma, donde se exhibe Expresionismos, su última muestra y una de las mejores del año, ciertamente. Nos detalló sobre sus referentes pictóricos y habló, orgulloso, acerca de su talentosa pareja, la artista Elizabeth López Avilés, a quien respeta enormemente por su calidad profesional. Además, nos confió parte de su historia familiar: los últimos meses que disfrutó de su culto -voraz lector- y recientemente fallecido progenitor.

El pintor ruso Wassily Kandinsky señalaba que “el artista es la mano que, mediante una tecla determinada, hace vibrar el alma humana”. Fernández-Dávila ha comprendido perfectamente este concepto en su obra pictórica. Y gracias a su cultura e inteligencia, madura su estilo en cada exposición. Cuando uno aprecia sus enormes cuadros en directo -no en revistas, libros, periódicos o Internet-, percibe la gran fuerza expresiva que contienen, los intensísimos colores que viven en ellos, y la perturbadora carga emocional que traen. Porque Iván, junto con sus cuadros, tiene muchas cosas interesantes que decirnos sobre el arte de hoy y del ayer.


Muchas gracias por esta oportunidad, Iván. Yo quería empezar la entrevista citando que el pintor argentino Carlos Alonso había dicho: “La poesía es, de alguna manera, la meta final de cada cuadro”. ¿Tú estás de acuerdo con ese concepto?

Sí. Además de que Carlos Alonso es, probablemente, el pintor vivo que yo más admiro. Me da mucha alegría que lo hayas citado. Además, él a su vez, lo que acabas de decir, es una paráfrasis de lo que dijo Rembrandt: “El artista persigue la línea y el color, pero su fin es la poesía”. Y tienen toda la razón. Tanto Rembrandt como Carlos Alonso. Porque un artista de verdad, a mi manera de considerar, no busca solamente la representación de la apariencia. O no busca solamente ordenar una serie de elementos en una composición sino que tiene que transmitir algo más. Y, probablemente, lo que transmite es su propio espíritu. Lo que tú hagas como artista no es una casualidad. El hecho de que seas abstracto, figurativo, surrealista, que pintes desnudos, que pintes a tu familia o lo que sea, está hablando de ti, también. Está diciendo quién eres tú. Y quién eres tú está constituido de tus experiencias, tanto físicas como espirituales. Entonces, todo conjunto de obras lo que proyecta es eso: quién está detrás. Y esa es una poética, también. Tiene que ver un poco con el estilo. Es una poética lo que el artista serio termina planteando y transmitiendo en su obra.

El mismo Alonso, también, agregaba que los cuadros provenían “de cierta locura, de cierta capacidad de riesgo, de cierta valentía”. ¿Hay que ser muy valiente para ser uno mismo autorreferencial?
Es que el arte no miente. No puedes mentir el arte. Siempre recalcando el sentido de la autenticidad. Alonso es un titán del arte, es un artista que se ha preocupado de todos los aspectos humanos. Ha pintado el amor, la miseria, la enfermedad. Es algo que me interesaría hacer, también, en algún momento. O como (David) Herskovitz, que ha pintado tantas cosas.

(Carlos Alonso) y su retrato de Vincent van Gogh: es alucinante.
Sí, claro. Él tiene una serie de cuadros en homenaje a Van Gogh, en los que lo hace enfrentándose a la pintura. Tiene una de Van Gogh boxeando y el saco de box es un chisguete de óleo. Tiene una serie, también, en homenaje a su maestro (Lino Enea) Spilimbergo, a (Gustave) Courbet, a muchos pintores. Porque Alonso comprende que la pintura es un diálogo interminable. Él está dialogando con los maestros y rindiéndoles un homenaje, de alguna manera. Que es algo que todos los artistas tratamos de hacer.

Has hecho cuadros dedicados a Herskovitz.
Sí, claro. Uno trata de representar a quienes ha admirado, a quienes admira, a quienes (nos) han influenciado y que de, alguna manera, son nuestros padres artísticos. Recuerda que yo soy autodidacta. Entonces, yo no he tenido ningún maestro, en el sentido práctico. Sin embargo, yo considero mis maestros a un montón de pintores de los que he aprendido, de una u otra manera.

Enrique Polanco, el año 2006, justo para tu primera exposición individual Algunos seres, había dicho: “Creo que este joven pintor, con el correr del tiempo nos ofrecerá cuadros muy interesantes, ya que tiene algo muy importante que decirnos, un mundo rico en vivencias espirituales”. Nueve años después, ¿crees que estás cumpliendo la profecía de Polanco?
Espero. Polanco es un gran amigo y un maestro que admiro mucho. Para mí, fue un honor que pudiera escribir las palabras de mi primera exposición. Y en cada exposición que tengo en Lima él viene y me aconseja algunas cosas. Yo le pregunto, también.

Tienes una comunicación fluida con él.
Sí, somos amigos. Hace poco hemos estado en contacto y espero que venga en estos días a ver la exposición. Y en cuanto a lo que él dijo en esa ocasión, yo creo que sí, porque mi interés es representar una serie de vivencias que tienen que ver con el mundo interior. Es (algo) evidente cuando empiezas a observar mi obra con más detenimiento. Se ven ciertos temas recurrentes, como la pasión, la soledad, el amor, el deseo. Probablemente, mirando más profundamente, puedas observar un poco la cuestión del paso del tiempo, la familia. Yo tengo una serie de cuadros de ancianos, también. He pintado a mis abuelos, a otras personas. Todo eso no es casual. Responde a una personalidad, a un tipo de espíritu, a un tipo de conciencia particular. Porque si a mí me interesara hacer cuadros solamente para que se cuelguen en una pared o cuyo fin sea nada más venderse o decorar, pintaría cosas completamente distintas, que estén más de moda, más amables.

De las cosas que más llaman la atención de tus obras -ahora que estamos en esta época de la imagen y del culto al cuerpo- son tus desnudos femeninos.
Sí.

Que son muy buenos. Tienes toda una variedad de temas, pero esto es lo que quizá uno recibe como primera impresión: “Ah, Iván Fernández-Dávila, el pintor expresionista de desnudos”.
Ya me han comentado algunas personas, sí. He pintado a algunas mujeres muy bellas, en verdad.

Tu pareja, entre ellas.
Sí, por supuesto. Probablemente, es la persona que más he pintado hasta ahora. A ella, por ejemplo, nunca la he pintado como es. Nunca lo he logrado y quizás, en el fondo, no he tenido esa intención. Recuerdo una frase de Botero -que no es un pintor que me guste mucho-: decía que una mujer hermosa no sirve de mucho para la pintura. Para mí, tiene razón. ¿Por qué? Porque una belleza más o menos planteada desde un punto de vista superficial, hace que el espectador se quede en esa superficialidad. En cambio, si tú esa belleza la ajas un poco, la torturas, el observador va a poder penetrar más profundamente. Y más que resaltar parecidos físicos -pero no tal cual la realidad, que nunca me ha interesado-, lo que me importa es resaltar estados emocionales. Me importa resaltar los sentimientos por los que pasen las personas, cuando he hecho desnudos o retratos. Y nunca he podido pintar a una mujer sin ninguna importancia.

¿Todas han sido tus parejas?
No necesariamente. Yo necesito que haya un vínculo. No puede ser que conozca bien y de la nada. Siempre tiene que haber un vínculo, tiene que haber vivencias importantes. Y aun así, eso no garantiza que vaya a pintar a una persona.

Haces como Lucian Freud, que no pintaba desconocidos.
Es que él decía, por ejemplo, que no contrataba modelos profesionales porque estaban tan acostumbradas a su desnudez que su cuerpo desnudo era como una segunda ropa para ellas. En cambio, cuando una persona no es una modelo profesional, no está acostumbrada a desnudarse porque sí y se siente el estado en el que está, se refleja. La desnudez no es un estado típico para ella, no es normal.

Siento que tienes esa misma idea de Lucian Freud cuando decía que “mi idea sobre el retrato proviene de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente”.
Sí, me parece que no tiene sentido. Menos en esta época en que si quiero conseguir un parecido real, simplemente tomo una foto. Entonces, ¿para qué voy a hacer algo así? Yo creo que la pintura, en estos tiempos, tiene que ser más pintura que nunca. En cuanto al realismo, al hiperrealismo, me parece un absurdo.

La crítica de arte mexicana Avelina Lésper escribió para tu exposición del año 2012, Los Días y la Pintura, que “la pintura de Iván está en ese camino de la creación existencial, imperiosa. Cada obra es un inicio, cada decisión es nueva, la evolución de la pintura es consecuente con el momento que se vive y en que se trabaja. Iván Fernández-Dávila tiene en su pintura una misión y un reto”. ¿Tú asumes tu pintura como una misión o como una tortura?
Es una tortura, porque cuando yo subo al taller, subo dispuesto a que me den una paliza, a que la pintura me destruya, pero yo estoy en esa lucha. Y cada vez estoy tratando de enfrentarme en un nivel más parejo, de tratar de dominarla. Cosa que es muy difícil, todavía, para mí. Es una cosa muy difícil la pintura. Implica muchas cosas.

¿Y no te da temor, como a algunos pintores, que han sentido que no han podido contra la pintura y han acabado trágicamente sus días? ¿Esa idea nunca corre por tu mente?
Sí, corre todo el tiempo. Yo tengo muy presente lo efímero de todo. Por eso trabajo tanto, también. Si te das cuenta, tengo 31 años y he hecho once individuales. He expuesto en muchos países, he publicado varios libros. Entonces, tengo esta cuestión consciente de que el tiempo es muy breve. No sé si sea una persona que va a durar mucho tiempo, tampoco. Tengo una forma de vida bastante salvaje en ciertos momentos.

No se lo digas a Elizabeth.
Sí, ja, ja… Lamentablemente, ella lo sabe, también. A veces, ahí hay conflictos y todo eso. Pero ella sabe cómo soy.

Pero ella, también, en estos últimos años está produciendo (más), está asemejando su ritmo al tuyo.
Sí. Ella expone cada dos años en Lima. Me parece un buen ritmo, porque yo no soy amigo de exponer en la misma ciudad todos los años. Hay que dejar un periodo de dos, tres años, para que haya una nueva expectativa de parte de los espectadores. Y, además, para que haya cambios en la obra, también. Si no seríamos como estos artistas que en cada exposición uno ya sabe lo que va a ver: exponen los mismos cuadros hace diez años. Uno debe cambiar, siendo el mismo. Que se vean avances, cambios en la obra, pero que se reconozca la mano inmediatamente. Eso es lo que me interesa. Y volviendo a Elizabeth: es una artista con mucho talento, una persona con una sensibilidad muy fina y una paciencia técnica que, probablemente, le da su formación de restauradora. Tiene esta capacidad de hacer el dibujo tan delicado, tan paciente. Y, además, hacer algo como el dibujo, que es tan difícil de hacer. Porque en la pintura tú te equivocas, esperas que seque y lo tapas. En el dibujo te equivocas y arruinaste el trabajo.

Cuando entrevisté tanto a Eduardo Tokeshi como a Luz Letts, por separado, y les pregunté acerca de si era difícil o no mantener una relación entre artistas, ambos me dijeron que no era fácil.
Sí.

En tu caso, ¿es difícil?
Sí, es muy difícil.

¿Comparten el taller?
No. Cada uno vive en su casa. Ella vive en Barranco, yo vivo por la (Universidad) Católica. Pero nos apoyamos y nos aconsejamos mucho y ella, probablemente, es la primera persona que ve mis cuadros y yo soy la primera persona que ve sus trabajos. Tenemos ritmos de trabajo muy distintos, también. Yo pinto todo el tiempo, Elizabeth trabaja cuando va a exponer. Y lo hace en poco tiempo. Ella necesita esa presión, esa urgencia para hacer su obra. Por eso es tan tensa, tan fuerte. Aparte que ella es una mujer que tiene mucho carácter. Aunque suene, de repente, a cliché, es una mujer muy mujer. Y eso es algo que yo admiro de ella bastante.

Y tiene una sonrisa muy suave, muy cálida. No imaginaría que ella es tan fuerte de carácter.
Claro, es que ella tiene esa forma de ser: sensible, leal, alegre. Es una persona muy alegre, muy amistosa. Pero cuando está metida en su trabajo, cuando se molesta por algo o cuando se indigna sí es una furia, de verdad.

Ja, ja, ja…
Es una furia bíblica.

Cambiando de tema, Edvard Munch decía que “queremos crear, o al menos sentar, las bases de un arte que le dé algo a la humanidad. Un arte que los atraiga y enganche. Un arte creado de su corazón más íntimo”.
Sí, concuerdo totalmente con Munch y es uno de los pintores que más admiro, también. Yo trato de rodearme de esos maestros. Tengo muchos libros de Munch, de Alonso. Tengo un autorretrato de Alonso en mi taller, colgado. Así como de Humareda y de otros maestros.

¿Eres un coleccionista, también?
No me considero un coleccionista porque tengo muy pocas obras. Lo que yo quiero tener es autorretratos de los artistas que admiro, que son muy pocos, y colgarlos en mi taller, como los tengo colgados algunos. ¿Para qué? Para que cuando yo esté trabajando y sienta que flaqueo, sentir la mirada de esos maestros y que me griten: “Eres un mediocre”, ja, ja, ja… “No eres nadie, así que deja de sollozar y sigue trabajando. No has logrado nada, todavía”.

Deben ser pocos los pintores que a los 31 años tienen once individuales.
Sí.

En el Perú.
Estoy esperando un autorretrato de (José Luis) Cuevas, que lo he mandado a pedir de una galería de Estados Unidos, y lo estoy esperando con ansias, para colgarlo ahí, en el taller, y tener más ojos de maestros fastidiándome, presionándome.

¿Das tu obra a cambio o los compras?
No, los compro cuando puedo. Tengo periodos buenos, tengo periodos no tan buenos, pero cuando puedo prefiero invertirlo en arte. Y volviendo al comentario de Munch, yo estoy completamente de acuerdo con él. Esa raza de pintores es la que me interesa: Alonso, Munch, Rembrandt, los expresionistas alemanes. Ellos querían pintar lo importante. Ellos no hacían intrascendencias, ellos pintaban lo que consideraban valioso.

¿Kokoschka, también, te interesa?
Sí, por supuesto. Justamente Elizabeth me regaló los diarios de Kokoschka, que se llaman Mi vida. Y me interesa mucho. Él es un gran pintor y, además, tenía una sensibilidad muy especial. Él predecía cosas a través de su pintura. Cosas que, salvando las distancias, me han pasado. Él retrataba algunas personas, parecía que esas personas tuvieran ciertas enfermedades en los cuadros y luego terminaban, en realidad, enfermas de estas cuestiones.

Como que las sentenciaba.
Sí. Y eso me ha pasado varias veces. Y es un poco peligroso. Parece que el artista tiene una sensibilidad ahí que percibe, tiene una cierta intuición…

Como un profeta.
Sí. Y, lamentablemente, me pasó con mi papá, por ejemplo. Yo hice un cuadro el 2013, de mi familia, y el cuadro era totalmente negro, oscuro, y a mi papá lo pinté con una cosa en la cabeza. Una manta, una cosa así. La verdad que cuando vi la imagen, yo pensé que mi papá estaba enfermo. Incluso, sabía en ese momento de qué estaba enfermo. Al poco tiempo le diagnosticaron un cáncer y falleció. Eso me ha pasado un par de veces.

¿Fue rápido?
Sí. Felizmente, por un lado, fue rápido. No tuvo que pasar esta cuestión de tratamientos tan largos.

De años.
Sí. Lo operaron y al mes murió. Fue cáncer al páncreas, fulminante. Pero, al menos, tuvo la dignidad de estar entero, de valerse por sí mismo. Porque tú sabes que cuando la enfermedad avanza la gente es casi un guiñapo, no puede hacer nada. Pero él, incluso, iba a trabajar. Estaba normal, en apariencia física.

Hay un cuadro acá, en tu exposición, Descendimientos (2014)…
Sí.

…en el que justamente tú estás sosteniendo a un hombre y delante de los pies de este hombre hay otro Iván Fernández-Dávila.
De algún modo, sí.

¿Estás sosteniendo a tu padre en esa (obra)?
Sí, exactamente. De eso trata ese cuadro. Porque lo tuvimos que bajar cuando ya se puso mal. Bajar cargado. Fue una cosa bien fuerte.

Pero es un cuadro con bastante luz.
Sí.

A pesar de lo triste del hecho.
Sí. Pero es intenso. Los rojos, los naranjas y la carga. Y si reconoces las figuras, está Darwin, Schopenhauer. Por ahí hay otros encaletados. Entonces, es una reflexión del ser humano, de lo efímero, de a qué vamos, en qué terminamos. Y es, también, un homenaje.

Sí. ¿Tu padre…
Un cuadro fuerte.

…también era pintor?
No. Trabajaba en el mundo de las finanzas. No tenía nada que ver con el arte. Pero era una persona muy sensible. Como yo, también, escribo, él empezó a leer los libros que yo compraba, de mi biblioteca. Se volvió un gran lector.

Como Trópico de Cáncer (1934).
Trópico de cáncer, claro. Antes de morir él leyó el Quijote, por ejemplo. Y cuando él ya no podía leer mucho por su cuenta, mi mamá le leía. Y lo llegó a terminar. Leyó a Lawrence Durrell, leyó casi toda la obra completa de Henry Miller. ¡Muchos libros! A Vargas Llosa, Faulkner, Hemingway, Paul Auster.

Era un hombre de finanzas, pero culto.
Muy culto y muy sensible. Yo compro muchos libros y no los leía todos. Y él, a veces, leía libros que yo todavía no había podido leer. Y me recomendaba cosas y hablábamos de libros.

La mayoría de hombres de finanzas no tiene intereses intelectuales.
A veces, no. También por un tema de tiempo. Pero mi papá se daba el tiempo para poder siempre estar leyendo algo. Leía mucho a Gao Xingjian, también, el Premio Nobel chino. Se reía mucho leyendo a García Márquez, por ejemplo. El amor en los tiempos del cólera (1985) le divertía muchísimo. Y Henry Miller lo hacía reír bastante. Sí, le encantaba Henry Miller.

Él decía que te habías hecho artista justamente por la primera página de Trópico de Cáncer.
Sí, él me decía eso, él creía eso: que me había influenciado tanto, que yo había vuelto mi vida un poco a lo Miller. De repente él, como no podía tener esa vida, como ya era un hombre de familia y trabajaba en empresas de finanzas y tenía un horario, él vivía esas aventuras a través de las novelas de Miller. Y yo sí podía vivir ese tipo de vida, como hasta ahora la vivo, ja, ja…

¿Y es cierto o no lo que creía tu padre?
Puede ser que me haya influenciado, de algún modo, pero no fue por eso. Yo me volví pintor por una necesidad de expresión. Yo escribía poesía, básicamente, hace muchos años. Pero en un viaje que hice justamente por el trabajo de mi papá, que lo mandaron a trabajar a Arequipa, fui a visitarlo un verano. Yo estudiaba en la Católica. En el verano del 2003 fui a visitarlo y sentí que no me bastaba con la palabra. Entonces, empecé a garabatear unos sobres. Es lo que decía Rembrandt y lo que decía Carlos Alonso: el artista lo que persigue es la poesía. Se basa en distintos métodos: de la imagen, del sonido, de la palabra. Y empecé a garabatear, a hacer muchas formas y desde ahí no paré.

Tú que has hecho poesía, ¿qué pensaba tu papá de tu poemario Séptima epístola a Martín Adán?
Le parecía muy fuerte. Un poco triste algunas cosas, pero es que yo soy medio solitario, aunque no creas. Nunca me he comunicado mucho.

A pesar de todas las mujeres desnudas en tu pintura.
Eso no tiene mucho que ver, porque la soledad es una cosa más profunda. Lamentablemente, nunca me he comunicado mucho con mi familia. Hemos hablado y creo que hemos tenido una relación cordial siempre, pero como que nunca nos hemos sentado a profundizar ciertas cosas. Entonces, en el caso de mi padre, pues, me ha conocido a través de mi obra, más que nada. De mi obra escrita, que es más directa, totalmente, y de la obra pictórica que llegó a ver mucho, también. El arte no puede mentir, pues. En la poesía uno se confiesa, prácticamente. Y en la pintura, también. Es lo que le pasaba a Picasso, por ejemplo, con sus amantes.

Tú dijiste en un momento que “la pintura puede ser sádica”. ¿Hasta ese nivel?
Sí, por supuesto. Por eso te decía, cuando subo al taller, como que me preparo a recibir una golpiza, a pelearme ahí y luchar. Por ahí va el asunto del sadismo.

Estabas mencionando algo de Picasso.
Sí. Cuando decía que la pintura no puede mentir. Picasso, por ejemplo, tenía muchas amantes. Y él, cuando estaba enamorado de alguna mujer, los rasgos aparecían en los cuadros. Entonces, no lo podía ocultar. Cuando él ya tenía otro amor, este nuevo amor aparecía en los cuadros. Otros rasgos. Entonces, sus parejas anteriores se daban cuenta, que había estado por otros lados. Él no tenía que decirlo y, seguramente, trataba de ocultarlo, ¡pero la pintura lo delataba, pues! No se puede mentir. Un artista no puede frenarse, tiene que ser auténtico.

Claro. Y en Expresionismos, tu última exposición, ¿qué de distinto hay respecto a tus exposiciones anteriores?
La apuesta por el color, más decidida. Y la carga matérica, también. Y el título, de por sí, refleja eso. Es como decir “esto es”. Es un expresionismo clásico, de algún modo. Sin embargo, la novedad, también, es que he incluido personajes históricos, pensadores, filósofos.

A Sartre lo he visto.
Sartre, sí. Que, de alguna manera, me han influenciado. Porque mi pintura siempre es biográfica. Hasta este momento, hasta esta exposición, no había aparecido gente que, también, forma parte de mi biografía intelectual. Porque yo soy una persona que le interesa mucho el estudiar. Me gusta estudiar filosofía, ciencias, antropología. Entonces, ese tipo de personajes, en algún momento, iban a tener que aparecer. Porque ellos, también, han influenciado lo que soy yo. Por ahí está Sartre, Heidegger, Kierkegaard. En este cuadro que se llama La imposibilidad del ser, por ejemplo, he puesto a los existencialistas. Por eso, justamente decía La imposibilidad del ser. Por más que Heidegger escribe a Sartre diciéndole: “Yo no soy un existencialista” y todo lo demás, pero, en el fondo, lo es. Porque ¿quién se dedicó más al estudio del ser que Heidegger en el famoso libro El ser y el tiempo (1927)? Tiene que ver con eso. Aparece por ahí Schopenhauer, también. Aparece Diógenes sin ojos. Que es este gran filósofo cínico, que la historia oficial de la filosofía siempre ha tratado de reducirlo a meras anécdotas. Porque nosotros lo que hemos seguido es a la tradición platónica, aristotélica. ¿Pero qué hubiera pasado si hubiéramos seguido la tradición cínica, probablemente? No se cómo sería este mundo. Diógenes se paseaba de día con su lámpara y le preguntaban por qué y él decía: “Porque busco un hombre libre”. Yo lo retraté con su lámpara, pero sin ojos. Le quité los ojos. ¿Para qué?

Para que nunca lo encuentre.
Exactamente. Como diciendo que nunca lo va a encontrar. Porque en esta época no creo que pueda encontrarlo. Y atrás está la iglesia incendiándose. Que habla un poco del fanatismo. El gran lastre del ser humano, para mí, siempre ha sido ese: el fanatismo.

¿Y de qué tiene que liberarse un pintor en esta época para ser libre? Si es que puede llegar a serlo.
Tiene que liberarse de las exigencias externas. Tiene que olvidarse del mercado, tiene que olvidarse de sus padres, tiene que olvidarse de su pareja, tiene que olvidarse de todo. No quiero decir con esto que renuncie a todo eso sino a que produzca arte sin importarle lo que piensen ellos, sin importarle si va a tener recepción en términos de mercado o no. El artista, en general, debe ser auténtico, tenga la manifestación que tenga.

¿Tú eres un artista auténtico?
No sé si me corresponde a mí decir eso, pero trato en lo posible de actuar y de pintar de la manera más honesta que pueda.

¿Hay cuadros que han quedado fuera de esta exposición?
Siempre hay algunos que quedan fuera y es una cuestión de selección, más que nada.

Muchísimas gracias por la entrevista. Que tengas mucho éxito, muchos visitantes, y espero que podamos conversar en otra oportunidad. Eres un hombre inteligente y te felicito por tu arte.
No, Gianmarco, gracias a ti por el interés.


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